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El rey leal
Isidro Moreno
YA HACE MUCHO TIEMPO, en un pequeño y lejano país, vivió un rey honrado y amante incondicional de su pueblo.
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Sus gentes lo respetaban y en su fuero interno lo amaban, pues eran conocedores de su bondad y lealtad; sin embargo, una parte de aquella gente de ese pequeño feudo, no deseaban tener rey ni ser súbditos de nadie y en su afán de distinción y modernidad, imitaban conductas e ideas de países vecinos en los que, a menudo, se promovían revueltas populares contra sus gobernantes y monarcas.
El leal rey conocía el sentimiento antimonárquico de su pueblo y para evitar futuras discordias y su enquistado problema, urdió en solitario un plan de actuación.
Se anunció con trompetas, platillos y tambores que el rey daría una gran fiesta para todos en su castillo y con banquete incluido. Llegado el día del evento, gentes de todos los rincones del reino acudieron al convite y gran fiesta del monarca en el castillo real.
En el centro del atrio y sobre un escenario entarimado, se erguía una estructura que soportaba un gran pendón con emblemas del pequeño reino.
Apareció el rey en escena y tras pedir silencio, mientras se despojaba de su corona y del manto de armiño, dirigió un corto pero emotivo discurso a su amado pueblo. A continuación, entre aplausos, silbidos y gran expectación, se dirigió a la estructura vertical, se arrodilló tras ella, inclinó su cabeza hacia adelante, tiró del extremo de una soga y una pesada cuchilla de hierro oculta tras el pendón cayó para cortar el cuello y seccionar el cuerpo del monarca.
Colorín colorado que este cuento no acabó con ese inaudito espectáculo. Se sabe que se comieron las perdices, que la felicidad la siguieron buscando el resto de sus días y que luego llegaron nuevos tiempos, otros monarcas, varias guerras, otras gentes, nuevas modas, revoluciones populares, rodaron cabezas y cuentan que un tal Monsieur Joseph Guillotin, quizás en recuerdo de un antiguo y leal rey, propuso la decapitación ennoblecida con aquel artefacto al que cedería su apellido por los siglos de los siglos, amenizando las más calenturientas mentes y dejando claro que la sangre es roja para todos, pues la azul solo existe en otros cuentos de origen chino y que en otra ocasión les narraré.
Isidro Moreno Carrascosa (España) isidroantonio.wordpress.com isidromorenocarrascosa.blogspot.com