PREPAREN, APUNTEN ¡FUEGO! Miguel Sánchez Martínez. Jorge, de seis años de edad, sonreía al mirar por la ventana. Afuera, en el campo, un niño corría. Llevaba en lo alto la mano izquierda, con la cual empuñaba el cordel de un papalote. En las milpas del lado derecho de la vereda, una parvada de garcillas había detenido su vuelo sobre éstas, apenas levantándose del suelo. Se oían los cantos de aves sobre los pinos. Jorge, tras la ventana cerrada, estiraba el cuello para identificar a los causantes de aquellos trinos. Era común el transitar de los jinetes. El pequeño seguía, maravillado, cada paso de los cuadrúpedos. Una liebre salió de una orilla del camino. Se detuvo para oler algo. Franky, el perro de los vecinos del niño, se abalanzó hacia la orejona saltarina. Pero cometió el error de avisarle con sus ladridos. El silvestre animal no dudó un instante en emprender la fuga. Se internó en las milpas. El infante seguía con excitación la cacería. Perdió de vista al conejo. Franky constantemente paraba la carrera y bajaba el hocico. El niño presentía con temor que el perro levantaría la cabeza con la liebre entre los dientes, sin embargo, al poco rato retornó con resultados nulos.
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