La saga del dengue Federico Pérgola
E
s posible que el título de este artículo llame la atención al lector. El motivo lo develaremos en la última parte del relato. También es muy probable que el dengue sea una enfermedad moderna ya que, en la antigüedad, pese a reportes que lo atestiguan aunque de dudosa verosimilitud, no se conocía. Decimos de poco valor histórico porque las referencias no son contundentes: la enciclopedia médica china de la dinastía Jin (265-420), editada 200 años después de finalizado ese periodo, está referida a un movimiento poblacional ocasionado por una epidemia donde se conjugan “agua envenenada” con insectos voladores, por lo cual es muy difícil afirmar científicamente y con datos del imaginario popular que se haya tratado de dengue. Incluso se afirma que tuvo periódicas apariciones temporarias y ligadas al transporte marítimo. El mosquito, como vector de enfermedades, tuvo protagonismo muchos siglos atrás pero su auge llegaría con la malaria y la fiebre amarilla y el aumento de los conglomerados humanos. No obstante, no podemos omitir otras fuentes que indican que fue el pirata inglés Francis Drake (1540-1596) quien desembarcó en la costa occidental de África y vio morir a 200 de sus hombres picados por los mosquitos que le hubieran infectado el dengue. Algo parecido le ocurrió a Lord Cumberland cuando arribó a San Juan de Puerto Rico en 1581 y debió abandonar la isla rápidamente por las bajas que produjo entre sus hombres una peste febril que los esclavos africanos identificaron como dinga o dyenga. Muchos autores sostienen que la palabra dengue proviene de esa región. En general, se considera que el dengue se inició a fines del siglo XVIII en las regiones tropicales y de ahí que los primeros casos tuvieron lugar en esas zonas de América y en Indonesia. Es así que nos referiremos –como tema principal– a un trabajo aparecido en La Habana, Cuba, en 1828, titulado “Memoria sobre la epidemia que ha sufrido esta ciudad nominada vulgarmente el dengue”, cuya redacción
hace parecer que La Habana hubiera cambiado su nombre. El trabajo devino de la pluma del Dr. José Antonio Bernal Muñoz1, protomédico tercero por S. M. del Real Tribunal del Protomedicato de esta lista y médico cirujano jubilado de la Real Armada. Esta pequeña obra tiene una dedicatoria que muestra a las claras la estrecha relación que existía entre los poderosos y lo secular (entendido por el clero) y los médicos. Dice así: “Al Excelentísimo Señor Don Claudio Martínez de Pinillos, Consejero de Estado honorario, Caballero Gran Cruz de la Orden Ysabel (sic) la Católica, Yntendente (sic) de Ejército, Superintendente General, Subdelegado de Real Hacienda, ect., ect. (sic), dedica esta pequeña memoria, en prueba de su reconocimiento y amistad”. En el Prólogo, Bernal Muñoz muestra su trabajo como médico, al expresar: “Además de los consuelos que he dado a los enfermos, que han implorado mis auxilios, he creído de mi deber, escribir esta Memoria, sobre esta epidemia que ha grazado (sic) en esta Ciudad e Isla llamada vulgarmente Dengue”. La palabra “dengue”, según el Diccionario de la lengua española (RAE, 2014) tiene una acepción simple: contoneo; denguear es contonearse. Por lo tanto, el origen del término pareciera español –pese a lo que hemos dicho anteriormente– y se refiere a la marcha que la afección genera a causa del dolor lumbar. A partir de allí, las definiciones y las comparaciones fueron muchísimas: se la consideró una marcha presuntuosa por su envaramiento, o de dandy, melindrosa… Los ingleses llamaban al dengue como Dandy fever o breakbone fever (fiebre quebrantahuesos), término este último que también se usa en español. Los árabes, que también la han sufrido, la denominan aburabaku. Otra versión, no tan creíble, porque es probable que la endemia haya comenzado como una nueva enfermedad o bien por la reactivación de una virosis existente dice que la palabra deriva de la frase en lengua swahili: Ka-dinga pepo, que sería Médicos & Medicinas | 5