1
2
3
4
C
uando Iván Robinson cumple cincuenta años, toma la determinación de encerrarse en su taller y no salir hasta tanto su obra maestra esté terminada. Sueña con crear la obra cumbre de la pintura, un cuadro
que deje una huella indeleble en los anales de las bellas artes e inmortalice su figura, ya no como un simple académico, sino como un artista en todo su mérito. Antes de atravesar el umbral de forma definitiva, deja instrucciones a su esposa para que dos veces al día se haga cargo de limpiar su bacinilla y pasarle una bandeja con comida y una jarra con agua a través de una abertura especial practicada en la misma puerta. No se preocupa demasiado por la higiene personal, ya que el carácter titánico de su empresa no puede ser entorpecido por semejantes nimiedades. Una vez resueltos aquellos detalles menores, la puerta del taller se cierra dejándolo completamente aislado del mundo exterior. La habitación escogida para pasar su encierro voluntario es de forma rectangular y sus paredes tienen la particularidad de ser disímiles entre sí. La primera de ellas, en donde se encuentra enclavada la puerta, está empapelada con motivos infantiles: payasos rojos, mariposas azules, soles amarillos, flores verdes. Se podría objetar con toda razón que aquel es un diseño de dudoso gusto para un artista de tal calibre, pero la verdad es que el mismo evoca recuerdos insustituibles de su niñez, cuando su mente era un lienzo en blanco sobre el cual se encontraba representada una obra maestra en potencia. A la izquierda, una pared que en otras épocas había sido blanca, ahora está cubierta casi en su totalidad por trazos, salpicaduras y goteos de los más variados colores, producto
5
de algunos intentos fallidos de creación artística que el maestro tuvo en sus alocados años de adolescencia, y que fueron prontamente abandonados en pos de la seguridad y solvencia de la carrera docente. La pared opuesta es de ladrillo visto, dispuesto de forma perfectamente simétrica, más apropiada para el estudio de un arquitecto que para el taller de un artista, y la pared restante se encuentra sin terminar, con sus grises bloques aún sin revocar y una pequeña abertura en el ángulo superior derecho que funciona como respiradero. En el techo, una claraboya proporciona la luz natural que el maestro necesita para desarrollar su arte. Iván Robinson prepara con esmero todos los materiales que lo acompañarán en el proyecto para el cual está destinado por voluntad divina: un set de pinceles, una dotación de tubos de pintura al óleo, una paleta mezcladora. Engrapa el lienzo en el marco, lo coloca sobre el caballete y procede a la imprimación. Una vez realizada la misma cierra los ojos y respira reiteradas veces de forma pausada para poder vaciar su mente de pensamientos y despejar el terreno para la llegada inminente de la musa inspiradora. Permanece en quietud durante varias horas, solo esperando. Se sabe destinado a trascender y aquella creación será su testamento, el legado que desde su grandeza dejará a las generaciones futuras. Luego de varias horas de meditación, toma el pincel y deja que la providencia guíe su mano. Espera con gran expectación, pero la misma parece encontrarse ocupada en otros menesteres, ya que su mano permanece inmóvil hasta el anochecer. Debido a que un creador como él no puede dar rienda suelta a su talento sin luz natural, decide que lo mejor será descansar y continuar al día
6
siguiente. Lava sus instrumentos y se acuesta en el catre sin haber ejecutado ni un solo trazo. Al otro día se levanta bien temprano y, antes de continuar con su tarea, desayuna algunas rebanadas de pan con manteca y queso que su esposa ha dejado diligentemente en la abertura de la puerta. Luego prepara los pinceles, distribuye los colores sobre la paleta y se sienta frente al lienzo a esperar la inspiración divina. Debido a que la misma continúa eludiendo su llamado, Iván Robinson se entretiene fantaseando acerca de los comentarios que recibirá su obra terminada, los premios que ganará, las millones de personas que serán bendecidas con aquel milagro que su talento inconmensurable habrá materializado para regocijo de toda la humanidad. Permanece varias horas navegando en fantasías, con la mirada perdida y una sonrisa en los labios, hasta que decide levantarse y caminar un poco para distender su cuerpo. Nota que en la pared sin terminar que tiene a su frente, una mancha de humedad comienza a emerger alrededor del respiradero, insignificante aún, pero decidida a ganar terreno. Un ruido que surge de la puerta lo sobresalta y ve las manos de su esposa, blancas y tersas, que cambian la bacinilla y recogen la bandeja con los restos de comida para luego reemplazarla con una nueva. “Con tantas distracciones es imposible crear” piensa, y se acuesta en el catre. La rutina de Iván Robinson continúa sin variaciones, pasa el tiempo y su cuerpo se encoge y su cabello encanece. La mancha de humedad avanza implacable aunque él parece no notarlo, encerrado en su ensimismamiento. Pronto se adueña de la pared sin terminar y comienza a expandirse por el techo, esquivando la
7
claraboya y colonizando las paredes vecinas. El ladrillo visto pierde su vistosidad, los colores de la pared pintada se opacan y el empapelado infantil se seca y se despega como un pedazo de piel muerta. Lo mismo sucede con la mano que se asoma a través de la abertura de la puerta y que dos veces al día se encarga de reemplazar su bandeja y limpiar su bacinilla. Antes blanca y tersa, ahora muestra los signos del envejecimiento: las arrugas la marchitan, los dedos se comban producto de la artrosis, las manchas pululan como la maleza y las venas azules sobresalen mancillando la otrora pureza de su blancura. Un día, Iván Robinson se levanta y nota con el rabillo del ojo que la bandeja no ha sido retirada y la bacinilla sigue allí. No discurre mucho sobre este asunto, ya que prefiere mantenerse enfocado en sus ocupaciones, pero al día siguiente se encuentra con la misma situación, y el próximo, y el flujo creativo detiene su marcha, apremiado por la sed y el hambre, lamentables necesidades terrenales que incluso los genios tienen que soportar. —¿Por qué es tan difícil ser artista? —grita con los ojos clavados en la claraboya, intentando que su voz la atraviese y pueda alcanzar instancias más elevadas—. ¿Por qué razón las circunstancias externas confabulan para que un genio pueda o no realizar su tarea divina? Iván Robinson se siente desmoralizado, está convencido de que una fuerza externa se empeña en obstaculizar su trascendencia. El moho cubre todo como una sombra ominosa, Iván Robinson cierra los ojos, respira el aire irrespirable y por un segundo parece despojado de su aura divina. Cualquier
8
testigo externo podría afirmar con total convencimiento de que frente a nosotros se encuentra un simple anciano con el corazón frustrado al no tener la capacidad de realizar su destino. Pero eso es solo una ilusión momentánea, Iván Robinson sabe que se ha ganado su lugar en el olimpo de los grandes artistas. Abre los ojos, echa un último vistazo a su paleta de colores intacta, sus pinceles limpios y su lienzo desnudo y abre la puerta.
HERNÁN PAREDES (Rosario, Argentina, 1980). Es profesor de meditación y ha dictado seminarios de esta disciplina en la mayoría de los países de Latinoamérica. Es amante de la música, literatura, cine y ajedrez y ha publicado relatos en diversas revistas y portales literarios.
9
10
L
levo mucho tiempo intentando escapar al mundo onírico, pero hasta ahora sólo he conseguido adentrarme en un duermevela que me envuelve como un manto de bruma ligera y dispersa.
En mi mente adormecida aparecen imágenes y formas insustanciales;
recuerdos vagos de aquellas muertes, los cuerpos amoratados, mutilados y lacerados por mis despiadados métodos de tortura. También escucho los gritos de las víctimas, el llanto, las súplicas desesperadas. Debo reconocer que fue divertido, y pese al sopor que me invade recupero algo de la vieja excitación con aquellas rememoraciones. Un remanso de la ansiedad y el placer que experimentaba al tomarlos desprevenidos en alguna calle solitaria y llevarlos conmigo al cobijo de la noche, envalentonado con su temor y sintiendo esa cálida oleada de goce al producirles dolor y ver la vida escapando de sus rostros distorsionados por el terror. Pero eso fue hace mucho tiempo; ahora todos descansan en lo profundo de aquella fosa, bajo la casa. Si tan solo pudiera conciliar el sueño, he olvidado cuándo fue la última vez que conseguí dormir. Y estas condenadas rememoraciones que lo hacen más difícil aún. Más allá de mi mente embotada, en los espacios recónditos de mi memoria, sigo escuchando los gritos y lamentos, distantes, como ecos de voces lejanas; y algo más, golpes, un toc toc suave pero constante. Golpes que irrumpen en mis recuerdos… no, no vienen de dentro, sino del exterior, alguien llama a la puerta.
11
Lentamente, con gran pesar, abro los ojos; las brumas veleidosas se despejan un poco. Todo sigue igual, la mesa en desorden: restos de comida rápida, colillas de cigarrillos, viejos diarios amontonados, y claro las latas de cerveza que también se esparcen por todo el piso. Las paredes desprenden un olor a moho y el propio sofá en que me recuesto huele a humedad. Un viejo foco parpadea de manera intermitente y su luz tiende sombras caprichosas por toda la estancia. En torno a él danza una polilla, se acerca y se aleja zumbando con su fuerte aleteo, da vueltas y vuelve a aproximarse al objeto de su devoción, hasta estamparse con el cristal caliente; entonces retrocede pero sin abandonar su baile ritual en torno a la luz, como si le rindiera culto, sumida en un trance que inevitablemente la llevará a la muerte. ¿Por qué he abierto los ojos? Ah, ya recuerdo, o mejor dicho, me lo recuerdan aquellos golpes que vuelven a dar contra la puerta. ¿Quién podrá ser? No soy de los que suelen recibir visitas. Es decir, claro que tuve invitados, pero ninguno vino por voluntad propia; y desde luego ninguno se fue, todos reposan allá abajo. Ahora soy demasiado viejo y lento para ir en busca de más invitados, conduciendo de noche los kilómetros de carretera que separan esta vieja casa de la ciudad, así pues ¿quién busca romper mi apacible soledad? Me quedo inmóvil por un momento, esperando. Silencio completo.
12
¿Habré imaginado los golpes? Quizá también vinieron de días lejanos a mi memoria, reproduciéndose en mi mente adormecida y confundiéndolos con algo real. Un engaño del ensueño, esa dimensión ambigua donde las barreras entre el mundo físico y el mundo onírico parecen desmoronarse, permitiendo que ambas realidades se acerquen, se toquen y se confundan. No obstante, apenas vuelvo a cerrar mis pesados párpados, convencido de que mi cerebro me ha gastado una broma, cuando aquellos golpes regresan, esta vez más apremiantes. Decido finalmente levantarme. El sofá suelta un quejido, como una protesta por la ruptura de la quietud soporífera en la que me hallaba. Camino hacia el pasillo de manera torpe y tambaleante, como un infante que recién da sus primeros pasos. Sigo el sonido de los golpes, cada vez más imperiosos. Mientras me acerco a la puerta, me froto el rostro somnoliento con una mano al tiempo que extiendo la otra. Poco a poco la bruma se despeja y mi vista se aclara. Entonces, apenas siento el tacto frío del picaporte, me doy cuenta de lo que ocurre. Un sudor gélido como gotas de escarcha fundida comienza a perlar mi frente llena de surcos, el sopor da paso al aturdimiento y a un repentino escalofrío que me recorre de pies a cabeza.
13
Me quedo petrificado con la mano extendida sobre el picaporte mientras sigo escuchando los golpes tras la puerta, que no es la de la entrada principal, sino la del sótano… aquella que lleva a las profundidades de la casa. Toc, toc, toc… golpes cada vez más vehementes, cada vez más fulminantes y llenos de desesperación.
JOSÉ B. GAONA MEDINA (Ciudad de México, 1987) Lector impetuoso e incorregible principalmente de literatura fantástica, desde hace un tiempo también escribe de manera amateur, alternando su pasión literaria con los estudios universitarios. Su cuento "Nueva Vida", fue publicado en el número cero de la revista electrónica Fantastiqué, y su microrrelato "El guerrero" fue incluido en la antología "Breves heroicidades II" de la editorial española Diversidad Literaria. Facebook: José Gaona.
14
15
-E
se canario no canta—, comenta mi padre, es que mi Padre no piensa, habla. Somos así, no solo la familia, sino los que frecuentamos la casa de mi abuela. Hablamos sin parar, incluso los
muchachos, mis amigos, cuando vienen. Como buenos caraqueños, todo es una fiesta. Hoy me levanté con la idea que hay algo raro con ese canario, yo creo que es mudo, mi papá ha hecho cuanto se le ha ocurrido para hacerlo cantar. Le pone unos discos de pájaros cantando, no pasa nada. No sé por qué, pero se me ha metido en la cabeza, que aparte de su mudez hay algo más. Cuando estoy cerca no me provoca hablar, eso sí es extraño. Han pasado varios días desde que está con nosotros y nada. Mi mamá, la abuela y papá hoy comieron en silencio, algo que no se puede creer. Los muchachos no vienen hace tiempo. Todo desde que ese pájaro llegó. Salgo, en la calle hay más alegría que en la casa. Me siento distinto. Extraño el bochinche hogareño. Llego al apartamento de mi amiga, Sofía, para comentarle lo que he pensado, sobre todo del canario. Ella, a quien siempre le han encantado los temas esotéricos, comenta: —Esa es la maldición del canario mudo. ¡Qué tonta! ¿Cómo vamos a creerlo? A mis catorce años no voy a pensar en maldiciones, aunque es bastante raro todo esto.
16
¿Y si tiene razón? Sofi me dice que hay que ir al estudio de Madame Redondo, ella sabrá que hacer. Me niego. Ir a casa de una bruja no me convence. Igual vamos a ver a su Madame. La bruja es horrible. El sitio está lleno de libros viejos empolvados y muchos objetos extraños. Huele a cucarachas. Tengo miedo. Nos atiende y lo primero que me dice es: — ¿Por qué vienes si no crees en mí? Tanta palabrería para decirme que tengo una maldición casera. Nos cobró una fortuna, o sea, todo lo que yo tenía en el bolsillo. Antes de irnos nos dio las instrucciones de lo que tendría que hacer para librarme de la maldición. Debo sacar al canario de la casa y regalárselo a otra familia con la mano izquierda. Junto con el animalito se irá la desgracia, si no me apuro nos quedaremos todos mudos, por el resto de nuestras vidas. ¡Dios bendito! ¿A quién le regalaré un canario mudo con esa maldición? Y con la mano izquierda como ella dijo, ¡no! Eso no está fácil, y menos para mí que soy diestro. Corro a mi casa, Sofi a regañadientes se va a la suya. Al llegar a casa la tristeza se apodera otra vez de mí. Mis padres están sentados en la sala, en silencio, sin expresión en sus caras. Mi hermano en su cama con la vista fija en la pared. Quiero hablarles de lo que nos pasa pero no me sale la voz. No sé si no me llegan a la mente las palabras o no me vienen éstas a la boca. En la terraza donde está el canario, se encuentra mi hermana junto a mi
17
abuela, ambas cerca de la jaula, en la misma actitud de mis padres y mi hermano. Las llamo por su nombre, sólo eso logro decir. Allí me quedo. Al fondo se oye el disco de
papá con los pájaros cantando, que se repite una y otra vez.
JOSÉ LUIS TROCONIS BARAZARTE. MSC. en Artes Mención Artes Visuales y Escénicas (Danza y música). Master en Música Universidad de artes y ciencias “Strayer College” Washington D.C. U.S.A. Doctorado Ph.D. en Historia del Arte Bircham International University /Universidad de Salamanca. España. Narrativa/ Poesía/ Guión Cinematográfico/ Escritura Creativa en La Letra Voladora con la Prof. Laura Antillano y en el Departamento de Literatura de la Universidad de Carabobo, Coordinador Cultural Alianza Francesa de Valencia. Publicaciones: “Urgencias del Relato” de la Universidad de Carabobo, 1er premio del 7mo Certamen del Relato Breve Instituto ISELES - España 2016 y Mención Especial en Alicante febrero de 2016 III concurso de micro relatos, NOVUM, de Ciencia Ficción. E-mail: troconis1@hotmail.com Facebook: https://www.facebook.com/troconis Twitter: @1troconis Página web: www.troconisb.blogspot.com
18
19
A
«En este mundo traidor nada es verdad ni mentira todo es según el color del cristal con que se mira», Ramón de Campoamor
MALITA:
Mire, todo el tiempo se escuchaban gritos en ese
departamento. Por la noche se mataban y al otro día vos los veías salir de la mano como si nada. Ella se vestía tan bien que parecía un figurín: ropa cara, zapatos finísimos, carteras de esas que salen un vagón de guita y él siempre vestido de traje y corbata. Parecían dos ejecutivos. Nadie los conocía demasiado, habían alquilado el ph por inmobiliaria y me contó la dueña que le habían entregado unos antecedentes impecables. No eran maleducados, saludaban siempre, pero no hablaban con nosotros más que lo indispensable. Yo siempre tenía la sensación de que guardaban distancia, como si temieran contagiarse de nuestra ordinariez, de nuestra simpleza. Nunca me gustaron, ni ellos, ni sus muebles caros, ni su auto caro. ¿Dónde se vio tener semejante auto y no tener casa propia? Una incoherencia total. Tampoco tenían muchos amigos, cada tanto hacían una reunión con cinco o seis personas, pero nunca hacían asados y eso que en la terraza tenían una parrilla divina. Eran raros por donde se los mirara. Si ellos hubieran sido de otra manera, quizás una podría haber actuado distinto, capaz que me hubiera dado cuenta de algo, pero eran raros y distantes y además solían gritar. No lo digo para disculparme, no me siento culpable, yo soy una 20
persona de bien, se lo puede confirmar cualquiera en este barrio, vaya y pregunte por Amalita y le van a decir. Yo siempre socorrí a mis vecinos. Si me hubiera dado cuenta de lo que pasaba, capaz que llamaba a la policía. Pero eran tan raros.
VALERIA:
No puedo creer lo que le pasó a Gisela, no puedo creer que nadie
haya oído nada, que nadie la haya podido ayudar. ¿Está seguro de que la vieja de adelante no escuchó nada? Se lo pregunto porque ella siempre estaba espiándolos. Pasaras a la hora que pasaras ella estaba como una arpía acechando detrás de la puerta, hostigando a mi amiga y su marido. “¿Van a hacer una fiesta?” “¿Van a preparar un asadito?” “¿Se van a ir de vacaciones?”. Una vez los del supermercado le dejaron a Gisela las bolsas en la entrada y la vieja salió al pasillo a revisar qué había en ellas. Es una metida, siempre le hacía comentarios desubicados. A veces hasta se quedaba con la correspondencia de ellos. Recién me llamó mi hermana y me dijo que ahora está hablando boludeces en la tele y que dice que mi amiga era rara. ¡Qué sinvergüenza! Ensuciar a mi amiga. Vieja canalla, debe haber escuchado los ruidos y como la odiaba no llamó a la policía y ahora se da el lujo de que la entrevisten como si fuera una estrella de cine. Por favor oficial, interróguenla, ella tiene que saber, tiene que haber visto si alguien entró o salió, tiene que haber escuchado los gritos de mi amiga.
ANDRÉS:
21
Miró la vereda que era un caos. Vio una camioneta de un canal de televisión, una cámara, unos periodistas que reporteaban a la vieja Amalita, una morguera, un par de patrulleros y un amontonamiento de vecinos y curiosos. Tenía que entrar a ese escenario, pero las piernas se le doblaban. Imposible convertirse en actor de un día para otro. Caminó con tranquilidad, tratando de poner cara de “tipo que llega a su casa y no sabe que está pasando”, encaró al policía que estaba en la entrada, que le preguntó quién era, le dijo. El agente lo miró con gravedad, lo hizo pasar: "el oficial a cargo le va a explicar". Alguien del equipo del noticiero que nota su presencia se abalanza sobre él, la policía lo aleja, "Circule". Hay policías de civil, de uniforme y gente con delantal blanco en el pasillo, hay un biombo azul que dice PFA frente a la puerta de su departamento. El oficial a cargo se le acerca, se presenta, le dice lo que le pasó a su mujer, que suponen que el móvil fue el robo y Andrés llora con congoja y con desesperación, pero no llora por Gisela, llora por él, por el moco que se mandó, por el miedo que tiene de que lo atrapen. A lo lejos la ve a Valeria, ella se acerca, lo abraza y lloran juntos. Valeria la quería mucho a Gisela, huele bien, es blanda y suave, lleva el pelo atado así nomás y está sin una gota de maquillaje pero se la ve hermosa. Su abrazo lo reconforta, lo llena de esperanzas. Es que siempre le gustó mucho Valeria y quizás ahora que está viudo capaz que le hace caso ¿No? ¡Quién sabe!
22
MÓNICA ALTOMARI. Nació un 5 de Junio en Rosario, Argentina. Actualmente vive en Buenos Aires. Es abogada y escritora y su género favorito es el cuento. Obtuvo una mención especial en el Concurso “Cuentos para leer en el Subte” y formó parte de dicha antología con su cuento "La salida". Recibió la primera mención en el Concurso microficcion de la 40a Feria Internacional del Libro de Buenos Aires. Asistió al Programa de Escritura Narrativa dictado por Casa de Letras y a talleres literarios y cursos de narrativa y dramaturgia.
23
24
A
llá por los años treinta, en un pueblo más chico que un pañuelo, vivían Alicia y Bernardita, de seis y siete años, vecinas y mejores amigas. Las recuerdan por sus risas contagiosas, por la rayuela en la
vereda y los carritos con muñecas que hacían andar sin cesar. Las recuerdan pese al tiempo que se adueñó de sus fotos sepia con caras angelicales. Las recuerdan por la historia macabra que hay detrás de tanta inocencia. Era otoño y ya atardecía; como hacía frío, la mamá de Bernardita fue a buscar a su hija y a su amiguita que estarían jugando como siempre afuera y ya estaba pensando en cómo iba a convencerlas para que entraran a la casa ya que le resultaba imposible sacarlas de esos juegos interminables que inventaban. Pero Bernardita y Alicia no estaban. Las buscó en las casas de la cuadra, las buscaron por todo el pueblo, las buscaron días, meses, años, hasta que la policía se rindió y dio por cerrado el caso. Era un pueblo chico, no podrían haber ido muy lejos, sin embargo, nunca las volvieron a ver. Ni un rastro, nada. El milagro que esperaban nunca llegó y el tiempo apagó toda esperanza. Veinte años después, estando en un viaje de negocios, el hermano de Alicia decidió recorrer galerías de arte para embellecer su estudio que lucía paredes blancas y vacías carentes de color. La sangre se le heló de repente cuando se detuvo en la vidriera de un antiguo local de cuadros y reconoció la cara de su pequeña hermana en una de las pinturas. Inmediatamente entró y le preguntó al vendedor de donde había llegado ese cuadro y éste, algo extrañado, le contó que un anciano se lo había vendido hacía no mucho tiempo junto a
25
algunos cuadros más. Todas las pinturas retrataban paisajes del pueblo tan conocido por él. La iglesia, la calesita, el parque, Alicia y Bernardita, con semblante triste, sangre en las mejillas y ojos húmedos. No tardó en volver a su lugar natal para recomenzar él mismo la búsqueda que había terminado hacía tantos
años. No era
tan
difícil: tenía
que averiguar quién
pintaba
profesionalmente en esa época. Todo fue en vano, no pudo conseguir información que le sirviera. Una noche mientras leía un libro, como por arte de magia recordó que a su pequeña hermana Alicia le gustaba coleccionar llaves y tenía muchas, de diversos tamaños y formas. Nunca se había preguntado hasta ese día como hacía una niña de seis años para tener una colección tan amplia de llaves y entonces, como impulsado por una fuerza sobrehumana se vistió y viajó hasta el pueblo para visitar a Aurelio, el cerrajero tan conocido por todos desde siempre, quién había hecho grandes trabajos con las puertas de la iglesia, de la estación de policía y de tantas casas. –Adelante- gritó Aurelio cuando el hermano de Alicia tocó la puerta. La sorpresa y el terror le invadieron el cuerpo al encontrarse a aquel anciano, tan querido, tan conocido, frente a su atril, sosteniendo un pincel. CARLA TOBAL Nacida en Buenos Aires en 1991. Estudia Medicina en la UBA. En sus tiempos libres escribe, lee o toma clases de canto. A la hora de leer prefiere el drama y el terror. La pasión por la escritura la acompañó desde siempre: su primer cuento publicado fue en la gaceta escolar cuando tenía 11 años. Facebook:https://www.facebook.com/carla.tobal Twitter: https://twitter.com/cartobal Tumblr: http://libertad-y-alma.tumblr.com
26
27
A
bre la puerta presuroso, no hay nadie en la sala, avanza hasta el pasadizo que conecta con su cuarto, el baño y la cocina; llega a la puerta, gira la chapa oxidada y entra a la habitación, prende la luz.
Introduce la mano en el bolsillo de su vaquero y retira el celular que no deja de vibrar. Sin contestar, deja caer el aparato en su cama; arrima la banca de su escritorio y reposa en ella sin dejar de observar el celular que vibra insistente, una llamada tras otra. Coge la almohada que tiene más cerca y la acomoda encima del móvil; aún lo escucha. Voltea sin levantarse del asiento y reposa sus codos en la base del escritorio, luego deja caer su cabeza. Un recuerdo lo enfrenta, se endereza mirando al vacío, reacciona y abre el segundo cajón del pupitre de madera y retira varios sobres manila; ninguno de ellos contiene lo que busca. Termina de vaciar el cajón para comenzar con otro que contiene chucherías; como el primero, nada. Se levanta en dirección al closet, desliza la gruesa puerta de madera y comienza a escarbar en las esquinas más profundas del armario; nada. Regresa al asiento, agitado, sin saber qué hacer. Alza la almohada y coge el detestable celular, lee 20 llamadas perdidas. Voltea el aparato, saca la tapa protectora y retira la batería tirándola al suelo, guarda lo demás en el cajón de chucherías. Deja el cuarto para ir al baño, quiere mojar su rostro y refrescarse; a medio camino escucha el sonar del teléfono fijo, cambia de dirección y corre a la sala deteniéndose en el marco que conecta ésta con el pasadizo, mira el inalámbrico al costado del televisor, sobre la cómoda de imitación. Se acerca, coge el escalofriante artilugio y ojea el número de llamada,
28
las cifras le resultan conocidas, demasiado para su suerte. Suelta el aparato y se sienta en el mueble más cercano, resignado a soportar la melodía constante del teléfono. Otro recuerdo lo impacta, se levanta ferozmente y regresa al cuarto, coge su mochila de campaña y comienza a guardar lo que le parece de mayor utilidad. Alza el colchón de la cama con dificultad y coge un sobre naranja doblado. Guarda el sobre escondiéndolo entre sus prendas, cierra la mochila y sale del cuarto, llega a la sala, coge una llave y abre la puerta principal. Afuera un sujeto se muestra sonriente, un celular pegado a la oreja, mueve su mano realizando un gesto comprensible solo para los individuos que lo acompañan, todos contemplando el rostro atónito del fugitivo: Ya es demasiado tarde.
EDUARDO YENGLE (PERÚ, LIMA - 1993) Egresado de la carrera de Comunicación Audiovisual, fotógrafo independiente. Colabora en revistas virtuales de arte y cultura como redactor. Enlaces: https://www.facebook.com/EduardoYengle27 http://www.falsaria.com/miembros/eduardoyengle/ http://www.revistamalalengua.com/#!sobre-nosotros/cee5 https://www.flickr.com/photos/eduardoyengle/albums http://www.arteyartistas.net/artistas/eduardoyengle/album/ http://eyter27.wix.com/eduardoyengle
29
30
- ¿Qué crees que quieren estos fantasmas cuando te hablan? - Solamente ayuda. (De la película Sexto Sentido)
R
ecién lo noté cuando iba por el segundo whisky pero comencé a escucharlo cuando apuraba el tercero. Se apareció en mi mesa como si fuera un parroquiano más que se sabe miembro de la santa cofradía
bohemia de los lunes insomnes del Libro Bar. Comenzó a hablar de una manera desaforada y continua. Nuestra mesa era una isla flotando en un charco de luz en el desierto pub, de manera que no me preocupó que levantara la voz y gesticulara. Desde lejos, la camarera nos observaba con una expresión a medio camino entre el asombro y la diversión. No me molestó que invadiera mi privacidad y mi acostumbrado ostracismo. Creo que íntimamente le agradecí que me sacara, por un momento, de mis conversaciones internas, mezcla de letanía doliente y reproches del pasado. Cuando mi atención logró abrirse paso por entre la niebla del alcohol empecé a comprender lo que decía. Hablaba de una mujer. De un gran amor y de una época de excesos. Contaba que hubo un tiempo con demasiada noche, mucho alcohol y nada de trabajo. Dijo también que gustaba de los coches rápidos y de interminables expediciones en busca de fiestas alocadas. Reconoció que todo eso duró hasta que la conoció, pero que había sido un fatal error. Luego aclaró que la equivocación nada tenía que ver con la joven sino que se refería a sí mismo y lo explicó. A pesar de estar totalmente enamorado, no pudo dejar de lado su afición
31
por los autos y los viajes en busca de diversión. Fue precisamente eso lo que desencadenó la tragedia. Una noche, en un viaje hacia ninguna parte, en medio de la niebla pretendió rebasar a otro coche y chocó de frente con un vehículo que venía en dirección contraria. El resultado fue que los ocupantes del otro vehículo fallecieron y su joven enamorada también. Decía que en el breve tiempo en que coincidieron, fue el hombre más feliz del mundo y que al fallecer, ella se quedó con todo. Al decir esto se refería a la pasión, al amor, a la alegría de vivir. Se había quedado vacío y desde ese instante deambulaba por la vida, con sus penas a cuesta y sin saber qué hacer con su querer. Visitaba bares y buscaba confidentes que se apiadaran de su pesar. No exagero al decir que era un alma en pena, condenado a vagar por la ribera del Aqueronte hasta que el barquero del Hades se apiadara de él. Dijo, al tiempo que se levantaba, con el ademán inequívoco de alejarse hacia la noche, que se había muerto esperando encontrarla en otro lugar, uno en dónde las cosas fueran más fáciles y la vida más sencilla. Hizo un silencio, se quedó reflexionando y después de una larga pausa, mirándome con ojos profundos y tristes, agregó: eso aún no ha ocurrido. Así como llegó se fue. Cruzó la calle en diagonal rumbo a la rotonda y supongo que hacia la iglesia. La oscuridad se lo tragó rápidamente. Me di cuenta que dijo que había muerto pero no me aclaró de qué manera. Me hubiera gustado saberlo pero, repasando lo que me confió, creo que falleció por sus heridas.
32
Me quedé pensativo, mirando hacia afuera a través de los amplios ventanales del Libro Bar. Las calles estaban desiertas. En la plaza, sombras misteriosas parecían surgir del nocturno juego de la vegetación y la abundante iluminación. Por calle Sarmiento pasó una ambulancia a toda velocidad con indudable destino de hospital, llevando, tal vez, una nueva tragedia a su bordo. Desde el hotel se veía salir a un huésped con el brazo derecho en cabestrillo y un importante vendaje en torno a su cráneo. Recuerdo que pensé que cada uno arrastra sus propias desgracias y, que a pesar de que éstas sean dolorosas, cada una nos acerca más y más a nuestra perfección. Sólo se trata de aprender las lecciones. —¡Qué manera de hablar!, –me dijo la muchacha que desde la barra se había acercado a mi mesa para retirar las copas y ordenarla. —Es verdad, era todo un personaje –miré mi reloj y dije— Bien, creo que yo también me retiro. Fue un lunes interesante, ¿no crees? —Sí –respondió la joven- rompió la monotonía. —Es verdad, además tuvimos suerte. —¿Suerte? —Me refiero a que fuimos afortunados. Mientras nuestro nuevo amigo contaba su historia no entró ninguna persona viva. Chau, nos vemos. —Chau –contestó, apagó las luces y desde la negrura del salón me dijo: —Las tabernas son a los espíritus errantes lo que las catedrales a los creyentes.
33
HÉCTOR DARÍO VICO nace el 19 de junio de 1956 en la ciudad de San Jorge, Provincia de Santa Fe y cursa su colegio primario y secundario hasta el año 1974, recordando especialmente de dicha etapa su avidez en la lectura de comics, folletines y, por supuesto, los clásicos de la literatura. En 1982 comienza a desempeñarse como Contador Público Nacional, egresado de la Universidad Nacional de Rosario e ingresa a un conocido banco cooperativo regional. En 1995 la terrible debacle socioeconómica, que recién comenzaba y que se sintió primeramente en las entidades bancarias como un gran cimbronazo, lo despertó en un viaje introspectivo que lo acercó a su vocación de escritor y storyteller. Fue entonces que sus primeros relatos comenzaron a ver la luz, al tiempo que su antaño profesora de literatura Ilda Ulloa, le corregía algunas imperfecciones gramaticales. No tardarían en llegar las primeras publicaciones y distinciones de sus obras "Memorias del Pasado del Depto. San Martín"(Vol. I y II, año 1999 y 2000), 1° y 3° premio Cuenta Cuentos 2002 y 1° premio Cuenta Cuentos 2010, ambas con publicación especial a cargo de la Biblioteca Popular Rivadavia de San Jorge. Desde entonces ha cultivado una prolífica producción literaria. Blog: http://cuentosyaudios.blogspot.com.ar
34
35
“E
ran los últimos días de septiembre, cuando las olas se vuelven tristes sin ninguna razón.”
Pero marzo terminaba y yo, adolescente, era feliz sentada en el borde de la
rambla montevideana. Detrás el viejo Parque Hotel, y más allá, el parque lleno de encanto. “¡Tally! ¡Tally! ¡Oh, Tally!” Las olas apenas orladas por la espuma, avivaban el marrón verdoso del Río de la Plata que no se decidía a presumir de mar. Era tan breve el ocaso que quería bebérmelo de un trago. “Yo sólo tenía doce años. Pero sabía lo mucho que amaba a Tally. Era ese amor anterior a todo significado del cuerpo y de la moral. Era ese amor que estaba hecho de todos los días.” En cambio a mis doce años, y a trescientos kilómetros de allí, sólo estaba enamorada del amor. Uno de mis más vívidos recuerdos de la primera infancia es el de un amiguito particularmente malo. Un chico malcriado, hijo de una familia importante, que cada vez que podía nos pellizcaba o embadurnaba el pelo con excremento de gallina a mis amigas y a mí. Y podía... bastante seguido. Me vengaba tibiamente tirándole higos maduros desde el techo de mi casa, que estaba frente a la suya. Hasta que un día decidí que no era suficiente y, aprovechando la distracción de los mayores, le pegué con ganas. Hasta su niñera
36
aplaudió enfervorizada semejante acto de justicia. Y los problemas terminaron como por arte de magia. “Se fue riéndose y el sol caía sobre sus pequeños hombros de doce años. Pensé en el agua que permanecía quieta, en el salvavidas saltando en el agua, en la madre de Tally gritando, y en que Tally nunca salió.” Por ese entonces pensaba que el tiempo pasaba demasiado lento, y nada sabía de tragedias. Espiaba por puertas entreabiertas que me parecían altísimas, tratando de saber cosas del mundo de los adultos. —Dos de oros —decían apenas se percataban de mi presencia. Y todos se callaban. Después tuve la suerte de encontrar algunos libros de Bradbury, Hesse y Graham Greene junto a varios cuentos de aventuras, en la biblioteca de uno de mis buenos tíos. “El agua avanzó en círculos sucesivos, y se mezcló con la arena del castillo, desmoronándolo poco a poco en la uniformidad original.” Algo en mí se niega aún hoy a reconstruir los tristes castillos imaginarios derribados por el agua. Todavía creo que las ramas de un árbol pueden ser un refugio, y que pidiendo un deseo con suficiente fervor, termina por hacerse realidad. Aún recuerdo como el agua golpeaba el malecón mezclando su olor peculiar con el graznido de las gaviotas, dejándome envuelta en una emoción intensa y callada.
37
“Subí silenciosamente por la playa. Un tiovivo, a lo lejos, cascabeleaba débilmente, pero era sólo el viento.” Entonces presté atención a la música de los juegos del parque, aminorada por el rumor del río, del tráfico, del viento que corría hacia Punta Carretas. “Salí en el tren al día siguiente. Atravesamos los campos de trigo de Illinois. El tren tiene escasa memoria. Pronto lo deja todo atrás.” Solía tomar el tren a menudo. Desde la ciudad a mi pueblo natal, muchas veces. Después, a los veinte y tantos, el tren nocturno que me llevó (o me trajo) a otra patria y a otra vida, bufando sobre los rieles de hierro, como si quisiera penetrar en los secretos de la noche. Mientras me adormecía, podía sentir como mis pensamientos se desparramaban y caían al pasar por algún pueblo dormido de esos que nunca más he vuelto a ver. Al despertar, el mundo me pareció más bullicioso y excitante. Sin saberlo, pagué la entrada a él con parte de mi alma. Como salidas de las cajas chinas o de las coloridas mamushkas, esas vidas desplegadas ante mí al releer “El lago” me llevan una vez más a la aceptación de la vida que me tocó en suerte, y al gozo de aprehender cada momento esquivo de felicidad. La niña despreocupada, la muchacha pensativa de la rambla, la que se fue y ahora está cerca en la distancia pero lejos en el tiempo y en los sentimientos, la que escribe sobre un pasado que casi parece ajeno, todas ellas soy yo, y todas comprendemos la melancólica queja sobre el amor perdido.
38
“—¿Dónde la encontró? —pregunté. —Abajo, en la playa, en agua profunda. Es mucho, mucho tiempo para ella, ¿verdad? Sacudí la cabeza. -Sí, lo es. Oh, Dios, sí lo es.” Me es imposible no recordar cada vez que paso por algún espejo de agua. Después tengo que exorcizarme, y dejar que el lamento se pierda en la distancia... “¡Tally! ¡Tally! ¡Oh, Tally!”
NEDDA GONZÁLEZ NÚÑEZ. Nacida un 2 de octubre en Uruguay y radicada en Argentina desde 1974. Lectora y autodidacta. Ha colaborado en revistas digitales tales como Axxón, El Narratorio, Golwen, Breves no tan breves, Químicamente impuro, Al borde de la palabra, y en Lectures d’Ailleurs, blog de la Universidad de Poitiers. Publicaciones en papel, en las selecciones de Editorial Dunken, la revista Mathoms (Asociación Tolkien Argentina) así como en la revista multicultural rumana Horizon Literar Contemporan. Tiene un E-Book publicado: “Los Extraños” (cuentos). Blog: http://elarmariodenedda.blogspot.com.ar
39
40
¡A
légrame la vida! Entonces, a propósito le preguntaba cómo andaba y él tan suelto como era, tan pobre, tan feliz, dejaba volar las palabras de su sonriente boca ¡Cómo las flores señora! Sonaba a música, suena a música, sonará a música. Tenía una ligera nube en
los ojos que producía un silencio en su mirada, un segundo, un tac y por ahí volvía a chispear, como cuando explicaba que su nombre quería decir “tigre amable” en mapuche. Lo mágico ocurría ante mi pregunta ¿Cómo andás Ainao? y el mundo vibraba, se llenaba de colores y notas musicales. Luego de las clases debía enfrentar mi nueva vida. Mientras preparaba las tareas en la cocina de la casa el tiempo transcurría con cierta armonía, pero no sé por qué causa cuando iba al cuarto comenzaba a sentir esa sensación de asfixia. Será que los sueños nocturnos quedaban deambulando y en ellos se zambullían los ruidos, los olores, el pasado y toda esa ciudad que dejé para venir a la Patagonia. En ese pequeño espacio entraba todo. Antes de ahogarme regresaba a la cocina, preparaba unos mates y me acercaba a la ventana, los blancos copos de nieve, cayendo en un silencio absoluto me devolvían las ilusiones. Al recordar a mis alumnos y sus asombradas adolescencias me cargaba de una nueva energía pero la alegría me la brindaba Ainao, cuando entraba al aula él estaba ahí, en primera fila. Y el tiempo pasó. Al terminar el secundario Ainao debió alistarse al ejército, era una época en que los vientos de guerra soplaban en la región. Son fuerzas tan poderosas que las vidas son mezcladas como débiles cartas de azar.
En una de las
41
maniobras de rutina Ainao se cae del caballo y se golpea en la cabeza. Nunca más habló, lo dieron de baja, ya no servía. Nos cruzamos algunas veces pero no me reconoció. En épocas felices le tendría que haber contado como suavizaba mi nostalgia y me alegraba la vida con su dulce saludo ¡Cómo las flores señora!
ANA MARÍA MANCEDA vive en la Patagonia Argentina (San Martín de los Andes) y fue docente de Geografía y Biología I en C.P.E.M.N.º 13 por 25 años. Es coautora del “Libro de los cien años” (Homenaje a los cien años de San Martín de los Andes); recibió el 1º Premio en el Certamen Internacional “Artes y Letras 2 8” en narrativa por su obra “Derrumbe”, Editorial Novelarte. Fue seleccionada en varias antologías nacionales e internacionales. Participó en diversas revistas literarias por Internet, entre ellas “Guatiní” (Miami), “Hontanar” de Cervantes Publishing (Australia) y Revista SINFÍN, México. En 2 11 presentó su novela “La noche de la flor del cactus”. En noviembre 2013, recibió el 1º Premio en el certamen internacional de narrativa “Huellas contemporáneas” por su obra “El eclipse y los vientos”, CEN Ediciones, Argentina. En Diciembre de 2 1 fue nombrada “Embajadora de la palabra” por el Museo de la Palabra (Fundación César Egido Serrano) sito en Quero, Toledo. En 2015 fue invitada a participar en la antología poética en homenaje a los estudiantes mexicanos desaparecidos “Los 3 poetas para Ayotzinapa”. Blogs: http://doradaslunasdelapocalisis.blogspot.com www.murmullosenlapatagonia.wordpress.com
42
43
S
e sentía desfallecer a causa del dolor insufrible de los tendones; sus vísceras, hinchadas, parecían a punto de estallar... ¡Nunca habría creído que la muerte iba a hacerse desear de tal manera!
Pero al oír la grosera imprecación de su antiguo compañero (el mismo que
le había traicionado), torció el cuello entre mil punzadas de martirio para increparlo con los restos de su aliento: —¡Calla, infeliz! ¿Cómo te atreves a injuriar a este Justo? ¡Nosotros merecemos este destino, pero él es inocente de todo mal, y ni siquiera ha emitido un quejido, a pesar de que está clavado y no atado, como estamos nosotros! Y rompió en gemidos desesperados, porque su carne ya no resistía el suplicio de la cruz. Pero le confortaba lo que el Justo le había susurrado, mirándole con Sus ojos cargados de bondad... ¡Iban a encontrarse en el Paraíso! (Sin embargo, Dimas no comprendió del todo aquella mínima torsión en la comisura de Su boca..., un extraño dejo de ironía en los bordes de Su sonrisa tierna. Por cierto, nada había de sardónico o mordaz en aquella ironía —Dimas lo percibió confusamente—, sino mucha melancolía y... también resignación, lo cual planteaba un enigma indescifrable al espíritu simple del ladrón). ...El otro, Gestas, había delinquido porque ése era su modo de vida; él sólo llegó a tal extremo cuando no pudo soportar la impotencia de su miseria, su hijita llorando de hambre y de frío, el cielo encapotado como único techo sobre sus cabezas huérfanas de todo socorro humano... Los habían atrapado en aquella enorme y lujosa mansión, pero Dimas había conseguido deshacerse —del modo
44
más expeditivo— de la evidencia de su delito justo antes de que la guardia los redujera. Malévolo, su compinche ocasional no vaciló en acusarlo cuando él mismo se vio perdido. Y así les cupo a ambos el destino de flanquear al Crucificado, compartiendo su padecer cada cual a su modo, el mal ladrón y el bueno. Caía la tarde y se estiraba la agonía, en una cadena de tormento que se propagaba en cada nervio, en cada lamento... La muchedumbre, por su parte, clamaba en distintos tonos, desde la befa inicua hasta el inenarrable desconsuelo. Se arremolinaban las nubes, pavorosas y espesas, y los primeros truenos comenzaban a insinuarse, entre resplandores lívidos, sobre los picos del Calvario. Pálido y consternado, Pilatos observaba, impotente... Su esposa, a su lado, prorrumpió en amargo llanto. De pronto, el rostro cerúleo del gobernador se iluminó: —¡Por Júpiter..., el anillo! —barbotó—. ¡El anillo de rubíes del César!... Me habilita para liberar a otro condenado más en este día. ¡Pronto, Marcelo! — ordenó a un servidor, sacudiéndolo por un brazo, en su febril excitación—. ¡Corre a mi casa y pídele al mayordomo el anillo del César! Aún hay esperanza..., él todavía alienta, y si lo sacamos enseguida de allí, quizás... ¡Vuela, muchacho, vuela! ...Los minutos se le antojaron horas, y en el ínterin: —Elí! Elí! Lama sabactani? —resonó Su lamento.
45
—¡Señor! ¡Señor! —era la voz del servidor, que, ya de vuelta, se prosternaba ante él, blanca la faz, desorbitados los ojos—. ¡Ha ocurrido una desgracia! ¡No os enfadéis, señor, os lo imploro! ¡No hay... anillo, señor! En ese instante se oyó un estruendo horrísono, el rayo se abatió sobre el Templo y la Tierra tembló bajo los pies de la multitud que, abrumada por el espanto, emitió un colectivo bramido de angustia. El gobernador cerró los ojos, meneando con pesadumbre la cabeza. —¡En Tus manos... encomiendo mi espíritu! —y fue el final. En la cruz de Su izquierda, Dimas también moría... Y al convulsionarse en un espasmo final sus entrañas martirizadas, al filo del más allá, un objeto cayó de él, rebotando sobre las piedras, oscuro e innoble como el barro en que terminó por descansar. La tempestad explotó en lluvia torrencial. A chorros se precipitó sobre la tierra aquel ciclópeo llanto de los cielos, inundándolo todo, y lavando con su fluir irresistible las rojas piedras del anillo del César, ahora tan sólo otros trozos anodinos de mineral, perdidos entre las rocas del Gólgota. Consummatum est. CARLOS MARÍA FEDERICI (Montevideo, Uruguay, 1941). Escritor profesional desde 1961. Publicó en revistas nacionales, americanas y europeas. Traducido a varias lenguas. Participó en antologías internacionales y tiene 13 libros publicados, siendo algunos de éstos segundas ediciones de distintas editoriales (9 títulos originales). Se le otorgaron diversos premios en certámenes nacionales e internacionales. También incursionó en el cómic, entre los años 1968 y 2005, como dibujante y guionista. Carlos María Federici en Wikipedia
46
47
Unreal city [...]. I had not thought death had undone so many. The Waste Land. T.S.Elliot Por lo demás, algún atardecer he pisado la calle; si antes de la noche volví, lo hice por el temor que me infundieron las caras de la plebe, caras descoloridas y aplanadas, como la mano abierta. La casa de Asterion. J.L. Borges.
A
l principio, el hombre creyó que era la belleza de la muchacha lo que lo había perturbado, pero algo lo seguía incomodando. Súbitamente se percató de que lo verdaderamente singular de aquellas escenas en
movimiento, eran los paraguas. Pronto observó que no era cosa de una o dos personas desperdigadas ociosamente con paraguas. Ellos pasaban de dos en dos, de tres en tres, en grupo de a cinco. Pasaban en ráfagas siempre con sus paraguas negros abiertos totalmente, y siempre con la vista fija hacia adelante; imperturbables, lejanos, con un deseo vehemente de ir siempre hacia adelante. Aquel horizonte de paraguas negros en movimiento lo tenía desconcertado, extrañamente pensativo. Vio de nuevo al cielo buscando algún indicio de lluvia, pero el cielo estaba desnubado. Finalmente, cuando los paraguas dejaron de pasar, el hombre conjeturó que todo era alguna promoción comercial, o sencillamente un innovador estilo de protestar. Todavía abrumado por la extraña escena de los paraguas; abruptamente, otra escena lo conmovió. Las vio venir en fila, todas vestidas de negro, con sus brazos pegaditos a sus costados, dejando a su paso una indefinida estela de lejanía. Prontamente las siguieron los niños, los adultos y los viejos. Salían de todas las calles, cruzando parsimoniosamente la plaza. Todos con un antifaz
48
negro, todos en tenis blancos y todos envueltos en un fino silencio. El hombre estaba sorprendido, y más le sorprendió comprobar que nadie reparaba en el insólito suceso. Y entonces, anonadado, expectante; siguió aquella marcha con la mirada hasta verla desaparecer unánimemente por la
Calle de los Espejos.
Después sorpresivamente irrumpió una música estremecedora, era un ritmo primitivo de tambores, de aviso de guerras tribales. Inmediatamente advirtió que desde los arboles de la plaza; los pájaros armaban en el aire una reyerta de aleteos. Pensativo, y todavía con aquel ritmo palpitante, abrumador de tambores y de pájaros en el aire; reparó en que la plaza se había quedado desierta. La inamovilidad de la plaza lo aturdió. Y por un instante tuvo la impresión de que las estatuas estaban a punto de bajarse de sus pedestales, y caminar glamorosamente por la plaza vacía. Pero el griterío lo sacudió antes que el repentino estruendo que bajaba de las Lomas de Altamira. Repentinamente una desbandada de gente cruzó espantada por la plaza. El hombre se levantó bruscamente de la banca. Y la gente como un frío inmenso cuadró la plaza. El hombre corrió hacia donde toda la gente corría y corríaaaa. Por un momento pensó que todo era solamente un pánicooo colectivoooooooo. Mientras un creciente murmullo ensordecía la calle peatonal abigarrada de asombrados vendedores, que también rompían despavoridos en una huida espectacular de colores. Y el hombre vio que detrás de él sólo iba quedando, calles desmayadas y pedazos de cielo atenazados entre fachadas mutiladas y altos edificios. Fue entonces que escuchó el grito “viene por la calle de al lado”. El aviso se
49
multiplicó como una cadena caliente de voces, “viene por la calle de al lado”; y sin pensarlo, la marcha humana tomaba la calle contraria, y doblaban por acá y seguían por allá. A la vista, los autos abandonados, los semáforos encendidos (verde, amarillo, rojo) y una calzada templada de tumultuosas voces. Desde lejos las bocinas de los carros herían el aire y los oídos; y el ulular de las sirenas abría como un bisturí los lomos del viento. Al fondo, tres grises torres adelgazaban en fina postura, un verde horizonte. Ahora todos subían por la Cuesta de la Luna, que cortaba la curvatura del río que se deslizaba en oscuro silencio. “Se acerca, se acerca” se oía decir, y aquel murmullo huérfano reventaba en mil murmullos, que ahogaban el redoble de los temblorosos pasos que caían sobre el Malecón de los Ingleses. Seguidamente la muchedumbre se enderezó hacia el Puente de los Suspiros; y allí una bandada de pájaros desorientados pasó velozmente por sobre sus cabezas. Paralelamente en el Puente de las Monedas avanzaba un horizonte negro de paraguas, como una línea apretada hacia la Torre de las Campanas. Gritos agónicos revolvían las calles Orientales; y desde la calle de los Jinetes Negros, salieron cinco buses que pasaron tronando rumbo a la calle que tuerce hacia la Rotonda de los Poetas. Siguiendo una dirección incierta, la columna pasó rápidamente las calles amarillas, y desde la Plazoleta de los Cristales, vieron a la distancia como se alargaba la extraña marcha de mujeres vestidas de negro con sus brazos pegaditos a sus costados, doblando silenciosamente, alejándose de la corriente
50
principal, rumbo al Panteón de los Gorriones. Mientras, la muchedumbre giró en otra dirección al ritmo enervante de los tambores que volvían violentamente a batir el aire. En los Jazmines del Cabo, un olor a lavanda inundó el aire. Repentinamente, cesaron los tambores, y una nueva oleada de gente los replegó en la vecindad de las casas onduladas, donde una escalada de calientes gritos nuevamente incendió el aire. Mientras en la vanguardia de la columna crecía un enjambre desbocado de extraviadas miradas,
y los brazos iracundos se
levantaban definitivos señalando hacia una perspectiva imprecisa que lentamente se iba cerrando, como una mano abierta y generosa que después del parpadeo del trueno, se convierte en puño solido, fulminante y definitivo. Por fin, entre gritos y vitrinas rotas, el hombre oyó por primera vez el nombre. Sí, lo oyó perfectamente: Oyó el nombre como quien siente una mano tocar el hombro derecho o el ring ring ring de un teléfono. Creyó que todo era una vil broma, y se sintió casi ridículo al correr entre aquella gente que huía despavoridamente. Corrían torpemente; casi histéricos, tropezándose entre sí; mientras una extraña sensación empezaba a ganarle la respiración. Sí, corría libremente, corría brumosamente, descaradamente corría. Empezó a vociferar, y las palabras avanzaban entre un río de cabezas y un pánico de pies. La sangre caliente se le había subido hasta la coronilla, la respiración jadeante se le escapaba, los ojos enrojecidos quemaban el aire. Corría, sí, también él corría. Y después de reírse escandalosamente, empezó a saltar furiosamente, y la gente aterrada, como una compacta sombra se le apartaba.
51
Por último, el hombre empezó a sentir los latidos de su corazón marcando sus implacables pasos; mientras empezaba a bajarle una terrible pesadez por sus piernas como si fuera cargando el peso de una enorme cabeza sobre sus hombros; ya la baba le salía como un río verde por la destemplada boca, y sentía el aire tibio de su aliento golpeándole tibiamente la cara. Rabiaba, felizmente rabiaba persiguiendo aquella masa humana, que espantada se perdía en aquel perfecto laberinto de trazos indeterminados, de ríos anestesiados, de puentes incoloros, de calles consagradas al olvido, de casas comatosas, de calles desabridas, de callejones desahuciados; que se escondían impecablemente entre las hermosas apariencias de una ciudad inmediatamente real y la arquitectura sólida de una ciudad definitivamente imaginaria.
MARIO A. MEMBREÑO CEDILLO, escritor hondureño. Abogado con maestría en Relaciones Internacionales (Escuela Diplomática de Chile Andrés Bello, Chile), ha vivido en Colombia, Chile, México y Honduras. Sus publicaciones abarcan numerosos libros de ensayos en materia de desarrollo, visión estratégica, Estado e identidad. En el campo literario cuenta con un libro de cuentos “La orientación de la mirada” (2012), y varios libros de cuentos inéditos. También ha publicado cuentos, ensayos y artículos literarios en diarios, suplementos y revistas de su país. Es co-creador del blog literario Plaza de las palabras (2013). Enlaces: plazadelaspalabras.blogspot.com plazadelaspalabras@gmail.com
52
53
N
o necesito escribir, es apenas un ejercicio, una forma de matar el tiempo, de ganarle, de impedir que él me mate a mí. Necesito decirlo, el hecho me hace pensar de otra forma. Casi comprender. Decidir.
Camino de un lado a otro hablando sin hablar. Contando sin decir. Espero con ansias aquella llamada que va a cambiarme la vida, la que me
queda. Salvarme la vida. Hacérmela digna. He sufrido y trabajado demasiado. Debería obtener lo mío, el sacrificio está hecho. Hoy puede ser un gran día, o uno pequeño, o el primero, o el último, el teléfono dirá. Me he imaginado una infinita cantidad de diálogos posibles. Todos elogiosos, felicitaciones, buenas noticias. No sé si puedo resistir la espera, la llamada debe ocurrir pronto. No he dormido en toda mi noche, temeroso de no despertar por alguna razón. Esperé todo el día, por eso me arden los ojos. En un momento será nuevamente de noche. Cada instante me aterra, no sé si mañana voy a estar vivo según haya o no recibido esa llamada. Mi dignidad está vencida, mañana vence la luz, la próxima semana el gas. Por suerte me prestaron plata para el teléfono; anda de verdad, no crean que estoy loco como Whoopi Goldberg en The Telephone o la de esa otra actriz italiana que ya nadie encuentra. Gracias a quién sabe quién, mi fortuna me mantiene con una salud envidiable, ningún percance que entristezca mi pasar. Sobrevivo duramente como hierba mala. Como la resignación de las plantas que crecen en las canaletas
54
tapadas o entre los ladrillos de los tapiales. No tengo nada que hacer, nada en que pensar, nada que leer, nadie viene a verme, no tengo ganas de salir. Sólo la espera me aburre y a la vez me entretiene. El tiempo es una montaña que me aplasta, pero no del todo, sólo me hace agonizar, me mantiene vivo para eso. No puedo superar esto, estoy desesperado, es muy difícil no saber si mañana voy a estar respirando o no. Por eso decido aclarar las cosas, despejar todas esas dudas que carcomen mi cerebro. Cortar por lo sano, que se jodan los demás, los que me ignoraron. Mi disparo no fue certero, me equivoqué al usar mi mano derecha. Un acto reflejo se interpuso, traidor como el tiempo y mis amigos. ¿Son mis oídos los que retumban? Tardo un instante en perder el conocimiento. Un maldito y abominable instante. Algo más que el olor a pólvora se presenta en mi habitación. Resuena después que el eco emboca en el hueco de la ventana. No es el crepúsculo. Es una onda que sacude el aire a nivel microscópico. Conocés la naturaleza de esa estridencia, la has escuchado miles de veces, millones. Como yo. Creo que es ella la que muere cuando todo es negro. Extiendo mis alas.
55
PATRICIO PERALTA R, de su formación y su deformación. Argentino nacido en 1967 en la ciudad de Lincoln, provincia de Buenos Aires y radicado en la ciudad de La Plata. Profesional egresado de la carrera de informática de Ciencias Exactas de la UNLP. Ex alumno del Iser (Instituto superior de Radiodifusión) y ex profesional técnico, musicalizador y redactor publicitario del medio radial. Realizó talleres literarios con Vicente Battista y de dramaturgia con Mauricio Kartum. entre otros. Fue asistente técnico en la filmación de 'Las aventuras de Novamax' de Guillermo Beilinson. Ha publicado en Diario La Razón y en diversas antologías: Ed Dunken: ”El diálogo nos amontona”, “Lo que quieras decir”, “La deuda”. Antologías de Microrrelatos (España) “Otoño e Invierno”, Ed. Diversidad Literaria.“Cuentos Oscuros”, Ojos Verdes ediciones. “Retazos de Terror”, Hipujo Libros. ”I certamen internacional de micro cuentos” de Ediciones de Letras. “Antología de ciencia ficción”, Letras con arte. Argentina “Zip, cuentos para descomprimir”. Es autor de: “El héroe de los sueños” (novela), “Hiperhistorias pre-alfa” (novela de cuentos), “Validación” (Novelette), “Machu Picchu” (Antología), todos disponible en Amazon.com. Twitter: @peraltaptr Blog: https://patricioperaltar.wordpress.com
56
57
L
levaba horas conduciendo por rutas que no se distinguían entre sí salvo por algún mínimo detalle del paisaje. Había hecho esfuerzos sobrehumanos por no quedarse dormido: había abierto la ventanilla
para recibir aire fresco directamente sobre el rostro, había fumado casi diez cigarrillos, había puesto música a todo volumen. Pero la monotonía del viaje se hacía más patente con cada hora que pasaba. Odiaba tener que realizar estos trayectos por razones de trabajo pero era algo que estaba incluido en sus tareas y debía hacerlo cada tres o cuatro semanas. A veces, si tenía suerte, lo acompañaba alguno de sus colegas con el cual podía distraerse hablando acerca de algún tema de actualidad o de los chismes típicos de la oficina. Una corta y copiosa tormenta lo obligó a prestar mayor atención al pavimento mojado ya que la ruta estaba en malas condiciones y eso lo había tensionado. Cansado, decidió hacer una parada intermedia en una pequeña estación de servicio en la cual compró una botella de agua mineral que era de las escasas mercaderías que el lugar ofrecía a cualquier visitante. Habló sobre banalidades con el paisano que le vendió la bebida y el hombre le comentó que era la primera persona que se detenía en el lugar en casi una semana. Parecía un tipo simpático y, como estaba aburrido, la conversación se prolongó durante un buen rato. Cuando terminaron de hablar ya el sol se ocultaba en el horizonte. Antes de despedirse le preguntó al hombre si estaba yendo en la dirección correcta y éste le dijo que cuando atravesara el “túnel de la cara gigante” estaría cerca de llegar a destino. No entendió bien las indicaciones pero salió despedido
58
a toda velocidad en la dirección que le había indicado el paisano. En el camino notó que el suyo era el único vehículo en la ruta. Quizás el pueblo al que debía llegar no era muy frecuentado, aunque la gente de la empresa le había dicho que en él había claros indicios de oportunidades para nuevos negocios. Luego de una curva cerrada apareció delante de su vista un inmenso rostro hecho de piedra. Era blanco, como de mármol, y tenía una expresión amenazante en su rictus, particularmente en los ojos que parecían mirar fijamente a cualquiera que estuviera en esa parte de la ruta. Durante unos segundos tuvo cierta aprensión al notar que el camino se introducía directamente en la boca de ese ser monstruoso. Fueron sólo unos breves momentos y el vehículo ingresó en las fauces abiertas. Notó inmediatamente que no había luces que señalizaran el camino y tuvo miedo. Evaluó como alta la probabilidad de tener un accidente en el lugar ya que tampoco lograba ver el final del túnel. Encendió las luces largas. No parecía haber otros vehículos en el túnel ya que no se advertía ningún tipo de señal lumínica que indicara que alguien se desplazaba delante de él. En unos segundos perdió de vista la entrada, la cual había observado en el espejo retrovisor mientras se alejaba hasta convertirse en un pequeño punto blanco y desaparecer. Continuó avanzando deseando en forma ferviente llegar a la salida. Únicamente podía ver el asfalto iluminado por los faros del auto y una de las paredes del lugar, de un color opaco y de un material que se le antojó similar al concreto. El resto era la más absoluta oscuridad. Notó que a medida que
59
avanzaba las luces delanteras perdían fuerza hasta casi apagarse. Extraño, ya que había remplazado la batería por una nueva unas semanas antes. En pocos minutos la oscuridad era casi completa y el vehículo comenzó a detenerse pese a que él apretaba el acelerador a fondo. Finalmente los restos de luces se apagaron y el auto detuvo completamente su marcha. Golpeó el volante, frustrado, y buscó el celular en su bolsillo. La luz tenue del aparato le permitió tener un poco de visibilidad. Buscó en su guantera una linterna que utilizaba para inspeccionar el motor en las ocasiones en que éste tenía algún desperfecto. Intentó abrir la puerta del vehículo pero le resultó imposible. Algo parecía impedirlo. Quiso hacer lo mismo con la otra puerta, pasándose al asiento del pasajero, y tuvo el mismo resultado. Intentó tranquilizarse para pensar los pasos a seguir. Cerró los ojos y creyó escuchar un ruido muy cerca, en el techo del auto. Unos pequeños golpes similares a pasos de un animal, seguidos por algo que le sonó como uñas raspando la superficie del techo. Iluminó el exterior con la linterna y le pareció ver sombras que se desplazaban velozmente. Ya más nervioso intentó encender el auto, el motor tosió y quedó en silencio. Evidentemente la única forma de salir del túnel era a pie. Pudo bajar una de las ventanillas en forma manual y pasar a través de ella. Caminó unos pasos con la escasa luz del celular como única guía. Sólo pudo avanzar unos metros y sintió un dolor en su tobillo. Fuerte, punzante. Trastabilló y casi cayó al suelo. Instintivamente iluminó su pierna. Vio sangre en abundancia manando de dos o tres heridas cercanas a su pantorrilla. Pese al
60
dolor aceleró el paso en dirección a donde él creía que estaba la salida del túnel. Más sombras se movieron cerca de él. Pateó algo que se le acercaba demasiado y escuchó un fuerte chirrido, mezcla de un grillo o una rata con un gato enfurecido. Casi inmediatamente sintió que algo se trepaba a su espalda y lo sacudía con violencia. Intentó zafarse pero cuanto más se movía más se prendía la cosa. Cayó al suelo dolorido aplastando a su atacante con el cuerpo. Con celeridad logró ponerse de pie. Oyó más chirridos a ambos lados y detrás. Corrió. Algo quiso cortarle el paso y lo empujó con fuerza. Delante de él se dibujó un punto claro. A medida que corría éste se hacía más grande. Unas siluetas que en ese momento se le sugirieron como humanoides se lanzaron hacia él chillando. Las pudo esquivar y seguir. A cada segundo el punto se agrandaba y podía ya distinguir que se trataba de la salida del túnel. Los pulmones le quemaron con cada inhalación pero continuó corriendo y empujando cuerpos babeantes que chirriaban cuando los tocaba. Cuando la luz ya bañaba los últimos metros del túnel notó que ya nadie lo seguía y se detuvo. Pudo ver la claridad del cielo sobre él y el sol lo cegó momentáneamente cuando emergió del lugar. Miró con horror sus ropas desgarradas cubiertas con su propia sangre que continuaba manando de las múltiples heridas que tenía en torso, brazos y piernas. A sus espaldas los chirridos, que se hacían menos audibles a cada paso, lo despedían. Decidió continuar caminando por la misma ruta ya que no había más opciones: a su izquierda, una pared de piedra, casi imposible de escalar hasta para el alpinista
61
más experimentado; a su derecha, un barranco del cual no lograba ni apreciar su fondo. Caminó un centenar de metros hasta una curva cerrada. Dobló y se detuvo. Delante de él se erguía un nuevo rostro enorme y en su boca se abría un túnel casi calcado del anterior. Se aproximó con paso cansino. Derrotado, se sentó a pocos metros de la entrada, mirando la enorme abertura negra. Desde la oscuridad los chirridos lo llamaban. Lo esperaban.
FEDE MARONGIU (Buenos Aires, Argentina, 1973). Es licenciado en economía de la Universidad de Buenos Aires. Autor del libro “Asesinos en serie que conmovieron al mundo” (2010). Editor de la revista de música Music Extreme dedicada a todos los géneros de la música extrema. Algunos de sus cuentos fueron publicados en la web y en la Revista Penumbria, entre otras. Formó parte de la antología de Microrrelatos “Noviembre Oscuro”, Artgerust, noviembre 2015. Es autor de los ebooks “Microhistorias 1 y 2. Antologías de microrrelatos”, 2015. Facebook: http://www.facebook.com/fedemarongiu666 Twitter: https://twitter.com/FedeMarongiu666 Blog: http://musicextreme666.blogspot.com .
62
63
E
l tiempo que pasamos en Québec había sido estupendo. Yo acababa de llegar, y si bien la partida desde Argentina la había hecho con algo de bronca, con ese blindaje que proporciona el irse porque lo que se tiene
en el país de uno no cubre las expectativas, al arribar no había podido evitar que la nostalgia invadiera parte de mi ser. Por eso fue una bendición que hubiera hallado tan pronto a Madeleine. La conocí en una milonga de Montreal. Entré ahí una noche en que tenía ganas de codearme con otros compatriotas, y eso que al salir de Ezeiza había jurado que ya no quería saber nada con mis hermanos criollos, pero el crepúsculo de ese día me había hecho cambiar de opinión. Lo que no sabía es que la mitad de los concurrentes serían canadienses francófonos, ni que la belleza de las damas de esa región no tiene nada que envidiarle a la de las rioplatenses. El tango se ha impuesto en el mundo, y en Québec tiene razones de sobra para hacerlo. El clima es en cierto modo, y salvando las distancias, el más parecido al de Buenos Aires dentro de Latinoamérica; y utilizo este vocablo porque considero a la provincia afrancesada un territorio latino y americano, al igual que Haití. Es cierto que en Canadá hace mucho más frío que en las pampas, pero ambos pueblos conocemos de sobra lo que es un invierno y lo que significa ser “europeo” en América; nuestra música ciudadana lleva implícito mucho de ello. Por otra parte, el tango se consagró luego de triunfar en París; así que, para muchos quebequenses, de origen francés y acostumbrados a la sofisticación del jazz, el tango es una música ideal para saciar su sed de latinidad.
64
Cuando uno está en el exterior, bailar el tango con una dama del lugar es asumir una carga extra de responsabilidad, es convertirse en embajador cultural de la Argentina. Además, ellas suelen estar esperando la oportunidad de entrelazarse en la danza con un “pibe” rioplatense. Y si bien al principio las chicas canadienses parecen algo distantes, no les falta voluntad, se interesan por aprender y, ya roto el hielo, se revelan amables. Madeleine respondía a ese patrón; fue una experiencia deliciosa bailar con ella, y una vez que bailamos un bloque completo, nos sentamos a conversar en una mesa; por sugerencia mía, la charla estuvo regada por un buen malbec argentino. Hablamos de tango, de literatura y, claro, de Argentina y Québec. Yo quería saber sobre el festival de poesía de Trois Rivières. Ella se ofreció para acompañarme. Desde entonces, y hasta la semana pasada, no nos separamos más.
Madeleine llegó a Buenos Aires ayer a la mañana, yo había arribado una semana antes, un poco para ir preparando todo para su visita y otro poco para tener tiempo de hablar con mi familia sin la interferencia de una persona para ellos extraña. Eso me dio tiempo de alquilar un departamento en el centro y de readaptarme al ritmo de mi ciudad. El día de ayer lo dedicamos a recorrer las inmediaciones al edificio donde estamos parando, a efectos de que Madeleine comenzara a familiarizarse con el entorno y no dependiera tanto de mí. Luego nos fuimos a dormir, ya que,
65
incluso a ella, el viaje desde Montreal la había dejado agotada, minando su natural tendencia a la aventura; y como estamos en verano, dejamos abierto el ventanal que da al balcón. Algo terrible pasó: al despertar hallé a Madelaine en un estado calamitoso. No respiraba y lucía ensangrentada; de hecho, una parte de mí sabía que estaba muerta. Sin embargo, enceguecido por la negación de no aceptar la cruel realidad, llamé a emergencias con la esperanza de que todo fuera un hecho lastimoso aunque superable. Pero no, los paramédicos no hicieron más que confirmar lo que esa parte de mí ya conocía desde el momento en que la vi a mi lado sin signos vitales, o incluso desde antes. No es fácil aceptar que la chica que amas esté muerta porque un delincuente entró a tu departamento mientras dormías y la mató. Puedes pasar el resto de la vida lamentándote, diciéndote a ti mismo que, siendo éste tu país, deberías haberle advertido que dejar el ventanal abierto podía ser peligroso en estas latitudes. Pero es aún más difícil aceptar que nadie entró al departamento, ni por el ventanal ni por ningún otro lado; que las únicas huellas en la escena del crimen son tuyas; que tienes esa absurda y enferma manía de echar todo a perder cada vez que estás cerca de alcanzar tu propia felicidad.
66
LUCIANO DOTI (Buenos Aires, 1977) ha publicado cuentos, microficciones y poemas en varias revistas como Qu, 27, Penumbria, NM, Insomnia, Tiempos Oscuros y miNatura, y en antologías de Pelos de punta, De los Cuatro Vientos, Dunken, Desde la Gente, Mis Escritos y Ediciones Irreverentes. Obtuvo los premios Kapasulino a la Inspiración 2009 –otorgado por un taller literario-, Sexto Continente de Relato 2011 –por una audición de Radio Exterior de España-, Microrrelato de Miedo 2013 –por un grupo de estudiantes de la Universidad de Navarra- y los segundos premios de microrrelato de Ed. Mis Escritos 2014 y Revista Guka 2015. En la actualidad, selecciona microficciones para Diario NCO de La Matanza, lugar donde reside. Blog: http://lucianodoti.blogspot.com Twitter:@Luciano_Doti
67
68
www.elnarratorio.blogspot.com https://www.facebook.com/el.narratorio/ elnarratorioblog@gmail.com
69