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Ibagué, marzo 15 de 2009

La ciudad sin norte

Héctor Sánchez Por Héctor Sánchez *

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a ciudad, asegura Aristóteles, está ligada al hombre como un preconcepto de su existencia. Él la crea y en ella se expande, pero en su gestación a priori, viaja el ADN de su concreción como ciudadano que, de otro modo, resultaría imposible. La ciudad de hoy fue ayer un campo sembrado de árboles, surcado por ríos, a veces plano, en otro escarpado, frío en ocasiones y también ardiente. Después los vecinos fueron llegando como llegan los venados al pozo en busca de agua y, con parecido instinto, descubrieron que en manada podían organizarse mejor. Decisión acertada, y el pequeño pueblo se multiplicó y, en esas irrumpieron los conquistadores y barrieron con lo que encontraron, incluido lo que había en sus cerebros y así, sobre la nada conocimos la nueva urbe. Lo que se conoce como ciudad colonial. Después los intrusos se marcharon y aparecieron otros pueblos que amontonaron doblones de barro cocido, uno sobre otro y a eso llamaron casa y a la suma de muchas casas denominaron municipio y cuando el municipio se ensanchó, sustituyó su nombre por el de ciudad. Conocimos el asombroso poder del progreso, sus autos, refrigeradores, la música de aguja, la radio, las loterías que convierten a un pobre en rico, los avisos de neón, llegó el tren y se fue y apareció también un chorro complejo de novelerías y desgracias tan lamentables como los políticos, que han existido desde que el diablo es mundo, ligados siempre al género del terror y sin los cuales no podemos vivir. www.elnuevodia.com.co>Léalo.

Con el terror adentro, a partir de 1930, esas ciudades crecieron y se equivocaron al creer que las magnitudes de su desarrollo eran la gran avenida que conducía a su bienestar definitivo. En un proceso sociológico probado, gran parte de la población rural se presentó en la ciudad con lo que llevaba puesto y muchos de ellos escondieron su origen para siempre, ingresando a empujones a recibir su porción de vida civilizada. Se equivocaron y siguieron equivocándose al establecerse en soledad, lejos de los otro y someterse a andar la ciudad como nómadas en un desierto de hierro y cemento. Y mucho peor, se desnaturalizaron, no sólo al borrar de su espacio esencial el bosque, la corriente de agua fresca, la colina del paseo dominical, el lago con sus ánades, la presencia de los petirrojos, canarios y ardillas. Borraron todo eso y de ñapa, volvieron sus espaldas al pueblo que podía recordarles su pasado. Ya éramos ciudadanos de Marte, no de este mundo. Cuando alguno de ellos retornaba al terruño, después de beberse el viento azufrado de la capital y estar en capacidad de estrenar muda de ropa, perdonaba a sus parientes y amigos no tener su suerte y se sentaba a que lo atendieran con la benevolencia de quien accede a compartir su éxito. Mutis, el científico, afirmó: “El lenguaje es producto del hombre, pero sin el lenguaje, el hombre no podría llegar a ser hombre en el sentido estricto”. Bueno, la afirmación inicial es al contrario, el hombre es producto del lenguaje, pero su complemento si es exacto, el lenguaje es lo que dimensiona al hombre. En el mismo tono, podemos agregar aristotélicamente, que cuando el hombre rompe sus nexos con la madre naturaleza, está anulando una radiante forma de ver el mundo. No puedo sustraerme a un viejo pensamiento del ensayista colombiano Danilo Cruz Vélez: “El hombre no deja de ser un cuerpo en comercio con la naturaleza, mediante

los sentidos y los instintos. Ni la ciudad deja de estar incrustada en la misma naturaleza, que es el suelo en que reposa y marco dentro del cual dibuja su figura entre la luz del cielo y la oscura tierra”. La megalópolis es la última etapa en la evolución de la ciudad. Bogotá, Medellín, Cali, ya lo son. Sus pueblos aledaños fueron anexados al vértigo de su crecimiento humano. Crecimiento dramático por la urgencia de sus protagonistas y, aparatoso, por la ausencia de planificación urbanística. Sus poblaciones se masificaron dentro de turbadoras penurias que conducen fatalmente a desarrollar las grandes transgresiones sociales consideradas en los códigos de policía. Y se inició la peor de sus pesadillas: el desempleo. Producto, como ya es tonto decirlo, de nuestras estructuras sociales. La política pública que debía correr a neutralizar esa pandemia, lo que hizo fue añadir a nuestros grandes males, su infertilidad redomada y el maniobre doloso que ha puesto en cautiverio obligado a buena parte de esos dirigentes. El Tolima, este dolor tan nuestro, es una apoteosis. Su clase política se fue casi toda en bloque, como dicen los mexicanos, a la chingada o, más castizamente, a chirona. Pareciera que aquí no pasa nada. Que la cárcel purifica y añade grandeza a sus infractores. “Hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor, ignorante, sabio, choro, generoso, estafador, todo es igual, nada es mejor”, el tango de Enrique Santos Discépolo. ¿Ahora entendemos por qué en el Tolima las cosas van como nos van? El día en que nuestro campeonato del desempleo llegue al veinte, como presagian los índices, nuestra clase política debe renunciar o, por favor, pidan la renuncia a los habitantes de esta culta e incomparable población. En el remolino de los sueños y pesadillas, tiempo atrás soñé a una fila de autos ocupando las calles a lo ancho y largo. Las cornetas apuraban el ruido y la impaciencia de todo el mundo, tratando de abrirse paso. En cada momento los vehículos se apiñaron, hasta que no quedó una luz de espacio adelante ni atrás. Ni un metro se movieron y llegó la noche de hoy que es mi pesadilla de ayer cumplida en sus exactas proporciones. Las grandes ciudades y aún las medianas, están a punto de ser completamente devoradas por la epilepsia rampante de su crecimiento que, en la medida que se explaya desordenadamente, empequeñece al sobreviviente que intenta habitarlas. En ellas apenas caben sus afanosos transeúntes. Los autos no. Pero ni los autos, ni los búfalos, ni la pólvora, ni el oporto, ni los ángeles deben desaparecer. Como tanto se repitió en la primavera del 68: la imaginación al poder. * Escritor


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El ardor de la sangre: evocación juvenil Por Adriana Lorena Cortés Ayala*

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n “El ardor de la sangre”, publicación póstuma de Irene Némirovsky, escritora de origen ucraniano, muerta en el campo de concentración de Auschwitz en 1942, se narra una historia familiar en la que después del fallecimiento de uno de los personajes, se hilan algunos sucesos, que quebrantan la aparente felicidad de éste núcleo. Los hechos se desarrollan en una provincia francesa hacia los años 30s. Silvio, que es narrador en primera persona, participa de encuentros familiares en los que poco a poco se irán descubriendo los secretos más reservados de sus parientes, especialmente los de su prima Héléne. Nèmirovsky caracteriza a Silvio como un hombre maduro que constantemente hace alusión a la juventud para justificar, de alguna manera, la infidelidad, el asesinato por amor, el silencio frente al pasado y el ocultamiento de algunos hechos, que desembocarían problemas legales y conyugales. Desde el título, la lectura de la carátula y las acciones absueltas que se mencionan en la obra, se intuye que la novela responde a una etapa especifica de la vida: la juventud. Así mismo, se alude constantemente a la vejez, como un período en donde los individuos son capaces de reflexionar y de ver en sus actos juveniles y en el de los demás, el fuego extinto de la juventud. Tal vez esta es una de las expresiones en las que la autora enfatiza, ya que la trama de la historia se despliega en la juventud de los personajes. Por medio de recursos literarios, como la analepsis, el narrador, presenta sus secretos más profundos y los de la familia de Hèlène. En palabras del narrador: “…Pero a los veinte años, ¡cómo ardía! ¿Cómo prende en nosotros ese fuego? En unos años, en unos meses, a veces en unas horas, lo devora todo y después se extingue. Después puedes enumerar sus destrozos…Aunque tal vez no debería generalizar: hay gente que es tremendamente sensata a los veinte años. Pero yo prefiero mi locura pasada a toda su sabiduría…” La historia está narrada en forma sencilla. Con un lenguaje coloquial logra crear una atmosfera de intimidad y complicidad donde se manifiesta la sensibilidad de la autora. De la misma manera, en esta novela se reflejan los vicios de la sociedad francesa, en donde aparentemente todo parecía tranquilo, aún cuando los vecinos de la provincia permanecían pendientes de los movimientos de sus vecinos, en este sentido, se crea un rompecabezas en el que saldrán a flote los secretos de la juventud de los personajes. En esta novela también se pone en duda la imagen de la mujer, Mariana. Aquí las bígamas se valen de artimañas para engañar a su pareja y la intriga del adulterio se vuelve el hilo conductor de la narración. La moral y las pasiones de la carne, como lo enuncia la autora, se ven comprometidas en éste relato, ya que François y Héléne, padres de Colette, juzgan el adulterio de Brigitte. Sin embargo, lo que permanece oculto ante los ojos de todos es que ésta joven es la hija de Héléne y de Silvio. Una hija que le recuerda a Héléne,

sus pasiones juveniles y que le permiten, después de un largo tiempo de hipocresía, ser cómplice de la infidelidad de Colette, su otra hija y de las consecuencias que trajo éste comportamiento: la muerte de su esposo Jean, a manos de su amante Marc Ohnet quien, a su vez, es el comprometido de su media hermana Brigitte. Después de todos estos sucesos, Silvio, en su vejez, expresa la nostalgia que siente al ver que su juventud se ha extinguido y que sólo le quedan los recuerdos de un pasado que logran revivirlo cada vez que los evoca. En palabras del narrador: “No se trata solamente de las exigencias de Irene Nemirovsky la carne. No, no es tan simple. La carne se conforma con veinte años se parece a un acceso de fiebre, a un delirio. Cuando poco. Pero el corazón es insaciable; el corazón necesita amar, desesperarse, arder en cualquier fuego…”. Por medio de termina, cuesta recordar otros… El ardor de la sangre, que se los recuerdos se perpetúa la juventud y el deseo, además del re- apaga pronto… Ante aquella llamarada de sueños y deseos, qué conocimiento del tiempo aprovechado y no y de la sinceridad al viejo, qué frio, qué sensato me sentía…” Para terminar, es necesario aclarar que esta novela, a pesar expresar que no hay arrepentimiento de los actos en mención, porque en cierta forma éstos son producto de los impulsos y es- de tener una trama sencilla y de acudir a temáticas como las pecialmente de dos objetos de deseo que no son ajenos a nin- muertes pasionales, presenta una propuesta estética interesante, guno: el amor y la felicidad, que al articularse, tal vez logran una que logra impactar la sensibilidad del lector. El tono, por ejemplo, es una de las formas de las que se vale la autora para lograr una combinación casi indestructible. En esta medida, puede de- atmosfera intimista, además de la sencillez de su escritura. Es cirse que “El ardor de la san- pertinente decir que Irène Nèmirovsky, narra una historia en pocas gre” está cargada de imágenes páginas, con una gran economía del lenguaje y de la estructura, que rememoran una época, en pero con una fuerza narrativa y temática tal, que al lector le resulta la que en la mayoría de los difícil escaparse, porque ¿quién no ha experimentado en algún casos se actúa de acuerdo a momento de su vida, el ardor de la sangre? los impulsos y a las pasiones de la carne, como se ha enunciado anteriormente. El narrador se refiere a lo anterior de la siguiente manera: “… ¡Extraña locura! El amor a los

*Licenciada en Lengua Castellana, UT. alca1508@gmail.com

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Gascoña,

una apuesta a la biodiversidad

Javier Soto / EL NUEVO DÍA

El bosque de la hacienda lleva el nombre de Gonzalo Palomino Ortiz, como reconocimiento al trabajo liderado por el coordinador del grupo ecológico de la Universidad del Tolima. Conscientes de su compromiso ambiental, hace dos años Moniq Tureau y Ricardo Granados tomaron la decisión de defender el bosque seco tropical, uno de los ecosistemas más amenazados y que está en peligro de extinción como consecuencia de la mano destructora del hombre. Desde entonces dedican la mayor parte de su tiempo a la promoción de la biodiversidad en su finca Gascoña, ubicada en la meseta de Ibagué. Para ello y con el apoyo de Gonzalo Palomino Ortiz, coordinador del Observatorio Ambiental de la Universidad del Tolima, han plantado cerca de mil árboles, en su mayoría de especies nativas en extinción traídas casi todas www.elnuevodia.com.co>Léalo.

desde lejanos ecosistemas del bosque seco en estacas y semillas. Además, adoptaron prácticas alternativas para la producción de abono a partir de materia orgánica que sustituyen los fertilizantes químicos y rotar las áreas con el fin de no agotar la tierra. De las 219 hectáreas de la finca Gascoña, 70 están dedicadas al cultivo de arroz; en las otras 70 se siembra uva, sábila, estevia, hortalizas y unos pequeños relictos del bosque seco tropical que lleva el nombre de Gonzalo Palomino. “Todos los finqueros deberían hacer algo para conservar la tierra y no dedicarse simplemente Gonzalo Palomino Ortiz asegura que en el futuro la meseta de Ibagué será a un monocultivo que sólo contribuye a agotar un verdadero pulmón para el país.


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sus componentes. A más biodiversidad hay más posibilidades de que los seres vivos sobrevivamos en el futuro. Por eso, el mensaje que dejamos es que piensen en la conservación del ecosistema”, explica Moniq Tureau. Recientemente, la pareja visitó Chimichagua donde recogió una gran variedad de semillas propias de esa región como ñeca, mindaca y zapote costeño para enriquecer las especies del vivero de la finca Gascoña, que luego serán trasplantadas al bosque húmedo tropical que allí se abre paso. Para Palomino, el proyecto va más allá de un simple jardín botánico. “Está pensado como un centro para el conocimiento, pero además debe convertirse en un modelo tentativo en lo ecológico y en lo económico que sirva de ejemplo para otros finqueros de tal manera que muchas personas adopten este modelo. Ahora estamos en la etapa de recibir colaboraciones e ideas brillantes para lograr un bosque acorde con la dimensión, bondad y saberes del pueblo tolimense para que se convierta en un lugar de sabiduría al servicio del planeta”, señala. Según el coordinador del Observatorio Ambiental no hay tiempo que perder para trabajar en el propósito de salvar especies en peligro, rescatar otras y reintegrar las que se fueron. “Estamos ingresando a una fuerte crisis climática, metidos en una asfixiante globalización y construyendo una depresión del espíritu colectivo. Después será muy difícil contener el holocausto”, agrega. Palomino espera que esta apuesta ambiental de Gascoña sirva de base para que en el futuro la Terraza de Ibagué se convierta en el Jardín Botánico más grande del planeta. “En algunos años este ejemplo no va a ser considerado una utopía sino una necesidad de supervivencia para el hombre”, anota.

Cambio de mentalidad

Moniq Tureau considera que el monocultivo, una práctica muy Estudiantes y docentes de la Universidad del Tolima viven pendientes de la siembra de árboles y el cuiarragaida en gran parte del país, es el principal enemigo de la biodado del bosque. diversidad. Por eso invita a que este modelo se acoja en otras regiones con el fin de darle vida nuevamente al bosque seco tropical. “Aquí demostramos que si se distribuye el terreno se puede dar cabida a varias especies y cultivos que permitan la rotación. Lo más fácil sería dedicar toda el área a sembrar a arroz, pero nuestro objetivo es que esta finca y el bosque se sustenten a sí mismos”, concluye.

El proyecto está orientado a trabajar con el fin de conservar el ecosistema como un ser integral y a la recuperación del bosque seco tropical.

En el vivero de la hacienda Gascoña hay una gran variedad de especies características Los primeros árboles sembrados en el bosque hace un par de años dejan ver la vitalidad que ha ganado esta reserva en tan corto tiempo. del bosque seco tropical provenientes de varias partes del país. www.elnuevodia.com.co>Léalo.


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> POESÍA

LA PALABRA DEL DÍA

Francisco Álvarez Velasco

Carnaval Es el nombre del período de tres a cinco días que, para los católicos, preceden al comienzo de la Cuaresma y, principalmente, el de la fiesta popular que se celebra en tales días, que consiste en bailes de máscaras, disfraces, comparsas y otros regocijos bulliciosos. Algunos antropólogos han dicho que el Carnaval es una fiesta de inversión social, en la que los pobres se sienten ricos y los poderosos trabajan al servicio de los habitantes de los barrios más pobres. De acuerdo con esta tesis, la inversión social funciona como una válvula de escape que alivia tensiones sociales y permite el mantenimiento del statu quo. Esto es particularmente verdadero en el Carnaval de Río de Janeiro, donde no es raro ver un empresario o un diplomático empujando un carro alegórico, desde lo alto del cual un favelado saluda majestuosamente al público, vestido de emperador romano o de dios griego. El origen de la fiesta se remonta por lo menos a las celebraciones orgiásticas del Imperio Romano en honor de Baco y de Saturno, conocidas respectivamente como bacanales y saturnalias, pero aquí nos limitamos al origen de la palabra Carnaval, que se sitúa en la Edad Media en Italia, principalmente en Roma, Venecia, Florencia, Turín y Nápoles. En español, Carnaval aparece ya en el Diccionario de Nebrija, en 1495, en el cual se define «Carnaval o carnes tollendas: carnis priuium» (privación de la carne). En cuanto al origen de la palabra, los autores coinciden en señalar la palabra italiana carnevale, que proviene del antiguo carne levare (quitar la carne) porque después del Carnaval los católicos inician el período de Cuaresma, cuarenta días durante los cuales no se come carne. Confirma este origen el sinónimo español carnestolendas¸ del latín tollere (abandonar). Actualmente ha quedado descartada la seudoetimología fundada en el otro sentido de la palabra levare (confortar, consolar) con base en la cual se había afirmado durante mucho tiempo que carnevale o carne levare significaba ‘confortar al cuerpo para prepararlo para la austeridad de la Cuaresma’.

Poeta español

Los ojos El alma se asoma con sus velos de la muerte. Y los mueve la brisa, que es la vida al otro lado del espejo. Me llamas al encuentro. Amargo es el amor en las ausencias Ahora que este desierto me crece por las manos, dónde tus ojos dónde, tu boca dónde, si trepan los silencios... Y dónde tu rincón de sombra, amor, para buscar el mar, por donde el agua estará sonando y mueve las arenas y muere en las arenas. Allá mi mano llega, amor, y el mundo se me escapa. y queda sólo salobre huella, tacto frío. Entrega Con tu sombra ofrecida a la sed de estos labios que te buscan. No de otro modo, amor. Con tu rincón de fuego. Así, precisamente, con tu rincón de sombra y fuego. Y sorben tus axilas las sombras de la nada.

Fotografías sobre Ibagué del escritor y fotógrafo Jader Rivera Monje www.elnuevodia.com.co>Léalo.


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> EL CUENTO

La decisión de Berenice

Por Antonio Mora Vélez*

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erenice avanzaba rauda en su Mercedes Benz por la autopista del norte. A lado y lado de la vía, las cercas de alambre y sus postes de concreto parecían un pentagrama mudo, de mudez infinita; y a la distancia, los elevados edificios, un vórtice alocado que se le venía encima del mismo modo que las imágenes que se agolpaban en su mente y que le mostraban el espectáculo grotesco de su marido entregado a los placeres de la sodomía en el chalet familiar de playa Larga. Esa mañana de marzo el sol radiaba inclemente sobre el valle de Las Hamacas y el bochorno obligaba al recogimiento debajo de los chiminangos o dentro de las casas de palma. La autopista estaba casi desierta y su calzada de asfalto parecía derretirse y brillaba como una pelota de marfil negro expuesta a la luz de una lámpara. A su paso por el monumento de los pescadores, Berenice era un turbión de ideas confusas y contradictorias, y una decisión de no vida que le ganaba terreno al instinto de conservación. La brisa del Caribe se le metía por las ventanillas deflectoras de su lujoso coche, y se me ocurre ahora, después de tantos años, imaginarla como la actriz de Hollywood que, en una escena de fuga por las carreteras de Long Beach, encontró la muerte en su larga pañoleta flameante y después enrollada por una de las llantas traseras del automóvil. En el retén de Barlovento detuvo el auto apenas para pagar el peaje y para mirar en su “Mido” de pulsera las once y treinta del día. Luego reanudó la marcha a gran velocidad, sin escuchar los gritos de los empleados de la oficina vial, como si quisiera devorar en segundos los kilómetros que aún le faltaban. —¡Esa loca de porra se va a matar! —dijo uno de los agentes de la policía vial al verla perderse como un bólido en la curva llamada del diablo. Entrando a la ciudad, Berenice miró fugazmente hacia la capilla del barrio en el que residió con sus padres y recordó las escenas de su boda, el mágico momento de los anillos, los acordes hermosos del grupo vocal “Opus cuatro”; las voces de quienes le desearon dicha eterna al lado de Samuel, quien era el galán más deseado por las casaderas del Club Campestre; y recordó también, no

pudo evitarlo, toda la parafernalia ceremonial de ese episodio que ella creyó compendiaba toda la felicidad posible de guardar en el corazón de una mujer bonita. Berenice de Ruiz veía pasar los restaurantes y discotecas de la llamada zona rosa, con los ojos empañados por las lágrimas. Su pensamiento divorciado de la percepción de la vía, viajaba por el tiempo. Vivió entonces las escenas de su luna de miel en Cancún, los momentos del nacimiento de sus hijos y de sus fiestas de Navidad y de cumpleaños, escenas que llegaban y se desvanecían como pompas de jabón en su conciencia perturbada por la desilusión; y no pudo evitar el recuerdo de la asqueante situación de hacía apenas unos minutos en la playa. Para la comunidad de Barlovento que la admiraba y que no olvidaba sus éxitos como reina de los carnavales, nada malo ocurría o podía ocurrir en su hogar. Las hijas de los hombres ricos y de bien son como princesas y las princesas siempre son felices en el celuloide, pensaban. Sólo ella sabía que ese pensamiento era ilusorio. Solo ella sabía la tenebrosa verdad que había desbaratado su castillo de ilusiones y de la cual empezó a sospechar desde el día en que el cuidandero de la casa de Playa Larga le comunicó, avergonzado, que había encontrado borrachos y desnudos en su cama a su marido y a un tal Roberto que lo frecuentaba los fines de semana. No obstante esa revelación, le dejó un espacio al recurso de la duda. “No puede ser cierto. A lo mejor tuvieron una orgía con putas y éstas los dejaron en ese estado”, se decía; y repasaba mentalmente los coitos plenos que había tenido con su marido y las miradas de envidia de sus amigas cada vez que él la llevaba del brazo a las fiestas del club. Ignoraba —de lo cual se arrepentiría— que la infancia de Samuel había sido de bucles, de vestidos de niña y de muñecas rubias, en un ambiente de tías solteronas que se disputaban el privilegio de maquillarle como mujer su rostro apolíneo porque, según ellas, un rostro tan divino como ese no podía pertenecer a un hombre. Todo lo vio nítido y cruel esa mañana en la playa frente a su marido y su rival, cuando ya nada se podía hacer para desandar el trayecto. Berenice se sintió empequeñecida hasta el límite de lo moralmente visible y se abandonó al llanto mientras su auto abría un surco de aguas espumantes al cruzar un

empozamiento de la avenida y un camión de mudanzas asomaba su capó por la calle 83. ¿Por qué? ¿Por qué? —repetía Berenice al tiempo que recordaba las cumbiambas de los carnavales de su reinado y la carroza del desfile que era una réplica del castillo de San Felipe de Barajas, y el baile de coronación con toda su fantasía de máscaras y lentejuelas y el ritmo costeño de Lucho Bermúdez. A cien metros de todo ese repaso del filme de una vida, el camión de mudanzas viraba despacio hacia su derecha pero ella no aminoró la velocidad. Movió entonces el carrete hacia adelante y escuchó la frase de lava de su marido confesándole su condición de gay y lo que es peor, su contagio de Sida, y pensó que el destino le ponía en el camino ese camión de diez ruedas para evitarle la vergüenza de vivir el resto de lo poco que seguramente le quedaba de vida, al lado de un hombre enfermo que la desmerecía, y convertida en objeto de lástima para todos aquéllos que antes la admiraron por su belleza. Berenice no pisó el freno ni realizó maniobra alguna

para evitar la colisión. Dicen quienes presenciaron el accidente que los cabellos de la ex reina del carnaval eran como festones al viento y que todo su cuerpo estaba tensionado hacia atrás, la mirada fija en el camión de “Trasteos Ltda.” y las manos apretadas al volante, en el instante en que el “Mercedes” se incrustó debajo del furgón con una fuerza tal que parecía como si lo hubiera estado deseando todo el tiempo. Berenice murió en el acto, con el timón hundido en su tórax y una extraña mueca de resignación en su rostro. Samuel Ruiz murió ocho años después. Los hijos del matrimonio estudiaron en una universidad europea y aún no alcanzan a explicarse las razones que hubiera podido tener el Ser Supremo para hacerlos víctima de tanta fatalidad. De Roberto no se ha vuelto a saber. La última vez que se supo de él se disponía a regresar a los Estados Unidos para encarar, entre los suyos, la cita que había concertado con la muerte. *Escritor colombiano www.elnuevodia.com.co>Léalo.


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Por Martha Revuelta Morales*

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Lo cuántico

uién podría negar que lleva consigo, en su discurrir por la vida, el enigma de lo que no sucedió, que también forma parte de su existencia, paralelamente a lo sí ocurrido. En invierno de 1987, el destacado semiólogo Yuri Lotman y Umberto Eco conversaron al respecto, diciendo éste ultimo que si la persona que inventó el molino de viento no hubiera nacido, otra persona lo habría inventado. Si Einstein no hubiese nacido, alguien habría inventado una fórmula de la relatividad muy parecida a la suya. Lotman sugería observar los fenómenos que han ocurrido, considerando una gran cantidad de posibilidades que podían darse, pero que, en realidad, no se han dado. La historia —decía— es historia de lo que ha ocurrido en el ámbito de un espectro de posibilidades que podían acontecer, que se hallaban incluso a punto de acontecer, pero que no se han dado. Decidir es descartar y este hecho suele resultar doloroso, porque supone dejar de disfrutar o descubrir lo que contenía un camino alternativo. ¿Qué aventura nos hemos perdido?, ¿qué habría pasado si en lugar de esto hubiera hecho lo otro? Fernando Trías de Bes explicaba, en un trabajo publicado en la revista El País Semanal, que el ser humano suele experimentar el acto de descartar como una pérdida; así, aquel joven que debe escoger la carrera universitaria a cursar. Es una de las decisiones más determinantes de la vida, y debe tomarse a tierna edad. Antes de formalizar la matrícula correspondiente, esa persona tiene delante un enorme abanico de profesiones. Mientras no tome la decisión, es todas esas profesiones porque puede escogerlas. ¡Qué inmenso poder! Pero cuando se decida —agrega Trías de Bes— se reducirá la posibilidad a una, y un haz de senderos que se abrían en la encrucijada se borrará en un instante. Cuando pasen los años, y esa persona cumpla 30 o 40, se preguntará: “¿Qué habría pasado si hubiera escogido medicina en lugar de biología?”, ¿qué habría sido de mi vida?”. ¿Te has preguntado lo que habría sucedido si en lugar de quedarte a residir en esa ciudad, hubieses aceptado aquella oferta de empleo en aquella población lejana; si en lugar de casarte con esa pareja, hubiera sido con otra?; una incógnita lleva a otra: ¿y entonces, tendrías esos mismos hijos?, ¿dónde estarías —o estarías— si tus padres no se hubieran conocido?; ¿qué soy entonces?, ¿un azar?

Varias obras con relación a este tema se han creado; así El Día de la Marmota, donde para el meteorólogo Phil (Bill Murray) cada mañana es 2 de febrero, repitiéndose los acontecimientos, y distinto su actuar respecto a ellos. O Corre, Lola, corre, película alemana dirigida por Tom Tykwer, en la cual la misma historia se relata en tres ocasiones, pero con consecuencias diferentes en función del tiempo. Un juego causa-efecto en el que un solo segundo de retraso puede provocar situaciones completamente diferentes y determinar el desarrollo argumental de la película... de la vida. ¿Y si hubieran ganado los países del eje la Segunda

Guerra Mundial, López Obrador fuera presidente, López Orduña gobernador y John McCain presidente de los Estados Unidos? ¿Si no hubieran matado a John F. Kennedy o a Colosio?, ¿si Benito Juárez hubiese escogido ser arqueólogo?, ¿si Octavio Paz, Saramago y Cortázar no hubieran nacido?, ¿si no se hubiera inventado la bomba atómica o la plancha? Podemos entrever, hasta aquí, que estamos haciendo referencia a la teoría de los universos múltiples, consistente en que existen varios universos, paralelos, en cada segundo. Estos universos pueden ser infinitos; lo que permitiría que viviésemos nuestras vidas con todas las ramificaciones posibles, en función de lo que en cada segundo estemos decidiendo. Los universos paralelos conforman uno de los enigmas que más controversias han suscitado. Es un tema que ha sido tratado por la ciencia ficción y que ha impulsado a sabios, filósofos y hombres de ciencia, a indagar sobre las más diversas teorías e hipótesis al respecto. Así vivimos los humanos, atados a los sucesos, paradójicamente inexistentes, que no nos atrevimos a experimentar. Quizá por ello, en algunas ocasiones, al igual que el protagonista de Estado Crepuscular, de Javier Negrete, digamos: “en aquel momento de indecisión cuántica, el universo se desdobló, y como siempre, me quedé en el lado en que no debía. (...). Me queda el consuelo de que en algún universo alternativo, (mi) otro —yo— hizo lo que tenía que hacer”. Vivir es constantemente decidir lo que vamos a ser, decía Ortega y Gasset, y ello es dramático, pues por experiencia se sabe que unas elecciones impiden otras posteriores u obligan a otras nuevas. Esto en lugar de aminorar, aumenta la responsabilidad porque en cada momento, por decirlo así, se decide lo que se es y lo que se va a ser. En cualquier caso, ésa es la grandeza y también la miseria de la libertad de elección, como rasgo inherente a la condición humana. Sea como sea, el hecho de que exista en alguna dimensión cuántica un universo paralelo en el que tú seas lo que en el fondo quisiste ser, no deja de ser un buen motivo para aderezar, aunque en la posibilidad, la certeza de que nuestro tiempo —y más radicalmente, este momento— es el centro dinámico del universo. *Letralia, Tierra de letras.

DIRECTOR: Antonio Melo Salazar JEFE DE REDACCIÓN: Martha Myriam Páez Morales PERIODISTA: Javier Soto COORDINADOR: Benhúr Sánchez Suárez, Redacción cultural EL NUEVO DÍA, DIRECTOR GRÁFICO: Ernesto Lombana, ASISTENTE: Ingrith Johanna Buitrago. FOTOGRAFÍA: Fotografías sobre Ibagué del escritor y fotógrafo Jader Rivera Monje, Jorge Cuéllar,Carrera 6 No. 12-09 Tels. 2770050 - 2610966 Ibagué - Tolima - Colombia Apartado Aéreo 5476908-K www.elnuevodia.com.co Todos los derechos reservados. Prohibida la reproducción total o parcial sin autorización expresa del Grupo Editorial Aguasclaras S.A.. ISSN: 021545-8. www.elnuevodia.com.co>Léalo.


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