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DOMINGO 20 DE AGOSTO DE 2017 - IBAGUÉ
FACETAS
Los panes
Alucinando
por ella
Despac Desp acio io, co cogí gí la bo bols lsa a de encima ci ma de la nev ever era. Mam amá, á, que repo re posa aba en la hab bit itac ació ión, n, alcanz nzó a oí oírr al algo go porrqu que e me llamó par ara a ve verr de dón nde yo co conntesttab a a. Me pilló, ó pen e sé sé. Pe Pero r o una oí a voz o desde de mi cu cua arto o que e respon ondía po or mí m . Ma M má á se e ex excusó ó con una a fra r se ton onta ta. Dej ejé é la bolsa s en su lug ugar ar,, y corríí de puntilla l s hacia a mi cua u rto. No o había nadie. e Era r mi vo oz, me dije, bu bueno, al me m no n s me salvó vó. Lueg ego es e cuché en e la co oci c na el ruid ru ido o de e una a bolsa sa contr tra a el piso pi so y a mam amá á co corr rrie iend ndo o ha haci cia a allá á, mi mien entr tras as gri rita taba ba:: Yo te e ad ad-vertí que e si te vo volv lvía íass a co come er loss pa lo pane ness te cas asti tiga gaba b . Ilustración de Puuung
Hace unos días, viví una experiencia maravillosa. Recuerdo que yo estaba en casa. Era viernes y la mañana era soleada. Auguraba el clima, plena felicidad. Por costumbre propia, miraba la revista Imagina, recostado en el sillón de la sala. Allí relajado, repasaba las hojas con curiosidad. Apreciaba unas figuras entre colores y visaba diversos poemas. Cuando para mi sorpresa, descubrí el dibujo de una doncella celestial. Ella sobresalía blanca en el lienzo, bella con sus alas, encrespando los vientos luminosos. Yo, claro, quedé cautivadosegún como la admiré, prendía las ilusiones fieles, me deslumbró su belleza angelical. En cuanto recuperé la lucidez, dejé la revista sobre la mesa de porcelana. Fui calmado de a poco las percepciones sensoriales. Luego me erguí del sillón, caminé despacio hacia elventanal y una vez descorrí la cortina, me asomé a las afueras para refrescarme con la brisa. De más, me envolví con la mañana anaranjada. Y pacífico, me puse a contemplar el parque que hay al frente de mi hogar. Cuando sorpresa, volví a ver a la doncella del dibujo, reaparecía allá entre la floresta frondosa. Ella se mecía en el columpio, que cuelga de los almendros. Ágil, movía su cuerpo de fémina, para atrás y para delante, yendo cada vez más ha-
cia las alturas. Mientras, flores llovían de los árboles al paisaje. Toda esta magnificencia, fue para mí presenciar la cálida primavera. Y la hermosa, lucía encantadora, su piel rosa vibraba con regocijo. En reboso, ella sonreía al cielo despejado. Desde la sala de artes, yo la distinguí en vida, la detallé por la inspiración de su cara. Como una guardiana, poseía los ojos del azul fuego y su cabellera se ondeaba oscura. Asombré además sus cejas intensas y sus dientes de plata. En espiritualidad, ella parecía haber provenido de un planeta fabuloso. Entre los instantes, jugaba a romper la gravedad. Y yo por querencia, salí al encuentro de esta damisela. Muy animado, salteé el ventanal, me impulsé hacia allá, progresando a pasos presurosos, surqué unos prados y al fin, me acerqué a su alma flamante. Más creí en su amor al ver como unas libélulas la rodeaban a ella; la vigorizaban, la protegían por ser Adrastea. En tanto, por la emoción, yo me subí al otro columpio y comencé a balancearme para palparla con las manos y solo tras varios intentos, alcancé a rozar sus pechos, sus mejillas y sus labios. Al mismo tiempo, Adrastea volteó su mirada y regó su luz en mis ojos, ahí vivencié la eternidad. Después; ella se fue yendo de este mundo, voló hacia el universo y se fue como un espejismo y a mí, aquí me dejó en el parque, fascinado para siempre. p p Rusvelt Nivia Castellanos Cuentista ibaguereño
Ilustración de Inio Asano
La caverna Hace poco descubrí una figura en el centro de mi mano. Se la mostré a mamá y me puso a tomar agua de paico, porque eso era, según ella, un rebote de lombrices. Poco satisfecho con la purga, recurrí a tía Gloria, más interesada que mamá por las cosas extrañas. Tía Gloria me miró detenidamente la mano y afirmó, convincente, que esa forma oscura era la de una cueva. Se entristeció por mí y, casi llorando, señaló que yo tendría un vacío difícil de llenar. Asustado con el augurio me puso a pensar, acostado de noche en la cama, en los significados de ese vacío. Concluí que si no llegaba a tener dinero, no me importaría mucho, al fin y al cabo en esta casa nunca lo ha habido, y como decía la abuela: es mejor no tener que tener y quedar sin nada. Si tal vez fuese un puesto de trabajo con poder el que jamás fuese mío, lo sabría
sobrellevar. Se puede vivir como cartero, constructor, qué sé yo. Pero acerté en algo. Por la cara que puso tía Gloria, supe que con ese vacío se refería al amor, aunque no me lo dijo. Y ¡ah, no! Eso sí que no lo iba a soportar. Desde ese día me he entregado a la tarea de enviar mensajes de amor a todas las niñas que me gustan en el colegio. Y parece que la mancha de mi mano no tiene nada que ver con un vacío amoroso. Tal vez tía Gloria se equivocó. He besado a muchas niñas en el colegio. Permiten que mis manos las recorran locamente. En los descansos me pierdo con ellas detrás de los arbustos. Y lo mejor de todo: no extraño a ninguna. Daniel Mauricio Montoya Álvarez Profesor de la Universidad de Ibagué e integrante del taller Relata-Liberatura. Ilustración de Inio Asano