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DOMINGO 27 DE AGOSTO DE 2017 - IBAGUÉ
FACETAS Una lectura a la narrativa de Ricardo Pérez
De la irrealidad
que nuestras escenas no se podrán repetir después de que llegue la muerte y grite sin contemplaciones: ¡Corten!
de la rutina
CARLOS A. GAMBOA BOBADILLA DOCENTE IDEAD - UNIVERSIDAD DEL TOLIMA
En el texto que cierra el libro titulado ‘Cuentos de los extremos’ se leen los siguientes versos: Los vidrios, el ladrillo, el cemento, el plástico se reparten el mundo. En la esquina hay escrita una historia. (Pérez, 2017, p. 32) Se me antoja que en esas tres líneas se resumen el hilo conductor de esta propuesta que nos presenta Ricardo Pérez, un libro de relatos que dan cuenta de un tiempo consumido por la cotidianidad, en el que los personajes, extraídos de la fábrica humana del mundo real, se entrecruzan con la irrealidad. Este mundo no es ajeno a nuestra mirada, es más bien un reflejo a manera de espejo urbano que bifurca los días enmarcados por la soledad o la multitud, qué más da, en ese mundo soledad y multitud parecen ser sinónimos. Terry Eagleton, en su laborioso libro ‘Cómo leer literatura’, hablando específicamente de los personajes literarios, nos recuerda que “lo artístico, por consiguiente, está muy cerca de lo ético. Ojalá pudiéramos percibir el mundo desde el punto de vista de otra persona, porque de ese modo comprenderíamos mejor cómo y por qué actúa como lo hace” (2016, p. 90); es decir, que el escritor lo que busca delineando personajes, es tratar de ubicar una mirada distinta para los problemas reales que agobian su tiempo. Quizá por ese motivo, se siente una irrealidad cruzando los personajes de ‘Cuentos extremos’, como el asesino reflexivo capaz de entender que la justicia y la condición social son amanuenses del crimen y por eso concluye que “(…) en el
sur pude matar tranquilamente a todas las que quise, porque sin plata no cuentas igual para la sociedad”. (Pérez, 2017, p. 27); o ese otro futbolista fracasado que termina en la cárcel y que puede entender su destino al margen de la sociedad y exclamar: “En este patio en el que somos los apartados, estamos como en una escuela, acá uno puede elegir perfeccionarse en el crimen o en otras cosas.” (2017, p. 25). Esas secuencias narrativas que propone el autor hacen que, como lectores, entremezclemos ficción y realidad; así pasa en el cuento titulado ‘No fumar’, en el que un espectador, que está en el cine, sale del teatro pero se siente perseguido por la trama de la película; o en ‘Drink Hollywood’, en la que la película que se rueda es, al parecer, la vida misma de la protagonista cuyo guion no es más que el reflejo de su miserable existencia: “En aquel día se sentía especialmente agobiada por la vida de farsa que había llevado desde hacía seis años, cuando había empezado a actuar en películas.” (2017, p. 11). Así entonces, el tiempo, la irrealidad, lo cotidiano que agobia y se torna inexplicable o simplemente se acepta como parte de la existencia, moldea los relatos y construye los personajes. Todo el libro es, en mi opinión, un guion sobre una mirada al presente que se interconecta, inexplicablemente, con lo fantástico, como debe hacerlo la escritura literaria. Solo
El cuento -Está muerto, ¿verdad, Padre? -No sé. Parece que aún tiene pulso. El padre Aurelio se acercó un poco más al cuerpo inerte que habían recuperado de la corriente del río y puso su oído en el pecho de aquel. La lividez de la piel denunciaba la cercanía de la muerte y, sin perder más tiempo, aplicó los auxilios básicos sobre el hombre, alternando masajes cardiacos con respiración boca a boca; hasta que, en un eructo de agua y babaza, el pescador recuperó la vida, pero siguió estirado sobre el lanchón sin recobrar la conciencia, arrullado por los sonidos del motor.
El Mohán Hugo Fernando Bahamón Gómez, escritor ibaguereño
-Padre, este es Cardozo, que vive y echa el anzuelo por los lados de la Caimanera; y esto le pasó por no hacerle caso al Viejo-, dijo Toño, mientras con una toalla limpiaba la cara del sobreviviente. -¿Cuál Viejo? -Pues el Mohán, Padre; el Mohán... -¿Quién es ese? ¿Algún enemigo tiene? -No Padre, es el Mohán. ¿Sí ve esas marcas como de garras en los brazos?... Y ahí también, en las pantorrilas. Eso fue obra suya. Estoy seguro. -No sé de qué me está hablando, Toño. Explíquese... -Ay, Padre, cómo se nota que usted no es de por aquí. El Mohán es el dueño de estos ríos y vigila que los pescadores no dañemos sus riveras. También nos dice dónde y cuándo podemos pescar y cuándo no. A cambio, los 28 de cada mes, le dejamos tabacos y sal para que no nos haga daño y nos vaya bien en la pesca. A veces se nos roba las muchachas que están en la edad y luego aparecen preñadas. Anoche no podíamos salir de pesca y por lo visto Cardozo no hizo caso. ¿Si ve? Esto le pasa a los desobedientes. Apenas están a mitad del río, les hunde la canoa o la barca con sus manazas y luego se le oye carcajear encima de las piedras. A mi tío Fidel una noche casi lo ahoga por lo mismo... -Pero cómo es posible que todavía crean en esas supersticiones. Nada de eso puede ser cierto. -Padre, esto no es cuestión de creer o no creer. Es cuestión de nuestro diario vivir. -Mire, Toño: si eso que está diciendo fuera verdad, también tendría que hundirnos a nosotros, porque todavía es de madrugada y además le salvamos la vida a este pescados desobediente. ¿No cree? -Ay, Padre, no diga eso... En ese momento el sonido del motor enmudeció. El lanchón primero se detuvo a la mitad del cauce para quedar luego a merced de la corriente. El maderamen de la embarcación comenzó a crujir con fuerza y el agua empezó a filtrarse rápidamente, mientras, asombrados, los dos hombres sintieron que unas manos gigantescas se aferraban a sus pies y unas uñas laceraban sus piernas, antes de ser arrastrados sin demora a las profundidades del río.
Ilustración de Magnozz