IBAGUÉ, JULIO 10 DE 2011
FA CE
TAS CULTURA AL DÍA Poetas-sombras:
Emilio Rico, Javier Huérfano y Germán Arango Jorge Eliécer Pardo
Gildardo Rengifo expone:
Regresan sus “Memorias” al óleo
Hernán Camilo Yepes Vásquez Edilberto Calderón:
Un auténtico maestro
Benhur Sánchez Suárez
FACETAS
IBAGUÉ, JULIO 10 DE 2011
Poetas-sombras: Emilio Rico, Javier Huérfano y Germán Arango
Germán Arango (Q.E.P.D.) Por Jorge Eliécer Pardo*
Es verdad: Colombia es un país de poetas, o mejor, de hacedores de versos o, más certero, versificadores. Sólo hay que tener un poco de sensibilidad para escribir un poema, con la libertad que el lenguaje y el mismo sentimiento dan al poeta. Los he visto durante estos
Mondongo Voz de origen africano, se refiere a los intestinos de las reses, según el Diccionario de la Academia. Sin embargo, en la región del Río de la Plata se emplea principalmente para designar una pieza de carnicería obtenida del estómago de la res y también a un guiso que
años en salas, cocteles, cafés, universidades, parques y calles. Los he admirado no sólo por su capacidad para desentrañar lo más profundo del ser humano, sino porque se atreven a publicar sus desdoblamientos. En algunos, los poemas se vuelven verdaderos, o lo son; en otros, es el armazón de palabras que
sumadas pretenden un poema. Esto quiere decir que Colombia no es un país de poetas, sino de simuladores de poetas o, por qué no, de fraseología insustancial. Pero no es que un poema surja de la nada o que un poeta se haga construyendo esa pirámide temática o adjetivada. He llegado a la conclusión de que hay hombres poetas de verdad que muchas veces no escriben versos. O que escriben sin la pretensión de la publicidad. El poeta, a mi parecer, tiene un aura especial. No de santidad, sí de terrenal y demiurgo. No es una pose, sino una manera secreta de ver el mundo, o mejor, de internarse en él, o eternizarse en él. Tres son los poetas a los que he visto la luminosidad de sus entornos. No de luz, sino la veracidad en sus voces, la limpieza de las miradas, lo sosegado de las respiraciones. No son eruditos, pero tienen la sabiduría elemental de los sentimientos humanos no traicionados. He pretendido ser espía de los artistas. Me he equivocado. Pero debo reconocer que aprendí de tres hombres-poetas o, mejor, de tres poetassombras el verdadero sentir de la poesía: Emilio Rico, Javier Huérfano y Germán Arango. Los tres están muertos. Los
tres son desconocidos, los tres no son olvidados. En un país donde los poetas, o los que creen serlo, se vuelven una cofradía, una secta, una logia, donde tú hablas de mí, yo hablo de ti, todos hablamos de todos y todos ignoramos a los demás, los poetas-sombras viven, sin darse cuenta para la literatura, para la palabra y la poética. En distintos tiempos y épocas ha ocurrido el carrusel. Las modas han mandado al ostracismo a muchos de esos poetas-sombra a los que les llegó la magia de la sensibilidad, pero no la de la publicidad y menos la de formar parte de grupos con poder. Eso les pasó a mis tres poetas muertos e inéditos. Mis poetas-sombra sopor-
taron la discriminación de los poetas de salón. Germán Arango, quien creció haciendo sus versos y divulgándolos con decoro en ediciones pequeñas, no pudo ser aceptado en su propio pueblo por no ser de los afectos de los poetas de salón o los aprendices de poetas rodeados de otros, universales y cosmopolitas. Yo quisiera pensar en César Vallejo, para que anime mi corazón lleno de pena por los poetas ausentes y su olvido. Mi generación ha llegado a la línea de los adioses de quienes crecieron a nuestro lado. Mientras tanto, muchos siguen dilapidando los exiguos presupuestos divulgando a los poetas de salón, mientras Huérfano, Arango y Rico se apropian de la memoria de quienes no tienen afamadas publicaciones, sino el discreto silencio que exige la verdadera literatura. *Escritor colombiano
Palabra del día se prepara con ella, equivalente a lo que en España se llama callos. La palabra se registra en castellano por lo menos desde 1581, cuando Mateo Alemán publicó su novela Guzmán de Alfarache en la que aparece este texto:
Y desta manera se habían de continuar cincuenta y cuatro ollas al mes, porque teníamos el sábado mondongo. Si es tiempo de fruta, cuatro cerezas o guindas, dos o tres ciruelas o albarcoques, media libra o una de higos [...]. Aunque algunos africanistas brasileños también propo-
nen un origen africano del término, el hecho de que surgiera tan tempranamente en España torna esa hipótesis poco verosímil, ya que el tráfico de esclavos aún no había alcanzado su apogeo en la América española, y es muy difícil que escritores españoles emplea-
ran vocablos africanos en esa época. Corominas sugiere que mondongo se derivó de bandullo ‘vientre o conjunto de las tripas de los animales’, que a su vez proviene del árabe batn ‘intestinos’ y ‘carne del vientre de un animal’.
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Por Norma Segades–Manias*
Existen personas excepcionalmente privilegiadas, que llegan a la vida signadas por la providencia. Y por ello deben dar gracias. Yo soy una de ellas. Nací en la maternidad de un hospital público, de madre soltera, en el seno de una familia de escasos recursos. En mi adolescencia alquilábamos una vivienda con techo de paja, con paredes de adobe, madera y lata, con goteras y patio de tierra. Nos vestíamos con ropas heredadas y asistíamos becadas a colegios privados. A cambio de todo eso, me fue concedido el privilegio de la lectura. En aquellos tiempos de mi infancia, no se obsequiaban libros en las canchas de fútbol, había que ganarlos compitiendo en certámenes intra y extraescolares de lectura, ortografía o redacción. Así aprendíamos acerca del auténtico valor del idioma y de esos volúmenes escritos por grandes maestros de la literatura universal que ya comenzaban a integrar nuestro propio legado cultural, nuestra textoteca personal. Un título repetido en esas incipientes bibliotecas era Corazón, de Edmundo D´Amicis. Indudablemente seleccionado por los organi zadores con la finalidad de fortalecer el desarrollo de virtudes morales similares a las que, por aquel entonces, transmitía la familia. Y los libros amarillos con tapa dura de la clásica colección Robin Hood acercándonos a Mark Twain, Harold Foster, Louise May Alcott, Fenimore Cooper, Julio Verne, Ridder Haggard, Jack London, Lucio Mansilla, Charles Dickens, Lewis Carroll, Stevenson y Salgari. Martina, mi bisabuela, solía sentarse en los atardeceres bajo la protección lilazul de las glicinas y, mientras dejaba secar su larga cabellera entrecana, me pedía que le leyera las páginas
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La riqueza interior del diario, algunos poemas o antiguas cartas familiares que atesoraba en una ajada caja de zapatos. Así me fue revelado, sin lema publicitario alguno, que la prohibición del alfabeto tiene un significado altamente esclavizante y que, a través de la lectura comenzamos a conquistar la libertad más genuina, la libertad del pensamiento. Ninguno de mis padres o maestros se detuvo a hacerme objeto de interminables e insistentes retóricas destacando los beneficios que aporta la lectura a la ilustración esclarecida de los pueblos. Alcanzaba con mirar a mi madre en la cocina leyendo a los Dumas, las hermanas Bronté, Flaubert, Conan Doyle, Poe, Víctor Hugo, Oscar Wilde o Julio Verne antes de comenzar su jornada de rutinas cotidianas. Bastaba con observar a mi padre compartiendo con nosotras poemas de Pedro B. Palacios, Belisario Roldán, Federico García Lorca, Homero, José Hernández, mientras aguardaba a que la cena estuviera servida. Así entendí que la lectura no solamente instruye, sino que ayuda a crear hábitos de reflexión, favorece el siempre necesario esparcimiento y contribuye a la felicidad. Así, con la lectura como único salvoconducto, burlamos estadísticas que reservaban el conocimiento para determinadas jerarquías sociales. Así cruzamos páginas memorables, frecuentamos las costumbres, el pensamiento, la historia y la geografía de regiones que quizá ya nunca visitaremos, pero cuyo recuerdo se mantiene tan real dentro del alma que, en ocasiones, hasta dudamos del verdadero alcance de nuestra memoria.
Norma Segades–Manias
*Escritora argentina. Directora de la Gaceta Literaria Virtual.
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Gildardo Rengifo y sus Memorias
Viajes, añoranzas y paisajes al óleo
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Recorrido por el mundo
Su gira de exposiciones inició hacia los años 70, en un almacén de Espinal.
Entre muchos sitios, la obra de Rengifo ha recorrido escenarios como Bogotá, entre 1979 y 1999, en las galerías Vilón, Precolombinas San Diego, Carrión Vivar, El Callejón, Las Navas, Géminis y Centro de Convenciones Andrés Bello. Fue seleccionado para la exhibición de los 500 años de América; su trabajo obtuvo, también, reconocimiento por la Unicef en New York, para ser reproducido en tarjetas en 1997 y 1998, y en Ginebra, Suiza, para el mismo fin, pero en 2009 y 2010. Se destacan también sus exposiciones en el Consulado Colombiano en Nueva York en 2000 y 2005; el Centro Cultural de las Naciones Unidas en Manhattan, en 2000; Artexpo Nueva York, en 2004, y su Mención de Honor en la Exhibición de Arte Mes de la Hispanidad Nueva Jersey, en 2006, entre muchas más vitrinas culturales.
La chiva de Navidad
Hasta el próximo 29 de julio estarán expuestas las “Memorias” de Gildardo Rengifo, en el pasillo del primer piso del Palacio de Justicia.
La fotografía
La Correlona
Baile del chichamaya
Entre grandes y pequeñas obras transcurren los 30 recuerdos, memorias y vivencias que, en representación de sitios cotidianos donde ha corrido la trayectoria de su vida, inmortaliza este artista, natural de Alvarado, Tolima, en una exposición que recopila igual número de pinturas. “Memorias” es integrada por paisajes y rostros que ya han sido exhibidos en importantes galerías de nuestro país, así como también en EE.UU. y Europa y que dejan ver su gran afición por
la pintura y el dibujo, en una obra que ha madurado desde los años 70, época en que aprendió del maestro Marco Téllez, mientras habitaba en Norteamérica. De esta manera inició y aún ocupa sus días y horas una obra prolífica, en que plasma tradicionales días de mercado, toldos de venta de comidas típicas, paseos en chiva, celebraciones religiosas y fachadas de iglesias complementadas con diminutas figuras humanas y de animales. Son representaciones a las
que no falta un detalle y una definición del color, aspectos que, sin duda, determinan que cada ejemplar de su repertorio del maestro Rengifo viene acompañado de una experiencia y, a su vez, de una enseñanza particular, lo que la hace verse real. Sin embargo, no hay una obra que le marque más su vida como la denominada “Corraleja”, de la que confesó sentirse muy identificado, ya que representa la corraleja de San Roque, fiesta patronal de Alvarado. “La bauticé así, pero la viví en el Espi-
nal, como toda mi infancia. Siempre en toda exposición hay una corraleja”. “Matrimonio de Macondo” es otra de las pinturas que los observadores podrán apreciar con una visión especial: es la obra de mayor tamaño que instala en este corredor artístico; quizá por sus medidas y quizá, también, por su recorrido, pues fue elaborada en 1995 y ha sido expuesta en Italia y Francia. De su obra, la curadora Mariana Maldonado destaca cómo la “paleta de Gildardo Rengifo” se plasma con “co-
lores vibrantes, cometas, globos, niños y ropa tradicional que juega con el paisaje montañoso y sus flores. Sus pinturas capturan la vida diaria y transforman lo ordinario en escenas que merecen ser inmortalizadas por los detalles que cautivan a la imaginación”. Obras a las que ha dedicado el tiempo suficiente son las partícipes de este corredor cultural en el Palacio de Justicia. “Hay obras en que gasto de cuatro a seis semanas. Les dedico tiempo”, puntualizó.
Gildardo Rengifo protege sus obras con un barniz especial aprendido en su travesía por Estados Unidos, con el que además da flexibilidad a la tela en caso de querer enrollarla.
Inmigrante latino
Al lado del lago
Gildardo Rengifo se trasladó a Bogotá en 1969, donde vivió por 30 años.
FACETAS Por Guillaume Apollinaire*
¿Sobre qué conciencia no pesa un crimen? -preguntó el barón d’Ormesan-. Por mi parte, ya no me tomo la molestia de contarlos. He cometido algunos que me produjeron dinero, y si hoy no soy millonario, debo culpar más bien a mis apetitos que a mis escrúpulos. En 1901, en unión de unos amigos, fundé la Compañía Internacional Cinematographic, a la que para abreviar llamamos C.I.C. Nuestro propósito era producir una película de gran interés y pasarla luego en los cinematógrafos de las principales ciudades de Europa y América. Nuestro programa estaba bien trazado. Gracias a la indiscreción de uno de los domésticos, pudimos obtener una escena interesantísima que representaba al Presidente de la República, en momentos en que se levantaba de la cama. Siguiendo idéntico procedimiento, también logramos la filmación del nacimiento del Príncipe de Albania. En otra oportunidad, después de comprar a precio de oro la complicidad de algunos funcionarios del Sultán, pudimos fijar para siempre la impresionante tragedia del gran visir MalekPacha, quien, después de los desgarradores adioses a sus esposas e hijos, be-
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El cuento
Una bella película bió, por orden de su amo y señor, el funesto café en la terraza de su residencia de Pera. Sólo nos faltaba la representación de un crimen. Pero, desdichadamente, no es fácil conocer con anticipación la hora de un atraco y es muy raro que los criminales actúen abiertamente. Desesperando de lograr por medios lícitos el espectáculo de un atentado, decidimos organizarlo por nuestra cuenta en una casa que alquilamos en Auteuil a esos efectos. Primeramente habíamos pensado contratar actores para un simulacro de ese crimen que nos faltaba, pero, aparte de que con ello hubiésemos engañado a nuestros futuros espectadores al ofrecerles escenas falsas, habituados como estábamos a no cinematografiar más que la realidad, no podíamos satisfacernos con un simple juego teatral por perfecto que fuera. Llegamos así a la conclusión de echar suerte, para establecer quién de entre nosotros debía juramentarse y cometer el
crimen que nuestra cámara registraría. Mas ésta fue una perspectiva ingrata para todos. Después de todo, éramos una sociedad constituida por personas de bien y nadie tomaba a broma eso de perder el honor ni aún por fines comerciales. Una noche decidimos emboscarnos en la esquina de una calle desierta, muy cerca de la villa que alquiláramos. Éramos seis y todos íbamos armados con revólveres. Pasó una pareja: un hombre y una mujer jóvenes, cuya elegancia muy rebuscada nos pareció a propósito para acondicionar los elementos más interesantes de un crimen pasional. Silenciosos, nos abalanzamos sobre la pareja y amordazándolos los condujimos a la casa. Allí los dejamos bajo el cuidado de uno de nuestro grupo, volviendo a nuestra posición. Un señor de patillas blancas vestido con traje de noche apareció en la calle; salimos a su encuentro y lo arrastramos a la casa a pesar de su resistencia. El brillo
de nuestros revólveres dio razón de su coraje y de sus gritos. Nuestro fotógrafo preparó su cámara, iluminó la sala convenientemente y se aprestó a registrar el crimen. Cuatro de los nuestros se colocaron al lado del fotógrafo apuntando con las armas a los cautivos. La joven pareja estaba todavía desvanecida. Los desvestí con atenciones conmovedoras: despojé a la muchacha de la falda y el corsé, dejando al joven en mangas de camisa. Dirigiéndome al señor de esmoquin, le dije: -Señor: ni mis amigos ni yo deseamos a usted ningún mal. Pero le exigimos, bajo pena de muerte, que asesine, con este puñal que arrojo a sus pies, a este hombre y a esta mujer. Ante todo, usted tratará de que vuelvan de su desmayo; tenga cuidado que no lo estrangulen. Como están desarmados, no cabe la menor duda de que usted logrará su propósito. -Señor -repuso cortésmente el futuro asesino- no tengo más remedio que ceder ante la violencia. Usted ha tomado todas las resoluciones y no deseo en lo más mínimo modificar una decisión cuyo motivo no se me aparece claramente; voy a pedirle una gracia, sólo una: permítame cubrirme el rostro.
Poesía Homenaje a Leonard Cohen Más que la nieve circula el polvo blanco en este invierno de Times Square. Los enganchados, muestran carteles sucios de malos sueños. Si armas un porro o bebes de la botella pueden darte un golpe en los testículos o condenarte a cadena perpetua. Si usas una jeringa nadie parece notarlo hasta que convulsionas como Janis Joplin. Pasa un viento helado por Times Square, deben ser las tripas de los mejicanos muertos camino a Texas las que refrigeran los cánticos de San Patricio. Pero nadie quiere a los mejicanos, pongamos mejor una ofrenda floral por los caídos en Irak.
De los talibanes y las burka de sus mujeres debe provenir ese aliento gélido. Hay un olor de alcantarilla en Times Square, pero los chinos que se hacinan bajo tierra hacen comestible el icopor que los jóvenes ejecutivos consumen a las 12 m. en las escaleras que conducen al éxito en Times Square. Aunque caminemos hasta el final de Harlem, de visita en la milenaria abadía, nadie te nombra Susana y no subiremos a una limosina, ni menos haremos el amor en un hotel de Chelsea. Aún espero la primavera en Times Square. Ómar Ortiz Poeta colombiano
Nos consultamos y resolvimos que era mejor así, tanto para él como para nosotros. Coloqué sobre la cara del hombre un pañuelo en el que previamente habíamos abierto dos orificios en el lugar de los ojos, y el individuo comenzó su tarea. Golpeó al joven en las manos. Nuestro aparato fotográfico empezó a funcionar, registrando esta lúgubre escena. Con el puñal dio unos puntazos en el brazo de su víctima. Ésta se puso rápidamente de pie, saltando, con una fuerza duplicada por el espanto, sobre la espalda de su agresor. La muchacha volvió en sí de su desvanecimiento y acudió en socorro de su amigo. Fue la primera en caer, herida en el corazón. Luego la escena se concentró en el joven, que se abatió de una herida en la garganta. El asesino hizo las cosas bien. El pañuelo que cubría su rostro no se había movido durante la lucha, y lo conservó puesto todo el tiempo que la cámara funcionó. -¿Están ustedes conformes? -nos preguntó-. ¿Puedo ahora arreglarme un poco? Lo felicitamos por su labor. Se lavó las manos, se peinó, cepillándose luego el traje. Inmediatamente, la cámara se detuvo. *Escritor francés, Roma 1880, París 1918.
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Por Benhur Sánchez Suárez*
El 12 de octubre de 1957 se abrió en el Museo Nacional el Décimo Salón Anual de Artistas Colombianos, después de cinco años de interrupción por culpa de la violencia partidista de entonces. El Salón Anual de Artistas fue instituido por Jorge Eliécer Gaitán cuando era ministro de Educación en el gobierno de Eduardo Santos, a instancias de Teresa Cuervo Borda, y su primera versión fue inaugurada en la Biblioteca Nacional el 12 de octubre de 1940. Curiosamente decía el Ministro en el acto inaugural que “otro de los fines que se propone el Ministerio con la institución del Salón Anual de Artistas Colombianos es el crear en el artista una consciencia del valor de su obra, que además de estimularlo en la creación estética personal, lo habrá de capacitar para juzgar y estimar, con meridiana imparcialidad y sin prejuicio de escuela o de tendencia, el arte de los demás”. Meridiana imparcialidad que poco se ha dado en Colombia, pues por culpa de la intolerancia lo que impera es el egoísmo y la insolidaridad entre los artistas. El Décimo Salón tuvo la grata coincidencia de haber premiado con medalla de plata a dos artistas tolimenses: en pintura al maestro Jorge Elías Triana, por su obra Mendigos, y en escultura al maestro Julio Fajardo, por su trabajo titulado Mujer. Ese mismo año, 1957, salía Edilberto Calderón de Venadillo, su tierra natal, para ingresar a la Escuela de Bellas Artes de la Universidad del Tolima en Ibagué, recientemente fundada por el Gobierno departamental. No tenía ni idea de que uno de sus maestros iba a ser el pintor galardonado en el Décimo Salón Nacional, ya consagrado por la crítica, ni que él mismo fuera años después profesor de la misma universidad. Por eso creo que el maestro Calderón fue uno de los productos más genuinos de la Escuela de Artes de la Universidad del Tolima, que iniciara actividades en 1956 y que, mediante un con-
Edilberto Calderón, un auténtico maestro
venio suscrito con la Universidad Nacional, le permitiera culminar en ella estudios académicos. Si fuera necesario mostrar un resultado, el maestro Calderón justificaría con creces la existencia de la Escuela de Bellas Artes, esa que con su intolerancia frustraran los políticos. Muchos son los apoyos que necesita un artista para afianzar su carrera artística. Y el maestro Calderón contó, entre otros, con el del inmigrante polaco Casimiro Eiger, quien se asentó en Bogotá en 1943 y fue un destacado galerista y crítico de arte. Entre otras actividades, Eiger fue profesor de historia del arte en la Universidad Nacional hasta 1964, donde Edilberto Calderón obtuviera el título de maestro en pintura. En 1961 fundó la Galería de Arte Moderno, que fuera determinante en la difusión del arte moderno en Colombia y lo fuera también para el maestro Calderón, pues en su galería expuso en varias oportunidades en
la década de los años 60 y 70. Y con los apoyos, el aprendizaje. Fueron importantes para su formación Jorge Elías Triana, Manuel Hernández, Ignacio Gómez Jaramillo y Alejandro Obregón. Pero al contrario de muchos otros artistas formados en medios académicos no imitó a sus maestros, sino que estableció desde el principio una meta personal bien clara que se propuso alcanzar y que sería, entre otras cosas, la que le permitiera acaparar la atención del galerista polaco Casimiro Eiger, para que su obra comenzara a ser mostrada en la Galería de Arte Moderno de Bogotá, la más importante galería de la época en Colombia. Y, por supuesto, la importancia del reciente pintor fue tenida en cuenta por sus primeras exhibiciones en las muestras organizadas por la Universidad con sus alumnos y por los reconocimientos que lograra en certámenes como el Festival de Arte de Cali, en 1961, y el Salón Francisco A.
Cano de Bogotá, en 1962. La obra del maestro Calderón sigue una línea de ascenso que no se desvía en su trayectoria y fija desde el principio una personalidad madura y coherente. Esa madurez fue, quizá, la que impulsó a Casimiro Eiger a decir “este joven tolimense es un talento independiente que no obedece sino a su propia inspiración y traduce con tesón el lenguaje de colores y de formas, sus inquietudes estéticas y sociales, dándoles una expresión auténticamente personal.” Por ejemplo, su temática siempre ha surgido del entorno, la vida de sus contemporáneos, los pequeños vicios y las grandes tragedias que, sumados, dan el testimonio de nuestra época. Tal vez por ello el maestro expresa que “requiero para escoger mis temas sentir el pálpito, la resonancia interna que más que forma concreta exterior revele toda la energía y la belleza del asunto.” En este sentido bien puede
FACETAS decirse que la obra del maestro Calderón es literaria, dada la simbología y el anecdotario que fluye en cada una, bien se trate de escenas cotidianas como en su serie sobre la mujer, las fiestas y el bar, donde es clara la iconografía del vagabundo y el poder de la mujer como aglutinante de la sociedad, o bien aluda al inconformismo de la sociedad por la situación que atraviesa y se sienta su crítica al establecimiento en esos seres que claman por justicia para sus vidas y se hacen visibles en sus lienzos. Por eso hay escenas de bares y al mismo tiempo de protestas, hay impugnación a los símbolos del poder establecido y hay reminiscencias a la fiesta brava, hay cementerios y muertos y hay reinas y fiestas y hay vida que florece en ambientes festivos tan propios de nuestra tierra caliente. En ese universo de seres y paisajes siempre hay un elemento visual de la realidad que nos impulsa a la identificación, por lo que sus obras se nos hacen familiares y cercanas. En verdad hay una carga temática bien fuerte, digamos que como retratos de la realidad que nos ubican en nuestro tiempo, y esta cercanía temática con el público hace que su obra se torne casi personal, que alegre o entristezca, que nos provoque risa o ira y, en definitiva, nos incite a ser parte constitutiva de ella. El maestro Calderón logró definir desde muy temprano una pincelada propia y una paleta de colores también acorde al temperamento de sus personajes. Y es evidente su preocupación por la luz y la transparencia que le permiten crear las atmósferas apropiadas para cada uno de los temas resueltos en sus lienzos. Pienso, además, que en el maestro Calderón se cumple el deseo del ministro Gaitán, expresado hace 72 años, pues él siempre ha respetado el trabajo de los demás y ha impulsado a los artistas de la región con la generosidad de un auténtico maestro. *Escritor y pintor colombiano.
FACETAS Por Willian Geovany Rodríguez Gutiérrez*
“Lo nocturno es una dimensión utilizada simbólicamente, como indicativo en el hombre de una tendencia al recogimiento y la intimidad. Opera en la consciencia mediante un sentido de inversión de valores que genera procedimientos de síntesis. La noche difumina, mezcla las distinciones, dialectiza la realidad y la imaginería de las cosas”. Gilbert Durand El cuento Chac Mool, del escritor emblemático Carlos Fuentes, fue publicado en el libro Los Días Enmascarados, en 1954, el primero que publicó el autor. El para-texto sirve como un índice embrionario que pone de manifiesto el encuentro con un Dios, porque representa una deidad maya emparentada con el agua, esta misma imagen resulta ser para Filiberto símbolo de muerte, ya que su propia muerte le acarreará volver al seno de su madre. Sin embargo, hay que aclarar que esta imagen también puede ser símbolo de vida, sepultura e incluso renacer. Esta concepción filial del elemento natural se identifica con la creencia mítica de las culturas antiguas en que se plantea la creación del ser humano por parte de los dioses; además, por pertenecer a una cultura cumple con unos rituales que tienen que ver con la sangre, éstos son subvertidos por el orden hasta llegar a la degradación de esa deidad, lo cual significa que como Dios se inscribe dentro de una imagen intericónica que representa un ídolo prehispánico. Por otro lado, la historia es contada a través de la lectura de su diario que realiza un amigo suyo, en la que se señala un ahogamiento por parte de un burócrata, que tiene una
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Poética del Viento El Doble Chac Mool
afición por ciertas cosas dentro de las que se encuentra el arte indígena mexicano, entre otras; debido a ese interés es como llegará a conseguir una réplica de la pieza original del Chac Mool, hecho que se convierte en una imagen de reduplicación. Esta pieza de piedra va a ser llevada por su dueño a un sótano y allí conservará su sonrisa macabra, característica principal de su estructura, de ahí que podamos relacionarla con la muerte, porque su gesto nos remite a la intericonicidad de la escena del muerto riéndose dentro de un ataúd que
aparece en uno de los apartes de la película Doña Flor y sus dos Maridos y en aquel cuento que habla de la muerte de Kinkas Verry Dawas. Además, el Chac Mool pronto cobrará vida a partir de uno de los cuatro elementos naturales tan importante como es el agua y ello constituye una imagen de inversión por conversión, cuando se pasa de la muerte a la vida, debido a que adquiere ciertos rasgos humanos entre los que se pueden señalar “el vello en sus brazos, su color amarillo, casi dorado, sus rodillas se harán menos tensas y posterior-
mente su sonrisa se hará más benévola.” En ese sentido, la estatuilla encarna una cosa y luego otra, es decir que de la piedra que se humaniza pasa luego a deshumanizarse, esto permite la presencia de una doble negación ante la contradicción o disyuntividad en la que se mueve, por eso para Filiberto todo lo que está ocurriendo con su Chac Mool no deja de parecerle extraño. Ante esto, Filiberto deja de ser él para convertirse en un personaje contradictorio, porque como empleado se toma algunas atribuciones que no le corresponden, ya que pasa de ser un subordinado en su lugar de trabajo para convertirse en un ser autoritario, por lo tanto llega a tergiversar los asuntos en la oficina hasta el punto de que gira una orden de pago que no está autorizada por el Director. Esto representa una doble negación no sólo por lo anterior, sino porque se convierte en un hombre irresponsable en sus deberes, tanto que llegará a ser incumplido (le cortaron el agua y la luz por falta de pago) e impuntual en su trabajo, y por ello perderá la cordura que siempre lo caracterizó y la cortesía con sus compañeros de trabajo, quie-
nes más tarde lo tildarán de irresponsable, ladrón y loco. Por su parte, el Chac Mool, como ha cobrado vida, invade la habitación de Filiberto y luego toma el control de toda la casa, mientras que Filiberto, siendo el dueño de esta y de sus enseres, se ve sometido a hacer lo que el Chac Mool quiera -se apodera de la cama, de la ropa e incluso de la bata de Filiberto, pero además lo obliga a telefonear para que diariamente le traigan un portaviandas y, a su vez, lo obliga a trabajar para él al hacer varios viajes por agua- de ahí que podamos interpretar estos sucesos como una imagen de reduplicación, porque Filiberto, siendo el dominador del Chac Mool, pasa a ser dominado por éste último. Finalmente, el Chac Mool ha logrado obtener el control sobre su dueño -lo convierte en su prisionero y vigila cada uno de sus pasos-, pues ha utilizado algunas estrategias para ello, ya que él es un caníbal con una voracidad grande, es un destructor y un agresivo destruye enseres y ataca a su dueño- y, no contento con todo esto, amenaza a Filiberto con fulminarlo con un rayo si se le ocurre escapar. *Licenciado en Lengua Castellana Universidad del Tolima Texto publicado en http://gacetaliterariavirtual.blogspot.com/ Santa Fe - Argentina. Directora: Norma Segades - Manias
DIRECTOR: Antonio Melo Salazar JEFE DE REDACCIÓN: Martha Myriam Páez Morales COORDINADOR: Benhur Sánchez Suárez, Redacción cultural EL NUEVO DÍA PERIODISTA: Hernán Camilo Yepes Vásquez EDITOR: Billy Edison Zúñiga Valencia DISEÑO: Carlos Augusto Delgado Gutiérrez ILUSTRACIONES: Obras del pintor tolimense Edilberto Calderón, tomadas en su exposición en el MAT. FOTOS: Camilo Yepes - Internet - Suministradas Carrera 6a. No. 12-09 Tels.: 2770050 - 2610966 Ibagué - Tolima - Colombia Apartado Aéreo 5476908-K www.elnuevodia.com.co Todos los derechos reservados. Prohibida la reproducción total o parcial sin autorización expresa del Grupo Editorial Aguasclaras S.A.. ISSN: 021545-8.