IBAGUÉ, DICIEMBRE 12 DE 2010
FA CE
TAS CULTURA AL DÍA REPORTAJE
Lucy Eugenia Jaramillo, maestra de danza Sandra Patricia Lombana M. Crítica
El sueño del celta Libardo Vargas Celemín Cuento
Pueblerina
Juan José Arreola
FACETAS
IBAGUÉ, DICIEMBRE 12 DE 2010
Señores críticos: se nos olvidó criticar
Por: María Gladys Pacheco*
Escribir una crítica sobre las propuestas en las tablas del teatro ibaguereño, se puede convertir en un juego de intereses personales que recae en exponer inconformismos de tipo individual, poniendo en tela de juicio la objetividad que debería dirigir el proceso relator de los mismos, pues estos, bajo una tonalidad oscura y perversa, desarrollan un sentimiento resentido que desea apuñalar y abortar toda actividad que intente nacer y formarse en esta ciudad. Podemos encontrar entonces en venenosos escritos, todo un con-
Arzobispo Con la llegada al poder de Constantino como emperador romano de Bizancio (306 d. de C.), la Iglesia católica, hasta entonces perseguida, se convirtió en la religión del poder y, como tal, se vio obligada a estructurar una jerarquía más formal de la establecida hasta entonces. Como consecuencia de ese proceso, aparecieron los primeros obispos con ese nombre en las cinco diócesis de la cristiandad: Roma, Antioquía, Alejandría, Jerusalén y Constantinopla, en
glomerado de patrañas y sátiras, que en términos de calidad, ni siquiera están bien escritos. Así, las líneas que los forman, sólo se limitan a desvirtuar el trabajo de los pocos que se atreven a embarcarse en este arte. Desde luego estos textos que intentan generar juicios de valor de manera objetiva a través de aspectos de análisis como la semiótica teatral, camuflan por medio de un metalenguaje la mofa absoluta de los “críticos” de nuestra ciudad, quienes en busca de la caída del otro construyen su ascenso hacia el pedestal de los seres intelectuales en el arte dramático del Tolima.
En este sentido, la supuesta crítica se convierte en un pretexto que responde a la necesidad de mostrarse como útil dentro del teatro, pues si no se hace por medio de las tablas se debe hacer a través de las guillotinas que no perdonan procesos de cambio. Por supuesto el mal teatrista necesita de la crítica para poder salir del fango de la nada; lo que nos lleva a pensar que sus juicios de valor están permeados por la frustración y la envidia, determinando en sus aportes escriturales, un rol que no sobrepasa el término de criticón. A continuación se aclarará cuál es la diferencia entre un crítico y un criticón. Como puede apreciarse, la crítica es un medio que permite evaluar de manera objetiva los procesos que se llevan a cabo en cualquier área, por lo tanto descubre las debilidades y fortalezas que le preceden a cada asunto. Ahora bien, si no se tiene claridad sobre el concepto, informarse no es complejo, pues en lugares tan concurridos de la red, como Wikipedia, se puede encontrar definiciones elementales de la crítica como: “Una fórmula, una opinión positiva o negativa basándose en la argumentación y el análisis” (http://es.wikipedia.org/wiki/ Cr%C3%ADtica) que debe estar sustentada en verdaderas teorías
y no en subjetividades que sólo aportan comentarios melancólicos, rabiosos o iracundos que al medio teatral de nada le sirven. Por supuesto, todo crítico debe saber que antes de evaluar necesariamente debe conocer qué se entiende por evaluación; si es un momento para reconocer fallas y virtudes de la manera más objetiva posible, o si es la oportunidad que se esperaba para desmoronar a través de comentarios subjetivos el trabajo de los otros. Con esto no se quiere decir que la crítica no tenga un grado de subjetividad, pero señores críticos: ¿de qué vale el razonamiento cuando la emocionalidad guía la mano que escribe? Si bien la objetividad tiene sus abismos, debe uno como crítico morderse la lengua para que sangren los gusanos de la impertinencia, pues no es ético para la historia del teatro que tachen, a través de los años, a una obra de mala, por simples comentarios de un criticón que no aprendió a hacer de crítico. Nos queda por añadir entonces que una puesta en escena sí está hecha para ser criticada, para que se evalúe su proceso estético y cognitivo en el arte, más no para ser devaluada, pisoteada y abarrotada a nociones llanas carentes de cualquier argumento. Entiéndase bien, tanto la activi-
Palabra del día el siglo VI, doscientos años después de Constantino. El nombre de este cargo fue tomado del griego episkopos, palabra formada con el prefijo epi- ‘sobre’, ‘encima de’ y skopos ‘ver’, ‘mirar’, ‘inspeccionar’, o sea, ‘inspector que está por encima, en una posición superior’, ‘supervisor’. Skopos está presente en nuestra lengua en palabras como telescopio, microscopio, oftalmoscopio. Más adelante, con el crecimiento de la Iglesia, algunos
obispos asumieron posiciones más altas aún, eran los arkhiepiskopos, algo así como ‘obispos jefe’, una palabra que llegó al latín medieval como archiepiscopus y al castellano como arzobispo. Arkhi-, formado a partir de arkhein ‘ser el primero, el superior’, también está presente en numerosos vocablos españoles, como archipiélago, archiduque, monarquía, oligarquía, anarquía y también arquidiócesis, la jurisdicción del arzobispo.
dad teatral en Ibagué como los pocos actores que la integramos no necesitamos más criticones que sobrepongan sus cosmovisiones sobre la puesta en escena, el esfuerzo que requiere montarla, los meses de trabajo que se suman y el proceso de cambio al que está expuesta a través de cada presentación. Necesitamos verdaderos críticos que valoren o encuentren las carencias en los actores y en los hechos artísticos teatrales, que a pesar de sostenerse en la afición intentan mostrar con mucho esfuerzo la imagen de una posible profesionalización. Así es, ¡criticones ibaguereños!: el teatro es más que un arte que sirve para cortar cabezas de cuerpos en proceso de evolución. Busquemos objetividad en el discurso teatral, por ese mismo camino podremos prever una evolución en las tablas de forma general que a todos nos llenará de motivos para seguir en este proceso, evaluemos nuestro nivel, ¡sí!, y hablémonos con la verdad, más no ocultemos nuestra negras intensiones en los textos que más adelante las futuras generaciones leerán y validarán sin remedio. *Lic. En Lengua castellana, UT. mariuerosima@gmail.com
IBAGUÉ, DICIEMBRE 12 DE 2010
Por Libardo Vargas Celemín*
La reciente novela del hoy Premio Nobel de Literatura 2010, Mario Vargas Llosa, nos transporta a las entrañas mismas del colonialismo y nos muestra, con una prosa realista, cercana al naturalismo, las vejaciones, torturas y asesinatos de que fueron objetos las poblaciones nativas del Congo y el Perú, en nombre de la civilización, el comercio y el cristianismo. En el Congo era la Force Publique de Bélgica, la encargada de explotar al máximo a estas famélicas criaturas, mientras en el Perú los administradores y capataces de la Casa Arana, los encargados de las “correrías” o cacería de aborígenes para someterlos a la esclavitud. En ambos casos el motivo central fue la producción de caucho, como elemento imprescindible de los nuevos desarrollos de la civilización occidental. Esta novela histórica que nos muestra un Vargas Llosa muy atemperado, dominador excelso de las técnicas narrativas y un artesano exacto de la construcción verbal, toma como centro de la historia la figura real del luchador irlandés, Roger Casement, cuya existencia vital transcurrió entre 1864 y 1916 y fue uno de los primeros europeos que se dedicó a denunciar el horror de las prácticas colonialistas en África y en el Amazonas y se convirtió luego en militante de la causa de la liberación irlandesa, siendo objeto finalmente de la incomprensión y hecho prisionero, fue ahorcado por los británicos. La novela histórica moderna se caracteriza, según Silva Rodríguez (2008; 110), especialmente por su intento de reconstrucción del pasado y el ahondamiento en la psicología de los personajes, aspectos que se evidencian claramente en el texto, al igual que una focalización que se yuxtapone a las tres partes en que está dividida la obra (Congo, Amazonas e Irlanda). Esta Yuxtaposición se da básicamente a partir de lo que ocurre en la celda donde está confinado Roger Casement, a la espera de que surta
El sueño del celta: el horror del colonialismo
efecto la petición de clemencia o se cumpla la sentencia de muerte. Se alterna el anterior espacio con la narración de los distintos episodios que vive el personaje en esa ardua tarea de investigar y documentar lo que ocurre con esa ola devastadora de genocidio y tortura que comete el hombre blanco como mecanismo para saciar su codicia. La personalidad de Roger Casement es bien contradictoria. Por un lado su papel de riguroso investigador que lo llevaba a los sitios claves del conflicto donde “escuchaba, tomando notas. Luego, noches enteras escribía en sus fichas y cuadernos lo que había oído para que nada de aquello se perdiera. Apenas probaba bocado” (Vargas Llosa 2010; 93). Pero por el otro lado, está su comportamiento claroscuro que se refleja
en su relación con la religión y la sexualidad, sobre esta última vale la pena reseñar los diarios que llevaba donde daba rienda suelta a sus fabulaciones y fantasías “sintió las manos ajenas buscándole el vientre, tocándole y acariciándole el sexo que hacía rato tenía enhiesto” (Vargas Llosa 2010; 282). Se puede afirmar que las facetas de diplomático, investigador acucioso, enemigo visceral del colonialismo, homosexual y patriota, constituyen la suma de este personaje que despierta simpatía en el lector. No fue el espíritu aventurero y el compromiso político el que hizo de Roger Casement un luchador por la causa de los nativos congoleños y amazónicos, fue, como lo dijo Vargas Llosa en una entrevista televisiva, “un imperativo moral”, pues este hombre sensible, quien creyera
inicialmente en el papel civilizador de los blancos en el África, se convirtió en el principal acusador de estas prácticas colonialistas al encontrarse con los horrores y crueldades de seres abyectos al codicioso Leopoldo II de Bélgica, encarnizado en extraer el último gramo de látex, sin importa que estuviera impregnado de la sangre de los pobladores negros del Congo. El Congo y el Amazonas se convierten en los espejos donde Casement se asoma para descubrir la verdad sobre su Eire, su patria. La comparación que surge de los tipos de colonialismo lo lleva a concluir que, si bien Irlanda no ha sufrido el impacto desolador del paulatino exterminio de sus habitantes, sí está atada a las decisiones del imperio. Su intento fallido de negociar con Alemania el apoyo
FACETAS a su causa y las divisiones de los movimientos libertarios de su Patria lo llevan a ser considerado injustamente como traidor a la causa libertadora, cuando sólo quería evitar, como en efecto ocurrió, la masacre del pueblo irlandés y el aplazamiento de su independencia. Héroe y villano, Roger Casement enfrentó como ninguno al colonialismo, mostrando precisamente la condición humana llevada al extremo por la codicia. “El sueño del celta”, título retomado de un poema de Casement, es una reivindicación de un luchador. Muchos años después los irlandeses comprenderán el verdadero papel y lo entronizarán como uno de sus más connotados patriotas y Vargas Llosa, en un acto un poco contradictorio con las actitudes políticas que ha venido asumiendo en los últimos años, elabora esta novela como una forma de limpiar su nombre y hacer una radiografía del papel del colonialismo, el mismo que no se agota con la independencia de los países africanos o de América Latina, sino que sigue vigente en nuestros días, esta vez con formas más refinadas. Novela entretenida esta de Vargas Llosa, tal vez no tan experimental como ese portento de “La guerra de fin del mundo”, pero igualmente rica en peripecias; fluida en su historia; amplia en su intertextualidad; aunque muchas de las escenas que se presentan tengan el poder demoledor de desequilibrar nuestra concepción del hombre por la capacidad de provocarnos el horror y tengamos que recomendarle al lector, lo mismo que le musitó al oído el verdugo a Roger Casement cuando le colocó la soga en el cuello: “Si contiene la respiración, será más rápido” *Profesor Asociado, UT Bibliografía Silva Rodríguez, M. (2008). las
novelas históricas de Germán Espinosa. Barcelona: Bellaterra.
Vargas Llosa, M. (2010). El sueño del celta. Bogotá. Alfaguara.
FACETAS
“Soy una docente que se siente maestra, porque no me limito a dictar una cátedra sino a seguir un proceso, con amor y dedicación”
Lucy Eugenia Jaramillo.
Con la paciencia y entrega con que un pintor plasma en un lienzo los colores de su obra maestra, Lucy Eugenia Jaramillo de Barrios fomenta el amor por la danza folclórica en Rovira. Esta mujer, oriunda de Venadillo, partió en dos la historia cultural del ‘Encanto de manantiales’, desde su llegada en 1973, según comenta. “Hasta el momento en que yo llegué a Rovira no existían esos procesos formativos en torno a nuestras tradiciones y hoy tenemos un legado para las nuevas generaciones”, indicó, al recordar que fue la primera persona que tomó en serio la conformación de agrupaciones que propenden por conservar los aires autóctonos en esta población del centro del Departamento. Y es que desde su arribo a esta municipalidad designada como docente para la escuela urbana Laura María Zárate de Gil, se dio a la tarea de que los pequeños
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ocuparan su tiempo libre en actividades rítmicas, lo que años más tarde se convirtió en la Escuela Danzas Ciudad de Rovira. “Al principio los grupos eran institucionales y observando el interés de la gente en 1993 se conformó la escuela como una agrupación de puertas abiertas para que todos los rovirenses puedan participar”, indicó, al mencionar que la primera generación de bailarines arrancó con 16 integrantes y hoy 120 la componen. “Los niños ingresan desde los tres años y permanecen vinculados hasta terminar su bachillerato”, dijo esta mujer al referirse a sus más de mil hijos, como cariñosamente llama a todos los niños y jóvenes que, a través de 17 años, han recibido sus enseñanzas.
Hablar de la cultura en Rovira es hablar de Lucy Eugenia Jaramillo
Una pasión que la tiene viva
Lucy Eugenia de Barrios, la docente del área de artística de la institución Francisco de Miranda, es licenciada en Filosofía e Historia de la Universidad Santo Tomás y especialista en Educación, Arte y Folclor de la Universidad del Bosque. Desde hace más de 30 años reside en Rovira, población en la que encontró dos razones para quedarse: el amor de Jairo Barrios, padre de sus dos hijos, Jairo Fernando y Natalia Eugenia, y la oportunidad de dedicarse a lo que siempre había soñado: enseñar danzas. Su gusto y habilidades para el baile folclórico los descubrió desde temprana edad, pero sólo hasta iniciar la escuela comenzó a explotar su talento, quizá, dice ella, “animada por su padre”. “Toda la vida fui muy inquieta y el folclor me apasionaba, así que desde muy joven me vinculé a la Red Folclórica del Tolima, que dirige el maestro Luis Fernando Duque, y hoy todavía hago parte del grupo Nueva Vida, donde participo como bailarina”. Esta pasión la llevó a emprender estudios, para perfeccionar sus habilidades. Ese conocimiento más tarde le despertó su interés por transmitir a otros la sensación de plenitud que se siente al bailar. “Un día pensé aprender y no enseñar no van de la mano, lo que sentó en mí las bases para formar, y como vi que en Rovira no había esas ganas, ni una persona que hiciera ese trabajo, yo lo asumí como propio. Afortunadamente he contado con el apoyo de las directivas del colegio, de los padres de familia y los muchachos”, aseveró. “Yo además de dirigir la es-
cuela enseño en todos los grupos de danza, no por dinero, pues no recibo pago algunos, sino porque me mantiene viva, enérgica y llena de positivismo. En estos 17 años hemos encontrado algunos alcaldes generosos que nos han regalado instrumentos musicales y han dotado de vestuario la institución, que tiene mucho que agradecer a la confianza y apoyo permanente depositados por los
padres de familia”, prosiguió. Esa sensación de satisfacción, comentó la maestra, la lleva a pensar que si tuviera la oportunidad de pedir tres deseos, éstos serían: “Que no muera nunca en los jóvenes el amor por lo tradicional, que estos grupos recibieran el apoyo que en realidad se merecen y que haya alguien que una vez yo no esté siga mis pasos”.
Escuela Danzas Ciudad de Rovira
Tal como lo manifestó, ha sido el alma y
nervio de la Escuela Danzas Ciudad de Rovira, esta entidad que se ha encargado de preparar las agrupaciones dancísticas de esta población, las cuales han representado con paso firme su identidad en certámenes locales, departamentales y nacionales, entre los que se destacan el Corpus Christi, en Guamo; el Festival del Río, en Honda; el Festival Folclórico Colombiano, en Ibagué; en los festivales del Litoral Pacífico, en Buenaventura; del Divi Divi, de Riohacha; del Porro, de San Pelayo, y del Café, en Calarcá. En la actualidad la formación en la Escuela está divida en cuatro categorías: preinfantil, para niños entre los tres y siete años; infantil, de 12 y 14 años; prejuvenil, de 14 y 15, y juvenil, llamado grupo de mayores,
conformado por jóvenes entre los 16 y 20 años. Por categorías las agrupaciones ensayan dos veces por semana, de 2:00 de la tarde a 8:00 de la noche, jornadas que se pueden extender cuando se aproximan presentaciones, o se monta una nueva coreografía. Como agrupación folclórica que se respete, dijo la maestra Lucy Eugenia, el repertorio que dominan es amplio, cobijando gran parte de los aires tradicionales del país, eso sí haciendo énfasis en los ritmos propios de esta tierra Pijao. “En el trabajo le damos prioridad a los sanjuaneros, pasillos, bambucos y rajaleñas. Entre las danzas que jamás podremos prescindir se destacan “El Contrabandista”, “Tambores de Pacandé” y el “San Pedro en Espinal”, piezas que nos iden-
tifican como región”, señaló, al manifestar que así para muchos sea repetitivo ver en escena el sanjuanero tolimense éste es obligado, por respeto a nuestra identidad. “Estudiante que pase por mis manos debe aprender a bailar “El Contrabandista”, danza que debe tomar como propia, que al interpretarla se sienta que le sale del alma”, dijo, al mencionar que fue, es y seguirá siendo la coreografía que más le apasiona danzar. “Este sanjuanero es único, escuchar el ritmo de los instrumentos con que se toca: la flauta y la tambora, me hace sentir que la piel se eriza y el corazón se acelera de emoción”, expresó sonriendo. Pero en la Escuela los jóvenes no sólo ejecutan piezas creadas por otros, sino que ellos mismos componen y ayudan a crear los montajes, como resul-
FACETAS tado de la investigación incansable emprendida por su maestra. “Infortunadamente Rovira no tiene mucha memoria histórica sobre danza, porque fue un punto de llegada por las minas de oro, en su etapa de fundación, por eso hemos venido investigando sobre su cultura y tradiciones, de ahí surgieron dos danzas”, argumentó. Lucy Eugenia se refirió al sanjuanero “Dulce sabor de caña” y el bambuco “Pueblito de mis amores”. El primero, un homenaje coreográfico al proceso de siembra, recolección, molienda de la caña y distribución de la panela; el segundo, una alegoría a los recuerdos que los jóvenes van a llevar siempre de su pueblo, como la celebración de la Virgen del Carmen que, aunque no es su patrona, es una fiesta que cobra mucha importancia en esta municipalidad; la quema de pólvora y su tradición cafetera.
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El cuento
Por Juan José Arreola*
Al volver la cabeza sobre el lado derecho para dormir el último, breve y delgado sueño de la mañana, don Fulgencio tuvo que hacer un gran esfuerzo y empitonó la almohada. Abrió los ojos. Lo que hasta entonces fue una blanda sospecha, se volvió certeza puntiaguda. Con un poderoso movimiento del cuello don Fulgencio levantó la cabeza, y la almohada voló por los aires. Frente al espejo, no pudo ocultarse su admiración, convertido en un soberbio ejemplar de rizado testuz y espléndidas agujas. Profundamente insertados en la frente, los cuernos eran blanquecinos en su base, jaspeados a la mitad, y de un negro aguzado en los extremos. Lo primero que se le
Poesía Junto a la puerta La casa está vacía y el aroma de una rencorosa esperanza perfuma cada rincón. Quién nos dijo mientras nos desperezábamos
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ocurrió a don Fulgencio fue ensayarse el sombrero. Contrariado, tuvo que echarlo hacia atrás: eso le daba un aire de cierta fanfarronería. Como tener cuernos no es una razón suficiente para que un hombre metódico interrumpa el curso de sus acciones, don Fulgencio emprendió la tarea de su ornato personal, con minucioso esmero, de pies a cabeza. Después de lustrarse los zapatos, don Fulgencio cepilló ligeramente sus cuernos, ya de por sí resplandecientes. Su mujer le sirvió el desayuno con tacto exquisito. Ni un solo gesto de sorpresa, ni la más mínima alusión que pudiera herir al marido noble y pastueño. Apenas si una suave y temerosa mirada revoloteó un instante, como sin atreverse a posar en las afiladas puntas.
El beso en la puerta fue como el dardo de la divisa. Y don Fulgencio salió a la calle respingando, dispuesto a arremeter contra su nueva vida. Las gentes lo saludaban como de costumbre, pero al cederle la acera un jovenzuelo, don Fulgencio adivinó un esguince lleno de torería. Y una vieja que volvía de misa le echó una de esas miradas estupendas, insidiosa y desplegada como una larga serpentina. Cuando quiso ir contra ella el ofendido, la lechuza entró en su casa como el diestro detrás de un burladero. Don Fulgencio se dio un golpe contra la puerta, cerrada inmediatamente, que le hizo ver estrellas. Lejos de ser una apariencia, los cuernos tenían que ver con la última derivación de su esqueleto. Sintió el choque y la humillación hasta la punta de los pies. Afortunadamente, la profesión de don Fulgencio no sufrió ningún desdoro ni decadencia. Los clientes acudían a él entusiasmados, porque su agresividad se hacía cada vez más patente en el ataque y la defensa. De lejanas tierras venían los litigantes a buscar el patrocinio de un abogado con cuernos. Pero la vida tranquila del pueblo tomó a su alrededor un ritmo agobiante de fiesta brava, llena de broncas y herraderos. Y don Fulgencio embestía a diestro y siniestro, contra todos, por quítame allá esas pajas. A decir verdad, nadie le echa-
ba sus cuernos en cara, nadie se los veía siquiera. Pero todos aprovechaban la menor distracción para ponerle un buen par de banderillas; cuando menos, los más tímidos se conformaban con hacerle unos burlescos y floridos galleos. Algunos caballeros de estirpe medieval no desdeñaban la ocasión de colocar a don Fulgencio un buen puyazo, desde sus engreídas y honorables alturas. Las serenatas del domingo y las fiestas nacionales daban motivo para improvisar ruidosas capeas populares a base de don Fulgencio, que achuchaba, ciego de ira, a los más atrevidos lidiadores. Mareado de verónicas, faroles y revoleras, abrumado con desplantes, muletazos y pases de castigo, don Fulgencio llegó a la hora de la verdad lleno de resabios y peligrosos derrotes, convertido en una bestia feroz. Ya no lo invitaban a ninguna fiesta ni ceremonia pública, y su mujer se quejaba amargamente del aislamiento en que la hacía vivir el mal carácter de su marido. A fuerza de pinchazos, varas y garapullos, don Fulgencio disfrutaba sangrías cotidianas y pomposas hemorragias dominicales. Pero todos los derrames se le iban hacia dentro, hasta el corazón hinchado de rencor. Su grueso cuello de Miura hacía presentir el instantáneo fin de los pletóricos. Rechon-
cho y sanguíneo, seguía embistiendo en todas direcciones, incapaz de reposo y de dieta. Y un día que cruzaba la plaza de armas, trotando a la querencia, don Fulgencio se detuvo y levantó la cabeza azorado, al toque de un lejano clarín. El sonido se acercaba, entrando en sus orejas como una tromba ensordecedora. Con los ojos nublados, vio abrirse a su alrededor un coso gigantesco; algo así como un Valle de Josafat lleno de prójimos con trajes de luces. La congestión se hundió luego en su espina dorsal, como una estocada hasta la cruz. Y don Fulgencio rodó patas arriba sin puntilla. A pesar de su profesión, el notorio abogado dejó su testamento en borrador. Allí expresaba, en un sorprendente tono de súplica, la voluntad postrera de que al morir le quitaran los cuernos, ya fuera a serrucho, ya a cincel y martillo. Pero su conmovedora petición se vio traicionada por la diligencia de un carpintero oficioso, que le hizo el regalo de un ataúd especial, provisto de dos vistosos añadidos laterales. Todo el pueblo acompañó a don Fulgencio en el arrastre, conmovido por el recuerdo de su bravura. Y a pesar del apogeo luctuoso de las ofrendas, las exequias y las tocas de la viuda, el entierro tuvo un no sé qué de jocunda y risueña mascarada. *Escritor mexicano.
Guadalupe Grande Escritora española
al mundo que alguna vez hallaríamos cobijo en este desierto. Quién nos hizo creer, confiar, -peor: esperar-, que tras la puerta, bajo la taza, en aquel cajón, tras la palabra, en aquella
piel, nuestra herida sería curada. Quién escarbó en nuestros corazones y más tarde no supo qué plantar y nos dejó este hoyo sin semilla donde no cabe más que la esperanza.
Quién se acercó después y nos dijo bajito, en un instante de avaricia, que no había rincón donde esperar. Quién fue tan impiadoso, quién, que nos abrió este reino sin tazas, sin puertas
ni horas mansas, sin treguas, sin palabras con que fraguar el mundo. Está bien, no lloremos más, la tarde aún cae despacio. Demos el último paseo de esta desdichada esperanza.
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FACETAS
Rayo iluminó a Roldanillo y le dejó su huella Por Leopoldo de Quevedo y Monroy*
Omar Rayo, armado de un puñado de líneas rojas, negras y azules, llegó un día a su pueblo, Roldanillo, y lo coronó de gloria. Su bejuquismo, sus intaglios, aguafuertes, óleos y caricaturas fueron marcando una impronta en la vida de esta población humilde, y su figura se pintó de laberintos, rosas y estrellas. Un hijo de figura escuálida y loca salió con su escudo de colores y, como un Quijote, luchó con caras y fantasmas entre líneas y ángulos en medio de un mundo escéptico y sombrío. Recorrió indómito naciones y ciudades, captó rostros notables y dominó el paisaje con altivez y tino. No era redonda su mano ni cultivaba una pintura rosa. No retrataba la realidad con curvas ni con simulaciones. Su arte fue siempre duro, a presión, en contra de las convenciones. Su sello fue la originalidad, grabada sobre el hierro, el cartón y la materia inerte. No fue jamás artista de finas líneas ni de cortesanas vagabunderías. Fue cínico, cortante, distante y laberíntico. Su pintura alabó al color, a la línea, al arco iris, al negro y blanco. No se prestó para la adulación ni para la contemplación angélica de los seres. Cada cuadro fue modelando su carácter y su arte guardó en el vientre de las líneas un espíritu invisible que rondaba por salir al encuentro de quien lo miraba. Sus temáticas no fueron presa fácil de la crítica y estableció un límite entre lo real y lo indecible. Quien mira un cuadro de
Rayo le da vueltas, lo desdobla, lo saca de su descanso donde vive y se devuelve con un gajo de un rosal, un pedazo de azul y una mancha de sangre salidos de su prodigioso pincel. Su obra pictórica es inconfundible y única. Nueva York, México, Río de Janeiro, Buenos Aires, Ecuador conservarán y se adornarán con sendos Rayos de barba blanca y cabellera oblicua. Amigo de Guayasamín, de Grau, de Cuevas... Omar Rayo fue un artista universal que se alza como una estrella desde el templo del
arte, su casa, y ahora, mausoleo en Roldanillo, Valle. Con la inspiración de Águeda Pizarro y de su mano, desde 1975, sembraron allí un santuario para la pintura, la poesía y las expresiones más representativas de la cultura vernácula. Rayo, el maestro, el ciudadano, el que prefirió vivir en su pueblo al que convirtió en una Meca del Arte y al que llamaba con gracia “Roldayor”, ha muerto por un rayo que se le clavó en el corazón. Se va para el Olimpo a vivir con los divos y las musas. Seguirá como Zeus, con un manojo
de rayos en su brazo, iluminando la obra que constituyó su amor y a la que dedicó su vida. Deja en manos de Águeda, Alma de Almadres, con quien él caminó por la senda de la fantasía, la contradicción y la aventura, su legado. Deja a su ciudad, a Colombia, un monumento vivo que recuerde que la tenacidad, el amor por la patria chica y la búsqueda de la belleza valen lo que vale un héroe que crea Nación sin disparar un tiro. Sus amigos, la estrella, el arrebol, el pincel, los óleos,
los lienzos, el azul marino, el rojo del volcán, seguirán vivos en poder de los artistas que formó. Por las calles de Roldanillo correrán los niños y en las arboledas y jardines saltarán los colores verde, violeta, gris, y en las cuevas volará el negro chimbilá para recordar que de allí sacó el maestro los colores de sus cuadros, como de las nubes, los odios y los rayos sacan las poetas las palabras. *Escritor colombiano. Letralia.com, Tierra de Letras. Cagua, Venezuela.
FACETAS
IBAGUÉ, DICIEMBRE 12 DE 2010 El lenguaje primero Editorial: Seix Barral Título: Ese silencio Autor: Roberto Burgos Cantor Páginas: 161
Reconciliación consigo mismo Editorial: Plaza y Janés Título: Yo (autobiografía) Autor: Ricky Martin Páginas: 290
Bogotá, Colprensa Treinta años de carrera, haciendo parte del más famoso grupo pop de los ochenta en América Latina, Menudo, y más adelante como una de las figuras exitosas de la industria musical en el mundo, no son suficientes motivos para ser feliz, cuando Ricky Martin debía separar el ser artista público, y tener que ocultar al ser humano, el que siente, vive, sufre y quien no podía vivir el amor en pleno por ser homosexual y no poder decírselo a nadie. “Yo”, su autobiografía, es el motor liberador de esas presiones, la mejor forma que el artista boricua encontró para cicatrizar las heridas abiertas que permanecían abiertas en su interior, más aún cuando hace poco se convirtió en padre y sentía la necesidad de ser libre, auténtico y honesto, como la base de la educación de sus pequeños. Quizá quienes busquen en este libro detalles escandalosos de su intimidad, quedarán defraudados. Este es, sin duda, el trabajo más honesto y sensible que Ricky Martin ha realizado en su vida. Un verdadero acto de amor y reconciliación consigo mismo, tras décadas de negarse y ocultar su sexualidad, por presiones morales e incluso por estrategias del mercado musical.
Bogotá, Colprensa Burgos Cantor sigue profundizando en una de sus más grandes inquietudes literarias, que es la propuesta del lenguaje como aventura narrativa y la ambición de totalidad, lejana a los grandes relatos. Muestra de ello es “Ese silencio”, su nueva obra, en la cual busca proponer un paisaje moral y gráfico en el que se anudan regiones agrestes y sentimientos hondos que transgreden límites y normas. En ella, aparece María de los Ángeles como la voz de una sociedad singular, mezcla de gentileza y violencia como la colombiana, con un gran poder de descripción, donde el autor usa la intimidad del personaje como un retrato fiel del ser humano contemporáneo, ligado a su memoria, preocupado por un presente que no vive y angustiado por un futuro que no sabe si vivirá.
La alegría de la cocina Editorial: Aguilar Título: Recetas de mis amigas Autor: Cecilia Faciolince de Abad Páginas: 528
Bogotá, Colprensa Una vida dedicada al exquisito universo de la cocina es el que ha disfrutado Cecilia Faciolince de Abad, y una muestra de ello es “Recetas de mis amigas”, un extenso libro que gira alrededor de la invención original de las recetas, la mayoría de ellas arraigadas a la tradición oral, pero que poco a poco se han ido plasmando en proyectos como este, donde el legado queda para las generaciones posteriores. Ella es clara en lo que ha hecho. La mayor parte de las recetas de este libro ha sido la recopilación de años de escuchar recetas de sus amigas, copiarlas pacientemente y luego ir probándolas, para luego hacer una selección de las que más le gustaron para seguir repitiéndolas y ahora compartirlas con el resto del mundo. “Recetas de mis amigas”, que nació como una forma de cerrar un capítulo de su vida, se ha convertido en una puerta de entrada para seguir viviendo con base al placer de la cocina, de la alegría de comer y el deleite de compartir una buena mesa.
Última entrega Editorial: Norma Título: Últimas historias de hombres casados Autor: Marcelo Birmajer Páginas: 300
Bogotá, Colprensa Las historias íntimas, el encuentro entre las parejas, es el punto clave en buena parte del desarrollo literario del escritor argentino Marcelo Birmajer, quien estuvo en la pasada edición de la Feria Internacional del Libro de Bogotá presentando su novela “La despedida”. Ahora, da a conocer una selección de relatos llamados “Últimas historias de hombres casados”, que hace parte de una saga literaria de cuentos alrededor de esta enigmática figura de aquel ser extraño, para muchos incomprendido o desubicado en el mundo en pareja que decidió vivir, llamado “hombre casado”. Todas las historias encuadradas dentro del régimen matrimonial, vuelven a aparecer en Javier Mossen, un escritor que vive en el barrio judío Once, a través de quien Birmajer desarrolla sus ficciones, muy reales ellas, con base a la figura matrimonial.
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