facetas 14 de Noviembre

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IBAGUÉ, NOVIEMBRE 14 DE 2010

FA CE

TAS CULTURA AL DÍA Entrevista

Arnoldo Palacios Sergio Villamizar D. REPORTAJE

Un nuevo idioma La Vanguardia Cuento

Pimienta

Naguiv Mahfuz


FACETAS

IBAGUÉ, NOVIEMBRE 14 DE 2010

Las tardes de Manuela Por: Willian Geovany Rodríguez Gutiérrez

Las tardes de Manuela, es una pieza teatral escrita por el dramaturgo José Manuel Freídle, que en días pasados pudimos apreciar en el marco de la celebración de la semana de teatro en la Universidad del Tolima, la cual fue adaptada por el maestro Javier Bejarano para ser actuada por las actrices María Pacheco, Carolina Bermeo, Íngrid Sierra y el actor Iván Bonilla. Esta obra rescata del olvido a una gran heroína como es Manuelita Sáenz y la traslada a esa puesta en escena, la cual se desarrolla bajo una interdisciplinariedad que está ceñida por el manejo del tiempo. Esto va a permitir que tres de las actrices jóvenes personifiquen la condición humana de esta entrañable mujer para que di-

Poesía Como todas las artes, la poesía es tan difícil de definir como los sentimientos que evoca, por lo que las siete acepciones que propone el Diccionario de la Academia parecen insuficientes para dar una noción clara. «Poesía eres tú», escribía Gustavo Adolfo Bécquer, en una tentativa más subjetiva de explicarla y,

vague dicho personaje en lo que es y sobre lo que ha sido, pero contrastada con los padecimientos de un hombre completamente comprometido con las causas justas como lo es Simón Bolívar. En ese sentido, la obra de teatro muestra a una Manuelita como un personaje contradictorio, debido que se ríe sin prevención alguna de todo –o como se le escuchó en la voz de una de las actrices que la personificaba en el escenario– de tanta mierda, e incluso de ella misma, porque hasta sus quebrantos de salud se convierten en objeto de su burla. Ante esta situación, no se hace esperar la voz que clama rechazo por lo que somos y hemos sido y se evoca en los desprotegidos el señalamiento de que somos “pasto de la peste” o dicho en las palabras de la negra Jonotá “estamos secos como esta vida y como esta tierra”, pro-

nunciamiento que hace a los cuatro vientos al pueblo de Quito una de las actrices. Pero quizá esos no van a ser algunos de los ejes sobre los que girará la historia, porque a la par se está viviendo uno de los sentimientos más intensos y nobles que puede sentir cualquier mortal, aquel indiscutiblemente va a estar asociado con el amor y Manuelita se dejará llevar por la pasión de los sentimientos de un Bolívar que ama con todas las fuerzas del alma, aunque todo no va a ser placentero en esta relación de libertadores del pueblo esclavizado y del corazón, ya que se presentará un conflicto provocado por un pañuelo. Lo anterior provoca que Manuelita se distancie de su gran Simón, pero este insistirá porque desea estar con ella. Por tal razón intenta reconquistarla con poesía, de una carga semántica profunda, que es emitida por los labios del Libertador. Un ejemplo de ello es el siguiente: “Bella como una torcaza en el aire, como un colibrí buscando su flor en flor…” Ahora bien, Manuelita huye de su propia pasión una vez que comprende que “la guerra destierra el sentimiento de los guerreros”, eso hace que ella se refugie porque sabe que morirá de soledad, pero antes de irse no deja de recriminarle a su Simón sobre ‘por qué

actúas como un dictador y por qué te crees el rey de este mundo’; en ese momento en que se están disputando la razón por el comportamiento asumido se acercan los opositores que vienen vomitando odios, aquellos mismos que permitirán, para mal de la sociedad, que su vida llegue de forma prematura a su final.

Ahora, desde un plano metafísico, se intentan subsanar algunas cosas que en la tierra no pudieron llegar a un feliz término, y el actor y las actrices empiezan una vez que están asumiendo una partida de naipes a recriminarse por lo que en vida habían hecho, lo que ocasiona que Bolívar se desespere y llegue a decir que detesta perder en la mesa…

Palabra del día por tanto, más poética. Contribuyen a esta confusión las mutaciones que ha sufrido a lo largo de la historia el propio concepto de creación poética, como podemos observar desde los tiempos de la palabra griega poiesis, derivada de un término tan genérico como poiein ‘hacer’.

En efecto, para Aristóteles, toda creación intelectual era poiesis, por oposición a praksis, que era la acción. Para Heródoto, era el arte de componer obras poéticas, y Platón decía que las dos artes poéticas eran la tragedia y la comedia. En la civilización griega, la poiesis se expresaba en

poiema ‘poemas’, que podían ser epos ‘épicos’ o melos ‘líricos’. De estas palabras griegas se derivaron otras latinas, tales como poesis, ‘poesía’; poeta, ‘poeta’; poetria, ‘poetisa’; poética, o poeticés, ‘obra poética’. En francés, poète se registraba ya en 1155. En español, el primer gran poema épico

es el Cantar de Mio Cid, pero la palabra poesía no aparece documentada hasta el siglo XIII, cuando fue usada en el libro anónimo Los siete sabios de Roma: Y en aquel tiempo estava en Roma maestre Virgilio que a todos los maestros en el arte de dezir en poesía e nigromancia e otras sciencias sobrepujava.


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Los funerales de la realidad El Ojo Editorial*

El espectáculo de la vida pública colombiana, jardín colorido, multiforme, lleno de especies carnívoras, arroja cotidianamente a nuestro rostro grandes paladas de consumado ilusionismo. Nos hemos acostumbrado, según es fácil percibirlo, a que los hechos periodísticos, políticos y culturales sean algo así como un gran teatro del absurdo, un número de prestidigitación, un engendro irracional en el que todas las versiones y todos los registros terminan por ser falsos: ficciones que, al contrario de perseguir y domeñar a la verdad, la esconden con destreza y maestría, ahogándola en un viscoso océano de apariencias contradictorias detrás de las cuales, suponemos, no hay nada más que un gran vacío, un precipicio insoslayable. Los secuestrados de la violencia colombiana, ejercida con la misma grotesca disciplina por los crepusculares muchachos de la narco-guerrilla y los hiperrealistas alfiles del paramilitarismo, parecen ser un espléndido botón de muestra. Elevados a la categoría de astros del martirio, su regreso piadoso a la vida normal no tarda en transformarse en un show, casi siempre impostado, pletórico de parlamentos incoherentes y muecas incomprensibles, y sus vidas imbuidas de ejemplaridad, las mismas que fueron cantadas con salmodias y loas, réquiems y vindicaciones cuasi teológicas, se revelan, para nuestro asombro, como las de un puñado de seres viscosos y exageradamente humanos. El regreso al mundo, la resurrección milagrosa, los obligó en cambio a descender hasta el cieno. Nada hay en este colorido clan de aspirantes a la gloria de la ordalía que no termine por encontrar su negación y que no se disuelva activado por el ulterior y corrosivo efecto de los

emplazamientos pragmáticos. En esta parodia de la realidad no hay dos voces coincidentes, nadie se pone de acuerdo con otro, hay tantas versiones y verdades como personas, una experiencia sustituye a la otra, la elimina, la borra, la tergiversa, la niega, la sataniza, y nos deja la extrañísima sensación de haber asistido a una obra de teatro, una fiesta de guignol donde todo era solamente un trucaje. La taimada querella entre Íngrid Betancourt y Clara Rojas, autoras de sendos libracos que no se ponen de acuerdo, es una muestra expresiva que avala nuestro argumento. Observamos horrorizados cómo un nudo de falsedad va formándose alrededor de las historias narradas y exaltadas por los secuestrados, y empieza a poseer el oscuro grosor de la soga de un ahorcado. ¿Cuánta realidad existe en lo que sabemos del secuestro y sus mazmorras, tan dignas de las pesadillas del Bosco? ¿Nuestra indignación contra estos oprobiosos cautiverios coincide en algo con los hechos que discurren en la jungla colombiana, donde se confina cruelmente a los desafortunados que tropiezan con el último batallón de Stalin? ¿O toda la odisea contada, narrada, re-creada, es tan solo una interpretación libre de nuestro terror y también podemos acusarla de padecer irrealidad? Son estas las ardorosas preguntas que nos trabajan y hostigan mientras entendemos que cada secuestrado participó en un montaje distinto donde lo único que nos queda claro, es que se encarnizó buscando ser la estrella y el protagonista. El caso de Íngrid Betancourt lleva impresas, de manera imborrable, las características de este ágape de la ilusión. La historia está llena, es cierto, de héroes que se transformaron intempestivamente en villanos,

de santas que en realidad fueron damas más o menos mezquinas, de militares de alcurnia cantados en los libros y temidos en los campos, de grandes amantes a los que nunca acompañó el sagrado Eros y de gestas y epopeyas que no pasaron de ser masacres y triunfos groseros. Sin embargo, con la Betancourt volvemos a padecer la estremecedora experiencia de comprobar cuán ausentes están las huellas tangibles de todos los prontuarios habidos en el mar de los acontecimientos. Pero nunca aprendemos. Es como si la experiencia de siglos se resistiera a entrar en nosotros, como si frente al pecado original de la historia fuéramos perpetuamente vírgenes. Y así las cosas, la gran puesta en escena desencadenada por el secuestro de la antigua justicialista y candidata a la Presidencia, ayer prospecto ideológico al que muchos habrían apostado y hoy “objetivo militar” del inconsciente colectivo, tiene todas las características de una fantasmagoría, o, algo aún peor, de una lección de fría y calculada dialéctica, un experimento de la desilusión y una revancha de la paradoja. La activista colombo-francesa ha calzado todas las máscaras y se ha puesto todos los trajes existentes en los baúles del gran teatro de las representaciones: diosa de la justicia, deidad de la esperanza, santa digna de canciones míticas, estandarte de la dignidad, profeta, perjura, blasfema y por último mártir capaz de cobrar millones por escribir best-sellers. Su breve y fantástica carrera pone en entredicho todos los lugares comunes, dinamita todos los clichés, pulveriza el sueño majestuoso de las buenas consciencias. Su caída a tierra, más estrepitosa merced a la fama es el gran símbolo, la alegoría perfecta de nuestra carencia absoluta de realidad. Ni un mendrugo hay en su pron-

tuario que no pertenezca a las artes de birlibirloque. Ella es la gran prueba de laboratorio, el receptáculo y tal vez el conejillo de indias de nuestra infinita condición de volubles espectros: la cabeza exhibida para atemorizar y escarmentar a todos los inocentes que aún pueden creer en la transparencia de la verdad. Gracias a esta extraña señora ahora sospechamos (preferimos sospechar y no saber nada a ciencia cierta) que el cautiverio no mata el cuerpo (al contrario lo fortalece), pero tal vez sí mata la poca bondad que nos fuera donada; que no crea entre sus

desdichados súbditos filiaciones sublimes, sino que engendra odios, fiera competitividad, oscuras pasiones, extraños delirios; que desarrolla en sus víctimas el más increíble de los egocentrismos, la vindicación más colérica del impetuoso Narciso y los adiestra para que, una vez escapados del gravísimo instante, utilicen su lancinante privilegio para mandar, para mentir, para alistarnos en las guerras más insospechadas, menos cívicas y más insensatas. Para que continúen, en fin, lanzándonos paladas de ilusionismo obsceno. *Bogotá, Con-Fabulación, Diario Virtual.


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Arnoldo Palacios,

medio siglo de Por: Sergio Villamizar D. Bogotá, Colprensa

Las dos primeras novelas de Arnoldo Palacios tuvieron un particular nacimiento, estuvieron en peligro de jamás ser leídas, lo que hubiera sido una gran pérdida para la literatura colombiana del siglo XX. “‘Las estrellas son negras’, mi primera novela, fue víctima del 9 de abril de 1948. En los incendios en Bogotá se quemó la novela completa, lo único que me quedaba era mi memoria para escribirla de nuevo, en muy pocas semanas”, es el primer recuerdo de Arnoldo Palacios, escritor chocoano que a sus 86 años continúa con ganas de seguir narrando. ‘La selva y la lluvia’, su siguiente obra, no se quemó en incendio alguno, pero permaneció inédita 52 años para los lectores colombianos. Sólo hace algunos años, cuando la familia de Germán Arciniegas decidió donar su biblioteca personal a la Biblioteca Nacional, apareció el ejemplar que Palacios le había obsequiado a Arciniegas, el único de posible consulta en una biblioteca pública colombiana. “Algo que no sé cómo paso.

El connotado escritor chocoano prepara la segunda parte de sus memorias.

Durante estas décadas sentí que ‘La selva y la lluvia’ tenía una mala fortuna. Que nació, se publicó en Rusia, pero que en Colombia quedó en silencio, arrinconada. Es formidable porque ahora veo que los libros tienen su destino y lo interesante es que el novelista que habla de su pueblo tiene que tener una capacidad de perspectiva muy grande, que

pueda tener una edición 52 años después de su nacimiento”, continúa Palacios. La historia de un pueblo relatada a través del recorrido de un hombre que sale de las espesas selvas del Chocó a la fría y hostil Bogotá fue la forma que encontró el autor para hablar de las obsesiones que en ese entonces le quitaban el sueño: la soledad, el despojo y

la violencia en dos ambientes, rural y urbano. Todo esto se encuentra en ‘La selva y la lluvia’, la que el chocoano escribió entre Francia, Alemania, Italia y Rumania, para luego tener sus primeras ediciones en Rusia. La Editorial Progreso de Moscú publicó en 1958 esta obra, con una buena difusión en Europa del Este, pero sin

oportunidad alguna de publicarla en Colombia u otros países unidos políticamente a occidente. Eran otros tiempos, cuando una persona que mostrara simpatía por el comunismo era fichado como un peligroso agente internacional. Además, tras los sucesos del 9 de abril de 1948, la Unión Soviética había roto relaciones con Colombia. Pasaron los años y las décadas hasta cumplir más de medio siglo sin que generaciones de colombianos conocieran esta obra. Incluso, ‘Las estrellas son negras’ también había caído en ese olvido, aunque sí había sido editada, en varias ocasiones, en Colombia. Hace un par de años Intermedio Editores recuperó esta obra y, antes de cumplirse las cinco décadas de su publicación, volvió con una edición corregida. Para Arnoldo Palacios, la obra “le sigue hablando al lector colombiano de hoy, con un personaje, que es el mismo pueblo, que quiere un cambio ya, y piensa que asesinando al Gobernador ese cambio será posible. Es algo que sigue en el pensamiento colectivo, derribar el poder como alternativa de cambio”.


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FACETAS

Arnoldo Palacios, un largo

medio siglo de espera Por: Sergio Villamizar D. Bogotá, Colprensa

Las dos primeras novelas de Arnoldo Palacios tuvieron un particular nacimiento, estuvieron en peligro de jamás ser leídas, lo que hubiera sido una gran pérdida para la literatura colombiana del siglo XX. “‘Las estrellas son negras’, mi primera novela, fue víctima del 9 de abril de 1948. En los incendios en Bogotá se quemó la novela completa, lo único que me quedaba era mi memoria para escribirla de nuevo, en muy pocas semanas”, es el primer recuerdo de Arnoldo Palacios, escritor chocoano que a sus 86 años continúa con ganas de seguir narrando. ‘La selva y la lluvia’, su siguiente obra, no se quemó en incendio alguno, pero permaneció inédita 52 años para los lectores colombianos. Sólo hace algunos años, cuando la familia de Germán Arciniegas decidió donar su biblioteca personal a la Biblioteca Nacional, apareció el ejemplar que Palacios le había obsequiado a Arciniegas, el único de posible consulta en una biblioteca pública colombiana. “Algo que no sé cómo paso.

El connotado escritor chocoano prepara la segunda parte de sus memorias.

Durante estas décadas sentí que ‘La selva y la lluvia’ tenía una mala fortuna. Que nació, se publicó en Rusia, pero que en Colombia quedó en silencio, arrinconada. Es formidable porque ahora veo que los libros tienen su destino y lo interesante es que el novelista que habla de su pueblo tiene que tener una capacidad de perspectiva muy grande, que

pueda tener una edición 52 años después de su nacimiento”, continúa Palacios. La historia de un pueblo relatada a través del recorrido de un hombre que sale de las espesas selvas del Chocó a la fría y hostil Bogotá fue la forma que encontró el autor para hablar de las obsesiones que en ese entonces le quitaban el sueño: la soledad, el despojo y

la violencia en dos ambientes, rural y urbano. Todo esto se encuentra en ‘La selva y la lluvia’, la que el chocoano escribió entre Francia, Alemania, Italia y Rumania, para luego tener sus primeras ediciones en Rusia. La Editorial Progreso de Moscú publicó en 1958 esta obra, con una buena difusión en Europa del Este, pero sin

oportunidad alguna de publicarla en Colombia u otros países unidos políticamente a occidente. Eran otros tiempos, cuando una persona que mostrara simpatía por el comunismo era fichado como un peligroso agente internacional. Además, tras los sucesos del 9 de abril de 1948, la Unión Soviética había roto relaciones con Colombia. Pasaron los años y las décadas hasta cumplir más de medio siglo sin que generaciones de colombianos conocieran esta obra. Incluso, ‘Las estrellas son negras’ también había caído en ese olvido, aunque sí había sido editada, en varias ocasiones, en Colombia. Hace un par de años Intermedio Editores recuperó esta obra y, antes de cumplirse las cinco décadas de su publicación, volvió con una edición corregida. Para Arnoldo Palacios, la obra “le sigue hablando al lector colombiano de hoy, con un personaje, que es el mismo pueblo, que quiere un cambio ya, y piensa que asesinando al Gobernador ese cambio será posible. Es algo que sigue en el pensamiento colectivo, derribar el poder como alternativa de cambio”.

Intensa actividad literaria Nacido en la pequeña población de Cértegui, Chocó, en 1924, buscó la forma de salir en búsqueda del sueño de estudiar Derecho en Bogotá, donde a los 25 años presentó su primera novela ‘Las estrellas son negras’, considerada de reivindicación social, tendencia que tendría gran fuerza y difusión casi 30 años después. Además de ‘La sangre y la lluvia’, los lectores de hoy pronto podrán descubrir obras de Palacios como ‘El

El contraste de los espacios

Mientras ‘Las estrellas son negras’ fue una novela escrita en Bogotá hablando del Chocó, ‘La selva y la lluvia’ era un recorrido por la tierra en que nació su autor y luego su llegada a Bogotá, pero escrita a miles de kilómetros de allí, en Europa.

“La hice en otro mundo. Mientras escribía sobre el trópico en Bucarest (Rumania) estaba en pleno invierno, con un paisaje completamente blanco y la gente, la poca que se atrevía a salir, vestía como si fuera a un entierro. Resolví correr las cortinas para no ver ese mundo mientras escribía sobre el Chocó y sentí momentos de intenso calor, era como si estuviera en Quibdó

o Puerto Berrío”, recuerda el autor colombiano. Pero también otro clima político, las guerras, los movimientos obreros, los partidos comunistas. Todo eso sucedía mientras Arnoldo estaba concentrado en volver, a través de la literatura, al Chocó que dejó en los años cuarenta y su temporada en la capital del país. A Europa llegó con una beca para estudiar idiomas,

pero luego de ser visibles sus tendencias políticas de izquierda y sin previo aviso, el Gobierno colombiano le canceló la beca. Así, el joven Arnoldo, atacado por la poliomielitis, se vio en París sin recursos. Con algunos trabajos esporádicos y la ayuda de amigos, decidió quedarse en Europa, donde tiene su residencia hasta hoy. “En París, por la polio, que atacó mis piernas, no podía caminar. En la calle me encontré a un médico que al verme ofreció operarme, para mejorar mi forma de vida y poder caminar mejor. Era una oportunidad única, entonces eso también hizo que me quedara en Francia”. De ahí recorrió Berlín y Roma, siempre adelantando la escritura de ‘La selva y la lluvia’, hasta que la terminó

duende y la guitarra’, ‘Leyendas chocoanas’ y ‘Panorama de la literatura negra’. “No creo en la literatura negra. La literatura habla del ser humano y no tanto de la raza o el color de piel. Pero a la vez, es verdad que a muchos autores afrocolombianos no se les ha dado el lugar que merecen, aunque en los últimos años poco a poco se ha empezado a reivindicar su aporte a la literatura colombiana”, finaliza el escritor Arnoldo Palacios.

en el más intenso de los frío de Bucarest. “Siempre voy a recordar a mis amigos en Europa que me preguntaban cómo podía vivir en París sin la beca y sin recibir una renta fija y yo les decía: el que sobrevive en el Chocó puede vivir en París, porque se le hará la vida más fácil, con oportunidades que sólo tendrá que saber aprovechar”. Agrega: “Es triste volver al Chocó, pues en el que yo nací la pobreza siempre existía, pero había qué comer. Ahora, ni eso hay. Todo se ha acabado. La miseria impera y viaja por el río Atrato”. Ahora está preparando la segunda parte de sus memorias, viviendo entre París y Bogotá, aunque el Chocó siempre está en sus afectos, pensamientos y reflexiones literarias.


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FACETAS

un largo

espera Intensa actividad literaria Nacido en la pequeña población de Cértegui, Chocó, en 1924, buscó la forma de salir en búsqueda del sueño de estudiar Derecho en Bogotá, donde a los 25 años presentó su primera novela ‘Las estrellas son negras’, considerada de reivindicación social, tendencia que tendría gran fuerza y difusión casi 30 años después. Además de ‘La sangre y la lluvia’, los lectores de hoy pronto podrán descubrir obras de Palacios como ‘El

El contraste de los espacios

Mientras ‘Las estrellas son negras’ fue una novela escrita en Bogotá hablando del Chocó, ‘La selva y la lluvia’ era un recorrido por la tierra en que nació su autor y luego su llegada a Bogotá, pero escrita a miles de kilómetros de allí, en Europa.

“La hice en otro mundo. Mientras escribía sobre el trópico en Bucarest (Rumania) estaba en pleno invierno, con un paisaje completamente blanco y la gente, la poca que se atrevía a salir, vestía como si fuera a un entierro. Resolví correr las cortinas para no ver ese mundo mientras escribía sobre el Chocó y sentí momentos de intenso calor, era como si estuviera en Quibdó

o Puerto Berrío”, recuerda el autor colombiano. Pero también otro clima político, las guerras, los movimientos obreros, los partidos comunistas. Todo eso sucedía mientras Arnoldo estaba concentrado en volver, a través de la literatura, al Chocó que dejó en los años cuarenta y su temporada en la capital del país. A Europa llegó con una beca para estudiar idiomas,

pero luego de ser visibles sus tendencias políticas de izquierda y sin previo aviso, el Gobierno colombiano le canceló la beca. Así, el joven Arnoldo, atacado por la poliomielitis, se vio en París sin recursos. Con algunos trabajos esporádicos y la ayuda de amigos, decidió quedarse en Europa, donde tiene su residencia hasta hoy. “En París, por la polio, que atacó mis piernas, no podía caminar. En la calle me encontré a un médico que al verme ofreció operarme, para mejorar mi forma de vida y poder caminar mejor. Era una oportunidad única, entonces eso también hizo que me quedara en Francia”. De ahí recorrió Berlín y Roma, siempre adelantando la escritura de ‘La selva y la lluvia’, hasta que la terminó

duende y la guitarra’, ‘Leyendas chocoanas’ y ‘Panorama de la literatura negra’. “No creo en la literatura negra. La literatura habla del ser humano y no tanto de la raza o el color de piel. Pero a la vez, es verdad que a muchos autores afrocolombianos no se les ha dado el lugar que merecen, aunque en los últimos años poco a poco se ha empezado a reivindicar su aporte a la literatura colombiana”, finaliza el escritor Arnoldo Palacios.

en el más intenso de los frío de Bucarest. “Siempre voy a recordar a mis amigos en Europa que me preguntaban cómo podía vivir en París sin la beca y sin recibir una renta fija y yo les decía: el que sobrevive en el Chocó puede vivir en París, porque se le hará la vida más fácil, con oportunidades que sólo tendrá que saber aprovechar”. Agrega: “Es triste volver al Chocó, pues en el que yo nací la pobreza siempre existía, pero había qué comer. Ahora, ni eso hay. Todo se ha acabado. La miseria impera y viaja por el río Atrato”. Ahora está preparando la segunda parte de sus memorias, viviendo entre París y Bogotá, aunque el Chocó siempre está en sus afectos, pensamientos y reflexiones literarias.


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El cuento

Pimienta

Por Naguib Mahfuz*

En el café “La Felicidad” hay muchas cosas interesantes. Una de ellas, Pimienta, un chico de doce años o poco más. Su verdadero nombre es Taha Sanqar, pero se le conoce por Pimienta. Está en el café desde las primeras horas de la mañana hasta la noche, para acercar la candela a los que quieren fumar un narguilé. Ya se sabe que los motes no son injustificados, pero éste está especialmente bien puesto: el muchacho es vivo, ágil, acude como una avispa antes de que el cliente haya acabado de llamarlo. No para en todo el tiempo de moverse ni de hablar. Trabaja allí desde hace un año por una piastra al día, además de su narguilé, y una taza de té por la mañana y otra después de la comida. Con esto está más que satisfecho. Se siente orgulloso cada vez que piensa que se gana el sustento y puede disponer de una piastra; así que, como él dice: “Yo, feliz y contento”. No por eso cree que está todo hecho. Su meta inmediata está en el día en que el patrón lo autorice a llenar y servir los narguilés, trabajo que supone el ascenso de “chico” a “mozo”... después... ¡Quién puede predecir adónde llegará! Consecuente con su ambición, ejercita sin parar sus cuerdas vocales, voceando las consumiciones. Y es que en un café popular una buena garganta es tan importante como en una academia de canto. Una de las cosas que más le gustan a Pimienta del café “La

Poesía Adiestramiento A mi madre alguna vez salí por el vanopor donde entrábamos juntas a la vida/ todos los santos díasvos me enseñabas con paciencia cómo se atravesaba el

Felicidad” es la tertulia de estudiantes que se reúne allí las tardes de los días de fiesta y en vacaciones. Se acomodan en un rincón. Charlan. Juegan al chaquete. Beben té y jengibre. Son gentes del pueblo, pobres, igual que los demás clientes, pero los estudios se les han subido a la cabeza; se sienten superiores y mantienen las distancias. Han dejado de vestir el yillab, aunque alguno siga llevando calzado de madera. Se reúnen a pasar el rato. Mientras sorben su té o su jengibre, uno cualquiera de ellos lee en alto un periódico vespertino. Los otros lo escuchan. A continuación se lanzan a comentarlo y discutirlo larga y apasionadamente. Una tarde Pimienta entendió por primera vez lo que decían, y se llevó una gran alegría. Acababan de leer, entre otras cosas, la noticia del juicio incoado contra un alto funcionario acusado de corrupción. Automáticamente se encendieron los comentarios... —¡Este ha caído en manos de la ley por casualidad! ¡Hay otros

muchos que deberían estar en la cárcel, pero la justicia hace la vista gorda! ...y fueron haciéndose más directos y menos contenidos: —El mal no está sólo en los funcionarios; hay otros... ya me entienden, peores y todavía más canallas. ¡En este país, si estuviera bien equilibrada la balanza de la Justicia, estarían llenas las cárceles y vacíos los palacios! Rivalizaban en sacar a relucir nombres, en despellejarlos y en rebozarlos por el lodo, con voces alteradas, fuera de sí: —Fíjense en Fulano, sin ir más lejos... ¿saben cómo ha amasado su inmensa fortuna?... (y acto seguido enumeraban los atropellos y los robos con que había conseguido hacer dinero. Se daban tantos detalles que parecía estar contándolo el propio secretario o administrador del interesado). No dejaron de hacer la disección de ningún personaje importante. Las vidas se interpretaban a gusto del consumidor. Se baraja-

ban defectos. La frase que servía de trampolín era: —¿Y saben cómo ha amasado su fortuna Fulano?... Todo lo demás salía después. Uno de ellos concluyó, furibundo: —¡En este país el robo está permitido! Pimienta entendió la frase sin dificultad, aunque había sido dicha en lengua culta. Le gustó. Una pasión enterrada revivió en su interior: ¡Qué bien suena eso de que éste es un país de ladrones! ¡Caramba, de modo que el robo está permitido aquí! Pimienta... lleva lo de robar en la sangre; ha sido criado a pechos del robo. Es a lo que está acostumbrado desde la cuna: su madre, que trabaja como vendedora de manzanas, se dedica en los ratos libres a “encontrar” alguna que otra gallina “perdida”, y su padre, el tío Sanqar, vendedor ambulante de cacahuetes, es muy aficionado a llevarse la ropa tendida en los patios, y tiene una habilidad especial para escurrir el bulto. A pesar de todas estas “ayudas”, la familia no prospera.

Aquella noche tuvo un final desagradable para Pimienta. Cuando volvió a su casa, mejor dicho a la habitación donde vivían todos, encontró a su madre levantada todavía, preocupada y desconsolada, rodeada de sus hijas, llorosas. El chico se asustó al encontrarse con aquello. Antes de darle tiempo a preguntar, su madre le explicó: “Un policía se ha llevado a tu padre”. Pimienta comprendió la situación. Se acercó a su hermana mayor, y ésta le dijo algo más: que lo habían denunciado por robar unas camisas y unos calzones, y que se lo habían llevado a la comisaría. Después de un momento de silencio añadió que, por lo menos, tenía cárcel para unos cuantos meses, o quizá años. Pimienta no veía a su padre casi nunca: por la noche ya estaba dormido cuando éste volvía de sus vagabundeos, y por la mañana salía para el café antes de que su padre se hubiese levantado. A pesar de esto, contagiado por el ambiente, se puso triste y lloró. De pronto recordó lo que había oído por la tarde y se acercó a contárselo a su madre:... que el país estaba lleno de ladrones, y que el robo era legal... La mujer no estaba para fantasías; lo apartó, le chilló agriamente que se callara, y acabó pegándole una bofetada. Al despertar a la mañana siguiente, Pimienta había olvidado el día anterior; como si hubiese nacido de nuevo. Se fue para el café, con su paso rápido, sin distraerse. No era la primera vez que metían a su padre en la cárcel. *Escritor egipcio.

Ana María Russo Poeta argentina

vano cómo se cerraba la puerta tras el paso y se daba vuelta la llave, vos aplicabas una fuerza esencial en tu maestría de rumbos/ yo supe siempre que el paso era hacia ade-

lante y vos reías con tus ojos azul inmediato y fulgurante y aunque fuera tu estómago el dolido vos reías y me dejabas sola que cruzara al afuera/ y tu mano hierro vítreo

me sostuvo de lejos/ yo que iba vos que estabas/ nadie lo sabe ahora que te tengo de mi sangre y en tanto parecido somos una envejezco y estás riendo con tus ojos azules inmediatos que me dicen que el paso es hacia adelante

aunque dé miedo el aire solo de la calle/ tu llamado sigue siendo el primero del día y lo atiendo en silencios hablados/ ahora que soy la que doy rumbos abro la puerta y todavía me enseñás.


IBAGUÉ, NOVIEMBRE 14 DE 2010

FACETAS

Surge un nuevo idioma: el globish La Vanguardia*

Los alumnos de la vasta Universidad Popular de China son típicos de la generación post-Mao Zedong. Cada viernes por la noche cientos de ellos se reúnen bajo los árboles de una pequeña plaza en el distrito Haidian de Beijing. ¿El propósito? Charlar sobre béisbol, películas y celebridades americanas en un torpe pero entusiasta inglés. De hecho, China ofrece el ejemplo más dramático del ‘hambre’ global por aprender este idioma. Más presente y universal que nunca, el inglés se usa ahora, de alguna forma, por casi cuatro mil millones de personas en todo el planeta. Como lengua materna (400 millones de hablantes), solamente es superado por el mandarín (mil 300 millones de hablantes nativos, 350 millones de los cuales también hablan algún tipo de inglés). Y dada la importancia del inglés como segunda lengua en todo el mundo, ahora son muchos los que buscan transformarlo en una versión nueva y simplificada que responda a las exigencias de una economía global con un reducido vocabulario de palabras y expresiones comunes. Lo cual lo está convirtiendo en una herramienta popular conocida como globish, una palabra formada de la expresión Global English. La presencia del globish se hizo evidente por primera vez en 2005, cuando un oscuro periódico danés llamado The Jutland Post, publicó una serie de viñetas satíricas del profeta Mahoma. A lo que el mundo musulmán reaccionó con disturbios en Afganistán, Nigeria, Libia y Pakistán, que dejaron 139 personas muertas. Pero quizá la respuesta más extraña fue una protesta llevada a cabo por fundamentalistas musulmanes frente a la Embajada danesa en Londres. Vociferando en inglés, los manifestantes portaban pancartas con lemas en ese idioma. Esta colisión de la jihad islámica con el inglés, dejó en claro el cambio dramático que se vive a través de un mundo cada vez más unido por la Internet. Y esa tendencia a la globalización del inglés no se da

de manera aislada. De hecho, en 2007 un artículo publicado en el Herald Tribune por el ciudadano francés Jean-Paul Nerriere, ya describía el despegue internacional del inglés como «el dialecto del tercer milenio». Nerriere, un empleado de IBM enviado a Japón en la década de 1990, se había dado cuenta de que los japoneses, coreanos y chinos se comunicaban mucho más exitosamente en un nuevo tipo de inglés que en el inglés estándar de los británicos y los estadounidenses. Nerriere se dio cuenta de que se trataba de un inglés ‘descafeinado’, lleno de simplificaciones como «el hijo de mi hermano» por «sobrino», o «palabra de honor» por «juramento», que se estaba convirtiendo en una nueva forma de hablar. En un momento de inspiración, Nerriere bautizó esa forma de hablar como ‘globish’. El término globish fue acogido rápidamente en el seno de la comunidad internacional. El periodista Ben Macintyre, del periódico London Times, describe una conversación que había oído mientras esperaba un vuelo en el aeropuerto de Nueva Delhi. El diálogo discurría entre un español de las Fuerzas de Paz de la ONU y un soldado indio. «El indio no hablaba español y el español no hablaba

punjabí», relata Macintyre. «Sin embargo, ellos se estaban entendiendo entre sí con facilidad. La lengua que hablaban era una forma muy simplificada de inglés, sin gramática ni estructura, pero perfectamente comprensible, para ellos y para mí. Sólo ahora me doy cuenta de que estaban hablando globish». Para Nerriere, el globish es una especie de instrumento lingüístico cuya versión básica puede hablarse con un vocabulario de tan solo mil 500 palabras. Una serie televisiva llamada La historia del inglés, relata que el inglés británico saltó a la supremacía mundial durante la época de la reina Victoria, que fue la primera monarca británica en dirigirse a sus súbditos a través de las nuevas tecnologías que permitían grabar y divulgar los discursos hablados. Desde ese momento hubo vínculo indisoluble entre el imperialismo y el idioma, que convirtió al inglés en un nuevo motor del desarrollo. Luego, el poder y la influencia del inglés pasaron a Estados Unidos, principalmente a través de las dos guerras mundiales. Y durante toda la Guerra Fría, la cultura angloamericana se convirtió en parte de la conciencia global a través de las películas, los periódicos y las revistas publicadas en inglés. Y al llegar el prolongado auge económico

de la década de 1990, el inglés se estableció como la ‘lengua de la libertad’ en la mente de millones de personas. De hecho, usted podía odiar a un Presidente ‘americano’ y quemar la bandera de Estados Unidos, al mismo tiempo que idolatraba a las estrellas pop estadounidenses. Con el cambio de milenio el inglés comenzó a ganar un impulso tal que se hizo independiente de sus orígenes anglo-estadounidenses. Y cuando se convirtió en un inglés liberado de sus raíces, comenzó a extenderse rápidamente por el mundo en desarrollo. En 2003 Chile y Mongolia declararon su intención de adoptar el inglés como su segundo idioma. En 2006 se añadió el idioma inglés al plan de estudios de las escuelas primarias en México, como segunda lengua obligatoria. Y el antiguo estado de habla francesa de Rwanda aprobó el inglés como idioma oficial en 2009. En China, 50 millones de personas están inscritas en un programa de lenguaje conocido coloquialmente como ‘Inglés inglés’, conducido por Li Yang, un profesor que a menudo reúne en estadios de fútbol a grupos de 10 mil personas, bajo el lema de ‘conquistar el inglés para volver fuerte a China’.

Desde que el inglés fue introducido por la conquista normanda en 1066, ha sido el idioma de todos y de la gente común. Y eso es más cierto que nunca hoy en día. El hecho es que el inglés ya no depende de Estados Unidos ni de Gran Bretaña. Ahora es aupado por un mundo que lo ha adoptado como su segundo idioma, y por lo tanto su evolución sigue adelante sin necesidad de permanecer atado a sus orígenes británicos o estadounidenses. El globish ya se está perfilando en los acontecimientos del mundo en muchos frentes. Por ejemplo, durante las elecciones iraníes del año pasado, la oposición utilizó el globish para transmitir sus quejas a través de la Internet, donde de 70 a 80 por ciento de las páginas están en inglés. De acuerdo con el Consejo Británico, para 2030 un tercio de la población mundial estará tratando de aprender inglés. Y cada vez se sumarán más voces a ese idioma, encontrando en el globish un común denominador. El distinguido educador británico sir Eric Anderson cuenta una historia que ilustra la creciente importancia del globish. En la mañana de los atentados terroristas del 7 de julio de 2005 en Londres, un estudiante árabe trató de tomar el metro pero encontró su estación inexplicablemente cerrada. Entonces se subió a un autobús. En ese momento recibió en su celular un mensaje urgente en la jerga globish, que le advirtió que los autobuses de Londres se habían convertido en objetivos terroristas. Como resultado de ese mensaje, el estudiante se bajó del autobús. Un minuto más tarde el transporte fue destruido por una bomba, con la consecuente pérdida de vidas. No se trata de la torre de Babel. El mundo es cada vez más ‘plano’ y más pequeño que nunca, pero sigue siendo un mosaico de cinco mil idiomas. La gente todavía se aferra ferozmente a su lengua materna. Pero cuando un hindú y un mexicano quieran comunicarse, la lengua a la que recurrirán será al globish. *elcastellano.org, la página del idioma español.


FACETAS

IBAGUÉ, NOVIEMBRE 14 DE 2010

Antonio Ungar, premio Herralde de Novela ‘Tres ataúdes blancos’ es el nombre de la obra con la cual el autor colombiano logró este importante galardón literario. Bogotá, Colprensa

Por fin le llegó a Antonio Ungar lo que le faltaba para lograr una difusión importante en Iberoamérica. Ver su nombre directamente ligado a uno de los principales galardones de la literatura en castellano. Y la buena noticia llegó este lunes (8 de noviembre), cuando se dio a conocer en España que el autor bogotano era el ganador de la versión 2010 del Premio Herralde de Novela, gracias a su obra inédita ‘Tres ataúdes blancos’. Es la primera vez, en 41 ediciones, que un escritor colombiano gana este importante galardón, creado por el prestigioso editor de Anagrama, Jorge Herralde, y el cual han ganado autores que han

hecho historia en la literatura. Sólo basta nombrar a Álvaro Pombo, Sergio Pitol, Javier Marías, Roberto Bolaños, Enrique Vila-Matas, Alonso Cueto y Juan Villoro para reconocer la trascendencia de este galardón, que le entrega al ganador una suma de 18 mil euros, pero en especial el prestigio de lograr uno de los principales premios de la literatura en castellano. Salvador Clotas, Marcos Giralt Torrente, Luis Magrinyá, Vicente Molina Foix y el editor Jorge Herralde hicieron parte del jurado que seleccionó la obra de Ungar, la cual presentó bajo el título ‘Miranda’ y el seudónimo José María Loos. A sus 36 años de edad, a Ungar no le han regalado nada, y poco a poco se ha ido destacando en el campo de la escritura en múltiples géneros, pues sus crónicas son publicadas en revistas y diarios de Estados Unidos, Holanda y Colombia, donde incluso logró en el 2005 el Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar. Sus novelas ‘Zanahorias

El galardón que recibió Antonio es uno de los más prestigiosos.

voladoras’ y ‘Las orejas del lobo’ han tenido excelente acogida dentro de los lectores. De hecho, fue finalista del premio Courier International al mejor libro extranjero publicado en Francia hace dos años. Además, fue el autor latinoamericano escogido para asistir a la residencia de escritores de la Universidad de Iowa y estuvo entre los seleccionados de Bogotá 39. Pero muchos lo reconocen por su labor en el género del cuento, con obras como ‘De ciertos animales tristes’ y ‘Trece circos comunes’, esta última con una edición ampliada el año pasado. Obra ganadora

Nieto de Hans Ungar, quien haría historia como librero en Colombia, Antonio ganó el Herralde de Novela con ‘Tres ataúdes blancos’,

anunciado por la editorial Anagrama como un thriller que tiene como protagonista a un hombre solitario, asocial, quien es forzado a suplantar la identidad de un líder político de oposición. Este es sólo el comienzo de aventuras que tendrá que vivir este hombre que tiene como objetivo acabar con el régimen totalitario de un país latinoamericano llamado Miranda. “Desaforado, desquiciado,

hilarante, el narrador usa todas sus palabras para cuestionar, ridiculizar y destruir la realidad (y para reconstruirla de nuevo, desde cero, como nueva). Perseguido sin descanso por el régimen del terror que en Miranda todo lo controla y por los abyectos políticos de su propio bando, solo contra el mundo, el protagonista es finalmente alcanzado y cazado”, se comenta en la solapa del libro que en pocas semanas saldrá al mercado.

DIRECTOR: Antonio Melo Salazar JEFE DE REDACCIÓN: Martha Myriam Páez Morales COORDINADOR: Benhur Sánchez Suárez, Redacción cultural EL NUEVO DÍA PERIODISTA: Sandra Lombana M. EDITOR: Billy Edison Zúñiga Valencia DISEÑO: Katherine Moreno ILUSTRACIONES: Obras de la pintora colombiana Sofía Urrutia Holguín, Colarte.com. FOTOS: suministradas, Colprensa, Internet, EL NUEVO DÍA. Carrera 6 No. 12-09 Tels. 2770050 - 2610966 Ibagué Tolima - Colombia Apartado Aéreo 5476908-K www.elnuevodia.com.co Todos los derechos reservados. Prohibida la reproducción total o parcial sin autorización expresa del Grupo Editorial Aguasclaras S.A.. ISSN: 021545-8.


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