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Ibagué, enero 4 de 2009
Por Héctor Sánchez* A mi bella amiga Walkiria Sánchez, compositora y cantante, la invitó a comer un joven escritor de los que ahora abundan en la tragicomedia nacional. Quería añadir un nuevo trofeo a su éxito literario, como se entiende el éxito en el área de los negocios, por el rendimiento económico. Después de su escenificación del Gran Gatsby, dijo lo que vino a perderlo. Dijo que los escritores mayores tenían envidia de los menores, porque ellos habían conseguido vivir de sus regalías y eran consentidos de los impresores, mientras aquellos ya no jugaban ni al tute. Walkiria, que es amada por muchos de los que hemos dejado la vida escribiendo libros, hizo suya la fanfarronada y le apagó el teléfono. Hace mucho tiempo descubrí que el verdadero reconocimiento literario, bien distinto al exitismo, se alcanza involuntariamente. Por eso es tan heroico construir una obra que prevalezca contra el silencio o la indiferencia y, mucho peor, sobre el mal gusto y la discutible factura de los libros que consiguen fulminante éxito, basados en la novelería y el amarillismo morboso. En las últimas décadas, escribir como un acto de la meditación, del talento y del compromiso con el lenguaje escrito, han sido acometidos por la improvisación, la desfachatez y el delirio de cierto periodismo redentorista, que no encuentra diferencia entre un sancocho y unos camarones al ajillo. Vamos despacio. Escribir es mucho más que preparar un sancocho o unos camarones. Es como dice el irlandés James Joyce, la capacidad de ver el mundo a través de una sensibilidad. Dudo mucho que el verlo a través del billete sea un buen punto de partida. Hay un mal entendido. Saber leer y escribir no es suficiente para conseguir una buena plana, como no lo es cantar bajo la ducha, que hacerlo en un teatro. Los escritores que han llegado a nosotros, a través de los años y los siglos, agotaron sus lecturas sin pedir tregua, sin vender sus almas al demonio del dinero, sin excusarse por devorar libros de caballería hasta perder el ceso. Es inexorable que tras un buen escritor hay un mejor lector. Un buen lector es el que se arriesga a pensar frente a la sustancia de una obra afianzada en una estética exigente. El inglés Lawrence Sterne, autor del sorprendente, Vida y opiniones del caballero Tristran Chandy, escribió en pleno siglo dieciocho, “los escritores de mi temple tenemos un principio en cowww.elnuevodia.com.co>Léalo.
mún con los pintores. Cuando una copia exacta hace que nuestros cuadros sean menos llamativos, escogemos lo menos malo y juzgamos más perdonable, faltar a la verdad que a la belleza.” Un argumento que molestará a muchos. Sobre todo a los recicladores novedosos que creen jugarse por la verdad, llevando determinados hechos a un libro, como se copia en un lienzo una vaca o una manzana. En realidad lo que guarda el libro, es lo que John Locke define como ideas simples de los sentidos. Impresiones. En cualquier caso, hasta una copia falta a la verdad cuando no revela nada. Es lo que ocurre con esos libros que recogen la basura nacional con aires de documento, magistralmente auspiciados por los medios de comunicación. Ese género está muy lejos de ser un testimonio, una crónica, una memoria. Por su intencionalidad no declarada, es un producto popular más, que gusta mucho a los consumidores de esa misérrima franja del entretenimiento nacional. Ese goce por la multiescatología, es en proporción directa, la misma que atrae a las moscas a su alimento que, no por preferido, significa que sea bueno. El argentino inagotable, Jorge Luis Borges, señaló décadas atrás, respecto al tercer género de la novela, algo que vale la pena para cualquier juntaletras: “El tercer género goza de la predilección de los jóvenes. Niega el principio de identidad, venera las mayúsculas, confunde el porvenir con el pasado, el sueño y la vigilia y, está destinado a satisfacer las vanidades del autor, empecinado en la verosimilitud sin invención.” La literatura está en silencio mientras columnistas, reporteros, delincuentes, prostitutas, ex ministros, presidiarios, Meninas criollas con chequera, políticos, futbolistas, asesinos, conversos, faranduleros, narcotraficantes, apologistas remunerados y, algunos más que, por su apego al neocostumbrismo urbano nauseabundo, son ungidos escritores por las gerencias editoriales. Uno mi voz a quienes se preguntan en qué país vivimos, cuando esa ilustre nómina de prosistas es la que dicta, por el momento, la historia patria, en torno en una triste colección de bárbaros, cuyos nombres debían reservarse a los prontuarios. Pero no será así porque, con seguridad, la otra clase de cronistas y fabuladores, extenderán y profundizarán en los episodios de su tiempo, incluido el festín literario aquí señalado.
Ese anacronismo editorial es parte de nuestra magna estupidez, que ha deificado la mediocridad, que es la peor forma del inmovilismo, del subdesarrollo. Se puede vivir del ropaje, del snobismo, de lo que Milan Kundera define como imagología, a condición de agotarse en la fugacidad. Quienes peinan su vanidad con el tributo de sus regalías, no saben bien lo poco que duran los triunfos cuando no están regidos por el prestigio. Aprendí pronto del Juan de Mairena, del español Antonio Machado. “Nada os importe ser inactuales, ni decir lo que vosotros pensáis que debió decirse hace veinte años, porque eso será acaso lo que podrá decirse dentro de otros veinte años y, si aspiráis a la originalidad, huid de los novedosos y de los arbitristas de toda laya.” Frente al hecho de que para escribir no se necesita documento alguno, es previsible que cualquiera publique su libro y lo lleve al mercado, a ver si con un poco de suerte alcanza dinero y reconocimiento. Así ha ocurrido siempre y, menos mal que los Petrarcas y Cervantes Saavedras no abundan o, no sabríamos cómo albergar a tantos autores en casa y, lo peor de todo, cómo tener suficiente vida para leerlos. Por fortuna, la buena prosa tiene su propia selección y, como en el reino animal, sobreviven los más capaces. En los Anales del historiador Cayo Cornelio Tácito, se recuerda al caballero romano Cayo Lutonio Prisco que se atrevió a escribir unos versos en memoria de Germánico, hermano de Nerón, asesinado en el destierro. Por ello, Marco Lépido fue acusado de recibir dinero por redactar aquella pieza y, resalta en el juicio que se le siguió, el análisis literario, según el cual, “ha manchado no sólo el pensamiento sino las orejas de los oyentes” y, como castigo al mal gusto, pide que se le destierre de Roma, le confisquen su hacienda, se le niegue el agua y el fuego, conforme al delito de lesa majestad. En nuestros días el riesgo es menor, porque las ligerezas de Cayo Lutorio, solas, alcanzan su propio destierro. Es imposible que la palabra escrita burle al lector, haciéndole creer que el mundo acaba de ser inventado, cuando la palabra no tiene nada de extraordinaria. La literatura es uno de los pocos tribunales que pone a cada quien en su lugar y, a través del tiempo, premia sólo al que lo merece. Los buenos libros, en su lengua común con los malos, consiguen fundar en las palabras, la magia, que es un
juego múltiple entre el talento creador y la originalidad narrativa. Los libros que van remolcados al escándalo o al interés crematístico, parecen salidos de un mismo molde. No hay forma de reconocer en ellos al autor que lucha por su diferencia. Se parecen unos a otros, como sabe lo mismo un jarabe servido en dos cucharas. Guardo en mi capital de trabajo lecturas que quiero compartir con quienes forman parte de una especie en extinción. El Quijote, de Miguel de Cervantes Saavedra, Gargantúa y Pantagruel, de Francois Rabelais, Hambre, de Knut Hamsun, El maestro y Margarita, de Mijail Bulgakov, Guerra y paz, de León Tolstoi, Insaciabilidad, de Adán Mickiewicz, El amante de lady Chatterley, de David Herbert Lawrence, Moby Dick, de Hemman Melville, Diario de un seductor, de Soren Kierkegaard, Viaje hacia el fin de la noche, de Luis Ferdinand Celine, El proceso, de Franz Kafka, El desierto de los tártaros, de Dino Buzzati, Bajo el volcán, de Malcoln Lowry, La locura de Almayer, de Joseph Conrad, Por quién doblan las campanas, de Ernest Hmingay, El águila y la serpiente, de Martín Luis Guzmán, El varón rampante, de Italo Calvino, La caída, de Albert Camus, La muerte de Virgilio, de Hermann Broch, Pedro Páramo, de Juan Rulfo, La vida breve, de Juan Carlos Onetti, El evangelio según Jesucristo, de José Saramago, El gran sertón veredas, de Joao Guimaraes Rosas. La opinión del pequeño Gran Gatsby
es, cuando menos, un prejuicio. Conozco a gran parte de mis contemporáneos, que no han desfallecido, a treinta, cuarenta años de actividad literaria y, no es cuento. Compartí con algunos de ellos largos periodos fuera del país, entre ellos, el tiempo de Barcelona, donde una docena de escritores dejamos en veinte años de residencia, más de cien libros, publicados en sus grandes editoriales. Este comentarista ha tenido lo mejor que se puede recibir de un trabajo construido, como dice Nelson Algren, ladrillo a ladrillo, sin apetitos siquiera modestos por el éxito, reticente a andar en manada para que se escuche más el ruido, indiferente al aroma de los medios de comunicación. Guiado, al principio, por una devoción suicida y, en estos días, por la más intensa e irrenunciable pasión por mi oficio. Viajes y ciudades por el mundo, idilios demoledores y gratificantes, reconocimientos que, aunque sean pequeños, se agradecen, amigos que no se saben traicionados y a quienes amo, bohemia placentera con sones y palabras, techo y comida seguros. Quince libros han vuelto mi voluntad una trinchera. Estoy en camino, como el polaco Sandor Márai, de romper tratos con el mundo y no aceptar sus regateos. No, no hay forma, mi querido y pequeño Gran Gatsby, de tenerte envidia porque, rigurosamente, aquí entre nosotros, no hay mucho que envidiar.
*Escritor colombiano
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Obras del pintor y escultor colombiano Jim Amaral
> La palabra del día Palacio Rómulo y Remo, los míticos fundadores de Roma, instalaron la Ciudad Eterna sobre la margen izquierda del Tíber, en una planicie ondulada conocida como campagna romana, en la cual se destacan siete colinas: Capitolio, Quirinal, Viminal, Esquilino, Celio, Aventino y Palatino. Fue alrededor de esta última colina que Rómulo trazó con el arado los límites de la ciudad (urbe*), cumpliendo así
un antiguo rito etrusco. Sobre el Palatino se hallaba la cabaña de Rómulo, y fue allí donde siglos más tarde se construyeron los palacios de Tiberio, de Julio César y de Nerón, que así se llamaron debido al nombre de la colina. A partir de la palabra latina palatium, se adoptó el nombre ‘palatinos’ para designar a los miembros de la corte romana, de
donde proviene también el sustantivo hispánico paladín, a través del italiano paladino, para referirse a los funcionarios del palacio del emperador. A partir de palatium, se formó en alemán la palabra Pfalz para nombrar los palacios y, más tarde, a los condes palatinos, que los emperadores ponían al frente de esos palacios como representantes del Imperio.
Cómo se desarrolla el lenguaje en el
cerebro de un bebé Por Pilar Ferreyra* Saber si nacemos con las habilidades para aprender un lenguaje o las adquirimos durante nuestro crecimiento había sido un misterio para la ciencia. Esa incógnita recorrió una nueva investigación dirigida por uno de los pioneros en los procesos de adquisición del lenguaje en recién nacidos, el doctor en psicología Jacques Mehler. La primera respuesta que encontraron es que los bebés nacen preparados para reconocer ciertos parámetros de repetición: en la medida en que crezcan escuchando ciertas palabras cuyas últimas dos sílabas sean repetidas (como mamá y papá), se les activa la misma zona del cerebro que a los adultos cuando aprenden una nueva lengua. Los científicos ya habían estudiado cómo los niños más grandes y los adultos aprenden estructuras gramaticales. La novedad de este trabajo es que estudiaron la capacidad innata que tienen los bebés para descifrar patrones estructurales del lenguaje. Mehler y su equipo descubrieron que los bebés, desde los primeros días de vida, son capaces de percibir configuraciones de palabras que les
facilitarán el desarrollo posterior del lenguaje. Para llegar a esa conclusión, el equipo de científicos (que Mehler dirigió desde el Laboratorio del Lenguaje de la Escuela de Estudios Avanzados de Trieste, en Italia), usó imágenes de resonancia magnética para investigar la habilidad que los neonatos tienen para aprender la estructura del lenguaje sobre la base de repeticiones de sílabas. En el primer experimento, 22 bebés de dos o tres días escucharon una secuencia de palabras inventadas compuestas por sílabas repetidas (como “namama”, “napapa”, “mopanpan”). En el segundo, la secuencia fue intercalada por otra conformada por sílabas distintas (como “napamo” o “mopama”). “Encontramos una mayor respuesta en las áreas del lóbulo frontal izquierdo y temporal del cerebro ante las secuencias de palabras con sílabas repetidas. Esto indica que el cerebro del neonato distingue entre ambos modelos”, enfatizan Mehler y la doctora en neurociencia Judit Gervain, autores del artículo publicado en la Academia Nacional de Ciencias de
Estados Unidos. Mehler es español, pero terminó la carrera como químico en la Universidad de Buenos Aires. “El cerebro del neonato detecta la estructura del habla”, afirmaron. Esto explicaría por qué “papá” y “mamá”, están entre las primeras palabras que los bebés aprenden. Según Gervain, hasta ahora se sabía que los bebés de días podían reconocer los sonidos del lenguaje. De modo que el aporte de esta reciente investigación se centra en “dos hallazgos. Uno es que los bebés están preparados para aprender la estructura del lenguaje. El otro es que en el cerebro de los recién nacidos se activan las mismas áreas que se activan en los adultos cuando están aprendieron una lengua”, detalló. Los autores del trabajo concluyeron: “Nuestros hallazgos implican que el rol del sistema perceptivo en la adquisición de las regularidades de la estructura del habla podría ser mucho más importante de lo que hasta ahora se creía”.
*elcastellano.org, la página del idioma español. www.elnuevodia.com.co>Léalo.
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El cuento
> POESÍA
Amor eterno Jorge Palma Poeta uruguayo.
Por Bruno Aceves* Escritor mexicano —No tienes por qué decir eso. —¿Por qué no? Por supuesto que tengo derecho, si vive en mi casa, sólo le falta dormir en mi sillón y tomar atole en mi taza. —Basta —dijo ella visiblemente molesta, al tiempo que volteaba hacia la ventanilla. Al otro lado del vagón estaba una niña con ojos grandes; con toda el alma y el dedo meñique, intentaba sacarse un moco: ahí estaba posada, negra, la mirada de él. Ahora sí se había metido, junto con su bocota, en una de locos. Un frenón los obligó a juntarse, pero las miradas hicieron lo posible por no moverse ni un milímetro; por lo menos, el triunfo de la niña fue de utilidad para él. —Verde —dijo—, la pobre está medio enferma. —¿Cómo? ¿Qué? —preguntó ella, dispuesta a decir “azul” si fuese necesario. —No, nada —dijo él, sin voltear a mirarla. Se hizo un rumor, consecuencia del frenazo seguido del acelerón. Pensó que había fallado a la regla número once, la del fuera de lugar, donde claramente se expone que una mamá, como pertenece al mundo, siempre está en casa y que el lugar que habite se convierte siempre en suyo. Disculpe, disculpe. No hay cuidado. El hecho de que no fuese la propia madre, además, la hacía más perfecta que la divina trinidad: su casa, entonces, era de ella, y su esposa había pasado a ser hija más bien y más más que bien, hija propiedad con una vida propiedad. Disculpe, disculpe. No hay cuidado. Otra regla de oro, y aprendida desde la primaria: con las mamás no te metas. Y lo hizo, pero hasta dentro: no sólo había insinuado que su madre era algo parecido a una carga, sino que no era bien recibida y que no era ni amable ni bonita. Se abrieron las puertas, y el vagón duplicó su población en treinta segundos. Ella pensó que estaban más cerca, pero a la vez taaaan distantes, y que si pudiera haría una película con la historia de su vida. No se le ocurrió ningún título, pero tampoco le importó. Recordó a mamá, a quien ese que casi la estaba pisando había insultado agarrándose para ridiculizarla de unos cuantos e inofensivos kilitos de más. —Perdóname —dijo y agregó, bajando la mirada: fui un verdadero estúpido. No quería decir eso; mamá está muy bien, perfecta para su edad. Además nos ayuda mucho, y... es muy respetuosa: nunca se mete en lo que no le importa. —No hay problema —dijo ella, al tiempo que le besaba la coronilla. Las puertas se volvieron a abrir, y bajaron con las manos entrelazadas, la cabeza de él apoyada en los hombros de ella... Juntaron un dinerito y aparte de una televisión a color, compraron un hermoso jarrón... Y vivieron las dos muy felices para siempre.
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Los hombres que hablaban de la lluvia L os hombres que hablaban de la lluvia eran delgados y hermosos como el agua, esbeltos, alargados como tallos, y llevaban todos pañuelos al cuello. No tenían nada que perder. No tenían nada. Pero eran refinados a la hora de hablar de la lluvia, y todos, sin excepción, conversaban en voz baja. Vivían en la calle y tenían clase. Dos o tres de ellos sabían algo de astronomía, y se les humedecían los ojos cuando señalaban con un dedo la cruz del sur donde tenían anclada el alma y los sueños. Los gatos del burdel Dicen ahora que los gatos no se comen a los pájaros porque cada vez que llega el circo a la ciudad los leones se comen a los gatos. Gatos que el pobrerío recolecta por las noches, gatos que son arrancados del sueño/de la teta tibia de su madre soñadora de su sueño padre que los lleva a deambular por calles y avenidas de leche. Y luego lo de siempre: fieras robustas haciendo piruetas, medio tontas por el sueño, modorra lenta que da la deglución, festín de las fieras y el pobrerío, coartada necesaria para el invierno.
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>FACETAS 5
El universo de los cuentos infantiles visto por los adultos Por Estrella Cardona Gamio* Algo que no deja de sorprenderme es comprobar muy a menudo, vía Internet, cómo en numerosos foros los adultos hablan sesudamente de cómo hay que educar a los niños a través de los cuentos infantiles, y lo curioso del caso es que da la sensación de que ellos nunca lo fueron, chiquillos quiero decir, por la manera que se expresan, que nunca lo fueron... o que lo han olvidado. Esto último me parece más correcto dado su manera de comentar el tema. Yo, que no soy docente educadora, tal vez por eso, recuerdo mi infancia perfectamente y sé lo que me gustaba y lo que no, y lo que me compraba para leer un hermano de mi padre, tío Miguel, que fue quien llenó mi infancia de cuentos y narraciones fantásticas, era acertado siempre, y él
no era docente. Uno de los recuerdos más nítidos de aquella ya demasiado lejana época, es el de una mañana de Reyes, el 6 de enero, en el que mi tío me puso entre las manos el cuento de Caperucita Roja publicado por Editorial Molino e ilustrado de forma maravillosa por Emilio Freixas, un gran dibujante catalán. Afortunadamente conservo el cuento y cada vez que contemplo su portada regreso a aquel instante mágico e imborrable que no se puede describir con palabras... y eso que el cuento reproducía la versión de Perrault y todo acababa muy mal. En mi infancia me leyeron, o leí, toda clase de cuentos, siempre tradicionales, y tengo de todos ellos un recuerdo muy agradable, ¿por qué
entonces, ahora, esos cuentos son mirados como si no se reconocieran por estos mismos docentes que un día tal vez fueran niños pero que ya lo han olvidado? Cierto que hubo historietas no tan amables, mas éstas pertenecen al trastero de mi memoria, mientras que las que permanecen son aquellas cuyas ilustraciones eran preciosas, ya que el 50 por ciento del éxito de una narración infantil radica precisamente en eso, en cómo te entra por los ojos. Yo no he olvidado todos aquellos cuentos y a la hora de regalarle a un niño este tipo de literatura no tengo dudas ni vacilaciones, sé que es lo que debo comprar... pero los docentes no y así se enzarzan en largos diálogos escritos que me sorprenden totalmen-
te. Primero se preguntan entre sí, con reflexiones casi filosóficas, que qué es aquello que pueda gustarle a un niño porque no lo saben, y eso, para mí, resulta desconcertante, ¿cómo es posible que no recuerden lo que a ellos les gustaba a esas edades, o es que no les gustaba nada? Y hay más, después de no saber, se ponen a recomendar libros que ellos nunca leyeron en su infancia porque se han escrito posteriormente, y los alaban, cuando un adulto no es quién para juzgar el interés de un cuento infantil; eso se halla reservado a los niños. Recordemos pues
Literatura, diálogo
y que tengo ahí dos o tres dellos, con otros papeles que verdaderamente me han dado la vida, no sólo a mí, sino a otros muchos. (...) A lo menos de mí sé decir que cuando oigo decir aquellos foribundos y terribles golpes que los caballeros pegan, que me toma gana de hacer otro tanto, y que querría estar oyéndolos noches y días. Y yo ni más ni menos, dijo la ventera, porque nunca tengo buen rato en mi casa sino aquel que vos estáis escuchando leer, que estáis tan embobado que no os acordáis de reñir por entonces. Así es la verdad, dijo Maritornes, y a buena fe que yo también gusto mucho de oir aquellas cosas, que son muy lindas, y más cuando cuentan que se está la otra señora debajo de unos naranjos abrazada con su caballero, y que les está una dueña haciéndoles la guarda, muerta de envidia y con mucho sobresalto. Digo que todo esto es cosa de mieles”. Éste es el milagro de la literatura: escapa de la materialidad de las páginas de un libro en el mismo instante en que es compartida. En efecto, la falta de instrucción no debía ser óbice para el disfrute del arte, si quienes ostentan el conocimiento fuesen más generosos con su saber. Se entiende que la educación se da en la escuela y, por ende, ahí queda sobreentendida la lectura. A todas luces se está viendo que no es un medio suficiente. En los ambientes académicos se instruye e incluso se anima a leer, hay muchos proyectos que persiguen
ese objetivo. Muchos de ellos recurriendo a la figura del cuentacuentos, figura de ascendencia milenaria y a cuya memoria rinde homenaje Mario Vargas Llosa en su novela El hablador. Pues bien, todo ello es del todo inútil si la lectura no trasciende de los muros de la escuela. En este sentido, son encomiables los esfuerzos realizados por muchos bibliotecarios para dar realidad a los clubes de lectura, un lugar de encuentro en el que compartir la experiencia de ser lector y debatir las múltiples interpretaciones a que están abiertas, en general, las obras literarias, así como curiosidades de otra índole. Se intenta con ello, a mi modo de ver, no sólo el fomento de la lectura, sino la recuperación de la tertulia, hábito que corre peligro de extinción con esta tendencia al ostracismo que está imperando. Trabajar en casa, comprar en casa y ligar con el ordenador: esa parece ser la aspiración de muchos de nuestros contemporáneos. Como si el trato con lo ajeno fuese tóxico o, simplemente, una pérdida de tiempo. Con el declinar del siglo XX nos llega una preocupante moda: la incomunicación. Si el siglo pasado llevó la literatura a los cafés e hizo de ello un referente para los historiadores y estudiantes de literatura (recuérdese, por ejemplo, la Tertulia de la Fonda de San Sebastián, la más importante del S. XVIII, en la que se reunían los mejores es-
PorLuisa Pastor Martínez (España. Profesora de literatura. Letralia, Tierra de letras) Sobre el libro muchos son los profetas que se han animado a emitir mensajes apocalípticos. Y no van exentos de algo de razón. Efectivamente, todavía una gran masa de población prescinde, voluntaria o involuntariamente, de los bienes culturales. Aprovechando el tirón que nuestra sociedad le ha concedido a lo audiovisual, esos sectores entienden los libros como artículos más bien accesorios, por no decir inútiles. No obstante, aunque la realidad no sea demasiado halagüeña para la lectura, parece ser que hay motivos para sofocar un tanto las voces de alarma, entre otras razones porque las crisis en la expansión de este hábito no son de factura actual, vienen concurriendo desde los mismos orígenes de la literatura y, en parte, van asociadas a la todavía pendiente tarea de alfabetización global. Más aun, junto a la culturalización, se hace necesaria una campaña de sensibilización, de educación sensitiva y sentimental para que quien vive ajeno a lo estético y lo intelectual vea en su descubrimiento algún tipo de deleite. Quienes conocen el Quijote recordarán cómo los segadores citados en él acceden a la literatura
gracias a la presencia entre ellos de un instruido que accede a leer para ellos en los ratos de ocio compartido, y con su noble acción va transformando a sus rudos compañeros en seres pensantes, emotivos y críticos. Éste es el pasaje en que se hace alusión a la costumbre de la “lectura en corro”: “Cuando es tiempo de la siega, se recogen aquí las fiestas muchos segadores y siempre hay alguno que sabe leer, el cual coge uno destos libros en las manos, y rodeámonos dél más de treinta, y estámosle escuchándole con tanto gusto, que nos quita mil canas”. Y no sólo se consigue con ello matar el tiempo; gracias a ese hábito personajes de la talla de Maritornes o el ventero que aloja a don Quijote y Sancho intervienen en una tertulia de carácter literario, en concreto sobre los libros de caballerías, con tanto conocimiento como puede tener cualquier letrado, por ejemplo, el cura, hombre al que simplemente por el hecho de pertenecer al clero se le debía suponer una cierta erudición: “Y como el cura dijese que los libros de caballerías que Don Quijote había leído le habían vuelto el juicio, dijo el ventero: No sé yo cómo puede ser eso, que en verdad que a lo que yo entiendo no hay mejor lectura en el mundo,
la anécdota referente a Harry Potter, que asegura que fue la hijita del editor quien leyendo el primer original, exclamó al final de la lectura: ¡quiero más! Los niños no son tontos y tienen un perfecto derecho a opinar acerca de aquello que les guste, ¿por qué no les preguntan entonces?, ¿por qué tanta disquisición erudita para no llegar a ninguna parte?... O acercarse a una a todas luces peor: el cuento relamido y cursi con el que se pretende encauzar la tierna mente infantil.
*Escritora española. Letralia.com, Tierra de letras. critores del momento o la Tertulia del Nuevo Café de Levante, que, en palabras de Valle-Inclán, ejerció “más influencia en la literatura y en el arte contemporáneo que dos o tres universidades y academias”), el siglo que corre parece no tener nada que decir, a no ser de modo virtual. Como si la presencia física fuese un incordio, algo que evitar a toda costa. Alberto Manguel, en su libro Una historia de la lectura (Ed. Alianza), nos refiere el caso de Stevenson, que no quería aprender a leer para no privarse del placer que le producían las lecturas de su niñera...”. Imaginamos a una niñera de forma muy distinta a la exótica y sugerente Sherezade, pero el embrujo es el mismo. La voz del otro es nuestra vista y a donde sus cadencias nos conducen es lo que llamamos literatura. “Leemos para saber que no estamos solos”, decía un alumno a su profesor en el filme Tierras de penumbra, del director Richard Attenborough, película biográfica sobre el escritor C. S. Lewis, cuyo guión se inspira precisamente en una obra del homenajeado, Una pena en observación. Quizá no haya una manera más afectiva de referirse a la literatura: una feliz compañía, un escape de la sensación de soledad que acompaña a nuestra propia existencia. No salvar a solas el horror de la duda, la página última del libro que todos acabamos siendo. www.elnuevodia.com.co>Léalo.
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Ibagué, enero 4 de 2009
Dejó la rectoría de la Universidad de Ibagué
“Quiero que me recuerden como una persona útil a la sociedad”: l pasado miércoles 31 de diciembre Leonidas López Herrán terminó su ciclo de 15 años como rector de la Universidad de Ibagué, cargo al que llegó tras haber sido director ejecutivo de la Asociación para el Desarrollo del Tolima, ADT, y gerente de Sida limitada. Durante su gestión, este centro de educación superior dio el salto de institución universitaria a universidad, pasó de siete a 32 programas académicos y lanzó un programa orientado a que el 30 por ciento de los docentes de la Universidad de Ibagué sean doctores. Este ingeniero electrónico de la Universidad Javeriana está vinculado a la Universidad de Ibagué desde agosto de 1980, cuando firmó el acta de constitución de la entonces Corporación Universitaria de Ibagué y es una de las personas más conoce el desarrollo de esa institución. Por eso no oculta su nostalgia al dejar ese cargo y dice que se va con la satisfacción del deber cumplido y que espera seguir siendo útil al desarrollo de la región.
Javier Soto / EL NUEVO DÍA
Tras su salida de la Universidad de Ibagué, Leonidas López Herrán dice que le gustaría seguir vinculado a la academia como una forma de aportar al desarrollo del Tolima. www.elnuevodia.com.co>Léalo.
EL NUEVO DÍA: ¿Cuál fue la satisfacción más grande alcanzada durante los 15 años en lo que se desempeñó como rector? LEONIDAS LÓPEZ HERRÁN: Considero que lo más importante fue haber sido útil a la sociedad tolimense para que mucha gente pudiera pasar por la universidad y hacer realidad el sueño de formarse en una institución de educación superior. Igualmente, participar en el proyecto de transformación de la Universidad de Ibagué, que hoy
es reconocida nacional e internacionalmente por su alta calidad académica, la escolaridad de los profesores, sus postgrados y su aporte a la sociedad con proyectos de investigación. Otra satisfacción muy grande fue haber participado en la creación de empresas, en el apoyo a la población desprotegida y en la consolidación de proyectos de desarrollo regional. END. ¿Cómo fue posible el paso de Institución de Educación Superior a Universidad? LLH: Este fue el resultado de un esfuerzo institucional muy grande en el que todos los funcionarios estuvimos comprometidos en un trabajo muy dedicado para lograr la condición de universidad. En ese proceso tuvimos el apoyo permanente del Consejo de Fundadores y de instituciones amigas del exterior para impulsar temas como la formación de nuestros profesores, el fortalecimiento de la oferta de servicios y de nuestro trabajo investigativo. Durante cerca de seis años todos trabajamos sin descanso en una labor encaminada a que reconocieran nuestra madurez institucional. Creo que fue el logro más importante durante el tiempo que ejercí la rectoría. END. Ahora que termina su gestión como rector de la Universidad de Ibagué. ¿Cómo quiere que lo recuerden? LLH: Como persona útil, un amigo y ante todo como un tolimense de corazón que quiere lo mejor para esta tierra. END. ¿Qué es lo que más va a
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El paso de institución universitaria a universidad fue uno de los logros más importantes alcanzados por López Herrán en sus 15 años de gestión
extrañar de la Universidad? LLH: Me va a hacer falta una relación más directa con los estudiantes, egresados, funcionarios, profesores y todas las personas que de una u otra forma están vinculadas a esta institución. Los voy a extrañar porque tenía un vínculo muy estrecho con todos ellos. END. Ahora que termina su ciclo como rector de la Universidad de Ibagué se ha especulado mucho sobre su futuro. ¿A qué se va a dedicar a partir de enero de 2009? LLH: Me gustaría estar vinculado en temas que le sirvieran al departamento y a la educación, pues en estos ámbitos me he desarrollado profesionalmente. Pienso que día hay más posibilidades de ayudar al mejoramiento de la calidad de vida de los tolimenses y al desarrollo del departamento en cualquiera de estos aspectos. END: Algunas personas han sugerido su nombre como candidato a la Alcaldía para Ibagué. ¿Le suena incursionar en la política? LLH: Aquí la gente es muy inge-
niosa para eso. La vida política me parece una actividad muy dura en la que nunca he participado. Creo que más que política, la idea es ser útil al desarrollo de la sociedad. END. ¿Le gustaría seguir vinculado a la academia? LLH: La universidad es muy importante e indispensable para los propósitos del desarrollo del país. De tal manera que espero continuar muy cerca de esta institución como quiera que hago parte del Consejo de Fundadores de la Universidad de Ibagué. END: ¿Qué concepto tiene de Alfonso Reyes Alvarado, quien fue designado como su sucesor? LLH: Él es un académico de una excelente formación. Es un verdadero maestro en sus disciplinas que ha apoyado mucho la universidad, que conoce esta institución. Supongo que le introducirá nuevos dinamismos en muchas áreas para continuar aportando al desarrollo del Tolima. END: ¿Qué mensaje le deja a la comunidad académica de la
Universidad de Ibagué? LLH: A los estudiantes, egresados y funcionarios del área administrativa los invito a que reafirmen su compromiso con esta institución que le ha servido a tanta gente.
END: ¿Cómo se imagina a la Universidad de Ibagué en el futuro? LLH: En los planes de desarrollo está planteada una institución con una oferta educativa mucho más amplia, con más oportuni-
dades de postgrados, maestrías y doctorados. También acreditada institucionalmente y reconocida por su nivel académico y su compromiso con lo social. Así mismo, más involucrada en temas de medio ambiente.
Archivo / EL NUEVO DÍA
En tres años, el 30 por ciento de los profesores de la Universidad de Ibagué tendrán el título de doctores. www.elnuevodia.com.co>Léalo.
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Coronado el Rey de la marimba en Cali
CALI, COLPRENSA on la coronación del maestro José Antonio Torres ‘Gualajo’, como Rey de la Marimba, culminó la primera edición del Festival de la Marimba, certamen organizado por la Secretaría de Cultura y Turismo del Valle del Cauca. La Plaza de San Francisco que sirvió de marco al nuevo evento estuvo abarrotada durante los tres días por unas 50 mil personas que disfrutaron con los sonidos de la marimba de chonta, los cununos y guasás. “Me siento satisfecho y contento, este premio no es sólo para mí sino para todos los que aman los aires del Pacífico, especialmente para los niños, para que apren-
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El músico José Antonio Torres ‘Gualajo’ fue coronado como Rey en la máxima categoría del Festival de la Marimba en la Feria de Cali.
dan de esta música. Yo tengo 40 años enseñándoles a los demás sin ningún tipo de egoísmo, porque el que tiene la ‘olla podrida’ del Pacífico soy yo”, dijo el músico, luego de recibir el título de Rey de la Marimba, en alusión a que existe una gran cantidad de música del folclor que está por descubrirse. El maestro ‘Gualajo’, agregó que la música ha estado presente en su vida. “Yo nací subido sobre una marimba de chonta, esos son los sonidos que he escuchado siempre, porque en mi niñez yo no escuchaba ni radio ni televisión, entonces yo conozco el auténtico sonido de la marimba, a mí no se me puede engañar”. Al maestro ‘Gualajo’ le bastaron dos interpretaciones para convencer al jurado. “Participé
con ‘Agua para Soledeña’, una juga grande muy antigua que sólo yo interpreto, y luego toqué ‘Currulao Corona con Revuelta’. El jurado y el público comprendieron que nuestro folclor es muy rico, pero que hay que saber tocarlo bien y no hacer simplemente bulla y darle garrote a la marimba, ahí le dejo esa propuesta a las nuevas generaciones”. A punto de cumplir 69 años, el músico guapireño, es considerado uno de los grandes cultores de la marimba, por ello la Gobernación del Valle, se comprometió a darle una vivienda de interés social. Jeison Valencia, del grupo Nuevo Amanecer, fue el rey juvenil, y Wilmer Venté, del Palmeras del Pacífico, el soberano aficionado. La categoría infantil fue declarada desierta.
Otros ganadores Mejor bombo Ezequiel Gómez, grupo Nuevo Amanecer (infantil); Andrés Cuero, grupo Guascanato (juvenil); John Eduard Valencia, grupo Palmeras del Pacífico (aficionado) y Alexánder Castro, de Son Cultura (profesional). Mejor cununo. Alberto Gamboa, grupo Guascanato (infantil); Heiler Valencia, grupo Nuevo Amanecer (juvenil); Luis Eduardo Valencia, grupo Los Hijos del
Folclor (aficionado), y Francisco Banguera, grupo Gualajo (profesional). Modalidad Libre. Conjunto Soyame la Marimba, de Bogotá. Menciones. Esteban Copete, marimbero del grupo Ancestros, y Senén Hurtado, marimbero, conjunto Tamafrí. Mejor Canción: ‘Con marimba y bordón’, de María Elena Anchico.
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