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Estética del todo o la nueva literatura colombiana Por Albeiro Arias* n Colombia ha surgido una gran cantidad de autores y operas primas que han generado lo que algunos han dado en llamar “el nuevo boom”, obras y autores que ya lograron alejarse del realismo mágico y la literatura de corte rural para instalarse en el espacio de lo urbano, dando paso al desarraigo, nomadismo, desplazamiento, sicariato, narcotráfico y demás hechos propios del conflicto político y social de nuestro país. Para muchos “críticos” la literatura colombiana contemporánea es algo desechable, efímero, precario, etéreo, que no genera confianza ni credibilidad. Esta novela imbuida en el asunto del mercadeo y el consumo, es generalmente tildada de banal, efectista y ligh o, dicho de otro modo, “está hecha para ser Best Seller”. Ante este panorama intentaré hacer algunas reflexiones: 1- Si hacer una novela de estas es tan fácil, ¿porqué en lugar de destilar veneno en contra de estas novelas y pasar horas enteras haciendo conferencias sobre qué es una “verdadera novela”, no se sientan a escribir esa novela verdadera que trascienda nuestra geografía y nuestro tiempo o por lo menos a escribir un best seller como “Sin tetas no hay paraíso” y vender 30 mil libros? Pero ni lo uno ni lo otro. 2. Uno de los conflictos que hay para poder asimilar esta nueva novelística es que la mayoría de nuestros lectores fueron formados con la literatura decimonónica cuando menos, lo que hace que sus hábitos lectores
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no se hayan ubicado en nuestro contexto actual ni hayan entendido que cada época hace que las formas de representación cambien, si Cervantes escribiera hoy el Quijote seguramente nadie lo leería y seria tildado de anacrónico, de la misma manera no se le puede pedir a un escritor del siglo XXI que escriba como en el siglo XIX. Jameson dice: Mi tesis sería que nosotros mismos, los sujetos humanos que irrumpimos en este nuevo espa-
cio, no nos hemos acompasado al ritmo de esta evolución; a la mutación acontecida en el objeto no le ha acompañado, hasta ahora, una mutación equivalente en el sujeto. Aún carecemos del equipamiento perceptual para enfrentarnos a lo que llamaré este nuevo hiperespacio, en parte porque nuestros hábitos preceptuales se formaron en aquel espacio antiguo que he llamado espacio del modernismo. (JAMESON, Teoría de la
postmodernidad, p. 58.) Cabe aquí una pregunta ¿Serán malas obras o seremos malos lectores? Ya decía William Ospina: “Literariamente, toda época está marcada y a veces tiranizada por las generaciones mayores, y no es fácil saber quiénes son sus jóvenes más notables” (Rafael MOLANO en “Los nuevos” Revista Diners, Bogotá Junio 1997: 50-8.) 3. El gusto se ha relativizado hasta el punto de convertirse en
algo inestable y poco digno de confianza. Esta ausencia de reglas y categorías nos enfrenta a una pregunta: ¿cómo podemos saber si X o Y obra puedan considerarse textos literarios? Un escritor o un artista postmoderno se encuentra en la misma situación que un filósofo: el texto que escribe, la obra que compone, no se rigen en lo fundamental por reglas ya establecidas en firme, y no pueden ser juzgadas
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según el canon de un juicio valorativo que sólo aplicara a un texto o a una obra categorías ya conocidas. Antes bien, son tales reglas y categorías lo que el texto y la obra buscan. De modo que artista y escritor trabajan sin reglas, trabajan para establecer las reglas de lo que habría llegado a ser hecho. (WELLMER, Albrecht. Sobre la dialéctica de modernidad y postmodernidad. La crítica de la razón después de Adorno. Traducción de José Luis Arántegui. Madrid: Visor, 1993. p. 63.). 4. Hay un problema que es el peor de todos, se desconfía
por anticipado, se juzga por preconcepto, sin haber siquiera leído las obras ya se dice que son malas, o lo que es peor hay quienes se pasan despotricando de los escritores contemporáneos y manifiestan abiertamente que “ellos jamás perderán tiempo leyendo esa basura”, entonces ¿con qué criterio se juzga cuando ni siquiera se conoce o cómo se puede emitir un juicio si la aproximación a la obra está ya saturada de preconceptos y prejuicios? 5. No es obligación conocer ciertas o todas obras de la literatura universal, basta con
unas pocas lecturas pero bien hechas. Esta es una de la razones que con mayor frecuencia esbozan los escritores “mayores” sobre los noveles escritores, ¿cómo puede escribir bien si no han leído X o Y obra? Creo que ni el mismo Borges las leyó todas. Ahora bien, esta no es una defensa de todas las obras que cada día aparecen en el mercado, apoyadas por grandes editoriales y cargadas de publicidad. Lo que busco es hacer un llamado a no ser tendenciosos, a ser más constructivos que negativos, a bajarse del pedestal
de dioses del Olimpo y juzgar sin piedad y sin criterios; lógico, sin dejar de ser críticos, es obvio que hay obras de poca factura estética, arraigadas en lo obvio, lo simple, lo obsceno, en lo escandaloso, lo plano, que buscan presentar y no representar, despojadas de su naturaleza críptica, la gran mayoría de ellas signadas por la fijación de la violencia en todas sus alcances y matices: narcotráfico, secuestro, corrupción, prostitución y el sicariato; también es cierto que algunas de estas obras pretenden
>FACETAS 3
ser grandilocuentes a partir del exagerado uso de artificios, pero lo que no es cierto es que todas sean malas, ni que no haya buenos escritores en franca formación, es claro que en todas las épocas ha habido buenos y malos escritores, obras brillantes y obras intrascendentes y también es cierto que en toda época ha existido críticos miopes que han dejado pasar grandes obras por sus manos y han dicho que estas no tienen ningún valor, cosa que el tiempo siempre se ha encargado de contrariar.
*Licenciado en Lengua Castellana. albeiro_arias@hotmail.com
> La palabra del día Indígena
Obras del pintor colombiano Phanor Satizábal
Aunque en muchos casos son perfectamente intercambiables, las palabras indio e indígena tienen etimologías diferentes. El origen de la primera es más conocido: se formó a partir del nombre de la India, porque Cristóbal Colón creía que su viaje a través del Atlántico lo llevaría a ese país asiático; y así, llamó ‘indios’ a los habitantes del Nuevo Continente, creyendo que se trataba de Asia. Indígena, en cambio, es un cultismo tomado del latín indigena, que significaba ‘de allí’ y, por extensión, ‘primitivo habitante de un lugar, nativo’. Este término está compuesto de indi- (una variante del prefijo latino in-) y la raíz indoeuropea gen- ‘parir’, ‘dar a luz’, que también está presente en muchas palabras de nuestra lengua, como ‘engendrar’, ‘gen’, ‘genealogía’ y otras. La voz ‘indígena’ aparece en textos en español a partir del siglo XVI: [...] simplemente quiso referirse a la colonia fundada en ella por Marcelo compuesta de patricios romanos y de unos cuantos indígenas escogidos. (Juan Ginés de SEPÚLVEDA: Epistolario, 1532). Sin embargo, en los diccionarios de la Real Academia no se registra hasta la edición de 1803, en la que apareció mencionado como «el que es natural del país, provincia, ó lugar de que se trata».
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El olvido que seremos Por Antonio Mora Vélez*
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aint-John Perse dijo que solo la poesía salvaba al mundo y que el olvido de ella lo llevaba a la destrucción y sostuvo de Borges que llegaba a la poesía pero a través de sus historias crueles. “Sus
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versos eran teoremas; sus ficciones, desgarramientos que permiten ver por fin al poeta en carne viva”, le dijo a Tomás Eloy Martínez en 1975 [1]. La novela El olvido que seremos, de Héctor Abad Facio-Lince. pertenece a
esa clase de literatura escrita con el dolor y con la sangre de una realidad cruel, que por su verdad y su belleza está llamada a estremecer las conciencias de sus lectores y a hacerlos reflexionar sobre la tragedia colombiana –que es la antítesis del mundo que soñamos los poetas— y pensar en ese reino aún no cancelado por el pensamiento humanista, en el cual el hombre es hermano, amigo y compañero del hombre. El olvido que seremos, verso de un poema de Borges que llevaba en el bolsillo el doctor Héctor Abad Gómez el día que lo asesinaron en Medellín, no es solo una novela familiar escrita por un hijo agradecido para resaltar los méritos de su padre y dejar constancia de los aciertos de su inteligencia como formador de criterios, es una novela que retrata un fragmento de la historia del país a través de la vida de una familia formada por un médico librepensador dotado de una gran sensibilidad social y una mujer de clase media alta de arraigadas convicciones católicas. Es la historia del amor —representado por la familia
El cuento
Mi rostro y su cara en el espejo Por Omar González Villamarín* “En las tardes una cara nos mira desde el fondo de un espejo…” Jorge Luis Borges. Arte poética. Todas las noches me acercaba al espejo como un acto voluntario y premeditado con el ánimo de ojear los pequeños puntitos que se asomaban al ladear mi rostro. Espinillas y barros desaparecían en un www.elnuevodia.com.co>Léalo.
leve apretón de los índices y, sin embargo, eran remplazados por el cosquilleo de la piel erizada en ronchas insolentes y vulgares. La rutina se vio interrumpida cuando una tarde en que llegué temprano me dirigí al espejo para cumplir con el rito y para sorpresa mía los puntitos habían desaparecido por completo. “Mentira” grité encolerizado a tiempo que llevaba las manos al
rostro y comprobaba que sí estaban ahí; blancos y desvergonzados granos desafiando el roce de las yemas, retando al espejo inerme que no podía siquiera develarlos para mis ojos, porque en el reflejo la cara aparecía púdica y perfecta, con la mirada penetrante y una leve sonrisa en la comisura de los labios. “Mentira, mentira” chillé con más fuerza mientras incrustaba las
pero en especial por la relación padre e hijo— enfrentado al odio criminal de sus enemigos ocultos. La historia de un intelectual altivo y valeroso que no se arrodillaba sino frente a las flores de su jardín. De un profesor universitario de reconocidas calidades científicas y humanas que, de cara a la miseria que conocía como salubrista público, reclamaba “una sociedad más justa, menos infame que la clasista y discriminatoria sociedad colombiana” y que rechazaba la violencia guerrillera como medio para lograrla y la violencia ultraderechista que trata de impedirlo. La historia de un liberal demócrata que no mereció morir de esa manera por mucho que su alma buena e ingenua hubiese cometido errores por culpa de la emotividad y del sentimiento y hubiese sido “Algunas veces, en los últimos años de su vida, manipulada por la extrema izquierda colombiana” [2]. Al concluir la lectura de El olvido que seremos, de Héctor Abad FacioLince, nos quedó una gran tristeza y un sentimiento de frustración por lo que algún autor denominó el fracaso
de este ensayo llamado hombre que sigue enceguecido por el poder y el dinero y echando mano de las peores conductas, hacia el abismo de la extinción como especie. Pero nos quedó algo de esperanza, gracias al papel esclarecedor de la literatura; porque la novela nos permite dialogar con el pasado reciente de Colombia “de un modo vivificante y original” [3] diálogo que es la condición necesaria para evitar el olvido de lo que nos degrada como seres humanos y para tener plena conciencia del desastre institucional, repensar el país y reconstruir su tejido social desecho por largos años de egoísmo y de intolerancia.
uñas en mi rostro y trataba de sacar los ojos de su órbita… Durante diez minutos estuve parado frente al espejo observando cómo mi reflejo se aventuraba en un frenesí bestial con el que buscaba despertar mi locura; lo vi completamente erizado de salpullidos, reventado de arañazos, con las cuencas oculares vacías y mordisqueando su lengua con ímpetu. Reconozco que me sonreí como si estuviera en el mejor de los espectáculos y supe que este gesto lo incomodaba más, pues lanzaba alaridos como de bestia y hacía rabietas, lacerando el resto de su cuerpo…
Del espejo tuvimos que deshacernos los dos, fue un pacto: acordamos que yo seguiría fiel sus movimientos del otro lado y él no trataría de engañarme ni burlar mi confianza. Ambos extendimos el brazo con seguridad. En un segundo las manos empuñadas fragmentaron el cristal y salí hacia el sillón derramado en sangre y con una leve sonrisa entre los labios. Pensé que ambos rostros hacían parte del reflejo de una sola cara, y para mi desgracia –quizá beneplácito, eso no lo sé- estaría condenado a ignorar cuál de las dos partes quedó del otro lado del espejo. *Universidad del Tolima.
Notas: [1] Tomás Eloy Martínez. Lugar común la muerte. Madrid, Planeta, 1998, pp. 55 y 59. [2] Héctor Abad Facio-Lince. El olvido que seremos. Bogotá, Planeta, 2007, pp. 216 y 221. [3] William Ospina. Los nuevos centros de la esfera. Bogotá, Aguilar, 2001, p. 191. *Escritor colombiano. amoravelez@yahoo.com
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> POESÍA
Carmen Elena Pérez Escritora y docente venezolana
Abismo Duele el silencio duele la tempestad duelen los manifiestos se ahogan las palabras El viento cesó el abismo se rompe ¿del polvo se forma el hombre? se acabó la creación Dios ha fracasado Sólo la palabra nos salva Soy Simplemente soy, existo con placeres pecados deseos La libertad la tomo entre mis manos, la deslizo, la libero Aquí estoy hoy
sola sin penas cargada de plegarias corazón ardiente que devora la existencia Hastío El mismo mundo monótono, aburrido. los mismos ricos, los mismos pobres, la misma miseria ¿Dónde está el encanto de la vida? Tanto poder, tanto dinero frente a la necesidad, el hambre y la tristeza. Capitalismo monstruoso, aberrantes guerras, muertes, llantos que desembocan en el desierto y en la aridez de los sentimientos.
Le Clézio: “Los libros son un tesoro mayor que las cuentas bancarias” l escritor Jean-Marie Le Clézio se convirtió el 7 de diciembre en el decimocuarto francés en recibir el Premio Nobel de Literatura. La Academia Sueca argumentó su decisión en favor de Le Clézio por ser “el escritor de la ruptura, de la aventura poética y de la sensualidad extasiada”. El rey Carlos Gustavo de Suecia distinguió al autor de El africano, La cuarentena y El atestado, junto a los ganadores en las categorías científicas, en la Sala de Conciertos de Estocolmo. En su discurso de recepción del premio, pronunciado el sábado 6 y titulado “En el bosque de las paradojas” (una versión en español puede leerse en nuestra sección de Materiales especiales Le Clézio dijo que no cree en la posibilidad de que se puedan lograr cambios en la sociedad mediante la literatura, pero que ésta es imprescindible para velar por la lengua y la supervivencia cultural del hombre. Rindió homenaje al escritor mexicano Juan Rulfo y recordó las selvas tropicales de Panamá, donde vivió largos periodos hace 30 años. Vestido de azul marino, camisa negra, corbata psicodélica y aparentemente impresionado por el solemne ambiente, el escritor francés de 68 años dedicó el galardón a Elvira,
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prodigiosa contadora de cuentos en la selva de los amerindios, antes de rendir homenaje a autores literarios del mundo entero, como Rulfo, el nigeriano Chinua Áchebe, el mauritano Malcom de Chazal o el poeta británico Wilfrid Owen. Antes de comenzar su discurso, el escritor volvió a agradecer a la Academia Sueca “el gran honor” que le ha deparado. Después de una pausa, empezó preguntándose: “¿por qué escribimos?”, y continuó: “Imagino que cada persona tiene una respuesta. Tal vez porque no estamos dispuestos a enfrentarnos a la realidad. Para mí escribir es la guerra, pero no como un hecho histórico revolucionario, sino la guerra que viven los civiles y, sobre todo, los niños y los jóvenes. Tenemos hambre, tenemos miedo, tenemos frío”. Recordó cómo las tropas del Mariscal Rommel desfilaban bajo su ventana, cómo escribió sus primeros textos en las páginas de las cartillas de racionamiento (“desde entonces me gustan los lápices y los papeles sin refinar”) y la falta de libros en la postguerra, un período que, confesó, le marcó más que la propia guerra. Entonces escribió su primer libro, a los seis o siete años. Se llamaba Un globo para viajar alrededor del mun-
do. Al abordar los asuntos relacionados con su infancia y sus primeras lecturas recordó el talento narrador de su abuela, los textos de Don Quijote, El Lazarillo de Tormes y los viajes de Gulliver y de Marco Polo. Las aventuras escritas por Víctor Hugo, el Abad Rochon y los cuentos de Balzac. Habló sobre sus viajes a África, su encuentro con la verdadera selva, los animales y cómo su padre le enseñó a escuchar los sonidos de los gorilas, experiencias que le sirvieron para escribir novelas futuras. Se refirió a Cicerón, Solzhenitsyn, Rabelais, Rousseau, Madame de Staël, Milan Kundera y Jean-Paul Sartre, entre otros, y tras divagar sobre la necesidad de reinventar la cultura, aseguró que no cree que el escritor puede cambiar el mundo, sino que es un testigo: “La soledad es su destino”. Tras explicar que el bosque de paradojas —como el sueco Stig Dagerman define la literatura— es un lugar del que no se escapa, contó cómo minutos antes de que la Academia le anunciara el premio estaba precisamente leyendo un libro de textos políticos de este autor, titulado La dictadura de la nostalgia. “Un libro cáustico y amargo, que amo especial-
mente. Estoy más cerca de los textos pesimistas de Dagerman que del activismo de Gramsci o la desilusión de Sartre”. Le Clézio habló con énfasis sobre la lengua, de la que dijo que es el invento más extraordinario de la humanidad, que precede a todo y comparte todo; “sin la lengua no habría ciencia, tecnología, leyes, arte, amor”, y advirtió sobre el peligro de anemia y degeneración. Habló también de los libros, “un tesoro mayor que los inmuebles o las cuentas bancarias”, y de cómo descubrió la cultura de otros continentes a través de Soyinka, Achebe, Kourouma, Betin o Malcolm. Mencionó a Internet como una “cosa buena” y se preguntó: “¿Habrían valido la pena estos asombrosos inventos de no ser por la enseñanza del lenguaje escrito y los libros? Proporcionar a casi todas las personas en el planeta un dispositivo de cristal líquido es utópico. ¿No estamos, de cierta manera, en el proceso de creación de una nueva elite, trazando una línea que divide el mundo entre aquellos que tienen acceso a la comunicación y el conocimiento y aquellos que se quedan fuera? Grandes naciones, grandes civilizaciones han desaparecido por no darse cuenta de que esto podía ocurrir”.
El escritor francés Jean-Marie Gustave Le Clézio.
Y concluyó con una nueva mención a Dagerman, de su creación literaria y de la insatisfacción de no poder hablar a aquellos que pasan hambre y a los analfabetos que exigen nuestra lucha. Pidió igualmente que en el milenio que ha empezado “ningún niño, sea cual sea su sexo, su idioma o religión, sea abandonado a la ignorancia y condenado a pasar hambre. Sea dejado a merced de su destino. Porque a ese niño (dijo citando a Heráclito), que lleva dentro de sí el futuro de nuestra raza humana, le pertenece el reino”. Fuente: Letralia.com www.elnuevodia.com.co>Léalo.
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Por Fidel Castro*
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ualquier trabajo de matiz autobiográfico me obliga a esclarecer dudas sobre decisiones que tomé hace más de medio siglo. Me refiero a sutiles detalles, ya que lo esencial no se olvida nunca. Este es el caso de lo que hice en 1948, sesenta años atrás. Recuerdo como si fuera ayer cuando decidí incorporarme a la expedición para liberar al pueblo dominicano de la tiranía de Trujillo. También quedaron en la mente cada uno de los sucesos más trascendentes de aquel período; varias decenas de episodios para mí inolvidables que en uno u otro momento he ido desgranando. Constan por escrito muchos de ellos. Cuando decido viajar a Colombia con la idea de promover la creación de la Federación de Estudiantes Latinoamericanos, no podría hoy afirmar con absoluta seguridad que entre los objetivos estaba concretamente obstaculizar la fundación de la Organización de Estados Americanos, OEA, promovida por Estados Unidos, una precoz visión que no estoy seguro había alcanzado todavía. Un historiador excepcional y experto en detalles como Arturo Alape, quien me entrevistó 33 años después, reproduce respuestas mías donde afirmo que ello formaba parte de la intención de mi viaje a Colombia en 1948. Germán Sánchez, en su libro Transparencia de Emmanuel, cita el párrafo textual de la entrevista de Alape: “Por esos días, yo concibo la idea, frente a la reunión de la OEA en el año 1948, promovida por Estados Unidos para consolidar su sistema de dominio aquí en América Latina, de que simultáneamente con la reunión de la OEA y en el mismo lugar tuviésemos una reunión de estudiantes latinoamericanos detrás de estos principios antiimperialistas y defendiendo los puntos que ya he planteado.” En una edición de esa propia entrevista, publicada en Cuba por la Casa Editora Abril en fecha reciente, el párrafo aparece intacto. Alguien me recordó que en el libro Cien horas con Fidel, yo mismo había puesto en duda que esos fueran los propósitos que guiaban mi conducta. Es obvio que la expresión no estaba clara cuando utilicé la frase “frente a la reunión de la OEA”. Como único recurso para disipar la duda, he tratado de reconstruir los objetivos que me movían entonces y hasta dónde llegaba la evolución política de quien, apenas dos años www.elnuevodia.com.co>Léalo.
y medio antes, culminaba sus estudios de doce grados en escuelas regidas por religiosos. Era una persona rebelde cuyas energías se habían invertido en practicar deporte, hacer exploración, escalar montañas y examinar con los mayores conocimientos posibles las asignaturas pertinentes en el tiempo disponible, únicamente por cuestión de honor. Algo que conocí bastante durante mis años de colegial fueron las noticias que se publicaban diariamente de los combates, desde la guerra civil española en julio de 1936 —no había cumplido 10 años— hasta agosto de 1945 — próximo a cumplir los 19 años—, cuando las bombas atómicas fueron lanzadas sobre Hiroshima y Nagasaki, como he contado en alguna ocasión. Desde muy temprana edad sufrí injusticias y prejuicios dentro de la sociedad en que vivía. Cuando partí hacia Colombia, estaba bastante radicalizado, pero a los 21 años no era todavía marxista-leninista. Militaba ya en la lucha contra la tiranía trujillista y otras similares, por la independencia de Puerto Rico, la devolución del Canal a Panamá, la restitución de Las Malvinas a la República Argentina, el fin del colonialismo en el Caribe y la independencia de las islas y territorios ocupados por Inglaterra, Francia y Holanda en nuestro hemisferio. Por aquellos años, en Venezuela, la patria de Bolívar, se había producido una revolución dirigida por Acción Democrática. Rómulo Betancourt, inspirado en ideas radicales de izquierda, simulaba ser un líder revolucionario. Dirigió el país entre octubre de 1945 y febrero de 1948. Le siguió Rómulo Gallegos, el insigne escritor, quien había sido electo Presidente en las primeras elecciones realizadas después del movimiento militar de 1945. Con él me reuní aquel mismo año cuando visité Caracas. En Panamá, los estudiantes acababan de ser reprimidos brutalmente por demandar la devolución del Canal; uno de ellos estaba lesionado en la columna por un disparo, no podía mover las piernas. En Colombia, la universidad bullía con la movilización popular gaitanista. Los contactos fueron fructíferos con los estudiantes de esos tres países: estaban de acuerdo con el Congreso y con la idea de crear la Federación de Estudiantes Latinoamericanos. En Argentina, los peronistas también nos apoyaban. Los universitarios de Colombia me pusieron en contacto con Gaitán. Tuve así el honor de
La sinceridad y el valor de ser humildes conocerlo e intercambiar con él. Era el líder indiscutible de los sectores humildes del Partido Liberal y las fuerzas progresistas de Colombia. Prometió inaugurar nuestro Congreso. Era para nosotros un colosal aliento. En ese hermano país se estaba realizando una reunión de los representantes de los gobiernos de América Latina. El general Marshall, Secretario de Estado, estaba allí en nombre del Presidente de Estados Unidos, Harry S. Truman quien a espaldas de los soviéticos, su aliado en la Segunda Guerra Mundial, que había perdido a millones de combatientes, lanzó las bombas atómicas contra dos grandes comunidades civiles japonesas. El proyecto principal de Estados Unidos en la reunión de Bogotá era crear la OEA, que tan amargos frutos produjo a nuestros pueblos. Me interrogo si había avanzado tanto en mi desarrollo ideológico como para proponerme la audaz idea de obstruir la creación de esa institución supranacional. En todo caso, yo estaba contra las tiranías allí representadas, la ocupación de Puerto Rico y Panamá por Estados Unidos, pero no poseía todavía una idea clara del sistema de dominación imperialista. Algo que me asombró fue leer en la prensa de Colombia las noticias sobre las matanzas que tenían lugar en el campo bajo el gobierno conservador de Ospina Pérez. Se informaba normalmente sobre decenas de campesinos muertos en aquellos días. Hacía rato que en Cuba no ocurría nada parecido. Tan normales parecían las cosas, que en el teatro donde tenía lugar una gala oficial y estaban Marshall y demás representantes de los países convocados en Bogotá, cometí el error de lanzar desde el último piso unos panfletos que contenían nuestro programa. Eso me costó un arresto, y dos horas después fui puesto en libertad. Parecía una democracia perfecta lo que allí regía. Conocer a Gaitán y sus discursos, como la Oración de la Paz, así como su elocuente, impresionante y bien fundada defensa del tenien-
te Cortés —que escuché desde el exterior por no haber espacio en el recinto— era algo no esperado. Por mi parte, apenas había cursado dos años de la carrera de Derecho. Nuestra segunda reunión con Gaitán y otros representantes universitarios tendría lugar el 9 de abril a las 2:00 de la tarde. Con un amigo cubano que me acompañaba esperaba la hora del encuentro, dando vueltas en una avenida próxima al pequeño hotel donde nos hospedábamos y a la oficina de Gaitán, cuando un fanático o un loco, sin duda inducido, disparó sobre el dirigente colombiano; el agresor fue destrozado por el pueblo. Comenzó en ese minuto la experiencia inimaginable que viví en Colombia. Fui un combatiente voluntario de aquel valiente pueblo. Apoyaba a Gaitán y a su movimiento progresista, como los ciudadanos colombianos apoyaron a nuestros mambises en la lucha por la independencia. Cuando Arturo Alape viajó a Cuba años después del triunfo revolucionario, en 1981, Gabriel García Márquez le concertó el encuentro conmigo, que comenzó de madrugada, en la casa de Antonio Núñez Jiménez. Alape llevaba una grabadora y durante horas me interrogó sobre los sucesos ocurridos en Bogotá en el mes de abril de 1948. Núñez Jiménez grababa en otra. Tenía muchos recuerdos frescos de los hechos que no podía olvidar; el historiador, por su parte, conocía todo lo ocurrido del lado colombiano, muchos detalles que yo naturalmente ignoraba, lo cual me ayudó a comprender el sentido de cada episodio que viví. Sin él, no los habría conocido tal vez nunca. Le faltaba, sin embargo, una tarea: transcribir con su gente todo lo grabado; la otra grabación fue transcripta en el Palacio de la Revolución. Recuerdo que revisé una de ellas. Para ese trabajo, los diálogos son más difíciles que los discursos, porque las voces muchas veces se superponen. Encontré palabras mutiladas y frases cambiadas. Me tomé el trabajo de revisarlas y arreglarlas. Fueron más de cuatro horas de entrevista. No muchos se imaginan cómo es ese
trabajo. Creo que la mezcla de acontecimientos históricos antes y después del triunfo de la Revolución suscitó en mi mente una probable confusión. Es lo que pienso y, ante la duda, lo más honrado es explicarlo. Si en tres años mis ideas políticas se habían radicalizado antes de visitar Colombia, en el breve período comprendido entre el 9 de abril de 1948 y el 26 de julio de 1953 en que atacamos el regimiento del cuartel Moncada —hace ya casi exactamente 55 años— el tránsito fue enorme. Me había convertido ideológicamente en un verdadero radical de izquierda, lo que inspiró la constancia, la tenacidad y también la astucia con que me consagré a la acción revolucionaria. Vino posteriormente la lucha en la Sierra Maestra, que duró 25 meses, y el primer combate victorioso con sólo 18 armas, después del casi aniquilamiento de nuestro pequeño destacamento de 82 hombres, el 5 de diciembre de 1956. En los archivos de la Cruz Roja Internacional constan los cientos de prisioneros que devolvimos después de la última ofensiva enemiga, en el verano de 1958. En diciembre de ese año, ni siquiera había tiempo para convocar a la Cruz Roja Internacional a fin de entregarle prisioneros. Con la promesa de no combatir, los soldados de las unidades que capitulaban entregaban sus armas y permanecían movilizados sin armas, mientras los oficiales conservaban sus grados y armas cortas de reglamento, en espera del cese de la guerra. Ahora que aquello quedó muy atrás, nadie se imagina lo que vale una obra como la de Arturo Alape, quien escribió un excelente libro sobre una etapa de la lucha revolucionaria en Colombia en torno a la cual me propongo escribir, en el plano teórico y con estricto respeto, un número de reflexiones a la luz de las circunstancias actuales que viven nuestro hemisferio y el mundo. De todo se deduce una lección permanente para el verdadero revolucionario: la sinceridad y el valor de ser humildes. *Ex presidente de Cuba
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Un fraile
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colombiano que dejó huella en Barcelona
David Santiago Gómez Mendoza EL NUEVO DÍA Sacerdote pintor de Fresno plasmó historia franciscana en tierras ibéricas. Europa ha sido cuna de artistas plásticos que dejaron huella en la historia universal, y también ha sido testigo de obras de reconocidos pintores y escultores colombianos. De hecho,
un tolimense, proveniente de Fresno, sacerdote franciscano conventual, fue elegido para pintar la historia de esta colectividad religiosa en España. En la Capilla de Los Mártires, del Convento de San Antonio de Granollers, ubicada en Barce-
lona, el Fray Julián Santamaría plasmó la historia de los Franciscanos Conventuales y a masacre de la que fueron víctimas seis frailes durante la Guerra Civil Española. Pues bien, Santamaría habló con EL NUEVO DÍA, y narró tanto su relación con el arte, así como lo pasado en Cataluña.
Vínculo con las artes Julián Santamaría es oriundo de Fresno, descendiente de habitantes de Villahermosa y Bogotá, todos muy relacionados con las artes plásticas. “Mis tíos alcanzaron a estudiar Bellas Artes en la capital de la República”. Por su parte, al Fray desde pequeño le gustaba el dibujo y eso le ayudó a desarrollarse como un joven artista. Uno de los episodios que más recuerda de su niñez fue en primero de bachillerato, en la institución San José de Fresno, se organizó una exposición en el que Julián era el único que presentaba sus trabajos; ahí estuvo presente una pintora de Bogotá, perteneciente a la Universidad Nacional. “Ella no tuvo ningún problema para que yo expusiera con ella”. Mientras se graduó del colegio y viajaba a Ibagué para cumplir con su ciclo formativo para el sacerdocio, el arte estuvo presente; tanto es así que al ordenarse viaja a Medellín a estudiar
en Artes. Posteriormente, se une a los franciscanos conventuales, algo que, más adelante le ayudaría a sus viajes a Europa y su trabajo con la Capilla de Granollers. El proceso de formación de Santamaría estuvo dedicado, en buena parte, a los retratos en distintas técnicas como el óleo y el arte también fue una ayuda para recibir algunos ingresos, pintando por encargo. Él todavía pinta retratos, así sea como hobbie. “Como anécdota, en Bogotá, un señor adinerado me pidió que hiciera la reproducción, las cuales no acostumbro a hacer, de lo mejor posible, sin escatimar gastos. Hice todo el proceso y cuando terminé el trabajo volví a Bogotá a entregarlo. Al llegar a su casa, el ama de llaves me recibió con la noticia de que era uno de los extraditables y que estaba en camino de ser encarcelado fuera de Colombia”, narró el Fray Julián.
El Viejo Continente La Orden Franciscana Conventual, a la que pertenece el Fray Julián Santamaría, envía al pintor sacerdote de Fresno a Europa, específicamente a Italia, para que viera de primera mano el legado cultural de ellos. “Conozco colecciones de arte del Vaticano, www.elnuevodia.com.co>Léalo.
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la orden en España, ubicada en Barcelona. Este lugar es llamado así en homenaje a los seis frailes, entre éstos sacerdotes, que fueron víctimas de una masacre propiciada durante de la Guerra Civil Española, en 1936. Añadió que “el tema para pintar las paredes de la capilla fue la historia de la orden conventual en España, incluyendo la expulsión de esta colectividad franciscana del país ibérico, en la época de los reyes católicos y luego en el mandanto del rey Felipe II, que finalmente los desterró”. Cabe destacar que los frailes asesinados el siglo pasado eran de los primeros de la restauración conventual en España, 400 años después. El reto, entonces, de Julián Santamaría, era pintar aquellas paredes y techo de la capilla, un total de 150 metros cuadrados, labor que lo tuvo ocupado por cuatro años. La técnica de pintura que utilizó fue temple al huevo, una de las más antiguas del mundo, bajo la ilustración en figuración. “Para lo único que pedí ayuda era para que picaran las paredes y pusieran una capa de yeso, y me construyeran el andamio. El resto era por cuenta mía”. El fraile proveniente de Fresno sostuvo que tuvo que repetir el trabajo hecho dos veces porque no quedaba satisfecho con lo plasmado. Al comenzar el proceso, comentó el Fray Julián, “hubo cierta polémica cuando se enteraron que, dentro de la obra, estarían los frailes asesinados en el 36; fueron algunas personas que estuvieron en la guerra civil o descendientes de ellos, que se rehusaran a que se pintara sobre el tema. Por encima de eso me sobrepuse, porque no tengo la culpa de que sea algo que generó muchas heridas, pero hace parte de esa historia”.
Largo camino
La técnica de pintura usada fue temple al huevo: Combinar los pigmentos con cerveza rubia o vinagre. Es la técnica más antigua del mundo.
la Basílica de San Francisco de Asís y en Santa Croce, en Florencia”. La orden le pidió al sacerdote colombiano que estudiara todo lo que estuviera a su alcance de estas obras, de forma autodidacta. “Tuve acceso a pinturas que la gente sólo puede ver en museos. Lo que más me impresionó es que al encaramarse a ver las obras de cerca, uno piensa que
las puede hacer igual. En Colombia se puede hacer algo así, sólo tiene que despertarse el ingenio y la creatividad”.
A pintar la Capilla En 2003, el Fray Julián Santamaría recibe otra solicitud de su orden, los franciscanos conventuales, para que pinte la llamada Capilla de Los Mártires -en el Convento de Granollers-, de
El proceso de cuatro años inició con uno de investigación, en el que el pintor colombiano revisó textos, habló con frailes; mientras tanto, hacía los bocetos. Durante ese tiempo, Julián dibujó en posiciones en las que estuviera justo en frente de sus dibujos; sin embargo, en los límites de una pared y otra, el esfuerzo era mayor. “En un punto, era tan estrecho que me tocó estirarme para alcanzar el muro con el pincel”. En ese cuatrienio, el fraile afirmó que pintar en invierno no era lo mejor, puesto que había mucha humedad en las paredes y durante el día la luz aparecía poco, unas cinco o seis horas. Por el contrario, Julián destaca el trabajo en primavera y verano eran buenas épocas para que el trabajo rindiera. Luego de ires y venires con las estaciones, un comienzo algo difícil por las protestas y los retratos que pintaba en su tiempo libre, el 20 de agosto del año pasado el artista terminó su obra. Con una sonrisa en su rostro, admitió que no quiere ver todavía lo que pintó en la Capilla de Los Mártires. “No sé cómo explicarlo, pero quedé tan cansado que me bajé del andamio y pensé en no verla más, salvo por invitación de un fraile que pintó los zócalos y le puso muebles. Por ahora no quiero verla, pero quizá, en 10 años, lo haga”. Ahora el Fray Julián Santamaría se encuentra en Colombia, precisamente en Fresno. Posteriormente irá a Medellín, donde hay un convento de franciscanos conventuales. Esta, pues, es la historia del trabajo de un sacerdote y artista plástico colombiano, que sin ser de España y tener alguna relación con su historia, pinta parte de ella.
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