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Ibagué, 28 de junio de 2009
Arquitectos Descalzos
Por Jorge Enrique Lozano Pinzón*
E
l arquitecto debería transformarse más en articulador social o activista cultural, que crea sistemas para incluir de manera más decisiva en el proyecto la participación del sujeto que ocupará esos proyectos. Jorge Lobos, arquitecto.
Los arquitectos deberíamos trabajar para el sector de la sociedad que no tiene con qué pagar nuestros honorarios. Pero eso no es posible, me replicaba un estudiante de arquitectura, pues nosotros también necesitamos comer. Lo primero que hay que aclarar es que la profesión dejó de ser liberal, en el sentido de que ya los arquitectos no podemos pensar en abrir una oficina y sentarnos a que lleguen clientes a encargarnos el diseño o construcción de sus casas. Es más, si salimos a buscarlos tampoco los vamos a encontrar pues eso del cliente particular desapareció cuando entramos en la era de la industrialización de la construcción y el sistema de adquisición de la vivienda en el mercado inmobiliario. Lo segundo que hay que decir es que en el mundo el 66 por ciento de sus habitantes no han tenido acceso a ninguno de los productos de la arquitectura, según estadísticas citadas por el Arquitecto latinoamericano Jorge Lobos, profesor de una universidad en Dinamarca. En Colombia no se ha hecho este estudio, pero seguramente las cifras son mayores. Como tampoco se ha estudiado la demanda futura de vivienda en nuestras ciudades. Para el año 2030 en a nivel mundial la demanda será de 900 millones de unidades de vivienda, o
Este vocablo llegó a nuestra lengua con el significado de 'lenguaje especial, difícil de comprender', según la primera edición del Diccionario de la Academia (1734), y hoy se la define como 'lenguaje especial y familiar que usan entre sí los individuos de ciertas profesiones y oficios, como los toreros, los estudiantes, etc.'. La palabra jerga proviene del provenzal antiguo gergon, que a su vez procedía del francés antiguo jargon o jergon, que en la Edad Media aludía al 'gorjeo de los pájaros'. Jergon se había formado a partir de la raíz garg-, de origen onomatopéyico, que expresaba ideas como 'hablar confusamente', 'tragar' y que aparece en nuestra lengua en
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sea que deberíamos construir cada semana durante los próximos 20 años el equivalente a una ciudad de un millón de habitantes, según analiza el arquitecto Alejandro Aravena de datos tomados del Washington Post. Pero una cosa son las frías estadísticas sobre las necesidades actuales o futuras y otra cosa la realidad. Mientras la vivienda se siga considerando como una mercancía más y no como una necesidad vital como la educación o la salud, bueno aunque estas últimas con el neoliberalismo también se convirtieron en mercancías, las cifras estadísticas sobre la cantidad de familias que no tienen acceso a los productos de la arquitectura continuarán igual o aumentaran ya que el neoliberalismo hace que la brecha entre pobres y ricos se acentúe aún más. Además del gigantesco déficit de vivienda, las comunidades también necesitan otros productos de la arquitectura: salones comunales, bibliotecas, escuelas, guarderías, acueductos, vías pavimentadas, etc. El estudiante a quien me refería atrás, volvió a interpelar: si eso es cierto, pero eso le toca hacerlo al Estado. Y tiene toda la razón, precisamente ese es uno de los motivos que da razón a la existencia del Estado, pero como nuestros gobernantes aceptaron la imposición del imperio de retornar al liberalismo económico, al neoliberalismo, al capitalismo salvaje, a la “libre” competencia, delegaron en la empresa privada la satisfacción de todos los servicios que el “Estado Benefactor” realizaba antes, por eso acabaron el Instituto de Crédito Territorial y el Banco Central Hipotecario. Y dejar la solución de estos problemas a la empresa privada es no solucionarlo, al contrarío se agrava más. Los especuladores inmobiliarios, las empresas constructoras y la banca privada, todas ellas instituciones con ánimo
LA PALABRA DEL DÍA Jerga
palabras como garganta, gárgara, gargajo, y jerigonza entre otras. Es cierto que existe en castellano otra palabra jerga de etimología desconocida, aunque probablemente diferente de la que estamos tratando aquí, que significa 'tela gruesa o tosca' o 'colchón de paja o de pasto'. A partir de esta última se forma su aumentativo jergón.
de lucro, no participan en la solución de un problema sino cuando ven en él la posibilidad de obtener ganancias económicas. Aún así, con este negro panorama, insisto en que la labor de los arquitectos debe enfocarse en función de los colombianos que no tienen con qué pagar nuestros servicios profesionales pero que los necesitan con más urgencia que aquellos que si tienen forma de hacerlo. Mi propuesta no va encaminada a que realicemos una labor apostólica de privaciones o a que nos convirtamos en emuladores de la sociedad benéfica de San Vicente de Paul o de las Damas de la Caridad. No, lo que propongo es que nos convirtamos en generadores de nuestro propio trabajo, actuando de la mano con las comunidades, promoviendo al interior de ellas la solución a sus necesidades arquitectónicas, sea el mejoramiento de vivienda, el alcantarillado, la rehabilitación del parque infantil o la construcción de una guardería. El arquitecto debe ser un organizador de la comunidad, los interesa en la solución de sus propios problemas, y una comunidad organizada consigue los recursos, que tiene en sus arcas el gobierno, para realizar la obra y para pagar al arquitecto. Estoy hablando de un arquitecto diferente al que perfilan nuestras escuelas de arquitectura, un arquitecto que no sueña con la fama y el dinero, que no está interesado en que sus proyectos salgan en la portada de una revista. Un profesional que reconoce cual es la realidad de la sociedad en que está inmerso y que la quiere transformar, transformándose a sí mismo, generándose trabajo y cumpliendo con su disciplina que está enfocada por principio al servicio de la sociedad. En este caso a las comunidades que más necesitan del arquitecto y a las que el gobierno con su política neoliberal ha dado la espalda. El proyecto arquitectónico cambiaría cualitativamente, su diseñador ya no sería un genio creador que posee un conocimiento secreto con el que soluciona las necesidades espaciales y estéticas de los humanos, sino que es alguien que reconoce que el usuario sabe más de sus propias necesidades y posibilidades, por tanto diseñará con él de acuerdo con sus expectativas funcionales y estéticas, realizará proyectos con los pies en la tierra, apropiados por las comunidades que participan en su realización y que por consiguiente apreciarán más que aquellos que les hacen los políticos con el propósito de canjearlos por votos. Para producir un arquitecto con este perfil la academia debe cambiar sus programas académicos y orientar al estudiante más hacia las ciencias sociales que hacia una búsqueda estéril de elucubraciones formales y escultóricas, que parece ser el paradigma que nos plantean las falsas vanguardias posmodernas, como lo decía en el citado artículo anterior.
*Ibagué. Arquitecto. http://usuarios.lycos.es/arquibague/
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Rencor: sin morada estética para el desplazado Por Jorge Ladino Gaitán Bayona*
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lfredo Molano en Desterrados, crónicas del desarraigo dice que “siempre en Colombia las guerras se han pagado con tierra. Nuestra historia es la historia de un desplazamiento incesante” (Molano, 2001, 14). Como para agudizar lo anterior habría que tener en cuenta el boletín número 75 del 22 de abril de 2009 de la Consultoría para los derechos humanos y el desplazamiento en Colombia (Codhes) sobre el aumento de la violencia y el desarraigo. En el 2008, 380.863 colombianos fueron desplazados generándose un aumento del 24.47 por ciento frente a la cifra del año anterior (305.863). Desde 1985 hasta el 2008, 4.628.882 personas fueron expulsadas de sus tierras dejándose abandonadas 5.5 millones de hectáreas que han pasado a manos de narcotraficantes, latifundistas y testaferros (bien sea de la guerrilla, la extrema derecha o de varios representantes del estado). Ahora bien, junto con el desplazamiento, está la situación de ser Colombia el cuarto país en solicitudes de asilo a nivel mundial (23.200) y las enormes migraciones externas (¿Cuántos de esos 3.331.107 de colombianos fuera del país que registraba el censo del 2005 no fueron forzados, directa o indirectamente, a errar por culpa de la violencia, la corrupción y falta de oportunidades laborales y educativas?). Es claro que las implicaciones políticas, existenciales, históricas y embrionarias para la ficción de las cifras antes mencionadas van más allá de la estadística, pues tienen que ver con dramas humanos de personas con nombres propios, historias y pasados que pueden recrearse en la literatura. Cómo no recordar acá al chileno Luís Sepúlveda en Historias marginales cuando, cuestionando el pensamiento de Joseph Goebles en torno a que “un muerto es un escándalo, mil muertos son una estadística” (Goebles, citado por Sepúlveda, 2000, 7), increpa a que la ficción establezca actos de resistencia frente al olvido contando las historias de seres humanos que son borrados cuando el número masifica. Lo complejo es que en aras de la causa humanitaria y del intento ficcional por darle voz al que no la tiene, se corre el riesgo de descuidar los valores estéticos y construir obras donde el lector siente que el propio escritor ha sido injusto con ese ser desterrado y violentado en la realidad al darle una morada ficcional precaria por las debilidades de la estructura narrativa. Desde esta vía (retomando a Theodor Adorno en Mínima Moralia en torno a que la escritura debería ser morada para quien sufre la expulsión, la fractura con su tierra y pasado) el desplazado colombiano debería tener un lugar de lujo en la ficción (una novela bien escrita que al menos le diera la redención estética) y no ser alguien cuyos dramas son escamoteados en una narración sensiblera y despojada de rigores. Esto es lo que pareciera ocurrir con la novela Rencor, publicada en el 2006 y con 5 ediciones, del escritor y periodista Óscar Collazos, uno de los más talentosos narradores colombianos quien, sin embargo, en esta novela, defrauda a quien esperaba que la densidad del tema no estuviera por encima de la calidad literaria. La escritura de la novela parte de un proyecto mayor de
Óscar Collazos de indagar la Cartagena subrepticia, marginal y corrupta, distinta a la del jet set, la que muestran las agencias turísticas, los reinados o los eventos internacionales. En el 2001 publicó Cartagena en la olla podrida, crónicas de la corrupción, donde el periodismo, el fino humor y la ironía, cruzan sus recursos para abordar 80 casos de corrupción de la administración local. En el 2003 publica Desplazados del futuro donde figuran sus entrevistas a niños del barrio Nelson Mandela, con más de 58.000 habitantes (la mayoría desplazados). El libro resulta atractivo al lector no sólo por los testimonios de niños que cuentan su pasado, el hambre, violaciones y asesinatos del presente en un barrio que se disputan paramilitares y guerrilla, sino también porque el periodista hace un paneo del contexto con agudas reflexiones y un hondo humanismo. Lo curioso es que la intención del autor en ese libro “he tratado de evitar el patetismo de sus confesiones” (Collazos, 2003, 15) es la que no está presente en la novela Rencor, inspirada en un personaje real, Keyla Baloyes, una de las entrevistadas en Desplazados del Futuro. La Keyla ficcional de Rencor cuenta frente a la cámara de un documentalista las violaciones a las que desde los 13 años la sometía su padre, sus recuerdos de infancia en Belén de Bajirá en el Urabá (la parte más lograda del texto narrativo), la miseria y la presencia de mal llamados “grupos de limpieza social” y de bandas dedicadas al hurto y sicariato en el Barrio Nelson Mandela. Refiere la prostitución suya y de amigas menores de edad, y su reclusión en una correccional de menores (desde donde cuenta su historia) por herir a uno de los policías que asesinara a su novio. La narración en primera persona de la protagonista y el carácter testimonial de la novela intentarían justificar la crudeza de lo contado; sin embargo, no resulta creíble la atmósfera generada. La mayor parte de tiempo la voz suena manipulada, falseada y ajena a los 16 años de la protagonista. La misma Keyla que expresa que “el mar era el espejo del sol” (64) o que teje un relato organizado en su discurso y que en ocasiones nombra las cosas con eufemismos e incluso términos médicos es la que en la descripción de escenas sexuales usa un lenguaje extremadamente grotesco y brusco en la rememoración de detalles. Obviamente no se trata acá de cuestionar el uso del lenguaje grotesco en una novela pues sería negar las posibilidades del mismo cuando carnavalizan la literatura y cuestionan el status quo (recuérdese al respecto los estudios de Bajtín a la obra de Rabelais), sino de pensar que éste no debe resultar postizo o caer simplemente en una narración calentona. ¿Resulta verosímil que una muchacha de 16 años, con una religiosidad definible por su origen familiar y paisa, sea capaz de llegar a ese grado de desnudamiento explícito frente a una cámara de cine? ¿Por qué el lector no siente que esas descripciones sexuales, más allá de referir la descomposición familiar generada por la violencia, no suscitan instancias textuales e ideológicas más profundas? ¿No serían eliminables tantas de esas escenas en la novela cuando ni siquiera existe un clima de sordidez creíble para que el lector pudiera justi-
ficarlo? Si tenemos en cuenta a Dominique Maingueneau en La literatura pornográfica donde señala las posibilidades del dispositivo pornográfico y de unas secuencias para propósitos que no se reducen a “calentar” el lector (piénsese en Miller) la novela de Collazos abusaría de lo arbitrario y de la excusa de que bajo el formato de novela testimonial todo vale. Quizás los hechos contados en Rencor tendrían mayor peso literario si se hubiera elegido un narrador en tercera persona que pudiera jugar con variadas técnicas narrativas, lenguajes y herramientas para presentar con mayor complejidad el personaje y su contexto. ¿Acaso las infamias cometidas en el país arrastran a que sus escritores destacados por tratar de romper la indiferencia olviden que son artistas para volverse simplemente testimoniantes de la realidad? En definitiva, ¿No siguen siendo desplazados aquellos colombianos que son obligados a cruzar por páginas que se pretenden literarias y de las que resultan expulsados por el uso y abuso de sus dramas sin que se les ofrezca un tratamiento estético que supere la sensiblería y el patetismo? *Grupo de Investigación de literatura del Tolima, UT, jlgaitan@ut.edu.co www.elnuevodia.com.co>Léalo.
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Fotos Colprensa / EL NUEVO DÍA
Los salones del colegio Gran Colombia esperan el apoyo del Gobierno.
Jesús predica en medio del Amazonas Por SAMUEL SALINAS ENVIADO ESPECIAL (EL ENCANTO, AMAZONAS, COLPRENSA)
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ace rato que Jesús botó el cuello que lo identificaba como sacerdote, en medio de la selva amazónica, y no se ha preocupado por ponerse otro. Aquí, en El Encanto (Amazonas), a orillas del río Putumayo, él no es un extraño para los indígenas, que saben que vino a evangelizar y enseñar y por eso no les importa cómo se vista. Aunque es blanco y tiene los ojos claros, 18 años caminando la selva del Amazonas lo han transformado un poco. El color de su piel es oscuro y ha tomado el olor de la selva: una mezcla de innumerables plantas que desde el aire se ven como una mata de brócoli en donde se combinan todos los verdes. www.elnuevodia.com.co>Léalo.
Pero Jesús no es Dios, es simplemente un sacerdote católico que dejó hace 18 años las comodidades de la Iglesia de un pueblo en las montañas de Antioquia, para irse a uno de los sitios perdidos del Amazonas. Para llegar a El Encanto o a San Rafael se tiene que volar en avión y aterrizar en una pista de las Fuerzas Militares. La otra opción es en lancha, como lo hacen los indígenas. En 1991, cuando respiró por primera vez el aire de la selva, el padre Jesús viajó en avión hasta Puerto Leguízamo (Putumayo) y luego navegó por ocho horas por el río. El padre Iván de Jesús Monsalve nació el 24 de marzo de 1961 en Santa Ana, Ituango, y fue ordenado en Medellín por el Papa Juan Pablo II, en 1986. “Tuve ese privilegio”,
confiesa con una sonrisa que deja ver el amarillo que el cigarrillo ha dejando en sus dientes.
El primer día
En medio de la oscuridad de la selva, a las 11:30 de la noche, Jesús llegó en una embarcación que lentamente atravesó el Putumayo. El viaje le pareció tan largo que lo primero que hizo fue acostarse a dormir. Al día siguiente le informaron que estaba en medio de una epidemia de sarampión y hepatitis. En la mañana, cuando su mirada quedó clavada en la selva, sintió que estaba en medio de la nada. Tomó aire con toda la fuerza de sus pulmones y se fue para el corredor
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de un centro de salud improvisado a mirar en qué podía ayudar. Esa mañana se dedicó a labores de enfermería dándoles las escasas medicinas con la esperanza de que se salvaran. En la tarde caminó para conocer el pueblo (San Rafael) que no tenía más de ocho casas, ahora hay 70. El sarampión y la hepatitis desaparecieron tres meses después, cuando llegó el Instituto Nacional de Salud que, según sus palabras, sacó las epidemias. Sin el cuello sacerdotal y con una camisa azul abotonada hasta el pecho, que deja ver un escapulario de la Virgen del Carmen, el padre no se arrepiente del día que levantó la mano para postularse como candidato a pasar una temporada en el Amazonas. Para esa época la Santa Sede le confió a la Diócesis de Santa Rosa de Osos (Antioquia) el cuidado de la Prefectura Apostólica del Amazonas; por eso, no niega que estar en ese lugar, “es cosa de Dios”.
El andariego
El padre Jesús se enorgullece en decir que conoce los 109 mil kilómetros cuadrados del amazonas “a dónde haya gente, ahí voy yo”. El anuncio del evangelio en el testimonio de vida y el trabajo educativo lo obligó a que- El padre Jesús con los alumnos del colegio, el cual, el mismo ha ayudado a construir. darse en este departamento “Me quedo hasta por horas, por eso, en ese lugar se inventaron esos inter- indígena. que mis superiores digan”, alega con cierto En medio de un clima del ‘demonio’, con lluvia y sol en pesar si algún día le informa que le toca dejar lo que ha nados. “Es mixto porque aquí todos somos una sola familia”, intermitencias intensas cada cinco minutos, este teólogo y construido aquí. Jesús es rector de un internado mixto, La Gran Co- sostiene mientras escribe sobre un tablero de tiza. El co- filósofo sacó en el 2008 la primera promoción de 23 bachilombia. En el Amazonas las casas y pueblos quedan muy legio es trilingüe, en las clases se enseña español, inglés lleres. De la Iglesia Católica sólo cuestiona que algunos obisseparados y el viaje de un estudiante puede prolongarse y sus 317 alumnos practican la lengua de su comunidad pos no quieran al presidente Álvaro Uribe y un tercer mandato suyo, “eso es para pensarlo”. Con el mandatario comparte las restricciones a lo que el Presidente alguna vez calificó de “gustico”, o relaciones sexuales a temprana edad, y que en los indígenas es práctica frecuente. Ana Milena Reyes sabe eso. Ella, una indígena de 16 años que espera su primer hijo, tuvo que abandonar sus estudios. En el colegio no se permite mujeres en estado de gestación. “El padre me ha dado consejos, me dijo que puedo volver cuando tenga a mi hijo”. Mientras eso pasa, Jesús seguirá repartiendo su tiempo como director de La Gran Colombia, predicando la palabra de Dios. Por ahora, buscar el cuello sacerdotal no le interesa. “Yo no lo uso porque no necesito distintivo”.
18 años han pasado desde que llegó al Amazonas y piensa quedarse el resto de su vida. El padre Jesús habla con los padres de familia sobre el colegio Gran Colombia. www.elnuevodia.com.co>Léalo.
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Quince momentos en la historia de rock al parque Bogotá, Colprensa
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ock al Parque, uno de los festivales de rock gratuito más grandes e importantes en el mundo, llega a su décimo quinta edición estrenando fecha de realización. Es mucha la historia que ha pasado desde que en 1995 se inició este proyecto como una idea del empresario Julio Correal y el cantante y ahora actor Mario Duarte, que a la postre generaría en la Secretaría de Cultura del Distrito, un calendario anual de eventos al parque gratuitos. Ahora, aunque es un evento que se realiza en Bogotá, es un festival para todos los roqueros colombianos, se prepara para celebrar su edición número 15, con un cartel de lujo que se presentará en tres escenarios de manera simultánea en el Parque Simón Bolívar. Allí, a la espera de más de 400 mil personas en los tres días del evento, los colombianos podrán disfrutar de la música de artistas internacionales como “Los Cafres” de Argentina, “Ina Ich” de Francia, “Kop” de España y un cierre con Fito Páez, uno de los artistas internacionales más queridos en el país. También estarán en esta celebración quinceañera artistas que ya han triunfado en el escenario de este festival, que cuenta con uno de los públicos más respetuosos, pero a la vez más exigentes en el rock de América Latina. Volverán a escena bandas nacionales como “Kilcrops”, “Neurosis”, “Tenebrarum”, “Ciegosordomudos”, “Plastilina Mosh” de México vuelve por tercera vez junto a sus compatriotas de “Kinky”, los caleños de “Superlitio”, “La Severa Matacera” e “I.R.A.” de Medellín, entre otros. A lo largo de la historia del festival se ha cambiado de fecha en cuatro ocasiones, al comenzar en el último fin de semana de mayo. Luego Rock al Parque se trasladó para el mes de octubre, y las más recientes ediciones fueron en el mes de noviembre, pero las intensas lluvias hicieron que los organizadores cambiarán la fecha para este mes de junio. Son muchas las historias y las anécdotas que se han recogido a lo largo de las 15 ediciones de este evento, aquí tan sólo 15 que les dieron forma e identidad a un festival que goza de gran prestigio internacional.
Entre historias
- La primera edición se realizó en el último fin de semana del mes de mayo de 1995. Fueron tres jornadas, dos de las cuales se www.elnuevodia.com.co>Léalo.
realizaron en lo que ahora se conoce como el Parque Metropolitano Simón Bolívar, cuando allí no existía la infraestructura para conciertos con la que cuenta hoy en día. La última jornada se llevó a cabo en la plaza de toros La Santamaría, y tenía un costo para el público de cinco mil pesos, para ver a artistas como “Aterciopelados” y “Fobia” de México. - En Colombia no se realizaban eventos de esta magnitud, por lo que no existían los equipos para organizar y manejar grandes masas de público, y gracias al festival se crearon organizaciones como “Fuerza de Paz”. De hecho, en las primeras ediciones de Rock al Parque, los encargados de la seguridad recuerdan que dentro del público, cuando se organizaban los famosos “pogos”, tuvieron que sacar a más de una persona que se introducía en dichos bailes urbanos con paraguas abiertos. - En la segunda edición del festival, el grupo “Los Terceros”, abrían la jornada. Cuando terminaban su show, los organizadores les solicitaron continuar en el escenario, pues la siguiente banda en la programación nunca apareció. Así, este grupo pasó a la historia como la banda que más tiempo ha tenido para un show en el festival. - Aunque siempre el Parque Simón Bolívar ha sido la sede principal del festival, este se ha realizado en diferentes zonas de la Capital, como la Media Torta, el Parque Tercer Milenio, el Tunal y el Parque Olaya Herrera. Incluso, en una edición, pasó de tres jornadas a cinco días de fiesta roquera. - Las primeras ediciones duraban hasta las seis de la tarde, no existían conciertos nocturnos, sólo hasta 1997. En una ocasión, el programa sufrió un serio retrazo que la banda mexicana “La Lupita” tocó con el escenario completamente oscuro. Se utilizaron linternas para iluminar a los artistas en la interpretación de sus instrumentos. - Pese a que el buen comportamiento ha caracterizado al público de este festival, algunos artistas sufrieron algunas agresiones, como el famoso monedazo que recibió el cantante de la banda argentina “La mosca Tse, Tse”. - Como olvidar que la banda peruana “Los Zopilotes” recibieron la invitación al festival pero no había presupuesto para su traslado al país. Tantas eran las ganas de los artistas, que decidieron costear su viaje desde Lima en bus hasta Bogotá, llegando la mañana del día de la presentación.
- “Aterciopelados” es la banda nacional que más presentaciones ha tenido dentro de Rock al Parque, de hecho, en su anterior álbum crearon el himno del festival. - Si se habla de artistas que nacieron en el escenario del festival, se puede hablar del “Doctor Krápula”, banda que llegó a Rock al Parque con apenas unos meses de fundación y ahora cuenta con tres producciones discográficas y una interesante proyección internacional. - En el 2007, en la primera jornada, un verdadero diluvio con una de las más fuertes granizadas que se han visto en Bogotá, hizo que se cancelaran las presentaciones de ese día. Algunos de los asistentes fueron atendidos por la Cruz Roja por presentar principios de hipotermia y otros por haber sido golpeados por pedazos grandes de granizo. - “Molotov”, invitados a los quince años del festival, tienen una deuda pendiente con el público de Rock al Parque. En sus dos participaciones, por problemas técnicos, no ha podido realizar una presentación completa de su show. Esperan que la tercera sea la vencida. - Desde el 2005 se creó la Carpa Distrito Rock, un lugar donde los asistentes pueden encontrar la música de las bandas que en cada edición se presentan en “Rock al Parque”. - También se instauraron las jornadas académicas, con invitados internacionales donde se tratan temas como la producción de conciertos, como el mercadeo y las nuevas tecnologías. - En la décima edición del festival, en el 2004, se logró la mayor convocatoria de asistentes con 450 mil personas en los dos escenarios del Parque Simón Bolívar. - Argentina ha sido el país que ha contado con más bandas en el escenario del festival, con 8 artistas.
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EL CUENTO
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> POESÍA
El árbol de la buena suerte Marco Antonio Muñoz Por Jorge Díaz Herrera*
Arístides juraba por lo más sagrado y la memoria de su madre que jamás llegó a encontrar una sola gitana en los tantos burdeles que recorrió por el mundo, porque las gitanas podrán ser pobres pero putas nunca. Viejo hombre de mar: motorista, ballenero, contrabandista, peleador de pelo en pecho, transportista, estibador, llevaba en cada uno de sus muchos tatuajes la historia de su vida. Concluía sus conversaciones mostrando al muchacherío que lo rodeaba la cara bellísima de una mujer tatuada en el centro de su vientre. Tenía una gracia inigualable para mover el ombligo y hacer que aquel rostro incomparable encarrujara los labios para lanzar besos a todo el mundo. Nada lo entristecía. La tristeza se había hecho para los tontos, y él no podía darse semejante lujo. De lo contrario, haría ya mucho tiempo que me hubiesen comido los tiburones. Fumador. Reilón. Borracho. Respetuoso. Saludaba a las mujeres sacándose la gorrita verde que jamás abandonaba e inclinaba ceremoniosamente la cabeza. Si todas las mujeres aprendieran de las gitanas, el mundo sería quizá más ladrón pero mucho más honrado. Nunca pudo precisar con claridad de dónde venía: porque si a cualquiera se le antoja decirme que un pájaro vuela de la rama de donde estaba, no es sino pura mentira, que nadie puede negarme que antes estuvo en otra rama y antes todavía en otra y en otra. Y él venía de tantos lugares. Y soltaba una carcajada cuando, al fin de cuentas, no sabría decirles si me estoy yendo o estoy viniendo. De lo que sí estaba seguro es de no quejarse de la vida y de ser feliz. Si alguna vez decidiera quedarse en alguna parte, sería en una carpa de gitanos, porque los gitanos no se quedan en ninguna parte y ellos son los únicos que saben vivir como Dios manda. Al despuntar los primeros asomos del invierno, se fue. Se convirtió en un recuerdo que tardó en extinguirse entre los muchachos de la calle. Cuando estuvo casi olvidado, Arístides reapareció, pañuelo celeste anudado al cuello y una muñequera de cuero en cada brazo.
Poeta mexicano Estuvo solo unos días y volvió a irse, esta vez para siempre. Dejó la historia de su amor con una gitana y su nombre labrado en el tronco del árbol junto al cual los muchachos acostumbraban a reunirse, y después empezaron a escribir sus nombres alrededor del de Arístides. Con los años, ese fue el árbol de la buena suerte. Poner el nombre de uno en él traía felicidad. No hubo enamorado que no lo hiciera. La fe se extendió a gente de todas las edades y alguien plantó en el árbol una cruz, y luego el lugar se convirtió en un santuario. Lo rodearon con una cerca de puntas de hierro e hileras de candelabros de lata. El pueblo fue creciendo. La cruz se llenó de corazones de plata, y el árbol de nombres grabados y hollín de velas. *Escritor peruano.
Los poetas modernos ¿Y qué quedó de las experimentaciones, del “gran estreno de la modernidad”, del “enfrentamiento con la página en blanco”, de la rítmica pirueta y del contrángulo de la palabra, de ultraístas y pájaros concretos, de surrealizantes con sueños de náufrago en vez de tierra firme, cuántos versos te revelaron un mundo, cuántos versos quedaron en tu corazón, dime, cuántos versos quedaron en tu corazón? Mis hermanos se fueron poco a poco Mis hermanos se fueron poco a poco: se llevaron la casa, la mujer, la calle al hombro, el oro más soñado y no la infancia. ¿Qué hacía yo, en tanto, qué diablos dio mi pluma? Me puse a dibujar en los cuadernos las mujeres más bellas de la tierra que sólo lloraban en mis versos. Mi vida fue en las letras, no en la vida. Desconfié del amor, de la amistad, de la experiencia; viví ciego entre idiotas e inocentes. Mi sueño fue pasto de los perros, mi ternura una llama como llaga A falta de la vida la he inventado; a falta de un padre he sido el hijo; a falta del hijo soy la ruina.
Obras del pintor tolimense Camilo Medina www.elnuevodia.com.co>Léalo.
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William Ospina
coronado con el Rómulo Gallegos
Por Eduardo García Aguilar*
A
hora que William Ospina ha ganado el Rómulo Gallegos con su novela El país de la canela, salta a la imaginación la figura delgada de ese muchacho de 25 años que recorría las calles de París en 1979 y ya era entonces, aunque no hubiera publicado todavía ningún libro, la caja de música que siempre ha sido y le hizo ganar muy pronto la posición de “maestro” entre los colombianos de todas las edades. Ospina podía empezar la noche recitando de memoria todos los poemas posibles de las literaturas conocidas en diversas lenguas y terminar cantando boleros, tangos y milongas, después de hacer una larga escala por los cantos medievales. Como en su familia había músicos, para él no era extraño ese placer de agotar las horas de la noche ejerciendo él solo de tocadiscos y equipo de sonido para todos. Y cuando había una pausa, los asistentes a la fiesta estaban en torno a él, escuchando sus relatos o sus comentarios sobre los libros recién leídos y por leer. Había llegado a París hacía poco y tenía como pertenencias sólo un abrigo negro largo, una bufanda gris con rayas moradas, pantalones de pana color naranja y botas que aguantaron todas las caminatas posibles por las calles, mientras iba de buhardilla en buhardilla encantando a las chicas latinoamericanas y europeas que caían enamoradas de su dulzura e inteligencia, mientras les recitaba de memoria los sone-
tos de Shakespeare. Nació en 1954 en Padua, un pequeño pueblo de la cordillera tolimense en medio de la guerra y cerca de la temible policía “chulavita”. Después de recorrer en la infancia y la adolescencia por varias ciudades sacándole el cuerpo a la violencia, y luego de realizar estudios universitarios en Cali y nutrirse del movimiento cultural de esa ciudad en los años 70, pasó de Bogotá a las calles de París en 1979. En ese entonces, en la capital francesa vivía toda una generación de jóvenes colombianos de diversas tendencias y gustos estéticos, cineastas, pintores, sociólogos, filósofos, científicos, que cuando no se vislumbraba ni la aparición del sida ni la nueva guerra que iba a azotar a Colombia, discutían sin cesar en el restaurante universitario de Mabillon, en el bar existencialista de Chez George y en los corredores de las universidades sobre lo divino y lo humano, mientras reinaban en las aulas Michel Foucault, Roland Barthes, Jacques Lacan y Gillez Deleuze, en las salas de cine Pasolini, Fellini, Bergman y Antonioni y en las calles el viejo Jean-Paul Sartre y la novelista Marguerite Duras. Nuestra generación colombiana y latinoamericana, abriéndose al mundo en la capital francesa, vivía feliz recorriendo las coordenadas del París encontrado en la Rayuela de Julio Cortázar, que nos convocaba y guiaba, mientras se escuchaban afuera los ritmos de Miles Davis, Bob Marley, Jim Morrison, Santana, Jimmy Hendrix y Janis Joplin. William cargaba con sus poemas y los leía en esas largas noches de fiesta y amistad, pero aún no se atrevía a publicarlos. Eso ocurriría a su regreso, cuando la Presidencia de la República le publicó Hilo de arena, una primera colección que tiene algunos de los poemas básicos de su obra, algunos de ellos escritos al calor de la vida parisina. Luego vendrían El país del viento y ¿Con quién habla Virginia caminando hacia el agua?, poemarios donde revisa los horrores del holocausto universal del siglo XX, rinde homenaje a sus autores preferidos y canta a los paisajes de su tierra nativa. A diferencia de otros compañeros de generación que nos quedamos para siempre en
el exilio, William regresó pronto a Colombia y desde entonces optó por estar ahí, en medio del desastre y frente al peligro, acompañando a las nuevas generaciones de colombianos que surgen en ese país cainita en medio de la guerra y que cuentan con él para creer en algo y tener esperanzas de que algún día las cosas cambiarán. Porque además de su talento y esa dedicación sin falla al ejercicio literario, el mérito de Ospina se ha extendido a tratar de ejercer de conciencia de una patria en ciernes que para muchos va hacia la disolución definitiva y para otros aún puede salvarse. Por medio del ensayo y la columna de fondo, escritos con un estilo depurado y de altas miras, ha expresado sus opiniones, discutibles a veces, sobre los rumbos del país, creando un espacio lejos de la frivolidad y el facilismo ambientes. Es tarde para el hombre (1992), ¿Dónde está la franja amarilla?(1996), Los nuevos centros de la esfera (2003), La herida en la piel de la diosa (2003), América mestiza (2004), son algunas de esas obras donde los colombianos de las nuevas generaciones, nacidos en medio de la más terrible conflagración y el genocidio rampantes, aprendieron a creer que puede haber pensamiento y reflexión colombianas en medio de la trivialidad televisiva y la falta de espacios para la inteligencia. En eso Ospina sigue el camino de los filósofos colombianos Danilo Cruz Vélez y Estanislao Zuleta, dos de sus admirados pensadores colombianos, a quienes les debe mucho y que ha tenido la fortuna de conocer y escuchar. Su poesía, reunida en una preciosa edición de Arte dos Gráfico (1974-2004), comprende una vasta obra muy peculiar que sigue caminos muy distintos al ejercicio poético de otras generaciones colombianas anteriores y posteriores a él y muchos de esos textos, leídos en estas tres últimas décadas en los pueblos y las ciudades de Colombia en bares, teatros y escuelas abarrotados de gente, hacen parte ya imborrable de la memoria poética colombiana. Con Ursúa, El país de la canela y La serpiente sin ojos, Ospina continúa con su brillante prosa un vasto proyecto iniciado con Las auroras de sangre sobre el poeta Juan de Castellanos, y al que anima una generosa aventura propia: la de rescatar en medio del holocausto colombia-
no algunas de las raíces indígenas carbonizadas por los bombardeos del olvido y la violencia, para que tal vez germinen de nuevo y sean nutrimento para los que vendrán después de que su generación haya desaparecido. Esta trilogía novelística de estirpe histórica la viene trabajando con el rigor que lo caracteriza desde sus primeras obras, sin importarle el tiempo que le tome encontrar el tono preciso y pulir como lo hacían los románticos y los modernistas, hasta quedar satisfecho con cada frase, con cada palabra. Y en el conjunto de la trilogía estarán presentes sin duda esos miles y miles de horas dedicadas por él a leer y a explorar con pasión los secretos de la literatura universal. ¿Quiénes eran esos ancestros aniquilados que poblaban la tierra americana? ¿Podemos rescatar su voz? ¿Cómo ocurrió ese encuentro de sangre con los conquistadores? ¿Por qué el paraíso de El Dorado no cesa de vivir en la violencia? ¿Podrán salvarse algún día América Latina y Colombia? Los que somos muy escépticos en ese empeño de la salvación nacional y continental, tenemos que desearle suerte a Ospina en esa lucha lúdica, aunque no estaremos aquí por desgracia en ese lejano futuro para saber si Ospina tenía razón de creer y tener fe en la humanidad de esta América escondida y no hallada entre el llanto de las espadas.
*Escritor colombiano. Letralia, tierra de letras.
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