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Ibagué, marzo 22 de 2009

Fryda,, Fryda

de Yolanda Reyes

Por: Gabriel Bermúdez*

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n algunas ocasiones, ciertos lectores han tratado de equiparar la vida de los escritores y escritoras con las historias o personajes de sus obras. Aunque existen casos que corroboran lo anterior, hay otros que ponen de manifiesto un gran abismo entre los artistas y sus creaciones. Cuando esto último se presenta, el papel del escritor adquiere mayor valía, en tanto se desprende de su subjetividad para asumir otra. En este sentido, es pertinente destacar el aporte de Yolanda Reyes a la narrativa infantil colombiana con el cuento “Fryda”, contenido en su libro El terror de sexto B y otras historias de colegio, puesto que en este se constituye en la portavoz de una sensibilidad poco explorada y casi anulada: la sensibilidad infantil. Pese a que el tema al cual alude “Fryda” ha sido objeto de un sinnúmero de obras literarias, Yolanda Reyes valida su tratamiento por medio de la pertinencia que le otorga, sobre todo cuando lo recrea en una esfera infantil. Este manejo le permite a la escritora construir un mundo verosímil, ajustado a la realidad de un niño; formular una historia propia de una temprana edad en que la explosión de sentimientos incursiona en la vida, y tejer un imaginario acerca del primer amor. Junto al tratamiento dado al tema, Yolanda Reyes enriquece su narración, asumiendo una mirada desde una perspectiva infantil. Para ello, estructura su relato a partir de la voz de un niño, quien cuenta, tomando como pretexto la monotonía del primer día de clase, una vivencia muy especial: conoció a una niña sueca con la que compartió momentos inolvidables, le enseñó a besar y a sentir el amor. De esta forma, la escritora se introduce –así sea por un momento– en los zapatos de cualquier infante para recrearlos a través de la voz de un personaje, sin llegar someterlos a las rígidas cavilaciones del pensamiento abstracto, es decir, mira el mundo desde los ojos de un niño para poder sentir la maravilla del primer beso, del primer amor. Como consecuencia de la interiorización del mundo infantil, Yolanda Reyes legitima un personaje “autónomo”. De ahí que le confiera una cualidad inherente a esta condición: la capacidad de creer en la trascendencia del primer amor, de su eterna duración, de su inmutabilidad. Muestra de esto se expresa en el momento en que el personaje principal del relato y Fryda compran unos anillos de carey, con los cuales sellan un trato afirmando: “no quitarnos los anillos hasta el día que volvamos a encontrarnos”. Así la escritora configura un personaje basado en los pensamientos y expectativas de un chiquillo, en sus sentimientos y hasta pesares. Los pocos elementos que hasta el momento han tejido la urdimbre de “Fryda”, permiten ubicar a Yolanda Reyes como una vocera del universo infantil; más que de un grupo o clase social –como en alguna ocasión lo afirmó Lucien Goldmann– es la portavoz de las maravillas que se crean y recrean en las tempranas edades de la existencia humana. Es el vehículo mediante el cual el pensamiento de niños y niñas no se extingue con el paso del tiempo. Ahora, solo basta hacer un acercamiento a “Fryda” para revivir la intensidad de la primera caricia, del primer beso, del primer amor; en últimas, sentir la satisfacción de haber sido un pequeño.

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*Estudiante del Programa de Lengua Castellana, UT


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se compromete con el publicidad buen uso del idioma

EFE*

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as principales organizaciones de la publicidad española firmarán un acuerdo en defensa del buen uso del idioma en los anuncios y mensajes comerciales, que ha promovido la Fundación del Español Urgente (Fundéu BBVA). Según han informado a Efe fuentes de la Fundéu BBVA - copatrocinada por BBVA y la Agencia Efe y que trabaja con la Real Academia Española - el manifiesto, que se titula En defensa del uso correcto del español en la comunicación comercial y en la publicidad, compromete a la industria publicitaria a realizar un esfuerzo para mejorar el nivel lingüístico del sector. El texto se leerá en un acto en Madrid que presidirá el director de la Real Academia Española y presidente de la Fundéu BBVA, Víctor García de la Concha. El eje principal del acuerdo, en el que por primera vez en su historia los publicitarios españoles han decidido asumir un compromiso con el idioma español, es la libertad de expresión del trabajo del creativo, unida al respeto por las normas gramaticales y al cuidado en la utilización de extranjerismos. El director general de la Fundéu BBVA, Joaquín Muller, señala que la firma de este manifiesto es en sí misma un éxito, aunque considera que lo realmente importante es haber logrado abrir un debate en el sector de la publicidad. Obviamente, no todos están de acuerdo con este planteamiento, y mientras unos entienden que se debe jugar con el idioma, incluso transgrediendo la norma si de esa manera el mensaje cumple mejor su finalidad, otros se muestran convencidos de que no solo tienen una gran responsabilidad en el desarrollo de la lengua, sino de que el uso correcto del idioma mejora la calidad del

mensaje, explica Muller. El director de la Fundéu BBVA elogia la actitud de los firmantes. Han sido valientes, pues todos son conscientes de la influencia que la publicidad tiene en la evolución del español, pero también de que sus asociados pueden sentir limitada su capacidad creativa con iniciativas como estas. Angel del Pino, presidente de la Federación Nacional de Empresas de Publicidad y encargado de leer el manifiesto, cree en la necesidad, cada día más perentoria, del buen uso de la lengua en los mensajes dirigidos al público porque, en su opinión, siendo claro y conciso el mensaje llega mejor al receptor. Esa es precisamente la esencia y el valor de la comunicación, añade. Para el presidente de la FNEP, el publicitario no debe en ningún caso sacrificar la efectividad de la comunicación por la brillantez o por el mal uso del lenguaje, ya que quien así lo hace confunde al consumidor y trabaja, por tanto, en contra de los propios valores de la comunicación comercial. El texto será suscrito por casi una treintena de asociaciones e instituciones, entre ellas la Academia de la Publicidad Española, la Asociación Española de Anunciantes (AEA), la Asociación General de Empresas de Publicidad (AGEP), Asociación Española de Agencias de Publicidad (AEAP), la Asociación de Agencias de Medios (AM), la Aso-

ciación de Empresas de Estudios de Mercado y Opinión (ANEIMO), la Asociación de Productoras de Cine Publicitario (APCP), Asociación Española de Titulados y Profesionales de Comunicación (ATP) y la Asociación de Directivos de Comunicación, DIRCOM. *elcastellano.org.

La realidad como reto Por Roberto Burgos Cantor* Más de una vez los escritores de ficción que escribimos en los periódicos enfrentamos un abismo: ¿De qué escribir? Y este tema surge no por ausencia de realidad sino por los sobresaltos que ella produce en la comunidad. Su impacto de horror, su tremenda violencia, su irremediable dolor. Es posible que la sobrevaloración de la realidad que viven las sociedades del mundo tenga mucho que ver con el acercamiento a un instante de purificación. Las gentes todas empiezan a descubrir y aceptar, con terrible desilusión, que han vivido, si vida puede llamarse a la mentira, un engaño descarnado. Así puede empezar a entenderse una idea del irreverente enfermo de absurdos, el escritor polaco Witold Gombrowicz quien postuló los poderes de purificación de la realidad. Por ello no hay que temerla. Estamos todos, escritores de literatura y periodistas, obligados a una especial delicadeza, a un esfuerzo por ser capaces de ubicar el cambio que se anuncia. Éste tiene que ver con una transformación inédita de los tipos tradicionales. Desde que Caín mató a Abel con la quijada del burro que otros utilizan para hacer

música, la noción del mal y también la noción de felicidad y de bien y de libertad han cambiado mucho. Por ello la responsabilidad conObras del pintor tolimense Mario Lafont. siste en ubicar y mostrar ese nuevo y escumuertos, entre desdichas y lamentos, qué debe él decir para rridizo malestar que generó el engaño y cómo hoy podemos vivir sin él. Tal vez la manera de reconstruir participar en el desenmascaramiento general. Ya los cientíuna convivencia y un horizonte sin las ruinas de ese montón ficos de la Física podrán explicar cómo la mentira tiene un condenado de cascajo inservible. Por supuesto ahora es ur- peso soportable. Una vez superado ese número de libras la gente replantear las relaciones del arte y la realidad. Empezar máscara cae, sola, desnuda al rey y a sus súbditos. Empieza a generar una conciencia conflictiva y ambiciosa de lo que el sendero retador y bello de vivir en verdad. También lo dijo cada quien sueña y aspira para su estar en el mundo. Algu- el Hijo del Hombre: la verdad os hará libres. Es por esto que nos científicos, estudiosos de Darwin ya mostraron que el el escritor se dirige a una zona de intimidad con el lector. A ser humano no tendrá evolución posible. Que no alcanzará al un espacio intocado en el cual se puede aceptar el equívoco ángel ni descenderá a la lagartija luciferina. Es decir, la única y celebrar la mirada que indaga, cuestiona, pregunta, e incita posibilidad de sublime dignidad esta en la débil carne que a conquistar solos un lugar humano sin protección distinta llamaron los cristianos viejos, y en agotar el campo de lo po- a las propias convicciones. Y en esa complicidad se apela sible que pidieron los poetas griegos. Entonces escribir ad- a la imaginación dormida que funda una razón insobornable quiere, para el buscador de absolutos que es el hombre que y respondona *Escritor colombiano. padece de la letra, una dimensión distinta. Entre crímenes y www.elnuevodia.com.co>Léalo.


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Entrevista con Salud Hernández

“Lo más parecido a Pakistán era Colombia; por eso vine” Por Jason Sang Ramírez EL NUEVO DÍA

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alud Hernández Mora visitó recientemente el territorio tolimense y concedió una entrevista a EL NUEVO DÍA, en medio de una correría por diferentes municipios del Departamento, a la que este medio de comunicación la acompañó durante un par de días. Se declaró católica, apostólica y romana e hincha oficial del Real Madrid desde los 14 años; equipo que no pudo ver salir por la puerta de atrás de la liga de campeones europea, luego de perder cuatro goles a cero, contra el Liverpool, por andar ‘perdida’ en el Tolima, indagando sobre una noticia, que ha generado controversia en las últimas semanas.

Jorge Cuéllar/EL NUEVO DÍA

Salud Hernández es actualmente corresponsal del periódico español El Mundo, columnista del diario El Tiempo, panelista del programa Hora Veinte de Caracol Radio; coordina un programa de entrevistas en Canal Capital y es miembro de País Libre. www.elnuevodia.com.co>Léalo.

EL NUEVO DÍA: ¿Qué la trajo a Colombia? Salud Hernández: Yo quería irme a Pakistán. Trabajaba en una multinacional de asesoría en comunicaciones y quería regresar al periodismo activo, pero desde afuera. Luego de ser directora de comunicaciones, en España es más difícil volver a ejercer. He viajado mucho por Asia y me fascina. Pakistán es un país absolutamente caótico. Me gustaba por eso, me parecía que allí siempre pasaban cosas y era interesante, muy variado y diverso. Pero me dijeron los gringos que no podía ir allí,

porque preferían que fueran los ingleses, que ‘por qué no buscaba un sitio en América latina’ y lo más parecido a Pakistán era Colombia; por eso vine. END: ¿Solo por eso? SH: Pero ¿qué quieres que te diga? ¿Que lo hice porque me gustaban sus tres cordilleras, su gente linda, la hospitalidad de las personas; porque me encantaban el café y los sombreros ‘vueltiaos’, o porque vi una campaña de Vive Colombia Viaja por ella? No conocía ningún colombiano ni había venido al país. END: ¿Su carácter lo heredó de su familia? SH: De mi abuela. Ella se llamaba Salud, tenía mal genio; todo el día vivía brava y le decía la gente en la cara lo que pensaba. END: ¿Buscó darle rienda suelta a su personalidad con el periodismo? SH: Desde chiquita no escribía cuentos ni participé en el periódico del colegio ni nada. Sencillamente, a mí me gustaba hacer lo que me daba la gana y estar en los sitios donde pasan cosas. Comencé la carrera de Derecho, porque quería ser diplomática y pensaba que te permitía viajar. Duré solo un año, porque me aburrí al ver todos los libros que me tenía que aprender de memoria. END: ¿Entonces por qué se decidió por el periodismo? SH: Por motivos poco profundos. La carrera más fácil en ese momento en España era periodismo y pensé que, de pronto, me permitiría viajar y entré a la universidad Complutense de Madrid, donde era muy activa la gente de izquierda y yo siempre fui de derecha. Discutía con ellos en asambleas porque nunca coincidía con sus opiniones, pero los de derecha no se atrevían a hacer lo mismo, porque los señalaban de franquista o fascistas.


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END: Muchos se preguntan por qué si usted es de derecha, su postura frente al presidente Álvaro Uribe es contraria. SH: Uribe es solo ‘uribista’. Yo no he sido nunca de nadie. A mí me gusta la derecha, pero no los caudillos; son dos cosas totalmente distintas. Uribe fue un Presidente bueno los primeros cuatro años de Gobierno, pero del segundo periodo le sobran dos; se tiene que ir ya, se ha centrado demasiado en la guerra y tenemos otros problemas aparte de las FARC. END: ¿Cuáles cree que son los males mayores de Colombia? SH: La corrupción, la falta de autocrítica; el que es un país muy cerrado y que se mira demasiado el ombligo. END: ¿Para usted los medios de comunicación colombianos han cumplido con su deber? SH: En la época del paramilitarismo no. Si los medios hubieran sido más duros, no habrían dejado crecer tanto la ‘parapolítica’ o la ‘parajusticia’.

En el tema de la corrupción no cumple totalmente con su deber. Destapa cosas, pero podría sacar a la luz el doble o el triple. Al mismo tiempo, hay periodistas muy valientes, pero poca diversidad en los medios. Son muy parecidos en su forma de pensar. La oferta en prensa escrita es muy pequeña, porque hay pocos lectores, no hay competencia y sin ella no mejoras. END: ¿Percibe oficialismo en medios como la televisión? SH: Totalmente. Todavía no entiendo esa cosa de ‘que tienen de defender la institucionalidad’. Veo también se centralizaron en cinco ciudades y hacen menos reportería.

El Tolima

END: ¿Cambiando de tema, qué le viene a la mente cuando escucha hablar del Tolima? SH: Me acuerdo del pescado que me como en ca-

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rretera cuando voy a Neiva en mi carro y me encanta; luego en el camino de Ibagué a Mariquita, que es de los paisajes que me parecen espectaculares... END: ¿Pero en el ámbito político? SH: ¡Ah bueno! Me vienen a la memoria grandes ‘prohombres’ (se ríe). Creo que el Tolima ha tenido muy mala suerte con los políticos, aunque ésta hay que buscarla. Si a la gente cerrada le gustan los corruptos y personas como Alberto Santofimio Botero, íntimo amigo de Pablo Escobar, al que defendió, y que encima de todo le aplauden... Las cosas son de doble vía, existen políticos malos, pero también porque la gente quiere. END: ¿Si su abuela viviera (según Salud Hernández debió “morir de rabia”) que le diría en este momento? SH: Me llamaría por teléfono a insultarme, a decirme “qué ‘coño’ haces en Colombia, vete a Madrid y deja de hacerte la imbécil”.

Jorge Cuéllar/EL NUEVO DÍA

Salud Hernández visitó Herveo, Tolima, y conoció otros municipios del norte del Departamento. www.elnuevodia.com.co>Léalo.


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> EL CUENTO

La caja negra Por Bruno Schwebel*

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anchitos —llamado así por todos, incluso por su mujer— abandonaba su modesto apartamento todos los días después del amanecer para tomar el metro al trabajo. En realidad no tenía necesidad de salir tan temprano, pero era la hora en que sentía que estorbaba menos. Y nunca que se le ocurrió que los demás le molestaban tanto a él como él a los demás. Pero esa había sido la norma de su vida y sería también la de su muerte. ¡Qué hermosa soledad la de la oficina! A las nueve en punto empezaba a teclear en su máquina de escribir, que había transformado en silenciosa para no caer mal. Y escribía como robot, dejando que su mente divagara inventando cosas. Sanchitos tecleaba en su silenciosa máquina escandalosa copiando ríos de textos rutinarios, oficios, lo que el jefe le ordenase, lo que la secretaria del jefe le ordenase, lo que el ayudante de la secretaria del jefe le ordenase, el jefe necesita esto con urgencia, el jefe necesita con urgencia, el jefe urgencia, urgencia, la mirada engrapada, automática y eficiente. Con el golpeteo de las primeras palabras entraba en visiones, su mente repartida entre lo copiado y la fantasía. ¡Y funcionaban, sus inventos! Su máquina de escribir silenciosa que inventase aquella mañana durante ese interminable escrito ¡cómo la fue perfeccionando! Si, cada día hacía menos escándalo, sus colegas resignándose más y más con el penetrante traqueteo. Tecleando por meses, años, había instalado su laboratorio de inventos en el sótano de su casa, con aislantes paredes de espuma sólidas para no molestar a Ana, su mujer. Así desde la nueve en punto, hora de sentarse en su escritorio, las primeras metrallas de su Olivetti lo trasladaban al laboratorio. Su mujer lo regañaría, qué tanto haces en ese sótano, deberías de, deberías de, deberías, deberías, pero él, gracias al control automático de su voz que no le dejaban contestar mas allá de cierta intensidad, inventado por él para que jamás pero jamás pudiera importunar, le respondería aterciopeladamente trabajar en mis cositas mi vida, mis cositas mi vida, mis cositas mi vida, cual ronroneo de gato tuerto entre las piernas de su señora. También inventó la barrera iónica de sonido para no interferir con sus ruidos corporales a su mujer, que ni en sueños se quitaba esa mueca perenne de desprecio. Y durante aquel regaño de su jefe, por qué no hizo, por qué no copió, por qué no terminó, no terminó, inventó la reducción de su cuerpo para desaparecer inadvertido. Un día de ajetreo incesante, tengo otro trabajito para usted Sanchitos, este oficio urge, perfeccionó el “interphone” des integrador de secretarias de jefes, y los resultados de su espray de simpatía fueron extraordinarios. ¡Cómo disfrutaba entonces de las sonrisas de aceptación en cuanto lo miraban, qué lindo Sanchitos, qué simpático Sanchitos, qué adorable Sanchitos! Con los cambios de papel regresaba a la oficina, no sin darse antes una rociada de su repelente contra organizadores de www.elnuevodia.com.co>Léalo.

rifas. Iría al baño, perfeccionando la bragueta automática, prepararía café pensando en cómo hacer tazas auto destructibles y cucharitas de azúcar disolubles, para regresar luego a su máquina de escribir. ¡Que felicidad estar en el laboratorio entre sus cosas! Siempre había considerado la realización suprema de cualquier artista, su obra máximum maximórum, aquella que fuese ejecutada especialmente para él. Esa sería la consagración de todo inventor auténtico, de todo verdadero creador. De esa teoría nació el proyecto de su desaparición, basado en una de sus propias ideas (que creó con tan sólo parte de su cerebro para no molestar a la otra que en aquel entonces estaba ocupada en amoríos con Rebequita): la fascinante cajita negra aquella, que al colocársele una moneda zumba y se sacude, abre su tapa, para que aparezca una manita ladrona que coge el dinero veloz y desaparece veloz en la alcancía que se cierra y apaga. Solo sería cuestión de apagar, de amplificar su concepto, con la detonación del pistoletazo iniciando la cadena de eventos. Pasó años ante su máquina de escribir en la oficina, transportando a su laboratorio, y la construcción fue tan perfecta que resultaba totalmente absurdo considerar la posibilidad de algún funcionamiento erróneo. Por fin una mañana, estuvo todo listo para la gran desaparición. El sepelio perfecto que a nadie importunaría. Todo estaba previsto: el engorroso papeleo, el acta de defunción, todo. Todo estaba pagado, finiquitado. Nada quedaba nada para hacer para nadie. No quería molestar; causar problemas. Un entierro que nadie disfrutaría. Perfecto. Único. Privado. Que no dejaría indicios. Aunque ese día no era sábado se cambió de ropa interior, vistió su traje negro y se fue al trabajo. El jefe pensó, hagas las caras de pésame que hagas no hay aumento,

la secretaria indiscretamente echó una rociada de aroma de pinos para contrarrestar el de la naftalina del traje de luto. El office—boy le dio una palmada de sorry viejo, sus compañeros murmuraban con dolencias y a las miradas cuestionantes de “¿tu mujer?”, respondía con un patético inclinar de testa que significaba “No.. ¡Yo!”. Finalmente suspiró hondo, agravó la expresión de resignación y se puso a teclear, dejando, como había deseado, un ambiente de pobre Sanchitos. Ya en su sótano, acabado de forrar de terciopelo púrpura, comprobó la posición de la hermosa caja mortuoria sobre el catafalco de oro, depositó en ella disfrutando momentáneamente los finos acabados de satín y familiarizándose con sus comodidades. Después de verificar una vez más las secuencias, prendió incienso, sacó la pistola y disparó en la sien La detonación de inmediato activo los engranajes, exactos y relucientes cual gigantesco mecanismo de reloj, que zumbando, vibrando y tictaquendo muy, muy tenuemente enviaban sus brazos de latoncio para cerrar el ataúd, levitar y depositarlo dulcemente en el fondo del negro hoyo, en cuyas paredes se abrían grandes exclusas arrojando varias toneladas de tierra. Para eso, las luces de laboratorio danzaban, fúnebres, a media flama, escuchándose, los compases octafónicos de su adorado “Vals triste” de Sibelua, mezclados con solemnes exequias grabadas por él mismo para su alma, mientras que otras bocinas inundaban el ambiente con ahogados sollozos y lloriqueos. De preciso acuerdo con el programa se abrió el muro apareciendo una gruesa loza de piedra (con las manos rezantes de durero labradas en bajo relieve) que se deslizaba suavemente sobre la fosa, cubriéndola con precisión. El tapete se volvió a acomodar tapando todo, el moblaje a colocar en su sitio y mediante misteriosos juegos de resortes se abrían grandes ramos de agapantos, flores de su predilección, eternamente despreciadas por su mujer. Y mientras ésta pensaba en el creciente aumento de inseguridad y que había sido una imprudente al sustituir las balas de plomo de la pistola por cartuchos de salva, Sanchitos se asfixiaba en su caja negra muy quedito para no molestar, a la vez que jadeaba discretamente encima de su máquina de escribir, sin dejar de teclear, pero con un ritmo que iba apagándose poco a poco. *Escritor austríaco


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> POESÍA Relato de Sergio Stepansky

León de Greiff

¡Juego mi vida! ¡Bien poco valía! ¡La llevo perdida sin remedio! Erik Fjordsson.

Cambio mi vida por la cándida aureola del idiota o del santo; la cambio por el collar que le pintaron al gordo Capeto; o por la ducha rígida que llovió en la nuca a Carlos de Inglaterra; la cambio por un romance, la cambio por un soneto; por once gatos de Angora, por una copla, por una saeta, por un cantar; por una baraja incompleta; por una faca, por una pipa, por una sambuca...

Juego mi vida, cambio mi vida, de todos modos la llevo perdida... Y la juego o la cambio por el más infantil espejismo, la dono en usufructo, o la regalo... La juego contra uno o contra todos, la juego contra el cero o contra el infinito, la juego en una alcoba, en el ágora, en un garito, en una encrucijada, en una barricada, en un motín; la juego definitivamente, desde el principio hasta el fin, a todo lo ancho y a todo lo hondo —en la periferia, en el medio, y en el sub-fondo...—

o por esa muñeca que llora como cualquier poeta. Cambio mi vida —al fiado— por una fábrica de crepúsculos (con arreboles); por un gorila de Borneo; por dos panteras de Sumatra; por las perlas que se bebió la cetrina Cleopatra— o por su naricilla que está en algún Museo; cambio mi vida por lámparas viejas, o por la escala de Jacob, o por su plato de lentejas...

Juego mi vida, cambio mi vida, la llevo perdida sin remedio. Y la juego, o la cambio por el más infantil espejismo, la dono en usufructo, o la regalo...: o la trueco por una sonrisa y cuatro besos: todo, todo me da lo mismo: lo eximio y lo rüin, lo trivial, lo perfecto, lo malo... Todo, todo me da lo mismo: todo me cabe en el diminuto, hórrido abismo donde se anudan serpentinos mis sesos. Cambio mi vida por lámparas viejas o por los dados con los que se jugó la túnica inconsútil: —por lo más anodino, por lo más obvio, por lo más fútil: por los colgajos que se guinda en las orejas la simiesca mulata,

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la terracota rubia; la pálida morena, la amarilla oriental, o la hiperbórea rubia: cambio mi vida por una anilla de hojalata o por la espada de Sigmundo, o por el mundo que tenía en los dedos Carlomagno: —para echar a rodar la bola...

¡o por dos huequecillos minúsculos —en las sienes— por donde se me fugue, en grises podres, la hartura, todo el fastidio, todo el horror que almaceno en mis odres...! Juego mi vida, cambio mi vida. De todos modos la llevo perdida...

LA PALABRA DEL DÍA

Féretro Proviene del vocablo latino pheretrum, derivado del griego pheretron. Ambas palabras procedían del verbo griego pherein, y servían para designar cualquier aparato que fuera usado para transportar personas o imágenes religiosas, tales como camillas, andas, literas o, incluso, el ataúd o caja

en que se transporta un cadáver. Al llegar al castellano, el vocablo adoptó la forma féretro, además de limitar su significado al cajón en que se transportan los cadáveres, como vemos en este texto de 1507 de Antonio Pigafetta en Primer viaje alrededor del mundo

(1507): En primer término, todas las mujeres principales del lugar acuden a casa del difunto; en medio de ella aparece en su féretro el tal, bajo una especie de entrecruzado de cuerdas en el que enredaran un sinfín de ramas de árboles. www.elnuevodia.com.co>Léalo.


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Un Jardín que se mantiene florecido

Por Benhur Sánchez Suárez*

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eleer una obra de ficción no es una decisión muy común en nuestro medio, y menos si se trata de una obra colombiana. Hay muchos que se ufanan de repetir hasta la saciedad la lectura de algún autor clásico, vaya uno a saber si es cierto, pero tratándose de uno de sus contemporáneos si acaso dejan deslizar una mirada torva y de soslayo para luego opinar sin ni siquiera haber intentado una primera lectura de su obra. Hay otros que son fundamentalistas en su relectura, pululan en las calles, las aulas, los pasillos, los cocteles, son lectores de un solo autor, estrechos en su mirada de la vida, cerrados al goce de la diversidad del mundo. Es como si se releyeran así mismos. Yo, por lo menos, leo y releo por placer estético y conocimiento. Son muchas las causas por las cuales uno relee una obra. Principalmente por el impacto que representó su primer descubrimiento y la curiosidad interior de volver a vivir esa sensación descubridora. Sin embargo, se corre el riesgo de la desilusión, en el sentido de encontrar el texto menos contundente de lo que fuera en la lectura inicial. A veces el capricho de una imagen que se desdibuja en el nuevo acercamiento o un personaje que ya no tiene la misma fuerza de antaño, capaz de estremecer y transformar nuestra humana contextura. A veces uno como lector prefiere mantener el bello recuerdo de la percepción primaria. Puede resultar también que los parámetros con los cuales medimos su importancia en su momento ya no sean los mismos, es decir, no satisfagan los nuevos requerimientos que la vida nos ha dado en su paso inexorable. O un cúmulo ya incontable de lecturas que nos ha dejado innegables enseñanzas, un mar insondable en que se ahoga el tiempo. Sin embargo, una obra de valor sobrepasa esos pretextos que erige la sensibilidad humana para pasar de largo y siempre se nos muestra deseable. Claro que una novela de la cual se siga hablando, a pesar de los años transcurridos desde su primera edición, como El Jardín de

las Weismann (alguna vez Hartmann y en una ocasión Baum para la televisión) indudablemente motiva volver a ella. Y más si esa lejana aparición estuvo rodeada del orgullo juvenil, propio de la amistad y del afecto. Sin embargo, puede suceder que la relación la deterioren la vida y el tiempo, pero al libro y el placer de su lectura, no. Volví a releerla porque es una novela que a pesar de ser publicada hace treinta años mantiene su vigencia. Claro que Jorge Eliécer Pardo, su autor, hizo las correcciones de rigor, como lo anticipa en la última edición de su novela, aunque no modificó para nada su esencia. Exigencia que, por supuesto, se impone un autor responsable consigo mismo y con sus lectores. Mi primera lectura y el ambiente en que se produjo me indicaron que El Jardín era una buena novela colombiana. Mi segunda lectura me demuestra que sigue siéndolo. Es reflejo de la Colombia de ayer y de la actual. No me ha desilusionado, por tanto, y con ella he superado la prueba de la relectura, que no es mi mayor afición pero que hago sin obligación ni prisa. Recuerdo que desde su aparición se consideró como una novela de la violencia o, mejor, se encasilló en esta temática. Incluso algún crítico ha terminado por denominarla un “clásico de la literatura de la violencia colombiana”. Una buena novela no debería clasificarse, es buena y eso basta. Quizás lo hizo por ese afán taxonómico de la crítica literaria, que es más un intento por acercarse a la pedagogía que a la literatura. No olvidemos que en aquellos años de polarización política se estigmatizó el tema y se llegó a dudar de su importancia por un afán, hasta ahora no superado, de eliminarlo de la conciencia colombiana. Lo que saco como conclusión es que El jardín es una buena novela sin necesidad de ese encasillamiento. Pues sucede que con la nueva lectura de la novela, en la publicación hecha por Pijao Editores en su colección 50 novelas colombianas y una pintada, he podido revaluar ese concepto, ese San Benito, como decían nuestras abuelas. Ahora pienso que no era ni es

sólo una novela de la violencia sino, ante todo, una novela del amor, de la soledad y del desarraigo. Tiene como marco la violencia —¿qué no lo tiene en este país que se empobrece a punta de balazos?—, pero su planteamiento, antes que registrar la cotidiana cosecha de muertos, es el de la esperanza pues aunque no hay un final feliz, a la usanza decimonónica o telenovelera actual, queda la sensación de una posibilidad de salvación a través del amor. Mientras haya sentimientos, siempre existe una posibilidad de luz al final del túnel. La realidad es trágica, no se puede desvirtuar, pero justamente el autor lo que logra con altura literaria es posibilitar, en la imaginación del lector, una escapatoria decorosa para continuar la vida. Como dije al principio, la posibilidad de la desilusión es grande. Pero con la relectura de El jardín volví a experimentar esa atmósfera de miedo, que debieron sentir los sometidos por los tiranos de su época, que no es el miedo a morir sino a no encontrar la salida. Drama que se vive en la actualidad, otro factor que, sin lugar a dudas, coadyuva a la permanencia de la novela. El retrato sigue ahí, sin deteriorarse. Ella atiende más a los sentimientos humanos que a las circunstancias y a los detalles de las desapariciones, de la sangre o de la muerte. Volví a sentir también la ansiedad, cercana al odio, por ver desaparecer al sargento que sembró por doquier humillación, terror y sangre. Ese paradigma del mal, caricaturizado tantas veces en la ficción, igual que los gamonales y los curas, símbolo de la injusticia que, sin ningún pudor, lo impulsa a ordenar el asesinato con el “intento de fuga” como disculpa. Conducta tan parecida a los “falsos positivos” de hoy. Viví con más intensidad la soledad de las Weismann, esas mujeres a quienes las circunstancias de guerra y violencia obligan a dejar atrás su país natal para involucrarse en el vórtice alucinante de nuestra violencia cotidiana. Es patética su lucha por encontrar interlocutores, cambiar sus conceptos para adecuarse a una nueva realidad, como los miles de colombianos desplazados de sus lugares de origen, también sometidos a la eterna búsqueda de una solución. Experimenté la amargura de los múltiples desplazamientos que se tipifican en los per-

Jorge Eliécer Pardo sonajes de la novela, que no son otros que la injusticia con que los dueños del poder expropian las esperanzas de los pueblos. Percibí la solidaridad, esa búsqueda incesante del otro, esa lucha por mantenerse erguidos a pesar de tanta humillación y tantas negaciones. Ese volver a empezar, tan característico del pueblo colombiano. Y asistí otra vez a la magia del amor, de la entrega, porque la única posibilidad de continuar la vida es a través de la unión, no importa si se muere o se desaparece porque queda sembrada la semilla. Esas múltiples sensaciones son las que posibilitan la permanencia del texto. Por supuesto que toda esta radiografía de esa década sombría sólo puede ser releída porque el proceso de escritura se ajusta al tema tratado. Sólo un lenguaje poético puede trasvasar la tragedia a la conciencia como una experiencia positiva. En la relectura percibo el lenguaje más diáfano, tal vez, más fluido y, quizás, sea el equilibrio entre el tema que se cuenta y la manera de contarlo lo que la hace perdurable. Es gratificante para la literatura colombiana tener un Jardín que se mantiene florecido. Ibagué, Altos de Piedra Pintada, diciembre, 2008. *Escritor colombiano

DIRECTOR: Antonio Melo Salazar JEFE DE REDACCIÓN: Martha Myriam Páez Morales PERIODISTA: Jason Sang Ramírez COORDINADOR: Benhúr Sánchez Suárez, Redacción cultural EL NUEVO DÍA, DIRECTOR GRÁFICO: Ernesto Lombana, ASISTENTE: Ingrith Johanna Buitrago. FOTOGRAFÍA: Obras del pintor tolimense Mario Lafont, Fotografias de Jorge Cuéllar, Carrera 6 No. 12-09 Tels. 2770050 - 2610966 Ibagué - Tolima - Colombia Apartado Aéreo 5476908-K www.elnuevodia.com.co Todos los derechos reservados. Prohibida la reproducción total o parcial sin autorización expresa del Grupo Editorial Aguasclaras S.A.. ISSN: 021545-8. www.elnuevodia.com.co>Léalo.


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