El Otro psi . nº136

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EL SUICIDIO ES PREVISIBLE Y PREVENIBLE

La suicidología y el acto suicida tienen una relación indisoluble. Hoy nada permite pensar que esa correspondencia sea biunívoca, es decir, así como para el protagonista del acto suicida generalmente no es relevante que algún saber descifre su acto, para el suicidólogo, aún el más entrenado, no existen prescripciones eficaces “per se” para el abordaje de este evento en cualquiera de sus etapas. Esto nos conduce a que la correspondencia entre la suicidología y el acto suicida hay que construirla. En la articulación de recursos para la construcción de esa correspondencia se funda la calidad de respuesta de las instituciones del conocimiento para con el sufrimiento humano que da origen al proceso autodestructivo. Entonces quizás se pueda afirmar que actualmente no están en la suicidología todas las respuestas posibles al acto suicida, pero sí una voluntad cognoscitiva que permite, cada vez más, recorrer territorios aledaños en la búsqueda de enclaves epistemológicos significativos para hacer la vida más tolerable y en tanto disfrutable, sostenible. Otra hipótesis que permite construir este planteo es que esta disciplina, en su perspectiva positiva, tiene como objeto la vida y lo vital, atendiendo al impacto que tiene en ese devenir la emergencia de lo destructivo como usina generadora del padecer humano. Si el problema entonces está en el desfallecer, los fallecimientos evitables que esta problemática provoca, denuncian el compromiso pendiente del conocimiento para con una ciencia de la vida que sea aceptable para el alma humana, la psique. La prevención sólo es posible con la participación de la familia y toda la comunidad. El factor fundamental es el conocimiento y la aceptación. En este sentido resulta importante compartir con la comunidad las siguientes normas elaboradas por profesionales de la Asociación Argentina de Prevención del Suicidio y otras instituciones internacionales ocupadas en el estudio de esta problemática PREJUICIOS Y PRECONCEPTOS RELACIONADOS CON EL SUICIDIO - “Las personas que hablan de suicidio rara vez se suicidan” Las personas que se suicidan dan indicios, advertencias y a menudo hablan de su muerte. Alguien que piensa o habla del suicidio necesita ayuda. - “Los suicidas sólo desean morir y nadie puede sacarlos de esa idea” Es muy frecuente que las personas con ideación suicida tengan sentimientos ambivalentes respecto a la propia muerte, aunque manifiesten lo contrario. - “Un intento de suicidio implica que siempre tendrá ideas suicidas” A menudo las tentativas suicidas se dan en períodos altamente estresantes, que requieren de un trabajo elaborativo de los conflictos que lo provocaron. De la elaboración de los conflictos se sale fortalecido para afrontar nuevos compromisos en la vida. - “Si se le habla del deseo de morir a una persona con ideas suicidas se lo empuja a que lo haga” Preguntarle a una persona con ideas de suicidio directamente sobre su deseo de muerte lo alivia, lo saca del aislamiento y le permite hablar de cuestiones que en ese momento lo están mortificando, sin poder encontrarle una salida. Hablar es en sí mismo un remedio y actúa como un freno a la tendencia impulsiva. -“Si mejora inmediatamente después de una crisis suicida significa que salió del riesgo” La mejoría súbita en el medio de una crisis suicida indica, por lo general, que la persona ha tomado su decisión y llevará adelante su planificación letal. Salir del riesgo significa poder enfrentar nuevos problemas sin que retornen los pensamientos suicidas y puede tomar muchos meses y/o años. - “Las personas con conductas autodestructivas lo hacen para llamar la atención” El llamado de atención es la comunicación de un pedido de ayuda, que espera una respuesta del interlocutor elegido. Todo comportamiento autodestructivo es grave y puede ser letal. Por lo cual debe tomárselo muy seriamente y brindarle ayuda profesional. 8DCI>CJ6 :C E6<#'

TOXICOMANIA Y PSICOANALISIS DEL GOCE GLOBALIZADO A LA ETICA DE LA DIFERENCIA

Los grandes cambios operados por los procesos de globalización de lo que se ha dado en llamar posmodernismo han transformado el espacio simbólico cultural donde la subjetividad se estructura y se conforma en función de su propia dimensión existencial, ética y social. Esta radicalización de las consecuencias de la modernidad tardía engendra una nueva sociabilidad que depende del mercado, en razón del violento avance de las posiciones neoliberales a partir de la reestructuración de la economía. El nuevo malestar de la cultura es el corolario de la ficción de que todo padecimiento, angustia o dolor pueden ser resueltos con objetos, rindiendo culto a la omnipotencia de la ciencia de modificar y controlar la naturaleza: el nacimiento, la vida, la vejez, la enfermedad y la muerte. La reivindicación del sujeto adicto a acallar el malestar de esa forma aparece legitimada en nuestra sociedad hedonista, replegándose al ámbito privado. Avanzar en la dimensión ética, en el interior de la práctica psicoanalítica lleva a ubicar el tema en el contexto de las condiciones de la subjetividad de la época. Esto es particularmente relevante en el campo de las adicciones, dado que el desborde de estas prácticas constituye un síntoma social que denuncia, además de un padecimiento personal, las condiciones del malestar en nuestra cultura. Ante la degradación de los intercambios promovida por un nuevo modernismo social donde debe preceder la felicidad individual por objetos adaptados a necesidades, todos somos adictos en potencia, y a todo. Las sustancias “generadoras” de adicción revisten todos los tópicos de la vida humana desde los más “licenciosos” hasta los más “virtuosos”: alcohol, sexo, drogas, hidratos de carbono, pero también trabajo y actividad informática. Más que en ningún otro fenómeno, estas patologías nos introducen subrepticiamente en los huecos infernales que el progreso va dejando, arrastrando un tratamiento del dolor

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y el sufrimiento que más se parece a una sustancialización de los problemas que a la búsqueda de su causa. Todo parece esperarse del objeto, nada del sujeto. Sujeto compelido a elegir, a reconocer no su deseo, sino objetos para su deseo. La pregunta ya no es ¿por qué algunos sujetos se tornan consumidores y otros no?, sino: ¿por qué algunos consumidores se tornan adictos y otros no? No es abusivo ni erróneo mencionar una coincidencia entre la degradación del discurso político, como el que se vuelve hacia el objetivo de una sociedad donde deben borrarse las dificultades y las asperezas, y la proliferación del discurso publicitario basado en el bienestar obtenido por el objeto adecuado a las necesidades en un medio ambiente que se pretende afable y “armónico”. En este sentido, el toxicómano está a la vanguardia de una sociedad idealmente concebida para satisfacer el principio de placer con la evitación de lo real. Creencia en una realidad ideal sin afecto, sin frustración, sin rechazo, sin diferencias, y en la cual los desórdenes de este mundo sólo son imputables a negligencias o a malevolencias. En el actual paisaje político social, se habla bastante de la decadencia de la autoridad y el predominio de lo individual sobre lo colectivo, como da cuenta la proliferación de asociaciones, ejes de nuevos vínculos sociales cuyo único objetivo es hacer valer un dolo con reparaciones. El adicto ya no es un contestatario social, sino el símbolo de la hiperadaptación, casi de la normalidad. Las toxicomanías tienen un sentido diferente del que tenían a

principios de siglo. Están al servicio de la técnica, de la incorporación del sujeto al sistema de la eficacia productiva. No es problema del drogadicto ejecutivo que puede pagar su droga, o el ama de casa que toma antidepresivos y puede continuar con sus actividades cotidianas. Las adicciones son un problema social cuando el yo se descontrola y pierde el dominio de sus objetos: aparece entonces el exceso, el problemático toxicómano; la homeostasis del mercado se ha roto y debe intervenir la fuerza social reparadora. Cuando estos problemas sobrevienen, la sociedad se encuentra con el síntoma.

DROGA Y MASOQUISMO Toda cultura favorece la emergencia de patologías vinculadas a la sobreadaptación, es decir, la adecuación acrítica y absoluta a los modelos culturales predominantes. Los rasgos esperables del prototipo “sano” de la época se sustentan en el supuesto, de que el consumo sería la vía regia para el “acceso a la satisfacción”. Las drogas, sobre todo, son propicias para metaforizar la creencia en el encuentro del objeto adecuado. Por lo que no pueden sorprender los extremos de bulimias consumistas y compulsividad impostergable que son parte de esta cultura adictiva. A este propósito se le permitirá jerarquizar el interés propio y bordear situaciones transgresoras y formas diversas de corrupción. De este modo, aquello que el psicoanálisis considera modalidad perversa, ligada a la renegación de la castración, adquiere cierto consenso social e impregna el concepto de “normalidad”. 8DCI>CJ6 :C E6<#(


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