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TRAUMA E IDENTIDAD
LAS DIFICULTADES SEXUALES
EN LA MUJER
I. LA FRIGIDEZ
El origen de la perturbación mental ha sido desde siempre motivo de curiosidad y especulación. Las discusiones acerca del origen externo o interno del mal psíquico son y serán eternas debido a que la atribución de causa a una u otra opción de manera excluyente, no es más que una falacia, un juego mental sin solución posible. Freud lo comprendió bien y con su conceptualización de las series complementarias estableció la necesidad de aceptar una base inherentemente compleja para el estudio y tratamiento de los procesos mentales. Sin embargo, debido a la historia y desarrollos de nuestra disciplina, nos hemos habituado a la psicopatología no como una unidad, una única insania, sino, más como una taxonomía de diversas entidades, más o menos relacionadas, según tal o cual escuela de pensamiento psiquiátrico. Debido a esto reconocemos nuevas entidades, reaglutinamos lo separado, en espectros ayer impensados y vamos viendo lo de siempre o lo nunca visto, con nuevos ojos que nombran distinto. Gracias a este trabajo científico, que no es indiferente al contexto social e histórico de producción, es que podemos diferenciar entidades en las cuales el peso de lo interno, lo heredado, lo temperamental, es reconocido como variable importantísima. Por otro lado, y en convivencia pacíficamente clasificada, reconocemos trastornos donde el factor externo resulta tan significativo, que, de ser humano, se considera agente pasible de sanción social, como responsable del daño psicológico ocasionado. Si bien no abundan en las clasificaciones tradicionales, las descripciones de entidades en las que se reconoce el factor exógeno como elemento etiológico fundamental son cada vez más frecuentes. La cruenta realidad de millones de
Comenzaré haciendo algunas consideraciones sobre la sexualidad femenina, pero sólo en relación con lo que sería esperable a un desarrollo normal.
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personas violentadas, excluidas, humilladas y dañadas en su integridad psicofísica cultural e histórica, ha dejado en claro la insuficiencia de los sistemas clasificatorios tradicionales para abordar las consecuencias psicopatológicas de estos fenómenos. Así se planteó la necesidad de nuevos conceptos y nuevas categorías diagnósticas que contemplen más cabalmente la importancia de los aspectos sociales y del ambiente. Si hablamos entonces de factores externos como elementos predominantes en la etiopatogenia, debemos hablar del estrés y de los eventos traumáticos. El estrés constituye una experiencia normal e inevitable en la vida de toda persona. Involucra el impacto de uno o más estímulos ambientales, su percepción, su procesamiento, y elaboración, la atribución de un cierto tono emocional y la planificación e implementación de una respuesta adaptativa, orientada a recuperar el equilibrio perdido o amenazado. Implica la activación de sistemas neurales con liberación de noradrenalina y de sistemas neuroendocrinos con cambios en el eje hipotálamo-hopófiso-adrenal, y la consecuente variación del cortisol plasmático. Cuando el estímulo ambiental provocador del estrés afecta la capacidad adaptativa del individuo, superando los mecanismos de afrontamiento, se genera el evento traumático, con la instalación de diversos cuadros clínicos. En realidad se puede hablar de evento traumático de una manera retrospec-
tiva, cuando el individuo ya padece el estado patológico. Es más exacto hablar de eventos potencialmente traumáticos, ya que no todo individuo expuesto a este tipo de estímulo desarrolla el cuadro clínico en cuestión (recordemos el asunto ya planteado de las series complementarias). Así, los eventos potencialmente traumáticos para el DSM IV son: la agresión violenta, el secuestro, el hecho de ser tomado como rehén, el combate militar, ser víctima de ataque terrorista, ser víctima de tortura, el encarcelamiento como prisionero de guerra o en un campo de concentración, sufrir desastres –tanto naturales como provocados por el hombre-, los accidentes automovilísticos graves, y el hecho de recibir el diagnóstico de una enfermedad mortal. Se reconoce hoy en día que estos eventos pueden dar lugar a cuadros clínicos como el trastorno por estrés agudo o el trastorno por estrés postraumático. De esta manera vemos nuevamente cómo surge el planteo de que los acontecimientos estresantes, por sí mismos no generan necesariamente patología, sino que aparte de no provocarla por sí mismos, pueden dar lugar a distintas entidades según la capacidad de readaptación de la persona, reflejándose esto en la duración de los cambios en el individuo, que en el estrés agudo deben ser inferiores en duración, a las cuatro semanas y en el estrés postraumático, la duración de la sintomatología debe ser mayor de un mes, llegando incluso a una afectación crónica de varios años de duración. 8DCI>CJ6 :C E6<#'
En el complejo de Edipo normal encontramos al niño ligado sexualmente al progenitor de sexo contrario, mientras que en la relación que tiene con el de igual sexo, se manifiesta una clara hostilidad, como corresponde a todo rival en la preferencia del objeto de amor. Si esto lo relacionamos con el niño varón, en éste se juega claramente lo antes expuesto. En la niña, la tan conocida historia de Edipo no se da en un principio como es esperable desde el pensamiento popular, pues ella está tiernamente prendada del progenitor de su mismo sexo, la madre; y manifiesta hostilidad hacia el progenitor del sexo contrario, el padre. Esto que observamos en la niña se suele dar hasta aproximadamente los cinco años, momento en el cual se produce en ella un cambio de objeto, pasando de la madre al padre y comenzando a rivalizar con ella por el amor del padre. Claro que este viraje nos obliga a hacernos las siguientes preguntas: ¿cómo halla el camino hacia el padre? ¿Cómo, cuándo y por qué se desliga de la madre? Como mi intención es evitar en la medida de lo posible lo estrictamente teórico, sólo afirmaré que hay dos elementos esenciales que producen la separación de la madre, uno es la percepción que se produce en la niña con relación a las diferencias sexuales anatómicas, diferencias que harán a consecuencias psíquicas de suma trascendencia; y el otro elemento es la observación del deseo de la madre por su marido. La niña ve cómo la madre desea al padre y cómo en función de este deseo, en muchas ocasiones, la deja a ella para estar con él. En estos momentos del desarrollo, la niña se da cuenta de que no posee un pene que si tiene su hermanito, su amiguito y/o su papá. También descubre, y esto en el mejor de los casos, que la madre está enamorada del padre y muy interesada por el pene que éste tiene. Estas experiencias que se expresan en un sinnúmero de detalles de la vida familiar, inician el viraje, el pasaje de la madre al padre. Pero es preciso admitir la posibilidad de que muchas niñas permanezcan atascadas en la ligazón originaria con la madre y nunca produzcan una vuelta cabal hacia el padre y por ende al hombre en general. Con esta última aseveración, vemos cómo la ligazón-madre, puede alcanzar una significación inesperada que deje espacio para todas las fijaciones y represiones sexuales que hacen a la génesis de las neurosis o en los casos más graves a las perversiones. Es una etapa, que al extenderse hasta los cinco años abarca la mayor parte del florecimiento sexual temprano. Este atascamiento hace que muchas mujeres que aparentemente han escogido a su pareja según el modelo del padre, o lo han puesto en el lugar de éste, en realidad repiten con él su mala relación con la madre. Su pareja debía heredar el vínculo con el padre y en cambio hereda el vínculo con la madre. Se da así el caso de que muchas mujeres en su lucha con el marido ponen en juego la lucha que en su niñez y juventud tuvieron con la madre. Ese hombre que debió recibir lo del padre de ella, recibe lo de la madre, y lo que aparentaría en lo fenomenológico ser una relación heterosexual, en el inconsciente de esta mujer es sólo una relación homosexual no resuelta, con su propia madre. En el varón, como ya se desprende de lo antedicho no se presenta esta dificultad, pues él de un primer objeto femenino debe pasar a otro objeto también femenino. El cambio de objeto no es la única problemática que deberá superar la mujer para su cabal acceso a la feminidad, pues a ésta se le agrega otra mudanza necesaria. En efecto, en el caso del varón, éste tiene sólo una zona genital rectora, el pene, mientras que la mujer posee dos; la vagina propiamente femenina y el clítoris, órgano análogo al miembro viril. Embriológicamente el clítoris es un pene rudimentario. La vida sexual de la mujer se descompone en dos fases, de las cuales la prime 8DCI>CJ6 :C E6<#(