El Otro psi . nº140

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EL DESEO

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“ELLAS…

Y LAS DROGAS

LOS TRAVESTIS”

(Nota publicada en Revista Noticias de Editorial Perfil el 29/06/2007)

“El travesti no copia, simula, pues no hay norma que invite y magnetice la transformación, que decida la metáfora.”

E La filosofía desde Platón a Derrida, y el psicoanálisis desde Freud a Lacan, reflexionaron extensamente sobre el uso de químicos para estimular la actividad sexual.

I

res son los diálogos platónicos consagrados al estudio del alma, del Eros y de la philías (amistad entre varones). Y es en el Fedro (los otros dos son El banquete y Lisis), donde Platón, filósofo y pederasta, nos revela el farmakon: una entidad farmacéutica que carece de esencia estable y que, por lo tanto y al mismo tiempo, puede cambiar en sus efectos y convertirse en medicina o veneno. Porque todas las sustancias, según los maestros, al faltarles carácter propio, pueden variar de sentido, tal como vendrá a probarlo la cicuta, una poción mortal que, el logos socrático, convierte sin embargo en catársis y en liberación. La propuesta más evidente frente al ilusorio farmakon es que sólo el hombre posee la felicidad, condición que no puede habitar en ninguna sustancia, por sustancial que ésta sea. En el Fedro, ante los efebos que oficiaban de interlocutores de Sócrates, Platón cuenta que el dios Theuth, inventor de la ciencia del número y del cálculo, de la geometría y la astronomía, y también del juego de damas y el de dados, se presenta ante el rey Thamus (o Ammón), trayendo su nuevo gran descubrimiento: un farmakon (remedio) para aliviar el penoso arte de la memoria y la ciencia. La medicina de Theut no es otra cosa que la escritura, una nueva tecnología que hace presente lo ausente, que conserva el texto como en hibernación y trae la hipomnesis (memoria exterior, protésica) en desmedro de la

mnesis (memoria viva, interior). (1) Pero Thamus rechaza el farmakon, lo califica de maléfico y dice que por el contrario, la escritura, al descuidar la mnesis, lo que ocasionará es el olvido. Porque los discípulos, al oir muchas cosas sin la presencia del maestro y sin diálogos, y al llegar al recuerdo desde afuera (hipomnesis) y no desde sí mismos, se volverán ignorantes y de difícil trato (argumento que hoy cuestionaría la existencia de los libros y la memoria informática). El repudio de Thamus, o sea de Sócrates y de Platón, proviene de una concepción apolínea de la sabiduría, cuya síntesis se anunciaba en el Oráculo de Delfos: “Conócete a ti mismo”. Es que, aquellos filósofos, consideraban que lo importante no está guardado ni oculto en ninguna parte, sino en el alma de cada persona y en el diálogo vital entre ellas. Jacques Derrida, ya en el Siglo XX y en La farmacia de Platón, propone que el farmakon, en tanto remedio, contiene una peligrosa ambigüedad, pues trata de sustituir lo que al hombre naturalmente le falta; viene a tapar un agujero y, al hacerlo, anula la subjetividad del sujeto y lo transforma en esclavo de una sustancia. Dos conceptos de Derrida se vuelven, entonces, necesarios para reflexionar sobre la sexualidad en su relación con las drogas: uno es el de la suplencia (aquel “agujero” que intentamos tapar con una sustancia externa) y el otro es el del suplemento (algo que vendría a “reforzar” lo que ya se tiene).

8E97I :; ;DJH7:7 El cuerpo busca y goza por sus agujeros: mira, huele, escucha. Y la marea del deseo puede remitirlo, también, al goce primordial de absorver a la madre por via oral (“mamarse”: llenarse de madre). Y es sabido también que, a veces, los consumidores llegan a abrir agujeros en sus cuerpos en busca de un placer que se les meta en la carne a través de las venas. Una condición de la pulsión sexual es la de pasar, inevitablemente, por un otro. Y los alumnos de Jacques Lacan nos recuerdan que, en el caso del varón homosexual, la pulsión pasará por un cuerpo que tenga lo mismo que el suyo (un pene). Inclusive en la masturbación pasará por otro, aunque sólo se trate de alguien imaginado y a quien ni siquiera se le exija que esté realmente alli. Hasta en los sueños, aflojada la represión de la vigilia, llegan a precipitarse la polución y el orgasmo en una colisión de órganos alterados y cuerpos desrealizados. Pero la diferencia con los tóxicos es que, con ellos, el requerimiento no pasa por otro cuerpo y que, en ese sentido, se trata de una demanda que conduce al autoerotismo. Las drogas vienen a desplazar lo sexual, porque en una época en que lo fácil es lo que mejor circula, cualquier droga es más previsible que otra persona, a quien hay que gustarle, tolerarla, escucharla, etc. Ya Sigmund Freud (que era gracioso) había comentado el emparejamiento entre el sujeto y la sustancia a propósito del vínculo alcohólico: “Las relaciones del bebedor con el vino delatan una perfecta armonía que podría servir de modelo a muchos ma 8DCI>CJ6 :C E6<#'

ululan como mariposas de la noche, se yerguen sobre tacones tambaleantes y puntiagudos que sostienen un cuerpo insuflado por hormonas y siliconas, se desnudan hasta el límite, horrorizan al vecindario, dicen temer a “los representantes del orden”, a su vez intimidan, protestan, marchan, se agremian, son mediáticas, son políticas, están imbuidas de los discursos de género. Son “divas” televisivas que oscilan entre lo camp y lo kitch, (Sontag S. 1961, 361) elevan ratings, causan curiosidad y algo más en los neuróticos, son mercancía fetiche de consumo de todas las clases sociales. Hipertélicas, van más allá de su fin y como dice Sarduy: “las mujeres en el Carrousell de París las imitan” (Sarduy S. 1982a, 91). Ellas son “las travestis” (exigen el articulo femenino), cuerpos públicos que el estado moderno no sabe administrar. En el ensayo “La simulación” del escritor franco–cubano leemos: “el travesti no imita a la mujer…, para él no hay mujer, sabe que ella es una apariencia, sabe que su reino y la fuerza de su fetiche encubren un defecto… El travesti no copia, simula, pues no hay norma que invite y magnetice la transformación, que decida la metáfora. Es más bien la inexistencia del ser mimado lo que constituye el espacio, la región o el soporte de esa simulación, de esa impostura concertada: aparecer que regula una pulsación goyesca: entre la risa y la muerte” (Sarduy S.,1982b, 1267). El cuerpo en el medioevo era el cuerpo del pecado regulado por el panóptico de la pastoral cristiana. A partir del siglo XVII, con el concilio de Trento y la Santa Inquisición, la Iglesia engendra un contrasentido: lo que se prohibía en los mandamientos retornaba sintomáticamente en el arte, la literatura y en toda otra creación estética. (Traynor T. 2003, 104) La época barroca supone la ruptura del hombre con la naturaleza como ordenadora, suspensión de las certezas, emergencia del sujeto cartesiano. Con la duda tambalean dios y el hombre. Y por otra parte, desequilibrio en las producciones plásticas (Caravaggio, Miguel Ángel, Velázquez); transgresiones del espacio, alteraciones de la perspectiva, anamorfosis, trompe-l´oeil. El círculo galileano central y perfecto es reemplazado por la elipse kepleriana: desestabilización del sistema; ya no hay un centro sino dos, mientras uno fulgura por condensar en sí toda la luz, el otro queda elidido, en la penumbra. La metáfora gongoriana es un ejemplo paradigmático de esta desestabilización discursiva de la que es subsidiaria la episteme de la época barroca. La voluptuosidad toma cuerpo hasta en las representaciones religiosas. Al respecto leemos en Aun: “El barroco es la regulación del alma por la escopia corporal… Por lo pronto hablo de cuanto se ve en todas las iglesias de Europa, cuanto se cuelga en las paredes, se desmorona, deleita, delira. Lo que hace rato llamé obscenidad pero exaltada” (Lacan J. 1972-73, 140) Llegada la burguesía, el cuerpo debe ser parte de los engranajes de la producción. El cuerpo útil al capitalismo debe desestimar sus pasiones. El estado inventa técnicas de control como la salud pública, 8DCI>CJ6 :C E6<#(


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