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EL MAL
CONSTRUCTOS DIAGNÓSTICOS Y DIVERSIDAD CULTURAL
EL CASO DE LAS
SEXOPATIAS
COMO CONDICIÓN DE POSIBILIDAD
Si tenemos en cuenta que el asunto de la sexualidad humana normal, ya de por sí, resulta vasto y complejo, ¿qué podemos decir de las conductas sexuales desviadas, las perversiones, tan enigmáticas e inquietantes?
¿Qué es el mal? Cómo poder introducir a nuestros estudiantes universitarios a esta problemática. Primero, quizás, considerando que es una pregunta que remonta a los orígenes de la raza humana, pues sólo ella tiene la posibilidad de evocar eso que se llama bien y eso que se llama mal. Saber o ignorar, lo recto de lo no recto, lo bueno de lo malo, la salud de la enfermedad, en la tradición socrática como en la tradición cristiana es el sine qua none para reconocer a un hombre virtuoso (en la primera) o para la condena o la salvación (en la segunda).
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ado que la pregunta nos remonta a los orígenes, en clave psicoanalítico, reconocemos que éstos apuntan hacia las protofantasías; así que hablar de éstos es reconcer lo ineluctable del ser humano: “verbear”, apalabrar aquello que fue pero de lo cual sólo tenemos recuerdos fantasiados, construcciones deseosas, en los que colocamos el porvenir de nuestra ilusión. Así, la novela del neurótico es parte de la construcción social evidenciada en el mito. Cuando enuncio el mito es sólo para distinguir la construcción de nuestro discurso a diferencia del intento verificador de los hechos de algunas ciencias. Es decir en nada se trata con ello de menospreciar el saber contenido en ellos ni trata de ser irreverente para aquellos que quieran reconocer los textos bíblicos como palabra de Dios. El nuestro no es un quehacer teológico es un qué hacer subjetivo, es el qué del sujeto. Por ello los mitos los exploramos para desentrañar el deseo expuesto ahí y enmudecido por algunas tradiciones. Desde aquí es entonces que tocaremos el problema del mal primero haciendo un recuento sobre todo de la tradición cristiana para evidenciar como alrrededor de la crueldad en el crucificado es que se anuda de algún modo la substancia polimorfa que hace festín del sufrimiento y la venganza. Y además se tocará la innovación de horizonte que se abre
con la propuesta de Freud quien inserto en la tradición judeo cristiana pensará el problema para la modernidad. La propuesta de lectura fundamental es la des-entificación del mal como una fuerza demoníaca o como un pulsional mítico. Aunque reconozco su utilidad retórica de estas figuras, lo inédito de este escrito es considerar que el mal es una condición de posibilidad en el uso de los bienes en tanto que el placer en su extremo o exceso es devastador; más aún, es terrorífico, si la posibilidad de la maldad tiene como objeto de su descarga no cualquier bien sino al humano mismo. B7 >;H;D9?7 :; BEI C?JEI Recuperaré algunos pasajes para evidenciar con qué tiene que ver la calificación del mal desde la tradición. En el libro de Jonás se nos dice que Yahvé tuvo misericordia de Nínive dado que el pueblo no sabía distinguir entre el bien y el mal y entre gran cantidad de animales . Estas frases reveladoras nos puntúan la importancia de que el hombre tenga la capacidad de discernir, de diferenciar, de taxonomizar la realidad, pues es por la palabra que el sujeto ordena el mundo, lo moraliza. Esa tendencia a la ordenación del caos, es más aún, la tarea primera que Dios da al hombre en el mito de Adán. Dar nombre a los animales, así como en el mito de Pandora,
Zeus le pide a Epimeteo que reparta las virtudes a los animales. En estos mitos existe esta coincidencia nombrar al mundo, ordenarlo. La tradición judeo cristiana asume que en el origen está el logos de frente a la nada (génesis 1.1.), al caos. En esas tinieblas de nada, del origen, el logos de Dios ordeno lo que está arriba de lo que está abajo. Así la primer obra de Dios fue ordenar y después crear, por ello la tarea del hombre fue que a semejanza ordena por la palabra y recreara la realidad puesta ahí, que no es nada sin un logos que la delimite. Algo más a hacer notar es que el hombre se define ante una ley que está más allá de él mismo, un ordenador Otro que le permite su existencia, que le permite entender un ordo, una ley. Este gran Otro, es el precedente al Dios bueno de Descartes, como nos lo describe el libro de la sabiduría: “pues Dios todo lo creo para que sea; las criaturas del mundo son para bien nuestro; las fuerzas de la naturaleza no están envenenadas o sometidas a algún reino infernal”. De modo que creer en un Ordenador en un Creador, en un Dios bueno es la posibilidad de pensar que la naturaleza tiene una patencia en la cual nos podemos confiar y en la cual podemos construir nuestras certezas. A este dilema de la bondad de la naturaleza se enfrenta el mismo San Agustín en sus confesiones quien 8DCI>CJ6 :C E6<#'
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l tema de las perversiones, remite inevitablemente a la anormalidad, a aquello que esta fuera de regla, ajeno a la norma. Tradicionalmente, se reconocen dos acepciones para la palabra “normal”. Una de ellas referida a lo que se manifiesta con cierta frecuencia, a lo que aparece regularmente en forma habitual. Así, con este criterio estadístico, lo anormal conformaría una desviación cuantitativa, en más o en menos del promedio. Pero el criterio estadístico, por sí solo, difícilmente pueda dar cuenta de las vicisitudes humanas. La otra acepción del término, la axiológica, concibe a la normalidad como la correspondencia aproximada, a un prototipo ideal. Aquí, lo normal, no es lo numérico medio, sino una valoración cualitativa, socioculturalmente determinada. Desde los inicios de las investigaciones sistemáticas, llevadas a cabo por los psicopatólogos clásicos, Havelock Ellis y Krafft-Ebbing, alrededor de la segunda mitad del siglo XIX y durante todo el siglo XX; las opiniones de los diversos autores respecto de la etiología de las perversiones se hallaban divididas. Si bien existían algunos que proponían una explicación psicológica y medioambiental, las ideas más aceptadas eran las que atribuían un origen constitucional a la mayoría de las perversiones sexuales graves. Así, Krafft-Ebbing, creía que en el cerebro de los homosexuales masculinos, existía una partícula -o varias- de alguna sustancia femenina, que determinaría la desviación de la tendencia sexual. Pennington, consideraba que el travestismo puede ser manifestación del funcionamiento de la psicosexualidad femenina, en el cerebro masculino, provocado por alteraciones bioquímicas en el “centro del desarrollo bisexual”. Por su parte, Thompson propugnaba la idea de que existían centros cerebrales ”liberados del control normal de la corteza”, que con su actividad desinhibida ocasionaban las perversiones sexuales, como por ejemplo el parkinsonismo y la atetosis. El conjunto de estas conceptualizaciones, heredera de las teorías de la degeneración de Morel y Magnan, demarcaba una separación absoluta entre los perversos y los normales. De esta manera la diferencia cualitativa entre ambos grupos resultaba evidente e insalvable. Poco tiempo después de la publicación de “Psychopatia Sexuales”, de Krafft- Ebbing , Sigmund Freud con sus trabajos acerca de la sexualidad infantil, las fantasías inconcientes de los neuróticos y las aberraciones sexuales, tendió el puente entre las personas perversas y los otros seres humanos. Desde su perspectiva, lo que caracterizaba a las perversiones era la
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