El Último Jueves de cuentos

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El cuerpo es lo único que en realidad nos pertenece.

Nuestro cuerpo es singularmente nuestro. Todo aquello que nace de nuestro cuerpo es lo que conmueve a los otros cuerpos que nos rodean. El concepto “performatividad”

hace referencia a la capacidad de algunas expresiones de convertirse

en acciones y transformar A C CIÓo N Lel ITERentorno. AR IA la realidad Lo performático#13 no se disocia de lo literario: se amalgaman, se juntan, se intercalan y paren algo

vivo, algo que respira, que nos toca y atraviesa. Se escribe con el

cuerpo y desde el cuerpo.

Hacer performance es hacer algo que no perdura en el tiempo/ espacio, pero hacerlo como si fuese eterno. Atreverse es el

primer paso, a leer, a actuar, a cantar, lo que se elija... el primer y gran paso es romper esa barrera del prejuicio hacia mis ideas y simplemente poners e al frente de todos, y que

EDICIÓN DE CUENTOS


Editorial

S

egún Richard Ford un cuento es simplemente una narración de menor tamaño que una novela. Sin embargo, aunque un cuento

condensa una historia a su mínima expresión, utiliza más recursos que solo la disminución de líneas. Podemos clasificar los cuentos en infantiles, orales, realistas, fantásticos, policiacos, y la popularizada forma de estos tiempos: el microcuento (que vendría a ser la condensación de la condensación). Para ponernos en contexto hablaremos un poco sobre cada uno de ellos:

L

os cuentos infantiles que hasta nuestros días se siguen escribiendo son parte de una literatura en la que se ven inmersas

también las novelas, los cuentos de hadas, las fábulas, y se resuelven con claridad y sencillez, acorde con sus lectores. Los cuentos orales son parte del origen de ciertas culturas (mitos, leyendas) y se han perpetuado por medio del lenguaje popular y sus creencias.

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l cuento realista es uno de los más practicados por los escritores modernos. Narra hechos verosímiles con personajes

concretos y reconocibles para el lector en su mundo habitual. El estilo puede ser neobarroco, experimental, o lacónico, pero los acontecimientos son evidentemente procesables en el mundo del lector. Entre los destacados cuentistas de este subgénero podemos apuntar a Juan Carlos Onetti, Juan Rulfo, Ernest Hemingway, Peter Stamm.

E

l cuento fantástico básicamente propone acontecimientos no experimentables para el lector si no a través de las palabras.

Por ejemplo un personaje que vomita conejos (Cortázar), un hombre al que se le concede un


año más de vida para terminar un libro antes de ser ejecutado (Borges). Entre los cuentos fantásticos se integran los de terror y los de ciencia ficción. En este sentido Howard Phillips Lovecraft es un referente, admirado por escritores contemporáneos del género como Stephen King o Jack Ketchum.

P

or su parte el cuento policiaco inició, según la crítica especializada, con Edgar Allan Poe, y su base son las historias de

tinte criminal, o de resolución de enigmas delincuenciales. Un cuento policiaco puede ser realista o fantástico. Un hombre asesina a un anciano con el que convive, porque el ojo ciego de este lo perturbaba. La policía acude al departamento para una simple inspección y el hombre fuera de sí termina delatándose: Poe también exploró los rasgos sicológicos de sus personajes en sus cuentos, dando cabida a lo que se denomina también como cuento sicológico. Del que el uruguayo Horacio Quiroga es un exponente destacado.

Y

para concluir, nos referiremos al microcuento, una especie de género literario aparte. Se considera que surge en

el mundo de habla hispana con el modernismo de Rubén Darío, Lepoldo Lugones, entre otros, y ha llegado a tener su despunte máximo en nuestra época, con antologías y publicaciones exclusivamente de este género. Un ejemplo ampliamente citado es el minicuento de Augusto Monterroso: “Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí” Pero quizás sea el ruso Antón Chéjov, con este apunte hallado en una de sus libretas: “Un hombre, en Montecarlo, va al casino, gana un millón, vuelve a casa, se suicida” , el precursor de este género miniatura. Esta línea concentra el misterio, la precisión y el efecto granada característicos de un buen microcuento.


Los niños grises I

Huilo Ruales Hualca

Se multiplican sin necesidad de nadie. Ellos creen que están muertos. Que nacieron muertos. O que vivieron hace tiempo. Que su presente es remoto pasado, como los recuerdos. Que están muertos como los niños o los cinéfilos en la pantalla. La vida está en las pantallas. La vida para los Niños Grises transcurre en la acera de enfrente y es una pantalla de cabeza que se mueve en olas y con un sinfín de botones inservibles. Siempre es la misma película. Siempre se trata de lo mismo. Bultos que van, que vienen, que hacen ruido, que flotan, que huyen. De vez en cuando aparece algún bulto excesivamente vivo. En esos casos, los Niños Grises tienen ganas de palpar su consistencia. Su materia. Su durabilidad. Entonces se cruzan de acera y se meten en la pantalla. Allí hacen lo que pueden. Y vuelven a su muerte. Al menos sin mucha hambre. O con mucha sed.

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Teología/1

Eduardo Galeano

El catecismo me enseñó, en la infancia, a hacer el bien por conveniencia y a no hacer el mal por miedo. Dios me ofrecía castigos y recompensas, me amenazaba con el infierno y me prometía el cielo; y yo temía y creía. Han pasado los años. Yo ya no temo ni creo. Y en todo caso, pienso, si merezco ser asado en la parrilla, a eterno fuego lento, que así sea. Así me salvaré del purgatorio, que estará lleno de horribles turistas de la clase media; y al fin y al cabo, se hará justicia. Sinceramente: merecer merezco. Nunca he matado a nadie, es verdad, pero ha sido por falta de coraje o de tiempo, y no por falta de ganas. No voy a misa los domingos, ni en fiestas de guardar. He codiciado a casi todas las mujeres de mis prójimos, salvo a las feas, y por lo tanto he violado, al menos en intención, la propiedad privada que Dios en persona sacralizó en las tablas de Moisés: No codiciarás a la mujer de tu prójimo, ni a su toro, ni a su asno… Y por si fuera poco, con premeditación y alevosía he cometido el acto del amor sin el noble propósito de reproducir la mano de obra. Yo bien sé que el pecado carnal está mal visto en el alto cielo; pero sospecho que Dios condena lo que ignora.

Lectura por parte de Daniela Cevallos Guerrero. 26 de Marzo de 2015

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Tributo a Miguel Donoso Pareja *

La mutilación Nada es más importante para el ausente que una carta. Por eso, N está todos los días ahí, al acecho, acodado en el pequeño balcón, mirando. Hacia la derecha, la calle comienza en una curva pronunciada y sube ligeramente, se equilibra frente a él y baja luego en dirección al mar que se ve, encrespado a veces, liso en otras, mientras el viento sopla con mayor o menor intensidad. Una vela triangular se ve a lo lejos, casi en el punto donde el Mediterráneo se torna azul oscuro, deponiendo ese verde esmeralda que se inicia en la playa construida, justo para el verano que termina, por esos técnicos holandeses que transforman el Maresme desde Montgat hasta Premiá del Mar. Frente a él, en el segundo piso de la casa de la vereda opuesta, un letrero dice “En Venta”, mientras la señora joven le habla a un niño, probablemente su hijo, con una voz ligeramente estridente. La mujer es interesante, esbelta, y lleva siempre el pelo recogido atrás, rubio hasta la palidez extrema. Si se fija uno bien, se da cuenta de que tiene el brazo izquierdo trunco, que unos quince centímetros abajo del codo solo tiene un muñón. Este detalle la hace extrañamente sensual, como si en esa mano que le falta pendiera una caricia imposible, una ternura difícilmente soportable, una especie de ausencia provocadora. N permanece ahí, agazapado, inmerso en esa ausencia suya que lo identifica con esa mano que le falta a la mujer como un ofrecimiento. Y abajo, en la calle donde se acumulan por la tarde las bolsas de basura, los gatos, sus caras redondas y suaves como el muñón de la mujer, electrizándolo. Hacia las once de la mañana pasa el muchacho. Sale por el lado derecho de la calle y ha bajado, sin duda, desde Turó del Mar, la parte más alta del pueblo. Flaco y desgarbado, camina con mucho apuro, como perseguido por alguien. N simula no verlo, aunque toda su atención está en él, en sus grandes trancos rítmicos que lo llevan de puerta en puerta, en zig zag de acera a acera. El chico, como si le temiera, nunca mira a N, mientras la mujer mutilada se dirige al niño que juguetea en el balcón, le hace mimos con esa voz chillona que, así lo supone el ausente, pronuncia cosas cariñosas, igual que la llegada

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del muchacho a las puertas donde toca y desaparece, para salir luego, siempre al apuro y con la mirada gacha, evitándolo a él que se acoda en el murito rojo de fierro aparentando indiferencia, mutilado porque el chico sigue de largo, ausente siempre de esa ausencia que es él allá, donde no está, de esa ausencia que es él acá, donde hace como si estuviera. El ausente desconoce, en realidad, en qué o dónde radica su ausencia, y tampoco sabe qué espera ahí, en el balcón Tal vez espere una sonrisa de la mujer, el acercamiento de ese muñón que le parece dulcísimo, dolorosamente táctil, como si los dedos se le multiplicaran en la promesa de una caricia atroz. O quizás espere que el muchacho toque un día su puerta, deje de ser esa mutilación huyendo de casa en casa, zigzagueando en la calle, desapareciendo siempre en dirección al mar, girando a la derecha y dejando, contra el verde del Mediterráneo, esa otra ausencia lejana de la vela cabeceando en el agua, flotando como un cadáver indescifrable. N mira la hora y ve que faltan pocos minutos para que el rito de todas las mañanas se inicie, para que el muchacho aparezca en el extremo derecho de la calle y suba a grandes trancos mientras la mujer olvida momentáneamente al niño que juega en el balcón, y los mira, porque el chico está ahí ya, cabizbajo, temeroso del ausente a quien no puede cumplirle lo que, en sí, le viene ofreciendo día a día en los meses que llega de verlo agazapado y esperándolo en el balcón, anhelante, desasosegado frente al muñón de la mujer que le remarca una caricia lejana, una ternura que ya nunca habrá de pertenecerle y él, con toda su carga de promesas, ofrecimiento diario, no puede darle. El chico pasa una vez más y el ritual termina desacralizado, sin magia. N lo ve desaparecer y la mirada en el mar, se baña de ese verde donde el viaje es casi una sepultura, una señal de muerte. Ahora al ausente solo le queda esperar la lluvia, hasta que en la noche se le renueve la ilusión del día siguiente con la mujer frente a él, su brazo trunco, la promesa de una caricia imposible, y el chico pase una vez más, quizá se detenga, deje de ser esa mutilación zigzagueante, pero únicamente ve el camión de la basura recogiendo las bolsas acumuladas en las aceras, los gatos retirándose a los rincones, sinuosamente malignos e indiferentes, fríos, sus pequeños ojos brillando en la oscuridad, riéndose de él, anticipando y esperando algo también. Minutos antes, el ausente está ya acodado en la ventana, mirando como a través de una gran desgarradura, al

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acecho. El viento sopla ahora y la noche anterior llovió varias horas. Como a las cinco de la madrugada comenzó a caer el agua, acicateada por un aire correoso, severo. N despertó y supo que los ojos de los gatos no le habían mentido, que algo iba a suceder al fin. Reconoció el lugar, vio los libros, la máquina de escribir abandonada hacía tanto tiempo, los platos sucios en el lavadero. Caminó por el pasillo hasta la otra habitación y tocó la tarima desolada, íngrima. Desde la terraza vio el mar a lo lejos, empapándose en la lluvia, fría ya por la entrada de ese otoño tardío. Volvió a la casa y se secó, frotándose con fuerza. Como ya no pudo dormir, se acercó a la ventana. La lluvia había alejado a los gatos, pero supo que ahí estaban, que desde algún lugar se divertían mirándolo con sus rostros redondos como muñones llenos de una fosforescencia maligna. Pensó en la mujer: probablemente dormía apoyada en su brazo trunco. Cuando lo vio aparecer supo que el ritual de ese día sería distinto. Miró a la mujer jugando con su hijo y el brazo mutilado ya no fue la promesa de una caricia sino la confirmación de una ausencia implacable. El triángulo de la vela había desaparecido en el Mediterráneo que extrañamente mostraba la certeza, para él, de ser un naufragio inminente, el aplazamiento de una amenaza. Ahora el muchacho lo mira triunfante, sin la más mínima congoja, sin una gota de temor. Da unos cuantos trancos largos y se dirige a la puerta. N se estremece al oír el timbre y baja, no sin antes mirar a la mujer que lo saluda con el muñón en alto, dolorosamente tierno. El ausente responde el saludo y sabe que se está despidiendo, que el anhelo de esa caricia es definitivamente imposible, que se le perpetúa como un sueño. Una vez abajo, toma la llave para abrir el pequeño cofre que está en la pared. El muchacho va ya en dirección al mar, a grandes pasos rítmicos. El agua del Mediterráneo es de un azul oscuro, lóbrego. Los gatos están ahí, alrededor suyo, acechándolo, quietos, como dulcísimos muñones sin ojos, ciegos, sin una caricia para confortarlo, absolutamente sin piedad. N saca el sobre. No necesita abrirlo para saber que todo ha terminado.

Lectura Tributo y selección de texto a cargo de Luis Carlos Mussó. El cuento pertenece al libro “Todo lo que inventamos es cierto” (1990). *

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Missing! Juan Fernando Bermeo Mario se escapaba del peligro del mundo que lo rodeaba. No le gustaba la vida que llevaba pero, siempre supo (o supuso) que no tendría más opciones. Saltaba mucho, saltaba sobre balas y sumideros que se le cruzaban delante, para no caer en esa oscuridad que lleva de nuevo al comienzo. Se escondió una y otra vez en diferentes espacios, sin embargo siempre era encontrado de una u otra forma. Mario detestaba esa facilidad que tenía para llamar la atención, nunca se explicó porqué cualquier espécimen que se le atravesase, siempre buscaba hacerle daño; jamás encontró fácilmente una mano amiga ni un aerolito milagroso que le hiciera la vida más fácil, a no ser que él mismo tuviera que darse la molestia de buscarlo. Repudiaba mirarle la cara a su jefe, siempre sobre él con esa mirada hipnotizadora; el tiempo miraba de lado, para evitar cruzarse con esos dos reflectores incómodos. Mario era poeta, mas nunca encontró tiempo para sentarse a delinear sonetos, apenas le alcanzaba el tiempo para llegar a su destino de turno. - ¡Ay de mí, si se me termina el tiempo! – pensaba mientras corría incansablemente. No solo quería evitar retrasarse, esperaba con muchas ansias que, si hacía un buen trabajo, la larga noche no le coja, o al menos no pronto, puesto que tenía en mente unas rimas que quería probar sobre el papel y, de llegar la oscuridad indefinidamente larga, jamás lograría siquiera bosquejar sus ideas (ni sus sueños), en aquella inactividad inducida. Además, el jefe seguía observando, nunca habría de poder esconderse en ningún sitio donde no se topara con esos ojos rojizos, fijos sobre cada actividad, buena o mala 26 de Marzo de 2015

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que hiciese. Mario odiaba la vida que llevaba, pero cada vez estaba más convencido de que no tenía más opción que vivir como le tocó. Mario estaba enamorado, - por lo menos tengo a mi princesa – se jactaba. Tenía fuertes motivos para pensar que ella era lo más importante en su vida: siempre estaba corriendo hacia su casa. Sabía que ella estaba detrás de aquellos malandrines, esos que siempre querían tirarlo fuera de su camino, hacia la oscuridad. Pensaba en lo peligroso que era el camino a recorrer para llegar a su amada, pero sabía también que para ella no fue nunca un juego de niños; después de todo, qué mujer que no fuese inquebrantable se mostraría paciente y desinteresada frente a un feo y deforme gendarme que no le permitiese siquiera ir al baño. No importaba nada a la final, no importaba siquiera que allí estuviera esa maldita mirada acechadora, solo observando, sin ayudar siquiera a eliminar alguna de aquellas molestias que hacían imposible la vida de Mario. Detestaba esa rutina que debía cumplir a carta cabal, pero por el bien de sus anhelos y de su amada, creía a su labor, indelegable, por tanto, imposible de evitar. Lo peor es que muchas veces, en el pasado, pudo estar con ella, y sin embargo, en un par de segundos, se vio corriendo de nuevo hacia la morada de su amor, desde el punto más distal del mundo. Mario no tenía amigos. Tenía un hermano, eso sí, pero no lo veía nunca. Parecía ser que siempre estaban corriendo por distintos lugares, aunque compartieran oficio. Según recordaba, tenían mucho en común, mas, su gusto por los colores solía variar un poco. Aún así lo extrañaba. Lo último que supo de él fue por un chisme que contó el jefe: - tu hermano está lejos ahora – dijo, - no lo verás hasta que termines tu labor, o en su defecto, hasta que ya no puedas… - y

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sonrió. – ¡Maldito destino el de nosotros! – pensaba Mario, quien a cada paso se resignaba a intentar concluir una labor que no le gustaba pero que no podía cambiar. A Mario le gustaba comer pasta, mas nunca podía hacerlo, al jefe le gustaba que fuera vegetariano. – Así es más difícil que te maten, Mario – decía el jefe. Solo comía cuando ese déspota voyeurista se lo permitía. Sin girar su cabeza hacia él, Mario se alimentaba con desgano (aunque con bastante velocidad) de aquellas plantas que a su jefe tanto le encantaba verlo comer, y que no obstante, al pobre Mario le parecían insípidos champiñones y flores desagradables. Le gustaba cerrar los ojos e imaginar que comía espagueti en cada bocado. Tal vez, en medio de esa vida que cada vez abominaba más, podría algún día comer lo que quisiese, solo por eso se aguantaba las ganas de mandar todo al carajo, pero eso no le quitaba, por supuesto, la idea de que cada segundo de su vida debía ser así, aunque no le gustase. Pero un día Mario se cansó de todo, de la vida peligrosa, de la oscuridad constante y amenazante, de no poder escribir, de no poder ver a su amada ni a su hermano cuando quisiese, de no comer lo que le gusta, del tiempo que cada vez le quedaba más corto; pero sobretodo se cansó de mí, de no atreverse a mirarme a los ojos, no por miedo, sino por asco. Por eso, siempre prefirió quedarse en las dos dimensiones. Así que un día, se detuvo, ignoró mis indicaciones, me miró a los ojos y me dijo: - ¡No soy más tu juguete, renuncio! – me escupió a través del monitor, salió del alcance de mi vista y no lo volví a ver más. Tampoco yo tengo ganas de hacerlo, sinceramente. Desde entonces jamás volví a prender mi consola de videojuegos, no se puede jugar sin un protagonista. 26 de Marzo de 2015

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El niño y el agujero Andi Guillén De la más importantes de las esquinas, gritando con fuerza entre engranes grasientos, los aplausos penetraban mis tímpanos. Sus ojos estaban inyectados de sangre y de todos los colores que distinguía, y mis ojos, aún pegados desde la noche de ayer, segregaban unas lagañas muy pegajosas. Regresé a ver hacia atrás y estaba parado detrás de mí, me empujó y caí encima de mis ropas, pero un día cayó enfermo y grave, los sabios del reino diagnosticaron el fin de sus días. Siempre estuvo allí, observando sigiloso y algunas veces se sentaba junto a mi cama. Él era el rey, el amo y el señor. Cuando se anunció su deceso en los medios, se fue ese día; pero cada noche regresa en mis sueños y me repite al oído, todos celebrarán como yo lo hice, y los necrófilos envidiarán a las reliquias obsoletas, tu padre volverá a matar a tu madre, y los santos envidiarán nuestros pecados.

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La voz del otro Jorge Vargas Chavarría Esta mañana me despertó un pensamiento inusitado: Tras una revisión detallada del pasado y un examen precario del presente, defino que mi futuro solo ha de tener dos opciones: atender al azar, o ajustarse a las constelaciones que fundamentan la astrología. Eso, o llevar mis días bajo la premisa de evadir la curiosidad sobre el mañana. Me presento en una cafetería cercana a casa en soledad, y planteo mis memorias como punto de partida al análisis. No le toma mucho aparecer; callado al comienzo, cómodo igual que yo; los mismos gestos, las mismas manías. El principal problema con él son los diálogos: empiezan siendo interesantes —intelectuales, incluso—, pero terminan por volverse una especie de portavoz de la conciencia. Lejos de la moralidad, lo que me aterra es el juicio desde el que mira las cosas: extenso, realista, acertado. Y eso me desquicia: que dé en el clavo tan seguido. Haber nacido en junio me ha resultado siempre trivial porque no hay beneficio alguno. Como no lo hay por haber nacido en ninguna otra fecha. No obstante, si nos enfocamos en los festejos, bajo mi condición, si no logro ser el alma de la fiesta, ser el florero del rincón que nadie ve me sale igual de bien. Él siempre habla de los beneficios, supongo que se refiere a este tipo de cosas. Echo una ligera carcajada en medio del análisis porque estas conjeturas son las que me hacen asimilar el asunto con un poco de gracia. Él nunca ha mostrado un buen sentido del humor. — ¿No crees que todo esto supone un recurso del que deberías valerte al momento de crear?—sugiere él, una vez más— Hace ya buen tiempo que nada nuevo sale de ti; siempre lo mismo, una y otra vez. Espero entiendas que cambiar una impresión y un par de detalles no altera el trasfondo. Es muy probable que solo el ojo atento pueda notar las similitudes del trabajo de un artista que se repite, pero tú siempre lo sabrás, y eso te volverá loco— explica—, y no precisamente un tipo de locura del que puedas presumir en el mundillo. Sé que tiene razón en eso, que lo repite todo el tiempo, que nunca lo escucho.

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— Me temo que te pierdes muchas cosas. Los asuntos más estúpidos, efímeros, ridículos, ¡vaya si son importantes! Debes asumir el “compromiso” de abandonarte al riesgo, de establecer preámbulos menos extensos, de olvidarte de las consecuencias—asegura—. Utilizo la palabra “compromiso” para que el asunto te resulte importante. Te volverás predecible y tu obra no supondrá más que un episodio ordinario. Y lo ordinario es la tragedia de quien se dice artista. ¡Piénsalo! El problema del artista aparece cuando no se encuentra a sí mismo, ergo, no consigue orientarse hacia lo que quiere crear y, a pesar de que no contar con un rumbo pueda llevar a veces a alguna dirección, este no es el caso. Sin obra, no hay artista verdadero; lo aclaro porque hoy existe todo un modelo estereotipado. Mediocre. Vacío. Se crean nombres y se los difunde. Se elogia y se premia una única pieza a la que se le da mil vueltas hasta que cae en el desuso; luego, se evoca a la retrospectiva y se le vuelve a merecer atención. Un círculo que termina por volverse insoportable. El ruido de mis batallas internas no consigue desembocar en nada útil—Sí, reconozco que él tiene razón en eso de los beneficios— ¿Y es que quién más que un geminiano podría vivir en completa dualidad? Un conjunto de caracteres que permiten que el deseo de compañía y soledad coexistan, así, en una antítesis que no carece de sentido porque responde a la naturaleza astral. No siempre me incliné hacia semejante posición. La astrología siempre ocupó el mismo rincón de otros disparates como el comunismo o las sectas ancestrales encargadas del orden mundial. De hecho, me descubrí geminiano hace poco, tras un repentino encuentro con una mujer que descifró en mis manos los mensajes ocultos en mis líneas de la vida. El encuentro fue casual pero para nada una coincidencia. Las coincidencias no existen, eso está claro. Desde entonces, cuando la mujer me presentó las cualidades de Géminis, pienso que los conflictos de siempre aparecen por el simple hecho de que esa es la naturaleza de mi espíritu. Ahora el amparo de la astrología me permite excusar mis culpas y así evitarme los reproches que surgen cuando él inicia el diálogo. Por supuesto, una parte de mí cuestiona la veracidad del asunto astral. En cualquier caso, medio en broma, medio en serio, fue allí que asumí mi condición de geminiano en toda la línea como explicación a esa voz latente en mi

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cabeza. Mis impulsos viscerales, mis conflictos, mis discusiones silenciosas, mis perversiones y desperdicios, todo ello encontró sentido en La tragedia del géminis: Llevar consigo a su propio enemigo, y no un enemigo cualquiera, sino un demonio que conoce bien sus debilidades y sabe hacerse oír; una figura invisible que palpita, crece, gobierna. — No, no eres tan débil—rebate—, es que sabes escuchar. Aunque no siempre haces caso a lo que digo. Ciertamente es una lucha inútil intentar eliminar al otro e imponerme, pero considero necesario silenciar su voz; encontrarle un rumbo que me permita pensar con claridad. Acepto el compromiso de olvidar las consecuencias porque el artista debe jugárselas todas por completo, pero estoy convencido, ahora, de que es el ruido de dos voces contradictorias lo que me detiene de seguir el instinto que alguna vez me acercó a la pintura. Estoy convencido también de que dado el recurso de su voz en mi cabeza, he encontrado un fin hacia el cual dirigir una influencia que espero extinguir en cuanto la arroje sobre un lienzo. Y a eso me dispongo. “Sin obra, no hay artista verdadero. Hoy se elogia y se premia una única pieza a la que se le da mil vueltas hasta que cae en el desuso.” No deseo evocar a la retrospectiva porque el espectador merece respeto, merece originalidad. El espectador huye del episodio ordinario, desconoce el recurso, venera la obra. Encontrado un fin para el recurso, este se apaga, se plasma, se congela. Me sorprende su silencio porque sé que hasta que no ordene los colores, escoja los pinceles, y disponga el lienzo frente a mí en el taller, seguirá allí. Tal vez ya no hay contracción ni dualidad. Tal vez incluso está de acuerdo y a eso se debe su silencio. Termino con el café de un solo sorbo y pido la cuenta. Coloco la silla en su lugar y salgo de la cafetería. Vuelvo mis ojos al cielo nocturno, y me parece inmenso y hermoso, solo eso, solo inmenso y hermoso. No hay más segundas percepciones, ni ningún tipo de constelación.

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Mala persona

Elías Urdánigo Tuve ganas de decirle nena, si lo haces de esa forma no vas a lograrlo. La forma de cortarse las muñecas no es horizontal sino vertical, para que al médico le sea difícil coserte. No lo hice. Primero, porque esa era la línea de una película. Segundo, porque ella no estaba intentando cortarse las venas. Tercero, porque no estábamos en una película. De estar, estábamos en la mierda. En ese punto donde ya no hay más caminos que recorrer. Ella insistía en que estaba deprimida, con ese antojo que tienen algunas mujeres de copiar lo que está de moda, así trate de enfermedades mentales. Estoy deprimida, dijo, no tengo ganas de hacer nada. Yo también pensé estarlo. Digo, vivíamos en un departamento cuyo arriendo, en ocasiones, debía pagar mi suegro. Nuestros sueldos no alcanzaban, además teníamos, cada uno por su lado, vicios irreemplazables. El siguiente paso fue suspender el sexo, claro, ella estaba deprimida. Debes ir con el médico, dije. No quiero hablar con ningún extraño, respondió. Conmigo tampoco hablaba. Yo creo que siempre he vivido en depresión. En crisis. Soy un hijo nato de la Latinoamérica jodida, un original gallo del país, como diría Tego Calderón. Me hundo, toco el fondo de la piscina, siento la opresión en mis pulmones y mi cabeza, después estoy otra vez sobre el flotador, bebiendo gin tonic y protegido tras de mis gafas. He aprendido a controlar la tristeza, la miseria de dentro y la de fuera, la ira, soy un jodido maestro zen. Me desarmaba que ella no pudiera hacerlo. Llevábamos dos años, ya sabes, dulces al principio, bla bla bla. Supongo que sus expectativas estaban demasiado altas. Cuando las cosas tal cual las imaginó no sucedieron, llegó el momento de la confrontación. Después el de la derrota. Luego el súbito cambio de personalidad. Digo, tener expectativas altas, como escritora o como simple

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habitante de este planeta, es demasiada inocencia. Publicó una novela, que le costó mucho escribir, pero ya sabes lo que dicen, un libro malo es tan duro de escribir como uno bueno. No soy un tipo cínico. Bien, lo soy, pero no siempre y con ella me guardaba de serlo. Cuando me dijo que pensaba de su novela, no tuve los huevos para decirle que me había parecido terrible, inconsistente, floja, que los personajes no tenían fuerza, que estaba mal escrita y mal editada. Meses después mientras se quejaba por la poca atención que había recibido su libro, achacándolo a la envidia de unos (sus amigos) y a la falta de compromiso cultural de otros (sus conocidos), apreté las mandíbulas. Dizque periodistas culturales, bramó. Estaba a punto de echarse a llorar. No sé qué me empujó a decirlo, quizá soy peor persona de lo que creo, entonces le di un trago a mi Club, y como si nada le dije: nena, déjalo así, tu novela es mala, es muy mala, sino te conociera diría que tuviste que mamar mucha verga para que la publicaran. Lo sé, lo sé… Antes de ponerse a llorar me dijo que yo era la peor persona que había conocido en su vida. Tantas respuestas a esa afirmación, pensé, pero era mejor dejarlo de ese tamaño. Ya había cometido la buena acción del día, no era cosa de exagerar. Si la frase que me soltó no fuese un cliché de las relaciones amorosas probablemente hubiese logrado su objetivo. Ella se encerró en la habitación, y yo salí a deambular. Tenía 33 años, una novela mediocre y una pareja “que no la apoyaba”, supongo pensó que era el momento de girar el volante. Cuando me di cuenta estaba escribiendo frases de gurú en su muro de facebook. Le decía a la gente cómo debía vivir, y qué debían buscar de la vida, hacía gala de una filosofía new age. Un tiempo sus contactos le siguieron la corriente, sus estados se llenaron de likes, y comentarios buena onda, pero eso no duró. Pronto se aburrieron y la dejaron sola con su nueva faceta de iluminada. Entonces empezó su etapa de 26 de Marzo de 2015

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psicóloga, y se auto diagnosticó depresión. Estoy pasando por una etapa de depresión, y creo que viene de muy atrás, dijo. No quiero hacer nada. No quiero que me toques. Salí de la cama y me fui a dormir al sillón. Dejó de escribir para el periódico, dejó de recibir un sueldo; y mi whisky no duraba una semana. Si estás deprimida debes tratarte, le dije. No es ese tipo de depresión, respondió, mi estado va más por el lado espiritual, estoy agobiada del mundo… Se marchó a casa de sus padres para estar con ellos en su aniversario de bodas número 40. Supe que había salido con amigos, y me alegró que no estuviese tan mal como había dicho. Me dieron vacaciones en la librería y me fui a la playa (arena, cerveza y un par de buenos libros), cuando volví ella estaba acostada sobre los discos que había sacado de la repisa. Teníamos un mes sin vernos. Me trepé a una silla para mirarla desde un mejor ángulo. Estaba linda, con el pelo pegado a la frente y el color de las portadas haciendo contraste con la ropa y el tono de su piel. Esto no es como te lo imaginabas, ¿cierto?, me dijo después de culiar en el piso de la sala, entre los discos. Le pregunté si se refería al sexo, (que había resultado bastante bueno, casi como al principio). Se abrochó el bluyín y no contestó. En ese momento empezaron los días de preguntas sin respuestas, y silencios abrumadores. Volvió a escribir para el periódico pero insistía en su depresión. Por qué no escribes otra novela, le pregunté una noche. Para qué. No tengo ganas de mamársela a nadie, me hincó. Ya hablamos de eso, sostuve, estaba ofuscado, arrecho de oírte quejar. Mira, creo que el problema de la literatura del país es que los escritores noveles se afanan por publicar lo primero que escriben… la que vendrá será mejor, la animé. Aunque pensé, si ella no logra reconocer los errores de su libro, qué caso tiene. Lo que escriba será igual de malo. Tú qué sabes de escribir novelas, me dijo. Yo estaba en el sillón, y ella de pie, me puso las tetas cerca de la cara: no sabes nada de escribir novelas,

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ni de escribir una mierda. Me agarró del pelo con las dos manos. Por un instante fuimos esa pareja de antes, motivada por el deseo auténtico. Rompí los botones de su blusa. Metí un dedo en su boca y luego lo llevé hasta su culo. Ella sacudió las caderas como lo haría una sirena arponeada. Me dio un golpe con el revés de su mano. Chuchadetumadre, me dijo, hijo de puta. Ahí acabó todo. Ya sabes, comencé a imaginar que le decía cómo cortarse las muñecas y en conversaciones de funeral. Durante días estuve buscando la manera de confrontarla, hasta que ella se me adelantó. No vamos a ninguna parte juntos, quiero estar sola por un tiempo, es lo más sensato que puedo hacer, me dijo. Por el bien de las dos partes es mejor que cada uno viva por su lado. Es una decisión apropiada, señalé, también la tenía en mente. Me haces reír, replicó, tienes tanto miedo a perder. No me importa lo que hayas pensado, soy yo la que no quiere estar contigo. Nena, no hay razón de discutir, los dos estamos de acuerdo. No tiene caso. ¡Deja de llamarme nena!, chucha, soy una MUJER, entiendes. La había llamado así mientras cogíamos, mientras cocinábamos juntos o veíamos televisión… pero ahora era una mujer. Y yo era el tipo abandonado por esa mujer, era su fantasía así que preferí no hacer escándalo. Dos días duró mi mudanza, le dejé el televisor y me llevé los libros que ella no quería. Me pidió para el arriendo del siguiente mes, y aunque no era mi obligación, le entregué el dinero de buena gana. Pero es un préstamo le dije, sabes que no me sobra la plata. Durante un tiempo no supe de ella, hasta que me enteré que había montado un taller de escritura creativa en el que había sido nuestro departamento. Me alegró saber que sus ingresos estuviesen mejorando. Que estuviese aprendido a vivir con sus limitaciones, como hacemos todos.

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¿Qué es SÚMA? y más importante aún ¿quién es Rosa Wila? SÚMA Laboratorio Cultural es un colectivo de investigación etnográfica y documentación audiovisual de tradiciones sociales y culturales en comunidades de la costa ecuatoriana. Nuestro interés es visualizar las tradiciones, ritos y manifestaciones que se encuentran en la periferia por su desconocimiento, así devolver la importancia a los verdaderos productores culturales y ofrecer a la educación un terreno que se le escapa. Valorizando y materializando los saberes que se encuentran en el fondo de quiénes somos. Es esto lo que nos lleva a producir un taller y show didáctico sobre música afroesmeraldeña que es el resultado de una investigación denominada “El canto ancestral de Rosa Wila”.

Foto: María Grazia Goya

Rosa Wila es una mujer afroesmeraldeña que ha dedicado sus ya ocho décadas al canto, pero no cualquiera sino a los hermosos alabaos, chigualos, arrullos y demás géneros musicales altamente ligados a las tradiciones de lo afrodescendiente. Es su presencia de mujer fuerte, enérgica y

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sabia lo que primero nos arranca la sorpresa y levanta la pregunta “¿Dónde están los 80 años?”, sin embargo si esperamos un poco más, su voz será el impacto mayor. Su voz que resulta ser su herramienta más preciada, sacude todo a su paso e invade los cuerpos de los espectadores con unas ganas irremediables de bailar, pero el asombro de verla en escena simplemente no nos deja. Rosa nos alegra, nos entristece, nos conmueve y nos encanta cuando de manera solemne, bella y respetuosa le canta a la vida, la muerte y a los santos.

¿La música afro es solo marimba? La comercialización de la música afrodescendiente ha estereotipado su diversidad de ritmos y géneros, al igual que el aporte de la mujer al desarrollo del saber. “La gente cree que todo es caderona, yo le digo que también tenemos formas de mostrar respeto y tristeza ante la muerte y los santos, es ahí donde están los chigualos, arrullos, décimas y alabaos” dice Rosa Wila, cantora esmeraldeña y facilitadora de este taller. Rosa quiere compartir sus conocimientos con el público de Guayaquil, hacer un acercamiento a la cultura afroecuatoriana, que tendrá como finalidad un show didáctico y gratuito el viernes 27 de marzo a las 19h00 en teatro de la Casa de la Cultura Ecuatoriana Núcleo del Guayas.

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Artistas del mes

HUILO RUALES HUALCA

(Ibarra, Ecuador 1947)Narrador y poeta. Ganador del Premio hispanoamericano Rodolfo Walsh, Premio Joaquín Gallegos Lara, y Premio nacional de literatura Aurelio Espinoza Pólit. Entre sus publicaciones tenemos: Y todo este rollo también a mí me jode, Loca para loca la loca, Fetiche y Fantoche, Historias de la ciudad prohibida, Maldeojo, entre otros.

LUIS CARLOS MUSSÓ

(leyendo a Miguel Donoso Pareja) (1970) Poeta y catedrático. Es parte de la dirección de la revista de poesía Ciudad maldita que se edita en Guayaquil. En 1999 obtuvo, en Cuenca, el Primer Premio en la Bienal de Poesía César Dávila Andrade.

M I G U E L D O N O S O PA R E J A Guayaquil(1931-2015). Representante de la generación ecuatoriana del 50; trabajó como periodista y profesor. Alcanzó sus mayores éxitos con relatos de línea existencialista en situaciones límites. Entre sus obras tenemos: Cantos para celebrar una muerte, Nunca más el mar, Lo mismo que el olvido, Todo lo que inventamos es cierto, entre otros.

ROSA WILA Rosa Wila, mujer afroesmeraldeña que ha dedicado sus ocho décadas al canto, a los hermosos alabaos, chigualos, arrullos y demás géneros musicales altamente ligados a las tradiciones de lo afrodescendiente. Rosa nos alegra, nos entristece, nos conmueve y nos encanta cuando de manera solemne, bella y respetuosa le canta a la vida, la muerte y a los santos.


ELÍAS URDÁNIGO Premio de crónica Jorge Mantilla 2011. Publica crónicas y cuentos en las revistas Soho y Mundo Diners desde hace seis años.

JORGE VARGAS CHAVARRÍA (Ecuador, 1992). Ha publicado dos libros en español e inglés, así como ensayos y cuentos en medios impresos y digitales en Ecuador, Chile y Estados Unidos. Gestor de la extinguida iniciativa cultural Literarte y conductor del desaparecido programa Más allá del papel. Dos veces nominado para una beca de escritura creativa en la Universidad de Iowa por On the road to dreams. Actualmente continúa sus estudios universitarios de Ingeniería Química. Blog: www.jorgvargas.com

JUAN FERNANDO BERMEO Jóven de 26 años. Viene de la ciudad de Cuenca.

DANIELA CEVALLOS GUERRERO (leyendo a Galeano)

Ella desde el ‘93. No roba, no miente, no ilusiona, no anticipa, no alterna, no transgrede, no hace caso, no se trepa las paredes. Escribe con faltas, lee con trabas, pinta con manchas

ANDI GUILLÉN

Miembro fundador de ArrastraTeatro. Dramaturgo progresista, algunas veces inconciente de cuanto se permite procastinar, trabajando con El Último Jueves desde su sexta edición.


EL ÚLTIMO JUEVES Edición de CUENTOS

AGRADECIMIENTOS: Huilo Ruales Hualca, Yuliana Ortiz, Luis Carlos Mussó, Andi Guillén, Jorge Vargas, Juan Fernando Bermeo, Daniela Cevallos, Elías Urdánigo, SÚMA Laboratorio Cultural, Rosa Wila, Diva Nicotina, Bálsamos Hostal. EDITORIAL: Naty Cuadrado LÍNEA GRÁFICA: eMe.eNe CONTENIDO: Todos los artistas de El Último Jueves de CUENTOS PRESENTADORA: Yuliana Ortiz GESTIÓN: Yoya Gutierrez Marcos Negrete Stephanie Apolo ESCENARIO: Jenny Malena Goya Andi Guillén Mary Pacheco PRODUCCIÓN: Jenny Goya Stephanie Apolo Azael Álvarez Andrea Freire REGISTRO EN VIDEO: Daniel Romero REGISTRO FOTOGRÁFICO: Naty Cuadrado Belén Rodríguez SONIDO: Wilson Murillo Yoya Gutiérrez

150 copias - Marzo 2015


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