franquismo
Franco y la lucha de clases por José Manuel Roca
E
l 18 de julio de 1936, además del golpe militar, hubo una rebelión de las fuerzas sociales que encarnaban el vigor de lo viejo y todavía fuerte contra lo nuevo, débil e inseguro. Fue una virulenta reacción del arcaísmo contra la Ilustración, una apuesta por volver a la España estamental, estática, jerárquica, clerical e intransigente.
El ascenso de la lucha de clases En los países donde impera el modo de producción capitalista, el grado máximo de enfrentamiento entre las fuerzas del capital y las del trabajo por organizar y dirigir el proceso productivo y por decidir, después, cómo se reparte el excedente obtenido, es la guerra civil. Y la última guerra civil española, además de otros factores que contribuyeron a desatarla1, fue el resultado de la lucha de clases que, de forma cada vez más aguda –recuérdense las ocupaciones de fincas, las huelgas generales, los intentos insurreccionales, el pistolerismo, la represión patronal y policial– revelaba la lenta pero imparable descomposición del sistema canovista. Las clases poseedoras, y en particular los grandes propietarios industriales, agrícolas y financieros, que constituían el núcleo esencial del bloque dominante, habían hallado en el conservador régimen de la Restauración el sistema político más adecuado para defender sus intereses económicos y tratar de sumarse a la revolución industrial, aunque conservando formas políticas y sociales propias de la sociedad estamental. Pero en las primeras décadas del siglo XX, dos de los aparatos fundamentales de su dominación –el ejército y la monarquía (otro era la Iglesia)– habían perdido gran parte de su legitimidad, de su función simbólica; de su aceptación y respeto para gran parte de la sociedad, y, en particular, para los asalariados y las clases subalternas. Ante la crisis de la monarquía, a la que Primo de Rivera quiso salvar en 1923 con un golpe militar, la II República llegó por
defecto, casi igual que la primera, más por el abandono de los monárquicos que por el impulso de sus partidarios, la burguesía liberal y reformista y los sindicatos y partidos de izquierda. La II República sería, así, un régimen inestable, sometido a la presión del bloque tradicionalmente dominante, que no se resignaba a perder sus potestades, pero necesitaba una reorganización urgente, y al empuje de las masas obreras y populares que, impacientes, aspiraban, unas, a mejorar su suerte con el régimen republicano, y otras, a iniciar una revolución que las librase para siempre de la sujeción patronal. Entre estas dos estrategias antagónicas se hallaban las fuerzas republicanas, divididas ideológica, política y territorialmente en una serie de pequeños partidos, que electoralmente dispersaban el voto y dificultaban la formación de gobiernos estables. Hay que tener en cuenta tres factores de ámbito internacional que afectaron de modo importante a la supervivencia del naciente régimen republicano. El primero fue la crisis de la bolsa neoyorquina en 1929, seguida, en los años treinta, por la depresión que afectó a las economías europeas, y que, en España, empeoró las condiciones de vida y trabajo de la población, aumentó las demandas de los trabajadores y radicalizó las luchas populares. Y redujo, por otro lado, la capacidad financiera de los programas reformistas de los gobiernos republicanos2. El segundo fue la crisis de la democracia parlamentaria y la instauración en Europa, en bastantes ocasiones mediante la
El Viejo Topo 388/ mayo 2020 / 21