BISEXUALES EN EL AUDIOVISUAL: DÓNDE ESTÁ WALLY POR ELISA COLL
Buscar relatos bis en películas y series es como buscar a quien se ha perdido en el bosque sin chaleco fosforito. Hay que seguir sus huellas, observar el contexto para dar con pistas y partir de que la búsqueda nunca conllevará literalidad: casi nunca se pronunciará la palabra bisexual, así que tendremos que deducirla a partir de lo que ésta significa. Me explico. El documental “La belleza y el dolor“ (Laura Poitras, 2022) recorre la vida profesional, activista y personal de la fotógrafa Nan Goldin, usando de hilo conductor su lucha contra la familia Sackler, responsable de miles de muertes por adicción al Oxycotyn en EE.UU. Muchos de los temas relacionados con el género y la sexualidad se explicitan (gays, lesbianas, trabajo sexual, drag) pero uno permanece innombrado, a pesar de estar constantemente presente: la bisexualidad de la propia Goldin.
Seguimos a la protagonista en su relato por su traumática infancia y posterior refugio en entornos queer. Su primer amigo, David, fue quien la bautizó como Nan y ella a su vez lo ayudó a salir del armario. Después dio con la comunidad queer del local The Other Side y «desde el comienzo me sentí allí como en casa». Goldin continúa narrando sus vivencias en una comunidad lesbiana separatista: “Yo era la rara porque llevaba perlas y me pintaba los labios para ir a la playa. Me enamoré de esta mujer preciosa, fuimos amantes por un tiempo”. Después se enamoraría de un hombre que acabaría agrediéndola físicamente por haber estado con otra mujer.
En una mesa redonda organizada por DisturBi Col·lectiu, la montadora Yaiza González señalaba lo difícil de narrar la bisexualidad sin recurrir a mostrar prácticas sexoafectivas. Y, sin embargo, encontramos la bisexualidad de Nan Goldin mucho más allá de sus relaciones con hombres y mujeres: el hecho de haber sido parte de una comunidad lésbica sintiéndose "la rara"; el haber sufrido violencia de género como castigo por relacionarse con mujeres; el saberse «como en casa» entre personas queer; su participación en la lucha contra el estigma del VIH/sida; y sobre todo, la necesidad de encontrar una familia elegida que te vea como eres, hasta el punto de darte el que será tu nombre para siempre: Nan.
Nuestros referentes no dijeron necesariamente la palabra bisexual, pero en sus vidas encontramos un mapa dolorosamente esclarecedor. Por eso es tan imprescindible entender cómo funciona la bifobia y conocer los factores que se repiten en las vidas bis, incluido el hecho de haber estado narrándolas sin ponerles nunca la palabra. Este documental es otra prueba más de que siempre estuvieron en el activismo queer, y honrarlas pasa por decir su nombre y retratarlas como lo que siempre fueron: una fiera y desgarradora parte del colectivo LGTBIQA+. Ojalá apliquemos cada vez más esa mirada para poder hacerles justicia en el audiovisual, dentro y fuera de la ficción. Y es que, tal y como muestra “La belleza y el dolor”, siempre estuvieron ahí, en ese bosque, esperando a ser encontradas, vistas y reconocidas.
RÉQUIEM POR ROXY POR
Cuando pensamos en “Instinto básico”, seguro que nos viene a la cabeza la imagen de Catherine Tramell, la todo poderosa femme fatale neo-noir interpretada por Sharon Stone. La protagonista del film de Verhoeven no solo determina con su pluma de escritora el devenir de la película, sino que, en una escena como la del recordado cruce de piernas, es capaz de desarmar con su exhibicionismo activo a toda una troupe de policías misóginos, encabezada por el detective Nick Curran (Michael Douglas). Mucha menos tinta se ha vertido en torno a la figura de la amante lesbiana de Catherine, la taciturna Roxanne ‘Roxy’ Hardy (Leilani Sarelle). Es un ser misterioso que, casi a modo paródico (el juego con los estereotipos resulta más que evidente en “Instinto básico”), encarna muchos de los tópicos asociados a los personajes LGTBIQ+, y en concreto, a los personajes lésbicos en el cine de Hollywood.
FRANCINA RIBES PERICÀS
En la figura de Roxy resuenan los ecos de las codificadas castradoras lesbianas del noir clásico, como son la icónica Mrs. Danvers de “Rebeca”, el personaje de Martha en “En lugar solitario” o la inolvidable Madam Jo interpretada por Barbara Stanwyck de “La gata negra”: secundarias antipáticas y sin atributos evidentes, enamoradas en secreto de las protagonistas, cuyo principal cometido es interponerse en la historia de amor heterosexual para intentar asegurar el final trágico que requerían las películas de la época.
El personaje de Roxy añade a todo esto, además, la capa de la erotización que tanto ha marcado la representación lésbica en el cine. Esto quedó patente en cómo los materiales promocionales de “Instinto básico” explotaron el único beso lésbico del film. Es algo que también comprende el propio Nick (que se refiere a Roxy, con ironía, como “Rocky” y le habla de “hombre a hombre”), cuando, después de tener sexo con Catherine, le pregunta a Roxy si le gusta mirar, proyectando en ella su propia curiosidad del voyeur que disfruta observando el gesto “exótico” de dos mujeres besándose.
Como sus predecesoras codificadas, y entroncando con el extendidísimo fenómeno bury your gays, que a lo largo de la historia ha condenado a los personajes LGTBIQ+ a finales trágicos, Roxy está abocada de forma inevitable a la fatalidad: fracasa en su intento de acabar con Nick, y en su voluntad de destruirle, se acaba abocando a su propia muerte. Pero si hay algo llamativo en “Instinto básico”, es precisamente la autoconsciencia que demuestra la película en su voluntad de explicitar todo lo anteriormente codificado en los roles clásicos. Por supuesto, a diferencia de las mencionadas castradoras del noir, el lesbianismo de Roxy sí que es manifiesto, y una no puede más que sonreír al descubrir que, además de una asesina sanguinaria, es también una castradora en el sentido literal: una vez muerta, se nos desvela que de pequeña había protagonizado la masacre de sus dos hermanos varones, utilizando la cuchilla de afeitar de su padre para cortar sus genitales primero y asesinarlos después. Réquiem por Roxy, lesbiana cinematográfica fatal y total.
KENNETH ANGER POR ROBERTA MARRERO
El cine es ya tan antiguo que algunas de sus obras podrían ser denominadas ya piezas de arqueología moderna. Ciudades construidas de celuloide que contienen de manera fantasmagórica y vampírica imágenes embalsamadas de rostros ya perdidos pero hermosos, como el de la divina Marlene Dietrich, la fuerza animal de Anna Magnani o los matemáticos hombros de Joan Crawford caminando de espaldas. También es un archivo de otros mundos que ya no existen, de deseos que siguen siendo los mismos de la actualidad pero expresados de una manera más bella, en un claroscuro blanco y negro o en un rabioso Technicolor.
El cine underground, como contrapartida a la industria oficial del cine, es además una mirada al abismo, a lo oculto, a un mundo que incluso cuando ocurría lo hacía de una manera subterránea, en casas, en bares clandestinos, películas grabadas casi sin recursos. Aquí entra Kenneth Anger, cuyo cine no es solo esa pieza de arqueología de la que hablaba hace nada, es además una joya de denso color rubí o verde murciélago, un trabajo de orfebrería deliciosamente perverso, dandi, marica, motero, callejero y culto, esotérico. Un diamante lleno de aristas para mirar a través de ellas y encontrar cada vez distintos trozos de cristal de colores, girando, creando algo nuevo en cada vuelta, como uno de aquellos caleidoscopios que teníamos de niños, como un viaje de peyote o de LSD.
Anger nació un 3 de febrero de 1927. Según cuenta él su acercamiento al cine fue a una edad muy temprana, participando en una versión fílmica de "El sueño de una noche de verano" interpretando al príncipe encantador. Supuestamente pudo acceder a este pequeño papel a través de su abuela que trabajaba en un guardarropa de Hollywood, esa abuela que le contaría muchos de los chismes que luego utilizaría en sus celebérrimos libros "Hollywood Babylon" (volveremos a ellos luego).
Hay unas fotos de un niño sonriente y espléndido que han pasado a la leyenda Angeriana como sus instantáneas vestido del pequeño príncipe en la película basada en el texto de Shakespeare, una figura infantil con una cabeza tocada de plumas, pendientes y ropa metálica en un bucólico escenario. Muchos ponen en duda la veracidad de estas fotos, incluso del hecho de que Kenneth Anger participara realmente en ese film. En realidad da igual, con las estrellas el mito y la realidad se confunden en una nebulosa biografía en la que importa tanto la mentira como la verdad.
En el instituto, Anger descubre las enseñanzas ocultistas de Aleister Crowley, llamado en la época “el hombre más perverso de Inglaterra” o “la bestia 666”. Queda totalmente fascinado por la figura carismática del mago y gran parte de su filmografía estaría influenciada por él. La máxima de Crowley era “haz lo que quieras será la única ley”, parece ser que Kenneth llevó este lema a sus máximas consecuencias. Abandonó su educación católica y se tatuó el nombre de Lucifer en el pecho.
Anger rueda en la casa de sus padres en Beverly Hills el violento y homoerótico film “Fireworks” en 1947. La homosexualidad era ilegal en aquel entonces en Estados Unidos y se va con su film bajo el brazo a Europa, concretamente a París donde Jean Cocteau lo recibe con los brazos abiertos. Cocteau dice de esta pionera obra de Anger que “viene de esa noche hermosa de la que emergen todas las obras verdaderas. Toca lo más profundo del alma y esto es muy raro”.
Solo tres años después Jean Genet rodaba en Francia su bellísima y también homosexual película “Un canto de amor”, me pregunto si Genet vio "Fireworks" a través de Cocteau (eran amigos), en realidad ambos films no tienen mucho más en común que el blanco y negro, que son los dos de corte experimental y que abordan sin tapujos la homosexualidad masculina, pero sería maravilloso saber si existió en algún momento una conexión Jean Genet-Kenneth Anger. Un canto de amor no se pudo estrenar hasta 1975.
También en Francia Anger volvió al Hollywood dorado del que supuestamente fue parte en su niñez, ese Hollywood dorado que le fascinaba y le repelía al mismo tiempo. Anger es un hijo bastardo de la meca del cine, nunca que se sepa el gran Hollywood le ofreció ningún tipo de contrato cinematográfico y por otro lado ninguna de sus obras tenían cabida en esta industria marcada (no en sus inicios pero sí desde la década de los años 30 del siglo XX con el código hays hasta 1966) por la censura más castrante, un código que impedía mostrar en pantalla cosas tan dispares como formas de vida incorrectas, drogas, actos blasfemos y por supuesto la homosexualidad y el erotismo en general. Directores como Alfred Hitchcock burlaron toda esta censura de manera brillante en películas como "Rebeca" (1940) con ama de llaves lesbiana obsesionada con su señora muerta incluida o en "La soga" (1948) la historia de una pareja de homosexuales que asesinan a un tercero y dan una elegante cena sobre su cadáver metido en un arcón.
Anger, decía, volvió a hacer las paces con el gran Hollywood pero como él solo sabía hacerlo, dando a estrechar al bulevar de los sueños rotos la mano fría y diabólica de un muerto. Escribió buena parte de la chismología hollywoodiense que corría por los pasillos en la época en que su abuela trabajaba de guardarropía, una colección de anécdotas jugosas, muchas de ellas nunca probadas. Según Anger el director de cine Friedrich Wilhelm Murnau (por cierto, también ocultista) murió en un aparatoso accidente de coche mientras le hacía una felación a su chofer o la historia de Ramon Novarro y su dildo Art Decó con la firma en plata de Rodolfo Valentino, regalo del propio actor.
Parece ser que esta primera edición francesa (prohibida en toda Europa) era bastante distinta a la que años más tarde se publicó en Estados Unidos, con una exuberante Jayne Mansfield en la portada, de lúbrica boca entreabierta de color sangre y pronunciado escote, rubia platino y joyas ciertamente (como el título del libro) babilónicas. Mansfield, la reina del sexo, amiga del Papa Negro Anton LaVey (a su vez conocido de Anger) y que murió en un mítico accidente de automóvil. La peluca de Miss Mansfield salió volando por el impacto y en las fotos que se tomaron en el momento parecía la cabeza de la actriz separada del cuerpo, por lo que se difundió la macabra y espectacular leyenda de que la actriz murió decapitada. El propio LaVey contaba que la noche que murió la Mansfield él recortó una foto de él de la prensa con unas afiladas tijeras y al darle la vuelta vio que había cortado la cabeza a una foto de Jayne que había en la parte trasera de la página.
El "Hollywood Babylon" de Anger contiene una extensa colección de fotografías de divas del cine, apuestos actores, majestuosos decorados de cine, una habitación de hotel destrozada por una estrella del celuloide, recortes de prensa y fotos truculentas de muertos. Lo glamuroso y lo miserable en un libro ya mítico que es como una revista de papel cuché intelectual y cruel.
"Hollywood Babylon II" fue publicado en 1984 con una crepuscular Elizabeth Taylor en la portada. La actriz sentada vestida de color púrpura, luce una generosa subida de peso por su adicción a las drogas y el alcohol, pelo cardado y espeso maquillaje.
Anger lleva décadas amenazando con un tercer volumen de la saga que nunca se ha publicado por miedo a las represalias legales. Lo divertido es que Anger afirma en cada entrevista que todo lo que cuenta en estos jugosos libros es verdad. Otra vez, ¿qué más da?, son maravillosos igualmente. Yo particularmente me creo todo lo que me cuente Kenneth Anger.
Llegados a este punto he de confesar algo que quizás el lector ya haya adivinado a estas alturas: me fascina lo marica cuando era ilegal, prohibido, cuando tenía ese tinte salvaje, cuando venía de lo lumpen, pero de ese lumpen lujoso del que formaban parte Candy Darling o Holly Woodlawn (ambas super estrellas trans de la factory Warholiana) o todas esas rarezas humanas y travestís que con tan buen gusto fotografiaron Diane Arbus y Nan Goldin. Esa estirpe de perdedores hermosos que desafiaban al mundo de manera arrogante y afilada, como si fueran cuchillos de plata abiertos, diciendo: brillo y corto al mismo tiempo, no te me acerques demasiado. Anger es el tejado puntiagudo y gótico de una fastuosa casa llena de inmensos salones, como los salones de sociedad o espiritistas del siglo XIX, untuosas estancias en las que podríamos encontrar a Jack Smith y su orgiástisco reparto de su película "Flaming Creatures" hablando de chulos con Divine, impecablemente maquillada como en el final de "Pink Flamingos". Andy Warhol filmando una mamada tras sus impenetrables gafas de sol. Ed Wood explicándonos cuál es su suéter favorito de angora o a James Whale contando todo el subtexto queer de su película más famosa: la novia de Frankenstein. Cabe en esta fabulosa casa que me estoy imaginando hasta Verlaine pidiendo perdón a Rimbaud por dispararle, Sebastian Melmoth (el nombre que Oscar Wilde adoptó en parís después de abandonar la prisión para pasar desapercibido) recitando su balada de la cárcel de Reading o Caravaggio discutiendo si la pintura está muerta y debería abrazar la creciente industria del cine y hacer porno.
Dejo reposar lo escrito hasta ahora. Almuerzo, me doy una ducha, leo un rato un libro de cartas escritas por William Blake y al abrir Instagram me entero de la muerte de Kenneth Anger. Justo quería escribir este texto no solo por mi adoración absoluta por el artista, también quería hacerle un pequeño y humilde homenaje en vida. No quería escribir un panegírico sobre un difunto, no me gustan los obituarios, ni que la gente que admiro se muera. En mi inocencia creía que Anger (que era casi un siglo, tenía 96 años) iba a vivir para siempre. Una de sus últimas apariciones lo mostraba con melena larga peinada hacia atrás, elegante en
su vejez, uñas largas, parecía un rey vampiro de Los Ángeles vestido con una larga bata carmesí, tocaba el Theremin junto al guitarrista Brian Butler. El sonido lúgubre y marciano del Theremin solo agigantaba la presencia espectral de Anger, era una visión divina. He prendido una vela por el alma de Kenneth, para que no se pierda en su viaje a las estrellas. Se me ha quedado en el tintero hablar de su relación personal y artística con otra de mis creadoras y personas favoritas del mundo, la mujer escarlata Marjorie Cameron (o como ella prefería ser llamada, solo Cameron). La bruja de pelo rojo y pesadas pestaña postizas que roba todo el protagonismo al resto del reparto (incluida Anaïs Nin) en el film de Kenneth Anger “Inauguración de la cúpula del placer” del año 1954. De su amistad con los Rolling Stones, Marianne Faithfull o Bobby Beausoleil, integrante de la familia Manson. De cómo fue un pionero en el uso de la música en sus películas que eran todas mudas, como diría Norma Desmond en "El crepúsculo de los dioses" de Billy Wilder: “podíamos decirlo todo con los ojos”, de aquella noche que pasé en la filmoteca de Copenhague viendo en pantalla grande no solo su clásico ciclo de la lámpara mágica sino también algunas de sus nuevas piezas, incluyendo la hermosa y perversa “Ich will”, una revisión de antiguas imágenes de propaganda Nazi convertidas en un poema visual dorado, sensual y venenoso.
Con Anger se muere una forma de hacer cine, de hacer arte. Un cine y un arte sin ningún afán político ni redentor, un cine y un arte que vivía y moría por la belleza, subversivo, denso en su puterío sobrenatural, que mezclaba sin tapujos la alta y la baja cultura, la carne y el espíritu, lo seductor y lo obsceno. Pienso que las películas de Anger tienen olor a flores, a incienso, a cirios, a divinidad, a perfume de mujer mezclado con polvos de maquillaje y al cuero de las chaquetas de los ángeles del infierno.
No quería acabar así este texto, pero: Descansa en paz Kenneth Anger. Gracias por todo.
Roberta Marrero
CARTA PARA OCAÑA
POR MARINA
Me pregunto qué hubiera sido del país y del colectivo sin ese primer gran acto de visibilidad LGBT que tuvo lugar en Barcelona el 26 de junio de 1977, sin esas personas que a lo largo de la década llenaron las calles de la ciudad de esperanza y libertad, enmarcadas en ese movimiento contracultural precursor de la famosa movida madrileña. Me pregunto también cómo sería “Marina” si hubiera nacido en otra época y en otro sitio, si no hubiera tenido justo detrás mío esa herencia del espíritu canalla inequívocamente barcelonés. Casualidad o no, lo que sé es que Ocaña fue la primera travesti que me inspiró, que sembró algo en mí, aunque no fuera capaz de reconocerlo como tal en ese momento. Debí ver “Ocaña retrato intermitente” a los veintipocos años y en aquel entonces ni siquiera podía intuir que acabaría haciendo del arte del travestismo mi profesión. Ocaña, que siempre entendió la calle como el espacio que había que ocupar y conquistar, había convertido la Rambla en su escenario y se paseaba performando a una mujer cuya falda levantaba, mostrando con toda naturalidad sus genitales. Ese gesto, mezcla explosiva de provocación y elegancia, despertó mi primera pulsión travesti, aunque no sería hasta más tarde que entendería realmente el impacto que su figura y su discurso habían generado en mí.
Cuando a veces me siento indecise y me pregunto hacia dónde tirar con mi trabajo, miro hacia el pasado, porque no sólo se trata de un ejercicio de memoria, sino de creatividad e inspiración. Y Ocaña es como ese lugar al que siempre vuelvo; un artista que se desnudaba (también de forma literal) y dejaba media vida en cada cosa que hacía. “Yo no tengo intimidad, mi intimidad está en las calles”, decía.
Las que me conocen bien, saben que mi carácter es más bien introvertido y tímido, ¿quién iba a decirme que sería capaz de desnudarme en televisión? Probablemente ese gesto sea una de las cosas de las que más orgullose estoy. Y todo se lo debo a él. A un artista cuya relación con el cuerpo era directa y visceral, que lo entendía como su principal herramienta, como la gente del teatro o los bailarines. A día de hoy si alguien me pregunta qué es el drag le respondería; cuerpo e imaginación, nada más. Un cuerpo que incluye un rostro y un rostro que incluye una boca, con la que la travesti habla, canta, grita o calla. Así de vasta y bella ha sido su influencia sobre mí, como ese profesor que te enseña algo que te acompaña para siempre.
TERROR CON ORGULLO
Una de las máximas que quien esto escribe no se cansa de repetir es aquella de que el cine de terror nació siendo abiertamente queer. Tan solo hay que tener en cuenta nombres como los de F.W. Murnau o James Whale, piezas clave en la construcción del imaginario del cine fantástico y de sus primeros iconos, y abiertamente homosexuales en la industria cinematográfica de principios del siglo XX. Al primero, le debemos su versión libre del Drácula de Stoker con “Nosferatu”. Al segundo, una serie de aportaciones al terror de la Universal no exentas de lecturas al margen de la heteronorma: del histriónico doctor Pretorius de “La novia de Frankenstein” a villanos como el monstruo de Frankenstein o el hombre invisible como codificaciones queer de la sociedad. Dicha visión monstruosa de las personas LGTBIQ+ sería explotada por el cine durante décadas, siendo el empoderamiento por parte del propio colectivo lo que acabase haciendo suyos a personajes como Norman Bates o la icónica Angela de “Campamento sangriento”, cuyo (problemático) desenlace (aquel en torno a su genitalidad) pasaba a ser objeto de culto y convertía a la protagonista en psychokiller a quien hay que saber leer bajo todas esas capas de incorrección política con la que se presentaba. En su secuela, “Campamento sangriento 2”, no solo nos encontramos ante la redención de la villana como objeto pop, sino también con una clara aliada de la lucha heteropatriarcal (porque el cine camp, siempre ha estado al margen de lo establecido) en cuyo bodycount ya aparecen mensajes meta que se reían (allá por 1988) de las normas del subgénero slasher.
Ya en la actualidad, otros dos títulos que subvertirán lo entendido como canónico serán “El desconocido del lago” y “Knife + Heart”, propuestas francesas que alzaron la bandera del orgullo y la ondearon sin miedo al qué dirán. En la primera, dirigida por Alain Guiraudie en 2013, los alrededores de un lago en el que se practica cruising serán el espacio en el que se desarrolle una trama de misterio y asesinatos a lo Agatha Christie. En la segunda, que Yann Gonzalez nos trajo en 2018, el mundo del porno gay en el París de finales de los 70, es el marco para un neogiallo con Vanessa Paradis como productora en mitad de una vorágine de desamor, muertes, sexo y un atisbo de esperanza que asoma como reivindicación del colectivo como esa familia escogida junto a la que combatir el sistema heteropatriarcal.
POR JAVIER PARRA
Hubiera necesitado ver “La amiga de mi amiga” de adolescente. Me hubiera impactado y ayudado en muchos sentidos. Acabo de verla y esto es lo que he escrito: ”Auténtica. Brillante la cinematografía, la música y el diálogo. Pocos elencos trabajan con tanta credibilidad. Le da 10.000 vueltas a lo supersubvencionado y a lo televisivo. Una pasada. Congrats. Una serie pero ya.”
"LA AMIGA DE MI AMIGA" POR MARTA BALLETBÓCOLL
De joven, con mi falta de aceptación a cuestas, hubiera reparado poco en la acción y me hubiera encandilado de todos los personajes, por lo bien que trabajan las actrices. Es una maravilla la dirección de Zaida Carmona-y su interpretación!-. Te crees a todas las intérpretes (a Marc también). Y es esta autenticidad la que me hubiera enamorado. En “La amiga…” hay verdad, hay humor (del dolor, claro), está trufada de diálogos inteligentes y repleta de ideas, algunas de las cuales se plasman en la cinematografía de forma superinteresante. A mí me va esto. Y me va el montaje, qué delicia de ritmo. Y me va Barcelona. Y ver cómo el guion acoge a las nacidas aquí de raíces de allá. ¡Qué maravilla de película para gente enamorada de su país! Sí, me hubiera ido bien verla de joven, me hubiera fortalecido la autoestima y me hubiera sentido orgullosa de mi orientación sexual. No fue así, me entristece pero me alegra presentir el futuro que le espera a la troupe entera del filme! ¡Congrats y a por otra!
AVENTURAS Y DESVENTURAS DE UNAS PROGRAMADORAS EN BUSCA DE PELÍCULAS BOLLERAS
Jamie Babbit, 1999
Corrían los primeros días de enero de 2023, uno de los pocos meses en los que las temperaturas bajan en la costa catalana, cuando tres programadoras de la Mostra Internacional de Films de Dones de Barcelona, soñando con un futuro de días luminosos y puestas de sol tardías tuvieron una brillante idea:
- Este año queremos hacer una programación al aire libre festiva y veraniega, dejemos de lado por una vez las películas de tres horas, el intimismo, la reflexividad… El público en junio sólo quiere comerse un helado viendo una comedia romántica bollera, pensaron.
POR EL EQUIPO DE LA MOSTRA INTERNACIONAL DE FILMS DE DONES DE BARCELONA
Nada parecía fallar en su planteamiento, una idea cósmica para hacer de la sección Cinema fora de lloc, que año tras año organizaban en las plazas de Barcelona, un lugar de encuentro para las identidades disidentes de la ciudad. Así, empezaron a pensar en películas noventeras que se hubieran ganado un cierto renombre gracias al boca-a-boca de las comunidades bolleras y queer, películas que ni mucho menos eran desconocidas si no que se habían ganado a pulso la categoría de míticas y se habían proyectado una y otra vez en salas de estar de pisos compartidos, centros sociales o en las pantallas de los portátiles dentro de la intimidad de una habitación. Estas tres programadoras querían recuperar el goce del visionado colectivo en el espacio público, una experiencia más bien extraña para el tipo de películas que deseaban programar. Se pusieron entonces manos a la obra: quizás sería bonito programar alguna película de la icónica Jamie Babbit, que ha dedicado toda su carrera a explorar de manera humorística las identidades lesbianas desde lo individual y lo comunitario. Sería interesante recuperar también aquella película amateur de bajo presupuesto sobre un grupo de amigas, creo que se llamaba “Go Fish”. Por qué no programar “The Watermelon Woman”, que ha ido ganando fama poco a poco y, además de abordar las relaciones entre mujeres, también da cuenta de la importancia de las genealogías y los referentes. También habría que volver a visibilizar el trabajo de Marta Batllebò-Coll, la primera directora catalana que representó en la gran pantalla el romance entre dos mujeres… ¿Qué podría salir mal?
El oficio de programación y producción de festivales tiene mucho en común con el de las espías, investigadoras o exploradoras de mundos virtuales. Una gran parte de las horas de trabajo se invierten en mirar con lupa los pies de página de distribuidoras y festivales, intentando identificar a quién pertenecen los derechos de tal o cual película. También en dejarse llevar por olas de mails con decenas de personas en CC que discuten entre ellas sobre la propiedad de esos mismos derechos.
“THIS IS THE ETERNAL QUESTION THAT NO ONE CAN FIGURE OUT!”
En su correo del 6 de febrero de 2023 la actriz
Guinevere Turner -conocida por sus personajes en series como “The L Word (2004-2009)” o películas como “Itty Bitty Titty Comittee”
(Jamie Babbit, 2007)- reaccionaba a nuestras pesquisas tratando de localizar una copia proyectable de la película “Go Fish” (Rose Troche, 1994) con la siguiente frase: “Esta es la eterna pregunta que nadie puede resolver”. Más adelante nos proponía proyectar la copia sin pagar a nadie por sus derechos, dada la incerteza alrededor de su propiedad. Muchas llamadas, mensajes en contestadores al otro lado del Atlántico y mails sin respuesta más tarde, acabamos por aceptar una solución en la línea de la que proponía Turner. Algo muy parecido sucedió con “But I am a Cheerleader”
(Jamie Babbit, 1999) cuya directora finalmente hubo de redactar de su puño y letra una carta cediéndonos los derechos de reproducción en Europa ante las dudas sobre la titularidad. Estos largos recorridos de investigación nos hicieron tirar la toalla en el caso de películas como “The Incredibly True Adventure of Two Girls in Love” (Maria Maggenti, 1995) que finalmente no se proyectará en el ciclo después de que el trabajador de la filial de una gran corporación cinematográfica nos recomendase “no molestar a Internacional con estas preguntas”.
Más allá de las largas horas de búsqueda, inherentes al oficio de las programadoras que trabajan en circuitos experimentales y alternativos, nos preguntamos qué ocurre para que el proceso de localización de algunas de estas películas mainstream y de gran renombre, sea tan opaco. ¿Sucede lo mismo con las filmografías de los directores contemporáneos y compañeros del New Queer Cinema? ¿O es que las productoras y distribuidoras no han prestado a la películas dirigidas por mujeres lesbianas la atención que merecen, siendo como son las únicas que representan los deseos e inquietudes de esta orientación sexual? ¿O, en definitiva, no han prestado atención a prácticamente ninguna película dirigida por mujeres y otras identidades disidentes?
UN ACTO DE SUPERVIVENCIA
No es la primera vez que como programadoras nos encontramos en callejones sin salida. Recordamos, por ejemplo, la programación de algunas obras que Rosa Martha Fernández realizó como parte del colectivo Cine Mujer de México. La propia directora guardaba copias de sus películas en VHS y DVD, muy deterioradas por el paso del tiempo. Ningún archivo o distribuidora se había encargado de recuperar y poner en circulación estas obras. También la dificultad de conseguir copias de calidad de los cortometrajes que Cecilia Bartolomé realizó en la Escuela Oficial de Cinematografía y de sus obras posteriores, cuya distribución gestiona en su mayor parte la propia directora. Como cinéfilas e investigadoras no nos sorprende encontrar en las mujeres cineastas de todos los estadios de la historia del cine a directoras que a la vez son productoras, distribuidoras, guionistas, fotógrafas y directoras de arte. Todo a la vez, puesto que solamente así conseguían hacer circular sus piezas. Así, nos sorprende el ímpetu de pioneras del experimental como Maya Deren, que organizaba proyecciones de sus películas en el salón de su casa y que finalmente alquiló el teatro Provincetown Playhouse para proyectar tres de sus piezas bajo el lema de “Three Abandoned Films”. Nos parece que hay una clara conexión entre el circuito de distribución de Deren y la decisión de colgar la filmografía en abierto de directores como TJ Cuthand, que programamos el año pasado con motivo del 28J.
Estamos llegando al final de este texto y esperamos que la narración de las aventuras, desventuras y los sudores fríos de estas tres programadoras en busca de cuatro películas para una programación de comedias bolleras, den cuenta de la importancia de la transparencia en los circuitos de distribución. Si las copias no son accesibles, las cineastas no se estudiarán en las escuelas de cine o universidades, no se incluirán en los textos críticos, en los libros ni en investigaciones. Si los recorridos de derechos no son transparentes, las películas no se programarán en los festivales, sino que quedarán atrapadas dentro de los -también importantes- circuitos de distribución alternativos, generalmente virtuales. Si las productoras y distribuidoras no se interesan por películas generadas por cineastas disidentes, continuarán siendo accesibles únicamente para unos pocos. Como decía Adrienne Rich en su texto "Cuando las muertas despertamos, escribir como revisión" (1971): “Re-visión, el acto de mirar atrás, de mirar con ojos nuevos, de asimilar un viejo texto desde una nueva orientación crítica, esto es para las mujeres más que un capítulo de historia cultural; es un acto de supervivencia.”
Mirar atrás requiere un sobreesfuerzo cuando la genealogía que tratas de reconstruir está formada por personas disidentes de género, con orientaciones e identidades diversas. Sin embargo, construirla se convierte sin duda en una celebración y en un acto de supervivencia.
¡Vivan las comedias bolleras y vivan las proyecciones colectivas al aire libre!
Equipo de la Mostra Internacional de Films de Dones de Barcelona
María Zafra Cortés
Alba Villarmea Sancho
Marta Romero López
AMAR Y DESAMAR, LOS ARCHIVOS QUEER Y LA VENGANZA ZOMBIE
Estaba hablando con Celeste en una terraza mientras discutíamos sobre memorias/archivos de amores y desamores del pasado y del futuro. Mira que nosotres sí que conocemos el tema, las personas trans hemos estado en ese umbral claroscuro que comparten los amores ‘de película’ y los de ‘la realidad’, habitando el umbral y rara vez en uno de esos dos lugares. Me atrevo a decir que es una particularidad de casi todas las personas queer.
Celeste me contaba acerca de “Giselle”, una obra romántica de ballet estrenada en 1841. “Es un ballet muy queer” me decía “se trata de mujeres zombies en busca de venganza”. Celeste, tienes toda mi atención. Una mujer que solo desea bailar, se enamora de un hombre (diremos cis) que - spoiler que se veía venir - la engaña con otra mujer. Invadida por la ‘locura de la traición’, nuestra bailarina muere para convertirse entonces en una Willi, un espíritu nocturno del bosque que pertenece a un séquito de mujeres muertas que matan a hombres después de la media noche.
Cuando el tipo en cuestión llega a la tumba de “su amada” en busca de redención, se encuentra a una fiesta de mujeres espíritus vengadoras que hacen bailar hasta la muerte a sus víctimas. Nada más queer que la venganza es hacer bailar a alguien hasta la muerte. Sin embargo, Giselle, conmovida por las súplicas del desdichado, le da su aliento para que siga y resista hasta la llegada del alba. El amanecer, desvanece a las Willis - Giselle incluída - salvado así, el traidor.
“Me da un poco de bajón que al final siempre ELLA es la sacrificada”. Ya, pero me quedaré con esto de las zombies vengadoras.
Ya se ha dicho que hay algo de los monstruos y fantasmas que siempre ha representado lo queer. Por un lado, retratar lo aterrador para la sociedad nunca ha sido un acto inocente, y es por eso que las identidades (o actos, formas de hacer) ‘desviadas’ han estado en ese lugar. Y por otro, parafraseando a Carmen Machado, ha sido mostrar lo que ha sido escondido, como el pasado, el deseo, ‘la muerte viva’, como les zombies, es un ejemplo perfecto que muestra que el pasado no se puede suprimir, porque “vuelve de formas aterradoras”.
En eso estamos las personas queer, dándole vida al pasado, inventándonos archivos en una historia - más bien, unaS historiaS - de donde nos han querido borrar.
Pensé en todo esto mientras veía “Cantando en las azoteas” (Enric Ribes, 2022), un hermoso largometraje que narra la soledad queer. La película es catalogada como ‘docuficción’, y quizás es por eso que nos devuelve (y trataré de no hacer spoiler) y nos resignifica el concepto, pues la soledad queer también es expansión, es salir de lo nuclear, cuidar sin prejuicios ni muchas preguntas, entender los vínculos de otra manera.
Esto último es lo que al final significa ‘ser queer’. Implica habitar con otras perspectivas, siendo les monstrues de las películas, el temor a la norma, les que reviven, les que se vengan pero también les que perdonan. Está muy claro que la ficción es ese lugar donde construímos y construiremos nuestro archivo, nos imaginaremos infinitas formas de ser, y reivindicaremos la pantalla para amar y desamar, a nosotres mismes y a les otres.
Ribes, 2022