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El Cautivo
from Cruz de Guía 2022
Manuel Victor González Silva
Era la primavera del 2009 y andaba yo librando mi particular batalla contra esa enfermedad que tanto nos asusta y que me había hecho una inesperada visita a principios de ese año. Estaba recuperándome de la segunda intervención quirúrgica en pocos meses y pasaban lentas las horas en esa habitación del Hospital Civil de Málaga. Vagaba mi imaginación por los lejanos campos extremeños que estarían cubiertos de verde en esos días de abril, y así entretenía los largos periodos en que nada sucedía y solo esperaba conseguir la ansiada recuperación. Los rituales de curas, cambios de apósitos y administración de medicamentos rompían la monotonía de cada jornada. Era sábado por la mañana y la habitual cadencia de sonidos y pisadas se vio alterada por un lejano rumor de instrumentos musicales. Destacaban las trompetas que junto con los clarinetes y los trombones suavizaban el rítmico redoble de los tambores que se iban percibiendo cada vez más cercanos. El día apenas había comenzado y esa inesperada cercanía de la música se vio pronto acompañada de una frase repetida por todo el personal de la planta Primera del Hospital. Inmovilizado en la cama sentí una particular identificación con esa expresión que resonaba como un eco por los pasillos. “El cautivo está llegando…” Me veía a mí mismo cautivo, entre drenajes y sueros asistiendo atónito a un hecho que intuía se estaba desarrollando cerca de mí aunque inaccesible a mis ojos. ¿Qué cautivo estaba aproximándose a esas horas?
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En los siguientes minutos, entre los sobrios compases de una banda de música que interpretaba una sobrecogedora marcha procesional y los desgarradores “quejíos” de una Saeta, intentaba explicarme el origen de todo aquel revuelo. Se trataría seguramente de algún acontecimiento en relación con la inminente Semana Santa, pero un sábado y a hora tan temprana no alcanzaba a comprender su significado. Posiblemente un último ensayo antes de entrar de lleno en la semana de los desfiles procesionales. Conforme iba sintiendo la proximidad de la música y de la algarabía que llegaban hasta mi ventana, alguno de los acompañantes salió a preguntar por la causa de este acontecimiento que transformó la habitual paz mañanera del centro hospitalario. Y la explicación era la misma que veníamos escuchando desde el principio: el cautivo está llegando…
Y, efectivamente, estaba llegando el Cautivo con mayúsculas, el Señor de Málaga. El impresionante Cristo de la Semana Santa malagueña pasaba por los aledaños del hospital. Era Sábado de Pasión y la Real, Muy ilustre y Venerable Cofradía de Nazarenos de Nuestro Padre Jesús Cautivo, María Santísima de la Trinidad Coronada y el Glorioso Apóstol Santiago, celebraba el traslado de sus titulares desde la Parroquia de San Pablo hasta la Casa Hermandad para preparar su salida procesional el Lunes Santo. En ese recorrido hacía su tradicional parada en la puerta principal del Hospital Civil donde le esperaban, entre un numeroso gentío, un nutrido número de pacientes en sus sillas de ruedas colocadas en las escaleras de la puerta principal y una abundante representación del personal sanitario. El Cristo sufriente se acercaba a esos hombres y mujeres que estaban bajo la carga de la enfermedad para compartir con ellos su dolor y acompañarlos en sus padecimientos. También para infundir ánimo y esperanza a ellos y al personal que los cuida.
Mientras se iban apagando los ecos de la música y volvía a instalarse la normalidad en la vida del centro sanitario fui escuchando de labios de familiares y enfermeras los detalles del emotivo acto que no pude contemplar pero que intuía que cobraba un sentido especial en ese momento de mi vida. Algunos años después, quisimos ver en la calle al Señor Cautivo, a ese Ecce Homo que con mirada transida de sufrimiento acepta la humillación y el dolor a que le someten en la víspera de su Pasión. Con su blanca y larga túnica caminaba lentamente por las calles de su barrio de La Trinidad, moviéndose al viento sus vestiduras y pasando por encima de la multitud en humilde y serena actitud. La impresionante talla adquiere vida al cadencioso paso con que le portan los doscientos cincuenta cargadores y en la noche malagueña del inicio de la Semana Santa parece que quisiera acercarse a los numerosísimos fieles que en religioso silencio se agolpan para verle y venerarle y también para hacerle sus promesas acompañándole en recogido silencio. Desde entonces, siempre que podemos, tenemos una cita, el Lunes Santo por las calles, con el Señor que se acercó a visitarme a aquella habitación en la que, sin llegar a vernos, me liberó de las ataduras que me tenían cautivo en esa cama del hospital.