Cruz de Guía, la que va abriendo el camino, la que nos muestra el sendero, la que nos predispone a vivir, en nuestras calles, el Misterio de la Redención de los pecados de la Humanidad, por el Hijo de Dios hecho hombre y muerto en la Cruz. Y en nuestra vida, ¿dónde hemos de poner los ojos para tener un referente y ser conducidos en nuestro caminar? ¡En la Cruz! Nuestra guía, la Cruz. Abrazados a ella, podremos seguir siendo corredentores con Jesús en bien de la Iglesia. Mirar ese noble madero, símbolo del más grande Amor de Dios hacia los hombres, me inspira estos versos. (Del libro de mi autoría “Por la Cruz a la Luz”).
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I
Madero santo, noble, fiel fecundo… Astillas de divinidad regadas con sangre del Cordero y derramadas en gotas de inefable amor al mundo.
Delante de la Cruz, dolor profundo: el mío. Y vergonzosas mis miradas que suben hasta Vos, luego bajadas por esta iniquidad en la que abundo.
Quisiera ser palabra prisionera juzgada y rea a vuestra Cruz asida. Con ella el corazón y el alma entera.
Mi cruz, junto a la Cruz, quede prendida desde este mismo instante hasta que muera y así, clavada en vuestra Cruz, mi vida. II
Tres ríos de pasión, rojos, brotaron del cuerpo del Señor por mi desvío. Por mí, por pecador y por impío, tres clavos su inocencia atravesaron.
Los yerros que su carne traspasaron hendieron su sudor, letal rocío, sus llagas, su temblor, su escalofrío… Mis ojos de pesares se nublaron.
Mas otro río veo en su agonía: costado abierto, muestra de tormento, que abrasa, en el dolor, el alma mía.
Fui yo aquel centurión y así lo siento. Con Él, oh Dios, me crucificaría si en algo le aliviare el sufrimiento.