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De las Biblias en las mesillas

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Cruz de Guía

Cruz de Guía

Angel Gómez Díaz

Muchos hemos crecido con esa imagen de biblias de distintas ediciones, colores y grosores en las mesillas de nuestros padres, abuelos y hasta en las nuestras propias.

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Eran compañía habitual de los flexos o lámparas de noche, de los “pedritos” de turno o los yadró de los más pudientes y de los vasos de agua (bálsamo de las gargantas resecas o de los malos sueños).

Allí estaban esas biblias sempiternas e imperturbables. Siempre prestas a unos versículos o a recordarnos en silencio la última oración vivida o ausente, o la última devoción pendiente, o el siguiente precepto a cumplir.

Aún hoy algunos tratamos o nos empeñamos en mantener esas biblias en las mesillas de nuestros hijos, y en las nuestras propias. Y hasta en algún momento hemos buscado la versión infantil y animada de la Palabra para leérsela a los niños en algún momento.

Incluso, confieso, que en días de limpieza y orden, sigo rescatando y descubriendo misales, rosarios con cuentas perdidas, y devocionarios con estampas de marca páginas que olían a mis abuelas, y todavía “sonaban” a sus rezos.

Y luego están las iglesias, las capillas, los templos y las sacristías con sus ambones y sus atriles y su colección de biblias y misales. También impasibles, yermos o fértiles según las miradas, según los ruidos o los silencios.

En cualquier iglesia, por austera y sencilla que sea, no falta el ambón y la biblia como no falta en el pozo su brocal.

Esa imagen de la biblia en las mesillas, en los púlpitos y atriles, firme, serena, sencilla…. es Palabra entre pastas que nos habla, es Vida sin abrirse que nos llama sin nombrarnos, es Amor que nos conoce sin presentarnos.

Y entre tanta biblia aquietada y entre tanto misal con su boato, he visto declamar (que es mucho más que leer o proclamar) la Palabra sin que después se sintiera ni una palabra, y he visto “analfabetos” de templo y lectura caminar rebosando versículos con la inocencia con la que un niño juega en la arena.

Y entre tanta biblia y tanto devocionario, entre tanto golpe en el pecho y tanto precepto cumplido e incumplido, he visto mucho cristiano sin techo ni incienso, y mucho incienso y mucho techo sin cristianos al pie de la Palabra y con la Palabra como pies.

Porque a mí, ahora que vivimos más o menos con las biblias en las mesillas o no, con los misales en los altares o no, o incluso ya recurrir a esas app que nos rezan y nos leen el evangelio, y nos lo explican, y nos lo cuentan y nos serenan y nos llevan a orar; lo que me sale y me llama es cuestionarme la necesidad de la Palabra de Vida y en la vida.

¿Cuántas veces tenemos la oportunidad de poner en pie esa Palabra en los gestos más sencillos, en los momentos más cotidianos, en nuestras costumbres más banales, con los más cercanos?.

¿Cuántas veces tenemos la oportunidad de tratar a los demás con amor o cuestionarnos nuestra propia forma de amar, de no juzgar, de perdonar, de acoger, de ayudar, de aliviar, de evitar un conflicto, de comprender a otros, de ser generosos, de consolar, o de ser humildes…?

¿Cuántas veces tenemos la oportunidad de abrir la biblia de esas mesillas y de esos atriles con nuestras actitudes y acciones?. ¿Somos conscientes de ello?. ¿Tomamos conciencia de ello?.

A medida que pasa el tiempo uno va sintiendo que la Palabra es un camino incesante de preguntas y para preguntarnos. A veces nos frustramos y nos frustraron con el mandato imperial de entender las respuestas que estaban en la Biblia.

El tiempo y el amor o el tiempo con su amor van demostrando que en la Biblia de las mesillas y de cualquier rincón “está el camino de migas de pan” de aquellas preguntas que necesariamente nos llevan a vernos en lo profundo y nos invitan a ver al otro en su “ser” profundo.

Una biblia abierta nos habla en cualquier versículo. Una biblia cerrada nos pregunta siempre, nos llama siempre y nos grita a la obra de la Palabra y con la Palabra.

Que no falten biblias en las mesillas, pero sobre todo que no falte Palabra en la calle, preguntas en el corazón, ni inquietud de amor en el alma. Esa inquietud que te mueve a buscar amar más y mejor sin juzgar si otros aman menos o peor.

Por eso la Biblia no pasa de moda, ni de tiempo, porque una biblia cerrada en una mesilla o en un templo es una Palabra llena de estruendo. No caigamos en la tentación de pensar que la Biblia y lo que dice es para los demás, para los otros, o para evaluar lo que hacen o no hacen… La biblia nos llama y nos habla a nosotros, a cada uno.

Adoro y creo en la Palabra que me lleva a las preguntas de cómo servir más y mejor, de cómo “ser” para “hacer”. Adoro las personas que son esas biblias sin pasta con su ternura, con su sonrisa, con su compañía, con su compasión o con su cercanía.

Sigo con la biblia en la mesilla y animo a que las tengamos, siempre que simplemente mirarlas nos lleve a cuestionarnos si hemos hecho bien a alguien, si lo hemos podido hacer mejor, si hemos hecho mal y cómo remediarlo o enmendarlo. Una biblia no nos hace mejores, nos alimenta para no desfallecer en el objetivo de ser mejores para nosotros y para los demás.

Yo quiero biblias en las mesillas y en los ambones y en los atriles y en los altares, en los bancos y en los colegios, si nos llevan a sentir que en ellas están nuestras preguntas, el “camino de las baldosas amarillas” hacia amar sin reservas, sin recelos.

Abrir la biblia es mucho más que separar sus pastas y desempolvar páginas y recitar o pasear santos, abrir la biblia de verdad pasa por abrirnos a la oportunidad de aceptar al prójimo, de cuidar de él, de respetarle, de ampararle…. En lo pequeño y en lo grande…

Y aún hoy recuerdo esa biblia en mi mesilla. Y aún hoy me espera esa biblia en mi mesilla para seguir preguntándome y descubriéndome al Dios de las infinitas formas de amar: a través de su Hijo sacrificado, de la cruz, del desierto, del silencio; a través del Jesús expulsando mercaderes y mercaderías del templo; al Jesús de los necesitados y desamparados, de los marginados y señalados…

Y hoy más que nunca me aferro a la biblia de mi mesilla para que mis hijos sientan la Palabra en los gestos de la vida y lean los versículos en los valores que cada día tenemos la oportunidad de demostrar.

Necesitamos la Biblia para recordarnos las preguntas y que nunca nos creamos que solo con tenerla o abrirla ya tenemos la respuesta, o somos la respuesta.

La Biblia en la mesilla es nada más y nada menos que el principio o el final de cada día y una oportunidad de recordarnos que estamos llamados a ser Palabra y no solo charla. Y cada día momento o situación es una oportunidad para levantar y abrir la Biblia de esas mesillas.

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