De las Biblias en las mesillas Angel Gómez Díaz
Muchos hemos crecido con esa imagen de biblias de distintas ediciones, colores y grosores en las mesillas de nuestros padres, abuelos y hasta en las nuestras propias. Eran compañía habitual de los flexos o lámparas de noche, de los “pedritos” de turno o los yadró de los más pudientes y de los vasos de agua (bálsamo de las gargantas resecas o de los malos sueños). Allí estaban esas biblias sempiternas e imperturbables. Siempre prestas a unos versículos o a recordarnos en silencio la última oración vivida o ausente, o la última devoción pendiente, o el siguiente precepto a cumplir. Aún hoy algunos tratamos o nos empeñamos en mantener esas biblias en las mesillas de nuestros hijos, y en las nuestras propias. Y hasta en algún momento
hemos buscado la versión infantil y animada de la Palabra para leérsela a los niños en algún momento. Incluso, confieso, que en días de limpieza y orden, sigo rescatando y descubriendo misales, rosarios con cuentas perdidas, y devocionarios con estampas de marca páginas que olían a mis abuelas, y todavía “sonaban” a sus rezos. Y luego están las iglesias, las capillas, los templos y las sacristías con sus ambones y sus atriles y su colección de biblias y misales. También impasibles, yermos o fértiles según las miradas, según los ruidos o los silencios. En cualquier iglesia, por austera y sencilla que sea, no falta el ambón y la biblia como no falta en el pozo su brocal.
Cruz de Guía 2022
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