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El Sermón de la montaña
from Cruz de Guía 2022
Diego Soto Valadés
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Ante la proximidad de la Semana Santa comencé a leer en la prensa histórica noticias de actos que se celebraban en nuestra ciudad durante estos días santos de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús. Fue en el Diario Independiente el CORREO DE LA MAÑANA de Badajoz, del 24 de marzo de 1921, pag. 4, donde encontré el pregón del SERMÓN DE LA MONTAÑA, escrito por el inolvidable e insigne Francisco Valdés Nicolau. Un ilustre dombenitense de fina sensibilidad personal y de sólida formación cultural, literaria, humanística y espiritualidad, fruto de su formación y educación ética y estética.
Nuestro malogrado y excelente autor, comienza su escrito con la descripción del Lago de Galilea en Tierra Santa, una tierra fecunda dónde Jesús, en un gesto de amor y humildad, compartiendo su vida con sus fieles y adictos discípulos a los que quiso convertir en pescadores de hombres, anunció la nueva religión, su doctrina y las acciones y prácticas cristianas del evangelio.
Francisco Valdés, con su notable capacidad de sentir y compartir sentimientos y creencias, con fervorosa religiosidad, nos presenta LAS BIENAVENTURANZAS que pronunció Jesús en el monte cercano a Cafarnaúm, con el telón de fondo del Lago Tiberiades, Su lectura hará que nuestra mente analice la actitud que tenemos ante estas enseñanzas, y reflexionar sobre los preceptos de la doctrina más pura que Jesús transmitió a sus discípulos. Principios que han de llenar nuestro espíritu de sentimientos de fraternidad, de solidaridad y caridad, que nos ayudan a ser mejores seguidores de Cristo.
Consejos y normas que nos recuerdan cómo debe ser la conducta y el comportamiento que hemos de tener a lo largo de la vida con el prójimo, frente a la pobreza, el hambre, la sed de justicia, el consuelo, la misericordia, la pureza, la persecución, el reino de los cielos y el ser llamado hijos de Dios.
Un cofrade
Transcribimos EL SERMÓN DE LA MONTAÑA
El Lago Tiberiades es un pequeño mar de aguas cristalinas y tranquilas. Tiene la forma de un óvalo y de una orilla a otra, por la parte más estrecha, se miden cuatro leguas. En la ribera del lago está la ciudad del mismo nombre, y, cercana a ella, esas otras que se
llamaron Magdala, Cafarnaúm, Chozarin y Besaida. Montañas escarpadas y abruptas las recogen en sus vertientes, que van a dejar lamer sus estribaciones por las aguas limpias y serenas del lago. El cielo es sereno, amplio, magnífico, y en las noches claras parece tocarse desde las cúspides de las montañas. Templado el clima, húmeda y suave la brisa, la flama del sol derrama durante el día mística semilla en los corazones, y en las aguas del pequeño mar, irisaciones maravillosas. El poder de Dios ha reunido en aquella región todas las galas y toda la pujanza de la naturaleza. Las plantas de los climas más fríos - al decir de Josefo – se entrelazaban con las de las demás ardientes zonas. Allí crecen y fructifican los olivos, los mirtos, las higueras, los tamariscos, los naranjos, los laureles, los cedros y los alcaparros. Nutridas bandas de pájaros marinos cubren el lago, cuyas aguas de un celeste azul diríase que ocupan el fondo de una copa de oro al mirarlas desde el monte Hernon, el de las nevadas cresterías que llegan hasta el cielo.
Los habitantes de aquel país se dedican a la faena de la pesca. No necesitan estos sencillos pescadores el contacto con los placeres de las ciudades opulentas y pletóricas de placeres y lujos. La vida de estas gentes, que formaban una gran familia en las márgenes del lago Tiberiades, libres de las guerras y las luchas, era activa, plácida, honrada y afectuosa. No son muchas sus ocupaciones, y de ahí que tengan tiempo para recrear y ejercitar la imaginación escuchando las palabras rumorosas que Jesús va esparciendo por aquellos lugares.
Ha venido desde Nazaret, su pueblo natal, a predicar la nueva religión. Ha sido elegido por Dios para dejar tres cosas sobre el vasto mundo: un hecho, un libro, una institución. El hecho fueron sus milagros; el libro, el Evangelio: la institución, su Iglesia. No es Jesús un vulgar predicador de una doctrina filosófica; desea, anhela, la realización, la práctica de sus doctrinas. “Los cielos y la tierra pasaran- dice Jesús- pero no dejarán de subsistir mis palabras”. El carácter dulce y apacible de aquellas familias de pescadores, no contaminadas por las idolatrías del paganismo, le pareció a Jesús tierra fecunda para la siembra de su divina semilla. A aquellos humildes pescadores quería convertirlos en pescadores de hombres.
…Esta tarde ha subido al monte y desde él ha desplegado sus labios melifluos. Allí están en su derredor Cefas y su hermano Andrés, los más fieles y adictos discípulos, allí están Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, y la mujer del primero María Salomé, que le acompañó hasta la muerte; allí están María de Magdala, Juana la mujer de Kuza, Susana y otras discípulas que la losa del olvido ha sepultado; allí están Felipe de Besaida, Natael de Cana, Mateos, Simón el Celador, Santiago hijo de María Cleofás, y allí estaba Judas: el único que le traicionó. Todos eran hermanos, sin títulos de jerarquías entre ellos, humildes, fervorosos, ardientes, francos y leales.
Y Jesús les dijo… ¡Oh, Sermón de la Montaña! En él está la doctrina más pura, más dulce, más sublime de cuantas han pronunciado labios de hombre. Allí, sentado Jesús, aquel atardecer templado y sereno, con dulzura y rumorosidad va desgranando las palabras de amor, consuelo, humildad y bienaventuranza. La dulce plática del Maestro va derritiendo los prístinos corazones que le escuchan ensimismados; ningún oyente se atreve a respiran con fortaleza. Los rostros todos se iluminan y beatifican. Por las mejillas de las mujeres resbalan perlas de cristalino amor.
Y Jesús les decía… Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos será el reino de los Cielos. Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados. Bienaventurados los que han hambre y sed de justicia, porque ellos serán hartos. Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados cuando os vituperen y os persiguieren y dijeren de vosotros mal, por mi causa, mintiendo.
Si trajeres tu presente al altar y allí te acordares que tu hermano tiene algo contra ti, deja tu presente delante del altar, vete, vuelve primero en amistad con tu hermano, y entonces ven y ofrece tu presente. Mas yo os digo que cualquiera que mirare a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón. No resistáis al mal: a quien hiriere tu mejilla derecha, vuélvele la otra. Y a aquel que quisiere tomarte la ropa con pleito, déjale también la capa. Amad a vuestros enemigos, bendecid a quien os maldicen, haced bien a los que os aborrecen y orad por los que os ultrajan y os persiguen. Cuando hagas una limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace la derecha. No hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen. Buscad lo primero el Reino de Dios y su Justicia, y todas las cosas se os darán por añadidura.
Dijérase que con estas palabras se ensancha y purifica el corazón del que las oye, que se amansan y dulcifican los sentimientos, que su ser se transfigura. Como rumoroso y profundo acento, resuenen en todos los oídos y hacen brotar lágrimas de todas las pupilas. La vida humana entra, al son de estas palabras, por un camino resplandeciente, luminoso y puro. Los hombres tendrán que agradecer a Jesús esta suprema liberación de sus vidas, prisioneras antes de los bestiales instintos de la carne, de las sanguinarias supersticiones; ahora libres y dichosas, orientadas hacia allá arriba donde alumbra el sol de la inmortal bondad.
En cambio, los groseros hombres de aquellos tiempos, aquellos que tenían entre sus manos un cacho de poder y autoridad, no quieren agradecer a Jesús esta nueva y verdadera vida. Por eso le odian, le persiguen, le prenden, le escupen, le escarnecen, y le crucifican entre dos facinerosos.
Pero no sabían ellos que este crimen infame que cometieron crucificando a Jesús, había de estremecer y postrar con honda referencia a millones y millones de hombres, mujeres y niños, que llevan clavada en sus corazones una humilde y luminosa Cruz.