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Diego Soto Valadés Semana Santa: Muerte y Resurrección

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A la Cruz

A la Cruz

SEMANA SANTA: Muerte y Resurrección

Francisco Rodríguez Adújar

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ALEGRÍA RECOGIMIENTO ORACIÓN PASIÓN DOLOR MUERTE RESURRECCIÓN

Un año más nos llega la Semana Santa. Siete días que he resumido en esas siete palabras y que nos van a marcar el día a día de todo lo que los cristianos sentimos y vamos a vivir intensamente recordando, una vez más, esa Pasión que sufrió y padeció el Hijo del hombre.

Todo comenzará con la alegría del Domingo de Ramos y con la entrada de Jesús en Jerusalén donde será recibido con palmas y gritos de admiración y respeto. Pero recibido por una minoría que Él sabe que le siguen, como también sabe que tiene muchos enemigos que están esperando su momento para hacerle daño y que, como es natural, les llegará.

Habrá un juicio rápido que nadie quiere asumir ante un pueblo excitado que sólo quiere su muerte y, es entonces cuando se manifiestan esos sentimientos que lleva al ser humano a dejar de ser como tal, para poner al descubierto su odio y rencor y, amparados en la masa, convertirse en una multitud frenética y enloquecida que sólo quiere verle morir y, cuanto antes, mejor.

Pero Él sabía lo que le esperaba. Sabía que tenía que morir para salvarnos. Sabía también que su muerte no iba a ser placentera; iba a ser una muerte con vejaciones y con martirio, con burla y desprecio. Pero su amor por nosotros era superior a todo ello y por eso, muchas veces, cuando entro en una Iglesia y le veo en esa Cruz me pregunto: “Por qué, Dios mío, se sufre tanto por amar”. Pero todo esto lo veremos en estos días en el que todas la Cofradías, con sus correspondientes Pasos, nos irán mostrando página tras página, como si de un libro se tratara, todos esos momentos de alegría, de dolor y vejaciones que sufrirá el Hijo de Dios, con un acatamiento total porque así lo quería el Padre. Por eso, las distintas Cofradías preparan con todo el cariño sus respectivos Pasos del Domingo de Ramos, del Prendimiento, del Juicio y de la Crucifixión de nuestro Señor. Pero también veremos otros Pasos que, personalmente, los llamo del Dolor. Son esos Pasos que nos van a mostrar el dolor de una Madre que, sin comprender también muchas cosas, le seguirá sumisa y llorosa durante todo su Calvario.

También veremos en esos Cofrades, tras sus capirotes, unos ojos brillantes de emoción que reflejan su estado de ánimo, ya que se sienten orgullosos de ir acompañando a Aquel que va a morir por nosotros.

Tampoco podemos olvidarnos de nuestros hermanos costaleros que, personalmente para mí, son el alma de cada Paso. Sienten que ahora son ellos los que llevan sobre sus espaldas toda una Pasión. Sudando, con heridas en sus hombros, mitigando su sed e incluso con sus alpargatas rotas como consecuencia de un paso a paso lento que va puliendo el asfalto por donde pasa. Pero nunca cansados.

También hay que resaltar a esos penitentes que con su cruz y sus cadenas quieren, de alguna manera, sentir en sus carnes lo que Él pasó por nosotros. Así como de esas madrinas que, con sus negras mantillas, custodiaran algunos Pasos en un gesto de dolor y luto por el Hijo del hombre que ha muerto.

Y llegamos al ecuador de la Semana Santa. Jueves Santo.

En esa tarde-noche o “madrugá” como se le llama en otros lugares, la Luna y las estrellas, al son de cornetas y tambores y de bandas de música, van a llorar con nosotros en muchos momentos, aunque algunas veces se escondan amparándose en pequeñas nubes para secar su llanto al ver pasar tanto dolor por las calles de Pueblos y Ciudades.

Y al llegar a una esquina cualquiera, el silencio de la noche se romperá, como frágil cristal, con el cante hecho dolor ó el dolor hecho cante. Es la SAETA. Nuestros corazones se encogerán haciendo llegar a nuestros ojos esa brillantez que, al final, nos hará arrojar alguna lágrima. Pequeña, breve y sencilla, pero de tanto

sentimiento que, en tan pocas palabras, nos dirá todo un mundo de lo que estamos viendo.

Sudando y ensangrentado, vas caminando en silencio. Con el peso de una Cruz, que es tu cama, Nazareno.

Ha pasado el Nazareno. Deja Señor, que nuestras lágrimas laven tu cara porque queremos compartir tu dolor y queremos compartir tu pena.

Y allí, a lo lejos, veremos que viene su Madre siguiendo los pasos de su Hijo; viene mecida y acunada con amor y cariño por esos hombres que, años tras año, esperan con impaciencia la llegada de la Semana Santa.

Saeta: Y para ti, costalero, son estos versos de esta

Mece el Palio con dulzura mi valiente costalero, que está llorando la Virgen con Jesús en el madero.

Compartiremos con esa Madre el dolor que lleva reflejado en su cara por la muerte de su Hijo; porque esa Madre es, en esta noche, nuestra Virgen de los Dolores. También para Ella, el silencio de la noche se romperá, una vez más, con otra Saeta que brota de lo más hondo del ser humano.

Qué pena tiene mi Virgen, mi Virgen de los Dolores, viendo a su Hijo morir, por salvar a los pecadores.

Y al final la Gloria, la ¡RESURRECCIÓN! Todo ha pasado tan rápido que parece un sueño. Pero no. Aún podemos ver esas calles regadas por la cera de los nazarenos que nos indica el camino de la Pasión vivida.

Suenan las campanas de las Iglesias y las tinieblas van desapareciendo en nuestros corazones para dar paso a la luz que da la vida.

Estemos gozosos y contentos porque el hombre ha muerto y Dios…¡HA RESUCITADO!

G

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