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Ante el nuevo currículo de ERE... ¿Optimista o pesimista?
from Revista EC 104
En el número anterior de esta revista ofrecimos una panorámica sobre el nuevo currículo de Religión firmada por Carlos Esteban Garcés. En esta ocasión, acudimos a Joan Miquel Riera, asesor de Pastoral de Escuelas Católicas de Islas Baleares, para que nos ofrezca su visión personal, una mirada a pie de aula, gracias a su experiencia como docente de la asignatura de Religión.
Joan M. Riera. Asesor Pastoral de Escuelas Católicas de Islas Baleares
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Mantener el equilibrio entre el pesimismo y el optimismo es una de las tareas más difíciles que tenemos las personas, y cuando estas nos dedicamos a la docencia podemos decir que es una tarea aún más compleja. Los grandes cambios siempre tienen unas causas, y unas consecuencias, una nueva ley educativa, junto con su nueva regulación curricular, es un gran cambio y, por lo tanto, tiene unas causas y unas consecuencias. Con la recepción del currículo de Religión se han observado consecuencias revestidas de optimismo y consecuencias revestidas de pesimismo.
Se dice que es mejor empezar por las malas noticias. Los pesimistas ven en el nuevo currículo, sobre todo, el abandono de una expresión clara del lenguaje y las formas católicas tradicionalmente conocidas. Lo que a su vez identifican como una gran puerta abierta al New Age, con sus correspondientes individualismos, pseudoespiritualidades, panteísmos, esoterismos, subjetivismos, biocentrismos…
En cambio, los optimistas ven el nuevo currículo como el camino que se abre entre las aguas hacia la libertad. Una libertad que, ante todo, es expresión de la alianza de Dios con su Pueblo. No es una libertad conseguida por nuestras exigencias o por la necesidad social de ser aceptados en un mundo alejado de Dios. Es la libertad que nace, aun en el silencio de los tiempos actuales, del “amar que tiene por su pueblo y el cumplimiento de su promesa” (Cf. Dt 7, 7-8). En definitiva, por la certeza de que el Espíritu Santo sigue inspirando una lectura actualizada de “los signos de los tiempos” y un discernimiento nos permite prescindir de lo innecesario y anclarnos en lo esencial.
Tenemos por seguro, que el bando pesimista nos sugeriría muchas preguntas y apelaciones para el bando optimista; y el bando optimista muchas cuestiones y argumentos de defensa para el bando pesimista. En cambio, nosotros, la escuela católica, lanzamos una misma pregunta para ambas perspectivas. ¿Cómo el nuevo currículo nos ayuda a garantizar nuestra identidad, es decir, a hacer realidad la misión evangelizadora de la escuela católica?
Por un lado, y para zanjar las disputas, invitamos a optimistas y pesimistas a un ejercicio de revisión de vida que podría partir de esa idea de Santo Tomás de Aquino que dice: “Quidquid recipitur ad modum recipientis recipitur” (“Lo que se recibe, se recibe según la forma del recipiente”).
Por otro lado, y con permiso de santo escolástico, citaremos a Parménides y su célebre “Ex nihilo nihil fit” (“De la nada, nada sale”) desde la cual vamos a señalar algunas cuestiones que debemos tener bien presentes a la hora de trabajar con el nuevo currículo de Religión si queremos que ese trabajo nos ayude en la misión de la escuela católica.
En primer lugar, ningún currículo por doctrinal o dialogal que sea suplirá una formación deficiente de los docentes de ERE. Este es un problema al que debemos poner solución por coherencia y por responsabilidad. Las preguntas que nuestros alumnos hacen, ya desde los primeros cursos de Educación Primaria, no han cambiado con el nuevo currículo. ¿Cómo sabes que Dios existe? ¿Por qué Jesús nació de una paloma? ¿Quién se cree que Jesús resucitó? Algunos de vosotros debéis estar riendo al leer estas preguntas, pero por graciosas que parezcan no son menos realidad. Cada respuesta ambigua que damos, o cada omisión de respuesta, es un paso de más que damos en el sentido opuesto a nuestra misión. Tener respuestas, ya sea en Educación Infantil, Primaria, y no digamos en Secundaria y Bachillerato, exige tener conocimientos, exige formación en Teología.
En segundo lugar, ninguna actividad de Aprendizaje y Servicio será evangelizadora por el simple hecho de estar haciendo un bien a la comunidad. Ciertamente en ella veremos reflejos del Evangelio. Pero, no nos engañemos, la evangelización en el Occidente del siglo XXI no puede partir de la confianza en que se haga una interpretación cristiana de los resultados de una acción. Sino de la expresión y la transmisión claras de que el principio que motiva esa acción que se va a realizar es la “Caritas” (el amor), amamos porque nos sabemos amados. Y ya que estamos, digámoslo en mayúsculas, ¡AMADOS POR DIOS EN JESÚS! Y, en tercer lugar, nunca será evangelizador para el alumnado que los saberes entren en contradicción desde la confrontación, y no desde el diálogo. Esto evidencia la ignorancia que tienen al respecto los sujetos transmisores, y que se arregla con una buena formación en diálogo fe-cultura/ciencia. Pero además demuestra la hipocresía que subyace en tantos elementos que redactamos o promocionamos en nuestras webs (planes de convivencia, metodologías de resolución de conflictos, educación emocional para una mejor gestión de los sentimientos negativos...). En definitiva, todo aquello que hacemos pensando que nos acerca a la manera de hacer de Jesús, pero que expresamos sin rastro alguno de ese Jesús.
Equilibremos, algo nuevo siempre viene acompañado de miedo, pero también de ilusión; de desprendimiento, pero también de innovación; y de oportunidades posibles que debemos evitar que se conviertan en oportunidades perdidas. ¿Puede el nuevo currículo ayudarnos a garantizar nuestra identidad, es decir, nuestra misión evangelizadora? ¡Sí! Atendiendo al diálogo desde un conocimiento sólido, que nos quite el miedo a las preguntas. Poniendo a Jesús en el inicio de los procesos de enseñanza-aprendizaje sin pretender que Jesús sea el resultado de un proceso cognitivo a posteriori y del que no puedo hablar con claridad. Experimentando que nosotros no somos como somos porque sí, que no hacemos lo que hacemos porque sí, que no educamos como educamos porque sí, que lo hacemos porque así nos lo pidió Jesús, y esta es nuestra misión.