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La carta. La catolicidad de la escuela católica

Pedro J. Huerta Nuño. Secretario General de EC

La Redención llega con la Encarnación, el momento en el que la vida de Dios se entrelaza con las vidas humanas. Pero estas vidas humanas son diferentes, plurales, irreductibles entre sí. La RedenciónEncarnación trae reconciliación, un tipo de unidad. Son palabras del filósofo de la religión Charles Taylor, y las pronuncia en el marco de su reflexión sobre el alcance de la idea de catolicidad. Nosotros, que nos definimos como escuelas católicas, lo somos en la medida en que entendemos que no podemos alcanzar solos la totalidad, que nos necesitamos, que debemos hacer de la complementariedad nuestra esencia.

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Complementariedad e identidad son parte indispensable de nuestra necesaria unidad. No hablamos de una identidad sustentada exclusivamente en la igualdad, que suprime la diversidad en la que hemos sido creados. De ese modo no seríamos católicos, más bien nos haríamos proselitistas disfrazados de corderos, con preciosos lemas y listados de valores, con cuidadas pastorales y espacios celebrativos, pero obsesionados por convertir al otro, no tanto a la imagen y semejanza de Dios, sino a la nuestra propia. Cuando buscamos la unidad a costa de suprimir parte de la diversidad con la que Dios nos ha creado, cuando la unidad de una parte se hace pasar por el todo, no es verdadero catolicismo.

"Nuestra propuesta educativa debe consistir en promover una unidad a través de la diferencia"

Nuestra propuesta educativa, como escuelas de ideario católico, debe consistir en promover una unidad a través de la diferencia, en lugar de una unidad a través de la identidad. Debemos ser muy cuidadosos para evitar que esa unidad en la diversidad se justifique solo por la diversidad propia de los seres humanos, o por la pluralidad de formas de pensar, menos aún por una equidad administrada que imponga criterios desde arriba. La construcción de la catolicidad de nuestras escuelas tiene que ir más allá y dejarse modelar por la misma vida de Dios, entendida de forma trinitaria, que es unidad en la diferencia.

Proponer la fe, en un espacio de catolicidad, debería favorecer el encuentro y la mirada compartida, especialmente en la variedad de las devociones, de los nombres e imágenes de Dios, de espacios diversos de sentido y de espiritualidad, de respuestas infinitas al misterio de la Encarnación. Es esta una exigencia que no siempre hemos respetado, pero con la que cada vez estamos más obligados a convivir.

Necesitamos convertirnos a la catolicidad, de la Iglesia y de nuestra escuela. No como etiqueta que nos separe de otros, sino como propuesta abierta al encuentro, ese es el principio de la Iglesia en salida a la que nos llama el papa Francisco. La catolicidad no puede ser una condición de identidad sino, más bien, una vocación, como la santidad. Así lo entendió y vivió San Carlos de Foucauld, quizá antes que muchos: la vocación de la Iglesia, su misión, es la catolicidad. Del mismo modo, nuestra escuela debe ocupar su lugar en esta gran misión de la Iglesia. Una escuela con vocación de catolicidad.

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