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Mi asistente es un robot

Sonia Ramos Bárcena Departamento de Innovación Pedagógica de EC
En el mundo hay millones de niños con alguna discapacidad que requieren de una intervención especial. Niños que deben disponer de todos los medios que favorezcan su crecimiento -sus derechos- y de cuanto pueda hacer la sociedad -nuestros deberes-, para permitir su más preciso y precioso desarrollo. Pero en la práctica no es así. La conjunción entre derechos y deberes, en muchos lugares y en bastantes ocasiones, no se produce adecuadamente. Es un grave fracaso social.

Afortunadamente, los avances del progreso actual (me atrevo a decir imparables), de la ciencia y la neurociencia, son certeros y capaces de mejorar las condiciones de desarrollo de cada uno de esos pequeños a niveles antes inesperados, grandes, aunque parezcan muy pequeños. Otra cosa es que lo hagan de verdad, prueba de ello es que un alto número de esos niños, por distintas razones, no goza de esos beneficios, o lo hacen cuando ya es demasiado tarde. De nuevo una grave lesión de sus derechos.

Y es que el normal desarrollo del sistema nervioso del ser humano es un proceso largo y complejo que se inicia en el período embrionario y fetal, sigue en la infancia y se completa en la adolescencia, sin dejar ya de evolucionar a lo largo de la vida.  Siendo los primeros años el momento de cambio más potente y decisivo en la aparición y crecimiento de las funciones cognitivas y ejecutivas, las que nos permiten pensar, aprender, comunicarnos, planificar y organizar, tienen estos años una importancia trascendental para nuestro niño o niña y, por ende, para quienes tenemos en nuestras manos el poder de impulsar o frenar su cambio.

Las funciones cognitivas evolucionan y avanzan en su maduración en cuatro etapas, según Piaget, hasta alcanzar su máximo desarrollo: la sensomotriz hasta los dos años; la preoperacional hasta los siete; la operacional concreta hasta los 12; y la operacional formal hacia los 15.

Sobre las dos primeras etapas se implantará la adquisición del conocimiento y el desarrollo de las habilidades que logren que el sujeto sea él mismo. Son precisamente las etapas más limitadas por la propia discapacidad, por las barreras que impone por sí misma y por la pobreza de oportunidades que familia, escuela y medio pueden aportar para experimentar, interactuar y aprender.

He tenido acceso a una información que dice que “durante este período, el niño construye el conocimiento sobre el ambiente que le rodea; aprende habilidades motoras necesarias para la supervivencia; adquiere la capacidad del lenguaje que le permite comunicarse con otros seres de su especie, además de su propio razonamiento interior; y toma conciencia sobre sí mismo, autorregulación de las emociones y el comportamiento necesario para integrarse en la sociedad” (D.  Gómez-Andrés, I. Pulido Valdeolivas, L. Fiz Pérez. Desarrollo Neurológico normal del niño. Pediatría Integral nº 07. 2015).

La discapacidad es una barrera que, en los primeros años, impide o retrasa el impacto sobre los factores biológicos y el proceso de aprendizaje y como consecuencia no solo causa el impacto inicial, sino que impide el posible desarrollo posterior

Al leerlo, casi sin quererlo, he vuelto la mirada hacia muchos de esos niños que con 3, 5, 8 o más años… se incorporan al aula de una escuela cualquiera, incluso una escuela con una motivación inclusiva, “para aprender”... ¿Para aprender? Y me surgen más preguntas:

  • ¿Cómo lo hará cuando siendo un bebé no tuvo el estímulo o la motivación de un sonido, de una imagen de un suceso que despertase su alerta, ni activó su cerebro ni provocó su atención o su emoción?

  • ¿Cómo recordará algo si sus áreas perceptivas estaban ralentizadas y opacadas por la discapacidad intelectual, la deficiencia auditiva, el desinterés familiar o la falta de información?

  • ¿Cómo entenderá lo que no recuerda si lo percibió de forma incorrecta?

  • ¿Cómo aplicará lo que no pudo entender ni fue significativo para él?

  • ¿Cómo recordará, analizará, aplicará los conceptos curriculares que queremos que aprenda?

  • ¿Cómo estará motivado si quedó casi vacío el espacio inmenso de su emotividad y de su mente?

La discapacidad es una barrera que, en los primeros años, impide o retrasa el impacto sobre los factores biológicos y el proceso de aprendizaje y como consecuencia no solo causa el impacto inicial, sino que impide el posible desarrollo posterior. Al unirse los efectos de la genética con los familiares y ambientales se provoca un gran vacío que reclama una acción terapéutica urgente, que será menos efectiva cuanto mayor sea el niño.

El primer objetivo de la educación ante esa situación es superar la barrera, sea cual sea su origen y el margen posible de intervención. Será preciso despertar, provocar y organizar el dinamismo básico que existe en todo ser humano, ayudarle a madurar. Es decir, encontrar y aplicar estímulos seguros, si es posible, similares al proceso natural.

¿Cómo hacerlo?

Con el método más sabio y sencillo. Haciendo sistemática y de forma ordenada lo que hace cualquier madre, en cualquier lugar, con cualquier hijo. Con su método de trabajo infalible: canta y danza; sonríe, explica y pregunta; indica, señala y manda, habla y cuenta, aunque no entienda, imita lo que el niño hace o dice; alienta, anima; divierte, ríe, da sentido; y repite, repite, repite (Ramos, D. En la base del paisaje de aprendizaje. Aprendizaje personalizado con TIC. Escuelas Católicas, 2018).

Con los medios más potentes: la afectividad y los sentidos (vista, oído, olfato, tacto y gusto).

¿Y algo más? Sí. Con juguetes y situaciones provocadas: que permiten simular la realidad; que despierten la imaginación; que provoquen reacciones espontáneas; y con materiales de papel, de plástico o de goma que cobren vida.

Y… ¿qué tal un robot?

Para el niño que nace con discapacidad el sonido impacta en el oído, pero su significado no se guarda en la mente; la forma se vislumbra en los ojos, pero la imagen se borra. Y así, cuando alcanza los tres años no conoce, no entiende, no busca, no sabe que las cosas tienen nombre, no sabe que su madre le dice te quiero e ignora que los colores también hablan...

Por eso, cuando va al colegio a los tres años exaspera a su maestra porque ni mira ni atiende, ni ella sabe qué hacer. Y es que, antes de que aprenda conceptos curriculares, como cualquier otro niño, tendrá que ser capaz de: curiosear; sorprenderse; buscar; mantener el oído y la vista atenta; escuchar; imitar-repetir; tocar-cuidar; pensar-emocionarse; saber que le hablan; y hablar, con o sin palabras.

Conseguirlo supone repetición, repetición, repetición. La misma que se ofrece a todo niño sin darnos cuenta, pensando que nadie lo hace y la maduración y el aprendizaje han ocurrido por sí solos.

Existe un tiempo imprescindible de estimulación cognitiva, sensorial, motriz, afectiva. Ante la discapacidad, ese tiempo es el de la estimulación temprana, el de la rehabilitación, más o menos larga, según la edad del niño. Es necesaria, sí, pero la formal es tediosa y carece de interés y cansa al alumno, la rechaza, y el aprendizaje se hace lento y poco natural.

Bien distinto es hacerlo con mi “asistente”. Es poderoso, incansable, provocador, sugerente, animador, creador. Repite y repite, repite y siempre parece nuevo. Es el robot, capaz de aliarse con el profe o el terapista, para llevar a los niños, sin “enseñarles formalmente” a desarrollar el pensamiento lógico, la imaginación y hasta el lenguaje.

Junto a un buen maestro -sin él no hay nada- entre los dos, docente y robot, pueden convertirse en un tándem, creativo y de potencia inusitada, capaz de provocar acciones, juegos y ejercicios que, de manera interesante y divertida logren: activar el cerebro; despertar la alerta; estimular la motivación; despertar y mantener la atención; favorecer la percepción; celebrar la emoción; guiar el procesamiento; y potenciar la memoria.

El uso dinámico e inteligente del robot en el aula y en el gabinete llega para provocar el despertar de unos prerrequisitos, dormidos o inexistentes muchas veces, que más adelante constituirán la base sobre la que se sustentarán los aprendizajes futuros. Esa evolución, que en otro niño sucede de manera fácil y natural al impulso de su propio proceso cognitivo, en el niño con discapacidad ha de ser dirigida.

Estamos convencidos de que si se confía en ellos, si se sueña con despertar su potencial, aunque nos parezca escaso, veremos florecer un adulto integrado, útil a sí mismo y a la sociedad. Y si esto que soñamos se hace de manera temprana, confiada y continua en el tiempo oportuno, nos gozaremos en un despertar insospechado.

El robot es solo un medio que aporta un potencial magnífico en la educación de todo niño, despierta confianza en sí mismo, enseña a trabajar en equipo, fomenta el pensamiento lógico, favorece la creatividad... pero, además, en nuestros niños se convierte en el aliado de su enseñanza-aprendizaje.

EXPERIENCIA

Testimonios del uso de un robot en el aula

iradas de admiración y sonrisas ilusionadas que provoca en mis niños, capaz de lograr interacciones motoras y comunicativas que me llenan de alegría y esperanza en aquello que solo YO puedo ofrecerles: CREER en ellos y GUIAR los pasos para que ese robot les ayude a APRENDER”.

Mª Victoria Calvo, profesora del Colegio La Purísima para Niños Sordos, Zaragoza.Noelia Cebrián, profesora del Colegio La Purísima para Niños Sordos, Zaragoza.

“Mi asistente es un robot, al que a veces envidio las miradas de admiración y sonrisas ilusionadas que provoca en mis niños, capaz de lograr interacciones motoras y comunicativas que me llenan de alegría y esperanza en aquello que solo YO puedo ofrecerles: CREER en ellos y GUIAR los pasos para que ese robot les ayude a APRENDER”.

Mi asistente es un robot, al que a veces envidio las miradas de admiración y sonrisas ilusionadas que provoca en mis niños, capaz de lograr interacciones motoras y comunicativas que me llenan de alegría y esperanza en aquello que solo YO puedo ofrecerles: CREER en ellos y GUIAR los pasos para que ese robot les ayude a APRENDER

Mª Victoria Calvo, profesora del Colegio La Purísima para Niños Sordos, Zaragoza

Ya he hecho muchas sesiones con robots para mis alumnos con NEE y, ¡os puedo asegurar que son emocionantes! Veo la enorme ilusión que sienten al participar en esta actividad. Ellos me transmiten sorpresa, motivación, ganas de aprender... y sus familias una enorme alegría al ver cómo se sienten y aprenden sus hijos. Vale la pena salir de la zona de confort para darle estas oportunidades a nuestros alumnos.

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Noelia Cebrián, profesora del Colegio La Purísima para Niños Sordos, Zaragoza.

“Ya he hecho muchas sesiones con robots para mis alumnos con NEE y, ¡os puedo asegurar que son emocionantes! Veo la enorme ilusión que sienten al participar en esta actividad. Ellos me transmiten sorpresa, motivación, ganas de aprender... y sus familias una enorme alegría al ver cómo se sienten y aprenden sus hijos. Vale la pena salir de la zona de confort para darle estas oportunidades a nuestros alumnos”.Noelia Cebrián, profesora del Colegio La Purísima para Niños Sordos, Zaragoza.

Noelia Cebrián, profesora del Colegio La Purísima para Niños Sordos, Zaragoza

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