3 minute read
Directo al corazón. Corazones de carne
from Revista EC 111
A mediados del mes de febrero comenzamos una nueva Cuaresma. Tiempo en el que se nos invita a recorrer un camino de profunda transformación, que parte del interior para impregnar todas las facetas de nuestra vida. Una de las imágenes bíblicas que con más fuerza simboliza esta transformación es la del cambio del corazón que promete Dios por boca del profeta Ezequiel: “arrancaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne” (Ez 36,26).
La expresión “tener un corazón de piedra” forma parte de nuestro lenguaje coloquial y la entendemos fácilmente. La usamos poco y, casi siempre, para referirnos a otros. No nos identificamos a nosotros mismos con esta imagen. Y, sin embargo, tenemos que reconocer que a veces dejamos que el corazón se nos vaya endureciendo, enfriando, cerrándose en sí mismo, perdiendo calor y pasión.
No he oído nunca decir de nadie “tiene un corazón de carne”. En todo caso, lo decimos de Jesús: “Jesús tiene un corazón de carne”, para enfatizar que en Él Dios se hace plenamente humano, es uno de nosotros. Para nosotros, que el corazón sea de carne, suena a algo “normal”, parece una afirmación innecesaria.
Tener un corazón de carne es algo tan sencillo, y a la vez tan grande, como ser plenamente humanos
El corazón de carne es un corazón que se deja conmover, afectar. Un corazón capaz de ternura y de compasión, de misericordia y perdón. Un corazón que comparte los dolores y alegrías de los demás. Un corazón que se relaciona con los otros y con el mundo como hermano. Un corazón en el que resuenan los clamores del mundo, que escucha el grito de los pobres y los excluidos, y se compromete con ellos. Un corazón, en definitiva, capaz de amar sin reservas y sin límites.
Tener un corazón de carne es algo tan sencillo, y a la vez tan grande, como ser plenamente humanos. Y vivir en plenitud nuestra humanidad nos acerca también a Dios, nos hace fiel reflejo de Aquel que nos ha creado “a su imagen y semejanza”.
Recuerdo que hace tiempo, en una actividad colegial en torno a Santa Rafaela Mª, fundadora de mi congregación, escuché a una niña pequeña decir de ella: “tenía el corazón blandito”. Creo que, en su lenguaje infantil, quiso expresar un contenido muy parecido al de la expresión bíblica “corazón de carne”. Sí, los santos tuvieron sin duda “corazón de carne”. Nosotros estamos llamados también a tenerlo. Y, como colaboradores de Dios que somos, especialmente en nuestra tarea educativa, somos responsables de ayudar a nuestros alumnos a crecer en humanidad.
Me gustó descubrir, en la página web de un colegio, que tienen un programa al que llaman, usando la expresión de Pablo VI, “Expertos en Humanidad”. Incluyen en él elementos como alumnos ayudantes, coach de patio, equipo de mediación, pastoral social y acción solidaria. Me hizo pensar que, realmente, muchas de las cosas que hacemos en nuestros centros pueden contribuir a humanizar nuestra sociedad.
Nuestro mundo necesita “corazones de carne”. Ojalá en nuestras escuelas los haya y crezcan muchos más.