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La carta. La madurez de la misión

Pedro J. Huerta Nuño. Secretario General de EC

Este tiempo de Pascua que celebramos, nos recuerda la importancia del realismo en nuestra misión. Sin darnos cuenta, tendemos a expresar más lo que hacemos que lo que transformamos, tal vez porque es más fácil medir que proyectar, o que la urgencia de sentirnos útiles para la sociedad nos envuelve con cantos embriagadores, aunque en el camino perdamos sin querer la importancia de la esencia.

Celebrar la vida es también acoger los intersticios que el hecho de vivir va creando en nuestros intentos. Nosotros, además, no celebramos cualquier vida, festejamos y nos sentimos parte de la vida en abundancia. Esa es nuestra misión pascual, y sus efectos se perciben en los encuentros y en los gestos que convertimos en expresión de identidad. A pesar de las deficiencias y los pequeños desastres que sumamos entre todos, esta vida abundante nos permite creer en el sentido de lo que construimos como comunidad educativa, que no es solo la de cada colegio, sino la eclesial que nos convoca y envía. Una vida abundante que nos recuerda la insistencia de Dios por mantenerse cercano y ser en el mundo movimiento que da vida, pluralidad que nos enriquece, misericordia transformadora. Vida abundante que nos sitúa frente a la apariencia y el construir desapasionado.

El papa Francisco insiste en que seamos valientes para repensar los fines y los medios para la misión

El papa Francisco insiste en que seamos valientes para repensar los fines y los medios para la misión. No es una reflexión que podamos hacer solos, ni tampoco podemos quedar esperando que nos llegue hecha desde arriba, debemos comenzar a realizarla en cada uno de los encuentros y espacios de las comunidades escolares, en la fortaleza de los dones que aportamos a la sociedad y a la Iglesia, y en el modo en que rescatamos nuestra vocación por una educación auténticamente liberadora.

Formamos parte de un amplio proceso de maduración, porque el camino de repensar nos devuelve la pregunta sobre nuestras capacidades, sobre los talentos que ponemos a disposición, acogemos y celebramos en los demás, y también sobre los desafíos que nos llegan a través de palabras tan antiguas como necesarias: testimonio, fidelidad, cambio, sentido…

El psiquiatra Frank Yaomans dice acertadamente que madurar es ir aproxi. No solo es válido para nuestro madurar personal, también en el madurar como escuela católica que se piensa de nuevo a sí misma necesitamos aproximar los proyectos y los sueños a lo que realmente somos, no hay mejor renovación que esa. Colocarse ante el espejo de la madurez abre heridas que pensábamos suturadas y olvidadas, pero también nos sitúa ante a la misión que presentamos como principio de identidad. Es por eso que estamos llamados a reforzar esa dosis de realismo, que supone ver con amabilidad la huella que dejamos en todo lo que hacemos, no como huella que emborrona la imagen de la realidad, sino que enriquece, aporta significatividad y muestra lo que realmente somos, siendo testigos de un modo diferente de pensar, de actuar y de vivir en abundancia.

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