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"Soy una convencida y apasionada de que la educación transforma personas y sociedades"

María Luisa Berzosa, FI. Consultora de la Secretaría General del Sínodo

Pedro J. Huerta Nuño Secretario General de EC

La Asamblea de Escuelas Católicas de este año contó con la participación de María Luisa Berzosa, religiosa de la Congregación Hijas de Jesús. A través de su ponencia invitó a reflexionar sobre la necesidad de la sinodalidad en la Iglesia. En estas páginas, nuestro secretario general, Pedro Huerta, conversa con la primera mujer consultora en un sínodo de los obispos sobre su labor como educadora, el Pacto Educativo Global y su participación en el Sínodo, entre otras cuestiones.

Para comenzar, te propongo que hagas un breve recorrido por tu vida, lo que has hecho, dónde has estado, responsabilidades... hasta llegar al ahora.

Nací en un pequeño pueglo de la provincia de Valladolid. Mis padres eran maestro y maestra en el mismo. Cuando mis tres hermanos y yo éramos aún muy niños nos inculcaron la afición por la lectua y el uso del diccionario que, difícilmente podríamos sujetar con nuestras manos infantiles.

No había explicación de vocabulario, nos remitían siempre al Espasa. Recuerdo que, entre los libros de lectura, además de historietas, tiras de humor, leíamos unos abultados volúmenes, los cuentos de los hermanos Grimm. Esa afición a la lectura, a la curiosidad, a la búsqueda, me ha acompañado hasta el día de hoy. También quiero reseñar, por el asombroso recuerdo que dejó en mi infancia, el ver firmar con la huella dactilar a personas adultas y escuchar que pedían a mis padres leer las cartas de sus hijos que estaban fuera, porque eran totalmente analfabetos.

Con la mayoría de edad entré en la Congregación de las Hijas de Jesús, dedicada a la educación, y en ella estudié Ciencias de la Educación en la Universidad Salesiana de Roma, con especialidad en Pastoral Juvenil y Catequética. Previamente, hice los años comunes de Filosofía y Letras en Valladolid.

Has pasado mucho tiempo en América como educadora, en concreto con el Movimiento “Fe y Alegría”. Lo primero y más importante, por tanto, es preguntarte por tu trabajo y apostolado allí, por tu experiencia de una educación de frontera y en la frontera.

Trabajé siempre en nuestros colegios hasta que enviada a Buenos Aires, comencé a colaborar en el Movimiento de Educación Popular y Promoción Social “Fe y Alegría”, nacido en un barrio de Caracas (Venezuela) en 1955. Su lema es “FyA comienza donde termina el asfalto”, pero su fundador, José María Vélaz, jesuita, decía: “No se puede dar a los pobres una pobre educación; debe ser de calidad”.

Algo que me marcó mucho entonces fue escuchar a las familias pedir con urgencia una escuela para sus hijos cuando no tenían casa, ni alimento, ni agua… Al mismo tiempo FyA es un movimiento muy participativo, donde las familias, el barrio, todos, se implican en la construcción y mantenimiento de la escuela creando un sentido de pertenencia muy fuerte.

También es de destacar el deseo y dedicación de los educadores por formarse, así como la inclusión, el no dejar a nadie fuera. Fuimos testigos de cómo la escuela transformaba el barrio porque nacían otros servicios como el centro de salud, la parroquia, la asociación de vecinos…

¿Y qué te trajiste en la maleta? ¿Cómo te ha ayudado aquella experiencia a ver las necesidades de la educación de otro modo?

Cuando volví a Europa continué trabajando en FyA, coordinando una escuela para migrantes de América Latina que estudian mientras trabajan, en Roma; y también en Milán y Génova.

Las personas, en su mayoría mujeres adultas, llegaban a la escuela con una fuerte carga negativa, de no ser capaces, de tener mucha edad, pero cuando se decidían a matricularse y se graduaban eran otras personas. Soy una convencida y apasionada de que la educación transforma personas y sociedades, tenemos muchas dificultades, pero es el instrumento más poderoso para ello.

Educar en medio de tanta marginalidad me ha hecho muy sensible a las necesidades de la persona, más allá de las básicas de casa, vestido y alimento, porque hay algo más que descubrir, o mejor, ayudar a descubrir a cada persona, sus dones y posibilidades.

Aunque en este momento no estás directamente implicada en el mundo educativo, sí que eres consciente, sobre todo por tu Congregación, de los desafíos que se nos plantean aquí y ahora, muchos de ellos provenientes de la llamada “ciudadanía global”, y que tienen diversos ámbitos de incidencia: social, político, religioso, familiar… ¿Cómo nos ves desde esa distancia prudente en que te encuentras?

Ya no estoy en ambientes educativos, por lo tanto, hablo un poco desde fuera, pero me sigue interesando desde mi Congregación y como ciudadana de este mundo. Por supuesto, la ciudadanía global está muy presente en sus diversas y variadas dimensiones, pero resulta paradójico que a veces da la impresión de que nos replegamos, cerramos nuestros pequeños círculos y cada colegio, escuela, instituto, universidad, es un ente en sí mismo y nos cuesta abrirnos, salir de la zona de confort, establecer redes, contactos, abrir horizontes. Y observo que en España, existe no poca competencia porque la natalidad se reduce, y no hay alumnos para tantos centros escolares. Hay una tendencia a refugiarnos en nuestros pequeños o grandes espacios, propios y privados, una mentalidad un tanto localista y reducida, y tenemos que enfrentar esa situación e intentar abrir puertas y ventanas para que entren otros aires.  Se nos olvida que necesitamos pensar en global y actuar en local; si lo universal no se concreta, se desvanece, pero si se aterriza demasiado y el centro educativo vive en autoreferencialidad, algo muy importante se pierde también.

Y creo que hay desafíos muy urgentes a los que no podemos hacer frente si no nos unimos, comenzando por los núcleos familiares que son tantos y tan diversos e inciden directamente en la educación. Si colaboran con la escuela ayudan, pero a veces se convierten en oposición, en vivir en paralelo y eso perjudica a sus propios hijos y al centro como tal. No se trata de buscar culpables, hablamos de la realidad sociológica que nos envuelve y que no podemos olvidar. También es difícil para las mismas familias ser hoy padres y madres de niños y adolescentes, y de jóvenes que siguen retrasando su independencia familiar.

El Pacto Educativo Global al que nos ha invitado el papa Francisco nos plantea un triple coraje: la aldea de la educación que pone la persona en el centro, ser valientes para invertir en recursos materiales y humanos, y repensar nuestros fines y medios para la misión. Esto nos genera una serie de desafíos que son sobre todo internos a nuestras entidades titulares y centros. ¿Qué crees que nos queda por asumir y acoger?

Efectivamente vivimos y educamos en una aldea global, esa aldea quiere poner a la persona en el centro y por tanto buscar recursos materiales y humanos y repensar nuestros fines y medios para la misión. Supongo que para los centros educativos, y por tanto para los equipos directivos responsables, son retos muy urgentes. No dudo que se va haciendo mucho camino, pero me permito lanzar una llamada de atención, por si ayuda, hacia el cuidado de los educadores, entendiendo por tales todas las personas que trabajan en el centro educativo correspondiente. Es importante que cada persona sepa que desde su lugar, tarea, o responsabilidad está colaborando a la educación de esos alumnos, haciéndonos todos conscientes de que la educación no termina en impartir conocimientos.

Dado el ritmo vertiginoso que vivimos en nuestra sociedad, la no siempre fácil conciliación trabajo-familia, las necesidades laborales que no alcanzan con la remuneración y otras causas, nos importa mucho cuidar la motivación de los educadores, de todos, desde los que se sienten más vocacionados, a los que encuentran en ser profesores su ayuda para sustentar su vida o la de su familia. Todos merecen su respeto. Hay un campo indiscutible para ese cuidado que es la formación permanente, que doy por descontado, pero me refiero más a un acompañamiento personal, a crear un ambiente de relaciones entre todas las personas que sea amable, respetuoso, donde se respire libertad, serenidad, alegría, sin ignorar los conflictos, es más, afrontándolos de forma directa.

Hay que insistir en la comunión de lo que nos une a todas las escuelas -ideario católicoy acoger la diversidad específica de cada centro, de cada persona

Desde tu participación en las diferentes asambleas y grupos de trabajo del Sínodo de la Sinodalidad, ¿qué nos puedes contar acerca de cómo van los trabajos, de la implicación de las iglesias nacionales, diocesanas y parroquiales, de la vida consagrada, etc.?

A pesar de que llevo colaborando en el Sínodo desde su comienzo en octubre de 2021, hasta la última asamblea de octubre de 2023, no pude tener una visión global de cómo se van implicando los diversos protagonistas de la iglesia en este proceso sinodal. En ámbitos más cercanos, de grupos diocesanos, sí percibo que se sigue el compromiso de renovar nuestro modo de ser y estar en la iglesia que nos ofrece este momento histórico.

Puedo hablar en concreto de lo que más conozco directamente, como es la vida consagrada, de la que puedo afirmar que está muy implicada y haciendo muy buenos aportes. También conozco la experiencia de otros grupos que me envían sus trabajos antes de mandarlos a la secretaría general del Sínodo, siguiendo las pautas que se dieron en diciembre pasado.

Lo que sí puedo constatar, porque es público, es que hay una variada e interesante oferta de formación sobre la sinodalidad, como el curso on-line celebrado del 2 al 15 de marzo con 50.000 inscritos, el de comunicación, o el organizado por la Unión de Mujeres Católicas.  Esto nos da idea de que hay deseos de sumarnos a este proceso y de hacerlo juntos.

¿Qué puede aportar la escuela de ideario católico y sus instituciones a esta sinodalidad? ¿Cómo podemos comprometernos más?

Como escuelas católicas sería bueno dar la propia aportación a una iglesia sinodal, es decir, cómo deseamos que este modo de ser, de estar y proceder hoy en la iglesia sea de verdad con más participación, acogedora, inclusiva, de toda diversidad, iglesia en salida, iglesia hospital de campaña. Hay que insistir en la comunión de lo que nos une a todas las escuelas -ideario católico- y acoger la diversidad específica de cada centro, de cada persona.

Por último, el papa Francisco nos habla de saber responder a las urgencias educativas que se nos plantean, y hacerlo desde la base de las escuelas, con un compromiso que no solo repita o diga asumir un proyecto educativo fundamentado en el Evangelio, sino específicamente un compromiso en las periferias y con los descartados. En la escuela católica del siglo XXI, sin embargo, parecemos estar más preocupados por garantizar nuestra supervivencia que por responder a estas urgencias, ¿qué necesitamos poner en el centro de nuestras preocupaciones estratégicas?

El mismo Sínodo habla de las personas a las que hemos dejado en los márgenes de la iglesia, o a las que les hemos hecho la vida imposible y se han tenido que marchar. Nadie debe estar en las periferias, todos en el centro. Desde ahí, el papa Francisco habla de personas descartadas.

Esto también se refiere, como dije antes, a vivir atentos a nuestra supervivencia, cada uno en nuestro centro, y no tenemos tiempo ni fuerzas porque ponemos la mirada en lo nuestro, no ampliamos los horizontes a otras necesidades más debilitadas, cerca o lejos de nuestros lugares.

Para terminar, creo que nos ayudará mantener vivo el sueño de la utopía, no dejarnos llevar por el desaliento ante las dificultades que nos acechan, sino ser educadores que contagiemos esperanza, porque esta misión nos mantiene enamorado el corazón. Debemos ser co-creadores con Dios, colaborar para que cada niño, adolescente, joven, llegue a ser esa persona libre, autónoma, responsable de su destino, para construir un mundo más humano, pacífico y justo para todos.

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