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La carta. La humildad original

Pedro J. Huerta Nuño Secretario General de EC

La humildad original

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La historia de nuestras propias organizaciones, de un modo y otro, nos remite al origen humilde de nuestra fe

De entre las capacidades que considero necesarias para un líder, destaco la de ser humilde. No es una cualidad con “buena prensa”, se interpreta como signo de debilidad y, frente a una mentalidad excesivamente constructivista de los modelos organizacionales, la humildad carece del glamour asociado al éxito. Podemos llegar a aceptar líderes humildes, pero cuando nos encontramos de cerca con los efectos de su humildad preferimos más bien líderes efectistas y directivos.

La humildad, que en determinados momentos de la historia se ha visto como complacencia y decadencia, implica realmente un compromiso, y eso es lo que nos lleva a evitarla. Ser humildes, actuar con humildad, requiere adoptar un plano de horizontalidad que discurre por las vías del diálogo y el encuentro, en aprendizaje compartido, sin imponer objetivos de poder. Ser humildes nos iguala, no con una equidad administrada obligada a cumplir cuotas, lo hace descubriéndonos la necesidad de restablecer las relaciones, redimiéndonos ante la posibilidad del error, situándonos frente a lo que realmente somos.

También necesitamos organizaciones e instituciones humildes, que no se alcanzarán sumando las actitudes de humildad de quienes las componen. Una organización humilde promueve el talento de sus miembros, genera espacios de formación y acompañamiento, cree en la escucha activa y en el compromiso compartido más allá de la corresponsabilidad. En consecuencia, acepta incluso los resultados que modifican la forma en que son percibidas, porque su humildad no depende de una planificación estratégica, sino del valor que pone en el mundo por medio de sus hechos morales, por los actos y las decisiones que la constituyen.

La historia de nuestras propias organizaciones, de un modo y otro, nos remite al origen humilde de nuestra fe. A pesar de que las celebraciones del nacimiento de Cristo se alejan cada vez más de esa humildad original, sigue siendo un acontecimiento fundante para comprender y aceptar la propuesta evangelizadora que identifica la misión, en la que sustentamos los valores y la oferta educativa de nuestros centros educativos. Incluso habiendo fallado, en no pocas ocasiones, en nuestros modos de vivir la humildad, nuestra vocación institucional sigue siendo a transformar estilos, acoger el cambio, caminar con otros, dejar la linealidad de nuestras propuestas y abrir espacios circulares de encuentro. Esta es la esencia del Pacto Educativo que nos propone el papa Francisco, una llamada más a la humildad evangélica y originaria.

En el modelo del pesebre, del hogar de Nazaret, de la vida compartida, no hay posibilidad de confundir humildad con sencillez, ni con mero servicio, tampoco con acatamiento o docilidad. Nos hablan más bien de compasión, entendida como pasión entrelazada, y de allanar caminos que se puedan recorrer desde ambos lados; nos hablan de confianza, y de todo lo bueno que vamos a encontrar cuando dejemos a un lado la obsesión del control y la búsqueda de seguridades; nos hablan de transparencia, de la felicidad de quien no necesita disfrazarse para ser significativo en este mundo.

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