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Ser red en nuestras organizaciones. Porque juntos somos luz
from Revista EC 99
“No vemos las cosas como son, sino como somos” Eric Butterworth
Irene Arrimadas @iarrimadas. Directora del Departamento de Innovación Pedagógica de EC
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El 15 de octubre de 2020, el papa Francisco relanzó el Pacto Educativo Global y nos urgió a ser red humana que trabaja de forma conjunta y se mezcla para hacer posible el sueño de vida plena para todos. Para ello, “es necesario ampliar la mirada y ser capaces de trabajar juntos con aquellos que comparten nuestras mismas inquietudes para transformar el mundo” (Cuaderno de trabajo de EC, Pacto Educativo Global). Os invitamos a revisar algunas claves que nos ayuden a seguir dando pasos en nuestras organizaciones para favorecer el trabajo en red junto con otros.
La realidad actual nos requiere seguir educando a las nuevas generaciones para que sean competentes a la hora de crear una sociedad más feliz, justa y solidaria para todos. Para ello, necesitamos educar personas que respondan a las demandas del entorno y que sean capaces de reelaborar esas demandas en función de valores superadores (Rivas, 2019). Debemos seguir reflexionando sobre la manera de seguir cumpliendo con nuestra misión educadora en este cambio de época que nos toca vivir sin perder la esencia ni la razón de ser, porque “educar es siempre un acto de esperanza que, desde el presente, mira al futuro” (Pacto Educativo Global, papa Francisco).
Este mundo VUCA nos presenta cuatro desafíos: frente a la volatilidad, visión de futuro; frente la incertidumbre, entendimiento; frente a la complejidad, claridad y frente a la ambigüedad, agilidad. Para responder a estos desafíos es evidente que necesitamos cambios en las organizaciones y en las personas que potencien sentirnos comunidad, aprender juntos y construir conocimiento compartido, porque nunca lo podremos lograr solos.
Vivimos en tiempos de volatilidad que dificultan la estabilización de los procesos, pero, sin duda, podemos extraer algunas claves para que todo esto ocurra de manera intencional.
Demostrar compasión y no ser impasible ante la necesidad
“Urge ayudarnos unos a otros para continuar nuestra misión de mirar el mundo con compasión y no pasar de largo ante las necesidades que nos rodean” (Cuaderno de trabajo de EC, Pacto Educativo Global). Hoy no se entiende la educación como un proceso en modo individual, como escuelas cerradas y únicas: el mundo global en el que vivimos nos llama a colaborar y crecer juntos como escuelas vivas, a crear puentes que refuercen la misión que realizamos. Por eso, necesitamos una nueva cultura de centro plasmada en un proyecto educativo que configure las estructuras organizativas de cada institución.
Para hacerla realidad, cada centro e institución debe encontrar su camino, su estilo de liderazgo y organización de los centros y la comunidad educativa que posibiliten generar conocimiento compartido y crecer a todos y cada uno de sus miembros en torno a un mismo proyecto (Laloux, 2016). Esto nos exige gestionar adecuadamente el talento, tanto individual como colectivo.
Ninguna institución es mejor que la suma de los profesores o de los equipos directivos. Todos debemos contribuir a que la organización crezca y se desarrolle. Para que realmente se produzca una buena gestión del conocimiento en nuestras organizaciones es necesario preparar un determinado escenario organizativo más flexible y abierto, con el objetivo de que puedan adaptarse rápidamente a los cambios y las nuevas dinámicas.
El conocimiento y el crecimiento de las instituciones educativas se generan en procesos protagonizados por la formación y el encuentro entre personas. Por eso, nuestras instituciones, muchas de ellas apoyadas en el Pensamiento de Innovación Educativa (PIE) de Escuelas Católicas, organizan planes de formación y acompañamiento personalizados, apuestan por el trabajo en equipo de los docentes promoviendo experiencias interdisciplinares y globalizadas, y establecen redes de colaboración entre profesores dentro y fuera del centro.
A este tipo de organización, autores como Peter Senge y Joaquín Gairín, la ha denominado “organización que aprende”, entendida como grupo de personas que buscan mejorar continuamente su capacidad de crear lo que quieren crear y que comparten una filosofía de anticipación, reacción y respuesta al cambio, la complejidad y la incertidumbre.
A su vez, no puede haber crecimiento en las instituciones sin el intercambio y la creación de estructuras colaborativas. Por eso, estamos llamados a crear redes de centros que refuercen la tarea que realizamos. La evolución de nuestros colegios pasa por comunicarnos con otros centros para que nos encontremos, dialoguemos y ayudemos a generar proyectos de transformación del mundo en comunidad. La habilidad de romper fronteras organizativas y operativizar nuevas formas de funcionamiento es crítica. Al mismo tiempo, los ladrillos de estas relaciones entre centros son las relaciones y comunicación entre los equipos directivos, los equipos de titularidad y los educadores. Esta nueva cultura de centro no se nutre del almacenamiento del conocimiento, sino de su circulación permanente. La manera de responder a esta llamada se traduce en la realización de un trabajo conjunto, donde experimentemos y construyamos juntos aquello que hemos reflexionado.
La necesidad de un nuevo equilibrio
El centro escolar es, pues, el lugar que debe servir de marco adecuado para crear una auténtica comunidad que aprende a ser más acogedora, humana, fraterna y solidaria. La organización que aprende es principalmente una “organización dual” (término inspirado en John Kotter), una organización que funciona con jerarquías, pero sobre todo que crece, se transforma e innova desde la comunidad en red. Esta es mucho más adecuada para desafiar al mundo VUCA, ya que generará valores comunes y será más fácil vivir la visión desde una mirada compartida.
La clave está en encontrar el equilibrio entre lo que nos ofrece la jerarquía, de control, responsabilidades, etc. y ese nuevo motor de crecimiento que supone la redarquía, con sus relaciones de participación y flujos de actividad que, de forma natural, surgen en redes de colaboración basadas en el poder de las personas, en su talento, en la confianza, etc. (Martín Murga, 2021).
En estas circunstancias, es prioritario fortalecer la función del liderazgo (que va más allá de la dirección escolar) de manera que pueda responder a las necesidades de la comunidad educativa de su centro y del entorno. Así entendido, el liderazgo es un arte que ha de generar un clima de relación, implicación y cohesión del profesorado y de los equipos directivos alrededor de la visión compartida, de tal forma que cada maestro y profesor sea también un líder (Del Pozo, M. et al., 2016).
Estos líderes cuidan las relaciones personales; establecen un diálogo reflexivo entre profesores, alumnos, familias, etc.; promueven y utilizan canales eficaces de colaboración; están atentos a las iniciativas propuestas por los equipos y les otorgan autonomía para su ejecución; crean ambiente positivo; dirigen y acompañan de manera imaginativa; y valoran al claustro y al resto de la comunidad de la que forman parte… y así la visión se convierte en parte de la cultura del centro. Por ello, el liderazgo distribuido es fundamental para responder al entorno VUCA en el que nos movemos, donde conjugar la jerarquía y la “redarquía”, y pasar de la “egología” a la “ecología” son claves.
Hemos dibujado un horizonte que estará siempre en un continuo proceso de revisión, pero es momento de emprender acciones conjuntas. Cada proyecto será un camino nuevo con muchas encrucijadas, pero no estaremos solos ni partiremos de cero: llevamos en la mochila la tremenda experiencia en educación de los centros e instituciones que os habéis sumado a la red para hacer realidad una sociedad más fraterna, solidaria y sostenible que favorece el diálogo y la búsqueda del bien común.
Descarga el Cuaderno de trabajo de EC para el Pacto Educativo Global (https://bit.ly/3IkBUKS)
Súmate al Pacto Educativo Global aquí (https://bit.ly/3odryV7)