NARRATIVA
Cotidianidad Jenifer N. Luna
O
bservó por la ventana. Dio una última fumada al cigarro electrónico que odiaba debido a la falta de sabor y la cercanía con la muerte que el tabaco real podía brindarle. Cerró la pantalla del ordenador. Su gato, que le había costado casi todo el salario de un mes por ser un ejemplar vivo, se acercó a ella y ronroneó por un poco de comida. —Ya va —dejó de observar la ventana y movió la silla hacia atrás—. ¿Quién es un lindo gatito? Recibió un maullido como respuesta y se levantó para buscar la comida. Al llegar a la cocina tecleó los números que abrirían las puertas y buscó una lata. Soltó una maldición al darse cuenta de que, debido al trabajo, había olvidado ir al mercado a conseguir la comida del gato. —Tendré que ir de paseo. Ya vuelvo. El gato le maulló. Ella tomó la cajita junto a su puerta y salió del departamento. Una vez afuera, el ruido de la ciudad llenó sus oídos, era difícil saber de qué pantalla provenía. Bajó la escalera directo a la calle. Casi no recordaba la ciudad antes de que el ruido llenara las calles. Solo tenía presente el día en que las pantallas invadieron cada centímetro del espacio y el sonido fue subiendo cada vez más. Tenía presente el pánico en el que muchos entraron al darse cuenta de que sus cabezas estaban llenas de voces. La cajita en su mano vibró para avisarle que debía conectarse. Sin más opción, colocó la cajita en su pecho y dejó que ésta se conectara a su sistema nervioso para ayudarle a ignorar los estímulos del exterior. Odiaba conectarse, pero era un protocolo forzoso. No podía pensar en otra cosa que no fuera el comercial de las nuevas pantallas, o la nueva actualización de la cajita, o la canción que había
REVISTA ESPEJO HUMEANTE #5 / CIUDADES
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