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Singularidad de la lengua solitaria
se queden al margen? ¿Crees que accederán de buen grado? Tendrías que obligar a todo el mundo a ser iguales, a compartir una vida que es desigual desde su nacimiento.
René no pudo contener la frustración. Golpeó con un puño la pared de acero de la nave en la que viajaban. Tiró su cigarro y lo pisó desahogándose, sólo para sacar otro y metérselo a la boca.
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Después de probar la máquina de lenguas en un grupo reducido había llegado el momento de observar cómo se desenvolvía el Prolog en vivo. Lamentablemente, la gente que lo había aprendido no lo usaba de forma total pues todos tenían el bagaje lingüístico de otros idiomas. La idea de René fue buscar un convenio con la Organización de Naciones Unidas para crear un pequeño ecosistema lingüístico en el que sólo se hablara Prolog. La ONU se lo negó al no tener un territorio que cumpliera con las características que pedía: libre de otras lenguas, aislado del mundo y autosuficiente. La solución llegó cuando recibieron los primeros reportes de habitabilidad de la primera colonia lunar, así que René aplicó toda la presión que pudo para que le permitieran utilizar una parte para su experimento. La pequeña colonia se constituyó con gente a la que le borraron su lengua natal y le implantaron Prolog. Se les vendió como una nueva oportunidad de vida: con una existencia arreglada entre las estrellas ellos serían el futuro de la humanidad, ya no como miembros de una nación o una cultura, sino como miembros plenos de la raza humana. Era una nueva oportunidad para ser felices, o, por lo menos, eso les prometió René. —Dime, Theodor ¿Crees que sean felices? — preguntó a su excompañero con la voz temblando. —¿Quiénes? ¿Tus sujetos? Bueno, tienen las necesidades básicas cubiertas. La pérdida de su cultura puede ser perjudicial para su desarrollo. Pero ¿Qué tenías en mente al diseñar el Prolog? —Quería una lengua completamente transparente, que no tuviera significados indeterminados, que no fuera obtusa. Quería la herramienta racional perfecta. —Ya veo —respondió Theodor pensativo— . Ojalá encuentren el modo de crear algo más con lo que les has dado, siempre he creído que el uso de los hablantes es lo que da vida a una lengua.
Theodor apagó su cigarro y lo tiró en el cenicero dispuesto frente a la ventanilla. Sin decir nada más salió de la habitación en la que se hallaban. René seguía considerando sorprendente el hecho de poder fumar en una nave espacial, pero, como siempre, el mundo avanza sin las consideraciones de uno. Suspiró ruidosamente y salió detrás de su excompañero para organizar sus cosas. Era tiempo de aterrizar.
René tenía los nervios destrozados, aunque hacía lo posible para sonar confiado al dar las órdenes necesarias para los registros del experimento. Cuando tuvieron el permiso para abandonar la nave dentro de una de las cúpulas de ecosistemas instaladas en la superficie lunar, René sintió el terror agrupándose en la boca de su estómago. Todo el experimento dependía de la capacidad de los sujetos para adoptar la nueva lengua, tenían que haber encontrado un uso singular para ella: una frase hecha, una canción, un poema, un piropo. Cualquier cosa que reflejara el florecimiento de la nueva cultura humana global.
Desesperado, adelantó a su equipo y fue hacia una joven de la luna que andaba unos metros más allá de la plataforma de aterrizaje. Un rayo de esperanza le cruzó el rostro al observar que la chica hablaba con seguridad, parecía feliz incluso, al conversar con la mujer a su lado. Sin embargo, mientras se acercaba al trote, se dio cuenta de que se había engañado a sí mismo. El tono con el que hablaba aquella joven era invariable, terriblemente plano y monótono. Su rostro tenía la apariencia de una máscara mortuoria, como si se hubiera puesto la cara de una muerta sobre la suya propia. Jadeante, ya sin preocuparse por ocultar el terror y la desesperación de su voz, hizo la pregunta que lo venía atormentando desde que consiguió el permiso para instalar su lengua en a-