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Misión (Relatos del Museo de la Memoria
mundo seguirá con o sin COVID, y en todos los idiomas existirá siempre la palabra esperanza. O al menos, es lo que piensa el hombre que se quedó todo lo que dura el semáforo mirando en el reloj del panel de su auto marcar primero las seis y después de tantos muertos y esperanzas, las seis con uno, hasta que los cláxones de la vida cotidiana le obligaron a seguir. ¬
(2021). Astronauta Itzel G. García,
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El silencio del bosque
María Susana López (Argentina)
EN LA QUIETUD del bosque predomina el silencio. Solo suena algún ruido a papel estrujado producto del roce de algunas ramas cuando la brisa del viento se entromete, o el zigzagueo de las hojas hasta tocar el suelo, el crujir ante la pisada de algún animal que va en busca de comida, el siseo de alguna lombriz, o el ritmo sincrónico del ciempiés.
Sobre las ramas se puede llegar a escuchar algún piar de pájaro, o el ulular de los búhos.
Todos creen en la tranquilidad, en la paz, en la ausencia de ruido del bosque, pero siempre está el peligro.
En la oscuridad del suelo, existe una ciudad autónoma, un submundo húmedo, con una red de comunicación muy organizada. Un silencioso ruido interior.
Los árboles necesitan un compuesto especial para generar su alimento, es de suma importancia para su desarrollo. Para eso, las raíces provocan una erosión física y química, como máquinas excavadoras buscando el material necesario, pero saben que solas no lo pueden conseguir.
Pidiendo auxilio, exudan unas sustancias que se distribuyen en la tierra, emiten señales, como un SOS.
De pronto, los arqueneuptos casi invisibles se movilizan hacia la llamada. Con un caparazón protector, como un escuadrón de élite se acerca con sus pseudópodos. Se adhieren a esas prolongaciones radiculares, como si fueran sogas. Ascienden hacia la zona central. Los cilios le facilitan el ascenso como escalones. Por un orificio del caparazón sale un tubo, un pie sésil se propulsa e inyecta dentro de las raíces. En pocos minutos ambas estructuras intercambian información, hacen un reconocimiento, establecen un acuerdo de convivencia.
Los arqueneuptos encuentran en esta invasión una oportunidad para adquirir fácilmente el alimento. Tienen comestible a su disposición y un lugar fijo de alojamiento. A cambio las raíces obtienen la sustancia tan deseada. Ellos son los encargados de desintegrar toda sustancia extraña, o desechos de la actividad metabólica. Este producto es el material de excelencia que los árboles necesitan. Además los arqueneuptos sirven como batallón de defensa ante el ataque de cualquier otro organismo que quiera provocar patogeneidad.
Así establecen una convivencia simbiótica que favorece a ambas partes.
Los arqueneuptos, inmediatamente, emiten señales en forma de anillos a sus pares. Se establece una comunicación entre silencios y sustancias químicas como lenguaje que sólo ellos interpretan.
Los organismos van llegando a la zona de reclusión.
El quórum es necesario para que esta población huésped pueda establecerse y cumplir la función pactada.
En poco tiempo los arqueneuptos rodean a las prolongaciones radiculares. Establecen una base de operaciones formando ciudades satélites en forma de nódulos. La colonización interior se pone en marcha.
La interacción de las partes genera ventajas competitivas para esta especie boscosa que le permite la supervivencia y le garantiza la descendencia y prevalencia en el ambiente.
La quietud del ambiente se mantiene gracias a una compleja red de comunicación subterránea. El bosque está a salvo, mantiene su silencio.¬