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Cantar de las sombras
sado no significa conocerlo «tal y como verdaderamente ha sido». Significa adueñarse de un recuerdo tal y como relumbra en el instante de un peligro” (180). En este sentido, recordar también es tabú. En la novela se produce una ruptura del tabú político porque todos intentan recordar para construir una respuesta. Todos los compañeros de la protagonista, Estrella González, intentan recordarla a ella y a sus días de paso por el colegio, cada detalle, recuerdo fugaz, voces, colores y objetos son traídos de la memoria hacia el presente en un relato que configura el rescate de la memoria colectiva para reconstruir una realidad con el fin de atar cabos y resolver incógnitas, cosas que nunca llegaron a entender porque les fueron ocultadas porque estaba la infancia y el régimen de la prohibición involucrados.
En este caso, el peligro Benjaminiano se entiende como el peligro que conlleva el simple hecho de pensar diferente y admitirlo frente al otro, que no es un compañero o un amigo de confianza. En Space Invaders se plasma con bastante lealtad lo que significaba en la época tener una opinión distinta a la del régimen militar, porque las personas quedaban al descubierto, las allanaban, secuestraban y abusaban, eran un blanco para estos invasores del espacio.
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En esta novela se realiza un recorrido por la memoria individual para rellenar los espacios que, producto del trauma, han sido despojados del recuerdo para así reconformar la realidad vivida, compartir el recuerdo individual y fusionarlo con el colectivo para convertirlo en una reconstrucción de la experiencia. Para, finalmente, después de tantos años, poder entender las situaciones que durante la infancia nadie quería explicar por miedo a las consecuencias que podría tener hablar sobre este gran tema tabú que es la política. ¬
Referencias bibliográficas
Amaro, Lorena. Francisca Lange. “Dossier: escrituras de infancia”. Aisthesis. Santiago de
Chile: N°54, 2013. Impreso. Benjamin, Walter. Discursos interrumpidos I.
Madrid: Taurus, 1973. Impreso. De Querol, Ricardo. “Los niños de la represión chilena llenan los silencios”. El País. Consultado el 1/12/17. Enlace https://elpais.com/cultura/2015/06/09/babelia/1433843677_532023.html Web. Fernández, Nona. Space Invaders. Santiago de Chile: Alquimia ediciones, segunda edición, 2015. Impreso.
Ambigüedades
Carmen Macedo Odilón (México)
LOS ZERTS TIENEN veinte formas para representar la paz. Una de ellas, la más común, consiste en abrir ambas manos y juntar las yemas de los dedos entre sí para crear la forma de un diamante. Después, llevan dicha figura hacia su pecho, del lado del corazón, exclaman un “hoh, hoh, hoh” y separan los brazos mientras trazan una comba en el aire para luego mostrar sus palmas extendidas.
El día del patrullaje al área denominada TR03 del planeta Makay, en busca de vida inteligente, se detuvieron frente a una construcción de forma cónica, un monolito tan alto que amenazaba con llegar a la exosfera.
Los Zerts acondicionaron sus trajes espaciales y descendieron luego de una extensa investigación que los había llevado a prepararse para la incursión anhelada. Caminaron y sus cuatro piernas sintieron la solidez del suelo. Del monolito cónico, un grupo de veinte makayinos los encararon.
Para decir “Hola” en zertícola se debe elevar los brazos a la altura de los hombros y después sacudir enérgicamente los dedos. Los makayinos los imitaron. El comandante Kolvek, entusiasmado por el recibimiento, interrumpió la seña de paz que había usado en sus excursiones previas y optó por una más coloquial. Plantó con firmeza cada una de sus extremidades inferiores y dibujó un triángulo en el aire, forma que se asemejaba a la sonrisa zert. Los makayinos la imitaron y después emitieron un silbido, a la que los zerts respondieron con una carcajada, y tanto el comandante como su tribulación, asintieron satisfechos por la comunicación exitosa. Los habitantes del planeta Makay repitieron la seña de la paz, y dejaron salir dos silbidos, a los que los zerts volvieron a asentir. El líder de Makay abrió sus fauces y lanzó un rugido seco; de la estructura monolítica salieron cientos de lanzas que acribillaron a los zerts, tras un encuentro fallido bajo la siguiente amenaza: “Nosotros pisotear cono”, y no, no fue un error, ellos lo admitieron, incluso, dos veces, dijeron los makayinos en su informe final. ¬
Cantar de las sombras
Eduardo Omar Honey Escandón (México)
AL ENTERARME DEL CAMBIO en las condiciones de la estrella Ranaken, tuve que viajar, contra mis deseos, al centro de la Homoexpansión. Tenía que sacar de su retiro a Eina D’al, la experta en la cultura Q”t”r oriunda de Ranaken IV. Así optamos por llamarlo ya que el nombre del planeta y su cultura, transcrito, era el lugar donde las sombras transcurren el habla durante los latidos de luz que germinan subyacentes y directos.
Tras hablar con rectores, inteligencias artificiales y veteranos del hallazgo de Ranaken logré obtener la dirección donde Eina D’al se había aislado desde que tuvimos que traerla de vuelta. La Unbegrenzte Exogene Kulturen Multiuniversität, a las afueras de un Hamburgo encapsulado hace dos siglos por un accidente temporal con un artefacto alienígena, le había brindado un sótano completo debajo del tercer anexo.
Cuando llegué, Horpach —el sempiterno guardián de ella—, se interpuso en mi camino. Nunca nos habíamos caído bien y me señaló repetidas veces como el que había destrozado el proyecto de su amada y protegida. —¿Por qué no la dejas en paz? —recriminó en múltiples frecuencias e idiomas con el fin de destrozarme los nervios con un asalto cacofónico. Lo había intentado en Ranaken con el fin de que el sonido nos interfiriera y así evitáramos mezclar nuestras sombras con las que Eina D’al y su pedestal proyectaban contra el suelo. —Quítate, H —contesté fastidiado por el largo viaje—, necesito verla y plantearle un asunto de vida o muerte. —Ya la asesinaste antes —respondió con su estilo banal—, ¿por qué debería dejarte hacerlo de nuevo? Lárgate y escóndete en los agujeros estelares donde alguna sapiens te parió. —Horpach, Ranakan IV entró en estado de cuarentena para ser protegido. Esto lo dictaminaron las Meta-IAs regentes. Es la tercera civilización que encontramos y debíamos salir. —Escribía, dictaba, su vida como literatura entre los arcanos Q”t”r, había ganado su columna y estaba volviéndose parte de su historia, de su enciclopedia —exageró Horpach de nuevo. —No seas necio y déjame pasar. En verdad, es asunto de vida o muerte y ella es la única que puede hacer que su cultura tenga una oportunidad. Las Meta-IAs fueron quienes me enviaron. ¡Ah! Por cierto, se disculpan. —¿Una disculpa de ellas? Algo nunca visto. Demuéstralo. —¿Estás seguro? —Demuéstralo o retírate, nardlfackingei — me insultó con la palabra maldita que cerraba la transmisión donde recriminaron en Omega IX que no los ayudamos. Ese verbo y sustantivo, que representa la sima profunda y eterna del fin del Universo, fue la expresión última antes de enterrarse bajo la superficie del planeta para resistir la llamarada que consumió la colonia. Tardamos siglos en acudir. Cuando llegamos se habían transformado en seres subterráneos verdaderamente atroces, difícilmente parte de alguna definición bajo el término Homo. Sin embargo, la transmisión resonó por todos lados. El grito y la maldición se extendió por toda la homoexpansión volviéndose el insulto máximo. No me afectó, la fuerza de un insulto está en quien lo recibe, no en quien lo dice.
Lancé a su red neuropática el mensaje que había recibido tras reportar la situación de Ra-
naken. A pesar de sus casi tres metros de altura, los implantes cibernéticos y la armadura de defensa no pude más que compadecerlo cuando se derrumbó para arrodillarse y llorar. Cuando hablan las Meta-IAs, usan múltiples canales y señales. Según Michael Gabrieli, el eterno filósofo y gran erudito —aunque sea un humano natural—, es lo más cercano al verbo y al aliento de los dioses en plena orgía del génesis. Por eso sólo estoy al pendiente del resumen, nunca del mensaje original.
Pasé a su lado y bajé al sótano que más bien era como un enorme auditorio con las butacas alrededor de la zona de presentación en forma ovalada. Reconocí el tono e intensidad de las luces que se proyectaban desde las alturas al igual que la arena, tierra y maleza que rodeaban una mayestática columna puesta en unos de los focos de la elipse. En la cima de la columna destacaba Eina D’al desnuda, inmóvil. Su cuerpo refulgía por el exoesqueleto dérmico que la alimentaba, mantenía en buen estado sus músculos y le permitía sostener una posición por días o por semanas. Su gesto, desde mi perspectiva, era el de “paisaje sonoro” con lo poco que entendía de la forma de comunicarse de los Q”t”r, . Sin embargo, según mi traductor visual, la sombra en el suelo podía ser, entre miles de significados superpuestos, una metáfora al sonido de los aeróptoros que planean por los desiertos de Ranaken IV. En su vuelo levantan un poco de polvo que proyecta espectrales sombras que elaboran garigoleados sobre el símbolo-palabra-código-frasesentimiento-pensamiento que un Q”t”r expresa en su sombra. —Eina, por favor, necesitamos hablar —expresé lentamente pero con firmeza.
Tras quince minutos su meñique izquierdo apenas se movió, pero el trazo, amplificado por la luz larga de un Ranaken simulado, fue claro en el suelo. En términos de la memoria sobre la existencia y continuidad Q”t”r, me negaba la existencia a la par que demandaba mi muerte cíclica en vida. O que me retirara. Cuando tuvimos que separar caminos, apenas yo inicié el estudio de los trazos minúsculos proyectados por un arcano. Insuficiente para compenetrarme en el mensaje. —Te ruego que me escuches y luego me iré — supliqué tras quitarme la máscara que escondía mis facciones para que observara mis gestos y la verdad que expresaría—. La estrella de los Q”t”r está por sufrir fluctuaciones severas y cambiará por completo su intensidad lumínica. Sabes bien lo que esto implica.
Ella me daba la espalda y no supe qué dijo o cuál gesto hizo. Las luces se apagaron y, fuera de una figura holográfica que era ella en su última posición, nada más se podía ver. Escuché unas inmensas pisadas a mi espalda, Horpach se había recuperado. —Detente, Ferdinand —ordenó Eina con el nombre cariñoso que siempre le dio a su guardián—. Estamos en la oscuridad, donde sólo las mentiras pueden expresarse según los Q”t”r —pronunció el nombre de ellos de una forma imposible para todos los que no teníamos su don que, aun así, quedaba limitado por el espectro sonoro que podía escuchar—. Exprésate o húndete en las tinieblas —terminó ominosamente mientras sentía a Horpach listo para sacarme del lugar sin delicadeza alguna.
Sintiéndome vulnerable por mostrar el rostro y su gestualidad, a pesar de no haber luz, ocupé los siguientes minutos explicando la situación que los espaciodrones detectaron, las proyecciones y análisis de la IA guardiana de Ranaken, las simulaciones que nos hicieron llegar y la conclusión: tanto por el cambio de luz como por el cambio ecológico en Ranaken IV —que haría que aparecieran nubes—, los Q”t”r podrían extinguirse. —Tú misma lo señalaste: al morir una lengua, muere una cultura. No hay mayor acto de altruismo cósmica que preservarlas. Ayúdanos por favor.
Eina, tras estudiarlos cientos de años, logró entender apenas por encima lo que esa cultura expresaba en su historia e instante, individual como colectiva, a través de las sombras proyectadas por su sol. Décadas antes de ganarse el título de arcano, señaló a uno de los Q”t”r