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Calígine
Cuando las letras se enamoran
Kari Martínez Zúñiga (México)
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CUALQUIERA SE ENAMORA de las letras, pero cuando ellas se enamoran de ti, es otra historia. Las letras te destinan a una vida de amarguras, desengaños y te sumergen en una vorágine de sensatez, pues entre más razón tengas, el resto te verá más loco. Yo creo que ése fue el porqué de que nuestra relación fracasara.
Él lo tenía todo, unas manos decididas, una voz dulce y grave, una mente brillante. Algunas enamoradas se hacen de atole cuando escuchan que el amor pronuncia su nombre, pero yo me hacía más fuerte; me hacía más real, supongo. Fue horrible cuando empezó a frecuentar a otras, a formar otros nombres con sus labios, a esculpir otras figuras entre sus dedos, a colorear otros ojos con sus palabras; fue horrible compartir espacio con todas esas y ser testigo de cómo les brillaban las pupilas ante ese Dios que se nos presentaba en forma de hombre.
Al principio todo era oscuro, caótico, hasta que él con su calma comenzó a poner significados donde yo no veía ni la punta de mi nariz. Decía cosas que yo no comprendía. Mientras el movía sus labios y dedos, mientras su mirada me recorría toda, empecé a sentir: mi piel era rozada por suculentos fonemas, cálidos o frescos, según la ocasión. Las horas que él pasaba conmigo alimentaban mi entereza, por lo que al mismo tiempo me hacía más compleja, más esférica.
Me enamoré profundamente… si es que así es como se siente el amor. Por eso, como pude, lo hechicé; di mil vueltas en su cabeza por la mañana, por la tarde, por la noche en sus horas de insomnio; me hice la difícil para que gastara más tiempo en mí, tratando de comprenderme, me volví su obsesión constante, me hice el tema de sus conversaciones en las tertulias. Lo volví sensato y coherente en temas de amor… o eso quise creer.
Me compliqué más de lo que debía, por lo que él mismo se dio la licencia de despertar los sentidos de otras pieles, como a las teclas de un pianoforte, para deshacerse de los dolores de cabeza que yo le provocaba. Me enfureció saberlo en otros ojos, en otros mundos. Con ello, llegaron a mí mil ideas de venganza… Primero me escabullía entre las sombras para susurrarle pesadillas al oído, me escondía bajo la cama para tomarlo por los tobillos y hacerlo caer, azotaba las puertas de golpe, me metía en su área de Broca para que no pudiera hablar… puras cosas de niños. Pero después, transgredí la línea.
Un día, una de las nuevas “musas” se atrevió a ponérseme enfrente, me sentí amenazada, como si ésta fuera a tomar mi lugar; así que tomé uno de los bolígrafos del escritorio y… le rayé la cara: le puse bigotes y unos cuernos de diablo en la frente, luego la pateé para que se volteará y le dibujé una cola también, así ya nadie la iba a querer, mucho menos él. Ella se puso a llorar y no sabía ni dónde esconderse, así que se metió entre las páginas de un viejo diccionario, con la esperanza de que nadie la encontrara ahí. Cuando él llegó, buscó entre sus notas a la tal por cual, pero nunca la encontró. Tampoco me encontró a mí: me di cuenta de que no quería estar donde no era requerida.
Con el corazón roto, ése que él me había regalado, me decidí a procurar las obras de otros autores, unos menos apasionados, unos que no me robaran el aliento mientras sus fonemas y grafías me toquetean, unos que tal vez no me retraten como a una Lolita, una Beatriz o una Dulcinea, pero que al menos no me harán querer dibujarle cuernos a las páginas a diestra y siniestra… esa siniestra que heredé de él. ¬
Calígine
JL Paolo García Morales (México)
LIZARDO IRUNTA MARANAM se dirige a investigar uno de los casos obligados que tiene que realizar gratuitamente, cada año, en servicio de la sociedad si es que quiere renovar su permiso judicial para seguir ejerciendo privadamente como detective, forense glossa y forense audiólogo.
Camina entre la resequedad de la calle Calígine hasta llegar a un lugar ruinoso. Es la única edificación que se vislumbra en un kilómetro cuadrado. Se le llama La Fortaleza de la Decadencia, y es un refugio para vagabundos, parias, drogos y demás humanos que les apetezca estar allí. Aunque, como en cualquier lugar de la sociedad, a veces ocurren crímenes de todo tipo.
Se detiene frente a los límites de la propiedad, desde su sombra se despliega una neblina iridiscente, es su cohorte de nanodrones que ha activado. Danzan, lenta y microscópicamente entre la penumbra que arroja la fortaleza, parecen luciérnagas, pero son más poderosas. Escanean todo el lugar. Supone que no encontrará a nadie, pues lo habitual cuando aparece algún cuerpo es que todos huyan, pero aun así prefiere esperar los resultados del escáner preliminar, que buscan principalmente humanidad. Como es de esperar sólo yace un cuerpo sin vida, el que vino a investigar.
Entre los resultados del escaneo preliminar hay un dato extraño: alta radiación electromagnética, pero no es peligrosa. Lo guarda en la carpeta de curiosidades y camina hasta la entrada, invoca a varios nanodrones que se arremolinan en su brazo izquierdo hasta hacerlo un arma de asedio para derrumbar la puerta, no le importa alterar la escena pues sabe que sus nanodrones ya han escaneado y recopilado mucha información. El ruido de la puerta cayendo agita la calma de la noche y estremece a los múltiples seres nocturnos no humanos que responden con una retahíla de chirridos iracundos.
Los muros anchos que configuran la fortaleza están negros y quemados en muchas partes, guardando las cicatrices de fogatas infinitas, miles de pelusas de papel periódico ruedan con el soplo calmo del viento hasta formar gusanos alrededor de cobertores corrugados, también de papel periódico, usados hace poco. Al fondo de un pasillo de esos, en un rincón precedido por paredes sin las huellas dactilares de la decadencia, yace un capullo cobijado por la oscuridad, algunos nanodrones iluminan sus contornos y, finalmente, un enjambre de ellos alumbra todo el lugar. Un muro en particular presenta bordes carcomidos como por el efecto de algún ácido, y por los colores parece un atardecer oceánico, aunque bien puede ser óxido creado por el tiempo, es curiosa la forma esférica, como si la decadencia del devenir hubiera nacido en el borde de una pequeña cúpula. Las ropas de la persona muerta forman en su conjunto una paleta de colores fríos.
Ordena a los nanodrones analizar a profundidad la escena antes de mover cualquier cosa. Una vez realizado, voltea el cuerpo, la piel del rostro le ha sido arrancada, manda a sus ayudantes robóticos encontrarla. Continúa revisando. Tiene una herida en el bajo vientre, parece que un láser lo hizo y es la causa aparentemente primaria de muerte, falta realizar estudios.
Decide que es momento de profundizar y terminar, quizá, con el asunto. Le inyecta al cuerpo un poco de Sangre de Kahli, para ablandarlo y poder manipularlo. Invoca a cier-
tos nanodrones mediante una serie de palabras: Ex Caligine Chaos: ex Chao et Caligine, Nox, Dies, Erebus, Aethe. No sabe qué significan, pero alguna vez las leyó y se le quedaron impresas en la memoria, ahora sólo es una contraseña de raíces arcanas. De inmediato llegan y se unen esféricamente, levitando frente a él, quien les dice con un susurro: tártaros, y rápidamente se lanzan hacia la boca del muerto, la abren y penetran hasta el borbollón de las cuerdas vocales, desde donde la esfera comienza a expandirse y a deformarse hasta convertirse en una micro máquina que florece en la lengua y en el sistema auditivo, ramificándose al exterior del cuerpo en una consola holográfica que permite controlar los aparatos ópticos y sonoros de amplificación suprema que ahora yacen en el interior del cadáver, deformándolo torácicamente en una especie de tragicomedia donde el muerto se ha comido un trapezoide expansivo tridimensional.
Una parte de su harem nanodrónico surca suavemente la faz de la lengua muerta, avista en los primeros estratos cárnicos una serie de palabras fosilizadas, que irónicamente son las últimas que pronunció la víctima, las guarda para analizarlas después. Una vez barrida esta zona superficial, despliega a sus ayudantes bajo el relieve de la lengua y entonces comienza a brotar un géiser de información, letra fosilizada a letra fosilizada se unen en un chorro ardiente de pasión, de oratoria vital, miles de discursos, algunos breves y otros largos, proferidos en vida por el ahora muerto. Cada letra fósil es cuidadosamente analizada de acuerdo con el color, grosor, intensidad y demás características que conforman el lenguaje. Para ser concatenados en un discurso lógicamente obvio. Cada detalle y pensamiento es plasmado en láminas irrompibles de oricalco, que hierven incesantemente dentro de un estanque portátil repleto de lapislázuli líquido y que está a resguardo en una zona secreta de la ciudad.
Corta el tímpano y el nervio auditivo para que pueda ser interpretado por su magnífica y única máquina. Los nanodrones que yacen alrededor de su brazo forman entonces una serie de hilos finísimos, microscópicos, que se introducen en el nervio vestibulococlear para escanearlo. Lleva algo de tiempo, pero es necesario pues así no importa si le sucede algo a las partes biológicas, la información está asegurada, inicia también el proceso para escanear las zonas de Wernicke, Broca y el encéfalo. Al finalizar el escaneo sonoro coloca el tímpano y el nervio vestibulococlear sobre la máquina de su propia creación, una especie de fonógrafo, cuya parte principal es un microencéfalo con la capacidad de interpretar los millones de sonidos e idiomas conocidos de la Vía Láctea. Siempre reproduce primero en su fonógrafo lo que el muerto escuchó, antes que usar la interpretación del encéfalo propiedad de la víctima, pues es más confiable, ya que carece de subjetividad, la cual muchas veces oculta información sonora que el muerto ignoró estando con vida.
Se dispone a reproducirlas cuando un enjambre de nanoayudantes lo interrumpe para decirle que han encontrado la piel del rostro, le mandan la información obtenida y le muestran una simulación de como lucía el rostro del asesinado… es él, Lizardo Irunta Maranam.
Queda algunos segundos en shock. Trata de comprender lo que sabe. Activa el fonógrafo, que tiene un efecto sonoro como el que tenían los primeros aparatos antes de interpretar correctamente.
Sonidos extraños, cavernosos, agudos y graves se explotan, se susurran, se reptan sobrehacia-para sí en una orgia auditiva que reverbera en la garganta de la ninfa eco y que Lizardo siente que inundan todo su cerebro. Después, un silencio seco, seguido de una serie de aullidos graves y agudos que convergen en una voz de timbre promedio. Escucha los sonidos de su infancia como fantasmas ventosos, si deseara podría amplificarlos y reajustar la sensibilidad fonográfica para poder captar con más precisión esas voces viejas, pero no le in-