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El banquete de lo indecible
de éxito, como en un registro posterior del suceso, pero, también, significaba una apropiación de esa experiencia. Había un contenido metafísico en los símbolos que aún en nuestros días, habita detrás del lenguaje de las imágenes y las palabras. “En el lenguaje se puede llegar a expresar lo que no se deja decir o atrapar verbalmente, pero que sí se puede transmitir lingüísticamente (Kathrin Busch, 2006,” Lenguaje de las cosas,” parr. 6).
Fue por medio del lenguaje simbólico empleado en cantos rituales que los primeros seres humanos intentaron comunicarse con la divinidad, realizaban ritos que precedían a las temporadas de cacería, de cultivo o de cosechas y manifestaban el dolor del luto ante sus muertos. Las cargas emocionales y un contenido irrazonable en el desarrollo y una posterior constitución del lenguaje articulado como lo conocemos, estuvieron implícitos.
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Al adentrarnos un poco más en el tema, veremos que es necesario hacer dos consideraciones importantes sobre el lenguaje: primero hay que considerar su innegable función instrumentalista para informar, transmitir contenidos y nombrar cosas, pero también está un aspecto metalingüístico, donde las palabras vinculadas a emociones e intenciones integran un proceso creativo, estableciendo relaciones dinámicas entre lo material y lo abstracto.
“cuando el pensamiento y la poesía constituían una sola manifestación del espíritu que impregnaba desde la magia de las palabras rituales hasta la representación de los destinos humanos, desde las invocaciones a los dioses hasta sus plegarias, el hombre pudo indagar el cosmos sin romper la armonía con los dioses”. (Sábato, E., 2000).
El lenguaje, soporte de la múltiple realidad en la literatura
Este aspecto metalingüístico del lenguaje, puede verse amplia y diversamente ejemplificado en el campo de la literatura, donde se siguen proponiendo innumerables realidades distintas, que se desarrollan simultáneamente, igual que una consciencia independiente, alimentándose al ofrecernos de forma continua, símbolos e imágenes que afectan el mundo. Creando realidades desde la ficción, prescindiendo de autores, sus figuras, unas y otras, terminan absorbidas conjuntamente por esa consciencia a la que alimentaron con sus múltiples voces.
Probablemente, sea ése el poder que reside en el lenguaje: generar y modificar la realidad a través de los performativos, de símbolos convertidos en palabras, que construyen los distintos géneros discursivos, y que, a su vez, hacen posible nuestra interacción con el mundo cotidiano. Este aspecto escondido detrás del lenguaje, no puede ser desconocido ni en la comunicación que establecemos diariamente con los demás, ni en los procesos de creación literaria, porque cada uno de nosotros configura, aunque parezca inverosímil, una múltiple realidad. Aquello que hablamos o escribimos y todo lo que conocemos forma parte de esa múltiple realidad cultural contenida en el lenguaje; inclusive, a aquello que desconocemos, sólo es posible acceder por medio de palabras. Las religiones lo han comprendido, perdurando como instituciones sociales a través de milenios; y todos conocemos las atrocidades de las que han sido capaces para ejercer su poder. Lamentablemente, su fundamento está en esa magia implícita en las palabras escritas y sus propiedades y en últimas en el lenguaje. Muchas veces no alcanzamos a reconocer la magnitud de su importancia porque es una actividad que realizamos inconscientemente todos los días, pero en el interior de ese sistema de signos y símbolos hay mucho más.
Tal vez haya una bella verdad detrás de aquello que nos cuenta la canción “Don palabras” de Maldita Vecindad: “… De cómo nacen las cosas, cada vez que uno las nombra” (Baile de máscaras. 1996). ¬
Bibliografía
Bajtin , M. (1982). Estética de la creación verbal. El problema de los géneros discursivos.
Recuperado de https://circulosemiotico.files.wordpress.com/2012/10/estetica-de-lacreacic3b3n-verbal.pdf Busch, K. (2006). Lenguaje de las cosas y magia del lenguaje Sobre la idea de efectividad
latente en Walter Benjamin. Recuperado de: http://eipcp.net/ Barthes, R. (1968). La muerte del autor. Manteia . Recuperado de: http://www.enriquevilamatas.com/ López García, Á. (2010). “Otra vez la sociedad y la cultura”. En El origen del lenguaje (PP.146-149). Valencia: Tirant Lo Blanch“. Sabato, E. (2000). “Los antiguos valores” . En
La resistencia (p. 58). Colombia. Planeta.
Daniel SanMateo (México-Francia)
EL PENTEKONTOR flotaba plácidamente a un costado del muelle, sus amarres bien asidos y su vela cuadrada enrollada sobre sí misma en la cruz del mástil.
Gorgias, que recién había festejado su cumpleaños sesenta en compañía de varios ciudadanos de Leontinoi, el vino dulce de la vejez en honor a Zeus, contemplaba el mar tranquilo.
Sus pensamientos repasaban la empresa que venía de serle encomendada. Nunca había sido un destacado político de la ciudad, pero su fama de retórico llegaba hasta los confines del mundo conocido.
Herodicus llegó con él. No iría en este viaje como en ocasiones anteriores. El deber lo ataba a la ciudad. Además sospechaba que su hermano no tendría la intención de volver. Atenas era un polo magnético que atraía hacía sí a los grandes pensadores, su hermano, sin duda, uno de ellos. —¿Partirán pronto?
Gorgias asintió. —Supongo que has hecho ya tus despedidas.
Gorgias asintió nuevamente. —Para ser un gran orador, hermano, hoy callas —dijo Herodicus.
Gorgias volteó y lo miró. Su hermano lo aguijoneaba con ojos alicaídos. —Regresaré pronto, vamos ahora a pagar nuestros tributos a Hermes y a Poseidón.
Tomaron ambos el camino a la ciudad por la vereda que rodeaba la playa y subía hacia la planicie fértil que prefiguraba la villa. Caminarían despacio, disfrutando del fresco de la tarde y de las primeras estrellas contra el cielo de azul marino. Les tomaría aproximadamente una hora en llegar, Leontinoi siendo la única colonia helénica construida fuera de la costa.
El paseo les sirvió para rememorar algunos viajes previos, como aquella ocasión en que juntos habían acompañado a Empédocles, su maestro, a la ciudad de Selinunte, para curar a los enfermos de la epidemia que se había abatido sobre la ciudad.
Mientras que Empédocles y Herodicus curaban a los dolientes, Gorgias los convencía del poder del pharmakon, la cura medicinal, con discursos envolventes.
Curiosa palabra, recordó Gorgias, cura y veneno al mismo tiempo, como sus palabras que seducían a los oyentes y que podían presentar las caras múltiples de la vida, la verdad o la falsedad.
Llegaron finalmente a la ciudad, ya entrada la noche. Se despidieron en el ágora, se verían nuevamente en el puerto cuando el barco partiera.
Gorgias iría al templo a ofrendar libaciones a Poseidón para que los mares fueran calmos en los días venideros. Navegarían directamente a Katakolón, cruzando el mar Jónico hacia el este, de ahí por el estrecho de Patras hasta Corinto, para terminar por tierra bordeando la costa del Golfo de Mégara hasta llegar a la gran ciudad de Pericles.
Después de las ofrendas, Gorgias fue al encuentro de Tisias, antiguo alumno de Córax, el llamado padre de la retórica y de quien ambos habían aprendido el arte del argumento. Tisias sería su compañero de viaje, ambos embajadores de la ciudad, para solicitar los favores de la asamblea de los atenienses.
En el patio de la casa de Tisias ya bebían y comían Isócrates y Protarcos, que se regocijaron de la llegada de su maestro y alzaron sus copas en su honor.
Un joven esclavo le acercó prontamente una copa de vino a Gorgias, que bebió para saciar su sed. Se acomodó en un camastro y se acercó un platón con aceitunas y un poco de pan. —En una semana apenas beberán y comerán con Sócrates —dijo Isócrates. —Brindaremos por él —celebró Tisias—, pero no responderemos a sus preguntas.
Gorgias rio con los demás.
Isócrates, el más joven, solicitó nuevamente que contaran la demanda de Córax contra Tisias, pues era añeja y su mente se confundía en la estructura de su lógica. —La contaré yo, si me lo permiten los maestros, porque así lograrás recordarla para siempre —dijo Protarcos.
Tanto Tisias como Gorgias concordaron y Protarcos comenzó el relato: —Como sabes, querido Isócrates, Córax fue el primer gran maestro de la palabra, sus discursos eran miel para los oídos y sus palabras tocaban los corazones.
Tisias quiso increpar, pero Gorgias lo detuvo. —Nuestro querido Tisias fue su alumno, hace algunos años. Hicieron un trato sobre el pago de las enseñanzas. Pagaría si en su primer juicio resultaba vencedor pues significaría que Córax le habría enseñado bien. Pero como Tisias nunca ha asumido la defensa de un juicio, el maestro no considera que deba pagar.
Isócrates asintió.
Gorgias intervino: —Córax no es tonto, querido Isócrates, por eso demandó a nuestro Tisias. Fue un asunto mayúsculo que cimbró la ciudad y que recorrió, con la voz del viento, la Hélade entera. —Tisias no pagaría si en sus alegatos convencía a los jueces de no pagar —continuó Protarcos—. Tampoco lo haría si no los convencía, y con eso probaría que las enseñanzas de Córax no eran suficientes. —Pero Córax refutó —dijo enfático Tisias— que si él ganaba el argumento, los jueces me harían pagar y que si lo perdía era porque me había enseñado bien para vencerlo. —¿De ahí el dicho famoso? —preguntó Isócrates.
—Así es: de un cuervo malo, un huevo malo, kakou korakos kakon oon. —Por eso cuida tus palabras, joven Isócrates —sentenció Tisias.
El vino fluyó hasta que el cansancio se apoderó de ellos. —El sueño me acoge como a un hermano — dijo Gorgias antes de retirarse.
Los esperaba un largo viaje, quizá tres días en mar, pero pisar la acrópolis o debatir con Polus o Calicles, o el mismo Sócrates, valía la pena.
En sus sueños vislumbró un círculo negro que crecía desde el centro de la ciudad, como un pozo al que no se veía el fondo. El círculo se movía, ensanchaba sus dominios y engullía los edificios, las calles, los árboles y jardines, la gente. Gorgias veía desde una cima ese avance, pero el círculo, el agujero infinito, no cesaba en su hambre. Lo alcanzaba y por un momento se detenía ante sus pies. Gorgias miraba hacia el fondo de una negrura ominosa, toda la luz y todos los sonidos se apagaban en esa profundidad inconmensurable. Daba un paso adelante, manteniendo el pie en el aire, y sin más brincaba hacia su interior y caía. El círculo lo arropaba ahora y la oscuridad era total, su cuerpo se desvanecía en partículas negras y se disipaba en la nada.
Despertó sin memoria del sueño, descansado hasta los huesos, la pesadez en la cabeza por el vino nocturno.
Desayunó un poco de queso, pan y leche, y al término fue a hacer sus abluciones matinales en honor al gran dios.
Encontró a sus acompañantes y juntos anduvieron hacia el puerto. Partirían al medio día, la comitiva de los ilustres los esperaría ya en el lugar.
Tanto Tisias como Protarcos se veían con buen ánimo. Gorgias en cambio, que desde que había sido designado para esta empresa la recibió con agrado, caminaba ahora con perfil sombrío, un sentimiento extraño le perforaba el pecho. No hizo caso, sin embargo, lo atribuyó a la noche reducida por el banquete, al