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Apuntes sobre la inminencia del apocalipsis lingüístico humano

puesta. Ella sólo miró hacía las ramas del gran árbol.

Nuestro silencio lo ocupó el ruido de las aves y las hojas acariciadas por el viento, en algún lugar cerca se podía escuchar a otros niños jugar. El sudor que corría por mí cuello y empapaba mi playera comenzaba ya a evaporarse cuando Antera volvió a hablar, aunque parecía debatirse entre decirlo o no: “No debería hacer esto, pero creo que te lo debo”, dijo y luego se acercó a mí y susurró una palabra en mi oído, “Ése es el verdadero nombre de la energía oscura”, dijo con una sonrisa como si yo debiera saber a qué se refería con esa explicación. “Ven, hay que seguir jugando”, dijo después de un rato mientras se levantaba y me ofrecía la mano. Jugamos como si nada hubiera pasado hasta que cayó el sol.

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Durante los próximos días no pude dejar de pensar en ella y en la palabra que me susurró. La palabra era muy hermosa, aunque entonces y ahora sólo podría describirla más como una sensación que una fracción de lenguaje. Poco tiempo después me di cuenta de que no podía decirla en voz alta. No era alguna clase de egoísmo ni nada por el estilo, literalmente no podía decirla, había sonidos y reglas en la palabra que no conocía. La palabra ocupaba mis pensamientos con frecuencia y aunque no podía pronunciarla, me divertía con su composición extraña y su belleza. Se sentía como un descubrimiento, como una nueva perspectiva, como una puerta abierta de golpe.

Y entonces lo vi.

Fue algo sutil al principio, pero una vez que lo noté, todo cambió.

De pronto el mundo se hizo perfecto y mi comprensión sobre él alcanzo niveles extraordinarios. Todo parecía coherente, desde la composición de los árboles, a la disposición de las estrellas. En cuanto comprendí el regalo que me había dado, corrí hacia su casa. Pero ya era tarde. Estaba completamente sola, Antera y sus padres habían vuelto al lugar de donde provenían, sea cual fuera este. Una sensación inmensa de abandono llenó mi pecho.

Antera se había ido sin despedirse de mí.

Estaba a punto de irme con el agujero en mi pecho cuando reparé que en el suelo había una hoja de papel con algo escrito atorada con la puerta. Reconocí la pulcra caligrafía de mi amiga al instante.

Para el humano con el mejor aroma en la Tierra:

El lugar de donde vengo es maravilloso, pero está lleno de reglas. No sé cómo, pero se enteraron de lo que hice contigo el otro día, así que aceleraron nuestro regreso y me prohibieron verte otra vez, prácticamente me tienen encerrada, ¡mis propios padres! ¿Puedes creerlo? Dicen que es peligroso, pero yo creo que son unos envidiosos. ¡Ojalá hubiera podido ver tu cara cuando te dieras cuenta! ¿Cómo fue? ¿Qué sentiste? ¡¿Verdad que es maravilloso?! Y esto es sólo un pedacito de todo lo que saben en mi hogar, ojalá hubiera podido compartirte más. Y justo ahora quisiera decirte muchas más cosas pero me tienen vigilada como no puedes imaginarte. Lamento tanto no haberte dicho adiós cuando tuve oportunidad, espero puedas perdonarme.

Recuerda siempre: los límites de tu lenguaje son los límites de tu universo. ¡Ve por las palabras, conviértelas en tus alas!

Con el paso de los años esa breve carta ha ido cobrando más y más sentido y es una de las razones por las que he pasado mi vida entera cazando palabras por todo el mundo. Esta búsqueda que se ha convertido en un tipo de obsesión, me ha traído hasta el noroeste de Pakistán, hogar de la última lengua aislada en mi lista. Pero es aquí, después de tantos años, tantos viajes y tantos idiomas que he llegado a la conclusión de que el lenguaje de esta palabra no existe en el planeta, no corresponde a ninguna familia, ni siquiera a las lenguas aisladas que aún sobreviven. Aquí, en el final de mi viaje tengo que aceptar que no he encontrado y no encontraré otra palabra como aquella que Antera me regaló.

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