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Escúchalo bien

ganización que recababa tus huellas y las recolectaba. Lo guardó en su teléfono y siguió trabajando.

La semana ocho la muchacha lo miró mientras entraba por el camino habitual. Joaquín, sorprendido, también se la quedó mirando.

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La semana nueve por fin supo que el nombre de la muchacha era Angélica.

En la semana diez había sido instaurado un nuevo pasante. A Joaquín se le asignó el trabajo de enseñarle en qué consistía el trabajo. Llevó al nuevo pasante a su puesto de trabajo, un cubículo al fondo de su fila. Le indicó cómo prender el computador y abrir el programa. Haz lo que te diga la computadora, le dijo. El nuevo pasante se mostró sorprendido, así que Joaquín le dijo que aplastara el botón que la computadora le dijera. Usualmente es la tecla “F”, terminó por decir. En ese instante apareció la primera Línea, seguida por un suave sonido de notificación: “Presione F para incinerar papeles”. El mensaje estaba en el centro de la pantalla y la letra F parpadeaba intermitentemente. Cuando Joaquín llegó al trabajo eso le pareció algo narcótico. También era algo que lo llegaba a alterar. Era el signo de la espera y el constante aviso. Como si el computador dijera: “Si no me presionas no va a avanzar el tiempo.” El pasante se quedó mirando a Joaquín, esperando respuestas. Él le hizo un gesto para señalarle el teclado y que presionara la tecla que le pedía el computador. El pasante la presionó y enseguida salió otro mensaje: “Presione F para alimentar a los animales.” La mayoría de los mensajes que aparecían en las pantallas no tenían sentido. Varias veces a Joaquín le había saltado el mensaje: “Presione F para pedir perdón.” O “Presione F para comida.” Sin embargo, el más raro por mucho era el “Presione F para decir que lo/la extraña.” Cuando Joaquín regresó a su cubículo se preguntó cómo era la Metadata del nuevo pasante.

La semana once fue el cumpleaños de una compañera. A todos les salió una notificación en uno de los bordes de la pantalla. Dentro del recuadro azul estaba una foto de ella y su nombre. Se llamaba Karen.

La semana doce Joaquín vio como el nuevo pasante se desmayó frente al computador. Inmediatamente, de todas las computadoras salió un sonido de sirena. Era imposible acceder al trabajo hasta que se atendiera al pasante. Joaquín lo levantó y minutos después llegaron dos enfermeros. A mitad de la semana Angélica dio una charla sobre un ambiente laboral sano.

La semana trece había un feriado. Joaquín se quedó en el trabajo y en la mañana del martes vio entrar a Angélica. Compartieron una mirada que no duró mucho.

La semana catorce el pasante había regresado. Su piel había tomado más color. Joaquín lo notó cuando pasó por su cubículo. Lo saludó amablemente.

La semana quince despidieron a un compañero. El chico del cubículo de la cinco. Lo supieron porque la mañana del lunes su puesto estaba vacío. Nadie falta al trabajo, le dijo Karen. Joaquín se preguntó si ese despido era un asunto de Metadatos.

La semana diecisiete se enteró que el despido del chico del cubículo de la fila cinco era porque habían encontrado que dentro de un blog anónimo compartía chistes que Angélica consideró inapropiados y de mal gusto. Uno de ellos decía: “Reír es la mejor medicina. Por eso me río de la gente con sida.” De inmediato pensó en que si él había dicho o hecho algo malo en los foros sobre agricultura o si aún quedaba el rastro del blog de carpintería que había borrado hace muchos años. Lo seguro es que, si había algo, esa gente lo iba a descubrir.

El fin de semana de la semana diecisiete Joaquín se dedicó a buscar el blog de carpintería y el foro de agricultura. Del primero no había nada, el segundo aún existía. Revisó los mensajes y analizó si alguno de ellos era inapropiado. Finalmente decidió borrar todos los comentarios.

En la semana dieciocho fue despedido el pasante. Habían descubierto fotos en las que él estaba, según lo que pudo escuchar, en situaciones comprometedoras. Eso despertó en

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