10 minute read

El organismo corrupto

Joaquín un nerviosismo aterrador. Varias veces bajó la mirada cuando sentía los pasos de Angélica por el pasillo. El asiento vació del pasante generaba miedo entre los trabajadores. Karen trató de animar a Joaquín diciéndole que ese tipo de cosas sólo le sucedía a la gente sucia y de malos pensamientos. Joaquín pensó en la falsedad de esa frase hasta la noche, cuando apagó el computador y fue caminando a su casa.

La semana diecinueve Joaquín estaba frente al monitor. “Presione F para alistar la fiesta.” “Presione F para limpiar.” “Presione F para construir las carreteras.” “Presione F para limpiar los buses.” “Presione F para presentar sus respetos.” “Presione F para subir la moral del grupo.” Sin pensarlo, Joaquín se detuvo. En la pantalla estaba “Presione H para terminar con todo.” No sabía qué debía hacer. El enunciado tenía la misma naturaleza que los otros, carecía de sentido y era directo. Sin embargo, pedía presionar un botón diferente. Sabía que podía aparecer otro comando, pero eso no había pasado nunca. No podía avanzar hasta que cumpliera con el comando, pero tampoco sabía si era lo correcto. F era lo común, H era extraño, anómalo. Pasó la mirada por los cubículos. Al fondo estaba el del pasante, aún vacío. Al frente estaba Karen, preparándose una taza de café. El cubículo del primer empleado despedido había sido ocupado por otro empleado. Con miedo Joaquín presionó la tecla H.

Advertisement

El lunes de la semana veinte, mientras Joaquín prendía el computador, Angélica le pidió que se acercara a su oficina. No había nadie en el cuarto de los cubículos. Dentro de la oficina de Angélica estaban dos reclutadores. Joaquín estaba parado, viéndolos con sus grandes abrigos y sus boinas rojas. Angélica se sentó en su escritorio y le preguntó si todo estaba bien. Joaquín respondió que sí. Angélica volvió a preguntar. Joaquín respondió lo mismo.

Semana veinte y uno. Karen ve que el puesto donde trabajaba Joaquín está vacío. Por ahí escucha que fue despedido porque se le encontraron unos comentarios delicados en un viejo blog de agricultura. Utilizaba ese blog para hablarse con alguien, escuchó decir. ¬

Adriana Rocha “Drita”, Miradas (2021).

Escúchalo bien

Carlos Enrique Saldívar (Perú)

ELLA ESTÁ AHÍ, echada en la fría superficie metálica, vestida tal como la capturamos, con su uniforme de empleada de centro comercial. Sólo le hemos quitado la gorrita para colocarle los sensores. Claro, hubo que raparle la cabeza primero para que captara mejor las voces. Su nombre es Helen, la hemos rastreado desde hace dos meses, cuando sacaron unas notas sobre ella en un periódico y en un programa televisivo dominical. Decía que le llegaban mensajes del más allá. A pesar de la mediana publicidad, era difícil tomarla en serio, pues contaba que le decían: «Chav, klato, nigurat, rieleg». No se entendía; optamos por medir la intensidad de su carga electromagnética con un dron insonoro que la rodeó en la calle. Helen no se asustaba, estoy seguro de que presentía su rapto inminente, el encargado sería yo, el ministro del interior, con la venia del presidente de la república y con la ayuda del Instituto Peruano de Ciencia y Tecnología. Necesitamos descifrar aquellas frases que caen en su cabeza. Los testigos dicen que la mayoría del tiempo ella hablaba en castellano, con tranquilidad, pero a menudo mencionaba esas palabras que, según su propio testimonio, venían de otro mundo, de otro plano dimensional, o de un universo paralelo o alternativo, mas no de esta Tierra, no del presente, pasado o futuro, porque no había seres que hablaran de ese modo: «Klaken, tulhulun, vermiot, chaktaken». Esto no pertenecía a ninguna lengua de nuestro planeta, parecía la literatura de ciertos autores de horror cósmico. No obstante, sin duda, era real. Mediante las lecturas en las pantallas del laboratorio, veíamos las frases que resonaban en la mente de Helen. No queríamos lastimarla, nada más necesitábamos saber qué decían, para ello necesitábamos decodificar el mensaje. Lo oíamos con atención. No era un vocabulario muy extenso. Yo estaba obsesionado y el misterio sólo era conocido por unos cuantos. La población no debía enterarse de lo que hacíamos en esta habitación con estas máquinas asombrosas que leían la mente y se hallaban encendidas las veinticuatro horas, programadas para descifrar las voces tétricas que ninguna garganta humana podría pronunciar. No éramos crueles. Helen se encontraba bien cuidada, y la alimentábamos con los tubos intravenosos. Aunque sentíamos que se nos terminaba el tiempo, que debíamos saber lo más pronto posible qué significaban esa veintena de palabras: «Kento, dakoncrak, kechek, leglaj». Pasaron dos, tres días y nos poníamos nerviosos. La familia de Helen denunció su desaparición. La prensa se interesó de nuevo en su extraño caso. Al cuarto día, ella abrió los ojos de repente, estaba asustada, comenzó a chillar y a pedir que la liberaran. La teníamos amarrada, no se iría. Para ese momento, la computadora con un algoritmo, que le compramos a Rusia, nos indicó que la parte final del mensaje decía: «Hoy sucederá». ¡Se inició un terremoto! ¿Qué significa eso?, le grité a Helen, quien reía de forma histérica y señaló a la pared. La respuesta fue la gigantesca nave que emergió desde el centro de Lima. ¬

El organismo corrupto

Ajedsus Balcázar Padilla (México)

EN UN PRINCIPIO, vimos a la ciencia como un peligro ante los dogmas de una sociedad sumida en el oscurantismo. Más adelante y con mayor aceptación, la asumimos como una nueva religión que, con fe, dura creencia y experimentación, nos haría posible resolver problemáticas del día a día. El paso del tiempo nos afirmó nuestras expectativas y, posteriormente, aprendimos a jugar como los propios dioses.

Primero un monje llamado Gregorio Mendel, comenzó a jugar con los caracteres hereditarios al cruzar distintos tipos de guisantes. Luego un científico inglés llamado Charles Darwin, viajó a las islas Galápagos y al comparar distintas aves pinzón, pudo formular que todas las especies provenían de una evolución a través del tiempo. Después, Edward Jenner descubrió que, aislando parte de la viruela, para luego inocular un fragmento de ella en otras personas, podría generar algún tipo de inmunidad; con la creación de la vacuna, pudimos encontrar la manera de sobrevivir ante un ambiente microscópico hostil.

Con el avance de los descubrimientos, la apertura de la biología celular y la microbiología, el doctor Paul Berg, pudo hallar la manera de obtener una molécula de ADN, por medio de fragmentos de otras especies. A partir de esto, la facilidad de conocer los componentes del código genético nos aproximó a nuevos campos de experimentación. Ya con esta capacidad, en los años setenta logramos modificar la composición de la bacteria Escherichia coli, para introducir plásmidos que indujeran la producción de insulina dentro de ellas, transformándolas en fábricas bioquímicas. A partir de estos avances, la biología molecular y sintética dio pasos agigantados hacia un nuevo panorama.

En la nueva era, existían dos lenguajes que significaban mucho para la tecnología; el código binario, con el cual operaban los sistemas computacionales, las máquinas y las redes informáticas; y el código genético, el cual conforma a todo el conjunto de reglas que define cómo se traduce la secuencia de nucleótidos en el ARN a una secuencia de aminoácidos en una proteína. Este código común en todos los seres vivos se volvió esencial para conocer la composición molecular y estructural de cada organismo.

Entre estas y otras cavilaciones, el doctor Antonio Linneo supo con veracidad que su trabajo sería trascendental para la vida humana. Pues junto a su equipo de científicos, habían creado una especie de “organoides” capaces de sintetizar moléculas orgánicas imprescindibles para solucionar algunos problemas de salud. Entre los objetivos a alcanzar estaban el eliminar trastornos congénitos, la regeneración de tejidos y hasta la creación de órganos biosintéticos.

Los organoides conformaban una masa de complejos celulares, elaborados con células madre pruripotentes (iPSC). Con ayuda del procedimiento de tijera genética del CRISPR / Cas 9, la bioforma era modificada para que sintetizara una sustancia específica, conformando así un organismo mucho más funcional que las propias bacterias, que desde décadas atrás habían sido utilizadas para generar pequeñas dosis de sustancias orgánicas esenciales. Luego de pasar por un filtro en la comunidad científica, el proyecto había sido aceptado y la producción en masa inició. Linneo no pudo sentirse más que satisfecho por su creación.

Una tarde, el doctor Carlos Sabato, entró al despacho de Linneo y le habló sobre una cues-

tión problemática. —Buenas tardes, doctor Antonio. ¿No se encuentra ocupado? —Por ahora no —repuso Linneo y dejó de escribir en la computadora—. ¿Ocurre algo? —Tengo algunas malas noticias sobre el comportamiento de los organoides del laboratorio. Desde hace dos días, han detenido su proceso de fabricación de componentes y han iniciado la expulsión de un residuo de ácidos carboxílicos —explicó su compañero, extendiendo un informe en su tableta digital.

Tras analizar el documento, el semblante del doctor Linneo se llenó de consternación. —Han liberado principalmente ácido acético. Esto es extraño y me causa mucha preocupación. ¿Han aislado al lote original de las bioformas? —Sí, doctor. Pero… aunque lo hayamos hecho, horas más tarde, otras cápsulas de cultivo, tuvieron el mismo comportamiento.

Cuando acudieron al laboratorio, los dos hombres se encontraron con un ambiente invadido con un fuerte olor avinagrado, además de un aspecto anormal en las bioformas.

Los doctores se miraron entre sí con seriedad. Tras meses trabajando en el proyecto, en ningún momento había existido una irregularidad como ésa. Los organoides habían trabajado con normalidad todo este tiempo, y gran parte del proceso en masa era manejado por la corporación de biotecnología RENOVAMEX.

Luego de una semana, las noticias no tardaron en aparecer. —Buen día, doctor Linneo —saludó la secretaria Beatriz, al verlo entrar al laboratorio. —¿Qué pendientes existen para hoy? —El director de RENOVAMEX, Mauricio Sandoval, le ha pedido que se comunique urgentemente con él. Le ha enviado un pequeño informe a su correo, para que lo verifique a la brevedad.

Al escuchar eso, Antonio, a sus cincuenta años, sintió una pesada carga de estrés al iniciar el día. Supuso que debían existir inconformidades.

Cuando abrió su bandeja de entrada, pudo hallar un elaborado documento con algunas quejas y análisis actuales sobre pacientes que habían sido inoculados con el suero de los organoides. Principalmente en los casos regenerativos y de sustancias como el colágeno, la insulina y algunos transplantes. En uno de ellos, indicaba que en la paciente Cintya N. tras la exitosa regeneración de su córnea, había logrado recuperar la vista de su ojo. Pero en días posteriores, pudo resentir la variación de la vista, en cada uno de ellos, situación que empeoró, cuando una mañana una extraña protuberancia salió en su frente, la cual se convirtió en algún tipo de tercer ojo deforme, que empezó a mover la pupila de forma autónoma. En otro caso, el paciente Gerardo N., quien había sido sujeto a un transplante de corazón biosintético, pudo comprobar con preocupación cómo era invadido por ataques intermitentes de taquicardia, además de un inusual crecimiento del órgano en su cavidad torácica. Mientras que en otra paciente, llamada Miriam N., pudo comprobar con perturbación, el cambio agresivo de pigmentación que había sufrido su piel al haberse tratado con cremas rejuvenecedoras compuestas por colágeno de las bioformas. En los casos expuestos, todos eran productos generados por los organoides, situación que pedía ser resuelta lo antes posible, antes de que derivara en una demanda a la empresa y en la cancelación del proyecto. Además, gran parte de los cultivos de los organoides se habían detenido, creando la producción de residuos malolientes que dañaban a la producción en general.

El doctor Antonio, tras una larga y atenta explicación, se comprometió fielmente a encontrar una solución oportuna para todos los pacientes presentados y la misma corporación. Para lo cual, junto a su equipo, se dedicó totalmente a trabajar en el laboratorio para lograr erradicar el problema.

Tras días de intensas investigaciones y análisis, la doctora Ana Luisa pudo hallar una peculiar característica que le daría una pauta para comprender lo que estaba pasando.

Ella se dirigió al doctor Sabato, quién anali-

This article is from: