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ORCULOS

rás dieciocho años. Podrás hacerte cargo de tu hermana y así no te la quita el gobierno.

Cuerpo y alma. Fuego.

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Durante la pandemia, todo se te multiplicó. Ese doloroso silencio en la casa, las pisadas, el hedor de tu padre y sus delirios. También su rabia y sus deseos. La mente se te habita de todo lo que no quieres pensar, de todo lo que deseas al otro lado de esa casa que no es hogar. La compulsión de Nica por escribir en las paredes sigue aumentando. Había comenzado cuando tenía cuatro años, cuando la mamá de ambas murió, también murió una parte de ti y de Nica. El encierro también hizo que tu hermana se encerrara más en su silencio exterior. Pero a ti te sonríe y te abraza. Te deja papelitos bajo la almohada. Recuerda el que te dejó esta mañana:

Te quiero. Eres buena. Mi plan. Dale.

En ese momento no entiendes a qué se refiere con plan. No le das importancia. En la mañana le preparas el desayuno y la abrazas. Ella se acerca a tu oído y por primera vez en tiempo dice algo. También te llama por el apodo que sólo te decía mamá... Cuatro largos años… La observas sorprendida, ella te hace un gesto de silencio con el dedo en la boca. Luego regresa a su silencio inexpresivo garabateando en sus libretas. Piensas que sí necesitas un plan. Uno sin marcha atrás. Meditas en demasiadas cosas que comienzan esa acostumbrada interferencia mental, que te frena. Recuerda que otras veces sólo tuviste dos alternativas. Así es dolorosamente más fácil. Eso lo aprendiste poco antes, cuando siquiera tenías el derecho a decidir si podías abortar a ese posible hijohermano, que te devoraba constantemente los sueños y el alma. Tu padre te preñó, aunque no quieras aceptarlo. No fue que la regla te bajó tarde y tan fuerte que por poco te desangras. Eso fue producto de las pastillitas que afortunadamente te consiguió la hermana mayor de una compañera de clases. En ese momento le prometiste que lo denunciarías. No lo hiciste por miedo a que las separaran, a ti a tu hermanita, muy pequeñita en ese momento, en hogares de acogida.

Salvarnos. Hermanas. Amor.

Es media tarde. Tu padre aún ronca, la peste a ron rancio recorre desde su habitación hacia la tuya. Aprovechas para darles las tutorías en línea a los hijos de tu jefa. Al despertar Miras la habitación de tu padre, aparenta que sólo despertó en la madrugada, comió y bebió algo y se volvió a dormir. Vas al baño y sonriente descubres que te bajó la menstruación. Te escuece un poco, aún no te has recuperado de las clamidias que él te contagió. Vas al cuarto de Nica. No está amarrada, y logras ver que tiene un hematoma en el cuello, como si fuese un chupón y tiene la camisita del pijama abierta. La revisas y ves la marca de una mordida en la espalda. Sí, fue él. Pero te callas. Ella te mira, sin expresión, pero sus ojos reflejan miedo. Ella te señala la ventana. Hay sangre en el borde. Cuando te asomas, ves a uno de sus dos gatitos, degollado en el jardín. ¿Fue él? Preguntas en voz tan baja como un zumbido. Tu hermanita asiente. Y señala la pared, donde ella ha escrito.

Silencio. Nuestros cuerpos. Fuego. Mami sabe todo…

A veces tomas la decisión correcta cuando no te lo propones. Buscas bajo la cama, no ves a la otra gata. Afortunadamente en ese momento entra a la habitación y la coges en brazos. Corres por la casa buscando cosas, papeles, llaves. Preparas un café suave y le echas varios ansiolíticos a tu padre, algo expirados, pues él no los bebió cuando se los recetaron. Entras a su habitación y le convences para que lo beba, porque tienen cita con la trabajadora social. No tienes que inventar mucho, para que en su sopor te crea. Luego vas a la habitación de tu hermana, ya se ha duchado, desayunado y cambiado de ropa. Dibuja concentrada. Le das

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