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ACTUELLE HISTÓRICO
Un rincón de paz
En estos tiempos en los que la pandemia y el frenesí de la vida en las grandes ciudades han orillado a muchos a buscar un refugio cerca de la naturaleza, la casa de Georgia O’Keeffe parece el lugar perfecto.
POR ADELLE ACHAR
RETRATO: GETTYIMAGES-3206499. ILUSTRACIÓN: MARIO MARREROS.
Fue un patio en ruinas con un muro sobre el cual se recortaba una vieja puerta de madera lo que llamó la atención de Georgia sobre la casa de Abiquiú, y la razón por la que en 1945 (años después de haberla visto por primera vez) decidió comprarla.
La visión de este espacio se quedó tatuada en su memoria y no la dejó en paz hasta que fue suyo. Se trataba de una especie de hacienda de adobe abandonada y prácticamente inhabitable en el desierto de Nuevo México. La casa necesitaba mucho trabajo y Georgia llamó a su amiga María Chabot, que no era arquitecta ni contratista, para realizar la remodelación bajo su supervisión. La intervención de la propiedad implicó que se rompieran algunos de los techos y paredes para instalar tragaluces y ventanales, abriendo un diálogo entre el paisaje exterior y el espacio interior. A una de las habitaciones se le quitó el techo por completo para que el sol pudiera entrar y proyectarse entre la sombra de las vigas que lo sostenían. La casa se convirtió en un santuario y fuente de inspiración que motivó su obra que hoy podemos ver en museos como el Instituto de Arte de Chicago, la Galería Nacional de Arte en Washington, D.C., y muy seguido en nuestro feed de Instagram.
El estilo de la casa mezcla lo tradicional de la arquitectura colonial y el modernismo de la segunda mitad del siglo XX, el resultado es tan clásico y sofisticado que a cualquiera le gustaría tener su ojo como decoradora el día de hoy. Los espacios tienen una estética minimalista y funcional, los muros blancos y de colores tierra no tienen muchos elementos, ya que hacían las veces de un lienzo en blanco para despertar su creatividad.
Ella misma diseñó varios de los muebles de la casa, siempre con una visión modernista y sencilla, sin más cosas que las absolutamente necesarias. Su colección de cráneos, huesos de animales y rocas que recogía en sus caminatas está expuesta por toda la casa. En el estudio, una de sus esculturas comparte el espacio con una Bird Chair negra, de Harry Bertoia, y una mesa de centro Eero Saarinen con cubierta de mármol. Un móvil de Calder cuelga en su recámara, en la que no hay mucho más. En la sala encontramos un sillón Eames verde, un regalo de los diseñadores, y una mesa de centro Barcelona de Mies van der Rohe; en el muro un cuadro de Arthur Dove. La paleta de color da paz y ganas de tomarse un café viendo el paisaje por la ventana.
La cocina blanca, pero muy acogedora, tiene anaqueles que dejan totalmente a la vista sus utensilios, frascos con especias y semillas, ollas Le Creuset y un par de cafeteras Chemex. Tenía también su propio huerto, en el que cultivaba flores y verduras que usaba para sus recetas, porque además de su talento artístico, a Georgia se le daba muy bien la cocina; le gustaba sobre todo preparar platillos creativos pero sencillos, con ingredientes frescos que en su momento no eran muy comunes, pero que hoy usamos todo el tiempo, como el kale y el betabel. El libro Dinner with Georgia O’Keeffe de Assouline profundiza en el tema.
No podemos negar que existe cierta continuidad estética en la manera en la que Georgia decoró los espacios, en su arte y su persona, incluso en su manera de vestir, sencilla pero sofisticada y selectiva.
La casa-estudio de Abiquiú es hoy un museo abierto al público que se mantiene tal y como la artista lo dejó tras su muerte en 1986. Reserva una visita guiada en okeeffemuseum.org