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como El vino un gusto adquirido

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jUST TO SAy

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Dionisio, con el misticismo que caracteriza a los dioses griegos, compartió con los mortales el elixir que ha sido emblema de la historia misma: el vino. No solo en la magia del Olimpo, sino en la Tierra misma, esta bebida se ha teñido de una historia, una cultura y una vida dignas de ser apreciadas.

Apesar de la mala fama que pudieran tener las bebidas alcohólicas, no podemos juzgar del mismo modo al vino, que si bien provocó riñas, también motivó reconciliaciones; que fue causa de penas, mas produjo también dicha y placer; que ha sido objeto de millonarias estafas al igual que de grandes historias de éxito en los negocios.

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El vino es un ser vivo que nace y evoluciona, que se ha desarrollado a tal grado que ha permeado la economía de países como Francia o Italia y que fue tema de discusión durante la colonización de América. Pero, ¿cómo se origina y se desarrolla una pasión por una bebida con un bagaje cultural tan vasto?

Algunos podrán pensar que el gusto por el vino es innato a las personas, que llegamos a este mundo con una predisposición para amar la bebida; pero las cosas no funcionan así: al igual que el placer por la literatura, el café o incluso por el tabaco, el gusto por el vino se practica, se desarrolla. A casi nadie le gusta su sabor la primera vez que lo prueba. Debemos saborearlo tal vez cinco o seis ocasiones para poder encontrar su magia, o para no encontrarla nunca.

Otros tantos —unos pocos afortunados—, son los que toman su primera copa y tienen una catarsis, como elegidos por Baco, para adquirir el placer de disfrutar el elixir de los dioses en su forma más preciosa.

Así, hay quienes parece que llevan vino en las venas, en vez de sangre, quienes tendrán que hacer un mayor esfuerzo para enamorarse de este y quienes por más que lo intenten no podrán apreciarlo. Independientemente de cómo se adquiera el gusto por el vino, lo que en verdad cuenta es la pasión que por él se sienta.

Un amante, un apasionado del vino no es, a mi parecer, aquel ser humano que fanfarronea, que alardea en las reuniones con sus compañeros de oficina porque sabe que un Merlot no es lo mismo que un Cabernet Sauvignon; no es tampoco aquel que en perfecto francés pronuncia pinot noir, mientras se burla de aquéllos que no saben hacerlo; no es el que compra un destapa corchos ostentoso y se pavonea cuando abre una botella; tampoco lo es quien toma la copa por el cáliz y la mueve a diestra y siniestra, a una nada de derramar el preciado líquido.

Para mí, un amante del vino es aquél que, en compañía o soledad, realmente lo disfruta; es ese que quiere aprender todo cuanto sea posible sobre la bebida, pero tam - bién desarrolla una impaciencia por compartir lo que sabe; es alguien a quien apasiona el tema, no solo su consumo, sino todo lo que hay a su alrededor, y sobre todo, alguien que acepta lo que desconoce.

Si se quiere ser un auténtico apasionado del vino hay que leer: la lectura está vinculada con el conocimiento de cualquier arte y el vino no es la excepción. El verdadero fanático se interesa por datos que van desde las varietales, las apelaciones de origen y el método de las soleras, hasta su importancia en las ceremonias de los faraones egipcios, la producción siciliana y tantos otros datos fascinantes, que te envuelven, que te convierten en un adicto a la bebida: no necesariamente adicto a beber, sino a apreciar una copa desde un nivel profundo, desde una perspectiva más delicada.

No todos tuvimos la fortuna de ser tocados por el dios del vino el día de nuestro nacimiento. Algunos le rezan por las noches para poder soportar un vino de taninos robustos; otros prueban una y otra vez, con la esperanza de que el próximo trago sea más ameno; pero si se quiere ser un amante del vino, el secreto consiste en conocerlo a profundidad y disfrutar de ese conocimiento, el secreto está en sentir el éxtasis incluso antes darle un sorbo.

Colaboración Enrique Enríquez

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