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religión & misoginia
La evolución acelerada en las sociedades modernas obliga a las religiones a revisar su misoginia: las mujeres ya no se dejan fácilmente encerrar en la dialéctica
Eva-María; se acercan a Lilith, la primera mujer de Adán, que se ha rebelado cometiendo blasfemia al pronunciar el nombre de Dios.
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La tradición talmúdica retoma un mito sumerio-babilonio y la transforma en demonio; pero más allá de la leyenda, Lilith era la mujer que dice no a la sumisión y a la inferioridad. Es intolerable para los religiosos; detrás de todos los integrismos se oculta el rechazo absoluto de esta figura femenina. Sin embargo, ninguna de las religiones monoteístas puede eludir la gran cuestión de su adaptación al mundo; las mujeres ya no pueden contentarse de las solas fuentes bíblicas como modelo de formación. La religión, a la vez que respetar los textos sacros, debe adaptarse a un medio social, político, psicológico, científico, que ha modificado los datos; los valores de este nuevo mundo llevan nombres magníficos: tolerancia, igualdad, libertad, derecho. no hay que ser muy severo con los siglos pasados, ése era su mundo. el occidente cristiano ha privilegiado la misoginia porque se construyó sobre la interpretación de San Pablo; misma que está fundada sobre la noción de pecado original. hay un primer pecado, por supuesto, en la medida en que la humanidad, al liberarse de las otras especies por mutaciones sucesivas, conoció un principio de libertad; es decir, la posibilidad de hacer el bien y el mal.
La misoginia de las religiones se acomodaba con el estado de las sociedades que las han fundado. Los fundamentalistas no son tanto una resurgencia, sino la permanencia de un modo de ser inmutable. La misoginia de las religiones es racismo; Dios no puede ser racista. Estoy convencida que la misoginia no es una creación de las religiones, sino una dimensión psicológica del hombre.
La creencia en una condena de la humanidad, en su principio, supone que Adán y Eva eran dioses sobre la tierra, capaces por consecuencia de una falta de dimensiones cósmicas. Teilhard de Chardin decía que no existe sobre el planeta ninguna cicatriz del paraíso terrestre: es un mito; si renunciamos al paraíso, abandonamos necesariamente la falta.
Freud decía que toda civilización, para construirse, necesita de renuncias culturales. Probablemente ya ha llegado el tiempo de esta renuncia cultural al machismo, porque la pareja propuesta desde hace siglos ya no funciona; hay alienación mutua: la ambivalencia entre la mujer que sufre y paga las culpas y la mujer que seduce y debe expiar ya no se puede mantener.
Ahora, la pregunta que debe hacerse es la siguiente: ¿por qué las religiones de salvación han buscado disminuir a las mujeres? ¿Por qué han mostrado tal ingeniosidad? Porque, contrariamente a los dioses paganos, que tenían ambos sexos, el dios de los monoteístas es hombre como sus ángeles, sus servidores, sus patriarcas. La humanidad primitiva ha sido dominada por lo femenino; con el triunfo de la sedentarización agrícola, la sociedad se ha vuelto absolutamente patriarcal. El inconsciente colectivo no podía más que llenar el cielo de dioses varones.
Como el sexo es el único motor de la conducta humana capaz de hacer fracasar la empresa clerical, el combate contra el sexo va a tomar una dimensión formidable.
A la pregunta de si Dios es misógino, hay que contestar que con Dios no tenemos problemas. Los problemas los tenemos con sus oficinas sobre la tierra. Aún en el islam, donde la condición de las mujeres es infinitamente más dura que la nuestra, Mahoma no era tan duro como sus sucesores. Cuando murió y se pusieron a censar y autentificar sus dichos, los teólogos recurrieron a sus mujeres, principalmente a Aisha. Dijo el profeta: “tomen la mitad de mi verdad de la boca de Aisha”; pero los siguientes no tuvieron la confianza en ella que el profeta tuvo. ¿Por qué?, porque se consolidó el poder y se formalizaron las instituciones. El mundo del profeta era una sociedad seminómada, donde las mujeres contaban mucho. Con el tiempo, esta sociedad se volvió el imperio más brillante del mundo civilizado conocido entonces. El siglo IX fue su siglo de oro; fue también el siglo que vio la desaparición total de las mujeres de la escena pública.
Yo pensaba, cuando creía en el progreso de una manera infantil, que el desarrollo de las civilizaciones hacía más fácil la liberación de las mujeres. Me equivoqué: la historia muestra que los desarrollos de la civilización se hacen, a menudo, en contra de las mujeres. Se puede ser una civilización de sabios, de filósofos, de científicos, y borrar a las mujeres del mapa. Los dos registros —el del pensamiento por un lado y el del igualitarismo por el otro—, no pertenecen al mismo registro.