JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE
EL PANORAMA DE BULLOCK / BURFORD (1823 – 1864).
EL PANORAMA DE BULLOCK/BURFORD (1823-1864) Y SU “RECONSTRUCCIÓN”, EN 1996 POR DANTE ESCALANTE MENDIOLA.
APORTACIONES HISTÓRICO TAURINAS MEXICANAS Nº 142 CURIOSIDADES TAURINAS DE ANTAÑO EXHUMADAS HOGAÑO, y OTRAS NOTAS DE NUESTROS DÍAS N° 75.
JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE
EL PANORAMA DE BULLOCK/BURFORD (1823-1864) Y SU “RECONSTRUCCIÓN”, EN 1996 POR DANTE ESCALANTE MENDIOLA. CURIOSIDADES TAURINAS DE ANTAÑO EXHUMADAS HOGAÑO, y OTRAS NOTAS DE NUESTROS DÍAS N° 75.
MÉXICO, 2015
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José Francisco Coello Ugalde. Reservados todos los derechos. 2015.
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Centro de Estudios Taurinos de México, A.C. 2015.
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EL PANORAMA DE BULLOCK/BURFORD (1823-1864) Y SU “RECONSTRUCCIÓN”, EN 1996 POR DANTE ESCALANTE MENDIOLA. POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE. Antes del desarrollo de ideas, sólo quisiera hacer notorio un pequeño gran detalle que, aparentemente no tendría sentido si no se atiende con rigor. En el PANORAMA original de los señores Bullock –motivo de las presentes notas- no aparece al centro del paisaje, y como sería de esperarse la pieza escultórica de Manuel Tolsá dedicada al rey Carlos IV, misma que el pueblo, desde entonces y hasta la fecha la conoció y sigue conociéndola como “El Caballito”. Aquel monumento fue desmontado en el curso del mes de mayo de 1823, a petición del Ayuntamiento por el Arq. Brey, quien la trasladó con todo cuidado hasta su nuevo sitio, en el patio de la antigua Universidad, donde pasó largos 29 años. Para entonces, y como se verá más adelante, ya había sido desmantelada la plaza elíptica construida a base de balaustradas y cuatro puertas ornamentales mismas que remataban el antiguo tributo que se dedicaba a uno de los miembros de la dinastía de los Borbones que, para el año en que nos encontramos, ya no significaba nada. Incluso, fue el propio Guadalupe Victoria quien propuso fundirla, y de lo obtenido se acuñaran monedas u otra aplicación de utilidad. Tal propósito no prosperó gracias a la intervención oportuna de Lucas Alamán. Por otro lado, conviene apuntar sobre el hecho de que la que con los años se conocería como “Plaza Nacional de Toros” (plaza que debe considerarse dentro de los criterios de “arquitectura efímera”), pudo estar ubicada en sitios alternos en el propio espacio físico de la plaza mayor o de la Constitución, ya que aquel monumento dedicado a Carlos IV ocupaba gran parte de la plaza mayor, con lo que las empresas que pudieron formarse para dar las funciones taurinas, por lo menos entre los años de 1821 a 1826 en que se tienen información de la misma, debían montar y desmontar entre el periodo en que se desarrollaban las funciones o temporadas de toros. En el caso de lo ocurrido en 1823 (tras las fiestas de conmemoración por la Jura de Agustín I)1 es de suponer que ante la disponibilidad de dicho María del Carmen Vázquez Mantecón: “Las fiestas para el libertador y Monarca de México Agustín de Iturbide, 1821-1823”, p. 67 y ss. (Véase bibliografía). Es bueno recordar que la noche del 18 de mayo de 1822, Agustín de Iturbide fue proclamado emperador. Por decreto del 9 de septiembre de 1822 se ordenaba a los ayuntamientos de todas las cabeceras de partido que (la jura) la celebraran con toda suntuosidad durante tres días “en forma acostumbrada respecto a los monarca españoles”. La jura de obediencia a Iturbide se llevó a cabo en medio de la incertidumbre pero cumpliendo el mandato. Que el día 8 de diciembre de 1822, se celebró en Puebla la “jura” de obediencia de los vecinos de la capital poblana a su emperador. Es conveniente apuntar que “todavía no se había hecho en ningún punto del imperio dicha jura que, (…) se realizaría en todo el territorio del imperio bajo la sombra de la revolución. Días más tarde, y contando para ello el hecho de que Iturbide se encontraba en la capital del país, se decretaron tres días de “regocijo” -14, 15 y 16 de diciembre de 1822-, lo que supondría que en el contenido de los mismos, estuviesen diversos festejos taurinos, aunque no ha sido posible hasta ahora, confirmar tal supuesto. Finalmente, en la ciudad de México, tal “jura y proclamación” se realizó en el curso de tres días de fiesta que iniciaron el 24 de enero de 1823. Aún permanecía la pieza escultórica dedicada a Carlos IV la cual, y “por dignidad del imperio, empezaron por poner un gran globo de papel de estraza que tapó la estatua ecuestre del monarca español Carlos IV mientras deshicieron la balaustrada de cantera que lo resguardaba”. Las corridas de toros, empezaron a partir del día 27 de enero, las cuales “tuvieron un tono de presagio porque el ganado estuvo pésimo, por el incendio de un globo que pretendían elevar, y por hundirse un tablón del puente de madera –que 1
espacio, el cual ya se encontraba desocupado, permite que el empresario disponga, previo permiso para colocar la plaza en el punto que puede apreciarse en el boceto de los Bullock, motivo de los presentes comentarios.
William Bullock padre e hijo eran ingleses establecidos en Liverpool y más tarde en Londres. William hijo heredó el gusto artístico de su padre por lo que pronto se definió como diseñador, fabricante y coleccionista. Con los años fue un afortunado promotor de cultura y en su “Sala Egipcia” en la céntrica calle de Piccadilly presentó exposiciones como “La carroza de viaje de Napoleón Bonaparte”, “Los hallazgos egipcios de Belzoni” y “Los lapones y su cultura”. Una desahogada posición económica y prósperos negocios, lo llevaron a emprender en el otoño de 1822, el que fue su viaje más ambicioso, siendo México el nuevo estado-nación, sitio escogido para tal aventura. Lo que sabría sobre el nuevo país era que se trataba de una tierra con inmenso potencial económico, misma que recientemente se había emancipado de la corona española y de la cual, gracias a posibles lecturas de la obra de otro viajero universal, Alexander Von Humboldt, se haya creado el escenario que lo movió a tomar tal decisión. La admiración que causaba y sigue causando la ciudad de México a propios y extraños, tuvo motivos para que dos viajeros extranjeros realizaran, en 1823 un hermoso y cautivante trabajo interpretativo, consistente en un “Panorama” de la ciudad de México, vista que obtuvieron luego de establecerse en la parte elevada de Catedral, quizá a espaldas de la “Trinidad”, desde donde tuvieron una contemplación privilegiada, impecable del centro de la ciudad, la Plaza Mayor y sus principales alrededores, mismos que quedaron plasmados en aquel paisaje citadino. Se trata de un retrato perfecto, donde el trazo, la perspectiva y demás circunstancias propias de un dibujo con estas características, se requería para los propósitos con que fue concebido. habían puesto desde el palacio hasta el tablado para que Iturbide llegara al coso- en el mismo momento en que él caminaba por ahí”. Las corridas se extendieron hasta principios del mes de febrero siguiente.
Este es pues, motivo para el desarrollo de unos apuntes que nos llevan a entender todas aquellas circunstancias en torno a su creación, exhibición y destino del mismo. Al comenzar el siglo XIX, uno de los principales viajeros, el alemán Alexander Von Humboldt quedó fascinado de riquezas y bellezas americanas diversas en lo general y de las mexicanas en particular. Quizá su obra Ensayo político sobre el reino de la Nueva España, publicada por primera vez en París en 1811 (y cuya edición fue traducida al español por D. Vicente González Arnao en 1822) haya sido motivo para que William Bullock padre e hijo, se animaran a venir a este país, con propósitos claros de ampliar conocimientos, aumentando las posibilidades de establecer un próspero negocio.
Carmen Manso Porto: “La colección cartográfica de América…”, p. 547. Véase bibliografía.
Por lo tanto, ese afán –el de los Bullock- fue posible, como ya se sabe, a partir de 1823. Padre e hijo salieron en diciembre de 1822, zarpando en el puerto de Portsmouth. Para enero de 1823 llegaron al puerto de Veracruz. Los siguientes seis meses fueron destinados a reconocer buena parte del territorio nacional y en particular la ciudad de México. William hijo mientras tanto, iba recogiendo apuntes que acentuaban con toda seguridad su capacidad de asombro ante aquellos nuevos paisajes y sus pobladores. También ambos recolectaron una gran cantidad de muestras de fauna natural, artefactos indígenas y elementos arqueológicos que hoy día se encuentran en el Museo Británico.
Esa primera etapa se puede conocer en su libro Six Months Residence and Travels in Mexico, Londres, John Murray, 1824.
Entre otras actividades, fue en un lapso de tiempo muy corto en que concibieron el que más tarde sería llamada la “Pintura panorámica de la Soberbia Ciudad de México y su paisaje circundante”. Y es que por aquellos días se respiraba en el ambiente un extraño aroma de incertidumbre. Fueron jornadas en que aún se escuchaban los rumores entre el que fue “Plan de Casa Mata” y las fiestas que, con motivo de la Jura de Agustín de Iturbide este fue elevado al centro como Agustín I, conmemoraciones que no solo se concentraron en la ciudad de México, sino en otras partes del territorio nacional, habiéndose celebrado entre otras actividades, 16 festejos taurinos, mismas que debieron desarrollarse en una versión anterior a la plaza que los Bullock ilustraron en su PANORAMA a partir de mayo de 1823, cuando el monumento a Carlos IV ya había sido retirado de su lugar.
La imagen que aquí se incluye, fue elaborada por José Joaquín Fabregat, a partir de un dibujo de Rafael Jimeno y Planes en 1797, fecha en la que se conmemoraba la inauguración de la plaza y de la estatua provisional. La estatua como pieza fundida en su totalidad no se colocó sino hasta el año de 1803, permaneciendo allí durante 20 años.
He aquí el primer acercamiento con el boceto que, en 1823 elaboraron los Bullock, del que más adelante me ocuparé en detalle.
Mientras tanto, William padre regresó a Londres, pero antes había cerrado el trato comprando una mina de plata en Temascaltepec (hoy estado de México), y que colinda con Guerrero y Michoacán, mina que administró su hijo, pensando en las grandes ganancias que produciría…2 2
Henry George Ward: México en 1827. (Selección). México, Fondo de Cultura Económica-Cultura SEP, 1ª edición en Lectura Mexicanas, 1985. 203 p. Ils., cuadros. (Lecturas Mexicanas, 1ª Serie, 73)., p. 138-140. El autor inglés, quien además fue “Encargado de negocios de Su Majestad en México” refiere haber visitado, entre otros sitios el de Temascaltepec y apunta: En 1826 estaban establecidas allí cinco compañías, dos inglesas, dos americanas y una alemana (…) Las dos compañías inglesas son la United Mexican y la formada por el señor Bullock. La compañía del señor Bullock, ya disuelta, se llamaba The Mexican Mine Company y fue formada por el señor Baring y por sin Hohn Lubbocok para trabajar la mina del Vado, denunciada en 1823 por el señor Bullock, como ciudadano mexicano, con todas las formalidades descritas en la relación de su visita a México, que ya salió a la luz pública. Las únicas circunstancias que no ha expuesto ante el mundo son los datos que al principio lo hicieron dirigir su atención a inversión tan infortunada. Algunos deben haber tenido, ya que el señor Bullock estaba realmente entusiasmado con su mina; pero sobre este particular nunca he podido obtener información verídica. Si la mina hubiera sido realmente valiosa, de ninguna manera habría sido imprudente la forma en que el caballero a quien el señor Bullock traspasó sus derechos como propietario se proponía explotarla; pero, en agosto de 1826, el estado de sus asuntos no era nada prometedor. El señor Bullock había sido nombrado
Uno y otro, aquel en Londres, este en México, afirmaban diversos negocios e incluso, todo parece indicar que a partir de 1825, la familia en pleno decidió vivir en Temascaltepec mismo, sitio elegido para establecer su residencia. En el texto imprescindible de Michael Costeloe: “EL PANORAMA DE MÉXICO DE BULLOCK / BURFORD, 1823-1864: HISTORIA DE UNA PINTURA”,3 el autor describe en la forma más clara la definición de un PANORAMA, como sigue: Un panorama era una pintura muy grande, descrita sucintamente por Comment como “una representación circular continua colgada de las paredes de una rotonda construida expresamente para exhibirla”. Estas “representaciones” de colores brillantes, pintadas al óleo y luego barnizadas, algunas sobre varios miles de metros cuadrados de lienzo, ilustraban una variedad de acontecimientos célebres, como la batalla de Waterloo, paisajes espectaculares, como las cataratas del Niágara, y, sobre todo, ciudades de Europa, Asia y América, como Londres, París, Atenas, Nueva York, Jerusalén y El Cairo, por mencionar sólo una pequeña muestra. Originados a finales del siglo XVIII en Edimburgo, donde el pintor local Robert Barker tuvo la idea de hacer una pintura panorámica de su ciudad, los panoramas se volvieron sumamente populares en Gran Bretaña, Europa y Estados Unidos. Ofrecían al público que pagaba por verlos una forma única de entretenimiento educativo, pues el espectador conocía las maravillas de lugares lejanos, como Río de Janeiro, al tiempo que se asombraba por la aparente realidad de las escenas que presenciaba. Para exhibir los panoramas, descritos por Segre como “lienzos ilusionistas de paisajes naturales y ciudades”, se desplegaban todo tipo de artefactos de iluminación y perspectiva, que generaban tal sensación de realismo que los visitantes a menudo abandonaban el edificio convencidos de que habían visto “la mejor representación de una ciudad jamás lograda por el genio humano”. John Vanderlyn (1775-1852), el mejor pintor panorámico conocido de Estados Unidos, resumió muy bien el género: Las exhibiciones panorámicas poseen tanto del mágico engaño del arte, que cautivan irresistiblemente a todo tipo de espectadores, y esto les da una ventaja definitiva sobre cualquier otra descripción pictórica. No se requieren estudios o un gusto refinado para apreciar plenamente los méritos de estas representaciones. Además, tienen el poder de transmitir muchas informaciones práctica y topográfica, como no se puede conseguir de otra manera que no sea visitando en persona las escenas representadas.
Durante la estancia ya conocida de los Bullock entre enero y agosto en nuestro país, estando en la capital del mismo al parecer obtuvieron permiso del gobierno mexicano para instalar sus herramientas de trabajo en la azotea de Catedral, sitio desde el que realizaron un interesante boceto que habiendo cubierto los 360°, incluyó todos los alrededores. El apunte permite observar de poniente a occidente y de norte a sur buena parte de la ciudad, a partir del zócalo o plaza de la Constitución, Palacio Nacional, diversos elementos de la catedral misma, los portales, como el de Agustinos, el Ayuntamiento, y luego una gran cantidad de edificios, casas, calles, iglesias hasta comprender en lontananza, a Texcoco, las pirámides de Teotihuacán, el cerro del Chiquihuite o el imponente Ajusco. En la plaza principal, se observan dibujados algunos personajes, procesiones, carruajes y desde luego, la plaza de director de las instalaciones de la compañía, con un salario de 700 libras esterlinas. Los gastos de su viaje a México, junto con su familia, catorce mineros irlandeses, un fundidor, un jardinero y todo lo necesario para un gran establecimiento se habían sufragado de la manera más liberal y se le había permitido construir una casa en un lugar muy hermoso, además de una hacienda de beneficio y un jardín á l´anglaise; pero en la propia mina no sólo no había vestigios de veta alguna, sino ni siquiera vestigios de que alguna vez hubiera sido de cierta importancia. 3 Michael Costeloe: “EL PANORAMA DE MÉXICO DE BULLOCK / BURFORD, 1823-1864: HISTORIA DE UNA PINTURA”. México, Colegio de México. En Historia Mexicana, 2010, Tomo LIX, N° 4 (pp. 1205-1245).
toros, cuya presencia no es casual y responde a una serie de hechos que explicarán porqué estuvo ahí. Los sitios indicados en el boceto son los que siguen: Lago de Texcoco Nuestra Señora de Loreto Peñón de los Baños Santa Teresa la Antigua San Lázaro Convento de Santa Inés De la Santísima Trinidad Soledad de Santa Cruz Calle del Arzobispado Casa de Moneda Calzada Jesús María Palacio Nacional La Merced Peñón Vieque Iztaccihuatl Popocatepetl Jardín Botánico Procesión religiosa
Liera de Molcagete Universidad S. Pablo Colegio de San Pablo Estapalapa (debe decir: Istapalapa) Porta Coeli Piedra de los Sacrificios Mercado del Volador San José de Gracia Hospital de Jesús de los Naturales San Miguel Casa de Toros San Bernardo Leira de Ajusco Cámara de Diputados Calle de Monterilla Los Portales San Agustín Regina Coeli
Todos estos nombres aparecen en el PANORAMA. El “boceto” que resultó de aquella minuciosa observación fue llevado a Londres en agosto de 1823, donde fue escalado a dimensiones de un trabajo que, ya terminado y plasmado en el lienzo, alcanzaba una superficie de 250 m2. Iluminadas y recreadas todas sus partes hasta el mínimo detalle, donde seguramente las pequeñas figuras humanas o las sombras proyectadas no fueron omitidas, tal PANORAMA causó, durante las muchas exhibiciones la grata impresión de quienes pudieron contemplarlo. Además, era toda una proeza para mantenerlo en tal forma que ya instalado, produjese notoria admiración de sus observadores. En el texto de Costeloe mismo se recogen un buen número de opiniones donde predomina el asombro de parte de los observadores. Largos 40 años sirvieron para itinerar aquella experiencia que ya compartía, por otro lado el efecto de la llegada de la fotografía. Es más, si debiera aplicarse el mismo concepto de PANORAMA, este lo encontramos en la fascinante imagen que obtuvo Claude Désiré Charnay en 1858, lograda desde un diferente punto de apreciación, como fue la azotea de la iglesia de San Agustín, cuya altura permitió tal resultado como ahora puede apreciarse:
Impresión en papel salado. (Ca. 1858).4 4
Disponible en internet, agosto 13, 2014 en: http://www.inah.gob.mx/boletines/12-restauracion/6474-restauranfoto-panoramica-mas-antigua-de-la-cd-de-mexico De 150 años de antigüedad RESTAURAN FOTO PANORÁMICA MÁS ANTIGUA DE LA CD. DE MÉXICO
La imagen, atendida por el INAH, se integra por cinco fotografías tomadas por Désiré Charnay en 1858, que juntas miden 199 x 29.9 cm. Las tomas destacan por su antigüedad y por haberse elaborado con la primera técnica fotográfica en papel conocida como papel salado. Un conjunto de cinco fotografías en blanco y negro, tomado hace 155 años por el explorador francés Désiré Charnay, que integran la vista panorámica más antigua de la Ciudad de México, fueron restauradas por profesores y alumnos de la Escuela Nacional de Conservación, Restauración y Museografía (ENCRyM) del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH). "Se trata de una obra única (de 199 cm de largo por 29.9 de ancho) tanto histórica como técnicamente, ya que corresponde a la primera imagen panorámica de la capital del país de la que se tenga registro, obsequiada por Charnay (1828-1915) al político, historiador y cartógrafo Manuel Orozco y Berra (1816-1881)”, informó Fernanda Valverde Valdés, coordinadora de la Especialidad en Conservación y Restauración de Fotografías de la ENCRyM. “Las cinco imágenes —añadió— quizá fueron tomadas desde el techo del Templo de San Agustín, posterior sede de la Biblioteca Nacional de México (fundada en 1867), entre las calles República de Uruguay e Isabel La Católica, en el Centro Histórico de la Ciudad de México, lo que consideramos a partir de las áreas capturadas, que abarcan desde la Alameda, pasando por la plaza de Santo Domingo, la Catedral Metropolitana, Palacio Nacional, hasta San Lázaro”. La restauradora dio a conocer que las fotos, junto con un archivo de las tomas digitalizadas, serán entregadas este 20 de marzo, a la Mapoteca “Manuel Orozco y Berra”, de la Secretaría de Agricultura, Ganadería, Desarrollo Rural, Pesca y Alimentación, a la cual pertenecen. Refirió que si bien las fotos no tienen una fecha registrada, sugieren que fueron tomadas en 1858, durante los 11 meses que el fotógrafo permaneció en la Ciudad de México (desde su llegada en 1857), antes de iniciar un viaje por las tierras del sureste del país. De acuerdo con la experta, la pieza es también una joya en el aspecto técnico, porque debió haber sido una proeza su realización, ya que fue creada con la técnica fotográfica en papel más antigua, utilizada a mediados del siglo XIX: el papel salado, a partir de negativos de colodión sobre vidrio. “Charnay usó como negativos cinco placas de vidrio que tenían que prepararse para sacar la foto, para ello eran recubiertas con una sustancia llamada colodión, después se metían en un baño sensibilizador de nitrato de plata y aún húmedas, se introducían en la cámara para sacar la fotografía; inmediatamente después, la placa debía sacarse, revelarse y fijarse la imagen antes de que se secara el barniz de colodión sobre el vidrio”, explicó Fernanda Valverde. “Realmente era toda una faena, dijo, pues no sólo se necesitaba la cámara y todos los materiales químicos para obtener las tomas, sino además, ahí junto debían tener el ‘laboratorio’ para procesar cada cristal de manera inmediata”. La especialista del INAH destacó la destreza que debió tener Désiré Charnay, al considerar que para su época era muy complicado la realización de panorámicas, sobre todo hacer que cada fotografía coincidiera perfectamente con la siguiente, es decir, que existiera una exacta unión entre la secuencia de las imágenes, cada una de 28.5 cm de ancho y aproximadamente 41 de largo. Fernanda Valverde detalló que las labores de restauración se llevaron a cabo en intervalos de 2008 a 2012 por las profesoras Estíbaliz Guzmán y Diana Díaz, junto con tres generaciones de alumnos de la Especialidad en Conservación y Restauración de Fotografías de la ENCRyM. “Primero, dijo, procedieron a hacer el registro de las condiciones en las que se encontraba cada una, hicieron el diagnóstico de su estado de conservación e identificación de deterioros, y realizaron estudios de fluorescencia de rayos X y espectroscopia infrarroja para determinar los materiales constitutivos de las imágenes”. De acuerdo con la restauradora, las fotos llegaron adheridas por el reverso a una tela que estaba colgada; a su vez, entre una y otra, fueron colocadas pequeñas cintas de pegamento que con el paso del tiempo se volvieron amarillentas y mancharon las orillas de las tomas. “Asimismo —agregó—, el tener como soporte una tela, provocó arrugas en las imágenes, que adquirieron la textura y forma del textil; además tenían suciedad, dobleces en las orillas y desvanecimiento, a consecuencia de la técnica tan delicada con que fueron tomadas hace más de 150 años”. La restauradora refirió que a partir de los estudios realizados al material fotográfico, así como la revisión que se hizo de una segunda impresión de éstas —que se encuentra en la Biblioteca de París, Francia (un regalo
Y luego hubo otros trabajos, otras imágenes que también se convirtieron en nueva información gráfica que permitió entender cómo, aquellos mismos sitios que asombraron a los Bullock, causaron igual efecto en otros tantos personajes que, cargando la parafernalia de aquellas cámaras primitivas, obtuvieron vistas increíbles en diversas partes de la ciudad.
La vista que hemos podido apreciar, corresponde al registro de una panorámica que abarca desde el Zócalo, el arranque de una columna que quedó sin terminar al centro de la plaza de la Constitución. (Ca. 1850-60). Resulta interesante observar al fondo de la misma la silueta del conjunto montañoso donde destaca el Ajusco y un poco a la izquierda el Xitle, volcán inactivo. El fotógrafo, al igual que los Bullock, debió apostarse entre la azotea de la bóveda principal o también lo que parece la torre poniente de Catedral.
que Charnay hizo a Napoleón III)—, se dieron a la tarea de idear la mejor forma de montaje de las fotos en pro de su conservación, así como una propuesta de intervención. “La restauración consistió —añadió Valverde— en el retiro cuidadoso de la tela que fungía como soporte de las fotos; luego se limpió cada una de ellas, sin quitar la cera que les fue colocada originalmente, la cual ayudó a su preservación. Posteriormente, se retiraron las manchas producto de residuos de adhesivos, se repararon las roturas existentes y con lo mínimo de humedad, fueron aplanadas por el reverso para que perdieran la forma y textura de la tela. “Una vez restauradas se procedió a realizar el montaje de las fotografías en materiales 100 por ciento naturales sin riesgo de dañarlas, entre ellos papel japonés para uniones, respaldo de cartulina, hilo de seda, plástico de poliéster inerte, hoja de acrílico antirreflejos, caras de aluminio, espuma de polietileno inerte y ligera, y cinta de aluminio alrededor para asir todos los materiales en conjunto, y funcionar como sellador que retarde el ingreso de humedad”, abundó la especialista. La vista panorámica será entregada a la Mapoteca “Manuel Orozco y Berra”, junto con recomendaciones de cuidado, entre ellas evitar su exhibición, ya que la luz y la humedad pueden provocar desvanecimiento de la imagen.
Zócalo de la ciudad de México. (Ca. 1850-60).
Esta otra imagen, bien podría ser continuación de la anterior, si observamos que sólo se produjo un giro en el ángulo de observación. La sombra proyectada por los rayos del sol indica una buena posibilidad de que el intento del hacedor fotográfico haya sido gestar otra panorámica. Tal y como puede verse en este “intencional” armado:
En 1825, el enorme lienzo que ya se venía exhibiendo, por razones que aún se desconocen ya había sido vendido tanto a John como a Robert Burford, conocidos de los Bullock. Muy pronto estos consolidaron una larga temporada de exhibiciones, que comenzó precisamente el 10 de diciembre de aquel año, la primera de las cuales estuvo dedicada a la prensa, de la cual se recogen dos interesantes opiniones, la del reportero de The Times (13 de diciembre de 1825), quien con alguna reserva advertía el Tono predominante y repulsivo de los colores toscamente aplicados sobre las paredes así como el reflejo de la porcelana con que están recubiertos algunos de los techos (…)
Del mismo modo se cuenta con el apunte del reporter que escribía en de Bell´s Life in London (del 11 de diciembre de 1825) el cual decía:
(…) hay una gran regularidad en la estructura de los edificios, con un estilo decorativo fantástico que produce un efecto muy pintoresco. No es posible formarse una idea adecuada de la belleza de esta vista panorámica sin captarla por uno mismo. Es, repetimos, una de las más interesantes, por el coup d´oeil de la perspectiva, así como la libertad y efecto natural de la ejecución, entre las que hemos visto hasta ahora de estos eminentes artistas.5
Con estas dos apreciaciones, las publicadas en The Times y Bell´s Life in London, se puede colegir que lo admirado en aquellos dos lienzos de que estaba formado el PANORAMA, era un trabajo iluminado o a color, con los que edificios, calles, paisajes y emplazamientos mostraban, en conjunto detalles muy puntuales que hacían destacar la exhibición del “Panorama” mismo. Algo que destacaba notablemente en dicho lienzo eran sus colores. Para entender un poco la admiración que produjo no sólo entre los observadores, sino la de los mismos “paisajistas”, puede comprobarse gracias a las descripciones que realizó, en tiempo no muy distante el viajero inglés Henry George Ward, de quien ya han sido tomadas algunas de sus notas párrafos atrás. Escribía Ward, cuando ya se encontraba en la ciudad de México en enero de 1824: En el estilo general de la arquitectura (la de la ciudad de México) hay algo muy peculiar. Las calles son anchas, airosas y trazadas en ángulos rectos, de manera que mirando a dos cualesquiera de ellas, en el punto donde se intersectan, se domina una vista de casi toda la extensión de la ciudad. Las casas son espaciosas, pero bajas, y pocas veces exceden de un piso; los techos son planos, y como a veces se comunican uno con otro durante tramos considerables, vistos desde una elevación semejan terrazas inmensas, ya que se pierden en la distancia los parapetos que las separan. Pocos edificios públicos alcanzan la altura que estamos acostumbrados a ver los europeos en construcciones de tal índole. Esto se debe en parte a la dificultad de poner un buen cimiento en el Valle de México, donde se halla agua uniformemente a muy pocos pies de la superficie, y en parte a la frecuencia de los terremotos. Lo primero hace necesario que todos los edificios grandes se construyan sobre pilotes, en tanto que lo segundo, a pesar de que los sacudimientos casi nunca son severos, pondría en peligro la seguridad de edificios muy altos, pues serían los primeros en resentir los efectos. Todo el que ha residido en un clima meridional sabe cuánto tiende a acortar las distancias la pureza de la atmósfera; pero aun en Madrid, donde el cielo de verano es maravillosamente claro, nunca vi que se produjera dicho efecto en grado tan extraordinario como en México. Todo el valle está rodeado de montañas, que en su mayoría se hallan cuando menos a quince millas de la capital, y sin embargo, al ver a lo largo de cualquiera de las calles principales (particularmente en dirección de San Ángel o San Agustín), parece como si terminaran en una masa de rocas, y éstas se alcanzan a ver tan bien, que en un día despejado se pueden observar todas las ondulaciones de la superficie, y contar casi los árboles y las pequeñas manchas de vegetación diseminadas sobre ella. El aspecto general de la ciudad en la época en que llegamos era aburrido; excepto a temprana hora de la mañana, cuando las grandes calles se animaban vivamente, en particular las cercanas a la catedral y a la plaza mayor, en donde están situados el parián y las tiendas principales. (…)6
Conforme avanzaba el tiempo, y como va indicando la lectura de Costeloe, el PANORAMA fue deteriorándose. Sin embargo, en 1836, ciertas condiciones de carácter político y militar, se cree que lo llevaron a ser utilizado con fines propagandísticos. Texas aún era parte de México, y en el ambiente privaban fines expansionistas por parte de los Estados Unidos, de 5 6
Op. Cit., p. 1215. Ward: México en…, op. Cit., p. 55.
ahí que “los tejanos pidieron voluntarios que les ayudaran en la guerra, y llegaron reclutas de muchas partes de Estados Unidos. Se sugirió que el PANORAMA de México se usó para atraer voluntarios (…).7 Sólo una década después, se exhibieron por todo Estados Unidos más panoramas de México, pero relacionados con las campañas militares de la guerra contra México, que se pelearía en 1846-1848. Luego, el PANORAMA volvió a reaparecer, llevado de la mano por parte de William Bullock en 1846 y en Londres, cuando el interés británico por el país se renovó fuertemente, al estallar la guerra entre México y Estados Unidos. En febrero de 1847, se anunció una nueva exhibición en los Monteith Rooms, ubicados en el número 67 de la calle Buchanan, en Glaswow, consistente en un panorama de México, acompañado por la presentación aparte de imágenes del reciente naufragio del buque Great Britain. William Bullock murió en marzo de 1849. En tanto, el PANORAMA, otra vez en poder de Robert Burford, siguió siendo motivo de exhibiciones, aunque como plantea Costeloe, otro lienzo de similares condiciones pudo haberse convertido en el sucedáneo de aquel, que era el original. Y en efecto, hubo un segundo que fue expuesto en 1853, el cual muestras algunas diferencias con aquel pintado tres décadas atrás. Entre las más notables se encuentra la plaza de toros. La plaza, como se indica, “se había construido como una edificación temporal y había sido demolida poco después de que William Bullock dejara la ciudad de México en 1823”.8 Montar y desmontar plazas fue un denominador común por aquellos años, por lo menos antes de 1833, en que se reinaugura la plaza de San Pablo, de la que por alguna razón existen confusiones en términos de fechas y algunos datos, de los que me ocuparé más adelante. Normalmente se utilizaba madera y material de fijación para las mismas. Al concluir los festejos programados, el edificio se desmantelaba. Para su nueva erección, era necesaria la convocatoria de una nueva temporada o serie de corridas, el proyecto presentado por el o los asentistas, la participación de un arquitecto constructor y el permiso correspondiente del Ayuntamiento. Dicha plaza, según se puede concluir, estuvo en dicho sitio, un poco aquí, o un poco más allá, entre 1821 y 1825, siendo sucedánea de la de San Pablo, incendiada intencionalmente en 1821. Todo parece indicar, además, que este espacio fue utilizado, entre otros festejos para dar paso a las fiestas de la Jura de Agustín I, entre diciembre de 1822 y febrero de 1823. Desde luego que entre los años en que se levantó, el diseño debe haber variado, conservándose para los efectos de funcionamiento todo aquello relacionado con los espacios destinados a corrales, destazadero, si es que lo hubo al interior) y otras dependencias propias de un coso taurino. Por cuanto se puede apreciar, sus dimensiones, entre las barreras y la doble hilera de palcos, debe haber tenido capacidad para unas 4 mil personas (quizá un poco más). Es un edificio circular, forrado en su parte externa, con una puerta por la cual entraban y salían lo mismo peatones que algunos carruajes o birloches. Al centro del ruedo se aprecia una columna o “mongibelo”,9 quizá rematada por una pieza esférica (¿la representación del mundo?) que servía para efectuar alguna puesta en escena, de conformidad al programa con el que, por esos días coincidió la presencia de los Bullock, padre e hijo. Costeloe: “El Panorama de…”, op. Cit., p. 1230. Ibidem., p. 1237. 9 Alusión de fuerte influencia literaria, predominante sobre todo a partir del siglo XVII, la cual se refiere al Monte Etna. La deformación en el habla, o posiblemente en su escritura, poco a poco fueron transformándola en “Mongibelo”, conservando en alguna medida su fuerte carga de raíz latina. 7 8
He ahí el citado “Mongibelo”, columna que, colocada al centro del ruedo, remata con una pieza que bien pudo representar, en su sentido esférico aquella intención de “cargar al mundo” o a “la América”.
He aquí el boceto del PANORAMA de 1853. En efecto, la plaza ya no aparece. La vista incluso, tiene en términos de perspectiva una mejor proporción que el que fue pintado en 1825.
Sin embargo, la imagen de aquel se repite en este quizá para continuar con los fines que ya había producido el primero. Se trata pues de una versión completa del PANORAMA de 1853, ya sin plaza de toros. El PANORAMA quedó sujeto a la interpretación de Burford y también de Bullock, puesto que también en este apunte ya no queda reproducida “la primera capilla de Cortes”. Se insinúa la presencia del “Parían” edificio de establecimientos comerciales, el cual fue demolido en 1843, aunque Burford lo incluye en esta versión, quizá porque otras versiones del mismo, y con los fines que tendría para efectos de comercio, reflejaban su presencia. Como el negocio de la mina no prosperó en definitiva, los Bullock se dispersaron a otros países. Sin embargo, William hijo decide quedarse en México. Todavía nuestro personaje, emprende algunos viajes más, todos ellos con vistas a concretar negocios, e incluso pensó construir una comunidad de retiro en Cincinnati, a las cuales atraería a la burguesía de menor nivel. En ese recorrido, se incluyó otro viaje más a Liverpool, mismo que sucedió a partir del 24 de junio de 1827, cuando él y su esposa partieron de Nueva York. En Londres, William compró el PANORAMA a Robert Burford, su exhibidor, y ya con él, regresa a Estados Unidos en marzo de 1828. En este último país, y apoyado por diversos empresarios, la exhibición de la pieza alcanzó diversos sitios y muy buena impresión por parte de sus admiradores. Hubo diario, como el Daily National Intelligencer, publicado el 9 de marzo de 1832 en el cual se apuntaba: Próxima apertura del “Panorama de México, la reina de las ciudades”.
Disponible en internet, agosto 13, 2014 en: www.margatelocalhistory.co.uk/DocRead/Margate%20in%London%20Shows.html
Entre 1828 y 1835, la exhibición contó con la posibilidad de mostrarse en sitios como Nueva York, Boston, Nueva Orleans, Baltimore, Charleston, Svannah, Augusta, Washington, Filadelfia, Cincinnati y Natchez, Mississippi. Los edificios necesarios para exhibir el panorama representaban el mayor problema y gasto para los encargados de la gira. De las
11 ciudades mencionadas, sólo Nueva York y Filadelfia tenían edificaciones adecuadas para montar la pintura. Nueva York tenía la rotonda de Vanderlyn, mientras que en Filadelfia había un inmueble con una habitación suficientemente grande. Se usó para ello algún tipo de forma octagonal “de quince metros de diámetro”. Se supone que el espectador debía pararse en una posición elevada en el lado norte de la parte principal (de la plaza), en el centro de la ciudad. Desde esta posición, mira hacia los techos de las casas, que presentan un aspecto novedoso y diferente al de aquellas ciudades norteamericanas vistas desde una elevación semejante.
Disponible en internet, agosto 13, 2014 en: www.margatelocalhistory.co.uk/DocRead/Margate%20in%London%20Shows.html
El 19 de julio de 1834, en el periódico de Cincinnati Daily Gazette la exhibición se anunciaba así:
Y seguía diciendo:
Esta hermosa Pintura, con sus bellos detalles y magnífico trazo, sus mil cúpulas, torres y campanarios; su anfiteatro de montes cubiertos de nieve eterna y sus valles de verdor inmortal; su lago vítreo; su amplia y bellísima Catedral, Zócalo, procesiones religiosas, corridas de toros y su única, pero magnífica, arquitectura, está ahora lista para la admiración del público, en un gran edificio de forma octagonal, erigido expresamente para esta exhibición y construido de tal manera, con el propósito de difundir o concentrar la luz, según lo requieren, obviamente, los distintos objetos de esta ciudad maravillosa y de sus luminosos alrededores (50 km a la redonda). La deliciosa bruma dorada de una atmósfera tropical está exquisitamente preservada, y el justo manejo de luz y sombra, con la exactitud del trazo y la perspectiva, la cuidadosa fidelidad y la espléndida paz que cubre el conjunto, casi producen el efecto de una ilusión. 10
Tratamiento moderno que incluye conservación, digitalización y preservación de cierta parte que integró un PANORAMA Disponible en internet, agosto 13, 2014 en: www.margatelocalhistory.co.uk/DocRead/Margate%20in%London%20Shows.html 10
Ibidem., p. 1226-7.
Para el Columbian Centinel de Boston (30 de agosto de 1828) era “una pintura magnífica”. En el Courier de Nueva Orleans (9 y 21 de abril de 1829), era “el ejemplar más grande de pintura panorámica que hemos visto jamás” y “una producción artística de lo más estupenda”. The Mississippi Free Trader de Natchez (18 de marzo de 1836) decía: “El observador ve de un solo golpe la ubicación de esta magnífica ciudad, el estilo de su arquitectura, la peculiar forma de vestir de sus habitantes, y casi puede percibir sus modales y costumbres. Le decimos a todos: vayan una vez, vayan cien veces, siempre quedarán complacidos”.
Portada del libro que fue impreso por BANAMEX en 1996.
Hoy, con el vívido testimonio de Dante Escalante Mendiola retomamos, aún y cuando no sea en su escala original el mismo sentido, el mismo significado de aquella representación, la de un espacio urbano cuyo propósito cautivante, por fortuna nos ha llegado, con el toque de sus alas hasta nuestros días. Fue en la exposición Viajeros europeos del siglo XIX en México, misma que presentó Fomento Cultural Banamex en 1996, donde pudo apreciarse tal recreación. Se trata de la “Reconstrucción del Panorama de la ciudad de México de William Bullock, 1996. Técnica: acrílico sobre lino; medidas: 90 x 770 cm. Esta nueva representación, elaborada a partir del modelo original, sigue toda la traza, perspectiva, profundidad y demás elementos que, un copista (que no un falsificador) 11 debe
11
La Jornada, N° 10785, del 12 de agosto de 2014. Cultura, p. 8ª. Un falsificador de primera línea Teresa del Conde
Con este título pareciera que estoy en favor de los falsificadores y de las falsificaciones. No, no es así, pero me ofende la pésima calidad de varias de las falsificaciones que he visto, no sólo de Frida Kahlo, también de otros artistas mexicanos. Sucede que he leído con fruición las confesiones del falsificador Ken Perenyi (nombre quizá prestado) en un fascinante libro, ilustrado en parte con los cuadros falsificados, publicado en una colección de Pegasus Books que no circula ampliamente, pero que es todo un dechado de instrucción, como tratado de restauración y como ejemplo de los cuidados, la solvencia, los conocimientos y la cultura que debería poseer toda persona que quiera suplantar las dotes de otra en cuanto a pintura se refiere. Para los restauradores, copistas y connosseurs el libro es una joya. El autor, narrador de sus propias memorias, es actualmente un restaurador reconocido y ha dejado al parecer totalmente la obsesión por identificarse con firmas del pasado. En el caso de Ken Perensyi, el hecho de suplantar identidades se convirtió no sólo en una obsesión, sino en una adicción, y sicológicamente es posible aventurar que cuando tal tipo de quehacer iguala y en algunos casos hasta supera en logro artístico a la fuente imitada, el autor sobrecarga su autoestima en cada una de las ocasiones en las que sus obras son admitidas, apreciadas y valoradas como originales. Máxime si procuran respetables dividendos. Ken no era propiamente un ambicioso de dinero, no pretendía ventas estratosféricas, no dedicó su vida a falsificar valores consagrados de altísima cotización, como serían en el caso europeo Picasso, Matisse, o más recientemente Francis Bacon. Ya adentrado eligió muy prudentemente pintores del siglo XIX, principalmente estadunidenses, pero también ingleses muy agradables, poco conocidos por el gran público aunque favorecidos por el coleccionismio especializado. Al inicio de sus actividades se estrenó con dos paisajistas notables del siglo XVII, Van Goyen y Ruisdael; posiblemente los eligió inspirándose en la casi inalcanzable altura que adquirió Van Megeren como falsificador de Vermeer, tanto así que el libro sobre éste, quizá el más famoso falsificador de todos los tiempos, se le convirtió en una biblia en cuanto a técnicas falsificatorias de pintura de tiempos pasados. Con esto no estoy desechando en modo alguno la pericia de falsificadores italianos, pero quizá el caso más sonado en este tema sea el del holandés, citado y analizado por los mejores autores que se han ocupado de esta peliaguda materia. Perenyi, dotado, con buen entrenamiento pictórico y dibujístico, ya había realizado obras personales –siempre dentro de una cierta penumbra económica–, cuando encontró a un maestro y mánager. Aclaro que este maestro, a quien gratifica y santifica en su tratado, no fue quien lo indujo a apropiarse de identidades del pasado, sólo le sugirió estudiar a figuras poco conocidas de la primera mitad del siglo XIX estadunidense y años subsecuentes. De allí extendió su actividad a pintores ingleses de género, también del siglo XIX, entre todos ellos, excepto Sartorius, ninguno es muy conocido, salvo por los especialistas y coleccionistas de ese periodo, que encuentran cabida en las subastas de masters no tan old en las principales casas de subastas neoyorquinas y londinenses Sotheby’s y Christie’s con diferentes filiales en varias ciudades. Menciono algunas figuras del elenco básico cuya identidad Ken sustrajo: James E. Buttersworth (1817-1894), especialista en pintar hermosos yates de vela, muchas veces en situación de competencia. Fue una tarjeta postal impresa y difundida por la famosa galería Bonhams, con dos veleros en perfecta versión f de Ken, lo que le valió el empezar a ser perseguido primero por los federales y lugo por la FBI. La cosa es que no pudieron probarle nada, dada su inteligencia y su buen manejo de situaciones. Él no vendía falsos, los vendían dealers, galerías y casas subastadoras, él pintaba cuadros marítimos, supuestos retratos de indios, como el famos Oscalka, jinetes o bien pajaritos en sus ámbitos naturales, mariposas, orquídeas y otros vegetales amables, temas predilectos del pintor Martin Johnson Heade (1819-1904), amigo de viajes lejanos que llegó a pintar idílicas escenas de pájaros brasileños que después reprodujo en un álbum de grabados titulado Gemas de Brasil. El álbum abrió la ambición y la libido de Ken, pero para copiarlo (es decir, falsificarlo) no se basó en el álbum, hizo una pesquisa acuciosa y descubrió que faltaban algunos originales al óleo, que suplió. Sólo en este caso obtuvo dividendos considerables por la venta del cuadro Fat boy, que no representa a un muchacho, sino a un pájaro guardián ante el nido con huevecillos. Esta venta de gran éxito se vio circunstancialmente acompañada de una gran pena. José, su partner, falleció después de padecer una enfermedad larga que requirió enormes erogaciones –Ken cayó en bancarrota–. Cuando se supo el asunto, la demanda de sus falsificaciones, ya consideradas como copias legitimadas, fue tal, que dedicó su taller en Florida a surtirla. A eso adhiere hoy día su quehacer como competente restaurador.
realizar para acercarse lo más posible a todos aquellos significados que se plantean en un original. En la siguiente secuencia fotográfica, se pueden apreciar algunos detalles, dignos de ser comentados.
El modelo original en la disposición que aparece publicada…
Aquí un primer armado para encontrar la lógica en dicha panorámica.
He aquí la primera sección del material elaborado por Dante Escalante Mendiola.
La segunda incluye buena parte de Palacio y un primer detalle de la plaza de toros.
Al centro de toda la obra, se encuentra la plaza de toros. En su momento, comenté que la misma, estaba “forrada”. En el presente caso, se podría pensar o imaginar que hubo un trabajo de revestimiento exterior con base en hojas de alguna madera apropiada para el caso. Del mismo modo, no aparece el “Mongibelo” y del lado izquierdo, unos gallardetes, rematan sólo un cierto sector de la plaza, el cual se pensaría, estuvo contemplado para abarcar los palcos destinados a las fiestas en ocasión de la “Jura” de Agustín I.
Destaca aquí el portal de los Agustinos y una procesión, así como la Piedra de Tizoc.
Al frente tenemos el inicio de la antigua calle de la Alcaicería (hoy 5 de Mayo). A su derecha, el que sería con el tiempo el Nacional Monte de Piedad, casa propiedad de Don Pedro Romero de Terreros.
Finalmente se puede apreciar el crucero, donde están formadas cuatro pechinas que sostienen la cúpula con su tambor.
Un primer comparativo del PANORAMA original contra la RECONSTRUCCIÓN, nos permite observar la enorme semejanza habido entre uno y otro, independientemente de las diferencias marcadas por el color de una y el uso de una tinta en otro.
Sobreponiendo algunas de las fotografías en el original, la impresión que se obtiene es admirable, pues si bien hubo necesidad de hacer algún ajuste para “cuadrarlas”, el resultado muestra que las proporciones mantienen el equilibrio. Veamos:
Por lo tanto, la sola “Reconstrucción” luego de ser armada queda así:
Dante Escalante Mendiola, nació en la ciudad de México el 8 de octubre de 1957. Egresado de la primera generación de la Universidad Autónoma Metropolitana, como diseñador gráfico. Miembro de la Academia Mexicana de Diseño, ilustrador en diversas publicaciones, como Letras Libres o Algarabía, ha ido especializándose en ilustración. En esta obra en particular, puede concluirse el hecho de que se propuso dar la coloratura más cercana a paisajes, portadas de edificios e iglesias, aplicar el más idóneo para ilustrar la plaza mayor, y desde luego, hacer destacar la plaza de toros misma, sin que falten todos aquellos elementos que pueden ser otros tantos personajes, procesiones, carruajes. Por ahí se observa un destacamento militar, incluso el arrastre de un toro que proviene del coso mismo, en el cual y en ese preciso momento, sugeriría que al interior del mismo se lleva a cabo algún festejo que, por la sombra proyectada, podría tratarse, ni más ni menos que del “Toro de Once”.12 12
En el anexo, formado de cinco partes, me ocuparé de la descripción sobre el “Toro de Once”.
Sin embargo, lo que resolvió nuestro personaje fue imprimir los colores que más cercanos estuviesen a la realidad, al sentido que emana de la impresión propia de la naturaleza y de los edificios, sus sombras, personajes y demás elementos que constituye dicha “Reconstrucción”. Las piedras de tezontle y chiluca aparecen correctamente representadas, no tanto así los tejados, que muestran un color uniforme, lo que vendría a desentonar un poco sus propósitos. En cada edificio o casa la función de los techos se encontraba destinada para diversas funciones específicas: sitio para guardar triques, fijar tendederos, separación a partir de ladrillos entrecruzados, haciendo las veces de límite, y desde luego como cobijo, para lo cual ciertas técnicas de la actual impermeabilización, tendrían en esa época otros acabados. Finalmente debo mencionar que, tras un análisis riguroso de las fuentes, así como de las imágenes, procuré encontrar orígenes, exhibiciones y características particulares del primer PANORAMA, con objeto de entender la forma en que, luego de poco más de siglo y medio, se convirtió en modelo para una nueva presentación, la que el Banco Nacional de México decidió llevar a cabo en 1996. Al convocar a Dante Escalante, se obtuvieron resultados que saltan a la vista. Ciudad de México, 14 de agosto de 2014.
ANEXOS
I Por su cuenta, Carlos María de Bustamante escribía en su Diario Histórico de México (1822-1848)13 lo siguiente: Domingo 19 de enero de 1823 (…) En el Diario de ayer se ha propuesto esta célebre cuestión: La Santa Sede ha prohibido el espectáculo de toros, pena de excomunión mayor, y sólo dispensó de ella a los dominios de España; es así que este imperio está ya separado de aquella potencia... Luego no pueden lidiarse toros sin incurrir en dicha excomunión, a menos que no haya una dispensa particular. El religiosísimo imperante podrá responder a este argumento y dará la solución, como protector magnánimo que es de los cánones de la iglesia católica. Sepamos por ahora que en la plaza de toros se trabaja sin intermisión, y que hasta en los días de domingo se ha trabajado, con escándalo de los buenos cristianos y principalmente de los extranjeros que guardan los días de precepto con tanta escrupulosidad, que ni aún pescan en el mar cuando navegan. Martes 21 de enero de 1823 (…) Están presos cuatro léperos porque dicen que anoche iban a incendiar la plaza de toros. (…) La noche de hoy ha llovido sin intermisión toda ella; de consiguiente, se han mojado y echado a perder las pinturas de los tablados y plaza de toros; esta función está muy mal arreglada, a pesar de la prisa que se da el emperador en que se realice con todo el esplendor posible. El y los suyos hacen mucho ruido al público para que no oiga ni sopa [de] lo que pasa por fuera; bien así como los sacerdotes de Moloc aturdían a trompetazos a los sacrificadores, para que no oyesen los rabiosos gritos de las inocentes víctimas que inmolaban. Martes 28 de enero de 1823 (…) Mañana a las once comienzan los toros y es necesario que el emperador, al dejarse ver, sea precedido de tales nuevas que, imponiendo a los tímidos equilibristas, les arranque los “vivas” que no han oído en los días precedentes. Miércoles 29 de enero de 1823 (…) Se suscitó una pretensión por don Josef María Villaseñor, sobre que se le diese una lumbrera en la plaza de toros, en perjuicio de los derechos del director don Joaquín Obregón. Tan grave duda se consultó al Consejo de Estado, y éste se pronunció por Obregón. A esto está reducido el tal Consejo, a resolver dudas de cocina. Puede ocurrirle a lturbide la duda de cómo se ha de guisar un pescado y consultará con el Consejo de Estado, que le responderá como el Senado de Roma a Domiciano: ¡o genus hominum iniserrinumi! 13
BUSTAMANTE, Carlos María de: DIARIO HISTORICO DE MEXICO. DICIEMBRE 1822-JUNIO 1823. Nota previa y notas al texto Manuel Calvillo. Edición al cuidado de Mtra. Rina Ortiz. México, SEP-INAH, 1980. 251 p. Tomo I, vol. 1. Además, entre 2001 y 2003 se publicaron dos discos compactos que reúnen la misma obra, sólo que de manera conjunta, abarcando los años de 1822 a 1834; y de 1835 a 1848 respectivamente. Diario Histórico de México. 1822-1834 (disco 1); Diario Histórico de México. 1835-1848 (disco 2). México, Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social, El Colegio de México, 2011 y 2003. 2 discos compactos.
Sábado 1º de febrero de 1823 (En México, día claro, pero muy ventoso) Llegamos al tercer mes de la tercera revolución; quisiera abrir la escena dándote, hermana muy querida,1 una sinfonía tan alegre, como la que precede a la ópera del Barbero de Sevilla; pero no es dado a mi lira, ni tampoco a mi pincel trazarte un cuadro divertido; sin embargo, tu imaginación, muy apta para fingirse monos, podrá trasladarse hasta la plaza de toros de México, que verá presidida de un emperador “por la Divina Providencia” (si tal puede llamarse la voluntad del sargento Pío Marcha, marqués del Bodegón, conde de San Pedro del Alamo y chusma de borrachos del barrio del Salto del Agua), más gordo y cebón que un gato viejo de refectorio... porción de banderilleros y picadores, puestos de hinojos ante su majestad imperial implorando su bendición; no de otro modo que los hidalgos de Castilia, de los días de Sancho el Bravo, prestaban pleito homenaje; o sea como un provincial del Carmen a quien saludan diciéndole sus frailes: Benedicite . . . y él les responde, con gentil continente y gran mesura “id en paz”... Tal es, pues, la escena que ha visto la gran México en estos días y que ha arrancado lágrimas a corazones sensibles, precisándolos a decir con un romano: “¡Oh, hombres nacidos para la servidumbre! ¡Oh! pueblo inmoral, encenagado en la apestosa cuitla de los vicios, formados en la escuela de los españoles, ¿cómo toleráis esta escena de ignominia?”… ¡Ah, mientras esto pasa a vuestra vista, los Bravos, los Guerreros, los Castros, los Espinosas, los Santa Anna, los Victorias y los Gómez, sostienen los derechos de vuestra libertad en los campos, y desafían a la tiranía cuerpo a cuerpo; esto hacen, mientras que vos, presidido de lo que llamáis nobleza magnaticia de los Leoneles y Cervantes, os humilláis a las plantas de un tirano, y quemáis vuestros inciensos ante ese ídolo de fatuidad!… ¡Mexicanos! ¡Mirad el papel que representáis en la escena del mundo ilustrado! ¡Conoced por estos trazos de mi torpe pluma todo el fondo de vuestra ignominia!… ¡Ah, llenaos de mengua y confusión! Desaparezca México del rango de los pueblos libres... Húndase en el fondo de sus lagunas, y paséese por sobre ellas el lívido y espantoso genio de Maxtla y de Tezozomoc, de aquellos tiranos que cuatro siglos ha que la enseñorearon, y cuyo espíritu anima a sus degradados hijos… Basta de digresión y digamos lo que está en la boca de todos y de quienes sólo soy un eco. Domingo 2 de febrero de 1823 (…) Ayer el oidor Rosas, es decir, el mayor menguado que tiene esta Audiencia y uno de los de las tres RRR,3 nuevamente nombrados, formó escrúpulo sobre que en unos medallones pintados en la plaza de toros se hubiese colocado el Pileo o Gorro de la libertad; esto es, le dijo, “contra las regalías del emperador”, a Cartuchera; y mucho más porque abajo se lee “Igualdad” ( entiéndase delante de la ley ). Al momento, el déspota Andrade hizo borrar el Gorro y el letrero. Ambos sujetos merecen tirar de un carretón y que tan lisonjera égida no cubra sus cabezas por serviles, bajos y abyectos. Cuando iba a elevarse un globo ayer tarde en la plaza, aunque estaba calmado el viento, se soltó de repente y lo incendió. Luego se restituyó la serenidad. Parece que la naturaleza se resiste a todo lo que pueda causar satisfacción con respecto a Iturbide. El ganado está pésimo, de modo que todos los toros mueren a lazo. Lunes 3 de febrero de 1823 (…) la corrida de toros de esta tarde ha estado tan solemne como desgraciada: asistió a ella el emperador y su esposa, y no oyeron un “viva”, pero sí fueron testigos presenciales de que un muchacho muriese en las astas de un toro que jugó con él como con una pelota. Todos los Agustines del mundo no merecen que por ellos muera un hombre, y así se acordará de este infeliz joven, como de la primera camisa que se puso. Miércoles 5 de febrero de 1823 (…) La fiesta del santo de hoy ha estado bien triste.
Los canónigos mandaron decir ayer a los padres franciscanos, que pasasen a hacer las vísperas muy pronto, “porque tenían que irse a los toros”; así es que por tan justa y santa causa las vísperas fueron de “apaga y vamos”. ¿Qué dirá nuestra posteridad cuando sepa esta anécdota? Estos son los que lamentan el estado decadente de la religión e invectivan contra los francmasones. ¡Preferir una corrida de toros a cumplir con sus principales deberes! ¡Posponer el decoro de los oficios y la augusta solemnidad del rezo, en obsequio de un santo patrono y americano, por una diversión tan frívola! ¡Bah, que sólo cabe entre canónigos lárragos! ¡Y luego andamos con interpretaciones de bulas pontificias, sobre si será o no lícito ver toros! Jueves 6 de febrero de 1823 (…) El último día de toros se iba a venir abajo el pasadizo, por donde el emperador entra a su tablado desde su palacio; hizo un gran ruido, y tanto que estremeciendo aquella palizada hizo creer a su majestad imperial que era alguna conmoción; entonces, a fuer de valentacho y acreditado machetero en el Bajío, empuñó su alfanje, y se puso a punto de defensa. ¿Qué tal? ¿Y luego dirán que Iturbide es cobarde? ¿Y que no vive tan agitado su corazón, como el de Damocles a la mesa de Dionisio? Viernes 7 de febrero de 1823 (…) Iturbide se ha metido a escrupuloso, pues no ha permitido que haya hoy corrida de toros por ser viernes. Se ha olvidado que era Viernes Santo cuando en el mes de abril de 1813 nos aseguró que fusiló a trescientos hombres sin confesión en Salvatierra. Como el consejero Almanza es uno de los diputados reunidos a la comisión de la ciudad para las fiestas de toros, y en la distribución de lumbreras se señalaron a los generales Guerrero y Bravo, cuando se trataba de si se les darían o no, respondió con gracejo: “me parece que Guerrero debe tenerla como presidente que es de una provincia”. Y hablando de Bravo dijo: “démosela, porque quién sabe si nos la reclamará en el acto mismo de estar en los toros”. Según la distribución que se ha hecho de lumbreras por orden del emperador, la ciudad debe perder como cuarenta mil pesos: “Cuando más pobre una gala...” dicen los payos. Martes 11 de febrero de 1823 (…) Se ha mandado por el cabildo de esta iglesia, que el canónigo que no asista a toros se le eche punto, aunque asista al coro; de modo que pierde la renta el que por cumplir con sus deberes va a salmear las horas de estilo, pero no va a este torneo. Así disponen de las rentas eclesiásticas, ignoramos por qué principio de justicia o disposición canónica puedan comparar semejante conducta. Este es un hecho desconocido en los fastos de la maldad de un clero corrompido. Hizo bien el virtuoso arzobispo de huir de capitulares tan depravados. En esto se lleva por objeto, solemnizar por su parte la exaltación del tirano; de este amo petulante, de cuyas migajas comen. Ellos tienen empeño en sostenerlo, para sostenerse a sí mismos, aunque el patrimonio de los pobres se disipe pródigamente; de todo es capaz el egoísmo y servilismo hermanados. (…) Anoche tuvo junta Iturbide en la casa de la calle de San Francisco. Esta tarde no se ha presentado en los toros, como ni su familia; es mucho, porque él apura la copa del placer hasta el último momento, y es de los que echan el trago que llaman “del estribo”. Jueves 3 de julio de 1823 (…) Se está echando abajo la Plaza de Toros de orden del gobierno porque se denunció una conspiración, en cuyas operaciones horribles entraba como la primera incendiar esa enorme montaña de madera.
II
DEL ANECDOTARIO TAURINO MEXICANO. SOBRE UN CARTEL TAURINO FECHADO EN 1821.14 En un reciente viaje a Guadalajara, y gracias a las gestiones del buen amigo Óskar Ruizesparza, hubo oportunidad de visitar a don Manuel, “Manolo” Barbosa, quien tiene una muy buena colección de objetos y documentos taurinos, entre los cuales uno en especial llamó poderosamente mi atención. Se trata de un cartel en papel de trapo, elaborado en la ciudad de México en 1821. Hasta esos momentos, el Sr. Barbosa tenía la enorme duda sobre su procedencia, por lo que de inmediato le argumenté que dicho documento daba cuenta de la celebración de tan curioso como extraño festejo taurino en nuestro país. Sobre el mismo mencionaré y decodificaré su contenido. El cartel anunciador, refiere un festejo habido en la “Plaza Nacional de Toros”, la tarde del domingo 25 de febrero de 1821. En la tarde de este día, a la hora de costumbre, se lidiarán ocho escogidos Toros de la aplaudida raza de la Nueva Vizcaya. Cuando se presente el tercero, montará cuatro diestrísimos Ginetes en otros tantos Potros cerreros, compitiendo su habilidad, para proporcionar al respetable Público esta aunque ligera interesante diversión que tanto le complace. El quinto Toro, que será el embolado, saldrá del coso con la artificiosa travesura de muy copioso fuego, esparciendo a sus tiempos diversas aves para que los aficionados cojan; presentándose el Loco encoetado (sic) también para banderillarlo y matarlo, escoltado de dos Dominguejos de fuego en Potros, que harán en entretenimiento agradable.
Las lumbreras arrendadas al precio de cinco pesos, se expenderán en la calle del Refugio núm. 10, desde las nueve de la mañana hasta las dos de la tarde, y de esta hora en adelante en la puerta principal de la Plaza.
Hasta aquí su contenido. Veamos y entendamos ahora su discurso publicitario, pero también el de esa parte histórica que requiere para su exacto entendimiento. Esta plaza, fue construida en la plaza mayor, la cual y con los años, se conocería como “Plaza de la Constitución”, justo donde ahora se encuentra el asta bandera monumental, funcionó desde ese año de 1821 y por lo menos hasta 1826 o 1827. Sólo conocía un cartel, del que ya he dado cuenta en alguna otra colaboración. Sin embargo, el presente viene a reafirmar las naturales dudas respecto a la celebración de otros tantos festejos, uno de los cuales es el presente. La lidia de ocho escogidos Toros de la aplaudida raza de la Nueva 14
http://ahtm.wordpress.com/2014/07/03/sobre-un-cartel-taurino-fechado-en-1821/
Vizcaya, da elementos para pensar que ese y otros encierros fueron trasladados desde sitios tan lejanos como los que conforman los actuales estados de: Sonora, parte de Chihuahua, Sinaloa, Durango y Zacatecas. Por ahora, el único dato sobre una hacienda ganadera dedicada, en este caso a la “crianza” de ganado para enviarlos a las plazas de toros, podría ser “El Salitre”, “El Lobo” o “Cruces”, cuyos nombres fueron apareciendo en otros tantos festejos durante el curso del siglo XIX. La primera duda que surge en este caso, es saber ¿por qué tuvo que adquirirse ganado de haciendas tan distantes a la ciudad de México misma? ¿Cuál fue la ruta y cuánto duró el trayecto, así como en qué condiciones pudieron haber llegado tras largas jornadas de caminar y caminar? Evidentemente ello pudo haber tomado varios días, haciéndolos descansar y reponerse en sitios a propósito mientras se reiniciaba el camino. Lo curioso es que habiendo otras haciendas cercanas a la capital del nuevo estado-nación, como Atenco, La Goleta (en Querétaro), Enyegé, Tlahuelilpan o Tenango no se dispusiera de sus toros para adquirirlos en otras condiciones más favorables. Habrá que entender si en esto tuvo que ver la presencia de algún o algunos personajes con influencias suficientes para que tal situación sucediera.
Boceto de William Bullock para el “Panorama” de John y Robert Buford, en 1823. La plaza Nacional de Toros, estuvo ubicada, precisamente donde hoy se encuentra el asta bandera monumental en la Plaza de la Constitución o Zócalo de la ciudad de México. (Detalle).
En cuanto a las ocurrencias, se anuncia que con el tercero, “montarán diestrísimos Ginetes en otros tantos Potros cerreros”, se convertía tal representación en efímera circunstancia, sin embargo el hecho de que tales personajes aparecieran en la escena, montando potros cerreros, hace notar el dominio que tendrían tales jinetes sobre caballos indomables, lo que significaba aumentar el grado de riesgo, pero también la posibilidad de que presenciar el dominio de hábiles jinetes –acaso los mismos que trasladaron a los toros desde tan lejanas tierras-, y acostumbrados como estaban a dichas labores en el campo. Al salir el quinto, el cual se anunció como el “embolado”, no sólo cumplía con aquella extraña representación parataurina, sino que se le magnificaba con el hecho de que habría en algún momento, y a través de algún dispositivo especial un “copioso fuego esparciendo a sus tiempos aves para que los aficionados cojan,,,” de ahí que el “embolado” se tornaba toda
una figuración de extrañas composiciones que luego variarían con el tiempo, hasta estabilizarse en la razón que habría para su pervivencia. Pero ahí no terminaba el asunto, pues aparecía “El Loco” quien asumiría el papel de “matador de toros”, con la posibilidad de que ese “embolado” lo banderillaría y pasaportaría, “escoltado de dos Dominguejos de fuego en Potros…”. No me imagino cómo concebirían a tales figuras, las cuales además pasaron a ser montadas en potros, lo cual le daba ya un significado de rotunda expresión tan cercana como fuera posible al caos. Representación iconoclasta de aquel entonces, en que los empresarios, junto a los toreros o protagonistas, buscaban darle al espectáculo tintes novedosos, nunca antes vistos y que además, fueran capaces de llamar poderosamente la atención de un público que, con el cartel ante su vista, quedaban más que invitados a presenciar semejantes puestas en escena. Mientras tanto, y para el resto del festejo el entretenimiento sería agradable. Puede saberse el cobro, ya en sombra, ya en sol de las entradas, para una plaza que no tendría un aforo mayor a los 7000 asientos, según se puede comprobar en la ya famosa ilustración del boceto de William Bullock para el Panorama de John y Robert Buford, en 1824, el cual nos deja ver las dimensiones de aquel fantástico coso taurino.
He aquí la misma perspectiva, sólo que desplegada –casi en tercera dimensión-, por Google earth, cuya consulta he realizado para la comparación del caso, tomando en cuenta que es la más reciente imagen obtenida, lo que nos permite aclarar muchas dudas al respecto.
Si ha sido de interés el presente cartel, y desea acudir al festejo, ocurra a la calle del Refugio núm. 10 para obtener boletines de a cuatro o dos reales, mismos que se entregarán en las puertas, a la hora en que usted decida llegar a la plaza. Escrito a principios de julio de 2014.
III FUNCIÓN DEL DOMINGO 15 DE AGOSTO ACONTECIMIENTO POLÍTICO-MILITAR.
DE
1824
IMPULSADA POR
UN
El 19 de marzo de 1823 habría de abdicar Agustín de Iturbide al trono, cuando entre otros insurgentes, Nicolás Bravo se levantó en armas y por su cuenta. Así que la función del domingo 15 de agosto de 1824 fue impulsada por un acontecimiento político-militar, que al margen del fusilamiento de Agustín I, ocurrido el 19 de julio pasado, quiso celebrar las hazañas del insurgente que, junto a Vicente Guerrero eran las figuras de un movimiento que ya no solo buscaba la libertad. También un puñado de principios democráticos. En el puntual Diario Histórico de México de Carlos María de Bustamante, apenas si se refiere alguna demostración popular de la que fue motivo el expedicionario de Guadalajara, quien acudió al Coliseo la noche del 5 de agosto para ver la representación de la tragedia Roma Libre. Además, por aquellos días el mismo Coliseo ofrece funciones donde se condena a la inquisición, pero Bustamante no incluye en sus detalladas notas nada al respecto de la corrida del día 15 de agosto, por lo que lo único que puede concluirse, además de que el mitómano no ve con buenos ojos el espectáculo taurino, es que la función pudo haberse efectuado, llenando de gusto a los espectadores que asistieron a un coso taurino ubicado entonces en una de las esquinas de la “Plaza de la Constitución”, asimismo conocida desde los tiempos del virrey Calleja. Finalmente debo comentar que se trata de un documento cuyo mensaje político quedó perfectamente rematado con el uso de una corrida al estilo de la época, distinguiéndose dos aspectos: la lidia de ocho toros de Atenco y la presencia del toro embolado, con lo que se daba realce a la función, de la que desconocemos los espadas, aunque no es difícil pensar en que se haya contratado a los hermanos Luis, José María y Sóstenes Ávila para el efecto.
Curioso cartel de la PLAZA NACIONAL DE TOROS, enclavada en lo que hoy es la “Plaza de la Constitución”, o “Zócalo” de la Ciudad de México. Fuente: Archivo Histórico del Distrito Federal [A.H.D.F.] Ramo: Diversiones Públicas, Vol. 856, exp. 71: Se convocan postores para la formación de la plaza en que han de hacerse las corridas en celebridad de la Jura del Emperador Agustín 1º. Año de 1823. Sobre reconocimiento de la plaza para las corridas por la coronación de Agustín 1º.-Fojas 10. PLAZA NACIONAL DE TOROS. Domingo 15 de agosto de 1824 (SI EL TIEMPO LO PERMITE) La empresa, deseando tomar parte en los justos regocijos por los felices acontecimientos de Guadalajara, no menos que en la debida celebridad del EXMO. Sr. D. NICOLÁS BRAVO, a cuya política y acierto se han debido, determina en la tarde de este día una sobresaliente corrida, en la que se lidiarán ocho escogidos toros de la acreditada raza de Atenco, incluso el embolado, con que dará fin. Con tan plausible objeto las cuadrillas de a pie y a caballo ofrecen llenar el gusto de los espectadores en cuanto les sea posible, esforzando sus habilidades. ENTRADAS SOMBRA: Con boletines que se expenderán a 4 reales en la primera casilla. SOL: Con boletines que se expenderán a 2 reales en las casillas 7ª y 8ª y se entregarán en la puerta. Las lumbreras por entero se arrendarán a cuatro pesos cada una con boletines de ocho personas en la alacena de D. Anacleto González en el portal de Mercaderes, desde el día anterior hasta la una de este, y de esta hora en adelante en la puerta principal de la misma plaza.
Un segundo cartel apenas localizado poco tiempo después de elaboradas estas notas, es el que incluyo a continuación:
Colección “Manolo” Barbosa, Guadalajara, Jalisco.
Festejo celebrado el domingo 25 de febrero de 1821. En dicha ocasión, y a la hora de costumbre, se lidiaron ocho “escogidos toros de la aplaudida raza de la Nueva Vizcaya”.
“Cuando se presente el tercero, montarán cuatro diestrísimo Jinetes en otros tantos Potros cerreros, compitiendo su habilidad, para proporcionar al respetable Público esta aunque ligera interesante diversión que tanto le complace. “El quinto toro, que será el embolado, saldrá del coso con la artificiosa travesura de muy copioso fuego, esparciendo a sus tiempos diversas aves para que los aficionados cojan; presentándose el Loco encohetado también para banderillarlo y matarlo, escoltado de dos Dominguejos de fuego en Potros, que harán el entretenimiento agradable. En sombra, con boletines a cuatro reales, que se expenderán en la primera casilla. En So, con boletines dos reales, que también se expenderán en la 7ª y 8ª casilla, y se entregarán en las puertas. En particular, las lumbreras arrendadas al precio de cinco pesos, se expenderán en la calle del Refugio núm. 10, desde las nueve de la mañana hasta las dos de la tarde, y de esta hora en adelante en la puerta principal de la Plaza”. Sobre el ganado traído expresamente desde la Nueva Vizcaya, el asunto parece tener tintes muy interesantes, ya que realizar la hazaña de desplazar una punta que no necesariamente representaba el hecho de que fueran ocho toros. Ello más bien pudo generar la compra de más cabezas de ganado, para realizar en varias jornadas, todas a pie, aquel movimiento donde es probable que los toros hubiesen llegado en malas condiciones, lo que significaba esperar otros tantos días para que se repusieran y que la empresa pudiera garantizar así, lo notable en la “raza” de aquellos toros venidos de sitios tan lejanos como Durango o Coahuila. Siendo este el segundo cartel que se localiza luego de casi doscientos años de su celebración, es de agradecer que los particulares o custodios que lo han cuidado, tomaran en cuenta su valor y ello significara que lo mandaran colocar en un marco con vidrios que le protegen. Desde luego no es, ni por casualidad, el mejor recurso para su preservación, pero las condiciones en que se encuentra así lo dejan ver, pues prácticamente no presenta daño alguno. Aprovecho aquí, para agregar un interesante apunte que proporciona Domingo Ibarra en su Historia del toreo en México (1887), al respecto de la Plaza Nacional de Toros: En el presente siglo, antes de la consumación de la independencia mexicana, se incendió la plaza de Toros de San Pablo [lo que probablemente sucedió en el curso de 1821], por lo que, para las fiestas reales, en celebridad de la coronación de Iturbide [es decir, el 21 de julio de 1822], se construyó otra en el lugar de la de armas (hoy de la Constitución) que ya había sido destruida y solo quedaba la estatua ecuestre de Carlos IV que se le cubrió con un globo de papel [la estatua pasó a los patios de la Universidad en 1822]; dicha plaza la arrendaron los empresarios, en cuartones que contenía cada uno cinco gradas después de la barrera, cuatro lumbreras, dos de primera y dos de segunda y el tendido también con cinco gradas; cada poseedor o arrendatario de dichas localidades, las adornaron lujosamente para obtener buena paga por sus asientos que fueron dados a un precio cómodo, sin embargo del entusiasmo por ver el partimiento de plaza por las tropas de la guarnición, que se esmeraban en ejecutar las evoluciones. ¡No se vio como últimamente ha pasado que se pagara por un asiento ocho o más pesos”. En aquellas memorables fiestas se lucieron los toreros mexicanos y el espada Pimentel, que jamás dio tres estocadas al toro para que muriera, lo mismo hacía el mexicano (José María) Rea y después el curro español Juan Gutiérrez, Mariano González (a) La Monja, Luis Ávila, Marcelo Villasana, Pablo Mendoza y otros muchos.15 15
Domingo Ibarra: Historia del toreo en México que contiene: El primitivo origen de las lides de toros, reminiscencias desde que en México se levantó el primer redondel, fiasco que hizo el torero español Luis Mazzantini, recuerdos de Bernardo Gaviño y reseña de las corridas habidas en las nuevas plazas
IV
EFEMÉRIDES TAURINAS DECIMONÓNICAS. REINAUGURACIÓN DE LA PLAZA DE TOROS DE SAN PABLO, EL 7 DE ABRIL DE 1833.16 1 A unos cuantos días de este acontecimiento, El Telégrafo, Periódico Oficial del Gobierno de los Estados-Unidos Mexicanos, del miércoles (santo) 3 de abril de 1833, Nº 323, p. 4, todavía dejaba ver algunos conflictos previos que se dieron entre quienes ya habían comprado o adquirido cuartones que integraban la plaza de toros de San Pablo que, unos días más tarde iba a reinaugurarse.
Cuando la empresa se propuso repartir la Plaza de toros de S. Pablo por cuartones, no llevó otra mira que la de que el público disfrutase de la diversión al menor precio posible, sacrificando en su obsequio la parte de utilidad más que pudo quedarle vendiéndola por boletines. Desgraciadamente el éxito no ha correspondido a sus deseos pues se ha hecho granjería con los cuartones vendiéndolos y revendiéndolos con notable perjuicio del público y de la empresa.
de San Rafael, del Paseo y de Colón, en el mes de abril de 1887. México, 1888. Imprenta de J. Reyes Velasco. 128 p. Retrs., p. 7 y 8. 16 http://ahtm.wordpress.com/2013/04/06/a-180-anos-de-la-reinauguracion-de-la-plaza-de-san-pablo/
Aún de que esta tenga conocimiento de los individuos que han comprado aquellos y pueda deshacer las dudas y malas inteligencias que tengan, les suplica se sirvan estar el sábado de gloria a las 11 de la mañana, en sus respectivos cuartones, cuya compra acreditarán presentando el recibo respaldado por el que se los vendió, para de este modo evitar toda diferencia que podía suscitarse el día de la función. México, Abril 3 de 1833.
Es decir, se puede ver a las claras que el negocio y la especulación estaban detrás de ese anunciado “repartimiento” del que la empresa, a la sazón, el General Manuel Barrera Dueñas, parece ser consentía y hasta entraba en extraña y sospechosa complicidad. Allá por los años de 1825 a 1845 aproximadamente surgió en la escena pública un personaje que acaparó la atención, pero también una serie de circunstancias en donde ejerció el poder, convirtiéndolo con mucha rapidez en un hombre influyente, con la capacidad de resolver sin fin de circunstancias. No sólo estaba al tanto de lo que eran las corridas de toros, espectáculo del que era asentista -o empresario, en la jerga moderna-. También lo era de los principales teatros, contrataba lo mismo navegantes aéreos, artistas que toreros; y hasta se metía en los terrenos repugnantes de la basura, desecho que también tuvo y tiene intereses de fondo. Me refiero al coronel primero; al general después, Manuel Barrera Dueñas. Este fue uno de esos hombres emprendedores, que, al involucrarse en asuntos de su personal interés, era capaz de llevarlo hasta sus últimas consecuencias Según declaraciones aparecidas en el periódico EL MOSQUITO MEXICANO (1834-1837), de la Barrera confesó más o menos en estos términos sus objetivos: “...me enriquezco porque yo soy el asentista universal”. “Todos los recursos los tengo yo”.
Tales palabras parecen pesadas sentencias de implacable espíritu ambicioso que lo llevó a ser temido y envidiado por todos aquellos quienes osaran estar cerca de él. Mis apreciaciones las refiero en un sentido, donde analizo no solo el papel crematístico, sino también todo aquello donde su presencia significara provocación, insinuación y ambición de poder que llegó a ejercer contundentemente. Este señor, todo un caso que debe estudiarse con reposo, ocupó diversos cargos políticos de importancia y ejerció influencias como las que ya hemos visto líneas arriba. Para 1829, Manuel Barrera Dueñas ostentaba el rango militar de coronel. Originario de la ciudad de
México, donde había nacido alrededor de 1782 y murió en 1845, según los datos aportados por Ana Lau Jaiven, en un artículo que forma parte de su tesis doctoral que abarca la vida económica y política de Manuel Barrera.17 Al igual que su padre se dedicó durante la Independencia a la venta de paños con lo que logró desde entonces, obtener contratas para la fabricación de vestuarios para el ejército, empresa lucrativa que mantendría hasta su muerte. En 1829 era Coronel de infantería retirado y poco después sería ascendido a General de Brigada. Empezó a acumular fortuna a raíz de los nexos que mantuvo con los personajes importantes de la política y de la economía, entre los cuales Anastasio Bustamante, su compadre, fue de los principales. Además de las contratas establecidas con el Ministerio de Guerra, fue el asentista de los teatros Provisional y del Coliseo. Ambas ocupaciones le proporcionaban ingresos suficientes para poder ofertar para adjudicarse los inmuebles y con ello extender su área de influencia hacia otras actividades mercantiles y de influencia política. Su fuero y su grado constituyeron un factor primordial que le permitió lleva a cabo los remates con amplia ganancia.18
Y respecto a sus influencias, baste un ejemplo. Allá por los años veinte del siglo XIX, la Plaza Nacional de toros ¿o la de San Pablo? tuvieron un mismo destino: se quemaron. Fue el 9 de mayo de 1825, día de horrible calor, según Bustamante, que se incendió la Plaza de Toros "que la ha reducido a pavezas". Un día después el autor del Cuadro Histórico de México apunta: Mucho da que decir y pensar el incendio de la Plaza de Toros: a lo que parece se le prendió fuego por varias partes, pues ardió con simultaneidad y rapidez. ¿Quién puede haver causado esta catástrofe? He aquí una duda suscitada con generalidad, y atribuida con la misma a los Gachupines para hacerlos odiosos y que cayga sobre ellos el peso de la odiosidad y persecución, opinión a que no defiero, no por que no los crea yo muy capaces hasta de freirnos en aceyte, sino por que ellos obran en sus intentonas con el objeto de sacar la utilidad posible, y de éste ninguna sacarían. Otros creen que algún enemigo del asentista Coronel Barrera fué el autor de este atentado, y aún él mismo ministra fuertes presunciones para creerlo; en la postura a la Plaza se la disputó un Poblano tenido por hombre caviloso y enredador, y tanto como encargado por el Ayuntamiento de esta Capital de plantear la Plaza de Toros para la proclamación de Yturbide fué necesario quitarle la encomienda por díscolo: en el calor de la disputa dixo con énfasis a Barrera... Bien, de V. es la Plaza, pero yo aseguro a V. que la gozará por poco tiempo expresiones harto significantes y que las hace valer mucho el cumplimiento extraordinario de este vaticinio. Se asegura que fueron aprendidos dos hombres con candiles de cebo: veremos lo que resulta de la averiguación (Encuadernado aquí el Impreso Poderoso caballero es don dinero. México, Oficina de D. Mariano Ontiveros, 1825, 4 p., firmado El tocayo de clarita) judicial que se está haciendo; por desgracia no tenemos luces generalmente de Letras sino de letras muy gordas y incapaces de llevar la averiguación acompañada de aquella astucia compatible con el candor de los juicios, ni hay un escribano como aquel Don Rafael Luaro que supo purificar el robo de Dongo en los primeros días de la administración del Virey Revillagigedo de un modo que asombró a los más diestros curiales. En el acto del Yncendio ocurrió la compañía de granaderos del número Primero de Ynfantería la que oportunamente cortó la consumación del fuego con la Pulquería inmediata de los Pelos el que pudo haverse comunicado al barrio de Curtidores: esta tropa al mando del Teniente Coronel Ana Lau Jaiven: “Especulación inmobiliaria en la ciudad de México. La primera desamortización. El caso de Manuel Barrera”. En: Las ciudades y sus estructuras. Población, espacio y cultura en México, siglos XVIII y XIX. Sonia Pérez Toledo, René Elizalde Salazar, Luis Pérez Cruz, Editores. México, Universidad Autónoma de Tlaxcala. Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa, 1999. 275 p. Ils., maps., cuadros., p. 171-180. 18 Op. cit., p. 172. 17
Borja trabajó tanto que dexó inutilizadas sus herramientas. Del edificio no ha quedado más que el Palo de en medio donde estaba la asta bandera, e incendiado en la puerta, lo demás es un cerco de ceniza que aun no pierde la figura de la plaza. Desde el día anterior se notó que en la tarde procuraron apagar con el cántaro de agua de un vendedor de dulces el fuego que aparecía en un punto de la Plaza. Dentro de ella había quatro toros vivos, y tres mulas de tyro; todas perecieron, y ni aún sus huesos aparecen. De los pueblos inmediatos ocurrieron muchas gentes a dar socorro, pues creyeron que México perecía; tal era la grandeza de la flama que se elevaba a los cielos. El daño para el asentista es gravísimo, pues a lo que parece en la escritura de arrendamiento estipuló que respondía la Plaza si pereciese por incendio u otro caso fortuito. ¡Cosa dura vive Dios! que pugna con los principios de equidad y justicia. Además tenía contratada una gruesa partida de toros para lidiar al precio de 50 pesos al administrador del Condado de Santiago Calimaya de los famosos toros de Atengo. Todo esto nos hace sentir esta desgracia, y pedir fervorosamente al cielo no queden impunes los autores de un crimen de tanta trascendencia, y que envalentonará con su impunidad a los malvados a cometer otros de la misma especie.19 19
Bustamante, Carlos María de: Diario Histórico de México. México, Instituto Nacional de Antropología e Historia, 1982. 168 pp. Tomo III, Vol. 1. Enero-Diciembre de 1825., p. 72-3. Además: PODEROSO CABALLERO ES DON DINERO Bien sabido es, que por el dinero, y con el dinero se ha plagado el mundo de delitos, miserias y desgracias: por él se han suscitado las guerras, y con él se han emprendido, dándose al saqueo las ciudades, y a la destrucción los imperios: por el dinero se matan los hombres, y con el dinero viven y se engrandecen los oscuros y despreciables: por el dinero se levantan las más negras calumnias, y con el dinero se cubren y quedan sin castigo los crímenes más horrorosos: por el dinero se pierde la quietud, y con el dinero se corrompe el corazón. Esto, y muchísimo más, puede el dinero en grande; veamos como obra, respectivamente, en chico. El déspota particular con mucho dinero, de nada carece y cuanto quiere alcanza: acostumbrado a hacer su gusto en todo, se felicita y complace en la ejecución de sus más vergonzosas pasiones y soberbios caprichos, pues cuenta siempre con la ciega obediencia de los seres degradados que lo adulan. Así el hombre venal, orgulloso y dominador, si es rico, aunque se vea lanzado del alto asiento que usurpaba, y destituido del poder absoluto que ejercía sobre los demás, conserva una superioridad tan altanera, que casi se identifica con el mismo absoluto poder que ha perdido. De aquí pueden hacerse aplicaciones muy exactas con referencia a los casos que han acontecido y están aconteciendo desde nuestra emancipación política: hágalas, si gusta, el juicioso lector, y luego encárguese del objeto a que se dirige este papel para fallar imparcialmente, llevando por delante aquel refrán que asienta: por lo poco, se pasa al conocimiento de lo mucho. Después que por motivos bastante notorios estuvo sin ejercicio el coliseo de esta corte una porción de tiempo, los cómicos proyectaron y consiguieron su apertura, quedando responsables de mancomún al arrendamiento de la finca, y cuando habían dado muchas funciones, que el público vió con aprecio, regresó de la Habana en junio de 824 el gran cantador Andrés del Castillo, convencido de que no podía lograr colocación ventajosa fuera de este suelo que le dio tantos miles de pesos. Admitido nuevamente al teatro por la generosidad de sus arrendatarios, tuvo la desvergüenza de decirnos por medio de un manifiesto (tratando cohonestar su punible fuga) que se ausentó con el fin de ilustrarse y volver á servirnos con nuevas y selectas operas que había adquirido. Nos dio tres o cuatro en cansadas repeticiones de doble paga, y cátese agotado todo el tesoro de sus piezas cantables; bien, que cubrió esta falta con el trágico galán Diego María Garay, que vino en su compañía a probar fortuna. Nosotros estábamos bien hallados con nuestros antiguos y hábiles empleados en el teatro, recibiendo por uno de ellos, desde las tablas según costumbre, el aviso de la función que debía hacerse en la noche siguiente, cuando extendida la noticia de la llegada del hombre trágico, unos pocos de la luneta, no permitiendo que se diese la cita, pidieron a gritos por más de tres noches al señor Garay que al fin se colocó en el modo y términos que están en conocimiento del público (No se habla aquí de Fernández y Patiño, protegidos por Garay, porque éstos, sin plaza efectiva, solo nos atormentaban con sus bramidos declamatorios las noches en que trabajó el
Por otro lado me amparo en Enrique de Olavarría y Ferrari quien nos dice: En cambio las lides de toros sufrieron un rudo golpe con la completa destrucción de la Plaza Nacional taurina, que en la madrugada del 9 de Mayo (de 1825) comenzó a incendiarse, cebándose las llamas en aquella enorme construcción de apolillada madera, con tal actividad, que en poco tiempo quedó reducida a cenizas.20
La confusión a que se expone el presente material es que se dice que estaba en servicio la plaza de San Pablo en 1824 (justo el 4 de enero, a pesar de que menciona a la de San Pablo), cuando sólo sabemos que era la Plaza Nacional de Toros (1821-1825), junto a las de don Toribio y Necatitlán, las que funcionaban por aquel entonces, a pesar de que como dice nuestro autor “Del edificio no ha quedado más que el palo de en medio donde estaba el asta bandera”, lo que complica nuestras perspectivas, pues solo la de San Pablo poseía tal ornato y no la “Plaza Nacional de Toros”, dato que se confirma del notable óleo sobre cartón que logró del escenario John Moritz Rugendas en 1833, donde aparece dicha columna rematada por la mencionada asta bandera. Asi que, ¿de cual plaza se trataba: de la de San Pablo o de la plaza nacional de toros la que definitivamente se quemó? Además, muy cerca de ahí se encontraba la famosa pulquería de “Los Pelos” y el barrio de padrino). Concluida la temporada del año próximo anterior, y puesto el teatro en pregón para la del corriente, se presentaron Castillo y Garay, haciendo postura después de que recibieron el amargo desengaño de que no podían quedarse con la finca a la sordina; y se dice (no sé si con fundamento) que estos dos amigos, sostenidos por algunos de sus paisanos pudientes, llevaban la idea de tolerar a los cómicos del país solo el primer año, y al segundo dejarlos en la calle, pues entonces ya tendrían surtido el teatro de extranjeros, tanto para las plazas principales de representado, canto y baile, como para las de mites ó domésticos. Presentóse en la palestra el digno mexicano coronel Manuel Barrera (dueño hoy de la empresa) que adivinando los fines de ambición y parcialidad que impulsaban esta negociación, celebró su remate por cinco años en cantidad que no tiene ejemplar, y deshizo los planes. Aquí entra el título de este papel como el dedo al anillo: poderoso caballero es don dinero: ¡quién lo creyera!... Castillo y Garay, contando con el fuerte apoyo de sus protectores, revolucionaron en términos, que habiendo introducido la desunión en las compañías, arrancaron del teatro a algunas de sus primeras habilidades, y estas siguiendo indiscretamente la suerte de los cabecillas, andan ahora fuera de la capital separadas de sus familias: ya sentirán las resultas, y quizá cuando no haya remedio; pues aunque la construcción de un segundo coliseo en México les asegure un por venir lisonjero, podrá suceder... ¡quien sabe! Por lo poco se pasa al conocimiento de lo mucho: esta es una verdad bien acreditada. Si para el solo negocio teatral se han interpuesto tantos miles de pesos... ¿cuántos más se derramarían para volvernos a uncir al carro español si esto estuviera al arbitrio del que lo ocupa y bajo las fuerzas de sus agentes?... ¡Cuidado, compatriotas, que las trepidaciones políticas no se han acabado! (...) Por parte del dueño de la empresa, hay un grande y decidido empeño en servir a este público respetable, pues sin contar con las habilidades que lo abandonaron, está haciendo muchísimo más de lo que debía esperarse; y pagando sueldos de alto peso, e invitando a cuantos sean aptos para los ramos de que se compone el teatro, ha probado de una manera nada equívoca su deseo de agradar. Este lo llevó, ciertamente, a la (al parecer) temeraria empresa de ofrecer la operita del tío y la tía, y ya se vio que fue más que regularmente desempeñada: en la función que dio el sábado 23 de abril en honor de Jorge IV, rey de la Gran Bretaña, echó el resto, pues hizo adornar el teatro con todo el buen gusto y lujo que jamás se había visto. Diráse que soy un mercenario apologista; mas esto no será verdad, pues nunca he tenido, ni tengo, ni espero tener relaciones de confianza con el empresario. Oigo hablar mil despropósitos que distan muchísimo de los hechos, y he aquí el único motivo que tuve para publicar este papel: si lo dicho no basta, tírense pedradas, pero entiéndase que las rechazará con la rodela del desprecio. El tocayo de Clarita. 20 Enrique de Olavarría y Ferrari: Reseña histórica del Teatro en México por (...). 2ª edición, México, Imprenta, Encuadernación y papelería "La Europea", 1895. Tomo I. 383 p., p. 222.
Curtidores, que estaban inmediatos a la plaza de San Pablo, pues en ningún momento refiere que se tratara de la plaza ubicada en plena plaza mayor o de la “Constitución”. Independientemente de todo esto, las plazas de toros de San Pablo, junto a la Plaza Nacional de toros, don Toribio y Necatitlán dieran corridas en aquellas fechas, lo cual significa que la ciudad de México y su población, gozaban del espectáculo de manera por demás bastante frecuente. Así que la plaza incendiada resulta ser nuevamente la de San Pablo, inmueble que seguramente movió a fuertes disputas por su regencia, como se aprecia a la hora en que Otros creen que algún enemigo del asentista Coronel Barrera fué el autor de este atentado, y aún él mismo ministra fuertes presunciones para creerlo; en la postura a la Plaza se la disputó un Poblano tenido por hombre caviloso y enredador, y tanto como encargado por el Ayuntamiento de esta Capital de plantear la Plaza de Toros para la proclamación de Yturbide fué necesario quitarle la encomienda por díscolo: en el calor de la disputa dixo con énfasis a Barrera... Bien, de V. es la Plaza, pero y aseguro a V. que la gozará por poco tiempo expresiones harto significantes y que las hace valer mucho el cumplimiento extraordinario de este vaticinio-. La Plaza Nacional de Toros también de madera, seguramente cumplió el ciclo de su vida en ese mismo 1825, fecha que como ya vimos, nos facilita de pasada para información de su perecedera existencia; pues muchas de las plazas levantadas para celebrar corridas tenían una vida efímera al quedar inservible el material con que se construían y ambas plazas -ya desaparecidas en el mismo año- fueron sustituidas por otra que se levantó a un costado de la Alameda (en los rumbos de la Mariscala). Recordemos que en tiempos coloniales hubo alguna plaza que colindaba también con la Alameda y estaba a un lado del "quemadero" de San Diego (actualmente la Pinacoteca Virreinal). Años después, de nuevo funciona la de San Pablo (a partir de 1833), cuya vida se extenderá hasta 1864, año definitivo en que desaparece, no sin faltar otras interrupciones, como aquella de 1847, cuando la ciudad de México sufrió la invasión del ejército norteamericano y hubo necesidad de utilizar gran parte de tablas y tablones colocados en el coso para la defensa de dicha invasión, siendo formadas las trincheras por parte de los miembros del ejército nacional. Creo que el propósito por aclarar estos datos alcanza alguna luz, luego de separar la historia de cada plaza, que, por consecuencia se juntan en un momento muy cercano. Por cuanto hemos visto hasta aquí, encontramos que Manuel de la Barrera jugaba unos intereses bastante poderosos, al grado de verse amenazado de palabra y de hecho por la intriga y deseo de poder ejercidos por Andrés Castillo y Diego María de Garay que le hicieron la vida bastante difícil y pesada, hasta consumar sus ambiciones, mandando quemar la plaza de la que entonces era asentista este señor que llegó a afirmar, seguro de sí mismo: “...me enriquezco porque yo soy el asentista universal”. “Todos los recursos los tengo yo”. Ambas frases me han parecido oportuno repetirlas una vez más por el fuerte contexto con que están construidas y que señalan, de pasada, el radio de influencia que tuvo este señor en su momento. Como habrán podido percibir, estoy escribiendo la presente entrega sobre la inminente inauguración de la Real Plaza de Toros de San Pablo, hecho que ocurrió el 7 de abril de 1833. Ya en el plano de Diego García Conde del año 1793, aparecían, en la maravillosa traza de la entonces capital del virreinato, tanto la plaza del Volador como la antigua disposición ochavada de la de San Pablo, que había sido inaugurada cinco años antes.
Y para mayor detalle, nos acercaremos un poco más, en fingido vuelo de globo aerostático, anhelo y pretensión que por aquellos años ya comienza a dar frutos en algunos aventurados émulos de Ícaro.
He aquí la evidencia del “sobrevuelo”.
Con los años, este mismo plano, sufrió algunas modificaciones o adecuaciones, como la que se presentó en 1830, cuando volvemos a ver la misma plaza, ahora bajo la circular disposición.
En la inscripción “Plaza de Toros antigua”, tal debe haberse plasmado bajo el criterio de que, estando fuera de servicio por el incendio de 1821 y que aquí se ha relatado, se conservaba el predio y la disposición de un foro que, al parecer funcionó de manera intermitente e irregular por aquellos años, hasta la fecha de su nueva refundación, la de 1833. 2 Mathieu de Fosey, viajero extranjero y visitante distinguido, no deja pasar la oportunidad de retratar -literalmente hablando- los acontecimientos de carácter taurino que presencia en 1833 pero que aparecen hasta 1854 en su obra Le Mexique. El capítulo IV se ocupa ampliamente del asunto y recogemos de él los pasajes aquí pertinentes. Durante su tiempo de permanencia -que fue de 1831 a 1834- no dejaron de darse corridas, (especialmente en una plaza cercana a la Alameda) pero no había en él esa tentación por acudir a uno de tantos festejos hasta que Acabé por dejarme convencer; pero la primera vez no pude soportar esta escena terrible más de media hora... [Algún tiempo después volvío...] y acabé por acostumbrarme bastante a las impresiones fuertes que tenía que resistir hasta el final del espectáculo... 21
En esa visión se encierra todo un sentido por superar la incómoda reacción que opera en Fosey quien, al ver esos juegos bárbaros, tiene que pasar al convencimiento forzado por "acostumbrarme bastante a las impresiones fuertes" propias del espectáculo que presencia en momentos de intensa actividad "demoníaca" (el adjetivo es mío) pues es buen momento para apuntar justo el tono bárbaro, sangriento de la fiesta, mismo que se pierde en una intensidad de festivos placeres donde afloran unos sentidos que propone Pieper así: Dondequiera que la fiesta derrame incontenible todas sus posibilidades, allí se produce un acontecimiento que no deja zona de la vida sin afectar, sea mundana o religiosa. 22 21
Heriberto Lanfranchi: La fiesta brava en México y en España 1519-1969, 2 tomos, prólogo de Eleuterio Martínez. México, Editorial Siqueo, 1971-1978. Ils., fots., T. I., p. 128. 22 Josef Pieper: Una teoría de la fiesta. Madrid, Rialp, S.A., 1974 (Libros de Bolsillo Rialp, 69). 119 p., p. 44.
No nos priva de un retrato que por breve es sustancioso en la medida en que podemos entender la forma de comportamiento entre protagonistas. A veces actúan toreros españoles, pero no son superiores a los mexicanos, ni en habilidad ni en agilidad. Estos están acostumbrados desde la infancia a los ejercicios tauromáquicos, en los campos de México, igual que los pastores de Andalucía en las praderas bañadas por el Guadalquivir, y saben descubrir como ellos en los ojos del toro el momento del ataque y el de la huida. A caballo lo persiguen, le agarran la cola y lo derriban con gran facilidad; a pie, lo irritan, logran la embestida y lo esquivan con vueltas y recortes. Este juego casi no tiene peligro para ellos...23
De esto emana el propósito con el que la fiesta torera mexicana asume una propia identidad, nacida de actividades que si bien se desarrollan con amplitud de modalidades cotidianas en el campo, será la plaza de toros una extensión perfecta que incluso permitirá la elegancia, el lucimiento hasta el fin de siglo con el atenqueño Ponciano Díaz, sin olvidar a Ignacio Gadea, Antonio Cerrilla, Lino Zamora y Pedro Nolasco Acosta, fundamentalmente. Los prejuicios van de la mano con nuestros personajes quienes no ocultan -unos-, su desaprobación total; y otros diríase que a regañadientes aceptan con la mordaza debida el festivo divertimento, porque una "nefasta herencia española" lastima el ambiente por lo que fue y significó la presencia colonial "desarraigada" pues, como dice Ortega y Medina: los sedimentos hispánicos son sacados a la superficie (por esta suma de viajeros y otros que cuestionan las condiciones del México recién liberado), expuestos a la luz crítica de la razón liberal protestante y extranjera para ser abierta o veladamente censurados como muestra de un pasado histórico y espiritual antediluvianos, antirracionales; es decir, de un pasado que mostraba huellas de animosidad, de oposición, de manifiesta tendencia a ir contra la corriente. 24
El espíritu crítico seguirá siendo la manera de su propia reacción 25 y ya no se detendrá para seguir acusando una fobia que por progresista no se adecua a primitivos comportamientos de la sociedad mexicana que aun no se deslinda de toda una estructura, consecuencia del rechazo o, para decirlo en otros términos es esa visión de pugna entre lo liberal y lo conservador, terreno este que se somete a profundas discusiones puesto que entenderlo a la luz de una razón y de una perspectiva concreta, es llegar al punto no de la pugna como tal; sí de una yuxtaposición, de esa mezcla ideológica que se detiene en cada frente para proporcionarse recíprocamente fundamentos, principios, metas que ya no reflejan ese absoluto perfecto pretendido por cada grupo aquí mencionado desde su génesis misma. Aquí, la descripción completa26 de nuestro “visitante”:
23
Lanfranchi, op. Cit. Juan Antonio Ortega y Medina; México en la conciencia anglosajona II, portada de Elvira Gascón. México, Antigua Librería Robredo, 1955. 160 p. (México y lo mexicano, 22)., p. 73. 25 Benjamín Flores Hernández: La ciudad y la fiesta. Los primeros tres siglos y medio de tauromaquia en México, 1526-1867. México, Instituto Nacional de Antropología e Historia, 1976. 146 p. (Colección Regiones de México)., p. 86. A cada paso se encuentran, pues, en las reseñas toreras de aquellos viajeros, expresiones de horror ante la barbarie de la fiesta y de suficiencia al pretender explicarla como lógica consecuencia de toda una manera de ser en absoluto desacuerdo con las reglas de comportamiento dictadas por la modernidad. 26 Mathieu de Fossey: Viaje a México. Prólogo de José Ortiz Monasterio. México, CONACULTA, 1994. 223 pp. (Mirada viajera). Cap. V, p. 129-137. 24
Tiene su entrada el paseo de la Viga por la plaza de San Pablo, en la cual está construida la plaza de toros. Se acabó ésta en 1833, y la función que hubo el día de su apertura, fue la primera que presencié en mi vida: aunque hacía ya dos años que vivía en México, no había caído en la tentación de ir a ver estas diversiones bárbaras, bien que hubiese una función todos los domingos en otra plaza cerca de la Alameda. Por fin, me dejé llevar de la corriente; pero la primera ocasión no pude aguantar este espectáculo más de media hora: volví a casa entregado a un sentimiento de horror con que me había llenado la vista de la sangre derramada. Más tarde volví a verlas; y aunque se mantuvo oprimido mi pecho todo el tiempo, al fin, sin embargo, me acostumbré bastante a las impresiones fuertes que me causaban, para poder esperar hasta que concluyesen, y aun para encontrar un cierto deleite cuando salía más enfurecido el toro y aumentaba el peligro.
Heriberto Lanfranchi: La fiesta brava en México y en España 1519-1969, 2 tomos, prólogo de Eleuterio Martínez. México, Editorial Siqueo, 19711978. Ils., fots., T. I., p. 127. Reproducción de El Telégrafo del 22 de marzo de 1833.
En resumen, no es por efecto de una rareza que me es peculiar; al contrario es un efecto natural y fácil de explicarse. Si sale malo el toro, esto es, si es pacífico, corren menos riesgo los toreadores, es verdad; pero también no se presencia sino el martirio del bruto. Viéndola atormentar y luego degollar, si no media ningún otro interés que haga superar el disgusto que se experimenta, no se tiene delante otra cosa sino una escena de carnicería, de la cual se retira uno con el alma lacrada. Si al contrario está embravecido el toro; si arroja rayos por los ojos; si patea el suelo, levantando el polvo con sus manos y llenando el aire con sus siniestros mugidos; si atentos a sus movimientos los toreadores giran en torno de él más expuestos y circunspectos; si, con una embestida inopinada, está pronto un banderillero a recibir la muerte, o si la evita con una treta hábil, y que resuenen por la plaza estruendosos palmoteos, entonces queda como suspensa la vida en aquellos momentos; llega a lo sumo el interés, desapareciendo la sensibilidad del espectador bajo la poderosa emoción que le infunde esta lid de la muerte a las manos con la destreza. Repetidas veces se han descrito estas corridas; así es que las plazas de toros de España han sido fuentes abundantes de episodios para los noveladores; con todo me parece bien trazar en este lugar un bosquejo de las de México, procurando darlo en breves palabras por huir del fastidio anexo a toda repetición, cuando es oscura la pluma que va describiendo. Honraba los toros aquel día con su presencia el señor presidente de la República, y con motivo tan plausible me llevaron algunos amigos a ver la función, asegurándome que sería excelente. Estaba la ciudad toda alborotada, pues antes de las cuatro de la tarde se veían numerosos grupos de aficionados dirigiéndose hacia San Pablo, y de consiguiente era inmensa la concurrencia de espectadores; así es que no bajaba de ocho mil su número en aquella ocasión, bien que podían caber aún más en el anfiteatro, construido de madera por el estilo de los de Madrid y Sevilla. Es capacísima su plaza enteramente circular, por manera que la de Nos sería una miniatura en comparación; pero es verdad que estaba destinada a una clase de lides que no exigía mucha plaza, muy distintas de las evoluciones tauromáquicas, que tanto más lucidas son cuanto mayor es la escala por la cual se celebran. Está cerrado su recinto con una valla de unos cinco pies de alto, la que salvan los toreadores de a pie perseguidos del bruto: detrás de ésta le da la vuelta redonda un corredor que la separa de las gradas, detrás de las cuales se levantan tres hileras de palcos ocupando la mayor excentricidad del circo. Llenaba los palcos del lado de la sombra la gente principal de México, ostentando las señoras sus vestidos de gala, con mantillas de blonda blanca y ornado el pelo con flores. Las gradas del mismo lado estaban también ocupadas todas por hombres bien vestidos, de suerte que esta primera mitad del recinto presentaba una vista hermosísima, que hacían mágicas las tamañas dimensiones del circo y la elegancia y lujo de los vestidos. Pero muy distinto era el aspecto del lado opuesto, donde se veían en derredor de la valla y en los terceros palcos un mar de gentío cuyas últimas filas se arrojaban en las primeras, contrastando su miseria y desaseo con el lujo asombroso de los demás concurrentes. Al entrar el presidente tocó una sinfonía la música del cuerpo de artillería, que era la mejor de México; y los que debían correr los toros desfilaron dos en dos, precedidos de cuatro locos, especies de payasos insulsos. Visten los toreadores, como Fígaro, con calzones y almilla de raso de color, medias de seda blancas y garbín, el verdadero vestido andaluz, a la vez lucido y cómodo para los lidiadores, cuyos movimientos en nada estorba. Entre éstos suelen encontrarse algunos toreadores de España; pero no se aventajan a los mexicanos ni respecto a la destreza ni en punto a agilidad, porque acostumbrados éstos a torear desde su infancia en los campos de México, así como los vaqueros de Andalucía en las praderas regadas por el Guadalquivir, saben lo mismo que ellos reconocer en los ojos del toro cuándo se debe acometer y cuándo conviene huir de él. A pie lo persiguen, lo agarran de la cola y lo vuelcan con la mayor facilidad; y luego a caballo lo hostigan hasta que se abalance a ellos, y lo evitan dando una vuelta o contravuelta que lo deja burlado, en tal conformidad que este juego casi carece de peligro para ellos. Pero en la plaza ya es otro cantar, pues no siempre son felices sus retiradas, mayormente cuando empeñados en merecer los aplausos se ponen en condición por lograrlos.
Cuando llegó la cuadrilla de toreadores al centro de la plaza, hizo la venia al presidente dispersándose en seguida; entonces resonó la trompeta dando la señal y todas las miradas se dirigieron hacia la puerta del toril. Ábrese ésta y un toro negro con manchas blancas se arroja brincando por la plaza. Atónito con el estampido de la música y de los palmoteos, pausa para reconocer el terreno, y paseando la vista por todo lo que lo rodea, parece indeciso sobre lo que va a hacer; en esto andan los toreadores en derredor de él excitándolo con la voz, y haciendo fluctuar delante de él unas capas coloradas; pero adivinando su peligro el bruto, no trata sino de evitarlo, y al efecto, huyendo por las paredes de la valla, busca una salida. ¡Vana esperanza! le queda cerrada la retirada, chasco que manifiesta dando un mugido afligidísimo. Sin embargo, su ademán fiero y sus ojos avivados y chispeando dejan traslucir que va a vender cara la vida. Azótase los ijares con la cola preparándose a la venganza, al tiempo que un chulillo, acercándose a él hasta cuatro pasos, con su capa en la mano, parece en ademán de ofrecerse en sacrificio: al instante embiste a este débil oponente; pero sabiendo éste como lo ha de parar a tiempo, no obstante la corta distancia que lo separa de él, le abandona su capa y, mientras sacia su coraje en este velo y lo pisotea, se escabulle el toreador, supliendo su lugar otro. De repente suelta su inútil presa el toro, corriendo sobre su nuevo agresor, que también se le va al mismo momento en que, agachando la cabeza, va a darle el golpe mortal, y sólo hieren el aire sus astas al levantarla. Irritado más y más, menea los ojos en su órbita arrojando centellas. Mira como calculando el medio de saciar su venganza en otra cosa que no sea una visión, y arranca de nuevo; pero le atajan el camino los chulillos, e incontinenti se retiran; luego le vuelven al encuentro, burlando así durante algún tiempo los esfuerzos de su enemigo; mas, al fin, un lance raro vino a parar en mal para uno de ellos, lo que dio lugar a un arrebatamiento de alegría por todo el anfiteatro. Éste, huyendo del toro, se acogió detrás de la valla; pero lo seguía con tanta furia el bruto que no le valió, pues no bastó a contenerlo ésta y, habiéndola salvado, cayó al corredor sobre aquel desgraciado, a quien sacaron fuera con la cabeza ensangrentada y el cuerpo abrumado. Causó este brinco inesperado una retrocesión en las gradas, vaciándose el corredor en un abrir y cerrar de ojos delante del toro que siguió su carrera por aquel estrecho pasadizo hasta llegar a una puerta de la plaza, la que se le abrió. Habiendo dado fin a esta primera parte de la función otro floreo de la trompeta, armáronse los toreadores de banderillas, especie de venablos largos de dos pies, a los cuales se afianza un cohete, adornándolos listas de papel de color. Salió el primer banderillero dando brincos delante del toro; lo llamaba silbando; y agachando el toro la cabeza, arremetió con el agresor, el que, cuando lo iba a alcanzar, hizo una gentil treta clavándole detrás de la oreja sus dos banderillas; pasó su piel el encorvado venablo y, por más que sacudió su cabeza el bruto, quedó firmemente afianzado en ella: reventando de sopetón el cohete, sus chorros de fuego duplicaban su tormento y su rabia; forcejeaba, brincaba y prorrumpía en sordos gemidos; cuando de repente lleno de furor se arrojó a acometer sin dar tregua, con tales extremos que por un momento sólo trataron los combatientes de evitarlo. No obstante, arrostró su bravura un joven banderillero que se había hecho notar por la precisión de sus movimientos y, en el momento en que temblaban todos por su vida, le clavó la rosa (placa redonda de papel recordado a imitación de esta flor, se afianza ésta por medio de una tachuela rematando con un gancho) en medio de la frente, dando un cuarto de vuelta que lo salvó. Resonó el anfiteatro con los gritos de viva y víctores de toda clase, estremeciéndose el toro con tanta humillación. Ya se habían presentado muchos banderilleros uno tras otro con igual suerte, cuando cambió ésta con ellos: uno recibió una cornada que, bien que ligera, lo inutilizó por aquel día; y el otro, a quien primero derribó el toro, fue cogido en peso y arrojado a más de ocho pies de alto, de cuya elevación vino a dar de bruces en el polvo. Estaba perdido, si no hubieran conseguido sus compañeros, por medio de sus velos colorados, distraer al vencedor encarnizado en su venganza. Con todo jadeaba el gallardo bruto, chorreando por sus ijares, humeando y lacerados, la sangre y el sudor, pues se meneaban en su martirizada piel más de veinte banderillas. A la sazón llamó a la lid otra tercera señal a los picadores, vestidos estos nuevos combatientes como los charros de tierra adentro, esto es con calzoneras, chaqueta de cuero y botas vaqueras; van armados de una garrocha, con la cual pican al toro sobre la cabeza o en el pescuezo cuando se
abalanza a ellos, obligándolo así a tomar otra dirección. Esta clase de lid es menos peligrosa para los hombres que para los infelices caballos, que salen horriblemente maltratados, pues a menudo quedan despanzurrados uno o dos en cada función. A veces tienen que taparles los ojos porque, aleccionados por la experiencia a temer la embestida del toro, huyendo él cuando se acerca, al paso que ignorando el peligro, se encaminan atrevidos hacia donde los guían sus jinetes. Pero las más veces van estos nobles animales a la lid sin llevar esta precaución y, viendo a su enemigo sin temor, corren a su encuentro lleno de ardor. Salió mal el primer picador que se presentó, ya porque no acertase a clavar su garrocha, o ya porque él mismo no estuviese listo; lo cierto es que no pudo evitar la embestida del toro y fue con su caballo a rodar por el polvo. Ni uno ni otro estaba herido; pero volvió el toro a cargarlos cuando estaban los dos todavía aturdidos de la caída, y antes que los demás picadores hubiesen logrado alejarlo a garrochazos, ya había despanzurrado el caballo, al que llevaron fuera de la plaza arrastrando tras sí las entrañas. Contribuyeron al lucimiento de la función otros dos lances iguales; y no cabe duda que nuevas exequias hubieran precedido las del toro si hubiese durado más tiempo la lid a caballo; pero tocó a degüello la trompeta, y el primer matador salió con la espada desenvainada a saludar la lumbrera del presidente. Desde luego no quedaron en la plaza más que dos campeones, el toro y el matador; pero esta vez la pelea era de muerte; así es que cautivó del todo la atención de los concurrentes esta vista que, aunque la más bárbara, es la que excita el mayor interés. Habiendo cubierto la espada con su capa, dirigióse el matador hacia el toro, procurando una posición favorable al ataque: dos ocasiones lo embistió el toro, y otras tantas veces blandió en sus manos la flamante espada; pero obligándolo el inminente peligro en que estaba, renunció por entonces a darle, con intención de aprovechar mejor la ocasión. Sin embargo, no por eso desmayó el ardor en la pelea, pues apenas se vio fuera del alcance del toro cuando le volvió a salir al encuentro; lo excitaba silbando y mantenía sin pestañear los ojos clavados en los de su víctima, la que, ataviada con los mil colores de las banderolas, por tercera vez se arrojó al sacrificio; pero había de ser la última, pues en ésta tropezó con el hierro exterminador, el que, hiriéndola en la cruz, se hundió hasta seis pulgadas del áliger, y le atravesó los bofes. Le clavó su estocada con tanta rapidez y destreza que todavía dudaba yo si le había acertado a dar al bruto, cuando, con la espada, chorreando sangre, volvió el matador a saludar al presidente, el que recompensó su destreza con una bolsa llena de pesos, que se le tiró a la plaza. Entre tanto el infeliz toro, herido de muerte, forcejeaba con el desfallecimiento que iba apoderándose de sus miembros, y echaba apagados gemidos que salían de su pecho con torrentes de sangre; dio algunos trémulos pasos más, y cayó de rodillas; entonces le dieron una cuchillada en la nuca y exhaló al instante el postrer aliento. Habiendo tocado el clamoreo de su muerte, salió a la plaza un tronco de tres mulas hitas empenachadas; engancharon el toro de sus tiros y, echando a correr a galope, se llevaron el cuerpo inerte de aquel hermoso bruto, poco antes tan brioso y tan temible. Apenas hubieron los mozos cubierto con polvo las manchas de sangre que surcaban la plaza, cuando soltaron otro toro tan formidable como el primero, pero más joven y por lo mismo más incauto. Por largo rato parecía estar retozando más bien que lidiando; después de haber dado una carrera, paraba posando con ademanes raros y de estudio, siguiendo con la vista a los toreadores que caracoleaban en derredor de él. Al hacer ánimo de embestir, su piel, de un gris oscuro, se fruncía en su ancho pecho, manifestando a los que lo miraban toda la pujanza que le cabía a este atleta del desierto. Dejaba a sus agresores muy poco campo y muy pocas probabilidades de éxito el descomunal tamaño de sus astas, encorvadas hacia adelante; no obstante alegraba el notar esta ventaja en las armas, pues se había cautivado el interés general en tanto grado que poco faltaba por llevarse los votos con detrimento de los que lo acosaban. Sin embargo, a pesar de todo lo que se anticipaba, sólo quedó muerto un caballo y derribado ileso un banderillero en las varias embestidas que dio. En esta ocasión le tocó la espada tauricida a un matador de a caballo; su empeño era dos veces más arduo y peligroso; pero luego que se acertó que existía entre el jinete y su caballo simultaneidad de voluntad y de acción, luego que se le vio trabajar
volteando con el acierto más brillante y la mayor desenvoltura, se conjeturó bien pronto cuál sería el resultado de este segundo duelo, proclamando de antemano al víctor. Efectivamente, en la primera embestida, herido en el mismo corazón, cayó el toro a los pies de su diestro vencedor, como si el rayo lo hubiese tocado; y fue acogido el triunfo de aquél con el debido tributo de víctores a que era acreedor. Ya se habían inmolado sucesivamente cinco más víctimas cuando tocaron el martirio del toro embolado, esto es, cuyas astas están afianzadas en unos bolos que atemperan lo peligroso de sus cornadas, y por otra parte siempre lo escogen de entre los más pacíficos. Después de haberlo así hecho inofensivo, lo entregaron al populacho que, afluyendo por todos lados, salvaron el vallado, e inundando la plaza empezaron la parodia de los lances que acaban de declarar. Cuélganse unos de la cola del bruto; otros se montan en él, y otros se hacen volcar en el polvo; pero no por eso deja esta diversión de tener fatal desenlace para el desgraciado bruto, pues es fuerza que sea degollado como los demás, después de haber sido atormentado de mil modos. Es rudísimo este último acto, así es que jamás he visto de él más que sus preludios. Concluyó con fuegos artificiales esta función en la que quedaron heridos cuatro hombres y despanzurrados seis caballos; y en seguida se retiraron todos satisfechos con el número de las víctimas, y muy complacidos con lo buena que había salido la corrida.
La Antorcha, Distrito Federal, del 7 de abril de 1833, p. 4.
Repítense cada domingo y todos los días de fiesta estas funciones, por manera que se cuentan hasta ciento al año. ¡Así deben ascender a quinientos o seiscientos el número de los toros que en ellas se degüellan, viniendo a ser de este modo el empresario de estas diversiones uno de los principales abastecedores de las carnicerías de la capital...!
III
También hubo por esos días, toros en la plaza de La Alameda. se lidiaron toros de Sajay, La Cueva y los Molinos (Molino o Molinos de Caballeros, fracción de Atenco).
Tres hermosas láminas, recrean exterior e interior de la plaza en épocas que se aproximan a sus composiciones. La primera de ellas es de John Moritz Rugendas, quien nos deja un óleo sobre cartón denominado “Corrida de Toros en la Plaza de San Pablo”, mismo que se encuentra fechado en 1833, por lo que es muy probable que haya sido testigo de la reinauguración aquí referida. Rugendas quedó seducido, como muchos otros viajeros de aquella visión tan natural y espontánea del México que le toca admirar, un México apenas emancipado y cuyo reflejo se queda para siempre en sus diversos cuadros y apuntes que realizó en diversas regiones del nuevo estado-nación. Por eso, la pequeña obra, que hoy día puede admirarse en el Museo Nacional de Historia, en el Castillo de Chapultepec es una maravillosa escena donde puede apreciarse el caos a que estaban sujetas las cotidianas puestas en escena de la tauromaquia mexicana durante el primer tercio del siglo XIX, lo que nos permite entender el estado de cosas que guardaba el toreo por entonces.
He aquí a John Moritz Rugendas llevando un poncho sudamericano, punto que incluyó su periplo, tras su viaje por México.
El golpe de vista que causó la corrida de toros presenciada por el genial pintor.
Una escena más es la que recreó Heredia:
Heredia ilustró, Cumplido publicó. Escena fascinante de la REAL PLAZA DE TOROS DE SAN PABLO. La fiesta poco a poco va mostrando signos de lo que ya es para la tercera década del siglo XIX. Fuente: Colección del autor.
MÉXICO PINTORESCO. COLECCIÓN DE LAS PRINCIPALES IGLESIAS Y DE LOS EDIFICIOS NOTABLES DE LA CIUDAD. PAISAJES DE LOS SUBURBIOS. L. 1853. INTRODUCCIÓN POR FRANCISCO DE LA MAZA. México, Instituto Nacional de Antropología e Historia, 1967. X + 46 p. Ils. Exterior de la plaza de toros de San Pablo, hacia 1853, veinte años después de los acontecimientos que aquí se han recordado.
CONCLUSIONES. Tras este largo ensayo o reportaje, quedan algunos puntos por aclarar. Uno de ellos tiene que ver con el hecho de saber quién o qué toreros participaron en aquella jornada. Lamentablemente no hay ningún dato que afirme, con nombre y apellido la presencia de este o aquel torero. Supondría dos escenarios: 1.-Que Bernardo Gaviño, del cual El Arte de la Lidia en 1884 afirma que este gaditano ya se encontraba en nuestro país desde 1829, haya sido uno de los participantes. 2.-Que quienes estuvieron presentes hayan sido los hermanos Ávila. El caso de los hermanos Ávila se parece mucho al de los Romero, en España. Sóstenes, Luis, José María y Joaquín Ávila (al parecer, oriundos de Texcoco) constituyeron una sólida fortaleza desde la cual impusieron su mando y control, por lo menos de 1808 a 1858 en que dejamos de saber de ellos. Medio siglo de influencia, básicamente concentrada en la capital del país, nos deja verlos como señores feudales de la tauromaquia, aunque por los escasos datos, su paso por el toreo se hunde en el misterio, no se sabe si las numerosas guerras que vivió nuestro país por aquellos años nublaron su presencia o si la prensa no prestó toda la atención a sus actuaciones. Sóstenes, Luis y José María (Joaquín, mencionado por Carlos María de Bustamante en su Diario Histórico de México, cometió un homicidio que lo llevó a la cárcel y más tarde al patíbulo) establecieron un imperio, y lo hicieron a base de una interpretación, la más pura del nacionalismo que fermentó en esa búsqueda permanente de la razón de ser de los mexicanos. Un periodo irregular es el que se vive a raíz del incendio en la Real Plaza de Toros de San Pablo en 1821 (reinaugurada en 1833) por lo que, un conjunto de plazas alternas, pero efímeras al fin y al cabo, permitieron garantías de continuidad. Aún así, Necatitlán, El Boliche, la Plaza Nacional de Toros, La Lagunilla, Jamaica, don Toribio, sirvieron a los propósitos de la mencionada continuidad taurina, la que al distanciarse de la influencia española, demostró cuán autónoma podía ser la propia expresión. ¿Y cómo se dio a conocer? Fue en medio de una variada escenografía, no aventurada, y mucho menos improvisada al manipular el toreo hasta el extremo de la fascinación, matizándolo de invenciones, de los fuegos de artificio que admiran y hechizan a públicos cuyo deleite es semejante al de aquella turbulencia de lo diverso. De seguro, algún viajero extranjero, al escribir sus experiencias de su paso por la Ciudad de México, lo hizo luego de presenciar esta o aquella corrida donde los Ávila hicieron las delicias de los asistentes en plazas como las mencionadas. De ese modo, Gabriel Ferry, seudónimo de Luis de Bellamare, quien visitó nuestro país allá por 1825, dejó impreso en La vida civil en México un sello heroico que retrata la vida intensa de nuestra sociedad, lo que produjo entre los franceses un concepto fabuloso, casi legendario de México con la intensidad fresca del sentido costumbrista. Tal es el caso del "monte parnaso" y la "jamaica", de las cuales hizo un retrato muy interesante. En el capítulo "Escenas de la vida mejicana" hay una descripción que tituló “Perico el Zaragata”, el autor abre dándonos un retrato fiel en cuanto al carácter del pueblo; pueblo bajo que vemos palpitar en uno de esos barrios con el peso de la delincuencia, que define muy bien su perfil y su raigambre. Con sus apuntes nos lleva de la mano por las calles y todos sus sabores, olores, ruidos y razones que podemos admirar, para llegar finalmente a la plaza. Nunca había sabido resistirme al atractivo de una corrida de toros -dice Ferry-; y además, bajo la tutela de fray Serapio tenía la ventaja de cruzar con seguridad los arrabales que forman en torno de Méjico una barrera formidable. De todos estos arrabales, el que está contiguo a la plaza de
Necatitlán es sin disputa el más peligroso para el que viste traje europeo; así es que experimentaba cierta intranquilidad siempre lo atravesaba solo. El capuchón del religioso iba, pues, a servir de escudo al frac parisiense: acepté sin vacilar el ofrecimiento de fray Serapio y salimos sin perder momento. Por primera vez contemplaba con mirada tranquila aquellas calles sucias sin acercas y sin empedrar, aquellas moradas negruzcas y agrietas, cuna y guarida de los bandidos que infestan los caminos y que roban con tanta frecuencia las casas de la ciudad
Y tras la descripción de la plaza de Necatitlán, el "monte parnaso" y la "jamaica", (...)El populacho de los palcos de sol se contentaba con aspirar el olor nauseabundo de la manteca en tanto que otros más felices, sentados en este improvisado Elíseo, saboreaban la carne de pato silvestre de las lagunas. -He ahí- me dijo el franciscano señalándome con el dedo los numerosos convidados sentados en torno de las mesas de la plaza, lo que llamamos aquí una "jamaica".
La verdad que poco es el comentario por hacer. Ferry se encargó de proporcionarnos un excelente retrato, aunque es de destacar la actitud tomada por el pueblo quien de hecho pierde los estribos y se compenetra en una colectividad incontrolable bajo un ambiente único. De todos modos, lo poco que sabemos de ellos es gracias a los escasos carteles que se conservan hoy en día. Son apenas un manojo de “avisos”, suficientes para saber de su paso por la tauromaquia decimonónica. Veamos qué nos dicen tres documentos. 13 de agosto de 1808, plaza de toros “El Boliche”. “Capitán de cuadrilla, que matará toros con espada, por primera vez en esta Muy Noble y Leal Ciudad de México, Sóstenes Ávila.Segundo matador, José María Ávila.-Si se inutilizare alguno de estos dos toreros, por causa de los toros, entonces matará Luis Ávila, hermano de los anteriores y no menos entendido que ellos. Toros de Puruagua”. Domingo 21 de junio de 1857. Toros en la Plaza Principal de San Pablo. Sorprendente función, desempeñada por la cuadrilla que dirigen don Sóstenes y don Luis Ávila.
“Cuando los habitantes de esta hermosa capital, se han signado honrar á la cuadrilla que es de mi cuidado, la gratitud nos estimula á no perder ocasión de manifestar nuestro reconocimiento, aunque para corresponder dignamente sean insuficientes nuestros débiles esfuerzos; razón por lo que de nuevo vuelvo a suplicar á mis indulgentes favorecedores, se sirvan disimularnos las faltas que cometemos, y que á la vez, patrocinen con su agradable concurrencia la función que para el día indicado, he dispuesto dar de la manera siguiente: Seis bravísimos toros, incluso el embolado (no precisan su procedencia) que tanto han agradado á los dignos espectadores, pues el empresario no se ha detenido en gastos (...)”. Aquella tarde se hicieron acompañar de EL HOMBRE FENÓMENO, al que, faltándole los brazos, realizaba suertes por demás inverosímiles como aquella “de hacer bailar y resonar a una pionza, ó llámese chicharra”. Al parecer, con la corrida del domingo 26 de julio de 1857 Sóstenes y Luis desaparecen del panorama, no sin antes haber dejado testimonio de que se enfrentaron aquella tarde a cinco o más toros, incluso el embolado de costumbre. Hicieron acto de presencia en graciosa pantomima los INDIOS APACHES, “montando á caballo en pelo, para picar al toro más brioso de la corrida”. Uno de los toros fue picado por María Guadalupe Padilla quien además banderilló a otro burel. Alejo Garza que así se llamaba EL HOMBRE FENÓMENO gineteó “el toro que le sea elegido por el respetable público”. Hubo tres toros para el coleadero.
Amados compatriotas: si la función que os dedicamos fuere de vuestra aprobación, será mucha la dicha que logren vuestros más humildes y seguros servidores: Sóstenes y Luis Ávila.
Todavía la tarde del 13 de junio de 1858 y en la plaza de toros del Paseo Nuevo participó la cuadrilla de Sóstenes Ávila en la lidia de toros de La Quemada. Destacan algunos aspectos que obligan a una detenida reflexión. Uno de ellos es que de 1835 (año de la llegada de Bernardo Gaviño) a 1858, último de las actuaciones de los hermanos Ávila, no se encuentra ningún enfrentamiento entre estos personajes en la plaza. Tal aspecto era por demás obligado, en virtud de que desde 1808 los toreros oriundos de Texcoco y hasta el de 58, pasando por 1835 adquirieron un cartel envidiable, fruto de la consolidación y el control que tuvieron en 50 años de presencia e influencia. Otro, que también nos parece interesante es el de su apertura a la diversidad, esto es, permitir la incorporación de elementos ajenos a la tauromaquia, pero que la enriquecieron de modo prodigioso durante casi todo el siglo XIX, de manera ascendente hasta encontrar años más tarde un repertorio completísimo que fue capaz de desplazar al toreo, de las mojigangas y otros divertimentos me ocuparé en detalle más adelante. Los Romero, que en realidad son cinco: Francisco y sus hijos: Juan Gaspar, José, Pedro y Antonio, representaron la raíz y el primer tronco del toreo estimado como de a pie, y que cubrió un periodo de 1725 a 1802. Además, la etiqueta escolar identifica a regiones o a toreros que, al paso de los años o de las generaciones consolidan una expresión que termina particularizando un estilo o una forma que entendemos como originarias de cierta corriente muy bien localizada en el amplio espectro del arte taurino. Escuela “rondeña” o “sevillana” en España; “mexicana” entre nosotros, no son más que símbolos que interpretan a la tauromaquia, expresiones de sentimiento que conciben al toreo, fuente única que evoluciona al paso del tiempo, rodeada de una multitud de ejecutantes.
Ayer y hoy. Estas serían dos estampas comparativas sobre la situación en que se encontraba la plaza de toros de San Pablo y lo que en nuestros días se puede percibir circulando por esos rumbos del barrio de San Pablo mismo.
Otro aspecto que llama poderosamente la atención, es el hecho de que la empresa, o el asentista, pretendiendo seguir y adoptar el método antiguo de "vender la plaza por cuartones, como se hacía en las fiestas que se llamaban reales, y después nacionales", puso a disposición de los interesados los cuartones de que estaba formada la plaza. Lamentablemente un síntoma de especulación y reventa, así como los excesos que esos
manejos fueron generando, terminaron en un desagradable y amargo desenlace, apenas resuelto la víspera, cuando hubo necesidad de citar a los que realizaron tal operación, con objeto -y esto es muy probable-, de estabilizar y tranquilizar la incómoda situación que se presentó tras el anuncio de la venta de los mencionados "cuartones". Finalmente, sobre el ganado tampoco hay ninguna noticia cuya certeza permita afirmar de dónde fueron los toros lidiados en esa y otras jornadas posteriores a la reinauguración. También la especulación lleva a suponer que pudo haberse tratado de un encierro de Atenco, que por esos años se encontraba en uno de sus mejores momentos, o también de los de Sajay de la Cueva o también de Molinos de Caballeros, fracción de la misma hacienda atenqueña.
V LEJANÍAS ENTRE BRUMAS27 [PASAJE Nº 53]: EL TORO DE ONCE.28 Por una coincidencia sabemos que existe desde 1700 la puesta en escena del “Toro de once”, práctica común durante las fiestas virreinales, puesto que se lidiaban toros a mañana y tarde, destinándose alguno de ellos, quizá el de menor tamaño o el que ofreciera por su cornamenta peligros menores para que los envalentonados y anónimos toreadores se pusieran al tú por tú con aquella “fiera”. Bien a bien no se sabe desde donde viene tan inveterada práctica y hasta donde dejó de realizarse, pero el hecho es que lo mismo “el toro de once” que el “toro embolado” se convirtieron en elementos complementarios de una fiesta siempre dinámica a lo largo de, por lo menos los siglos XVIII y XIX. E incluso hasta el XX como veremos más adelante. Por tal razón, y para darnos idea del significado que tenía aquel capítulo extra en las fiestas mayores, nada mejor que acudir a la siguiente apreciación vallearizpeniana. Estaba mandado por real cédula que para honrar bien la fiesta del glorioso señor San Hipólito, en cuyo día ganaron la ciudad de México los españoles, se corrieran siete toros, y que de estos siete se mataran tres, que habían de darse por amor de Dios a monasterios y hospitales. Quedó también instituida como fiesta de la ciudad la del día de Santiago Apóstol, ordenándose que en esa fecha se lidiaran doce reses bravas. ¡Qué regocijo y qué alborozo en esas fiestas! Las vidas más recoletas, las vidas más hundidas en el tranquilo sosiego de los caserones, salían haciendo ruido, irradiando luz de felicidad. Todos miraban la ciudad como nueva, con una gracia de recién nacida entre los oros de un sol tibio y paternal. Las campanas decían su regocijo con voz más fina, al aire era más transparente, el aliento de las rosas de una sueva delicadeza que le complacía al corazón. Las casas tenían como una fisonomía benévola y clara que acogía, pareciendo que iban a referir el encanto secreto de sus intimidades. El agua murmuraba en las fuentes su límpido monólogo con sutil efusión. En las hablas que volvió compungidas el dolor o la tristeza, pasaba un temblor de júbilo. La desesperanza se teñía con un delicado matiz de optimismo y dentro de ella se agitaba la alegría como un breve cascabel de oro. Se dejaba el picote, el paño de raja, el buriel, el terciopelo rizo, la frisa, las jerguetas, las angaripolas, los insignificantes velludillos, las pardas estameñas, el vellorí, las tiesas bófetas, el coletón, la guinga, los anascotes, el negro tafetán, los espesos fustanes, y se trocaban por las noblezas, por las piñuelas, los tisúes, por los espolines, por los damascos, por los brocados, por los áureos jametes, por las catalufas, por los armoisines, por los rasos, por los chamelotes de colores, por los terciopelos, por los granatines, por los gorgoranes, por las frescas zarazas, por los pequines recamados. De las muñecas se desenredaban los rosarios de calambuco o de dieces de amatista o de coral, entre engarces afiligranados de oro, o de huesecillos de olivas del Monte Olivote, con medallas llenas de indulgencias, y en su lugar iban las áreas manillas, los brazaletes con perlas y diamantes jaquelados; los dedos se llenaban con los relumbres de las sortijas, de los cintillos, de
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Artemio de Valle-Arizpe: Lejanías entre brumas. México, 2ª edición. Editorial Patria, S.A., 1958. 229 p. (Tradiciones, leyendas y sucedidos del México Virreynal, 4). 28 Tomado de mi libro (inédito): “Artemio de Valle-Arizpe y los toros”, México, Centro de Estudios Taurinos de México, A.C., 598 págs. Ils., fots., grabs., facs., este PASAJE, el N° 32, corresponde a las notas que, previamente fueron recogidas del libro PLejanía entre brumas en cuyos interiores se encuentra el capítulo dedicado al “Toro de Once”, motivo de las presentes notas.
las gruesas tumbagas; en los pechos fulgían las pedrerías de los broches, de los bracamantones, de los pinjantes, de los brincos, de las piochas, de los herretes, de los joyeles, de los cabestrillos, de los ahogadores, de los alcorcíes, de los pinos de oro; se abandonaban los eucologios, las novenas, los devocionarios y libros de horas para tomar, con encanto feliz, los abanicos y los guantes de olor. Si estos festejos llenaban de alegría a la gente más se alborozaba con los que se hicieron con motivo de la canonización de San Juan de Dios.29 Ojos faltaban a la admiración para aplaudir los espectáculos que inflamaron de alegría a la ciudad. La procesión por la Alameda; los carros engrandeciendo escenas de la vida del Santo; certámenes poéticos en la Universidad, en el Colegio Mayor de todos los Santos, en el de San Pedro y San Pablo y en el de Cristo; luminarias y veneros de ocote y muchos fuegos de librillos y faroles de vejiga en la mayor parte de las casas; cohetes voladores, que rayaban la noche con su oro fugaz, complicados castillos y girándulas; escaramuzas, mascaradas a lo faceto y ridículo; alegrías de juegos de cañas y toros. No se oía por las calles más que el suave roce halagador de la seda; sólo se alían fragancias delicadas que emanaban de todos los trajes. Risas y cantares cruzaban por el aire. Se alzó la plaza de toros donde el siniestro Quemadero de la Inquisición, entre la iglesia de San Diego y la Alameda. La plaza era cuadrada y se dejó dentro una ancha acequia para las naumaquias y las regatas que hubo con numerosos remeros vestidos todos con verdes lampazos de la China. Tenía el coso diez andanadas de tablas, insuficientes para contener el enorme gentío que pugnaba desde temprano por asistir a las corridas. Los palcos se forraron ya de cutí, ya de sargas listadas, ya de ruán de cofre, iluminándolas hachas de cera de Castilla o de Campeche. A todas las corridas asistieron el arzobispo-virrey don Fray Payo Enríquez Afán de Ribera, y los graves señores inquisidores, los de la Audiencia, y el Cabildo eclesiástico y el de la Ciudad. En los palcos inmediatos al del Arzobispo-virrey, muy llenos de colgaduras y de adornos, se colocaron todos los religiosos de San Juan de Dios, que tenían a su cargo el abundante obsequio de los dulces y refrescos de costumbre, todos insignes, como que eran salidos de manos doctas de monjas, y ellos mismos sirvieron al Virrey, a los inquisidores, a la Audiencia, al Ayuntamiento y al goloso cabildo eclesiástico. Su Ilustrísima don Fray Payo Enríquez Afán de Ribera regaló a los toreros con cuatro fuentes de dulces cubiertos. Los oidores y munícipes les mandaron buenas galas en dinero, y bandas bordadas los frailes juaninos. A mañana y tarde se corrían toros, y ansiosa, apresurada, salía la gente de la plaza para ir a otras fiestas. En una de las corridas de la mañana, en el alegre toro de once, una res, hostigada, corneó a un lidiador negro; lo dejó en el sitio con todos los intestinos temblorosos derramados por encima de la roja y ancha herida que le abrió en el vientre; el cornúpeta le siguió revolviendo con insistencia la cara entre el hígado y las piernas, entre los prietos bofes. Hubo largos gritos y 29
Es probable que nuestro autor se haya remitido a dos obras que dan cuenta de aquel acontecimiento, a saber: Juan Antonio Ramírez Santibañes. Culto festivo pompa solemne con que celebró la canonización de el... padre de pobres san Juan de Dios... México: Her. Vda. Francisco Rodríguez Lupercio, 1702, y Antonio de Robles: Antonio de Robles: DIARIO DE SUCESOS NOTABLES (1665-1703). Edición y prólogo de Antonio Castro Leal. México, Editorial Porrúa, S.A., 1946. 3 V. (Colección de escritores mexicanos, 30-32)., anota entre lo más sobresaliente alrededor de dichas fiestas que en 1700 -Luminarias y fuegos (20 de octubre). -Canonización de San Juan de Dios en la ciudad de México (16-30 octubre). -Toros que hubo en aquellos días de la canonización. -Máscara (6 de noviembre). -Máscara de niños (7 de noviembre). -Toros por las fiestas de San Juan de Dios, en la plaza de San Diego (15 de noviembre). -Toros a mañana y tarde (16 de noviembre). -Mulata sentada como hombre, toreó a caballo (17 de noviembre). -Toro de once (24 de noviembre). -Toros (13-15 de diciembre).
desmayos de damas, emoción y palidez en todo el público. Al día siguiente, por el horror que produjo la roja destripada del negro toreador, se suprimió el toro de once, lo que no fue muy del agrado de la mayoría de la gente, ni menos aún de los bullangueros estudiantes. La plaza se hallaba henchida, pletórica, hervía de gritos. No soltaban al toro, pero tampoco nadie se movía de su asiento. Todos protestaban con furia, se desgargantaban a voces. Las bocas no estaban llenas más que con adjetivos atronadores. Que el toro no saldría porque estaba suprimido, se volvió a repetir, y que, por lo tanto, era inútil esperar; pero más subió la espantosa gritería y algazara. Se rompía el aire con altísimas aclamaciones, se escupían injurias y amenazas. Nadie se iba de la plaza. Pero de pronto, todos a una, saltaron a la arena con enorme guasanga numerosos estudiantes de la Universidad. Los frailes de la Merced, que se hallaban en la plaza, fueron a sosegarlos, a ponerlos en paz. Los estudiantes abrieron el toril, y saltó bufando al ruedo el toro más boyante y con más brío que se había visto; era cárdeno, calcetero, y como de seis hierbas; sus cuernos eran tan largos como palos de navío y con más punta que las más sutiles agujas. El toro escarbó la tierra, alzó el espantoso aspecto y bramó poniendo grima. Los estudiantes no se arredraron por nada de esto. Con sus capas le empezaron a sacar arriesgadas vueltas, entre los atronadores aplausos del gentío. El toro despernancó a uno, hirió a otro; a muchos los lanzó a los aires, saciándolos casi de la zona atmosférica; a los más les dio revolcones tremebundos; pero los intrépidos estudiantes no se retiraban de la lidia y seguían dándole al toro una serie notable de lances. Los padres de la Merced abandonaron rosarios y chancletas en el ruedo con las carreras desaforadas que emprendieron para ponerse a salvo, y el aire lo dejaron estremecido de ayes consternados, de válgames, de quejidos y de un largo ¡uy, uy, uy! Pero no todos los padres huyeron, no, sino sólo los gordos, los reverendos, los unciosos, pero los otros, ocho, diez, claro está que únicamente para cumplir con el evangélico deber de calmar a los estudiantes, no sólo se quedaron en la arena impávidos, sino que hasta trataban entre sí breves y sutiles discusiones teológicas con ergos, negos y distingos para disputarse el privilegio de plantársele delante a la fiera, y el que triunfaba en la discusión, ayudado de algún empellón eficaz, recordaba alegre sus años de mocedad y de daba a la res ceñidos lances con su ancha capa blanca, muy llenos de donaire, y con más facilidad que con la que cantaba un aleluya o se echaba una santiguada por su cara lustrosa y rozagante. Aguardaban al toro cara a cara y éste se les iba encima a los frailes y les seguía con furia las vueltas, pero ellos alargaban los brazos con la capa y se lo traían muy cerca de sí y, casi en los mismos cuernos, se la enredaban en el cuerpo, remolineándose con donaire, y todavía, como exquisito adorno, sacaban con gracia chulona un cuadril, con lo que les quedaba revolando todo su venerable hábito. Otros, con el cabo de la capa, a medio correr, le daban tres y cuatro golpes en la vista. Otros, revolvían la dicha capa en el aire haciendo floreos delicados, con mucha gracia y obligaban al toro a que la siguiera y remataban la suerte arrodillados. Aquellos mercenarios eran diestros toreadores, andaban sin ningún peligro como haciendo burla del toro y propiamente corriéndolo. ¡Qué primor! ¡Nadie había hecho aquellas lindas reboleras y faroles como sus paternidades! Aquello era la pura flor de la canela. Ya iban a poner las banderillas cuando llegó el corregidor con numerosos beleguines y corchetes y llegó también la guardia del Virrey dando disparos al aire. Se armó una gran tremolina. Un formidable alboroto llenó toda la plaza. Abundaron los contusos y golpeados. El toro hizo dar una enorme carrera a un alguacil, y ya casi lo alcanzaba cuando un mercedario se le interpuso, caritativo, extendiendo con entrambas manos el blanco hábito que se sacudía, ya de un lado y luego del otro, y así le quitó la fiera, y ya con ella tras de sí, giró de pronto, rápido, ágil, elástico, sobre los talones y la burló con gentileza, dejándola pasar bramando, llevándose enganchado en un cuerpo un jirón de la túnica de su paternidad, a quien no le importó eso, sino que se fue contoneando muy saleroso y alegre. Un corchete le dio al toro un tiro en la cabeza; con él lo puso patas arriba y ya así entró la paz que se buscaba. Los alguaciles querían recoger a los estudiantes, pero los estudiantes corrieron a encerrarse en la Universidad, y ya dentro, empezaron a tocar a rebato campana y se negaron a abrir las puertas, que golpeaban numerosos agentes de la autoridad, y desde las ventanas, balcones y
azoteas les echaban una tupida lluvia de piedras. Llegó el rector y llegó también el corregidor y más ministros de la Justicia, e hicieron gente, y lograron al fin que los estudiantes abrieran las puertas, bajo promesa jurada de no castigar a nadie. Pero no cumplieron lo ofrecido, ¡qué va! Lo que los fuertes ofrecen a los débiles jamás se cumple. Hubo expulsiones y otros castigos mayores en toda la Universidad. ¿Y a los frailes? A los frailes no les pasó nada. ¿Por qué les había de pasar algo a sus paternidades, pues no había motivo? Sólo bajaron al ruedo a defender a los estudiantes, claro que únicamente a eso, del grande y grave peligro del toro, y tan sólo por protegerlos y ayudarlos con amor sacaron a lucir sus finas exquisitas habilidades taurómacas, que parece que tenían ya bien olvidadas.30
¿Qué pudimos comprender tras la lectura? Ya pasaban de las once, pero el toro no saldría porque estaba suprimido. Es decir, algún decreto lo prohibió de buenas a primeras, a pesar de la demanda popular porque se pusiera en marcha la celebración matinal. Pero el impulso popular pudo más que una disposición, y hete aquí que el toro ya está en la arena, donde lo mismo estudiantes que religiosos conviven desmedidamente. Sin embargo al hacerse notoria la fuerza pública que se hizo presente con objeto de detener a los revoltosos que fueron a refugiarse –grave error-, a la propia Universidad. Allí, a pesar de que intentaron a campanadas convocar a sus otros compañeros para intensificar la resistencia, finalmente fueron convencidos de que no habría castigo, pero las expulsiones y otros castigos fuertes se convirtieron en la mejor solución. Puede traslucirse la posibilidad de que este era un anejo eminentemente popular, pero que nada tenía que ver con la organización oficial. En todo caso sucedió aquello de que las costumbres se hacen leyes…; y así, tanto el “toro de once” como el “toro embolado” se fueron acomodando lentamente en los programas y las fiestas hasta que se hicieron imprescindibles. Todavía, allá por 1935 y en Ameca, Jalisco se verificó una función de “toro de once”. Claro el programa anunciaba: A las 13 hrs. Lucido toro de Once.31 En el fondo, permitir o no tal circunstancia quedaba supeditado al rigor oficial que entendía la reacción del relajamiento como válvula de escape por donde se movían los intereses de aquella parte que no podía protagonizar del todo su participación en los fastos que, como queda visto, estaban siendo motivados por un pretexto de carácter religioso. Y si los mercedarios sirvieron aquí como alentadores, estamos viendo entonces hasta donde podía llegar el gozo de aquella orden, misma que se sumó, hasta revolver la dicha capa en el aire haciendo floreos delicados, con mucha gracia y obligaban al toro a que la siguiera y remataban la suerte arrodillados. Aquellos mercenarios eran diestros toreadores, andaban sin ningún peligro como haciendo burla del toro y propiamente corriéndolo. ¡Qué primor! ¡Nadie había hecho aquellas lindas reboleras y faroles como sus paternidades! Aquello era la pura flor de la canela. 30 31
Valle-Arizpe: Lejanías entre…, op. Cit., p. 85-91. Colección Diego Carmona Ortega. N. R. 0079
PIEZA Cartel taurino. Medidas: 20 x 29 cms. Características principales: PLAZA DE TOROS DE AMECA, JAL. A las 13 hrs. lucido toro de Once. 6 toros, 2 de ellos a muerte. Matadores: Antonio Barrera y Angel Inzunza. Estado de conservación: Regular. No tiene fecha. ca. 1930-1935.
Pasaba por ahí don Artemio…
Eran los días en que, bajo el mandato del virrey don fray Payo Enríquez Afán de Rivera, la canonización de San Juan de Dios se convirtió en unos de los acontecimientos de mayor aparato conocido por aquellos tiempos. Fueron célebres ciertas fiestas que por su dimensión y su boato, alcanzaron a ser consideradas por los cronistas, unos más célebres que otros para dejar sentadas auténticas relaciones de fiestas, documentos que por su naturaleza nos permite comprender, gracias al minucioso detalle, la forma en que ocurrieron no solo los festejos taurinos. También los de otro orden. Cómo vestían los caballeros, la disposición de la plaza y otras apreciaciones que poco a poco fueron definiendo el papel de las primeras expresiones periodísticas. Gregorio Martín de Guijo 32 primero y luego Antonio de Robles, dejaron sentadas las bases de ese propósito, que más tarde continuarían Castorena y Ursúa así como Sahagún de Arévalo 33 y hasta José de Gómez con su Diario curioso…34
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Gregorio Martín de Guijo: DIARIO. 1648-1664. Edición y prólogo de Manuel Romero de Terreros. México, Editorial Porrúa, S.A., 1953. 2 V. (Colección de escritores mexicanos, 64-65). 33 Juan Ignacio María de Castorena y Ursúa y Juan Francisco Sahagún de Arévalo: Gacetas de México. 17221742. México, Secretaría de Educación Pública, 1950. 3 V. Ils., facs. (Testimonios mexicanos, Historiadores, 4-6). 34 Diario curioso y cuaderno de las cosas memorables en México durante el gobierno de Revillagigedo (1789-1794). Versión paleográfica, introducción, notas y bibliografía por Ignacio González-Polo. México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Bibliográficas, Biblioteca Nacional y Hemeroteca Nacional, 1986. 123 p. Facs., retrs., maps. (Serie: FUENTES).
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Otro paisaje dibujado por William Bullock, padre e hijo. Se trata de la “Vista de la ciudad desde Tacubaya� (1825).
EN MÉXICO, CIUDAD EN EL DÍA 26 DE ABRIL DEL AÑO DE GRACIA DOS MILÉSIMO y DÉCIMO QUINTO. LAVS DEO