Artemo de Valle-Arizpe y los toros volumen 1

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JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE

ARTEMIO DE VALLE-ARIZPE Y LOS TOROS VOLÚMEN I 1


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RIZPE

Y LOS TOROS 3


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JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE

RTEMIO E ALLE

RIZPE

Y LOS TOROS CON PRÓLOGO PARA LA PRIMERA PARTE DEL DR. JUAN CORONADO LÓPEZ

MÉXICO, 2009 5


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José Francisco Coello Ugalde. Reservados todos los derechos. 2009.

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Centro de Estudios Taurinos de México, A.C. 2009. Reservados todos los derechos. 2009.

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Fomento Cultural Tauromaquia Hispanoamericana, 2020 Reservados todos los derechos. 2020.

Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra -incluido el diseño tipográfico y de portada-, sea cual fuere el medio, electrónico o mecánico, sin el consentimiento por escrito, tanto del autor como del editor. Ilustración de la portada: Universidad Nacional Autónoma de México. Instituto de Investigaciones Estéticas. Colección: Luis Márquez Romay. Nº de catálogo: 08.761206 Esta sola imagen contiene varios discursos que concentran la muy peculiar personalidad de don Artemio de Valle-Arizpe. Por tanto merece especial descripción, como la de sus “quevedos”, el anillo del día, el hábito franciscano, la pose de personaje virreinal redivivo. La cruz marfileña al fondo, el cirio y el arcón que acompañan al sillón frailero. Al frente el libro con cubierta reseca y dura de piel de becerro ostentando el título impuesto a mano y con varios siglos a cuestas…

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PRÓLOGO La fiesta de la palabra en la fiesta brava.

Convergen en este libro tres amores apasionados de su autor José Francisco Coello Ugalde: la obra de Valle-Arizpe, las corridas de toros y la escritura. ¿Y qué tienen en común estas tres pasiones? Que son fiestas, espacios de regocijo. A estas fiestas nos invita su autor en estas abundantes páginas donde se unen la historia, la literatura y la tauromaquia. Transitar por estas hojas llenas de colorido significa adentrarse en la historia, en la literatura, en la cultura, en la vida cotidiana del México que nació con el encuentro de dos culturas. Don Artemio de Valle-Arizpe es el relator perfecto de este proceso histórico que le dio vida a una nueva nación, una nueva identidad, un nuevo mundo. José Francisco Coello Ugalde es el lector perfecto de una obra literaria tan grandiosa. El estudio que ahora nos regala manifiesta su enorme erudición frente a esa obra literaria; frente a la historia de México y frente a la historia de la fiesta brava. Y no es una fría erudición lo manifestado, sino el conocimiento aunado a la pasión. Nunca habrá frialdad ni cansancio al leer estas páginas, pues están elaboradas con la alegría de quien sabe usar sus mejores juguetes, de quien pone en juego sus gustos más profundamente vitales. Coello Ugalde conversa con ValleArizpe, con sus textos; los cita, los comenta, los analiza y los convierte en propios. Y todo gracias a su frecuentación y gusto de muchos años por la obra del maestro. Maestro y discípulo siempre son uno mismo cuando se enciende la luz de una afinidad profunda; y esto es lo que ha ocurrido entre los dos actores principales de este libro-espectáculo. Estamos frente a una antología temática, un estudio de autor, la reconstrucción de hechos históricos; la recreación de aspectos de la vida cotidiana de México. En fin, estamos frente a un libro que no se sujeta a un solo género ni de la literatura ni de la historia. Su autor se mueve entre las dos aguas, pues como historiador y, al mismo tiempo, escritor, no quiere consignar los hechos con la frialdad de un científico ni con la frivolidad de un “novelador”. La obra de Valle-Arizpe es rica en verdad histórica y en creación literaria y en consecuencia,

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Coello Ugalde tiene que ser afín con ese espíritu de unificación de dos disciplinas: la historia y la literatura. Este libro es, pues, el maridaje de la creación histórica y la recreación literaria. Saber e imaginación se unen para hablar del tema central, la fiesta brava, el espectáculo de los toros, la fiesta de vida y muerte conjugadas. El propósito principal de este libro es recrear la relación, como su título lo dice, entre Artemio de Valle-Arizpe y los toros, pero el libro va mucho más allá; al revisar los textos del cronista de la ciudad de México, éstos están apuntalados con textos de otros autores, con poemas y con diversas manifestaciones culturales; es decir con el contexto de las diversas épocas que trata. La revisión es cronológica, de tipo histórico y, por lo tanto, nos da cuenta de la evolución que el propio Arizpe va teniendo en sus escritos. Tiene entonces el libro toques de la evolución de un estilo. La recreación de diferentes momentos históricos nos da cuenta, también, de la evolución de una cultura y, en fin, los datos conjugados sobre el tema tratado son, a fin de cuentas, la historia de la fiesta brava en México. Y todo esto se realiza de la manera más natural, sin que sintamos que estamos leyendo un libro pesado, sino un libro sabroso, útil e interesante. Un juego intertextual es este libro; oímos muchas voces en él; las de Valle-Arizpe y Coello Ugalde principalmente; pero también la de muchos otros autores que se unen a esta sinfonía textual, coro de voces múltiples, proliferación de textos sobre textos.

“…cuando en mi casa me estoy, rey me soy…” Con figura de rey sin reino, pero dueño del reino mismo de las letras, don Artemio aparece tan propio y dueño de sus dominios…

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¿A qué tipo de lector apunta una obra como ésta? A un lector que comparte gustos con el autor, nos contestaría Perogrullo. A quien se apasiona por los toros, por la historia y por la literatura magistralmente desarrollada. ¿Y un libro de cientos y cientos de páginas, a quién atrapa o a quien asusta? Atrapa a quien se deleita en la morosidad de la lectura, en el placer de acariciar con los ojos palabras escritas para recrear la imaginación; atrapa a quien quiere perder su tiempo para ganarlo en riqueza espiritual; atrapa a quien no tiene prisa para mirar el mundo a través de otros ojos y hacerlo propio. Y este libro asusta a quienes piensan que la vida está en otra parte; que el mundo es ancho y ajeno y a quienes su formación visual los ha llevado a la idea de no enfrentar la palabra escrita en textos que rebasen las dimensiones de un telegrama. El libro de José Francisco Coello Ugalde nos habla de una forma de cultura que nos da el suficiente equilibrio para resistir los embates de un mundo globalizado que todavía no define si busca un progreso o su propia destrucción. En estos principios del siglo XXI podemos decirle no a la pretendida “muerte de la historia”, como llaman a su visión del mundo algunos teóricos posmodernos. Para quienes podemos disfrutar este libro la historia no ha muerto ni ha muerto el nacionalismo profundo (y no hablo del nacionalismo ramplón) ni a muerto el gusto por el tradicionalismo. Pero todo esto no quiere decir que se rechacen los avances técnicos y científicos y se viva en un mundo petrificado, no; pues la cultura total es algo mucho más amplio que el ámbito de lo útil, práctico y redituable. En este sentido, el libro que van a leer es un libro total; es un libro que le habla a la inteligencia, a la imaginación, a la espiritualidad y a la sensualidad; en pocas palabras, al ser total de lo humano. ¿Y nos preguntamos por qué elige Coello a un escritor como Valle-Arizpe para construir su propia visión del mundo? La respuesta es sencilla: porque un verdadero universo de afinidades los une. Y un trabajo intelectual como éste sólo se logra con una simbiosis de este calibre. Quien no ama su objeto de estudio no puede procrear nada bueno. Con este principio toma cuerpo este libro que demoró muchos años en su amoroso cuidado. Sólo un conocedor profundo de la obra de Valle-Arizpe pudo ir entresacando los pasajes que cuidadosamente va acomodando para componer el rompecabezas finalmente terminado.

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Una verdadera infinidad de datos contextuales se van agregando para la construcción final del mosaico. Fotos e ilustraciones coronan de manera espléndida el cuerpo del libro. En las primeras décadas del siglo XX, cuando se estaba definiendo la cultura que tendría que nacer después del movimiento armado revolucionario, Artemio de Valle-Arizpe lanzó, no en panfletos ni en peroratas políticas; sino en textos literarios, su propuesta de una cultura mexicana: el reconocimiento de lo hispánico como raíz fundamental de la nueva cultura. ¿Por qué olvidar el pasado colonial que quisieron borrar los hombres de la Independencia? Ya en el siglo XX no tenía sentido esa marginación. Lo español tenía que tomar su lugar en la cultura mexicana y dejar atrás el afrancesamiento del viejo régimen porfirista y su cara literaria, el Modernismo. La recuperación de la cultura de los Siglos de Oro, y sobre todo del Barroco, era ya un hecho en toda Hispanoamérica. Esta reconexión con la raíz española era una de las preocupaciones de los Colonialistas, con Valle-Arizpe a la cabeza; las otras propuestas eran complementarias y no necesariamente enemigas como se pensó en su momento. No podíamos negar la actualidad cultural, en el sentido universalista, y para realizar esa tarea estuvieron los Contemporáneos, quienes pusieron el reloj mexicano en esa hora universal. Y no es que los Colonialistas hubieran atrasado el reloj por capricho, sino que lo habían hecho por la necesidad de recuperar una tradición que estaba en peligro. El pasado y el presente estaban resueltos con estas dos propuestas, ¿pero el futuro? Los Estridentistas propusieron una mirada que nos hiciera ver más allá de nuestras propias narices: las nuevas técnicas artísticas, la Revolución en el arte, el mundo moderno de la máquina y los obreros, los aviones, la velocidad; es decir, el progreso del futuro. Ni presente ni pasado ni futuro por sí mismos, habían dicho al principio del siglo XX los Ateneistas, sino lo eterno. Y por eso volvieron los ojos a los clásicos greco-latinos. Con Reyes a la cabeza la cultura mexicana sería la de una especie de renovada Atenas: una cultura nueva que tomará sus raíces en las más viejas culturas. Estas fueron las propuestas de los grupos culturales que buscaban darle rumbo a la cultura posrevolucionaria, pero finalmente intervino el Estado mismo con una propuesta oficial: el Nacionalismo. Con su fuerza política dictó rumbos para toda la cultura nacida de esa Revolución que se estaba viviendo. Nació entonces el

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Muralismo, la danza mexicana, el teatro mexicano, el cine mexicano, la música mexicana y, en fin, la literatura mexicana. Toda expresión artística debía tener el sello de “hecho en México”. Este Nacionalismo fue tomando más y más fuerza mientras el Estado fortalecía sus instituciones. Un partido político único, un sindicato unificado y todas las ramas de acción social, la salud, la educación, la economía y las costumbres fueron dictadas por el brazo fuerte de este nuevo orden postrevolucionario. Fue la lucha del caos frente al orden, la necesidad de unificación frente al supuesto peligro de la diversificación. Al principio esta postura tuvo culturalmente grandes logros y quizás el más grande error fue no incorporar a las otras propuestas que hubieran enriquecido todavía más esta cultura nueva del siglo XX. Pero las propuestas marginadas no desaparecieron, simplemente pasaron a una vida subterránea y con el correr de los años volvieron a hacerse parte primordial del panorama cultural. A pesar de todo esto, la obra de Valle-Arizpe tuvo el aprecio constante de sus fieles lectores y lo seguirá teniendo en los nuevos lectores siempre y cuando se siga presentando y estudiando, como lo hace este libro de Coello Ugalde.

La mirada parece fijarse en el desarrollo de uno de sus últimos libros. Y tanta reflexión no puede ser la que se concentró en Memorias. Historia de una vocación…, por ejemplo.

¿Y el tema de la fiesta brava? ¿también ha sufrido altibajos? Claro. Siempre habrá argumentos contra la crueldad y la violencia. Pero eso es una manera simplista de ver el tema. Nadie puede negar el valor cultural de esta fiesta, su sentido hondamente arraigado en

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una tradición. Las corridas de toros son un festejo social, casi un rito, como son ritos el carnaval, las procesiones religiosas, las festividades teatrales en el Siglo de Oro español. Y es una realidad cultural el paso de la fiesta brava de España a México, como el paso de todos los aspectos culturales y cotidianos de un continente a otro. El contacto con el Nuevo Mundo transforma el Barroco español en un Barroco mexicano, así como todas las expresiones vitales se transforman en una nueva realidad mestiza: la comida, la música, los trajes, la literatura, las cuestiones morales. La fiesta brava mexicana es un elemento importante en este proceso histórico del paso de lo Español a lo americano. Vemos con claridad cómo un aspecto de una cultura puede pasar a otra e irse transformando por las necesidades de la nueva realidad. Este proceso es el que observamos con muchos detalles en el libro que vamos a leer. Leer a un escritor primordial, confrontar nuestra propia historia, conocer los aspectos taurinos desde que llegan a México hasta su transformación con el correr de los siglos, sobre todo del momento colonial, esto es lo que nos propone José Francisco Coello Ugalde en este su libro. No hay vuelta de hoja, lo que en estas páginas veremos es la puesta en escena de un escritor, Coello, que es un lúcido lector y un lucido analista.

Dr. Juan Coronado López. Cuernavaca, Morelos, agosto de 2008.

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INTRODUCCIÓN

Dr. Pablo Pérez y Fuentes ¡Va por usted! In memoriam

Artemio de Valle-Arizpe fue originario de Saltillo, donde se dice nació el 20 de octubre de 1883.1 Muere en la ciudad de México el 15 de noviembre de 1961. Es uno de esos raros ejemplos que caracterizan a un autor prolífico, intenso, dedicado. Estas peculiaridades se traducen en una obra basta, de más de 50 títulos, cada uno de ellos construido con lenguaje rico en detalles, donde el uso constante de palabras poco comunes, muchas de ellas auténticos anacronismos, vistieron los relatos, pasajes, diálogos, leyendas y tradiciones. Adquirir uno a uno cada título y leerlos después –más bien devorarlos-, se convirtió para mí en un deleite. Incluso en obsesión, pues llegó el momento de seguir ciertos ejemplos, fallidos lamentablemente. Dejarme crecer el bigotillo y engatusarlo a lo “kaiser”, a lo “Valle-Arizpe”, a la “borgoñoña”, “intento de gran mostacho donjuanesco y maligno” apuntaba Amado Nervo; fue un remedo, nada vistoso como para lograr lucimiento varonil. En realidad, era lo de menos. Pero buscar escribir como él fue la catástrofe, porque en el intento de lo exhaustivo, cada escrito salido de mi pluma, en su afán pretencioso y petulante se ahogaba en sí mismo. Conclusión: zapatero a tus zapatos. Pronto me quité el bigote de puntas enhiestas y pronto también entendí la lección aprendiendo a escribir para buscar mi propio estilo, bajo la disciplina rigurosa, el ejercicio constante con la recomendación de Rafael Solana a cuestas quien me aconsejaba: Siga, siga usted. No deje de escribir. Si tiene que escribir, hágalo. 1

Sin embargo, otras fuentes refieren este dato con diferentes fechas. Entre otras: Artemio de Valle-Arizpe: Historia de la ciudad de México según los relatos de sus cronistas. México, 5ª ed., Editorial Jus, 1977. 531 p., p. 139. En tal libro se apunta que nació en Saltillo el 25 de enero de 1888. Del mismo modo lo afirma Henrique González Casanova en Amor que cayó en castigo. (Véase bibliografía). Otros datos apuntan lo siguiente: En Mauricio Magdaleno: Semblanzas de Académicos. Ediciones del Centenario de la Academia Mexicana. México, 1975, 313 p. Según Magdaleno, Artemio de Valle-Arizpe nació en Saltillo, Coah., el 25 de enero de 1884 y murió en México el 15 de noviembre de 1961.

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Basta incluso con una cuartilla diaria, pero no deje de hacerlo. Y ya han pasado muchos años desde aquel momento en que el hijo del viejo periodista, del mismo nombre y apellido, pero bajo el remoquete de Verduguillo, me proporcionaba un secreto digno para escritores. El cambio, por supuesto que es notorio. 28 años de quehacer literario, en combinación con los del historiador que ahora me permiten salir a la liza sin miramiento alguno, dicen que se han dado cambios, pero también mejoras. Y sin embargo, la influencia y la presencia de don Artemio se mantiene viva, a tal grado que hoy quiero pagar la deuda después de aquellos dos alardes. El trabajo que hoy emprendo tiene la finalidad de recoger todos aquellos pasajes donde el tema taurino está presente en su obra integral; y vaya que son bastantes. Pero no solo basta la cita, es necesario el contexto para ir entendiendo el gusto que por los toros tuvo en su obra Artemio de Valle-Arizpe. Esa atención tan específica transita en diversas épocas no solo del período virreinal. También durante el siglo XIX, y acaso hasta nos sorprenda alguna otra sobre el siglo XX –ya metido totalmente en su carácter de cronista de la ciudad de México-, espacio temporal en el que por más de 50 años dejó claras evidencias de un trabajo arduo y disciplinado, además de emotivo y entrañable.

Heme aquí, escalando otro escaño esperando pacientemente la crítica.

literario,

La faena que aquí comienza, seguirá un criterio bastante sencillo. Ocupará su atención de forma cronológica, desde su primera obra: La gran Cibdad de México Tenustitlán, perla de la Nueva España, según relatos de antaño y ogaño hasta Jardín perdido, con lo cual no será

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posible respetar ese otro criterio que va de la mano con el tiempo. De pronto, aparecerán sucedidos de esta o de aquella época. Pero fundamentalmente, habrá de conocerse –hasta donde lo permita el detalle-, a cada uno de los personajes, los escenarios y las distintas circunstancias en que ocurrieron aquellos hechos narrados bajo la pluma ágil del autor saltillense.

EL QUE MÁS VALE, NO VALE TANTO COMO VALLE VALE.

En la más reciente de las ediciones que, sobre la obra completa de Artemio de Valle-Arizpe, ha realizado el Fondo de Cultura Económica,2 Juan Coronado, planteó en el primer volumen una profunda revisión a su estilo, carácter, y trabajo en conjunto, por lo que se encuentran valiosos argumentos que me estoy permitiendo utilizar en esta retrospectiva sobre tan prolífico autor. Entre sus primeros apuntes, Juan Coronado plantea que Don Artemio de Valle-Arizpe es un caso singular de la literatura mexicana. Parecería que no está inscrito ni en el tiempo ni en el espacio. Si alguien nos dijera que no existió y que es invención de algún editor bromista, lo creeríamos absoluta y rotundamente. La historia que lo obsesionó no existe; el México que le sorbió el seso es una patraña; la ciudad que trató de encerrar en sus miles de páginas es una quimera. Nada de lo que cuenta es una auténtica realidad. Todos sus “decires” son simple escritura. Sus leyendas son castillos de palabras. Su obra entera “es una necia diligencia errada”; es “un engaño colorido”; “es un vano artificio del cuidado”, como diría doña Juana. Habla de la historia, de documentos reales y, sin embargo, nada es real en sus libros, pues todo lo que lanza su pluma se convierte en escritura; en simple y rotunda escritura. La única realidad en la obra de Valle-Arizpe es su propio estilo.3

Nada más comenzar, aparece este testimonio que, en buena medida nos va dando señales del estilo y personalidad de un autor que articuló una obra a contrapelo de las condiciones de

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Artemio de Valle-Arizpe: OBRAS I. Notas introductorias de Juan Coronado. México, Fondo de Cultura Económica, 2000. 770 p. (Letras mexicanas). Este volumen contiene los siguientes títulos: Historia de una vocación (1960), Don Victoriano Salado Álvarez y la Conversación en México (1932), La Güera Rodríguez (1949), Fray Servando (1951), Del tiempo pasado (1932), Historia de vivos y muertos (1936). --: OBRAS II. México, Fondo de Cultura Económica, 2000. 642 p. (Letras mexicanas). Este volumen contiene los siguientes títulos: Leyendas mexicanas (1943), En México y en otros siglos (1948), El Canillitas. Novela de burlas y donaires (1942) y Cosas que fueron así (1957). 3 Op. Cit., Obras I. Juan Coronado: “El arquitecto de su propia escritura”, p. 8.

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su tiempo, porque parece no inquietarle por lo menos un par de fenómenos que pudieron contribuir para adherirse a las razones de estímulo o reacción como las que sí se provocaron en otros miembros de la su generación. Me refiero al “porfiriato” y al movimiento armado de 1910, factores suficientes para generar –desde la posición literaria-, actitudes y posturas comprometidas con cambios que operaran a favor o en contra de ambos períodos. Sin embargo, Artemio de Valle-Arizpe materialmente se aisló de ellos, y convencido de la línea que habría de seguir, desde la aparición de la primera de sus obras con un estilo perfectamente definido, con tendencias a recrear el pasado virreinal, e incluso el intenso siglo XIX, decide continuar un ejercicio alentado por la lectura de obras de autores de varios siglos atrás, así como por sus vínculos con personajes como Luis González Obregón, Genaro García, Jesús Galindo y Villa o Nicolás Rangel, entre otros. Esa decisión se robustece en la medida en que nuestro autor confiesa que

Me di a estudios, con empeñoso amor, la ciudad de México, mi ciudad, sus calles, sus edificios, sus tradiciones, leyendas y sucedidos. Y con todo esto compuse algunos libros, y hasta andando el tiempo, fui enalteciendo con la dignidad de ser su cronista. Es éste el más alto premio que he tenido por mis afanes. Me galardonearon con evidente largueza.4 Excéntrico en muchas de sus características personales, por otro lado estaba tocado de unos rasgos que rayaban en la sencillez, según me lo ha confesado el Dr. Pablo Pérez y Fuentes en entrevista que realicé con este otro saltillense de pura cepa el 21 de enero de 2004, y que trató en varias ocasiones al prolífico autor. En su momento, incluiré esa interviú. En otra de las múltiples confesiones que nos va proporcionando Valle-Arizpe, en compañía del análisis de Coronado, se encuentra esta otra donde el exhaustivo autor se sincera así mismo, Soy lo que quise ser nos dice en su Historia de una vocación; y al fin de cuentas eso fue: un escritor, un humanista, un caballero católico que repudiaba su tiempo y se dedicaba a evocar un pasado ya muerto; un hombre libre que supo construir el espacio donde su voluntad decidió vivir.5

Pero no. El pasado no estaba muerto para Artemio de Valle-Arizpe. Acudió a cada uno de sus trabajos con el empeño de resucitar personajes, recuperar callejones y laberintos, 4 5

Artemio de Valle-Arizpe: Historia de una vocación. 1ª ed. México, Editorial F. Trillas, S.A., 1960. 60 p., p. 48. Ibidem., Obras I. Juan Coronado: “El arquitecto de su propia escritura”, p. 11.

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procurando darles nueva vida, que además vistió profusamente hasta ponerlos frente a nosotros, en escenarios llenos de intensa imaginación. De ahí que justifique su obra como resultado de estudios y revisiones a infinidad de fuentes6 de las que abrevó hasta el más recóndito de los secretos, traducido todo ello en “manierista” arquitectura literaria. Curiosamente la escritura de todas sus obras se realizó en un tiempo específico: las tolvaneras revolucionarias. Lo medular de su creación se mueve en los tiempos de la llamada “cultura de la Revolución”.7

Misma “cultura”, en tanto movimiento que integró diversos grupos, los cuales son la suma de la literatura mexicana del siglo XX. De hecho, Valle-Arizpe, al formar parte de los colonialistas, cuyo período tuvo su mejor intensidad entre 1917 y 1926, convive con miembros del Ateneo de la Juventud (1909-1929), los narradores de la Revolución (19151943), los Contemporáneos (1920-1932) así como con los Estridentistas (1921-1928). Y no solo convive, sino que los rebasa y hace extensivo el quehacer del pendón que ondea casi de manera solitaria, a no ser por algunos otros autores que siguieron sus pasos y su ejemplo contundente con el correr de los años. Nuestro autor afirma y afianza su vocación, obteniendo el reconocimiento, como miembro de la Academia Mexicana de la Lengua el 26 de agosto de 1924. Años más tarde, y al quedar vacante el puesto de Cronista de la Ciudad de México con la muerte de Luis González Obregón, las autoridades del Departamento Central del Distrito Federal, le confieren a Valle-Arizpe el status de Cronista el 10 de febrero de 1942. Ahora bien, todos estos frentes literarios que surgieron alrededor del movimiento revolucionario, al hacerlo, están respondiendo enérgicamente contra un pasado omnipotente que retardó el proceso de una nueva lectura en el quehacer de los intelectuales, hasta entonces ligados a esquemas bastante conservadores –dentro del modernismo-, aunque avanzaban con algún trabajo por las sendas que iban desplegando las nuevas corrientes estéticas.

Actualmente, la que fue su biblioteca, se encuentra localizada en el “Ateneo” Fuente en la ciudad de Saltillo, Coahuila. En la bibliografía anexaré –hasta donde sea posible- el catálogo de dicha colección. 7 Op. Cit., Obras I. Juan Coronado: “El espacio literario real”, p. 13. 6

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Los ateneistas tenían muy claro una serie de propósitos y disciplinas. El autor que es nuestro soporte, dice, por tanto, que los ateneistas buscan una formación intelectual integral, humanista a la manera clásica. Su formación intelectual está dentro de los parámetros de la disciplina e, incluso, el rigor. Sus conocimientos están sustentados por una formación filosófica: son “racionalistas” que detestan la improvisación y la vida “relajada”. Y continua diciendo que poseen ideales morales inquebrantables; son seres de pensamiento y de acción conjugados. Alfonso Reyes y Vasconcelos serían los dos polos primordiales de esta fórmula. Valle-Arizpe (contemporáneo cronológico con los principales miembros del grupo: Reyes es un año menor que él, por ejemplo) comparte estos ideales morales e intelectuales, aunque su formación concreta tenga otras vertientes.8 Y es que los cimientos compartidos por aquellos intelectuales en común, se fundaban en estos principios: -Formación organizada a través del estudio. -Rigor profesional en la labor como escritores. -Conciencia de un “estilo” en la escritura. -Espíritu aristocratizante y repudio del presente. -Necesidad de un punto de vista moral rígido e inalterable.9 Solo que Valle-Arizpe demostró su repudio al presente refugiándose en el pasado virreinal,10 e incluso el México decimonónico, en tanto que los ateneistas pusieron su atención en el propio presente como realidad tangible y contemplaron el futuro más inmediato a partir de un presupuesto que arrojaba visiones distintas, probablemente como reacción optimista frente a las alteraciones que estaba produciendo en esos momentos la 8

Ibidem., p. 15. Ibid., p. 16. 10 Antonio Rius Facius: Relación De los más sobresalientes autores mexicanos en el pasado y presente siglos, que escribieron bellas y entretenidas obras CON LA PROSA DE LA NUEVA ESPAÑA. Reunidos y comentados por (...) hijo y vecino de la muy noble y muy leal ciudad de México. México, Editorial Patria, 1968. 298 p. Ils., retrs., facs. En este libro, el autor hace una revisión sobre quienes, además de Valle-Arizpe cultivaron el colonialismo. Allí están personajes como: José Justo Gómez de la Cortina, Ignacio Rodríguez Galván, Justo Sierra O´Reilly, Manuel Ramírez Aparicio, Eligio Ancona y Ramón Aldana del Puerto. Además: Manuel Orozco y Berra, Joaquín García Icazbalceta, Vicente Riva Palacio, José Tomás de Cuellar, José Pascual Almazán, José Peón y Contreras, Francisco Sosa, Manuel Rivera Cambas, José María Marroquí, Juan de Dios Peza, Bernardo Ponce y Font, Eduardo Gómez y Haro, Agustín Lanuza, todos ellos del siglo XIX. En cuanto al XX: Mariano Silva y Aceves, Manuel Horta y Cano, Jorge de Godoy, Francisco Monterde, Julio Jiménez Rueda, Ermilo Abreu Gómez, Alfonso Cravioto, Genaro Estrada, Manuel Toussaint y Francisco Santiago Cruz. 9

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Revolución. De ahí que también surgiera otro importante movimiento de intelectuales conocido como nacionalismo. Debido a que el propósito de este trabajo no pretende adentrarse en estos territorios, sino atender exclusivamente la obra monumental de don Artemio, debo continuar con la introspección de su obra.

YO HE QUERIDO HACER, PERO POR DESGRACIA NO LO HE LOGRADO, UNA INTERPRETACIÓN POÉTICA DE LA HISTORIA DE MÉXICO.11

Bello argumento matizado de sinceridad fue el que Artemio de Valle-Arizpe expresó como un hombre preocupado en transitar permanentemente por la historia de nuestro país, a través de múltiples lecturas que permitieron darle las luces adecuadas sobre el pasado colonial, por el que siempre estuvo a la búsqueda. Juan Coronado, por su parte se pregunta ¿Por qué elige precisamente ese cuerpo histórico como su motivo primordial? ¿Le interesa realmente el pasado como una lección para el presente? A primera vista el colonialismo es una moda, una fuente temática atractiva por su exotismo, su color, sus atmósferas. No le interesa la Historia propiamente, le interesan las historias, las anécdotas, los “sucedidos”. Se preocupa por la vida cotidiana de la Colonia, no por los hechos de trascendencia histórica; no ve el devenir de unos sucesos, observa los hechos paralizados, convertidos en motivo estético. Su trabajo es como el de un taxidermista, pues no le da vida a la historia, sino la inmoviliza para que se conserve y dé la apariencia de fresca y verdadera.12

Seguramente embebido de aquellas lecturas, de su acercamiento con los otros “colonialistas”, y con su deseo personal de trascender ese espacio temporal, tan lleno de circunstancias, del que solo quedaban los escenarios –arquitectura colonial y calles que aún conservaban el trazo original de las mismas-, Artemio de Valle-Arizpe quedó fascinado de aquella oportunidad, y además entendió que no podía soslayarse un inmenso y bien documentado período virreinal, del que ciertos particulares y bibliófilos reconocidos, así como instituciones como el Archivo General de la Nación o el Archivo del Ayuntamiento ofrecían

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Respuesta que Artemio de Valle-Arizpe expuso a Emmanuel Carballo, en el conjunto de sus célebres entrevistas, cuando al interrogar al saltillense planteaba: ¿Qué se ha propuesto realizar en sus numerosas obras colonialistas? Véase, Emmanuel Carballo: Protagonistas de la literatura mexicana. México, Ediciones del Ermitaño-SEP, 1986. 578 p. (Lecturas mexicanas, segunda serie, 48)., p. 161. 12 Artemio de Valle-Arizpe: OBRAS I. Notas introductorias de Juan Coronado, “La historia como artificio”, op. Cit., p. 28.

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sus acervos con vistas a ser puestos al alcance de historiadores e investigadores. Uno de ellos, fue nuestro autor.

Don Artemio en pleno trabajo, cobijado por su rica biblioteca.

De nuevo, en Historia de una vocación, Valle-Arizpe, acudiendo a las reminiscencias con fuerte carga poética confiesa que su quehacer era logrado

en la calma apacible de mi

biblioteca, henchida de viva claridad y en donde se saborea el silencio, sin ningún estrépito que turbe la ilación de las ideas, y en el cual no se oyen más que las campanadas de las horas que enfila un gran reloj... Quizá por esa y otras razones, dedicaba en su casa buena parte del día a labores de escritura que le permitían buscar, entre sus muchas lecturas, los términos, las palabras, muchas de ellas inaccesibles, pero que, al integrarse al conjunto de sus ideas, conformaban un texto matizado de exhuberancia. Al respecto, Juan Coronado agrega: Su sintaxis no es laberíntica ni tortuosa; es diáfana, reposada; y si acaso, ondulante. Su léxico es rebuscado, arcaizante, y tal vez por esto su estilo parezca más elaborado de lo que en realidad es. Todas esas voces viejas que usa sirven solamente para darle color y sabor a sus cuadros de costumbres. No importa si desconocemos su estricto sentido; no es cierto que debemos leerlo con el Diccionario de Autoridades al lado. La “arqueología léxica” que lleva a cabo no es sino la sal y la pimienta de su cocina escritural.13

Por todo lo anterior, en su santuario mismo, ostentaba orgulloso una frase, a modo de las leyendas utilizadas por los caballeros renacentistas que se encontraban en célebres duelos:

Mientras en mi casa me estoy, rey me soy... Finalmente, Coronado refiere la parte de humor que trató Valle-Arizpe en la mayoría de sus 13

Artemio de Valle-Arizpe: Op. Cit., Obras I. Juan Coronado: “El artesano del estilo”, p. 37.

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libros, colaboraciones hebdomadarias y hasta más de alguna conferencia. Dice que sus obras de tipo picaresco no están satirizando las costumbres de su tiempo, como las obras de los españoles de los Siglos de Oro. En Valle-Arizpe esas obras están recreando un humor ingenioso, descarnado y hasta escatológico, pero no tienen el carácter demoledor de sus modelos, son juguetes literarios, imitaciones, “manierismos” de otras épocas. El humor en Valle-Arizpe es una nota de color, uno más de los elementos que le dan realce estético a sus textos.14

Precisamente, el antologista de estas obras completas, reunidas por primera vez gracias a la acertada decisión del Fondo de Cultura Económica, cita con un adjetivo apropiado, otra forma o manera de calificar la obra monumental del creador, entre otras por ejemplo Deleites para indiscretos, que sus trabajos son “manierismos” de otras épocas. Esto es, la obra de Artemio de Valle-Arizpe en conjunto es “manierista” en cuanto tal, si por “manierismo” entendemos esa corriente o estilo estético que se caracterizó por la expresividad y la artificiosidad. Pero no solo eso. También debe entenderse como la exhuberancia y la fuerte carga de elementos que iban a sumarse lo mismo a un altar que a una columna estilizada que hoy nos sorprenden por su detalle. Casi ningún espacio quedaba libre de ser ocupado por las figuras y retóricas de ese estilo concentrador, amasijo de adornos y florituras, tal y como podemos leerlo en la obra de Artemio de Valle-Arizpe, escritor mexicano que supo entender, mejor que nadie, el secreto de un pasado y al que recuperó todo su esplendor, gracias a la aparición de diversos personajes, unos ciertos, otros imaginados. De escenarios que también existieron y otros que recreó a su muy personal estilo y albedrío. Pero que entre esa gente y esos lugares hubo oportunidad de que ellos en su momento, y ahora nosotros en el que vivimos, se enteraran y nos enteráramos de la más inmediata de las fiestas de toros, ocurrida en medio del boato impresionante, de la muy intrincada organización de aquellos fastos y de todas sus incidencias. Y aún más. Alfonso Méndez Plancarte, al ocuparse en la “Introducción” de las obras completas de Sor Juana Inés de la Cruz,15 establece una panorámica sobre lo que representó el esplendor virreinal, visto desde la perspectiva Ibidem., Juan Coronado: “El humor también es color”, p. 40. Sor Juana Inés de la Cruz: OBRAS COMPLETAS. Vol. I. Lírica Personal. Edición, prólogo y notas de Alfonso Méndez Plancarte. México, 5ª reimpr. Fondo de Cultura Económica-Instituto Mexiquense de Cultura, 1997.LXVIII-638 p. Ils., retrs., facs. (Biblioteca americana, serie de Literatura colonial, 18). 14 15

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arquitectónica, que aquí parece adecuarse perfectamente, respecto a la forma de describir el rico bagaje ofrecido también por nuestro autor. Dice el reconocido lingüista –no solo de este trabajo cumbre-, sino también de otro también ya bien reconocido, la monumental obra en tres volúmenes de Poetas novohispanos:16 Así surgió “un arte arquitectónico-decorativo que no debe ser confundido con el plateresco, ni el berniniano, ni el churrigueresco o salmantino” –un “Ultrabarroco inconfundiblemente mejicano” (Dr. Atl)-, que “estalló en excesos gloriosos”, como “algo nuevo y bárbaro, magnífico a fuerza de audacia y de riqueza y trabajo”, en esa “fantástica gruta de oro, violenta y formidable”, del Altar de los Reyes de nuestra Metropolitana, o en las “cascadas de oro” y “bosques de oro” de Tepotzotlán, la Enseñanza, el Rosario de Puebla, el Carmen de San Luis, la Valenciana de Guanajuato, Ocotlán de Tlaxcala, o Santa Rosa y Santa Clara de Querétaro, y en la magnífica floración de las fachadas del Sagrario o la Santa Veracruz de Méjico, el Pocito de Guadalupe, Santa Prisca de Taxco, San Francisco de Acatepec, San Felipe de Jesús de Guadalajara, o la Catedral de Zacatecas... Y nada más acorde con la “sociedad ostentosa” de nuestro Seiscientos y Setecientos, y con “el organismo de los criollos”, ni más espontáneo en aquella “atmósfera de riqueza”, que ese arte “espléndido, expresivo, fastuoso” (Díez Barroso). (...) Pero nuestra poesía de aquel entonces no fue sino otra flor del mismo rosal. El colorismo que doró retablos y refulgió en cúpulas y aun fachadas riega en los versos su vocabulario cromático y luminoso; a las tallas inverosímiles, las columnas salomónicas y los tímpanos contorsionados, responden las metáforas complejas, los acusativos griegos y el hipérbaton serpenteante; y en lirismos de piedra y en arquitectura verbales, en una misma la pródiga ostentación de lo decorativo, más bien que “funcional” o “tectónico”... Y la “restauración del buen gusto”, que desdeñó a nuestros poetas barrocos, fue la propia “reacción pseudoclásica” que en arquitectura –pese al genio de Tolsá o de Tresguerras- “tachó a todas las obras barrocas de extravagantes y antiartísticas”, substituyéndoles a menudo, tras vandálica destrucción de retablos maravillosos, “altares absolutamente insignificantes y de un academismo pobre y frío” (Díez Barroso).17

En todo esto, como vemos, parece estar presente este otro arquitecto de la pluma pródiga y prodigiosa a la vez, llamado Artemio de Valle-Arizpe. Es por ello que al ocuparme de un tema específico en la obra de nuestro autor, lo haga no por la simple razón de mis aficiones a las corridas de toros. Sino que además, es por el simple hecho de que habremos de admirar un amplio abanico de posibilidades con todos sus detalles, sobre todo en el manejo exuberante y exquisito del lenguaje. Antes de continuar, quisiera indicar que el criterio que habrá de seguirse para el presente estudio, se apoya en el orden que el antologista a las OBRAS COMPLETAS de Artemio de 16

Alfonso Méndez Plancarte: Poetas novohispanos. Primer siglo (1521-1621). Estudio, selección y notas de (...). 2ª ed., Universidad Nacional Autónoma de México, 1964. LXV-204 p.(Biblioteca del Estudiante Universitario, 33). --: Poetas novohispanos. Segundo siglo (1621-1721). Parte primera. Estudio, selección y notas de (...). Universidad Nacional Autónoma de México, 1944. LXXVII-191 p. (Biblioteca del Estudiante Universitario, 43). --: Poetas novohispanos. Segundo siglo (1621-1721). Parte segunda. Estudio, selección y notas de (...). Universidad Nacional Autónoma de México, 1945. LXXIII-229 p. (Biblioteca del Estudiante Universitario, 54). 17 Op. Cit., p. XXIII-XXIV.

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Valle-Arizpe establece en su amplio estudio. 18 De ese modo, y siguiendo el principio del índice cronológico de las obras de Valle-Arizpe se tiene la siguiente relación: Historia de la ciudad de México, según los relatos de sus cronistas, 1918. Ejemplo, 1919. Vidas milagrosas, 1921. Doña Leonor de Cáceres y Acevedo, 1922 Cosas tenedes..., 1922. Don Victoriano Salado Álvarez y la conversación en México, 1932. Del tiempo pasado, 1932. Amores y picardías, 1932. Virreyes y virreinas de la Nueva España (primera serie), 1933. Virreyes y virreinas de la Nueva España (segunda serie), 1933. Libro de estampas, 1934. Historias de vivos y muertos, 1936. El Palacio Nacional de México, 1936. Tres nichos de un retablo, 1936. Por la vieja calzada de Tlacopan, 1937. Lirios de Flandes, 1938. Cuentos del México antiguo, 1939. Andanzas de Hernán Cortés, 1940. Notas de platería y otros excesos, 1941. El Canillitas, 1941. Leyendas mexicanas, 1943. La lotería en México, 1943. Cuadros de México, 1943. Jardinillo seráfico, 1944. Amor que cayó en castigo, 1945. La movible inquietud, 1945. En México y en otros siglos, 1948. Calle vieja y calle nueva, 1949. La Güera Rodríguez, 1949. Sala de tapices, 1951. Fray Servando, 1951. Lejanías entre brumas, 1951. Espejo del tiempo, 1951. Coro de sombras, 1951. Inquisición y crímenes, 1952. Piedras viejas bajo el sol, 1952. Personajes de historia y de leyenda, 1952. Juego de cartas, 1953. Papeles amarillentos, 1954. Horizontes iluminados, 1954. Engañar con la verdad, 1955. Deleite para indiscretos, 1955. De la Nueva España, 1956. 18

Artemio de Valle-Arizpe: OBRAS I. Notas introductorias de Juan Coronado, op. Cit., p. 43-44.

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Cuando había virreyes, 1956. Gregorio López, hijo de Felipe II, su vida y su muerte en México, 1957. De otra edad que es esta edad, 1957. Cosas que fueron así, 1957. Historia, tradiciones y leyendas de calles de México, 1957. Biografía de un viejo paseo, 1957. Santiago, 1958. Anecdotario de Manuel José Othón, 1958. La casa de los Ávila, 1960. Historia de una vocación, 1960. Leyendas franciscanas de México, 1960. Sombras de un pasado, 1961. Resonancias antiguas, 1961.19 Además: Jardín perdido, de 1962 y otra obra Luces extinguidas que, aunque citada en la relación de obras que publicó en su momento la editorial “Patria, S.A.” no vio la luz. Cabe advertir que a lo largo de toda esta revisión, se encontrarán algunos trabajos que aunque teniendo título diferente, son iguales en la esencia de su contenido, pudiendo variar por cambios deliberados en este o aquel personaje. Sin embargo, los escenarios y sobre todo, los hechos a que se refiere Artemio de Valle-Arizpe son los mismos. Tal es el caso, por ejemplo de que aborda en varias ocasiones a don Luis de Velasco, a fray Francisco García Guerra o a Félix Berenguer de Marquina. Ustedes, lectores generosos y comprensivos, sabrán salvar estos conflictos.

ENTREVISTA CONCEDIDA POR EL DR. PABLO PÉREZ Y FUENTES.

Es la mañana del 21 de enero de 2004. Llego puntual a la cita que me ha concedido el doctor Pérez y Fuentes, quien desde temprana hora ya está dedicado en cuerpo y alma a su oficio, atendiendo y sanando enfermos. Por necesidades en su trabajo, -tiene que acudir a

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N. del A.: No todos los libros reseñados incluyen citas, pasajes o capítulos dedicados al tema taurino. En todo caso, el orden en que aparezcan cada una de las obras aquí recogidas, se deberá a la sugerencia específica y su detenida revisión a lo largo de este trabajo.

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una visita a domicilio, precisamente a casa del matador de toros en retiro Juan Estrada-. Me pide que lo acompañe para, en el camino ir platicando sobre este proyecto y así, tener un intercambio de opiniones. Y a boca de jarro, le planteo la primera pregunta a mi buen amigo, en estos términos: ¿Qué tipo de aficionado taurino era Artemio de Valle-Arizpe? Don Artemio era un aficionado culto, a distancia de la plaza, pero presente en ella. Entendía perfectamente todos los sucesos y todo el desenvolvimiento histórico de la fiesta brava. Sentía la fiesta brava hondamente. Quiere decir, que más o menos estaba emparentado con aquella actitud que asumió Nicolás Rangel, que además de ser un importante historiador, muy poco se acercaba a las plazas de toros. Yo creo que es muy acertado este símil, porque es muy propio de las personas con cultura histórica y con sabor del toreo. Doctor, me comentaba en alguna ocasión que don Artemio era franciscano de la orden seglar, un dato ciertamente curioso, inédito. Nos puede dar detalles al respecto. Los franciscanos seglares, llevan una vida como cualquier otro católico, recta dentro de lo que ordena la iglesia católica y hacen su labor, su trabajo, y ese es su apostolado. Así que don Artemio permaneció toda su vida soltero... Sí, desde luego. Los franciscanos seglares no necesariamente deben ser solteros. Ha habido muchos franciscanos seglares en matrimonio, como Isabel la Católica, como Beethoven y muchísimos otros notables en la historia, han sido franciscanos seglares y no es necesario hacer ostentación de esa actitud espiritual que es eminentemente profunda. Menciona usted el aspecto de ostentación. Sabemos que don Artemio era muy dado a presumir sus 365 anillos, uno que se ponía día con día. Esta es una historia poco conocida, quizá extravagante; sin embargo, lo anterior nos dice que don Artemio era muy extrovertido. ¿Realmente era muy presumido en su persona, en su carácter? No de ninguna manera. Era una persona muy accesible, muy educado, un hombre atento y muy fino que desde su infancia así fue.

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¿Cómo conoció el doctor Pablo Pérez y Fuentes a Artemio de Valle-Arizpe? Pues yo tuve la fortuna de conocer a don Artemio en Saltillo, Coahuila, porque él nació en Saltillo y yo soy también de Saltillo, y mi papá era muy amigo de don Francisco de ValleArizpe y de don Jesús de Valle, hermanos de él. Vivían enfrente de la casa de mi papá, en la calle de Victoria, antes llamada calle del Curato.

La foto fue tomada por José María Lupercio a principios del siglo XX. Se trata de un Artemio de Valle-Arizpe atildado, de finos modales, vistiendo como “lord” inglés tal cual lo impuso la moda de aquel entonces. Pero dentro de esa figura se encuentra un colonialista consumado.

Así que mantuvieron su amistad no solo en la ciudad de Saltillo, sino en la de México... Si claro. Una relación respetuosa, a una distancia prudente y como digo, con la admiración de parte mía para don Artemio y toda su familia. Personaje extraño, excéntrico o un amigo redivivo de Góngora, Juana de Asbaje o del Capitán Ramírez de Vargas. ¿Cómo consideraría a don Artemio de Valle-Arizpe, prácticamente un protagonista de los siglos virreinales ubicado en pleno siglo XX? Yo lo considero perfectamente original. Un escritor dentro de la lengua española, tan es así que fue miembro de la Academia. Para quienes no lo conocimos, ¿cómo era don Artemio? Era un hombre correcto como he dicho. Distinguido. Siempre pendiente de presentarse con corrección, porque el presentarse con corrección –digamos de paso-, es tener atención con el prójimo. Si alguien se arregla mal, no se hace daño así mismo. El daño lo hace al prójimo. Haciendo un alto y precisamente, para darnos idea de esa corrección, no en su apariencia, que de suyo era muy cuidada, sino en su quehacer como escritor, veamos qué es lo que

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apunta don Artemio sobre la segunda edición de La gran ciudad de México-Tenustitlán, perla de la Nueva España, según relatos de antaño y de hogaño, publicada en la colección Cultvra en 1924:

En esta obra se han deslizado por lamentables descuidos no pocas erratas. (...) caen acentos sobre vocales que no necesitan de su peso; comas, puntos y comas y dos puntos y curiosas interrogaciones y muy graves admiraciones se intercalan entre palabras que para nada han menester esos signos, escabulléndose ágiles de donde hacían falta precisa.20 Antes de iniciar la entrevista comentaba con usted que don Artemio de Valle-Arizpe aparece en un momento en el que su quehacer, su trabajo literario comparte las planas, las páginas junto con miembros de generaciones importantes. Los contemporáneos, el grupo sin grupo, los estridentistas, y todo de esta manera se puede contemplar como un enfrentamiento. Es decir, todos estos grupos son de avanzada, son de proa, más que de popa. Y parece que don Artemio les dice a todo mundo: Prefiero poner los ojos en el pasado. Esto, ¿en cierto sentido fue algo que don Artemio cargó como un sambenito durante su trayectoria como escritor? No de ninguna manera. Fue una forma que él escogió y creo que lo hizo muy acertadamente. Dr. Pablo Pérez y Fuentes, ¿en lo personal recuerda alguna anécdota muy particular que haya tenido el gusto de compartir con don Artemio? Yendo los dos por la calle de (Francisco I.) Madero le comenté: “vamos por la calle de Plateros”. Y él me dijo de los Plateros... Así que era quisquilloso en algunas de sus precisiones. Tenía precisión en la definición de las cosas, lo cual es muy importante, porque si no tenemos cuidado en una coma, podemos equivocar todo el sentido de las cosas. Con mayor razón si nos faltan dos palabras. Tengo que agregar algo muy importante. Don Artemio me hizo el encargo de avisar al Ateneo Fuente que era su deseo que su biblioteca –muy valiosa por cierto-, fuera para ese sitio. Y el mecanismo en que así fuera,

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Valle-Arizpe: Historia de la ciudad de México... op. cit., p. 5 y 6.

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tuvo que ser sumamente original como lo fue don Artemio toda su vida. Durante el proceso del testamento se presentaron muchas dificultades, pero ante el deseo de él de que su biblioteca fuera al Ateneo, su hermano don Francisco de Valle-Arizpe –general-, invitó al senador Florencio Barrera Fuentes para que él, personalmente abriera la casa de don Artemio, en vista de que haciendo uso del fuero pudiera realizarlo sin problema de ninguna naturaleza. Y así fue. Una vez abierta la casa, sacaron todos los libros y los muebles de don Artemio y los trasladaron al Ateneo Fuente de Saltillo, y en ese lugar están los muebles y algunos de los libros, en vista de que otros desgraciadamente se quemaron. Es lamentable saber que el mencionado Ateneo Fuente enfrentó un incendio en el que parte de esta valiosa colección desaparece por obra de las llamas. Bien, en esta primera etapa de una entrevista que se antoja más profunda, más amplia, 21 yo le agradezco a usted la atención que ha tenido conmigo de concederme estas palabras. El agradecido soy yo. Terminada esa conversación, todavía hubo un tema que parece importante agregar. Me comentaba el Dr. Pérez y Fuentes una de las posibles reacciones que Artemio de ValleArizpe mantuvo como rechazo frente a lo que serían los años de transición más violenta en nuestro país, precisamente entre 1906 y 1913. Primero, porque su padre, habiéndole obligado a estudiar leyes, lo orilla a encaminarse hasta una región del sureste mexicano que el joven no conocía, pero que, adquirido el compromiso, había que representar en una curul, concretamente del estado de Tabasco. ¿Cómo, de Saltillo a Tabasco, sin ser originario de ese lugar, representando a una población que no le era común? ¡Imposible!

Mtro. José Francisco Coello Ugalde. Director del Centro de Estudios Taurinos de México, A.C. Col. del Valle, ciudad de México, Febrero, 2009.

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Lamentablemente, el Dr. Pablo Pérez y Fuentes, fallece el 27 de diciembre de 2004, con lo que se cancela toda posibilidad de seguir dialogando en torno al personaje de esta historia.

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PRIMERA PARTE

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LA GRAN CIBDAD DE MÉXICO TENUSTITLÁN, PERLA DE LA NUEVA ESPAÑA, SEGÚN RELATOS DE ANTAÑO Y OGAÑO. 22

Esta obra, por tratarse de la primera de su amplio catálogo, resulta ambiciosa. De ella se descubre una intensa labor entre multitud de otros tantos autores del pasado, así como contemporáneos suyos –e incluso, él mismo apareció registrado en el índice-, que se ocuparon en escribir y describir a la majestuosa ciudad de México, desde diversas perspectivas y momentos donde se la vio crecer o sufrir, según las circunstancias en que cada uno de los testimonios fueron redactados. Las páginas que Artemio de Valle-Arizpe (en adelante, lo podremos identificar con las siglas

A de V-A) dedica a aquellos otros escritores

que por alguna razón se detienen a hacer alguna observación sobre la fiesta de toros, son diversas, por lo que de inmediato, conviene reproducirlas, en medio del consiguiente contexto que daré para apreciarlas mejor.

[PASAJE Nº 1]: INTRODUCCIÓN.

De principio, y en la propia INTRODUCCIÓN,

A de V-A,

luego de una detallada

descripción urbana, así como de aspectos en el vestir de muchos de los caballeros y otras tantas sutilezas, apunta:

Pero de modo grato rompían la calma de aquella vida pacífica las fiestas de la ciudad que se llenaba del vuelo de sus innúmeras campanas: el muy suntuoso Paseo del Pendón;23 las brillantes procesiones del Hábeas, las de la Semana Santa; las juras reales; las celebraciones de bodas de los monarcas y de sus natalicios; los nacimientos de príncipes24 y los solemnes funerales de los soberanos; las loas, comedias y autos sacramentales, en el cementerio de la Catedral y ante el Santísimo Sacramento; las funciones religiosas a los titulares de iglesias 22

Artemio de Valle-Arizpe: Historia de la ciudad de México según los relatos de sus cronistas. México, 5ª ed., Editorial Jus, 1977. 531 p. 23 José Francisco Coello Ugalde: “Funciones del pendón o memoria de la conquista. Celebración en la nueva España del día de San Hipólito”. (Véase anexo, bajo este mismo título). 24 José Francisco Coello Ugalde: “En búsqueda de lo que no está perdido. Relaciones taurinas novohispanas: de la sorpresa a los nuevos hallazgos”. (Véase anexo, bajo este mismo título).

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y conventos; las canonizaciones de santos; las corridas de toros;25 los festejos en que ágiles caballeros bien lucidos y entrajados, quebraban lanzas, corrían sortijas, jugaban estafermos, o tiraban bohordos;26 la entrada siempre suntuosas de los virreyes en la ciudad; los besamanos y saraos en el Real Palacio27 y en las casas de señores de calidad; la toma de grado de la Universidad y la de hábito y velo en los conventos. Todo esto que sacaba de su lenta y feliz monotonía a aquellas buenas gentes, dábales larga materia para tener sus pláticas como a diario se las daban muy amena (...) 28 Pero no es solo este fenómeno el que llama la atención en lo escrito por

A de V-A.

Allí

están también una serie de elementos de los llamados “decorativos”, por el solo hecho de que nos permite entender y conocer la forma en como iban vestidos los caballeros y otros personajes, dentro o fuera de la plaza. Aquí un ejemplo.

En el vestir fue también excesivo el fausto y nadie que pretendiera ser caballero usaba un traje de anascote, de velarte, de paño cabelludo o columbino que, con ser magníficos, se dejaban sólo para la gente de poco más o menos; los señores de alto rango crujían a toda hora goroganes y recamados tisúes y terciopelos y hasta los pajes y lacayos andaban envueltos en felpas, brocateles y lampazos de la China. Para detener la brillante ola de lujo que envolvía a la Nueva España, Felipe IV expidió los Capítulos de reformación, “nuestros súbditos y naturales, dice uno de ellos, se han desmedido y desordenado en sus ropas, trajes, guarniciones y jaeces, no midiendo sus gastos cada uno con su estado, ni con su manera de vivir, de lo cual ha resultado que muchos por cumplir en esto con sus apetitos y presunciones malbaratan sus rentas y otros venden o gastan sus bienes y patrimonios para comprar brocados, puños de oro tirado y bordados de oro y de plata para vestirse y aun para guarnecer sus caballos y mulas”.29 Uno de los documentos coloniales que mejor nos informan al respecto es el del padre José Mariano de Abarca, quien escribió una importante relación de fiestas intitulada El Sol en León...,30 acontecimiento iniciado el martes 14 de noviembre de 1747 en la plaza del Volador. José Francisco Coello Ugalde: “Origen del toreo a pie en México: ¿Puede remontarse al siglo XVI? “Síntomas originales del toreo mexicano hacia el siglo XVII”. “Siglo XVIII: La alquimia taurina con sus primeros y mas firmes resultados. (parte 1)”. “Siglo XVIII: La alquimia taurina con sus primeros y mas firmes resultados. (parte 2)”. (Véase anexo, bajo este mismo título). 26 José Francisco Coello Ugalde: “Primeros toreros novohispanos que a pie o a caballo enfrentaron legalidad y tradición”. 27 José Francisco Coello Ugalde: “Fiestas de corte: un motivo de celebración más en el virreinato. En su contexto, las fiestas de toros fueron sustento imprescindible”. (Véase anexo bajo este mismo título). 28 Valle-Arizpe: Historia de la ciudad de México... op. Cit., p. 16-17. 29 Op. cit., p. 14-15. 30 Biblioteca Nacional: R/1748/M4ABA: Abarca y Valda, José Mariano de: El Sol en León. Solemnes aplausos con quien el rey nuestro señor D. Fernando VI, Sol de las Españas, fue celebrado el día 22 de febrero del año de 1747 en que se proclamó su Magestad... por la Muy Noble y Muy Leal, Imperial Ciudad de 25

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La jura de Fernando VI. No me resisto a tomar datos a cual más interesante, como los dejados para la posteridad por

A de V-A que nos dan una idea más o menos precisa de la

grandiosidad de fiestas y sucesos con la reseña de alardes y juegos de toros en México. Dice

A de V-A en imaginada epístola escrita por Andrés de la Brisuela y Dávalos al señor

Bachiller Felipe Brisuela, escrita en México y agosto, día 15, de este año de 1748:

Allá va ello... mi prolija y difusa descripción, ayudada de un cuaderno, Sol en León, de mi confesor, el Padre don José Mariano de Abarca. Ojos faltaban a la admiración para aplaudir el bello espectáculo que ofreció a la vista, el martes 14 de noviembre del pasado año de 1747, la hidalguía de esta corte. Ese día se presentaron en la galante campaña de la plaza cuatro cuadrillas de caballeros, cada una con siete sujetos, incluyendo sus cabos o caudillos. De las cuatro cuadrillas y, por ser tan detallado el suceso por nuestro galante cronista, escogemos la tercera para conocer su contexto.

Apenas había acabado de entrar esta segunda cuadrilla, cuando siguiendo las huellas que imprimían en la limpia arena los castizos brutos, se presentó en la plaza la tercera, gobernada por el señor don José de Vivero y Peredo, Hurtado de Mendoza, conde del Valle de Orizaba, quien, valiéndose de su ilustre título para demostración de su amor y cuerpo de su empresa, pintó en el lienzo de la adarga aquel jayán de los montes a quien sirven de corona los astros y en las llanuras de su valle, al dios Cupido que, deponiendo el arco y la aljaba, dejaba de perseguir a los hombres y a las fieras para alternar el oficio de cazador con el de hortelano, entretejiendo de todas las flores que adornaba aquella fragante esfera, un breve ramillete que con letra consagraba a su soberanía. Luego, don Juan José Martínez de Soria presentó en la suya un sol tocando el punto vertical de la esfera desde donde divide los resplandores del día y un hermoso girasol que en su fragante copa de nácar atesoraba como propias las luces del astro. Decía la letra: Sólo se mueve esta flor Con el planeta mayor. Este mismo luminar estampó en la suya don Diego de Saldívar y Castilla, aunque no en la misma estación de su carrera, sino en la última, en que, encendido topacio, tramonta el

México... México, María de Ribera, 1748, 36, 306, 20 p. Cfr. Coello Ugalde, José Francisco: Relaciones taurinas en la Nueva España, provincias y extramuros. Las más curiosas e inéditas 1519-1835. México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Bibliográficas, 1988. 293 p. facs. (Separata del boletín, segunda época, 2).op. Cit., p. 123-168.

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carro de sus luces para proseguir en los antípodas el infatigable desvelo de su universal providencia. La letra decía: Si este sol da vida, activo, A dos orbes en que nace, Nunca yace, cuando yace. Un laurel y una palma (ambos timbres del valor y crédito de los trofeos), coronados de una verde oliva, mostró el señor don Miguel de Lugo y Terreros, como anuncio dichoso, a lo que parece, de que logrará su Majestad multiplicados triunfos y coronará sus glorias con una paz dilatada. Eso parece que significaba el mote Erit altera merces (Habrá otra recompensa. Como reina jurada de cuanta pluma puebla la vaga región del aire, dio en la suya don Juan del Valle, una águila con corona y cetro, extendidas las alas y sobre cada una de ellas un clarín, que por su boca gritaba a la América a quien, parece, representó: Sólo puede un ave real Dar gloria y nombre inmortal El señor don Justo Trebuesto y Dávalos, conde de Miravalle, pintó en la suya un valle matizado de diversas flores, bañadas con la luz de un hermoso sol. Su letra decía: Si este valle está lucido, Y se mira gastar flores, El sol le da los colores. Terminó esta tercera cuadrilla don Antonio Javier de Arriaga y Bocanegra, quien delineó en la adarga un brazo manteniendo un cetro, sobre cuya punta estribaba una cigüeña. El mote lo pidió a la erudición romana, trasladando a honor de nuestro Monarca aquel Pietas Augusta (Piedad Imperial), que Augusto Emperador grabó en una medalla, donde mandó imprimir una cigüeña por símbolo de su piedad. Estas fueron las lucidas empresas que dieron a la publicidad en sus adargas los caballeros, las que llevaron embarazadas todos los días que duraron sus festines, yendo también todos armados de lanzas con garboso descuido, tendidas sobre el muslo derecho y cuellos de los inquietos brutos, dejándolas luego que paseaban la plaza, para que sin su embarazo se ejecutasen las suertes prevenidas, con la destreza que se deseaba.31

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Artemio de Valle Arizpe: Juego de cartas. Por (...) Cronista de la ciudad de México. México, Editorial Patria, S.A., 1953. 222 p. (Tradiciones, leyendas y sucedidos del México Virreynal, VIII)., p. 145-163.

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Plaza Mayor, escenario casi perpetuo de grandes celebraciones, como aquella que nos recuerda Bernal Díaz, ocurrida en 1536, cuando por motivo de las pases de “Aguas muertas”, hubo grandes fiestas…

En virtud de ser la descripción uno de esos largos discursos de todo lo que sucedía, viene enseguida la detallada vestimenta del señor conde del Valle de Orizaba, “en el color azul de entrambos y la del señor marqués de Uluapa en el color de pusol de los mismos”. Hubo botillas guarnecidas con punta de plata y bandas cruzadas, desde el hombre derecho hasta el terciado; peluquines cortos a la romana; sombreros de tres dedos de falda con toquillas y pedrasas de ricos diamantes.

El aderezo de los caballos era diverso: la cuadrilla del señor Corregidor lo sacó de tela verde de plata, guarnecido con galones de plata de Milán; (...) Si bien todas las sillas eran iguales y cortadas al propósito, ni del todo bridas ni del todo vaqueras, con pretales guarnecidos de plata, cascabeles y florones también de plata de martillo y las mantillas o anqueras con sus higas y guarniciones de lo propio, las estriberas eran de lomo y las espuelas con rodajas grandes al uso de este reino, unas y otras plateadas a fuego, si no fueron las de los cuatro caudillos o guías, que eran de plata de martillo. Ya en la Plaza con sus padrinos, las cuadrillas se unieron en su centro, las cuatro con las necesarias evoluciones para incorporarse y llegar de frente todas a saludar a Su Excelencia el señor Virrey. Lo cual ejecutado, se fueron con grande orden separando de dos en dos, y dando círculo y medio a la Plaza, hicieron el paseo, quedando cada cuadrilla en la puerta fronteriza de aquella por donde entró; luego con otro medio círculo ejecutado al galope, se apoderaron de las cuadrillas de sus respectivas puertas. Desde ellas, en unos perfectos círculos, comenzaron un manejo o lucida escaramuza, en el que noblemente embargada la atención con la vista no acababa de admirar el primor y la destreza con que, mezclándose unas cuadrillas con tras, se unían en el centro de la Plaza y en sus ángulos se separaban, siempre variando de figura. Y habiendo hecho cada una de por sí, en el ángulo propio, su torno y reencuentro, lo repitieron en los tres de las demás, quedando todas en las puertas por donde hicieron la entrada. Como el manejo ejecutado duró mucho, cedieron a la fatiga los brutos, pero no los generosos bridones, y así, para proseguir sus lucimientos, tomaron las puertas con el fin de remudar los caballos. Y para que el alboroto no se interrumpiese, se promediaron los juegos

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con dos toros que se lidiaron, entrando a la parte de los regocijos no menos la razón, ajustando a su armonioso compás el métrico tropel de los caballos, que la brutalidad de las fieras, animando en cada amago de su coraje un peligro, y en cada bramido una muerte. Esto mismo se ejecutó los otros tres días de las carreras, y en el presente apenas había medido con su cuerpo el segundo toro la arena, forzado del violento impulso del rejón a exhalar por la boca de la herida, envuelto en humo y cólera, su bruto espíritu, cuando, despejada la Plaza y ardiendo la plata en los clarines, se hizo segunda llamada; y siguiendo el norte de sus acentos, las cuadrillas repitieron el circo, entrando cada cual por su respectiva puerta, y comenzando otro manejo, fueron con grande primor formando unos lazos. Cada cuadrilla los empezaba sobre su derecha, y torneando sobre su izquierda en el centro de la Plaza, iba a ocupar la esquina que dejaba libre la cuadrilla de mano derecha. Por eso, siendo cuatro las cuadrillas y otros tantos los lazos y tornos, vino a quedar en el último cada cuadrilla en el mismo puesto de donde había salido. Luego con gloriosa emulación de la coronada Villa de Madrid y de otras ciudades de Europa, se corrieron, como en sus plazas, alcancías, de dos en dos, expirando a la luz del primero día entre tantos brillos de nobleza y tantos resplandores de lealtad. Disputándole los lucimientos, amaneció el segundo. Cuando el sol con su decadencia da principio a la estación de la tarde, hecha al son de los clarines la llamada y concluido el paseo de los padrinos entraron por sus puertas las cuadrillas con otra distinta figura, e incorporándose con los padrinos en el centro de la plaza, la pasearon toda con mucho garbo y majestad, no siendo cosa inferior el denuedo y cortesanía con que saludaron a Su Excelencia y le pidieron facultad de proseguir estos festejos. Obtenida sin dificultad la licencia, se empezó un manejo que fue hacer cada cuadrilla un círculo en su esquina hasta los medios de sus ángulos. Sobre éste se formó otro de todas cuatro, que ocupaba toda la circunferencia de la plaza, siendo lucida corona de su recinto. Con esta figura dieron dos tornos al teatro; después se separaron, quedando puestas en dos alas y en esta forma hicieron una escaramuza de la una esquina a la otra contradictoria; de manera que, encontrándose en el centro de la plaza, se separaban para sobre el otro torno volverse a encontrar, y poderse atacar de frente sobre una y otra línea. Hechas cuatro escaramuzas en esta conformidad, volviendo a formar todas cuatro sobre un torno un círculo de todas, y separándose igualmente, quedó cada cual en su puerta. Después salieron a remudar los caballos, corriéndose en el entretanto dos toros. Poco tiempo duró esta diversión, porque, paladeados todos del primor y destreza de los caballeros, libraron en los toreadores el que se disminuyesen los plazos, cortando en breve con las vidas de los toros las demoras de los regocijos. Y así, apenas tomado las puertas cuando volvieron a entrar, haciendo inmediatamente otro manejo de tornos y parejas encontradas, de una a otra esquina. Luego se corrieron cañas y alcancías, y aunque tan generosos pechos, jamás fatigados en el servicio de su Monarca hubieran querido detenerse más en los obsequios de su nuevo Príncipe, se los estorbó la noche, que ya de pardas sombras iba a gran prisa cubriendo el horizonte, y así se

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retiraron, aliviando al dolor de fin de este día con la esperanza de la continuación del tercero. Este fue el martes veinte y uno del mismo mes... Se escucha la llamada de los clarineros, paseo de la plaza de los padrinos, y el pedimento de la venia al señor Virrey, las cuadrillas, desde el cuadro que correspondía a cada una formaron un airoso círculo acompañadas de los padrinos, que muraba todo el espacio de aquella galante campaña. Luego, separándose de ellos, todas en sus esquinas empezaron un lucido y vistoso torno mezclándose cada cuadrilla con su contraria y revolviéndose en los ángulos de la plaza y medios de los cuadros, entraban y salían unas con otras, bosquejando una pulida labor o rosa de ocho hojas, la cual perfecta, y todas las cuadrillas en su lugar correspondiente, repitieron desde él distintas escaramuzas de grande arte y lucimiento. Entretanto que después remudaban los caballos, hicieron paréntesis dos toros, el que brevemente cerró la segunda entrada de los caballeros quienes, para coronar su destreza, concluyeron la tarde corriendo sortijas en carrillos con listones. Las sortijas que se pusieron en dicho arco, fueron treinta y constaban de tres tiempos: el primero, la expresada sortija; el segundo, el ruido del carrillo; el tercero, tres varas de listón de varios colores que llevaban consigo las sortijas (...) Con esta diversión se dio fin a la tarde, quedando cada individuo de los que corrieron llenos de vítores y laureles, aunque con noble codicia de aumentar más coronas a sus sienes en el último día. Mucha había sido la gente que había concurrido a ver y admirar, en los precedentes días, tan bellos espectáculos, pero el día de hoy fue tan excesivo su número que se temió prudentemente quedase aquella ciudadela de troncos sepultada en sus mismas ruinas. Y no quedó fallida la esperanza que todos traían de que este día echarían el resto a los demás, pues, tocando todos los caballeros aquella línea del garbo y de la destreza, de donde ya no es posible que imprima adelante sus huellas humana planta, pusieron clave al primor y quedaron graduados de sin segundos en la bizarría. Las cuadrillas dieron a continuación sus escaramuzas y evoluciones que fueron cosa muy de ver “esta batalla, tanto más hermosa y divertida cuanto menos le concedía de horror y realidad la imitación...” Pues no quedando alguno, por inferior, vencido de los demás, salieron todos triunfantes y cada uno coronado de gloria como el mayor.32 Aquí concluye la relación de tan curiosa fiesta dada a la letra por José Mariano de Abarca y trasladada a nuestra época por el ingenio de

A de V-A,

no así de un dato más; el de un

soneto escrito por el Sr. Comisario D. Joseph Francisco de Cuevas, Aguirre y Espinosa, que a la letra dice: A LOS CABALLEROS MEXICANOS EN SU FUNCIÓN DE CARRERAS

32

Op. Cit.

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Coger a Phebo brillos y luceros No temen para Adornos, y vestidos, Por superior planeta defendidos De su enojo bizarros caballeros. A Phaetonte no dudan lisonjeros Enmendar los errores advertidos; Y de Apolo Caballos bien regidos Manejar sin peligro más ligeros. Ascender a la Esfera Soberana De el Hesperio FERNANDO, Sol que anhelan, Con atención no excusan cortesana. Y registrar sus rayos no recelan, Que de el águila Regia Mexicana Son Hijos, y no corren sino vuelan.33

Relativo a la exuberante descripción que José Mariano de Abarca hace de la vestimenta, ese solo aspecto merece un análisis aparte, que por su extensión, sería imposible agregar aquí.34 33

Biblioteca Nacional: R/1748/M4ABA: Abarca y Valda, José Mariano de: El Sol en León. Solemnes aplausos con quien el rey nuestro señor D. Fernando VI, Sol de las Españas, fue celebrado el día 22 de febrero del año de 1747 en que se proclamó su Magestad... por la Muy Noble y Muy Leal, Imperial Ciudad de México... México, María de Ribera, 1748, 36, 306, 20 p., p. (- 262 -) Cfr. Coello Ugalde: Relaciones taurinas..., op. Cit., p. 123-168. 34 En todo caso, indico a los lectores sobre mi trabajo –en proceso-, denominado Ilustrador Taurino, Aportaciones Histórico-Taurinas Nº 61 AHT 61IT (Ilustrador Taurino). Justificación: Reconstruir cómo se daba una puesta en escena del toreo en nuestro país, durante algunas épocas bien localizadas del siglo XIX -en lo particular-, ya es posible, gracias a que una serie de pintores y grabadores (los hay de reconocida firma o los agrupados en el anonimato), dejaron su propio testimonio acerca de la forma en que percibieron el espectáculo. Un argumento perfectamente interpretado que entendió esa forma de ser y de pensar, como extensión imaginaria de “Los mexicanos pintados por sí mismos”, obra de Hesiquio Iriarte. Los ejemplos son ricos en cantidades y calidades, por lo que me parece indispensable primero, hacer un recuento de los artistas y luego, a partir de sus trabajos realizar la deseada aproximación para entender la manera en que se toreaba durante diversas épocas del siglo decimonónico. Mucho ayudarán algunas crónicas localizadas, así como otras tantas TAUROMAQUIAS publicadas en nuestro país, recordando que fue la de Francisco Montes la primera que apareció editada e ilustrada por el célebre autor Luis G. Inclán, en 1864. Manuel Manilla y José Guadalupe Posada, cada cual en su estilo, independientemente de su gran producción, sintetizaron la tauromaquia en sendos juegos para niños. Ambas manifestaciones podremos admirarlas en el catálogo formado para esta publicación. Por ahora, la fotografía no tiene cabida en el presente recuento. Los pocos daguerrotipos, ambrotipos, tarjetas de visita y hasta ilustraciones estereoscópicas que han sido redescubiertas salen de este contexto, dado que rompen con el encanto de la pintura y el grabado, pero en cierta media fueron modelo para que otros tantos artistas mayores o menores se sirvieran de ellas, para enriquecer con su trabajo las publicaciones periódicas o para dar realce a algún volante de los muchos repartidos en las plazas, donde además se publicaban versos o corridos alusivos a alguna ocasión digna de memoria. Sabemos que la fotografía “enfocó” a la fiesta de los toros en nuestro país desde 1864. Luego, en 1885 aproximadamente podemos mencionar tres arcaicas imágenes que nos dan una vaga idea de un probable fotoreportaje, concepto que ya se va a dar en mejor medida hacia fines de 1897 cuando se han podido reunir hasta 6 fotografías que dan testimonio de una actuación de Ponciano Díaz en la plaza de Tenango del Valle, acompañado de la torera española Juana Fernández “La Guerrita”. Luego, el 26 de diciembre de ese mismo año se genera el que puede considerarse “primer gran foto-reportaje” en donde se dejó evidencia de una actuación de Luis Mazzantini y Nicanor Villa “Villita” con reses de Tepeyahualco en la plaza de Bucareli, que consta de más de 30 vistas. Ambos trabajos fueron logrados por Charles B. Waite y Winfield Scott, inquietos reporteros gráficos que además se encargaron de retratar otros tantos pasajes de la vida cotidiana de nuestro

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[PASAJE Nº 2]: CONQUISTADOR ANÓNIMO.

Uno más de los datos proporcionados por

A de V-A,

en La gran cibdad de México

Tenustitlán..., es el que recoge del CONQUISTADOR ANÓNIMO, así llamado por el abate Francisco Xavier Clavijero “por no haber logrado descubrir su verdadero nombre por más exquisitas diligencias que llevó a cabo, y desde entonces acá así se le conoce”, aunque se cree que se trata de Francisco de Terrazas, mayordomo mayor de Hernán Cortés. Así, sobre la Relación de Algunas Cosas de la Nueva España y de la Gran Ciudad de México, se refiere, cuando habla “De las habitaciones”, en los siguientes términos:

Y era tanta su extensión (hablando de una casa del señor principal [en la cual] sin más fin que el verla, y siempre andaba yo tanto que me cansaba, de modo que nunca llegué a verla toda), que en el piso de arriba había un terrado donde treinta hombres a caballo35 pudieran correr cañas como en una plaza.36 país, cuyo encanto terminó “atrapándolos”. Todavía en los primeros años de la Revolución y concluida esta, los grabados de Manilla y Posada se dispersaron por diferentes imprentas, mismas que usaron aquellas planchas para ilustrar el cartel encargado previamente. Pero fundamentalmente dejaron testimonio que afortunadamente fue rescatado y hoy rescatamos en esa indispensable labor ajena del olvido. La captura de imágenes va a ser posible, gracias a uno de mis trabajos: la Aportación Histórico Taurina Nº 24: “Registro Fotográfico”, cuyo levantamiento continua (hasta el momento de elaborar esta “introducción” llevo un registro cercano a las 2000 imágenes). Esa AHT es sustento invaluable pues da vida a los diversos apuntes, artículos, ensayos, series y libros que, por otra parte he elaborado, manteniéndose buena cantidad de ellos inéditos (o lo que es lo mismo, en un rincón). Mientras los toreros cambian la seda por el percal, prevengo varias situaciones importantes. Para reconstruir esta “Magnífica corrida de toros”, me tomaré la libertad de utilizar todas las imágenes disponibles junto a extractos de reseñas, novelas, poesía y otros pasajes literarios que aludan o se aproximen a su vez con cada una de las estampas seleccionadas. Asimismo, y lejos de no concentrarme en una etapa específica -para no alejarme del gran escenario-, otra de esas libertades en que quiero cobijarme, es el hecho de transitar sin obstáculo alguno en todo ese siglo 19 maravilloso, para entender de manera completa la manifestación de un espectáculo que fue y ahora es alucinante. NOTA BENE Esta obra, luego de varias reflexiones, se extiende también a los siglos XVI, XVII y XVIII debido a que se tienen suficientes elementos para vestirlas y enriquecerlas. Sustentarlas en una palabra. De ese modo, el “Ilustrador taurino” se ampliará a cuatro siglos fundamentales del toreo mexicano. Ignorar el siglo XX no es deliberado. En todo caso, dada su cercanía temporal, pero sobre todo a que existen toda una gama de condiciones para entenderlo plenamente, me lleva tomar esa decisión y ocuparme en esencia a los anteriores, como obligada necesidad de encontrar su explicación a través de dos importantes circunstancias: la iconografía y todo ese discurso que nos lleve a entender cómo se practicaban las suertes. Cómo se vestían aquellos personajes y cual era el tipo de tauromaquia desplegada en tiempos que parecen –en un principio-, bastante oscuros y difusos. Veremos en qué medida puede darse una franca respuesta a este compromiso. 35 Ahora Bien, suponiendo que cada caballo necesitara no menos de trescientos metros cuadrados para moverse o correr con relativo desahogo, resultaría que el espacio que necesitarían treinta caballos sería de diez

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Terrazas, como mayordomo mayor de Cortés, contaba con una idea cabal de las dimensiones que significaba comparar aquellos espaciosos aposentos particulares y luego trasvasarlos al que una plaza mayor, o plaza destinada a correr toros, jugar cañas, sortijas, bohordos, estafermos o alcancías requería para tales demostraciones.

Antigua representación de un juego de cañas.

[PASAJE Nº 3]: CIUDAD COLONIAL.

En la parte relativa a LA CIUDAD COLONIAL,

A de V-A

se ocupa de Juan Suárez de

Peralta, dando de dicho autor la siguiente apreciación:

Suárez de Peralta declara ser “vecino y natural de la ciudad de México” y que “no tenía sino un poco de gramática, aunque mucha afición de leer historias y tratar con personas doctas. Por lo que él cuenta se saca en claro que nació después de 1535, pero antes de 1540 (...) Antes del año de 1878 en que fue impresa en Madrid “Noticias Históricas de la Nueva España”, sólo era conocido Suárez de Peralta por su hoy rarísimo “Tractado de la Caballería de la Gineta y de la Brida”, y por el “Libro de Alveitería” que aún está inédito. Muestra siempre su pericia y conocimiento en todo cuanto se relaciona a la caballería y no omite en ninguna de sus obras detalle o circunstancia importante, ni aun olvida los nombres de los jinetes que más se distinguieron por su gentileza y maestría en el manejo de los corceles. Era gran sabedor de las cosas.37 mil metros cuadrados, que sería un lugar de cien metros por lado, si fuera enteramente cuadrado. Así lo apunta el propio Artemio de Valle-Arizpe, en las notas que escribe cuando incluye en la obra revisada, Historia de la ciudad de México... el apunte relativo a El Palacio de Axayácatl o Casas Viejas de Moctezuma, (véase p. 222). 36 Valle-Arizpe: Historia de la ciudad de México... op. Cit., p. 78. 37 Ibidem., p. 124.

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Como recordamos, la obra del autor saltillense fue publicada en primera edición el año de 1918 y la segunda en 1924. Fue en 1950, que José Álvarez del Villar, logró reeditar la de Suárez de Peralta,38 gracias a la generosidad de Luis Álvarez y Álvarez, hermano del padre de Álvarez del Villar, poseedor de un ejemplar del citado libro, probablemente el único que se encontraba en México, por lo menos a mitad del siglo pasado.39 Es Diego de Córdova quien justifica en 1579 dicha obra como sigue: Siéndome ordenado por los Señores del Consejo Real de su Majestad y cometido la examinación de este libro, escrito por Don Juan Suárez de Peralta, vecino y natural de la ciudad de México en las Indias. Intitulado Tratado de la Caballería de la Jineta y de la Brida. Habiéndole visto, hallo que todo lo que en él se contiene es bueno y de provecho para los que holgaren y quieran ejercitarse en la dicha caballería y que por el provecho que cada uno, de él podrá sacar, se debe imprimir. Y por parecerme esto así, lo firmé de mi nombre. En Madrid, día de San Felipe y Santiago, primero de mayo de 1579 años.40

Casualmente, es el propio Juan Suárez del que se ocupa Valle-Arizpe, páginas más adelante, precisamente al detectar en dicha obra asuntos del tema que nos congrega. Uno de los primeros españoles admirados del fabuloso portento que es en sí mismo el bosque de Chapultepec, fue Juan Suárez de Peralta, quien en el capítulo XII de su libro Tratado del descubrimiento de las Indias o Noticias históricas de la Nueva España, 41 donde describe el bosque de Chapultepec, así: Chapultepec, que es un bosque que está de México media legüechela, que entiendo, si en España su Majestad le tuviera, fuera de mucho regalo y contento, porque es un cerro muy gragoso, de mucha piedra y muy alto, redondo que parece que se hizo a mano, con mucho monte, y en medio de un llano, que fuera del cerro no hallarán una piedra ni árbol. Tiene dos fuentes lindísimas de agua, y están hechas sus albercas y hay en él mucha caza de venados, liebres, conejos y volatería la quisieren. Verdad es que a mano suelen echar muchos venados los virreyes, que tienen gran cuenta con él, y tienen su alcaide, que no es mala plaza. Es muy de ver; encima del cerro, en la punta de él, estaba un cu donde Moctezuma subía y los señores de México, a sacrificar, ahora está una iglesia, que en ella se suele decir misa.42

Nos cuenta Suárez de Peralta que don Luis de Velasco, segundo virrey de la Nueva 38

Juan Suárez de Peralta: Tractado de la Cavallería jineta y de la brida: en el qual se contiene muchos primores, así en las señales de los cavallos, como en las condiciones: colores y talles: y como se ha de hazer un hombre de á caballo (...) En Sevilla, año de 1580. México, La Afición, 1950. 149 p. Ils. 39 Op. cit., p. 5. Dice José Álvarez del Villar que, como tratado de equitación, nos revela los métodos y procedimientos que usaron los jinetes mexicanos a fines del siglo XVI, cuando aquellos hombres de a caballo alcanzaron fama de ser los mejores del mundo, y si las técnicas han de justificarse por sus resultados, ningún elogio mejor puédese hacer de ellas. 40 Ibidem., p. 10. 41 Juan Suárez de Peralta: Tratado del descubrimiento de las Indias (Noticias históricas de Nueva España). Compuesto en 1580 por don (...) vecino y natural de México. Nota preliminar de Federico Gómez de Orozco. México, Secretaría de Educación Pública, 1949. 246 p., facs. (Testimonios mexicanos. Historiadores, 3). 42 Op. cit., p. 54.

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España, entre otras cosas se aficionó a la caza de volatería. Pero también, don Luis era “muy lindo hombre de a caballo”, jugaba a las cañas, con que honraba la ciudad, que yo conocí caballeros andar, cuando sabían que el virrey había de jugar las cañas, echando mil terceros para que los metiesen en el regocijo; y el que entraba, le parecía tener un hábito en los pechos según quedaba honrado (...) Hacían de estas fiestas de ochenta de a caballo, ya digo, de lo mejor de la tierra, diez en cada cuadrilla. Jaeces y bozales de plata no hay en el mundo como allí hay otro día.43

Estos entretenimientos caballerescos de la primera etapa del toreo en México, ocurridos hacia 1555 representan una viva expresión que pronto se aclimató entre los naturales de nuestras tierras quienes fueron dándole un sentido más americano al quehacer taurino que iba permeando en el gusto que fue no sólo privativo de los señores de rancio abolengo. El torneo y la fiesta caballeresca primero se los apropiaron conquistadores y después de esos señores de “rancio abolengo”. Personajes de otra escala social, españoles nacidos en América, mestizos, criollos o indios, estaban limitados a participar en la fiesta taurina novohispana; aunque también deseaban intervenir. Esas primeras manifestaciones estuvieron abanderadas por la rebeldía. Dicha experiencia tomaría forma durante buena parte del siglo XVI, pero alcanzaría su dimensión profesional durante el XVIII. El padre Motolinía señala que “ya muchos indios usaran caballos y sugiere al rey que no se les diese licencia para tener animales de silla sino a los principales señores, porque si se hacen los indios a los caballos, muchos se van haciendo jinetes, y querranse igualar por tiempo a los españoles”.44

Este biombo (detalle), fruto de manos anónimas, representa las fiestas con que se celebró la recepción del virrey don Francisco Fernández de la Cueva Enríquez, Duque de Alburquerque en 1702 en el fantástico bosque de Chapultepec. Tríptico anónimo que representa diversas vistas del recibimiento que hizo la ciudad de México a su virrey don Francisco Fernández de la Cueva, duque de Alburquerque, en el Alcázar de Chapultepec, en 1702. Perteneció a los duques de Castro-Terreño. Fuente: Banco Nacional de México. Colección de arte. 43 44

Ibidem., p. 100. José Álvarez del Villar: Orígenes del charro mexicano. México, Librería A. Pola, 1968. 173 p., p. 18.

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Lo anterior no fue impedimento para que naturales y criollos saciaran su curiosidad. Así, enfrentaron la hostilidad básicamente en las ciudades, pero en el campo aprendieron a esquivar embestidas de todo tipo, obteniendo con tal experiencia, la posibilidad de una preparación que se depuró al cabo de los años. Esto debe haber ocurrido gracias a que comenzó a darse un inusual crecimiento del ganado vacuno en gran parte de nuestro territorio, el cual necesitaba del control no sólo del propietario, sino de sus empleados, entre los cuales había gente de a pie y de a caballo. Ejemplo evidente de estas representaciones, son los relieves de la fuente de Acámbaro (Guanajuato), que nos presentan tres pasajes. Uno de ellos muestra el empeño de a pie,45 común en aquella época, esta forma típica, consistía en un enfrentamiento donde el caballero se apeaba de su caballo para, en el momento más adecuado, descargar su espada en el cuerpo del toro ayudándose de su capa, misma que arrojaba al toro con objeto de “engañarlo”. Dicha suerte se tornaba distinta a la que frecuentaba la plebe que echaba mano de puñales. Sin embargo, esto ya es señal de que el toreo de a pie comenzaría a tomar fuerza. Otra escena de la fuente de Acámbaro nos presenta el uso de la "desjarretadera", instrumento de corte dirigido a los tendones de los toros. En el “desjarrete” se lucían principalmente los toreros cimarrones, que habían aprendido tal ejercicio de los conquistadores españoles. Otra escena nos representa el momento en que un infortunado diestro es auxiliado por otro quien lleva una capa, dispuesto a hacer el "quite".46 En la continuación de la reseña de Suárez de Peralta se encuentra este pasaje: Toros no se encerraban (en Chapultepec) menos de setenta y ochenta toros, que los traían de los chichimecas, escogidos, bravísimos que lo son a causa de que debe haber toro que tiene veinte años y no ha visto hombre, que son de los cimarrones, pues costaban mucho estos toros y tenían cuidado de los volver a sus querencias, de donde los traían, si no eran muertos aquel día u otros; en el campo no había más, pues la carne a los perros. Hoy día se hace así, creo yo, porque es tanto el ganado que hay, que no se mira en pagarlo; y yo he visto, los días de fiesta, como son domingos y de guardar, tener muchos oficiales, alanos, que los hay en cantidad, por su pasatiempo salir a los ejidos a perrear toros, y no saber 45

Empeño de a pie. Obligación que, según el antiguo arte de rejonear, tenía el caballero rejoneador de echar pie a tierra y estoquear al toro frente a frente, siempre que perdía alguna prenda o que la fiera maltrataba al chulo. 46 Quite. Suerte que ejecuta un torero, generalmente con el capote, para librar a otro del peligro en que se halla por la acometida del toro. Se conoce como suerte e impropiamente tercio de quites a la suerte que los diestros realizan por turno con el capote entre puyazo y puyazo.

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cuyos son ni procurarlo, sino el primero que ven a aquél le echan los perros hasta hacerle pedazos, y así le dejan sin pagarle ni aún saber cuyo es, ni se lo piden; y esto es muy ordinario en la ciudad de México y aún en toda la tierra.

Y es que don Luis de Velasco, contaba con la más principal casa que señor la tuvo, y gastó mucho en honrar la tierra. Tenía de costumbre, todos los sábados ir al campo, a Chapultepec, y allí tenía de ordinario media docena de toros bravísimos; hizo donde se corriesen (un toril muy lindo); íbase allí acompañado de todos los principales de la ciudad, que irían con él cien hombres de a caballo, y a todos y a criados daba de comer, y el plato que hacían aquel día, era banquete; y esto hasta que murió.47

Complementa la cita A de V-A haciendo eco de lo anotado por Suárez de Peralta:

Vivían todos contentos con él, que no se trataba de otra cosa sino de regocijos y fiestas, y las que lo eran de guardar, salía él en su caballo a la jineta, a la carrera, y allí la corrían los caballeros; y era de manera, que el caballo que la corría delante de él aquellos días, sólo, y la pasaba, claro, era de precio; y así todos no trataban de otra cosa sino de criar sus caballos y regalarlos para el domingo, que el Virrey le viese correr, y tener sus aderezos muy limpios. El los veía pasar su carrera; y eran tantos, que con ir temprano faltaba tiempo; y era la prisa de ir a la carrera, que llegaban cinco o seis al puesto, uno tras de otro; y pretales de cascabeles todos los llevaban de su casa, los mozos por la prisa: en verdad que creo, de ordinario los que la corrían paseada eran más de cincuenta. Tanta era la gente que iba, que no dejaban correr los caballos, ni aun pasar, si no era atropellándola; ni bastaban alguaciles, que iban con el Virrey, a apartarla. De allí se iba el Virrey a su casa, llenas las calles de hombres de a caballo, y él, en las que le parecía, llamaba a su caballerizo y corría con él un par de parejas; y esto hacía por no engendrar envidia en los caballeros, si era su compañero uno y otro no; y usaba de este término para no agraviar a nadie. Con esto los tenía a todos muy contentos y no pensaban en más de sus caballos y halcones, y en cómo dar gusto al Virrey y ellos en honrar su ciudad con estas fiestas y regocijos.48 Al referirse Juan Suárez de Peralta a los “toros de los chichimecas”, nos está dando elementos para comprobar que en aquel tiempo era común traerlos desde aquellas regiones que hoy ocupan los estados de Coahuila y hasta el norte de Guanajuato. Dicho ganado no es sino el bisonte, búfalo ó cíbolo, como se le conoce al mamífero, animal cuadrúpedo, del orden de los rumiantes, llamado en Europa toro de México o mexicano, por parecerse a un toro ordinario, con la diferencia de que sus astas están echadas hacia atrás, y el pelo largo y parecido a la lana de un perro de aguas ordinario: es montaraz, poco domesticable, y andan

47 48

Suárez de Peralta: Tratado del descubrimiento..., op. cit. Valle-Arizpe: Historia de la ciudad de México... op. Cit., p. 154.

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en manadas en las espesuras de los bosques, especialmente en la provincia de Texas. 49 Este tipo de ganado se “lidió” en la segunda semana de fiestas organizada en 1734 para celebrar la recepción del arzobispo-virrey Juan Antonio de Vizarrón y Eguiarreta, ocurrido en el mes de junio de aquel año. El dato que nos habla sobre aquella presencia se encuentra registrado en la “cuenta de gastos” que da fe de todo lo invertido en las mencionadas celebraciones.50 En la foja 59 aparece el siguiente dato: “Ytt. por siete pessos que se pagaron a los Baqueros que hizieron el encierro de los Sibolos, que se traxeron del R.l Alcázar de Chapultepeque, para lidiarse en la plaza, el último día de la Segunda Semana de la lidia de Toros”.

[PASAJE Nº 4]: LEONEL WAFFER.

Uno más de los cronistas que aparecen en Historia de la ciudad de México..., es un desconocido autor inglés, LEONEL WAFFER.

Este señor salió de Inglaterra en 1677 para la isla de Java, la rodeó toda y no dejó en ella paso por andar. Un año más tarde, vino a dar lleno de asombro a la Nueva España.51 Al ocuparse de la detenida descripción de la ciudad de México en 1678, apuntaba sobre la Plaza Mayor, que Es de tan vasta extensión, que en los días destinados para las corridas de toros y para los juegos de cañas, apenas ocupa la gente la tercera parte de ella.52

Salvador García Bolio: “Plaza de Toros que se formó en la del Volador de esta Nobilísima Ciudad: 1734. [Cuenta de gastos para el repartimiento de los cuartones de la plaza de toros, en celebridad del ascenso al virreynato de esta Nueva España del el Exmo. Sor. Don Juan Antonio de Vizarrón y Eguiarreta]”. México, Bibliófilos Taurinos de México, 1986. XX + 67 p. Ils., facs., p. XIV: “Dies y Ocho pesos que tubo de Costo el armar Vn toril, para las Cibolas, que Se trajeron a lidiar…”, “...Síbolos, que se traxeron del R.l Alcazar de Chapultepeque, para lidiarse en la plaza, el último día dela Segunda Semana de la lidia de Toros (justo el jueves 10 de junio). 50 Archivo Histórico del Distrito Federal (AHDF). Ramo: Diversiones Públicas, Leg. 855, exp. 6: “Repartimiento de los quartones de la plaza de toros.-Formada en la deel Bolador de esta ciudad, en zelebridad deel asçenco al Virreynato de estta Nueva España de el Exmo. Sor. Dr. Don Juan Antonio de Vizarrón y Eguiarreta, Digníssimo Arcp. de México. Y la Qventa General de Todos los Gastos Erogados, el Tiempo de estas Fiestas. Siendo Comissarios de ellas, Dn. Juan de Baeza, y Bueno, y Dn. Phelipe Cayetano de Medina, y Saravia, Regidores de esta Novilís.ma Ciudad de México”. Año de 1734. 51 Valle-Arizpe: Historia de la ciudad de México..., ibidem., p. 365. 49

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Por esos años, el oficio de “diarista” recayó en la persona de Antonio de Robles, quien con su Diario de sucesos notables,53 que siguió el modelo establecido por Gregorio Martín de Guijo,54 dejó minuciosa constancia de los acontecimientos más sobresalientes durante el período que va de 1665 a 1703. En tales recuentos se puede apreciar una suma de circunstancias con las que nos ponen al tanto de un complicado espectro –particular en este caso-, que denominaría como “catálogo de conmemoraciones”, en el que se van a reunir un buen número de pretextos donde era posible la concentración pública para diversos motivos.55

Plaza Mayor ordenada por Cajigal de la Vega (detalle). Col. Patrimonio Cultural Banamex. Pilar González Aizpuru: Historia de la vida cotidiana en México. México, Fondo de Cultura Económica, Colegio de México, 2005. 6 Vols. (Vol. III: El siglo XVIII: entre tradición y cambio, lámina 12, entre páginas 272-3.

[PASAJE Nº 5]: ANÓNIMO.56

52

Ibid., p. 367. A propósito, el propio Artemio de Valle-Arizpe menciona. Infra., p. 343: Las fiestas religiosas, solemnes y continuas, daban ocasión para ostentar el lujo y la riqueza, al par que profanas diversiones, galanteos y riñas. La canonización de un santo, la dedicación de un templo, la concesión de un privilegio a una comunidad religiosa o el nombramiento de un obispo, festejábanse con lides de toros, mascaradas y comedias a las que concurría no sólo el virrey, sino también el arzobispo y las principales dignidades del clero secular y regular. Los Diarios de sucesos –entre los que se encuentran particularmente los de Antonio de Robles- están llenos de descripciones de estas fiestas. 53 Antonio de Robles: DIARIO DE SUCESOS NOTABLES (1665-1703). Edición y prólogo de Antonio Castro Leal. México, Editorial Porrúa, S.A., 1946. 3 V. (Colección de escritores mexicanos, 30-32). 54 Gregorio Martín de Guijo: DIARIO. 1648-1664. Edición y prólogo de Manuel Romero de Terreros. México, Editorial Porrúa, S.A., 1953. 2 V. (Colección de escritores mexicanos, 64-65). 55 El sentido de entretenimiento o diversión, adquirió imagen especial durante el virreinato, pues fue en ese período donde se manifestó la consolidación no solo de la fiesta oficial. También de la de carácter religioso, e incluso civil. Lo pagano y lo profano al servicio de dos poderes fundamentales: la corona y la iglesia. A estas figuras, se agrega, entre otros motivos, los que generaba directamente la universidad e incluso otro tipo de razones, que apelaban directamente al cumplimiento estricto –planteado en este caso-, por la inquisición. 56 Valle-Arizpe: Historia de la ciudad de México..., p. 393-409.

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En dicha sección,

A de V-A, recoge un par de relaciones de fiestas que significaron, entre

otras, quizá, las de mayor magnificencia de las celebradas en todo el tiempo que duró el virreinato. Se trata de la canonización de San Juan de la Cruz, en 1729. Uno es el escrito por José Francisco Ozaeta y Oro, Joaquín Ignacio Ximénez de Bonilla y José Francisco de Aguirre y Espinos, “colegiales eméritos del Colegio Mayor de Santa María de Todos Santos de esta Corte”: El segundo quinze de enero de la corte mexicana; solemnes fiestas, que a la canonización del mystico doctor San Juan de la Cruz celebró la provincia de San Alberto de Carmelitas Descalzos de esta Nueva España... Lo dan a luz... México, José Bernardo de Hogal, 1730 (21)-144 p. Ils.57 En cuanto al segundo documento, este lleva el largo título: El Carmelo regocijado y con él la Corte Imperial de México y otras ciudades del Reyno, con fiestas de Canonización sin segundas del Santo más aplaudido de Dios, y celebrado de los hombres, por más amante de la Nada, y más negado del Mundo, San Juan de la Cruz Carmelita descalzo, Coadjutor y compañero de su Madre Santa Teresa de Jesús en la Reformación del antiguo y Religioso Carmelo y Doctor Místico de la Católica Iglesia. Descríbelas como testigo de vista, modo histórico y con visos de Panegírico y Poético, por mandado de sus Prelados y en nombre de su muy Religioso convento de Carmelitas Descalzos de San Sebastián de México, uno y el menor de los hijos del nuevo Santo Canonizado Natural y Profeso de en Andalucía, este año de 1729, en que se comenzaron a celebrar en México el día 6 de Enero y prosiguieron los siguientes. 58 Tocó un 15 de enero celebrar la deseada canonización de San Juan de la Cruz, el medio fraile, como por gracejo lo llamaba Santa Teresa porque su estatura se alzaba muy poco del suelo.

Estas lindas fiestas que hicieron los padres carmelitas alborozaron a toda la ciudad que salió con ellas de su apacible monotonía. La gente se bañaba de mil regocijos, no cabía en sí, de contento. La constante alegría de los repiques se injertaba en el continuo estallar de los cohetes y los variados fuegos artificiales de muchas luces, que se quemaban sin interrupción. Hubo largos festejos religiosos y profanos y hasta literarios con un certamen poético y dos comedias que subieron a unos teatrillos “ricamente vestidos y compuestos” en la plazuela 57 58

Coello Ugalde: Relaciones taurinas en la Nueva España..., op. cit., p. 102-118. Valle-Arizpe: Historia de la ciudad de México..., op. cit., p. 396-397.

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del Carmen, sin que faltaran tampoco, durante quince días, bulliciosas corridas de toros y otros regocijos, con sus carreras, según costumbre, de conejos y liebres con perros galgos, podencos y de otras razas, peleas de gallos, y como final el “monte parnaso” o barcanal, colmado tanto de buenas cosas de regalo como de exquisitas de comer y vestir y que pasaban a ser de la propiedad del arriesgado y ágil que se trepaba a cogerlas subiéndose por aquella eminencia intrincada y resbalosa. También hubo vistosas luchas de moros y cristianos que salieron del vientre del formidable caballo de Troya en que se introdujeron en la plaza, guerrearon con la valiente morisca y la desposeyeron del castillo que tenía ocupado. El coso se armó por San Sebastián muy capaz para poder dar cabida así a una enorme multitud y se le adornó con gran vistosidad, con infinitos gallardetes, cortinas, grímpolas, alfombras, espejos, tapices, cornucopias, farolillos, multicolores cadenetas, para que llevase que alabar el gentío forastero que en la ocasión concurría a la corte de todo el reino. Mientras se andaba en la divertida lidia de los toros bravos o en la gallarda pelea de los moros y cristianos, por gradas, andamios, aposentos, corredores y ventanales corrían sin parar, a todo pedir de boca, los dulces, aguas frías, nieves, colaciones, confites y repostería. A todo el mundo se agasajó con amplia esplendidez, desde el excelentísimo virrey, señores de la Real Audiencia, Tribunales, Regimiento, nobleza y religiones, hasta el lépero gritón y bullicioso que estaba encaramado en el andamio más alto. Mucho fue de estas funciones lo que llevaron que contar los forasteros a sus tierras y casas.59 ¿Por qué a dicha relación de fiestas se le puso tan curioso título? Es el mismo A de V-A quien nos aclara el asunto, como sigue:

Fueron de tan vistosa magnificencia las festividades carmilitanas que los señores don Joaquín Jiménez de Bonilla, don José Francisco de Aguirre y Espinosa, colegiales eméritos del Colegio Mayor de Santa María de Todos Santos, sacaron de estampa un grueso volumen en cuarto describiéndolas muy al por menor, el cual rotularon “El Segundo Quinze de Enero en la Corte Mexicana” y lo imprimió José Bernardo de Hogal en su oficina, sita en la calle de la Monterilla. Con tan extraño título se pretendía como que se olvidara el terrible tumulto que acaeció en esa misma fecha (en 1624), o bien hacer un claro contraste entre esa algarada con sangre, incendios y robos a granel y este otro suceso tan plausible, lleno de grata alegría y de agradable magnificencia que contentó a todos.60 Al acudir a semejante documento –en tanto relación de fiestas-, nuestro autor queda fascinado al encontrar pormenorizada descripción de los principales acontecimientos que se desarrollaron en otros tantos quince días, que parecen no haber tenido ni día ni noche por lo intenso de cada uno de los eventos que allí se efectuaron. No bastó la sola fiesta religiosa de 59 60

Ibidem., p. 393-394. Ibid., p. 395.

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canonización, cuyo significado por sí solo representó, junto a las fiestas que, bajo el mismo motivo ocurrieron en otras tantas épocas, como 1668, con la dedicación de la Catedral. También alcanzó semejantes dimensiones otro conjunto notable de beatificaciones 61 entre otras. Destaca en El Segundo Quinze de Enero... el vigor con que la población virreinal y sus principales autoridades no desaprovecharon la ocasión para organizar todo un programa de funciones que dieron lustre a tan notable santo, donde no faltaron los arcos triunfales de singular ornato, procesiones, solemnes misas, sermones que se predicaron, junto a los

repetidos y suculentos refrescos y las grandes comidas que hubo con mucha variedad de platos y vinos. De los certámenes académicos, las composiciones en verso De las vistosas danzas que se hicieron, de las lindas comedias que se representaron y de los toros que se corrieron en un amplísimo coso lleno de apretado gentío, de los complicados árboles de cohetería elaborados por sus mejores polvoristas que llenaron la noche con sus luces multicolores.62 Respecto a las corridas de toros que se celebraron, apuntan los propios cronistas: No parece que estuviera cumplida esta solemnísima Fiesta, ni bastantemente regocijada, si no hubiera habido el mayor regocijo de los Españoles, que son los Toros; para lo cual se pidió licencia especial a su Excelencia, que la concedió liberal por cuatro días mandado en su decreto, que el sitio, y toda la disposición corriese de cuenta del Corregidor de la Ciudad; eligióse para esta función la plaza de la Parroquia de Indios de San Sebastián, que está distante del Convento de los Carmelitas como tres cuadras, para que así no quedase, ni la presunción, de que tan Religiosos Padres pudiesen verlos, ni aun desde las azoteas, ni campanario de su Convento. En el sitio ya referido, que es del suelo muy parejo se fabricó una garbosa plaza ochavada con toda perfección, y medida; y habiéndole puesto por zoclo, o basa una tablazón de dos varas de alto, allí se empezaron a formar los tablados sobre fuertes vigas muy bien empalmadas, y aseguradas, subiendo tres ordenes de lumbreras todas parejas muy iguales, y hermosas, teniendo arriba su tendido de gradas, que coronaba toda la plaza, la que se pintó por igual de muy vistosa pintura, aunque al temple como se estila, quedando toda hecha un vergel en sus flores, y con los adornos de sedas con que cada uno engalana a porfía su lumbrera, procurando siempre que sea de lo más exquisito, era un hermoso teatro muy agradable a la vista. El tablado que sirvió para el Excelentísimo Señor Virrey, toda la Real Audiencia, Tribunales, y Ciudad formaba un airoso salón adornado con toda grandeza, y decencia. Procuró el Corregidor, que el ganado fuese del más belicoso, de un paraje o Vaquería, que llaman la Goleta, que es como si dijéramos en España Toros de Jarama. Señaló también con toda providencia los Toreadores más diestros de a pie, y de a caballo, a quienes se les dio su estipendio, para ayuda de costa de la gala, y decencia de sus personas; y su Excelencia anduvo liberalísimo en darles los Toros que mataban a fuerza de su destreza. El concurso de esta plaza fue de lo más numeroso, que se ha visto en semejantes funciones; porque los tablajeros publicaron diversas invenciones para todas las tardes, 61

Aquí un ejemplo: Antonio de Morales Pastrana. Solemne, plausible, festiva pompa... a la beatificación de... Rosa de Santa María... México: F. Rodríguez Lupercio, 1671. En José Pascual Buxó: Impresos novohispanos en las bibliotecas públicas de los Estados Unidos de América (1543-1800). México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Bibliográficas, 1994. 285 p. Ils., facs. (Serie Guías). Para mayor información, acudir a la sección ANEXOS de este mismo trabajo. 62 Valle-Arizpe: Historia de la ciudad de México..., op. cit., p. 396.

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como correr Liebres, encohetar los Toros, y otros graciosos artificios, con que provocaban más a la gente, y aunque su Excelencia solo había concedido cuatro días para este regocijo, después a petición, y súplica de los mismos tablajeros, que alegaban no habían sacado el costo, de el remate de la plaza, que fue en tres mil y seiscientos pesos, les concedió otros cuatro días, para que tuviesen algún logro. Lo que es muy de notar es que en toda esta función, aun habiendo sido los Toros feroces y bravos, no hubo desgracias de monta, en que parece que anduvo muy especial la providencia del Santo, pues es cosa muy notable, que en todas sus Fiestas, cogiendo todo el tiempo desde que se empezó a colgar la iglesia hasta que se remataron los toros, no se oyó decir, que hubiese sucedido desgracia alguna (...)63

Terminará la revisión de esta primera obra “monumental” de

A de V-A, con una interesante

apreciación que Manuel Orozco y Berra64 hizo sobre diversos puntos de la ciudad de México en la segunda mitad del siglo XIX, los que, a su vez se vieron enriquecidos por las ricas anotaciones del saltillense. Lo primero que debe tenerse en cuenta es que

Don Manuel Orozco y Berra que es uno de los verdaderos historiadores que han florecido en el país, nació en la ciudad de México el 8 de junio de 1816 y no el 18, como se ha dicho. Se recibió de topógrafo en 1834 y de abogado en 1847 y ejecutó muchos y buenos trabajos en ambas profesiones, entre otros, en la de ingeniero, construyó las macizas fortificaciones para defender a la ciudad de las tropas francesas.65

El Segundo quinze de Enero de la Corte Mexicana. Solemnes Fiestas, que a la Canonización de el Místico Doctor San Juan de la Cruz celebró la Provincia de San Alberto de Carmelitas Descalzos de esta Nueva España. Guillermo Tovar de Teresa: Bibliografía novohispana de arte (Segunda parte) Impresos mexicanos relativos al arte del XVIII. (Véase bibliografía).

Orozco y Berra se ocupa en su obra México y sus Alrededores de diversos aspectos urbanos que representaron buena parte del escenario cotidiano en el que se desplazaba durante sus diarias actividades. De ahí que elaborara buena parte de los apuntes a Los

63

Coello Ugalde: Relaciones taurinas en la Nueva España..., op. cit., p. 115-117. Valle-Arizpe: Historia de la ciudad de México..., ibidem., p. 489-507. 65 Ibid., p. 489. 64

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paseos de la Ciudad, donde además de La Alameda, dedicó otros tantos a El paseo de Bucareli, del que sobresalía un conjunto peculiar formado por la plaza de toros –mejor conocida como del Paseo Nuevo-, rematada por la famosa estatua de Carlos IV, llevada a ese sitio y montada en su pedestal el 1º de octubre de 1852. Respecto al coso taurino escribe: La plaza de toros, nombrada del Paseo Nuevo, con los edificios que le pertenecen, ocupa una superficie de 20,695 varas cuadradas. La plaza es de madera, circular, el ojo o arena mide 70 varas de diámetro, cerrado con una valla, con cuatro entradas en los puntos opuestos. Queda un espacio para salvaguardia de los toreros, y sigue la contravalla, a cuya continuación, para los espectadores, se alzan siete órdenes de gradas levantándose las lumbreras en dos órdenes, superior e inferior. Estas son 136 en primeras y otras tantas en segundos, separadas y sostenidas por 272 columnas; de las lumbreras, 70 primeras y 62 segundas son de sombra, y 70 de éstas y 70 de aquéllas de sol; la azotea está enladrillada y coronada por un bonito balaustrado interior y exterior. La altura total es de 12 varas, y el diámetro total de la plaza, 98. puede contener cómodamente 10,000 personas, aunque ha habido función en que pudieron colocarse 11,600, y fue en la que se dio en la tarde del 15 de enero de 1854, 66 en que concurrió el Presidente de la República, obsequiando al príncipe de Nassau. Comenzó la obra el 18 de enero de 1851, y se estrenó el 25 de noviembre del mismo año con una magnífica corrida; el costo total, incluso la casa y las demás obras, fue de 97,202 pesos 6 reales. Por la parte exterior hay una casa de dos pisos, amplia y de muy buena apariencia, y el cercado de la plaza lo rematan, mirando al Este y al Sur, un balaustrado de muy buen gusto, de hierro, sobre un zócalo de recinto que con treinta pilastras de cantería sostiene treinta rejas de 4 ¾ varas de altura y 6 de largo cada una. En todo el frente corre una buena banqueta formada de losas de 2 ½ varas de largo. En el lado del Este, donde remata el balaustrado, hay varias piezas bajas que sirven para la administración, y junto a la plaza se encuentran los toriles. En el centro de ésta hay un pozo cubierto, que por medio de una atarjea muy amplia, con su compuerta, comunica con la acequia principal, para que en caso de incendio se tenga el agua suficiente para poner en juego dos bombas. Toda la obra fue hecha por el Sr. Don Vicente Pozo, quien no sólo proporcionó al público una obra de verdadero ornato y gusto, sino que además de haber dado buena apariencia a un paraje casi deshabitado, proporcionó también el alumbrado de todo el frente de su construcción...67

Sin embargo, en las notas indispensables que requiere una apreciación hecha por el también autor de Historia de la dominación española en México (1938),

A de V-A

desmenuza algunos de los aspectos que corresponden, por ejemplo a la garita en la antigua calzada de Tlacopan, de la capital azteca “célebre porque en esa dirección ejecutaron su

José Francisco Coello Ugalde: “Bernardo Gaviño y Rueda: Español que en México hizo del toreo una expresión mestiza durante el siglo XIX (Biografía). México, 1998. 265 h. Ils., retrs., grabs. (Inédito). PLAZA DE TOROS DEL PASEO NUEVO, D.F. Domingo 15 de enero. Solemne y extraordinaria función de obsequio dedicada a S. A. S. el Presidente de la República Mexicana, general de división, benemérito de la Patria, caballero gran cruz de la real y distinguida orden española de Carlos III y gran maestro de la nacional y distinguida orden mexicana de Guadalupe, D. Antonio López de Santa Anna, a su S. A. S. su digna esposa; y a los caballeros de dicha orden, en celebridad de la instauración de ésta, y cuya fiesta concurrirá S. A. S. el príncipe de Nassau, invitado por S. A. S. el presidente de la República. Cuadrilla de Bernardo Gaviño. Seis o más toros de Atenco. 67 Valle-Arizpe: Historia de la ciudad de México..., op. cit., p. 495-496. 66

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retirada los españoles la Noche Triste: existía ya la ermita de San Hipólito, antes llamada de los Mártires, en el sitio donde fue la mayor matanza”.68 Hasta aquí Orozco y Berra. En lo que respecta a

A de V-A

nos ilumina con el siguiente

detalle alrededor no sólo de la iglesia de San Hipólito. También de las circunstancias que dieron origen a una celebración peculiar.

La iglesia de San Hipólito fue fundada por Hernán Cortés y sus compañeros, dedicándola a ese santo para conmemorar el día 13 de agosto en que fue ganada la ciudad, y ya para 1601 estaba tan arruinada que los Hermanos de la Caridad encargados de la asistencia del hospital de San Hipólito, aderezaron una sala para que sirviera de iglesia, pero la Ciudad prometió hacer un templo magnífico, y lo hizo, en efecto, aunque con muy tardada lentitud, pues se concluyó hasta 1739, y hasta el 20 de enero de 1777 se estrenó tal y como ahora está. Para recordar la toma de México se hacía todos los años el citado 13 de agosto una solemne y lucida función a la vez religiosa y civil. Se mandó que se solemnizara mucho ese día, que hubiera luminarias, se corriesen toros, se jugaran cañas y que cabalgaran todos los que tuvieran caballo, pena de crecida multa. El rey reglamentó el orden de la función, expresando quién debería llevar el estandarte y qué autoridades acompañarlo (“Recopilación de Indias”, Ley LVI, tít. XV, lib. III). Asistía el Virrey, la Audiencia, el Ayuntamiento y toda la fastuosa nobleza; el Alférez Real llevaba el pendón, que la víspera había estado todo el día expuesto en un balcón de las Casas Consistoriales y con guardia de honor. Para la ida era el trayecto desde el Ayuntamiento, Palacio y las calles de Tacuba, hasta San Hipólito, y para el regreso las de San Francisco y la de los Plateros. Todas estas calles se engalanaban vistosamente con grandes arcos de ramas y flores, y en muchos de ellos se ponían tablados lujosos con altares e imágenes y capillas de cantores y ministriles; las fachadas de las casas se adornaban con ricas colgaduras, cornucopias, tibores, plata labrada, jaulas con pájaros, etc. Pero los mexicanos asumían una actitud altiva y digna durante el espléndido desfile de la abigarrada comitiva, pues no se veía a ninguno en la carrera por donde ésta pasaba. El primer “Paseo de Pendón” se verificó el 21 de agosto de 1528, las cortes españolas lo abolieron en 7 de enero de 1812, y de esa fecha en adelante siguió asistiendo a San Hipólito el Virrey, la Audiencia y las otras autoridades como a cualquier otra función, y así hasta la Independencia en que, como era natural; terminó del todo esa solemnidad.69

68 69

Ibidem., p. 492. Ibid., p. 499.

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En páginas anteriores, se recomendaba acudir a los ANEXOS de esta obra donde también me ocupo en detalle del Paseo del Pendón, por lo que conviene ocuparse de otras notas de

A de V-A relativas de nueva cuenta a la plaza de toros del Paseo. La plaza de Toros del Paseo venía a quedar atrás del palacio que fue de don Ignacio de la Torre y Mier, derribado para construir el edificio de la Lotería Nacional para la Asistencia Pública, y en parte de las casas de la actual calle de Rosales y de la Avenida del Ejido, hasta hace poco del Palacio Legislativo. (. . . . . . . . . ) Con motivo de la ley del 18 de noviembre de 1867 [dice 18; debe decir 28. N. del A.], expedida por don Benito Juárez, se prohibieron las corridas de toros en el Distrito Federal, razón por la cual se derribó esta plaza, principiándose a ello el 14 de julio de 1873 y ya para los finales de octubre estaba arrasada. Este famoso circo taurino duró en pie veintidós años. Para las grandes celebraciones que había en los tiempos virreinales se improvisaban plazas de toros; así las hubo en las plazuelas de San Diego, en la del Carmen, en la de San Dimas, en la de Tarasquillo, en la del Volador, la que después fue fija, etc. El Virrey don Fray García Guerra levantó una muy amplia en un cortinal de los de Palacio, la cual destruyó un agitado temblor de tierra. En el “Plano General de la ciudad de México”, levantado en 1793 por el teniente coronel don Diego García Conde y “aumentado y corregido en lo mas notable por el teniente coronel retirado don Rafael María Calvo en 1830”, aparece la Plaza de la Alameda, esquina de las calles de Santa Isabel y Puente de la Mariscala, que corresponde hoy día a la Noroeste del Palacio de las Bellas Artes. En otro plano de estos mismos señores y de igual fecha, pero grabado en Londres en 1830, ya no está el coso. Otros hubo en México como la Real Plaza de San Pablo, sita en la terrosa plazuela de este nombre. En el año de 1788 se construyó con una gran parte del maderamen de la viejísima que se desmanteló en el Volador.70 Se quemó en 1821, meses antes de la proclamación de la Independencia, y luego la rehicieron, pero ya de piedra,71 pero se la 70

La plaza del Volador, traspone las características novohispanas y se ofrece como escenario en pleno movimiento de emancipación. Serán ya muy pocos los años que funcionará durante el siglo XIX, pues en 1815 se decide cambiar su maderamen a la plaza de San Pablo (todo ello a iniciativa del Intendente don Ramón Gutiérrez del Mazo), misma que resultará dañada en 1821 por un incendio de proporciones tales que su reinauguración se ajustó hasta 1833. 71 Hasta donde he sabido, dicha plaza siempre mantuvo su arquitectura a base de las maderas con que era armada frecuentemente, aunque en su última época se sustituyó por la de mampostería, sosteniéndose así hasta 1860 en que dejó de haber festejos. según Lauro E. Rosell: Plazas de toros de México. Historia de cada una de las que han existido en la capital desde 1521 hasta 1936. Por (...) de la Sociedad Mexicana y Estadística, y del Instituto Nacional de Antropología e Historia. México, Talleres Gráficos de EXCELSIOR, 1935. 192 p., fots., retrs. ils., p. 20, en visita que realizó al predio que fue de la plaza, y que ocupaba entonces una maderería, encontró, en perfecto estado de conservación dos de los toriles de la antigua plaza de toros, con sus paredes interiores de piedra y sus puertecillas de ladrillo, bajas, achaparradas y estrechas.

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demolió en virtud del artículo 87 de la citada ley de Juárez que defendió se corriesen toros. Podía contener hasta once mil espectadores. Duró en pie más de setenta años.72 En 1887 fue derogada esa ley con alegría de todo el mundo, y entonces se levantó la Plaza de San Rafael que fue estrenada el 20 de febrero de ese mismo año. Se encontraba en la Colonia de los Arquitectos, esquina de las actuales calles de Guillermo Prieto y Rosas Moreno, lados Poniente y Oriente. Era de madera y su cupo para doce mil personas. Se derribó en 1889. La de Necatitlán estaba ubicada en la última calle de su nombre, cercana a la plaza donde está la iglesia de la Concepción Tlaxcoaque, extremo de la Avenida del 20 de Noviembre. La plaza del Paseo, distinta a las del Paseo Nuevo, pues ésta quedaba a la entrada del Paseo de la Reforma, como lo ha dicho antes García Cubas, y la otra delante de la alberca Blasio, en lo que hoy es esquina del dicho Paseo con Donato Guerra. Se estrenó el 10 de abril de 1887 y acabaron con ella en octubre de 1890, debido a que el gobernador del Distrito, don José Cevallos, ordenó la supresión de corridas de toros en toda su jurisdicción. También en el mismo año de 87 se inauguró la llamada de Colón, frente a la famosa “Alberca Pane”, actual calle de Atenas, y en 1890 la echaron abajo, mes de noviembre. [De hecho fue derribada a principios de 1893, estando ya en muy mal estado. N. del A.].

La plaza del Huisachal, que era muy concurrida, en la cercana hacienda de los Morales, empezó a funcionar el 1º de mayo de 1881 y dejó de ser el 13 de diciembre del año de 1885. tenía cabida para diez mil personas. [Esta plaza dejó de funcionar hasta 1887. N. del A.]. La plaza de Toros del Hipódromo del Coliseo, conocida más brevemente por la del Coliseo, se inauguró el 18 de diciembre de 1887. Se encontraba edificada en la acera norte del Paseo de la Reforma y Sur de la actual Avenida del Ejido, en el predio que ocupa actualmente la casa número 27 del dicho Paseo. Era capaz para diez mil almas, se entiende que con cuerpos y todo. La tumbaron en 1889, mes de diciembre, debido al tal mandamiento del gobernador Cevallos. La Plaza de Bucareli fue de la propiedad del famosísimo diestro mexicano Ponciano Díaz. Venía a quedar en esas calles que le daban nombre, próxima a la Garita de Belén, predio limitado actualmente por dicha vía y por la séptima de Barcelona y Abraham González para mayor claridad, en el sitio en que están las casas del “Buen Tono”. La primera corrida que hubo en ella fue el día 3 de enero de 1888 (sic) [debe decir, 15 de enero. N. del A.], la última el 30 de junio de 89 (sic) [debe decir de 1899]. Al año siguiente se empezó a deshacerla. La Plaza México fue estrenada el 17 de diciembre y año de 1899 y se acabó con ella al finalizar el de 1913 [Se derrumbó en mayo de 1914. N. del A.]. Quedaba en la Calzada de la Piedad, lugar que hacía esquina con la Avenida Álvaro Obregón, pasado apenas el Jardín Jesús Urueta. 72

La Real plaza de toros de San Pablo, perduró hasta 1864. (N. del A.)

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La Plaza de Toros de Chapultepec fue construida por el afamado matador Diego Prieto (a) Cuatro Dedos. Se edificó en 1902 en lo que hoy día se llama Cambio de Dolores. Fue demolida en 1907 (sic) [fue derribada a finales de 1908. N. del A.]. La de la Lidia se encontraba en este mismo sitio; fue levantada en 1922 y en 1930 se le echó abajo. La actual del Toreo, que tuvo un costo de novecientos mil pesos, se empezó a construir a mediados de 1906 y se terminó en septiembre de 1907. Ese año se inauguró, el día 22 de septiembre. La plaza de Vista Alegre existió en la Calzada de San Antonio Abad, esquina de la de Santa Crucita, ahora Avenida del Taller. Se estrenó el 29 de octubre de 1933 y el 7 de noviembre de 1937 fue la última corrida en ese coso. El 5 de febrero de 1946 se inauguró la monumental plaza “México” construida sobre la Avenida de los Insurgentes y con capacidad para algo más de cincuenta mil personas. En casi todos los pueblos de los alrededores de México ha habido plazas de toros, como en Tacuba, Mixcoac, la Villa de Guadalupe, San Ángel, ah, perdón, digo Villa Gustavo A. Madero y Villa Álvaro Obregón, respectivamente.73 A propósito de algunas apreciaciones hechas por

A de V-A

en torno a la prohibición

impuesta a las corridas de toros en 1867, me permito agregar lo siguiente: Varias razones promovieron en mayor o menor medida el efecto de la prohibición.74 Una de las doce diferentes causas que asume el peso de responsabilidad como efecto de la prohibición impuesta a las corridas de toros en noviembre de 1867, es la de carácter administrativo pues se ha visto que tras darse a conocer las disposiciones que para octubre de 1867 se expusieron como lógica posición a evitar el descontrol que sobre impuestos y su actualización, no tenía por entonces el ramo correspondiente; la respuesta, fue que se puso en vigor la Ley de Dotación de Fondos Municipales. Su artículo 87 significó el oprobio o el desacuerdo habido entre empresa y autoridades hacendarias, porque su orientación se da sin conceder licencias para llevar a cabo corridas de toros en el Distrito Federal. De ese modo, la fiesta pasó a formar parte de la vida provinciana durante el tiempo en que no se permitieron en la capital del país los 73

Valle-Arizpe: Historia de la ciudad de México..., op. cit., p. 505-506. José Francisco Coello Ugalde: “Cuando el curso de la fiesta de toros en México, fue alterado en 1867 por una prohibición. (Sentido del espectáculo entre lo histórico, estético y social durante el siglo XIX)”. México, 1996 (tesis de maestría, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional Autónoma de México). 238 p. Capitulo III.-Motivo de rechazo o contrariedad hacia el espectáculo, ofreciendo el análisis a doce propuestas que se sugieren para explicar causa o causas de la prohibición en 1867. Que son, a saber: 1.-Caos y anarquía en el espectáculo; 2.-El antitaurinismo de Juárez; 3.-Incidencias probables que arroja el "Manifiesto del gobierno constitucional a la nación" el 7 de julio de 1859; 4.-La prensa: factor influyente del bloqueo a las aspiraciones del espectáculo taurino en 1867; 5.-Influencia de los liberales y ellos acompañados de la tendencia positivista; 6.-Posible presencia de simpatizantes al imperio de Maximiliano, los cuales pudieron haber girado en torno a la órbita taurina; 7.-Un incidente de Bernardo Gaviño en el gobierno de Juárez en 1863; 8.-Con la reafirmación de la segunda independencia, ¿sucede la ruptura?; 9.-La masonería: ¿intervinieron sus ideales en la prohibición?; 10.-Federalismo; 11.-Temor de Juárez a un levantamiento popular recién tomado (o retomado) el destino del gobierno) y 12.-De que no se expidió el decreto con el fin exclusivo de abolir las corridas, sino para señalar a los ayuntamientos municipales cuales gabelas eran de su pertenencia e incumbencia. Por eso el decreto fue titulado "Ley de dotación de fondos municipales y en él se alude al derecho que tienen los ayuntamientos para imponer contribuciones a los giros de pulques y carnes, para cobrar piso a los coches de los particulares y a los públicos y para cobrar por dar permiso para que hagan diversiones públicas (de las cuales, la de toros resultó ser la más afectada). 74

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espectáculos taurinos. Fueron casi 20 años. Lo que puede llamarse una continuidad pero no una evolución es todo acontecer de la fiesta de 1867 a 1886. Surgieron figuras popularísimas (Ponciano Díaz es el modelo principal), se gestaron feudos -cerrados unos-, dispuestos los otros a un intercambio y comunicación, y también fueron llegando los primeros matadores españoles, de no mucha importancia, como la que sí tendrían a quienes les prepararon el terreno. José Machío llegó en 1885 y tuvo que soportar desprecios, indiferencia, amen de ser visto como un espécimen raro, sobre todo en la plaza de El Huisachal. Sucedió a fines de 1886 en que la derogación fue lograda, no sin someterse a dificultades. Largos debates, muy cerrados y peleados también condujeron al alumbramiento en México de la nueva época del toreo moderno de a pie, a la usanza española. Ello ocurrió a partir del 20 de febrero de 1887 con la presencia trascendente de toreros como Luis Mazzantini, Diego Prieto, Ramón López o Saturnino Frutos, como cuatro columnas vertebrales sólidas, vitales para el nuevo amanecer taurómaco que se enfrentaba al potente género de lo mexicano, abanderado por Ponciano Díaz, Pedro Nolasco Acosta, Ignacio Gadea, Gerardo Santa Cruz Polanco y algunos otros quienes poco a poco se fueron diluyendo, porque el toreo español ganaba adictos, adeptos y sobre todo terreno. La prensa hizo su parte, se sublevó, encabezada por la "falange de románticos" y logró abiertamente el cúmulo de enseñanzas entendidas tras largas horas de lectura y deliberación en tratados de tauromaquia (lo teórico) y lo evolucionado que se mostraba el toreo en la plaza (lo práctico). Y Ponciano Díaz que no aceptó pero que tampoco rechazó aquello no propio de su género, va a convertirse en el último reducto de esa expresión netamente mexicana, pues el "mitad charro y mitad torero" se gana gran popularidad e idolatría -como pocos la han tenido-, pero al suceder su viaje a España donde obtiene la alternativa en 1889, en esa ausencia, la prensa aprovechó y corrigió a fanáticos poncianistas, quienes reaccionaron pronto a aquel correctivo. A su regreso, a fines de ese mismo año, si bien se le recibe como a un héroe, pronto esa "reacción" en los públicos será muy clara y le darán las espaldas. En la prohibición de 1890-1894 Ponciano no tiene más remedio que refugiarse en la provincia en búsqueda del tiempo perdido, de la exaltación y el tributo que todavía alcanzará a conseguir. Para 1895 vuelve sin fuerza a México. En 1897 y 1898 actuará en festejos deslucidos y cada vez más atacados por la prensa. Muere hecho casi un "don nadie" en 1899. Reinaba ya ese toreo moderno y un ambiente españolizado en México. El siglo XX recibe y da grandes experiencias así como muestras potenciales inmensas de toreros españoles quienes van forjando la expresión que cada vez es más del gusto de aficionados entendidos como tal. Y ante ellos, surgen figuras nuestras que ya podían enfrentarse y ponerse a alturas tan elevadas como las de Fuentes, "Machaquito" o Vicente Pastor, por ejemplo. Me refiero a Arcadio Ramírez "Reverte mexicano", Vicente Segura, pero sobre todo Rodolfo Gaona, figura que va a alcanzar calificativos de torero de órdenes universales, porque les regresa la conquista a los españoles en sus propias tierras (o mejor dicho en sus propios ruedos) para lograr junto con José Gómez Ortega "Joselito" y Juan Belmonte la puesta en escena -grandiosa por ciertode la "época de oro del toreo". Me parece oportuno agregar en seguida, las notas del periódico “La Pluma roja. Periódico destinado a defender los intereses del pueblo”, (Redactor en Jefe: Joaquín Villalobos), tanto del martes 19 de noviembre, T. I., Nº 20, como del viernes 13 de diciembre de 1867, T. I., N° 27, notas copiadas en el mes de mayo de 2001 y que, localizadas hasta ese momento por razones de tiempo, me permiten entender que existieron otros factores que inducieron la aplicación de la ya conocida “Ley de dotación de fondos municipales”. Veamos. La del martes 19 de noviembre va así: TOROS Sigue la barbarie a pasos agigantados: a nuestro pueblo, que debieran quitarle todo espectáculo de sangre y de muerte, le damos domingo por domingo las suficientes lecciones para arraigar en su educación todos los instintos de sangre. En la función del domingo (17 de noviembre) pasado nos dicen que por arrebatar un sombrero, del toro embolado, hubo un asesinato. Ya se ve, diría el asesino: qué mas da matar a un hombre que un toro. Pobre Jovellanos, escribió inútilmente. La del viernes 13 de noviembre recoge la editorial que el redactor tituló FONDOS MUNICIPALES Dotar al fondo municipal de la ciudad, era una de las necesidades apremiantes que reclamaba la penosa situación del ayuntamiento; pero de este punto de partida a la ley que en 28 del pasado expidió el Ministerio

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de gobernación, hay una distancia tan grande, que ni el buen sentido ni la recta intención pueden sancionar. Antes que disponer del bolsillo de los vecinos, se debió proceder a formar el presupuesto de egresos, y solo en presencia de ese documento y para cubrir estrictamente los gastos indispensables, se debió pedir al público el deficiente que necesitaba la corporación municipal. Como en todas nuestras cosas, se ha comenzado por el último capítulo, y hoy no sabemos cuánto se exige de más a los contribuyentes, pues ignoramos el importe de los gastos. Por otra parte, no vemos la necesidad del recargo de impuestos en esta capital, en que sobreabundan las contribuciones directas e indirectas, sin que se invierta un solo peso en beneficio de la ciudad, siendo así que con justo título se podría reclamar el 20 ó 25 por 100 de lo que se recauda en la Aduana y las contribuciones directas. Los habitantes de la ciudad de México contribuyen con poco más de tres millones anuales a los gastos públicos, y de esa fuerte suma no portan ninguna utilidad. Contribuyen también con 600,000 pesos a los gastos de la ciudad; y cuando las circunstancias aciagas porque ha pasado reclamaban una mirada protectora de las autoridades, se expide una ley que desnivela la producción y esteriliza la producción y la industria. Como si no fuera bastante lo que ya sufren el comercio y la industria, se recarga el impuesto directo en un 33 por 100 á favor del municipio, y en un 20 para las obras del desagüe. Para promover la cultura, el bienestar, la comodidad y la civilización, casi se duplica la contribución de los carruajes particulares, sin que por esto se les garantice que sus vehículos no sufrirán averías á consecuencia del pésimo estado de las calles. El sistema de puertas, tan reprobado por el público porque es injusto y poco equitativo, se revive hoy á despecho del buen sentido, y pronto presentará la ciudad el espectáculo más triste y repugnante, merced á la alta sabiduría del Ministerio, que grave con la misma cuota la puerta de un tendejón de Santa Ana, San Sebastián, la Palma ó San Pablo, que la vinotería de Jesús, el Portal ó la calle de Plateros. Y como este impuesto se paga por el número de puertas que tenga la casa de comercio, el ornato y la belleza de la ciudad padecerán inmediatamente, porque los causantes se apresurarán á cerrar las puertas que la ley convierte en enemigos directos del dueño del establecimiento. ¿En qué base descansa ese impuesto? ¿el número de puertas supone acaso mayor capital, ó utilidades mas seguras? Un ejemplo demostrará lo absurdo de esta contribución y nos autorizará para pedir su derogación. Una tienda y vinotería en los Ángeles tiene tres puertas y gira un capital de 500 pesos. Conforme á la ley, debe pagar doce pesos mensuales de contribución municipal; otra casa de comercio de los mismos efectos, situada en la calle del Refugio, con un capital de 25,000 pesos y con el mismo número de puertas que la de los Ángeles, pagará la misma cuota, no obstante que tenga cuarenta y nueve veces mas capital. ¿Es esto equitativo? ¿Es siquiera racional? La pobreza de ideas del autor, ó los autores de la ley de dotación del fondo municipal se revela en toda ella. No hay un solo artículo que nos indique el talento de los que la confeccionaron. Tomaron las leyes anteriores, inclusive las del imperio, y sin cálculo, sin criterio, sin conocimientos, se pusieron a recargarle los impuestos anteriores, dejando en la ley todas las monstruosidades que se notaban en las que le precedieron. Las pulquerías, las fondas, las fábricas de cerveza, los juegos permitidos, las diversiones públicas, &c., &c., todo ha recibido el aumento consiguiente á la avidez. Algunos de esos impuestos como el de un peso mensual á los figones, y el de los teatros o diversiones públicas, deshonrarían al más estúpido conservador. El ayuntamiento, que debe velar por la instrucción y cultura del pueblo, que está obligado á fomentar los espectáculos de cierta y agradable distracción, va á hacer imposible la concurrencia de las clases pobres á los teatros, por el recargo de una contribución que no tiene razón para existir. Otras mil razones podríamos oponer todavía en contra de la ley de 28 de Noviembre, pero lo expuesto basta para que se persuada el soberano Congreso de los vicios de ese decreto. Los ciudadanos verían con gusto su derogación, que esperan de la sabiduría de sus legítimos representantes era dotar suficientemente al ayuntamiento, es bastante consignarle la contribución federal que se paga en la capital. Disponiendo el gobierno general de todos los productos de la ciudad, y convertidas sus rentas en rentas de la federación, el 25 por 100 que se paga de exceso es un verdadero atentado contra la propiedad, que solo podrá disculparse convirtiéndolo en arbitrios municipales.

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Mucho ha sufrido la sociedad; tiempo es ya de que se escuchen sus justas quejas. Toca á los representantes del pueblo remediar el mal que le indicamos.75

El asunto de las plazas de toros ha dado motivo a diversos estudios.76

A de V-A, por

su

parte se ocupa en buena parte de su obra a esta diversión pública, y ese es pues, el motivo de la presente obra. No basta recoger las citas. También vale la pena contextualizarlas en función de las diversas aristas que sugieren una y otra circunstancia. Con este pasaje de Manuel Orozco y Berra, pongo punto final a la revisión de Historia de la ciudad de México según los relatos de sus cronistas.

Fuera de ese escenario -la Plaza del PASEO NUEVO- la vida mexicana palpitaba agitadamente, en medio de conmociones que causaban el natural desconcierto. La anhelada paz aún no llegaba. Solo guerras, solo invasores; o la presencia de un príncipe extranjero también. Y como contraste, seguía cabalgando Carlos IV a las afueras del coso, símbolo el suyo de la tradición colonial que no desaparecía; como los toros. Hasta que un día... Autor: Casimiro Castro. Fuente: Fernando Benítez. LA CIUDAD DE MÉXICO, T. 6, p. 60.

Op. cit. “Conclusiones”. Miguel Luna Parra y Federico Garibay Anaya: México se viste de luces. Un recorrido histórico por el territorio taurino de nuestro país. Guadalajara, Jalisco, El Informador, Ágata Editores, 2001.232 p. Ils., fots., facs., maps. 75 76

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DOÑA LEONOR DE CÁCERES Y ACEVEDO... Y COSAS TENEDES. 77

[PASAJE Nº 6]: DOÑA LEONOR DE CÁCERES Y ACEVEDO...

A de V-A inicia su relato en estos términos: Vino en una de las recuas de mulas que hacían la vía de la ciudad de México llevando y trayendo mercaderías, a la verde quietud de estas tierras fáciles (la villa de Sagredo),78 una mujer española que era de muy gentil presencia. Se llamaba la tal doña Leonor de Cáceres y Acevedo, y era como esas que creo que llaman daifas, mozas del partido, gordeñas, suripantas o tusonas, que se dan a la torpeza de la carne haciendo de su cuerpo la más infame finca de su deshonra que venden a dineros (...)79 Entre otras cosas:

Sabía disparar con gran tino el arcabuz, ballesteaba palomas, alanceaba toros bravos,80 y mucho era lo que le placía salir en ruidosas cabalgatas con toda laya de gente cruda y holgazana, a recorrer los verdes y plácidos aledaños de esta villa feliz, e iba a horcajadas en un brioso palafrén con grandísima admiración de todas las gentes, mostrando su buena jineta al regirlo con diestra gracia y bizarría.81 Doña Leonor siguió haciendo de su vida un muestrario de pecados que escandalizaba la sosegada paz de aquel villorrio de Sagredo. Pero hubo cierta tarde que se cruzó con un

hermoso desconocido creciéndole un amor de gran certeza que tendrá, acordaos, que acabar con mi vida, dirigiéndose a sus interlocutores, don Alonso Martín y don Lorenzo Ceinos. En el diálogo que sostienen estos tres personajes se refiere que 77

Artemio de Valle-Arizpe: Doña Leonor de Cáceres y Acevedo y Cosas tenedes. Madrid, Tipográfica Artística, 1922. 236 p. Ils. (p. 11-110). 78 Sagredo, según he visto, es una pequeña villa localizada en Venecia, pero también en el actual estado de San Luis Potosí. La referencia a dicho lugar, también podemos encontrarlo en Tres nichos de un retablo Primera edición de Jus. México, editorial JUS, 1979. 256 p., 35-49. 79 Op. Cit., p. 13. 80 Alancear toros. Se trata de una vieja suerte, hoy en desuso, en la que los caballeros que intervenían en la plaza, enfrentando toros, aprovechando su fortaleza arrojaban una larga lanza con la que se proponían atravesar de lado a lado al toro que se les plantaba enfrente. En el inevitable caso de que esto no fuera suficiente, entonces esos caballeros remataban al enemigo con la conocida suerte del empeño a pie, obligación que, según el antiguo arte de rejonear, tenía el caballero rejoneador de echar pie a tierra y estoquear al toro frente a frente, siempre que perdía alguna prenda o que la fiera maltrataba al chulo. 81 Ibidem., p. 17.

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La otra tarde, la del 18 de este mes, había mucho trafagar de gentes, literas, sillas de manos, estufas y forlones, por la calle de las Comendadoras y removíase muy inquieto y ruidoso gentío en la puerta de la iglesia de San Francisco. Me allegué a ella –dice doña Leonor- y supe que era allí el cruzamiento del señor don Juan Vasco de Puga.82 Allí sucedió el segundo encuentro con aquel desconocido mancebo, vestido de

leonado

chamelote de aguas, y todo su rico traje iba bordado con eses de sedas multicolores...

Sin

embargo, volvió a desaparecer de su vista. El tal desconocido luego de inquirirle su nombre doña Leonor de Cáceres y Acevedo, era Felipe Próspero...

Tenéis un claro nombre de infante.

Ella contaba emocionada el encuentro amoroso que tuvo con el tal Felipe Próspero, 83 pero había quedado algo que le producía terrible desconcierto, que quiso aclararlo con D. Alonso Martín y D. Lorenzo Ceinos.

Retrato de D. Rodrigo de Aguirre de Roberto Montenegro.

Al cabo de buen rato de rastrear la casa a donde habían ocurrido las delicias aquellas, poco a poco comenzó a darse cuenta que fue víctima de un hechizo, al comprobar que el sitio donde pasó la noche estaba en el abandono, y al irlo recorriendo, aterrorizada descubre que convivió… con un muerto. Doña Leonor de Cáceres, luego de llevar una vida relajada, en ese Sagredo de la historia aquí relatada, comenzó un proceso de extrañas transformaciones tan luego conoció al joven gallardo, “garrido mancebo”, Dámaso de Sacromonte y Aragón. Ese cambio pudo confesarlo a dos confidentes suyos, Alonso Martín de Ibarra y Lorenzo Ceinos.

82 83

Ibid., p. 48. Hijo de Felipe IV, nacido en 1658.

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Para todo ello, nuestra protagonista padece al amante acaudalado pero grosero en su trato, el tal Pedro Soto a quien la Cáceres le prodiga un falso amor de conveniencia gracias a los muchos dobles y otros regalos mundanos, surgidos de la torpe rustiqueza de sus desaires lugareños. El encuentro con el desconocido que se hizo llamar Felipe Próspero, ocurrió en medio de deleite pronunciado que puso a la daifa en extraño comportamiento de satisfacción, que quedó transformada en preocupación en un nuevo encuentro con el torvo minero Pedro Soto. Esa preocupación vino al no portar un costoso collar –obsequio del amante tosco- olvidado en casa del dicho Felipe Próspero la noche anterior. Ella entró en ansiosos deseos de recuperar aquella joya acompañada de don Lorenzo y don Alonso, sus confidentes más cercanos. Ocurrieron los tres a la ya conocida casa de las muertes que llevaba incontables años de no abrirse. Varias señas de su visita y experiencia nocturna, la de doña Leonor de Cáceres y Acevedo no la hicieron entrar en la menor de las dudas. La vieja encargada advirtió de los muchos años que hacían ya

desde que murieron de tan mala manera mis buenos señores.

Un grito desgarrador fue el que lanzó doña Leonor, luego de haber mirado el collar donde lo había dejado “la noche anterior”. Poco a poco, los minutos transcurridos terminaron convenciéndola de que su encuentro apasionado de la noche anterior había ocurrido con la extraña figura de un aparecido.

¡Con un ser de ultratumba, doña Leonor!

En esos largos

momentos para ella, brevedad del tiempo para Ibarra y Ceinos, fueron suficientes, porque la transformación del estado de ánimo de la Cáceres de Acevedo pasó de la angustia al terror. De este a la pérdida de la razón. Así fue como terminó aquel episodio donde el relajamiento de aquella mujer quedó reconvenido por ese pasaje con el que algunas mujeres se daban a la vida perdida entre falsas pasiones y amores que, entre mejor pagados fueran, era posible un poquitito más de hipocresía. Lo que llama la atención de esta obra, aunque apenas breve pasaje, es la disposición que Leonor de Cáceres y Acevedo tuvo para ballestear palomas y alancear toros bravos.

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[PASAJE Nº 7]: ...COSAS TENEDES.84

Escrita en los mismos términos de la obra anterior,

...cosas tenedes

es un delicioso relato

ocurrido a los pocos años de la muerte de la que en vida le conocieron como la “décima musa”, Sor Juana Inés de la Cruz. Tras la amplia y detallada descripción de unos aposentos ocupados por Ramiro López de Agurto y Diego Laynes, principales protagonistas junto a Malvina Bermúdez, se desarrolla un sabroso palique sostenido por los dos primeros que hablan de cosas mundanas. Entre otros temas, salió el de la rica biblioteca que formó en su momento la monja jerónima, así como de los muchos obsequios que recibió de la señora Virreina por las constantes obras que saliendo de la prodigiosa pluma de Sor Juana, iban a dar a manos de la respetable señora condesa de Paredes, Marquesa de La Laguna. En un momento, don Diego le dice a don Ramiro

¿Y sabéis, don Ramiro, con ocasión de qué le hizo estos señalados regalos? El lo dice claro en su memoria.85 En los festejos con que una de tantas veces hubo de celebrarse el Corpus, y en que salieron asombrosos gigantes, la tan admirada tarasca y el regocijado diablo cojuelo, y en que don Juan Jerónimo, con sus borlas en la mano, paseó como siempre en la procesión su erguido continente, avasallando con su espigada talla a los demás doctores de la Real y Pontificia Universidad, precedidos todos ellos de la lucida hueste de bedeles, con mazas de plata y, además, en la tarde de ese día, hubo fiesta de estafermos y después loa y comedia en el cementerio de la catedral, frente a numeroso concurso y ante el Santísimo Sacramento, colocado en sus andas a un lado del teatro, como es de rigor el hacerlo así, dándole escolta, como siempre, los vetustos y elegantes alabarderos de la guardia del Virrey, creada, como creo que lo sabéis, en la remota fecha de 1568. La comedia que representóse, se llamaba: Los empeños de una casa, y el auto, el Mártir del Sacramento, San Hermenegildo...86 Este pasaje se nutre de varias circunstancias relativas a las constantes conmemoraciones y motivos de fiesta que se desarrollaron en el espacio novohispano. La sola ocasión de la

84

Artemio de Valle-Arizpe: Doña Leonor de Cáceres y Acevedo y Cosas tenedes. Madrid, Tipográfica Artística, 1922. 236 p. Ils. (p. 111-238). 85 Se refiere a Juan Jerónimo López de Agurto, Maestrescuela de la Real y Pontificia Universidad de México, y tío de Ramiro. 86 Valle-Arizpe: Cosas tenedes..., op. cit., p. 136-7.

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fiesta de Corpus87 –celebrada el 30 de mayo- era en sí misma espectacular, para lo cual intervenía directamente el cabildo junto a las autoridades eclesiásticas para darle mayor relevancia. A lo que se ve, desde 1568 ya formaba parte del amplio catálogo de solemnidades donde era inevitable la incorporación de diversos elementos decorativos entre los cuales, el taurino y sus aledaños constituían parte esencial durante el desarrollo de dicha celebración. Sabemos que en ella se integraban los gigantes, 88 la tarasca,89 el diablo 87

Desde mediados del siglo XV hay noticias de su celebración. Probablemente fuera aún más antigua. Y en todo caso ha sido constante, alcanzando su mayor esplendor en los siglos del Renacimiento y sobre todo del Barroco. Una explosión de color, de músicas, de boato y religiosidad postridentina salían a la calle y llenaban el ámbito de la ciudad toda. Este libro escrito por Pradillo tiene una estructura clara y un contenido riguroso. Expuesta en una secuencia cronológica, mira primero la forma en que se celebraba la fiesta en el Medievo, luego en los siglos XVI al XVIII (su período clásico, podríamos decir) y finalmente en la época contemporánea, desde los inicios del siglo XIX hasta la guerra civil. En cada uno de esos períodos, se exponen temas tales como organización y financiación de la fiesta, la procesión, los festejos añadidos (toros, danzas, representaciones teatrales y autos sacramentales), las prolongaciones de algo tan querido (octavas y minervas) y la influencia de ese todo a lo largo y ancho de la ciudad y del año. 88 Los gigantes eran figuras de gran formato que sirvieron como elemento decorativo en desfiles y procesiones, sobre todo en momentos en que se representaban mascaradas “a lo faceto”. 89 Es la “Tarasca”, una expresión emanada del teatro y que acogió la plaza como otro escenario sucedáneo para su desarrollo y manifestación. Y no solo se incorporó a estas dos formas grandiosas de la culminación estruendosa de la fiesta en sí misma. También la encontramos en algunas procesiones y desfiles, sin faltar en pretextos religiosos como el que puede observarse en el atrio de la basílica de Guadalupe, donde al compás de las danzas de moros y cristianos surgió la “tarasca”. Antes de confundirnos con un inapropiado gentilicio atribuible a las michoacanas de la región purépecha, veamos en qué consiste la mencionada “tarasca”. En José María Díez Borque, et. al.: Teatro y fiesta en el barroco. España e Iberoamérica. España, Ediciones del Serbal, 1986. 190 p. Ils., grabs., grafcs. (César Oliva: “La práctica escénica en fiestas teatrales previas al barroco. Algunas referencias a muestras hechas en la región de Murcia”, p. 98-114), Oliva apunta que desde finales del siglo XVI, las rumbosas celebraciones ocurridas en España, estuvieron matizadas no solo de aquellos pasajes taurinos, sino que se adhirieron otros de carácter teatral, comunes al radio de acción que opera en el calendario religioso. Esto es, que en los albores del barroco es “cuando se teatraliza absolutamente la procesión / fiesta”. Y la del Corpus despliega dichos elementos. En su contenido hay dos: el profano, “señal inequívoca de querer un arranque pretendidamente alegre”, sigue diciéndonos Oliva. Allí estaban: danzantes de divertidas músicas, cabezudos y gigantes, recitadores, la tarasca, también llamada cucafiera, o cucafera, o gomia, con su tarasquillo. El otro es eminentemente teatral. En Murcia, la tarasca es “una ingeniosa máquina de monstruo artificio, que Tarasca es, y menea las siete cabezas y la cola; por las siete bocas a ratos fuego hecha, con que pavor mete y en medio pone a los zagales...” España y los españoles, dispuestos a celebrar cuanto pretexto fuera digno de “celebración”, se convierten en telón de fondo de las múltiples relaciones de fiestas, donde, como ya sabemos, desde fines del siglo XVI fueron apareciendo intermitentemente las “teatralizaciones”, que esta diversión popular hizo suyas como resultado de aquella exteriorización de la alegría, propia del terreno profano, en contraste del carácter sagrado y místico que per se eran consubstanciales a la fiesta religiosa, entendida bajo su riguroso concepto de celebración litúrgica. Para César Oliva, entre las partes más “dramatizadas” de la fiesta se encuentra la Tarasca y su información se remonta hasta 1472, donde además se le conoce como “drago” o “dragó”, y es eso, una tarasca, “con su tarasquillo, gigantes y demás figuras grotescas (que) marcaban un grado de participación festivo”. Y ese concepto “monstruoso” se construía con madera, lienzo y pintura que de una cabeza podía llegar a poseer hasta siete, en cuyo interior se instalaba una maquinaria capaz de producirle cierto movimiento y hasta la posibilidad de lanzar fuego y humo. En la procesión o en la plaza se acercaba tanto aquella figura al público

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cojuelo,90 así como la imprescindible procesión. En otros momentos, y directamente en la plaza levantada a propósito para correr toros, también se jugaban estafermos. 91 Y en el teatro se dio paso a la loa de Sor Juana92 que tanto entusiasmo provocó debido a su impresionante construcción, dejando admirados a quienes presenciaron la representación. La obra discurre entre distintos diálogos de los protagonistas, exaltando por un lado, el trabajo poético de la monja y su ejemplar clausura entre libros, como de la vida cortesana, lo mismo del señor virrey de Mancera que de los más reconocidos señores que ostentaban diversos títulos nobiliarios. Es el mismo

A de V-A

quien termina justificando su trabajo, del

siguiente modo:

En esta narración he intercalado algunas frases de sor Juana, sacadas de sus obras, y van otras que he tomado de la Vida de esa gran mujer, escrita por el P. Diego Calleja, así como también de las Vidas ejemplares, heroicas virtudes y apostólicos ministerios del V.P. Antonio Núñez de Miranda, de que es autor el P. Juan de Oviedo. No he creído menester hacer notar esas frases subrayándolas o metiéndolas entre comillas, porque los que han estudiado la vida de sor Juana Inés de la Cruz están familiarizados con esas lecturas y, por lo tanto, no lo necesitan, pues sabrán distinguirlas en mi escrito, y para los que no las conocen, creo que es inútil marcarlas.93

Facsímil de sor Juana Inés de la Cruz. espectador, con impulsos violentos y ademanes devoradores, que los esquivaba “arrojando a sus fauces trozos de telas, sombreros viejos y todo cuanto tuviera a mano”. 90 Carla Isadora Zurián de la Fuente: “Fiesta barroca y celebraciones públicas en el siglo XVII. La Inmaculada Concepción de Nuestra Señora. UNAM-FFyL, 1995. (Tesina). 109 p., p. 58-59. El barroco, como renovación contrarreformista de la Iglesia, se valió de grandes gastos en el arte y en la arquitectura. Surgieron formas artísticas y culturales que utilizaron el “pavor demoníaco” elevando el temor hacia los santos y el temor a Dios, pavor que se manifestó en forma de devoción: “Los sentimientos relativos de dependencia del numen (lo sagrado) y de beatitud en el numen mismo, se convierten en absolutos...” 91 Estafermo: fue invención que consistía en utilizar una figura giratoria en forma de hombre que al ser corneada por el toro le daría a éste en el cuerpo; por lo que el animal se revolvía una y otra vez, haciendo las gracias del público. 92 Sor Juana Inés de la Cruz: OBRAS COMPLETAS. Vol. IV. Comedias, Sainetes y Prosa. Edición, prólogo y notas de Alberto G. Salceda. México, 4ª reimpr. Fondo de Cultura Económica-Instituto Mexiquense de Cultura, 2001. XLVIII-720 p. Ils., retrs., facs. (Biblioteca americana, serie de Literatura colonial, 32)., p. XVIII. Los Empeños, con su loa, sainetes, letras y sarao, se representó en la casa del Contador don Fernando Deza, en Méjico, el 4 de octubre de 1683, con motivo de un festejo ofrecido a los virreyes Condes de Paredes y en ocasión de la entrada pública del nuevo arzobispo don Francisco de Aguiar y Seijas. 93 Valle-Arizpe: ...Cosas tenedes, op. cit., p. 239.

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DEL TIEMPO PASADO.94

[PASAJE Nº 8]: DE LO MÁS ALTO A LO MÁS BAJO.

En DE LO MÁS ALTO A LO MÁS BAJO, que es una de sus muchas tradiciones, leyendas y sucedidos del México virreinal,

A de V-A

refiere la llegada de un visitador, el licenciado

Rodrigo Vena. Por lo que se puede comprender, el arribo de un personaje de esos calibres, siempre traía a las autoridades novohispanas inquietud.

Si teniendo libre la conciencia

peligraríamos con la rígida severidad de un visitador, ¿pues cómo nos irá, calculen sus mercedes, con éste, ya que no estamos limpios de culpas? ¿Destitución, cárcel, confiscación de bienes, galeras? , comenta angustiado don Men Ordóñez de Sanabria. En casos como este, se recuerda el pasaje del visitador Gálvez casi al finalizar el siglo XVIII, y quien traía recomendaciones de enmiendas administrativas muy severas por parte de la corona. Del mismo modo, otros tantos personajes como Vena hicieron la misma labor, o en su caso pretendió hacerla. Sin embargo, no faltó el carácter reposado del oidor Tello Larráinzar quien poniendo fino colmillo de por medio afirmaba:

¿...no han leído que en Veracruz han colmado de regalos al Visitador y que todos los ha aceptado con gusto? ¿Y que él y su esposa son muy amigos de fiestas y esplendores? Pues también a festejarlo nosotros, a regalarlo mucho, señores, y será nuestro, muy nuestro. Ya no temeremos nada. Quien unta, ablanda, recuerden y también, no olviden, que dádivas quebrantan peñas. Los oidores recuerdan estas máximas sabias, y viéndose unos a otros con socarrona picardía, una sonrisa les iluminó los rostros. Se pusieron ante su mesa no a despachar en los graves asuntos que tenían, sino a preparar y a discutir los festejos con que se agasajaría en México al visitador don Rodrigo Vena: corridas de toros, cabalgatas, mascaradas, juegos de cañas, comedias, bailes, saraos, días de campo, refrescos y, sobre todo, regalos, muchos buenos regalos. Decían de Veracruz que la esposa del Visitador se quedó extasiada ante una sarta de perlas que le ofrecieron el alcalde y el castellano de San Juan de Ulúa; decían también que le llevaron en una bandeja cincelada una piña y unos mameyes; la piña era de

94

Artemio de Valle-Arizpe: Del tiempo pasado. 3ª ed. México, Editorial Patria, S.A., 1958. 251 p. (Tradiciones, leyendas y sucedidos del México Virreinal, XIV).

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oro y los mameyes de plata y alabando el licenciado Vena este presente, ni siquiera pasó a inspeccionar el Ayuntamiento ni ninguna otra oficina.95 La presencia de ese personaje discurrió bajo el mandato del virrey don Antonio de Mendoza.96 Pero nos quedamos en lo ocupado que se encontraban los oidores para preparar la recepción en la capital novohispana. Enterados de

Que había salido de Veracruz el licenciado Vena escoltado por veinte lanzas jinetas, y después, a diario, tenían noticias de los grandes festejos en los pueblos por los que pasaba. En todas partes le hacían magníficos recibimientos a él y a su esposa y los regalaban espléndidamente. Los justicias, los caciques, los encomenderos y los vecinos ricos se ponían a sus órdenes, les llevaban numerosos presentes de valor, que ambos aceptaban con agrado, diciendo palabras galanas de agradecimiento.97 En su narración, A de V-A menciona el trayecto de la ruta que se marcaba entre Veracruz, Puebla, Ecatepec, la Villa de Guadalupe, antes de la última escala que era además, la de mayor esplendor: la capital de la Nueva España. En este último punto tanto el extraño y misterioso visitador como virreyes, arzobispos y otros personajes eran recibidos por la Real Audiencia, el Ayuntamiento –bajo mazas-, los Tribunales y señores, los más distinguidos de la ciudad así como la muchedumbre bulliciosa y alegre. Esas recepciones se enriquecían con

gallardetes, con guías de flores, con banderolas, con cadenetas de papel, con espejos, con pantallas, con tapices... Volaban, entre la luminosidad del pleno sol, largos listones que desenrollaban su viva policromía hacia la carroza de doña Lucinda Huarte [a la sazón, esposa del que veremos más adelante, fue el falso visitador]. Esa noche hubo gran iluminación en la ciudad. Y vinieron los suntuosos regalos, las cortesías, los muchos detalles de toda índole tanto para Vena como para la Huarte. Tras el sarao de la noche anterior

Se corrieron toros, hubo torneos, justas, paso de armas, juego de lanzas, de sortijas y de estafermos, escaramuza de moros y cristianos; hubo una vistosa mascarada y un paseo al Bosque de Chapultepec; allí la Real Audiencia hizo a doña Lucinda el fastuoso obsequio de un arbolillo de oro con flores de rubíes y de zafiros...98

95

Op. cit., p. 42-43. Antonio de Mendoza gobernó de 1535 a 1550. 97 Ibidem., p. 43. 98 Ibid., p. 47. 96

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Luego de varios días de fiestas, Rodrigo Vena empezó sus labores, mientras los oidores dábanle minuciosa cuenta de los negocios graves que tenían, haciendo por

inclinar su opinión a

la de ellos. Pocos días después, se anunció la llegada de don Antonio de Mendoza.

El virrey Antonio de Mendoza, primero en la Nueva España, cuyo gobierno cubrió el periodo de 1535 a 1550.

Todos estaban en la creencia de que tenían ganado al visitador. Sin embargo, a quien no le vino nada bien el aviso del arribo de el nuevo virrey, fue a la señora Huarte, porque luego de varios enredos, y mejores aclaraciones, ella terminó descubriendo el ardid.

¿Por qué me

engañaste, Rodrigo, diciéndome que Carlos V te había nombrado visitador de México? Cuando en alta mar me confesaste tu audaz superchería, creí morir de pena.

Por algo, el todavía alter

ego del rey, don Antonio de Mendoza, desconfiado que era, no asistió ni a la grandiosa recepción, ni a fiestas, saraos y banquetes. Es más, envió correo a Veracruz para preguntarle a Velasco qué razones tenía sobre el citado visitador.

Don Luis le contestó en el acto que no traía ningunas cartas ni provisiones para ese tal licenciado Vena, a quien no conocía e ignoraba de dónde salió; que jamás oyó decir en la Corte que se pensara mandar un visitador a la Nueva España; así es que ese sujeto era un aventurero, un hábil impostor, y que, por lo tanto, lo castigara con el duro rigor que merecía.99 Enterado todo mundo de quien era aquel embustero, el deseo del castigo era su único propósito. Y fueron a aprehender al dicho Vena cerca de Veracruz a quien echaron a la

99

Ib., p, 50.

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cárcel, mientras que a su esposa la recluyeron en una casa de confianza. Se instruyó el

pérdida de todos los bienes, diez años de galeras y recibir cuatrocientos azotes antes de salir al remo, a apalear sardinas... proceso y la condena fue rotunda:

En esas estaban los verdugos, cuando se escuchó el grito desgarrador de Lucinda Huarte, quien se encontraba entre el gentío. Fue entonces que ésta se acercó a su esposo –en carne

abierta, toda en jirones y en latido perenne-, pero ya nada se podía hacer. Doña Lucinda, con la razón perdida, siguió corriendo por las calles, estampando en la mañana azul sus largos gritos y risotadas de loca. Este sucedido, sugiere diversas precisiones en cuanto

A de V-A

se ocupó de anotar del

amplio desarrollo de la vida cotidiana, los acontecimientos que significaban la sola recepción de personajes como los apuntados aquí. El protocolo comenzaba en el puerto de Veracruz, donde colmaban a los nuevos visitantes de fiestas y regalos. Entre aquel catálogo de celebraciones, no podían faltar las corridas de toros, festejos complementados por juegos de cañas, estafermos, alcancías, cabalgatas, mascaradas, que integraron el esquema festivo de los primeros doscientos cincuenta años del virreinato, mismos que se encuentran ricamente anotados en las descripciones de fiestas, de las que se podrá enterar el interesado acudiendo a los ANEXOS de este trabajo, puesto que existen –hasta el momento-, 357 fuentes incluidas aquí, junto a casi otro centenar localizado y reunido en otro de mis trabajos.100 Sin fuentes como las referidas, sería imposible comprender el esplendor de multitud de conmemoraciones ocurridas durante el período colonial, y son apenas un conjunto representativo del enorme cúmulo de acontecimientos del que se han perdido otras tantas noticias, algunas de las cuales, y como ya se dijo páginas atrás, fueron recogidas entre otros, por diaristas como Guijo, Robles o José Gómez. También en la Gaceta de México (1722) o la Gazeta de México (1728-1739, 1742; y 1784-1809). Es un hecho de que la biblioteca formada por

A de V-A

contara con un buen número de

viejos impresos coloniales. De ahí las frecuentes citas a pasajes que no fueron hechas 100

José Francisco Coello Ugalde: Relaciones taurinas en la Nueva España, provincias y extramuros. Las más curiosas e inéditas 1519-1835. México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Bibliográficas, 1988. 293 p. facs. (Separata del boletín, segunda época, 2).

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deliberadamente. En todo caso, se tomó la libertad de enriquecerlas con su personal estilo. Por lo demás, este es un extraordinario dato por medio del cual nos enteramos con siempre oportunos detalles, de otra de las tantas manifestaciones públicas por medio de las cuales se organizaba la autoridad y se divertía el pueblo, al margen de que el protagonista de este sucedido resultara un impostor. Al fin y al cabo, una divertida ocurrencia más en

A de V-A.

[PASAJE Nº 9]: LA NEGRA DEL SEÑOR ARZOBISPO.

Son los tiempos en que estaba en la Nueva España el muy peculiar Arzobispo Fray Pedro o Francisco García Guerra. Peculiar, porque

presidió siempre la vida de don Fray García

Guerra un oculto maleficio. De un mal iba a otro mal mayor y así hasta que llegó a la muerte, supremo descanso...

Ya desde su viaje emprendido para ocupar el cargo de virrey en este

reino, estuvo plagado de tribulaciones de todo tipo. Pues bien, llegó al puerto de Veracruz el afligido señor acompañado de su cohorte. Luego de rumbosa recepción en la que hubo

preciosos arcos de flores y de verdura, a tiro de arcabuz unos de otros; a cada paso salía multitud de indios con altos y brilladores penachos de plumas de colores, tocando trompetas, sacabuches, chirimías, dulzainas, albogues y roncos tamborinos...

En cierto momento, uno de

los muchos cohetes que se soltaron para festejar, fue a posarse a los pies de la mula frisona montada por el arzobispo. Ya imaginarán ustedes la consecuencia: un brazo roto,

el brazo

con el que bendecía tan amorosamente, ¡qué lástima!, y dio, además, un formidable cabezazo, y, como era natural se le rajó el cráneo al pobre señor, pero el pedrusco, menos mal, sí quedó intacto todo él y hasta decorado con unas sinuosas chorreaduras de sangre, que le hacían bien, armonizando con su color gris. Siguió su camino rumbo a Zumpango, luego a Huehuetoca lugar donde sufrió otro accidente. ¡Válgame Dios! Tras el nuevo susto, y algo repuesto, llegó a Guadalupe, donde tomando precauciones ante el aviso de que montaría otra mula, prefirió una carroza, en la que por fin arribó a la gran ciudad de México. Pasando por la calle de Santo Domingo, y

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dispuesto a subir un templete, este se hundió estruendosamente cayendo todo lo que fueron suntuosos adornos.

A Su Señoría Ilustrísima don Fray García Guerra no le pasó casi nada, si nada grave es la torcedura de una pierna, que se le volvió al revés, con el talón novedosamente hacia delante, por la sencilla cosa de que le cayó encima una gruesa tabla (...) Camino a la Catedral, un nuevo accidente se sumó a esa marcha que se antoja colmada de una desgracia y otra también. Y así pasaron los días, en que ya no hubo –al parecer- más sustos, hasta que otro igual de inusitado lo llevó, después de severo golpe cayendo del carruaje arrastrado por unas mulas desbocadas, a pasar varios días reponiéndose del susto y los dolores intensos que padeció. Con lo que en aquellos tiempos escandalizaba un eclipse, pues miren que vino a ocurrir en los días en que ya el Arzobispo solo pensaba en las fiestas para hacer su entrada pública como virrey. Y eso no podía ser sino un pésimo agüero de su fatal presencia en estos dominios. Las calamidades no terminaron ahí. En tanto, se efectuó la recepción, tal y como estaban establecidos los usos y costumbres de tan singular acontecimiento, -¡claro!- sin que faltara otra desgracia. Y es que

Unos juglares, para agasajar al nuevo virrey, había preparado un artificio para hacer volatines desde lo alto de un pino en la plaza de Santiago Tlatelolco, y al llegar Su Excelencia le hicieron algunas suertes muy vistosas, pero se descompuso el armadijo que tenían y vinieron al suelo, estrellándose casi a los pies del flamante Virrey: un jeme escaso faltó para que le cayeran encima y lo dejaran desmenuzado y deshecho, y como compensación sólo le salpicaron irrespetuosamente de sangre y de sesos las manos y las suntuosas vestiduras; pero con unos lienzos y un poco de agua quedó remediado el mal, y esos trapos inmundos se los disputaba la gente para guardarlos como reliquias veneradas.101 Seguramente por estas, y otras razones, fue que

A de V-A

denominó el presente pasaje

como La negra del señor arzobispo. No se piense en ninguna mulata. Menos, en una mujer de intenso y oscuro color que le acompañara en el austero séquito. No. Era su desgraciada suerte que tuvo, como lo cuenta Mateo Alemán, 102 el cronista de estos sucedidos, en 101

Valle-Arizpe: Del tiempo pasado..., op. cit., p. 121. Mateo Alemán: Sucesos de D. Frai García Guerra, Arzobispo de México, a cuyo cargo estuvo el gobierno de la Nueva España. A Antonio de Salazar Canónigo de la Santa Iglesia de México, mayordomo y administrador general de los diezmos y rentas de ella: Por el Contador Mateo Alemán, criado del rey 102

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infortunios uno seguido del otro. Incluso –y como lo veremos más adelante-, hasta en sus honras fúnebres.

Arzobispo-virrey Fray Pedro García Guerra.

Y como don Pedro o Francisco era harto entusiasta para las fiestas que se le organizaron en su recepción, no excluyó las taurinas. Fue por eso de que

(...) a los pocos días de su toma de mando iba a celebrar el Ayuntamiento las fiestas anuales que estaban ordenadas que se hicieran solemnemente el día del glorioso Señor San Hipólito, en recordación de la toma de la ciudad azteca por Hernán Cortés y los suyos, y ya no se pudieron hacer otras especiales para honrar al nuevo mandatario, sino que se acordó que las del 13 de agosto fuesen también dedicadas para agasajarlo. Así es que se quedó sin festejos don Fray García Guerra; pero la madre tierra se esmeró en proporcionarle uno muy soberano en los primeros días de su gobierno, poniéndose a temblar más que potranca ante un león.103 Salvándose de que le cayera encima un alto estante lleno de libros, aunque más de alguno de aquellos volúmenes le vino a causar los golpes de rigor, esto que no le impidió pensar, ¿en qué creen ustedes?

Pero mandó celebrar unas corridas de toros; ¿cómo iba a ponerse a mandar tranquilamente como virrey don Fray García Guerra, sin haber tenido antes aunque fuese una mala festividad? No, eso no era posible; equivaldría a subvertir el orden de las leyes naturales. Hubo dos corridas, y mandó, además, el uncioso prelado que se jugaran alcancías, pero todo ello se interrumpió por otro temblor de tierra inoportuno, que llenó a todo el mundo de nuestro señor. Con licencia en México. En la imprenta de la Viuda de Pedro Balli. Por C. Adriano César. Año de 1613. 103 Valle-Arizpe: Del tiempo..., op. cit., p. 121-122.

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pánico, pues por todas partes llovían piedras y vigas de las casas de los alrededores del coso, que se venían abajo estrepitosamente y entre espesas polvaredas. Hubo heridos numerosos, y también hubo muchos muertos; de los toros se fueron a ver, beatíficamente, a los serafines y arcángeles o a los diablos en los apretados infiernos, según fuere su limpieza de alma o el sucio caudal de sus pecados.104 Se sabe que dicho festejo se celebró “en un cortinal de palacio” y, a lo que parece, no fue precisamente en el palacio virreinal, sino en el arzobispal, a donde tenía sus aposentos el desgraciado fraile, quien a partir de ese otro susto mayúsculo, comenzó a estar muy enfermo. Como quedara en manos de unos médicos que diagnosticaron todo, pero no lo más acertado, hasta llegaron al extremo de

Que lo partieron casi en canal, pues que aseguraron estos majaderos hombres de ciencia que se había corrompido por el interior, “porque las materias hicieron grandísima eminencia en la parte de las costillas que llaman mendozas, siendo muy necesario que viniesen cirujanos a abrirlo”, y luego que lo destazaron vieron “que salió poca materia, por haber corroído ya el diafragma y subido arriba”, y que “las costillas mendozas estaban tan podridas que se deshacían entre los dedos”. Con grandes, incesantes dolores, que lo tenían en un perenne grito, más por la destazada que por lo de las materias que le habían “subido arriba” y que por lo deleznable de las costillas mendozas, murió don Fray García Guerra el 22 de febrero del año de 1612.105 Hasta aquí, las citas de

A de V-A. Ahora bien, me gustaría agregar aquí un apunte que fue

incluido en mi libro Novísima Grandeza de la tauromaquia mexicana, y que titulé EL SIGLO XVII EMPIEZA CON LA HISTORIA DE UN TAURINO “HASTA EL TUÉTANO”: FR. GARCÍA GUERRA. Fray Francisco García Guerra de la orden de los dominicos, un buen día fue llamado a ocupar el cargo de Arzobispo. Como tal, prometió encargarse de obras pías “cuando fuera virrey de la Nueva España”. La espera tardó cuatro años y por fin, el 31 de marzo de 1611, se comunicó el nombramiento que el Rey Felipe III hizo por Cédula Real designándole su visorrey en estas Indias Occidentales. Aquel hombre que demostró pobrezas y rigores, dejó a un lado las virtudes de humilde religioso para inflamarse de los privilegios que el reciente nombramiento le confería, que por cierto, y por mera casualidad, fue comunicado un viernes. Entre lisonjas populares, un sorbo de buen chocolate y una chacona como fondo musical, decretó su Ilustrísima que todos los viernes de ese año hubiera grandes corridas de toros en la plaza que mandó construir en el Palacio Arzobispal. Ese primer viernes, las cosas ya se tenían preparadas pero fray García Guerra se olvidó de que tal día se recordaba la Pasión de Cristo. A escasos minutos de comenzar el festejo, se sintió un temblor de tierra que espantó el sosiego de la capital de la Nueva España y mejor dejaron las cosas para la semana siguiente.

104 105

Ibidem., p. 122-123. Ibid., p. 123.

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Ocho días después, las circunstancias del anterior se repitieron con más rigor, derribando tablados, casas y azoteas; y hasta el arzobispo-virrey peligró en su balcón al caer buen número de piedras. Del Real Monasterio de Jesús María salió una carta que recordaba la petición para fundar allí mismo un convento. Las promotoras: Sor Mariana de la Encarnación y Sor Inés de la Cruz esperaban pacientes que se cumpliera la promesa de tal proyecto, hecha por parte del todavía Arzobispo, por medio de aquellas palabras todas llenas de emoción, pero también de falsa lisonja y que decían: “Hasta que yo sea virrey de la Nueva España no les fundaré esa casa de religión”. También en esa carta la madre Inés solicitaba al virrey “mudar el decreto de los toros..., pero sin olvidar lo prometido para el nuevo convento”. La epístola, en el fondo se convirtió en aviso de alguna señal divina con la que se le decía a García Guerra que rectificara, cosa que no hizo. Días después el arzobispo-virrey tuvo un accidente en su carruaje del que resultó gravemente herido. Al recuperarse lo primero que hizo fue hablar con la monja Inés “y le pidió que le alcanzase de Dios vida para enmendar sus yerros y labrar el convento”. Sufrió el arrepentido todo este escarmiento. Murió el 22 de febrero de 1612. Y por supuesto, los intentos de seguir dando corridas de toros los viernes se esfumaron como el efímero lapso de tiempo en que su Ilustrísima gobernó como décimo segundo virrey de la Nueva España.106

Además de Mateo Alemán, quien se ocupó de los Sucesos de D. Frai García Guerra..., se tiene noticia de otro autor que describió las tremendas tribulaciones de su Ilustrísima. Aunque no se tiene el nombre de dicho personaje, la obra se titula: “Reforma de los Descalzos de Nuestra Señora del Carmen de la Primitiva Observancia”, en la cual se notifican otros tantos asuntos, tan parecidos a los que ya se han abordado. Por su parte, Nicolás Rangel, también nos recuerda los acontecimientos de carácter taurino que se desarrollaron durante la recepción de Fray García. Las Corridas de Toros celebradas en la Plaza Mayor, se jugaron algunos toros enmantados de cohetes y fuegos; y de haber sido pintado el Arco triunfal, levantado en la esquina de Santo Domingo, por el artista mexicano Luis Juárez, considerado como el fundador de la escuela mexicana de pintura. En este Arco figuraron los retratos de los Virreyes anteriores a Fray García Guerra y el de éste. Y a propósito de los toros enmantados de cohetes y fuegos, ¿no tendrán en ellos su origen los toritos de carrizo con que se divierten las multitudes en algunas pequeñas poblaciones de nuestro país y también en esta Capital, en las verbenas, antes de ser quemados los Fuegos de artificio? No obstante los celestiales avisos de que hablamos en anteriores párrafos, el taurómaco Arzobispo mandó construir un Coso en el propio Palacio Virreinal, para satisfacer su afición por la fiesta brava. Tan peregrina noticia nos la proporciona el Acta del Cabildo celebrado el 20 de julio de 1611, que dice: “Este día acordó la Ciudad que, porque ha tenido noticia que le dio el Secretario Cristóbal de Osorio, que en Palacio se ha hecho Coso en que lidiar toros algunos días, lo que fuere servido su Señoría Ilustrísima, y que se le dé sitio a esta Ciudad en que haga tablados para las veces en que los hubieren de haber, los caballeros del Ayuntamiento, ordenaron que el señor Francisco Escudero de Figueroa, vea el sitio que se señala, y ordene al Mayordomo haga allí un Tablado conforme le pareciere al Señor Francisco Escudero de Figueroa, y el dicho Mayordomo pague de los Propios todo lo que el dicho Francisco Escudero de Figueroa mandare y librare; que con la dicha libranza y carta de pago, se le escribirán en cuenta al dicho Mayordomo. Y el dicho Mayordomo tenga cuidado de que el Tablado se aderece decentemente todos los días que hubiere Toros, y a ello acudan los porteros de esta Ciudad; y los gastos menudos que en el discurso del tiempo se ofrecieren, los haga dicho Mayordomo y se le pasen en cuenta, con certificación del dicho señor 106

José Francisco Coello Ugalde: Novísima grandeza de la tauromaquia mexicana (Desde el siglo XVI hasta nuestros días). Madrid, Anex, S.A., España-México, Editorial “Campo Bravo”, 1999. 204 p. Ils, retrs., facs., p. 29-30.

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Francisco Escudero. Y los entresuelos de los Tablados sean para las señoras de los caballeros Regidores que fueren allí sin haber división”. ¿Qué prueba más patente de la taurofilia de Su Señoría Ilustrísima, Don Fray García Guerra, que la de haber mandado construir Plaza de Toros en el propio Palacio virreinal? Desgraciadamente no hay noticia del número de Corridas verificadas durante los ocho meses que gobernó a México, pero deben haber sido frecuentes o cuando menos semanarias. Mateo Alemán, autor del “Pícaro Guzmán de Alfarache”, que escribió una “Oración Fúnebre” en memoria del Arzobispo, da noticia de las Corridas de toros que en honor de Don Fray García se verificaron en un cortinal de Palacio.107

Aquel pasaje de “La negra del señor Arzobispo”, que parecía un simple y curioso vistazo sobre personaje tan peculiar como Fray Francisco García Guerra, se ha convertido en rico escenario de circunstancias colmadas de penurias, sustos, sobresaltos en medio del capricho de sus taurinas inclinaciones.

[PASAJE Nº 10]: LOS DESEOS DE FERNANDO VII.

Sólo faltaría agregar sobre este pasaje, una pequeña, muy pequeña cita que recoge

V-A

A de

sobre las particulares aficiones que popularizó el “Deseado” y a su vez repudiado

monarca de la casa de los borbones, el polémico Fernando VII. Nuestro propio autor le atiza un severo juicio que lo pone como “lazo de cochino”:

Fernando es un perfecto cobarde. Sólo pensó en poner a salvo su persona y que sus súbditos, cuya suerte le ha importado muy poco, se arreglaran como mejor pudieran con los franceses. El miedo más grande lo hizo salir de Madrid e ir al encuentro de Napoleón y arrastrarse vilmente a sus pies como pordiosero hambriento; el miedo más espantoso no lo dejó detenerse en Vitoria, ni mucho menos intentar la fuga; el miedo lo obligó, después de las frustradas negociaciones con Napoleón y de las vergonzosas disputas con su padre Carlos IV, a abdicar la Corona y a firmar en Burdeos su asquerosa proclama a los españoles y en Valencia la rastrera carta a José Napoleón –el odiado Pepe Botellas-, felicitándolo con entusiasmo y alegría por su feliz advenimiento al trono de España, sin que la mano le temblara, ni en su rostro hubiera el más somero indicio de rubor, mientras que toda la nación sostenía por él una lucha heroica que asombraba al mundo.108 Y no termina ahí esta lapidación literaria. Sigue apuntando:

107

Nicolás Rangel: Historia del toreo en México. Época colonial (1529-1821). México, Editorial Cosmos, 1980. 374 p. Ils., facs., fots. (Edición facsimilar)., p. 56-57. 108 Valle-Arizpe: Del tiempo..., op. cit., p. 246.

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Desde niño, nos ha engañado este hombre nefasto. Conspiró contra su padre, el bueno de Carlos IV, después contra el Trono y aun amenazó la vida del que le dio el ser. Ha sido rebelde y descastado con sus padres; con sus amigos, desleal y cobarde, y felón para su patria, acudiendo al francés para que derribara a un favorito y llamó a Napoleón para que derribara a un favorito y llamó a Napoleón para que decidiera en pleitos de familia. Hemos visto con horror cómo ha pagado con horcas y cadenas los sacrificios heroicos de su pueblo para libertarle del destierro; ha mandado matar a los que le fueron más fieles y a los más esclarecidos españoles; ha anulado todo lo proclamado en Cádiz y ha encendido de nuevo las hogueras de la Inquisición, clausuró la Universidad, ha abierto una escuela de tauromaquia. Ha perseguido, en unión del abominable don Tadeo Calomarde, la virtud, el saber, el valor, y le ha dado abrigo a la “necedad, a la doblez, a la cobardía las tres fases de su carácter”. ¡Este hombre es al que le decíamos el Deseado y por él se derramaron ríos de sangre y de oro!109 Pues bien, efectivamente, fue este monarca, el que, en acuerdo con el Conde de la Estrella y la colaboración de Pedro Romero, inaugura en Sevilla la famosa Escuela de Tauromaquia, de la que, posteriormente salieron destacados alumnos como Francisco Montes y Francisco Arjona “Cúchares”.110 El papel que jugó el monarca en cuestión, me lleva a hacer una reflexión, misma que he trabajado de manera muy intensa en mi tesis doctoral, bajo las siguientes condiciones, donde 109

Ibidem., p. 248. José Francisco Coello Ugalde: “Cuando el curso de la fiesta de toros en México, fue alterado en 1867 por una prohibición. (Sentido del espectáculo entre lo histórico, estético y social durante el siglo XIX)”. México, 1996 (tesis de maestría, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional Autónoma de México). 238 p., p. 6-8. Ocasiones de diversa índole como motivos reales, religiosos o por la llegada de personajes a la Nueva España, eran pretexto para organizar justas o torneos caballerescos; esto en el concepto del toreo a caballo, propio de los estamentos. Luego, bajo el dominio de la casa de Borbón se gestó un cambio radical ingresando con todas sus fuerzas el toreo de a pie. Tal fue causa de un desprecio (y no) de los monarcas franceses contra las "bárbaras" inclinaciones españolas, sustentadas hasta el primer tercio del siglo XVIII por los caballeros hispanos y su réplica en América. Así, el pueblo irrumpió felizmente en su deseado propósito de hacer suyo el espectáculo. A fuerza de darle forma y estructura fue profesionalizándose cada vez más, por lo que alcanzó en España y México valores hasta entonces bien estables. En los albores del XIX surge en México el convulso panorama invadido por el espíritu de liberación, para emanciparse del esquema monárquico. Tras la guerra independentista lograron nuestros antepasados cristalizar el anhelo y la nación mexicana libre de su tutor colonial inició la marcha hacia el progreso, con sus propios recursos. Y en el toreo ¿qué sucedía? El ambiente soberano que se respiraba en aquellos tiempos permitió todo concepto de tolerancias. Fue entonces que el libre albedrío, la magia o el engaño de improvisaciones llenaron un espacio: el de las plazas de toros, donde se desarrollaron los festejos. El toreo basaba su expresión más que en una fugaz demostración de dominio del hombre sobre el toro, en los chispazos geniales, en las sabrosas y lúdicas connotaciones al no contar con un apoyo técnico y estético que sí avanzaba en España, llegando al grado inclusive de que se instituyera una Escuela de Tauromaquia, impulsada por el "Deseado" Fernando VII. Todo ello, a partir de 1830. Pero no avanzaba en México de forma ideal, probablemente por el fuerte motivo del reacomodo social que enfrentó la nueva nación en su conjunto. 110

75


también se involucra a un protagonista que aunque no participa directamente en aquel plantel taurómaco, es el más inmediato protagonista que nos es tan inmediato por sus influencias técnicas y estéticas ejercidas en el toreo mexicano durante el siglo XIX. Me refiero a Bernardo Gaviño y Rueda, quien arribó a México en 1835. Su primera actuación en la plaza de San Pablo fue el 19 de abril de ese mismo año. En 1844 un 6 de octubre se enfrenta por primera vez (al menos esa es la primera noticia) a toros de Atenco en la plaza de San Pablo. Se desconocen las reacciones que pudieron darse por parte del pueblo, si de resentimiento hacia lo español apenas pasados algunos años del logro de la independencia, o de aceptación que no era más que presenciar la continuidad del espectáculo taurino. Continuidad que se dio como lógica respuesta frente a unas condiciones de recuperación puesto que la costumbre se había visto afectada primero, por el incendio de la plaza de San Pablo en 1821 (plaza que se reinauguró hasta 1833) y luego por plazas sucedáneas pero efímeras como la Nacional, la de la Alameda, o la de don Toribio. Por ese entonces dominaban el ambiente los hermanos Luis, Sostenes, Mariano y José María Ávila concretamente, en medio de otros personajes tan fugaces como etéreos. En ese estado de cosas, un año después España reconoce la independencia de México lo cual pudo haber abatido el carácter antihispánico de algunos nuevos y recalcitrantes partidarios del liberalismo, amen de muchos otros que sin tanto principio político de por medio, hayan impuesto su propio y natural rechazo a lo que significó el paso y el peso de tres siglos coloniales en nuestras tierras.

Polémico personaje, el rey Fernando VII quedó retratado lo mismo por Francisco de Goya y Lucientes que por Artemio de Valle-Arizpe.

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Bernardo Gaviño contaba en 1835 con 23 años de edad. Gaditano de origen decidió establecerse en México luego de haber hecho un alto temporal en la isla de Cuba. En España fue contemporáneo de Francisco Montes, de Juan León "Leoncillo" y quizás hasta pudo estar muy cerca de aquella influencia que ejerció la Escuela de Tauromaquia auspiciada por Fernando VII y dirigida, como ya sabemos, por Pedro Romero en coordinación con el conde de la Estrella. Allí se aplicaron muchos jóvenes toreros de entonces. El inicio que, como institución tuvo esta escuela de tauromaquia parte de 1830, cuando Bernardo cuenta con 17 años, edad mas que propicia para comenzar una profesión tan arriesgada y apasionante como la de ser torero. Durante ese lustro que va de 1830 a 1835 quizá era la moda predominante, o el sitio a donde fueron aglutinándose los miembros de una generación formada bajo la égida de Pedro Romero que ya goza de principios formales de profesionalización en una primera etapa regida por fundamentos establecidos en la Tauromaquia de José Delgado. La segunda etapa se cubrió con el alumno más destacado de Romero: Francisco Montes, quien en 1836 publica su Tauromaquia, sustento técnico que se proyectará vigoroso más de 50 años, hasta el surgimiento de una diversidad de doctrinales taurómacos o la Tauromaquia de Guerrita aparecida en el crepúsculo del siglo XIX.111

José Francisco Coello Ugalde: “Atenco: la ganadería de toros bravos más importante del siglo XIX. Esplendor y permanencia”. México, 2006 (tesis de doctorado, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional Autónoma de México). 250 páginas + CXXXIII (Anexos). 111

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VIRREYES Y VIRREINAS DE LA NUEVA ESPAÑA. 112

Esta es una de las obras más sólidas trabajadas por

A de V-A,

como parte del serio

compromiso literario, donde se refleja un quehacer que se va hasta el extremo del detalle y la minuciosidad a la hora de mostrarnos un completo telón de fondo donde actores y escenarios parecen estar a nuestro alcance. Basta con abrir cualquiera de sus páginas para sentirnos inmediatamente trasladados al lugar de los hechos, en donde siempre tendremos lugar de privilegio, y hasta nos daremos el gusto de saborear alguno de los exquisitos platillos e infinidad de dulces y otras tentaciones culinarias con las que diversas lecturas al respecto despiertan nuestro apetito. Como “divulgador amenísimo de temas históricos relacionados con el pretérito de su patria” es uno de los primeros atributos que Federico Carlos Sainz de Robles califica la extensa obra de un hombre que además, a su paso por España fue reconocido como “divulgador amenísimo”, como Pintor vivo y poético, dechado de narraciones fáciles, lleno de espíritu y de sensibilidad, Valle-Arizpe, dueño de un estilo elegante y de un lenguaje castizo y riquísimo, ha logrado que muchas de sus obras hayan sido traducidas a distintos idiomas y aun llevadas a la pantalla, y que su nombre quede aureolado como el de los mejores literatos de su patria.113

Me parece que la afirmación de Sainz de Robles en cuanto a que “sus obras hayan sido traducidas a distintos idiomas y aun llevadas a pantalla...” son un poco aventuradas y faltas de sustento (hasta que no se diga o se descubra lo contrario).114 Pero no he encontrado el dicho que lo afirme o lo sustente. En todo caso, no entraré en discusión al respecto, porque de lo que se trata es continuar con la revisión de todos aquellos pasajes en los que este, nuestro autor de lujo, nos lleva por diferentes episodios en los que trasciende el tema taurino, asunto de la presente publicación.

112

Artemio de Valle-Arizpe: Virreyes y virreinas de la Nueva España. Tradiciones. Leyendas y sucedidos del México virreinal. (Nota preliminar de Federico Carlos Sainz de Robles). México, Aguilar editor, S.A., 1976. 476 p. Ils. 113 Op. cit., p. 9. 114 Habría que pensar en películas mexicanas de la considerada “época de oro”, donde argumentos sobre hechos coloniales son el mejor terreno donde se pudieron utilizar las recreaciones literarias de Artemio de ValleArizpe. Allí están, por ejemplo: “La monja Alférez” o “Martín Garatuza”, pero sobre todo “La Güera Rodríguez”.

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En Virreyes y virreinas..., encontramos suficiente información, tanta, que es imposible discriminar o despreciar algo de ella. Es posible, en todo caso, la aparición de algunos episodios donde la semejanza del protagonista en cuestión –como es el caso Luis de Velasco o Fray Francisco García Guerra-, terminen siendo tan parecidos a los que ya fueron apuntados en obras ya revisadas. Sin embargo, es tal la virtud y el manejo que hace

A de V-

A de esos acontecimientos, que será muy difícil encontrar un uso indebido. O para que mejor me entiendan: “refritos” o “fusiles” de su propia creación sobre un mismo tema. Ya lo comprobaremos cuando estemos de regreso tratando específicamente el caso de este entusiasta arzobispo-virrey.

Virrey Luis de Velasco, a quien Juan Suárez de Peralta consideró como “lindo hombre de a caballo”.

[PASAJE Nº 11]: PRIMERA SERIE. LINDO HOMBRE DE A CABALLO.

El apunte inicial de la presente obra, nos lleva hasta la segunda mitad del siglo XVI con un personaje ya conocido: el virrey don Luis de Velasco.115 A de V-A refiere sobre Velasco

Un modelo de los buenos, de perfectos gobernantes... Siempre estuvo inclinado a la suave tolerancia, a la misericordia. No se excedía jamás de lo dispuesto por las leyes, no iba más allá de ellas su rigor. Era afable, era humano, estaba lleno de piedad para todos; pero dentro de los mandatos legales era severo, inexorable, inflexible. Jamás quebrantaba su decisión para hacer cumplir todo lo mandado en favor de los indios, con lo cual se suscitó 115

Véase la parte relativa a la CIUDAD COLONIAL de la Historia de la ciudad de México según los relatos de sus cronistas, p. 45.

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muchas malas voluntades, no solo de los encomenderos, sino que también de los oidores y oficiales reales, a quienes no permitía tener granjerías ni tener repartimientos.116 Y ya, en lo relativo a sus habilidades como lindo hombre de a caballo, según el dicho de Juan Suárez de Peralta, encontramos la amplia descripción de nuestro autor, como sigue:

Don Luis de Velasco era un gran caballista, muy diestro y afamado en las artes de la brida y de la jineta. Fuerza y gracia tenía para regir el caballo. Con certera puntería disparaba pedreñales, el arcabuz y la ballesta, y de modo gentil, admirable, corría la sortija, tiraba bohordos y estafermos y quebraba cañas con donaire. ¿Quién como él en acosar y alancear reses bravas? Don Luis pertenecía a la noble e ilustre casa del condestable de Castilla, y por su alta alcurnia era de los caballeros del séquito del emperador Carlos V, quien tenía señalada predilección a los deportes hípicos y a garrochar toros a usanza morisca: los cargaba, con habilidad, de hierros y varas, los desjarretaba y matábalos a lanzadas, pues que la montería y los torneos eran, a la vez que un entretenimiento, un ejercicio indispensable para estar con el cuerpo resistente y avezado a los trances y contingencias de guerras inesperadas. Con incomparable maestría y elegancia el Virrey ejecutaba suertes con un labrado garrochón de colores; aguardaba al toro cara a cara y clavábale sobre la frente una banderola o gallardete, o metía lindamente el caballo entre los cuernos de la fiera, que acudía a él con tanta fuerza y derecha como una jara, y de ellos salía diestramente, moviendo apenas las riendas del ágil corcel, que se iba caracoleando, muy gallardo, entre los aplausos, vítores y músicas con que le celebraban la suerte. Dadas sus aficiones hípicas, impulsó mucho en la Nueva España el ganado caballar y mejoró razas con cruzas de potros andaluces y con los bellos, finos, elegantes, de Arabia. Él reformó la silla de montar que trajeron a México los españoles conquistadores y que era la de uso corriente en España. Creó no solo la silla vaquera, sino el freno mexicano, con el que tan bien se rigen y dominan las caballerías más indómitas, haciéndolas dóciles a cualquier leve llamado de la rienda que les transmite la voluntad del jinete. A esa silla y a ese freno se les dio su nombre ilustre: se les decía “de los llamados Luis de Velasco”; así se expresa claro en una merced dada en tiempos del virrey don Martín Enríquez de Almanza a dos caciques indios, para que pudiesen, como gracia muy señalada, andar a caballo, pues los indios tenían terminantemente prohibido el cabalgar, cosa que solo se permitía a los naturales de España o a los criollos. No sólo tenía don Luis de Velasco delicado gusto por las funciones tauromáquicas y por la equitación, sino también por la cinegética, ya de montería, ya de cetería; era su recreo y solaz (...) El era muy lindo hombre de a caballo (...)117

116 117

Valle-Arizpe: Virreyes y virreinas de la Nueva España..., op. cit., p. 11. Ibidem., p. 13-14.

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Como se trató en la parte correspondiente al libro Historia de la ciudad de México según los relatos de sus cronistas, y con afán de no repetir el pasaje, es conveniente retomar la lectura luego de que en Virreyes y virreinas... se ha apuntado lo relativo sobre la forma en como Luis de Velasco jugaba a las cañas, sus virtudes sobre los muchos regocijos en que participó junto a otros sobresalientes caballeros. También se encuentra el apunte sobre el ganado de los “chichimecas escogidos, bravísimos..., más de alguno con veinte años y no ha visto hombre” y las jornadas que se desarrollaron en el bosque de Chapultepec. Quienes estaban cerca de don Luis de Velasco

Vivían todos contentos con él, que no se trataba de otra cosa que de regocijos y fiestas, y las que lo eran de guardar salía él en su caballo a la jineta, a la carrera, y allí la corrían los caballeros; y era de manera que el caballo que la corría delante de él aquellos días, solo y la pasaba, claro, era de gran precio; y así, todos no trataban de otra cosa, sino de criar sus caballos y regalallos para el domingo en que el virrey les viese correr y tener sus aderezos muy limpios. El los vía pasar su carrera, y eran tantos que con ir temprano faltaba tiempo; y era la prisa de ir a la carrera que llegaban cinco o seis al puesto, uno tras de otro; y pretales de cascabeles todos los llevaban de sus casas, los mozos por la prisa; en verdad que creo de ordinario los que la corrían paseada eran más de cincuenta. Tanta era la gente que iba que no dejaban correr los caballos, ni aun pasar, si no era atropellándola, ni bastaban alguaciles que iban con el virrey a apartalla. De allí se iba el virrey a su casa, llenas las calles de hombres de a caballo, y él, en las que parecía, llamaba a su caballerizo y corría con él un par de parejas, y esto hacía por no engendrar envidia en los caballeros si era su compañero uno y otro no, y usaba de este término por no agraviar a nadie. Con esto los tenía a todos muy contentos y no pensaban en más que en sus caballos y halcones y en cómo dar gusto al virrey y ellos en honrar su ciudad con estas fiestas y regocijos. Todos sus exquisitos conocimientos en toros y caballos los lució con gallardía y destreza en las fiestas que mandó celebrar –mayo de 1555- con motivo del fausto suceso de la derrota de Francisco Hernández Girón, que en Lima se había rebelado contra la majestad cesárea del emperador. Mandó don Luis que hubiese grandes corridas de toros y juegos de cañas. Él tomó el mando de una cuadrilla, a la que regaló los preciosos trajes del torneo, y, además, dio de su peculio las boyantes reses para la lidia. También el Ayuntamiento sacó cuadrilla; en estos juegos y regocijos “se aderezaron cuarenta y cinco libreas de mantas de la tierra, pintadas con los colores acostumbrados y con la cenefa de debajo de los colores de la ciudad, que eran el verde y el colorado. Se mandó traer competente número de varas para el juego de cañas y se aderezaron mil con púas para los toros”, que se escogieron en las dehesas los más bravos y gallardos.

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El virrey Velasco y los de su galana cuadrilla de caballeros nobles salieron a la plaza, toda claridad y colores, y compitieron lucidamente en lujo, destreza y preseas con los de la cuadrilla del Ayuntamiento. Todos demostraron su exquisita donosura, haciendo primero vistosos giros en sus bridones, con lo que se entusiasmaba el gentío, y luego rompieron lanzas en los encuentros, en que contendían con mucha gentileza, y después con las suertes que ejecutaron burlando las embestidas de los toros, con cuya furia desenfrenada se encontraban. Todos salieron de la plaza muy bizarros, con mil parabienes.118 Este abundante texto descriptivo sobre tan peculiar personaje, nos permite acercarnos no sólo a la identificación más aproximada sobre el que fue el segundo virrey de la Nueva España. También se encuentran esas otras condiciones entre las que se desenvolvió el protagonista en medio de ciertos quehaceres extrovertidos que pasan a formar parte de la manera en cómo se movió en escena y además, la forma en cómo lo hizo y quedan huellas que perviven cuando se justifica la permanencia de determinadas actividades, en este caso tanto en el entorno rural como en el urbano. En algunos casos sobresale la enorme posibilidad de conocer las amplias descripciones de vestimenta o el desempeño que no nada más queda en Luis de Velasco. También vamos a encontrarla –demasiado documentadatanto con Valle-Arizpe como con las fuentes de otros tantos autores que consulta el propio Artemio..., perdón por este trato más entrañable. Así que el provecho resultante de esta nueva lectura, nos produce la posibilidad del encuentro con aspectos sobre la rutina de prácticas caballerescas que trascendieron en la persona de Velasco. La narración del saltillense es harto completa, enriquecida por los apuntes de Juan Suárez de Peralta que por ello no precisan una detenida revisión más que en aquellos escenarios en los que una primera élite novohispana ya estaba compartiendo quehaceres caballerescos con altos personajes de la política, cuyo papel no estaba reducido al solo desempeño de tareas de alta responsabilidad. También les era permitido –lícito para mejor entenderlo-, el hecho de participar directamente en divertimentos como el que ocurrió en el bosque Chapultepec, allá por 1551, y luego los de cuatro años más tarde, cuando el mismo virrey celebró la derrota de Francisco Hernández de Girón, protagonizando con su dirección a la 118

Ibid., p. 15-16.

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cabeza de una cuadrilla, el torneo y los juegos de cañas, donde además hubo toros. Como iba haciéndose costumbre, el Ayuntamiento también participó enviando sus cuadrillas, para las cuales hubo “aderezo de cuarenta y cinco libreas de mantas de la tierra, pintadas con los colores acostumbrados y con la cenefa de debajo de los colores de la ciudad...” Por supuesto, fueron escogidos un buen número de toros, “los más bravos y gallardos” que por entonces podía haber. Esos acontecimientos deben haber tenido una dimensión de suyo especial, debido a la detenida elaboración en la que se involucraban autoridades y particulares, con tal de conseguir notorio efecto y resultado, lo que generó una línea ascendente respecto a las cada vez más elaboradas y por tanto, complicadas fiestas que fueron organizándose durante el virreinato. No existiendo evidencia gráfica sobre sus desempeños donde sobresalía ejecutando “suertes con un labrado garrochón de colores”, aguardando al toro para clavarle luego sobre “la frente una banderola o gallardete”; es posible verlo o imaginarlo

metiendo lindamente el

caballo entre los cuernos de la fiera, que acudía a él con tanta fuerza y derecha como una jara, y de ellos salía diestramente, caracoleando muy gallardo, entre los aplausos, vítores y músicas con que le celebraban la suerte, como apunta el propio A de V-A. Una de las más importantes contribuciones que Luis de Velasco hizo no sólo al torneo caballeresco en cuanto tal. No sólo a la consolidación de la jineta como modo de expresión técnica representada desde el caballo, fue la silla vaquera y el freno mexicano, instrumento del que se valieron ciertos indios para poder andar a caballo, porque entonces se les tenía prohibido cabalgar, en abierta muestra de rechazo al control establecido, tanto por los conquistadores119 como por parte de aquella nueva población ya asentada que temía algún levantamiento, alguna rebelión de los naturales que perfectamente enterados –entre otras

119

Fue así como el Rey Carlos V instruyó a la Primera Audiencia, el 24 de diciembre de 1528, para que no vendieran o entregaran a los indios, caballos ni yeguas, por el inconveniente que de ello podría suceder en “hazerse los indios diestros de andar a caballo, so pena de muerte y perdimiento de bienes... así mesmo provereis, que no haya mulas, porque todos tengan caballos...”. Esta misma orden fue reiterada por la Reina doña Juana a la Segunda Audiencia, en Cédula del 12 de julio de 1530. De hecho, las disposiciones tuvieron excepción con los indígenas principales, indios caciques.

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cosas-, del fácil manejo y control de las riendas y del caballo, hubiesen podido despertar sospechas. Y aún sin terminar de decir alguna cosa más al respecto de la silla vaquera, que, como apunta A de V-A

Dadas sus aficiones hípicas, (...) reformó la silla de montar que trajeron a México los españoles conquistadores y que era la de uso corriente en España. Creó no solo la silla vaquera, sino el freno mexicano, con el que tan bien se rigen y dominan las caballerías más indómitas, haciéndolas dóciles a cualquier leve llamado de la rienda que les transmite la voluntad del jinete. A esa silla y a ese freno se les dio su nombre ilustre: se les decía “de los llamados Luis de Velasco” Al respecto, José Álvarez del Villar se ocupó del asunto con amplitud.120

[PASAJE Nº 12]: PRIMERA SERIE. LA DISOLUTA CORTE DEL MARQUÉS DE VILLA MANRIQUE.

A de V-A se ocupa en este pasaje del séptimo virrey de la Nueva España, Álvaro Manrique de Zúñiga, Marqués de Villa Manrique, quien gobernó del 17 de octubre de 1585 al mes de febrero de 1590. El lector queda advertido del escándalo que existe alrededor de fray Alonso Ponce.

Los

conventos franciscanos de esta Nueva España, (...) están muy relajados en sus costumbres. (Sin embargo, reventó severa calumnia)

contra Fray Alonso,

(pues)

grandes borrascas le han

armado (además de) persecuciones sin esbozo y a ellos se han asociado el Excelentísimo Señor virrey don Álvaro Manrique de Zúñiga, marqués de Villa Manrique, y su alborotada esposa doña Blanca de Velasco, hija del conde de Nieva, mujer esta de ligeras costumbres y de carácter muy dominante y altivo.121 120

José Álvarez del Villar: Orígenes del charro mexicano. Librería A. Pola. México, Talleres Linotipográficos VIRGINIA, 1968. 173 p., p. 88. En las sillas de la jineta, por lo que a los estilos clásicos se refiere, el gusto americano se manifestó en los adornos recargados y multicolores, desde las últimas décadas de la época colonial, hasta las primeras de la independiente, cuando la escuela y el estilo ecuestre que durante tres siglos habían florecido en la Nueva España, fueron substituidos por las manifestaciones militares de la brida y por las usanzas netamente mexicanas procedentes del campo. 121 Valle-Arizpe: Virreyes y virreinas de la Nueva España..., op. cit., p. 29.

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Y es que el virrey, despachó en un convento franciscano ubicado en la ciudad de Xochimilco por espacio de siete u ocho días, tiempo suficiente para que en dicho convento, además de la dispersión y el relajamiento,

hubiese mucha franqueza y libertad, más de la que

era razón entre frailes que profesaron tan estrecha pobreza (...).

Traslado de la imagen de Jesús Nazareno al hospital de la Purísima Concepción, 1781. Fuente: Historia de la vida cotidiana en México. T. II. La ciudad barroca, lám. 21.

Sin embargo, eran tales las muestras de libertad, rotura y disolución en la persona de doña Blanca de Velasco, que estando la dicha virreina

Jugando a los bolos con el mismo provincial (fray Pedro de San Sebastián) y deteniéndole la bola un fraile o apartándosela para que no entrase en los bolos, había ella dicho con voz que todos los circunstantes la oyeron, amenazándolos graciosamente con el mismo padre comisario y diciendo: “No me hagan trampas ni me toquen a mi bola, miren que les traeré al de Ponce.” Con lo cual dio a entender cuán poderosa era, pues estaba en su mano traer al padre Comisario General a la provincia, como los estuvo en echarle de ella.122 Estas mismas escenas ocurrieron también en el pueblo de Tacuba, a donde los virreyes y su cohorte fueron a alterar la paz sosegada de aquel rumbo. No bastaban las penas que imponían ni el Breve apostólico ni los Estatutos de la Orden por lo que hasta admitían mujeres en los conventos. Para el señor Álvaro Manrique de Zúñiga y su esposa, Blanca de Velasco todo era

fiestas y regocijos al tiempo que andan pleiteando para substraerse de la autoridad y obediencia del Padre Comisario y permiten que él esté en el sórdido mesón de Tlalnepantla 122

Ibidem., p. 31.

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cercado de guardas y preso, en tanto que ellos se la pasan felices con los virreyes en inacabables fiestas y alegrías. Ahora se dice que van a venir a hospedarse al convento grande de San Francisco, de cuya huerta que se hace detrás de él gusta mucho la señora Virreina. Los frailes les preparan no solo comedia y loa, sino luchas de moros y cristianos, bailes, una mascarada y tocotines de los indios y creo que hasta una corrida de toros con dominguejos de fuego en uno de los patios del convento. ¡Van a dejar el Breviario, los rosarios y las disciplinas por los rejones de quebrar, las banderillas y los capotes! ¡Van a cambiar sus venerables hábitos por ropas rozagantes! Habrá que ver eso. Dios les perdone. Amén. Jesús y el Seráfico nos ayuden.123 Fray Alonso de San Juan, es quien escribe con tamaña indignación la carta enviada desde el convento de Santiago de Tlatelolco, a 6 de julio del año del Señor de 1587, al Reverendo Padre Fray Antonio de los Ángeles, en el convento de San Francisco de Ciudad Real, la cual termina con este pasaje:

Ya seguiré contando a vuestra paternidad las tristes novedades que haya, pero ya verá vuestra paternidad cómo pronto el padre Ponce les va a reprimir el furor a estos frailes y les va a oponer su autoridad. Espera su bendición su humilde siervo que le besa los pies.124 ¡Vaya representante de S.M. el rey Felipe II! Hoy día, en tiempos de democracia renovada, un caso semejante gobierna a un país que pretende llamarse México, pero que es confundido con mucha frecuencia con el país de las maravillas, con el país de “todo está bien”. Con el país que “está en buenas manos, profesionales”.125

[PASAJE Nº 13]: PRIMERA SERIE. UN ARZOBISPO TAURÓFILO.

Es preciso contar con un primer escenario que nos ubique alrededor de los acontecimientos ocurridos en el primer semestre de 1611, donde el primer “actor” fue 123

Ibid., p. 32. Ib. 125 Transcurre el segundo semestre de 2004. Un escándalo político sin precedentes ha descubierto las abiertas pretensiones que la Señora Martha Sahagún de Fox tiene por ocupar la silla presidencial en el período 20062012. Pero para que esto ocurra en términos concretos, es su esposo, Vicente Fox Quezada el que tendría que renunciar a la presidencia de la república para dar paso a tamaña obsesión. Como no es un proceso fácil de desahogar, “la señora Martha”, que así se conoce en infinidad de medios de comunicación, es quien se encarga de controlar los hilos de un mandato presidencial poco justificado por el Lic. Fox Quezada, quien se ha desenvuelto con demasiadas torpezas e irregularidades. 124

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Francisco García Guerra, entonces un humilde fraile dominico, aunque ya con el cargo de Arzobispo de México. Al paso de los días, y por cédula real de Felipe III, el fraile, ascendió al cargo de virrey, que cumplió del 19 de junio de 1611 al 22 de febrero de 1612. Así que aquella humildad se tornó insoportable vanidad. El nuevo arzobispo-virrey, no quiso que ese nombramiento pasara por alto. Las fiestas fueron de las que hacen y dejan memoria por el boato con que se celebraron. El amplio marco de referencia que nos proporciona

A de V-A

para entender las circunstancias por las cuales tuvo su arribo este peculiar personaje, nos lleva a desentrañar estos primeros apuntes, para entender los comportamientos de quien puede envilecerse con el poder, cayendo, como cayó, en una peculiar maldición que ya veremos, no sólo se queda en La negra del señor arzobispo...

Don Fray García Guerra ha bajado de su estufa, forrada de blandos velludos, ante la portada del Real Monasterio de Jesús María.126 Don Fray García Guerra es el arzobispo de México.127 Tiene siempre los ojos don Fray García Guerra puestos humildemente en el suelo, sus manos andan siempre entre las mangas del hábito y sus pensamientos meditando buenas obras; porque don Fray García Guerra es un varón evangélico, de mucho celo y mucha piedad, que se desvive por hacer caridades. Ocasiones ha habido en que hasta se ha olvidado de ir a comer por estar distribuyendo limosnas. Un día en que las daba uno de sus familiares, por estar él en cama con enfermedad, aumentaron los menesterosos y se agotó lo que se tenía señalado para el reparto y muchos se quedaron sin socorro; al saber esto el señor Arzobispo se llenó de íntima, de profunda tristeza por aquella pobrecita gente que fue a 126

Guillermo Tovar de Teresa: cronista de la ciudad de México: La Ciudad de los Palacios: crónica de un patrimonio perdido. México, Fundación Cultural Televisa, A.C., editorial Vuelta, 1991. 2 V. Ils., retrs., fots., maps., V. I., p. 91-92. El Real monasterio de Jesús María. Muy conocida es la historia de este edificio gracias a Carlos de Sigüenza y Góngora, autor de una crónica que refiere toda clase de pormenores. Paraíso Occidental se titula y resulta de un interés enorme pues, además de hacer la historia del monasterio, hace las biografías de las monjas, terribles pero divertidas. Se fundó para hijas de conquistadores y españoles pobres. A este convento llegó una hija de Felipe II, la cual procreó con la hermana de don Pedro Moya de Contreras, inquisidor, arzobispo y virrey de la Nueva España. Entre otros datos aportados por el cronista de la ciudad de México, nos dice que este convento estuvo localizado en la calle que conserva su viejo nombre, que es la actual “Corregidora”, así como por la de la “Estampa de Jesús María” que hoy es “Soledad”. 127 Manuel Toussaint: La Catedral de México y el Sagrario Metropolitano. Su historia, su tesoro, su arte. Por (...), miembro de El Colegio Nacional. México, 2ª edición, editorial Porrúa, S.A., 1973. 379 p. Ils., fots., planos., p. 354. Ilustrísimo y Excelentísimo Señor D. Fray García Guerra (1608-1612). Nació en la villa de Frómista el año de 1560 y a los quince de su edad tomó el hábito de Santo Domingo en el convento de San Pablo de Valladolid. Hizo brillantes estudios y llegó a ser prior de ese convento y maestro de provincia. Lo presentó para arzobispo de México Felipe III, el 20 de octubre de 1607.el 5 de abril de 1608 fue consagrado; el 12 de junio se embarcó en Cádiz, llegó a Ulúa el 19 de agosto e hizo su entrada en la capital el 2 de septiembre del mismo año 1608. el día 31 de marzo de 1611 recibió cédula en que se le nombraba virrey por ascenso del marqués de Salinas a la presidencia del Consejo de Indias y tomó posesión del virreinato el 19 de junio. Falleció el 22 de febrero de 1612 a causa de un golpe que recibió al caer de su coche algún tiempo antes y fue solemnísimamente enterrado en la Catedral.

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buscar un bien de caridad y no lo halló, y entonces dispuso que cuando no hubiese dinero en su palacio con que dar socorros se vendieran los muebles, su plata, sus joyas, todo lo que allí había, sin excluir la mitra ni el báculo, porque nada de eso era suyo, sino de la propiedad de los pobres. Don Fray García Guerra lloraba con todas las miserias ajenas, sentía que calan en su corazón los dolores y las angustias de todos los seres. Cuando fue preconizado arzobispo,128 toda la gente, embelesada de contento, se daba una a otra los más efusivos parabienes, porque sabía las muchas virtudes que decoraban la sencilla vida de don Fray García Guerra. Toda la ciudad, para recibirlo, se engalanó con vistosa suntuosidad. Los regidores salieron a encontrarlo, cabalgando corceles ricamente enjaezados, y querían que don Fray García Guerra hiciera a caballo su entrada en la ciudad y hasta le habían prevenido uno de sosegado andar, con gran gualdrapa de brocatel y alto penacho de plumas, e iría rodeado brillantemente de todos los regidores. Don Fray García Guerra se negó a esa pretensión; pero al fin, tras encarecidas súplicas, con las que se venció a su modestia, accedió a ir bajo palio, pero a condición de marchar a pie y descalzo, como convenía a un humilde religioso de Santo Domingo. Don Fray García Guerra ha bajado de su estufa, forrada de blandos velludos, ante el pórtico del Real Monasterio de Jesús María. Don Fray García Guerra ama la música con delectación. Cuando oye buena música su espíritu se va arrobado por senderos inefables. ¡Qué placer hay comparado al de oír tocar el clave, de oír tañer la cítara o el laúd o al de escuchar los sones largos, fluctuantes y gráciles de una flauta? Don Fray García Guerra entra al Real Monasterio de Jesús María; va a visitar a Sor Mariana de la Encarnación129 y a sor Inés de la Cruz.130 Estas monjas son diestras en el arte de la música; tañen el órgano 128

De hecho, tal acontecimiento ocurre en el curso de 1608. Para más detalles de este y otros asuntos ver Mateo Alemán: Sucesos de D. Frai García Guerra, Arzobispo de México, a cuyo cargo estuvo el gobierno de la Nueva España. A Antonio de Salazar Canónigo de la Santa Iglesia de México, mayordomo y administrador general de los diezmos y rentas de ella: Por el Contador Mateo Alemán, criado del rey nuestro señor. Con licencia en México. En la emprenta de la Viuda de Pedro Balli. Por C. Adriano César. Año de 1613. Guillermo Tovar de Teresa: Bibliografía novohispana de arte (Primera parte) Impresos mexicanos relativos al arte de los siglos XVI y XVII. Prólogo de José Pascual Buxó. México, Fondo de Cultura Económica, 1988. 382 p. Ils., facs. (p. 52-54). 129 Josefina Muriel: Cultura femenina novohispana. México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas, 1982.545 p. Ils., retrs., cuadros. (Serie de Historia Novohispana, 30)., p. 55. Mariana de la Encarnación Herrera de Pedroza fue la segunda cronista del convento de San José de México. Nació el 20 de marzo de 1571 y murió el 6 de diciembre de 1657. fue hija de Alonso Herrera e Inés de Pedroza. Entró en calidad de educanda al convento de Jesús María, cuando éste se fundó en 1580. a la edad de 16 años profesó allí como religiosa concepcionista. Fue una música distinguida, siendo por muchos años directora de la escoleta monástica. Conocedora de las obras de Santa Teresa que comenzaron a llegar en copias manuscritas a la Nueva España, empezó a promover la fundación de un convento carmelitano de mujeres en la ciudad de México, interesando en ello a la madre Inés de la Cruz, a la que, por su inteligencia y cultura, hizo cabeza de su proyecto. En 1616 logró con ésta la fundación del convento de San José (Santa Teresa la Antigua). A la muerte de Inés de la Cruz, por orden de sus superiores escribió una historia completa de la fundación, en la que utilizó los datos de la crónica de Sor Inés, añadiendo innumerables noticias no consignadas antes. Su sentido de la historia está manifiesto a lo largo de la obra que se conoce como Relación de la fundación del Convento de Santa Teresa (1571-1657). 130 Op. Cit.

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con dulce perfección, también conocen estas monjas el laúd y el rabel. Con voz fresca y límpida cantan canciones en las que se mientan un amor, una espera angustiosa o un abandono. Estas monjas bajan el cielo con la garganta, dice don Fray García Guerra. Don Fray García Guerra está ya en el fresco locutorio con Sor Mariana de la Encarnación y con Sor Inés de la Cruz. Si las manos de estas madres son expertas para sacar melodías del órgano o del rabel, son imponderables y atildadas en amasar prestiños, morcones y hormigos en confitar membrillos y toronjas y en hacer cajetas, untuosas mermeladas, yemitas, natas reales y rosquillas de alfajor, que son un trasunto de la gloria.131 Ante Su Ilustrísima ponen Sor Mariana de la Encarnación y Sor Inés de la Cruz, en salvillas de cristal y plata, en una tallada mesa cubierta con deshilado mantelillo lleno de randas y de bordados de chaquira, exquisitas confituras y frutas de sartén. Su Ilustrísima come los dulces con encanto y pide, como gentil colofón a esos gustosos sabores, un poco de música. Ondeantes son los sones del órgano, lánguidos, claros. El espíritu de don Fray García Guerra se columpia en un venturoso contento. Estas dos monjas siempre han querido fundar un convento bajo la regla de la reforma carmelitana dictada por Santa Teresa; ya un rico caballero de la ciudad, don Juan Luis de Rivera, legó cuatro mil pesos para ese piadoso fin, y, a más, fincó un grueso capital que produce buenos réditos. Pero no se ha hecho la fundación; la han estorbado muchas lenidades. Sor Mariana de la Encarnación y Sor Inés de la Cruz anhelan que se levante ese nuevo convento. Cada vez que va a visitarlas el señor arzobispo don Fray García Guerra le instan con vivas razones para que funde el convento,132 ya que tiene, para darle principio, los caudales que dejó el caballero don Luis de Rivera; pero el Arzobispo les contesta siempre:

Inés de la Cruz Castillet y Ayala nació en Toledo el 17 de enero de 1570. Vino a la Nueva España con sus padres siendo una adolescente. A la edad de 21 años profesó en el Real Convento de Jesús María, en donde se distinguió por su cultura, gran talento, su conocimiento de las matemáticas y de la música, en la que era artista consumada. A esto añadía su facilidad en el manejo de la pluma. Aunque nunca pretendió en sus escritos la perfección literaria, sino sólo la sencillez y la verdad, sus obras fueron apreciadas altamente por literatos como Sigüenza y Góngora. En la biografía de Marina de la Cruz que éste escribió en su Paraíso Occidental usó textualmente los escritos de la madre Inés, según ya indicamos. De esta pequeña crónica que publicó textual Sigüenza y Góngora, yo encontré manuscrita otra versión extractada, en el archivo del convento de San José titulada Fundación del convento de San José de carmelitas descalzas de México, escrita por la fundadora Inés de la Cruz, (Archivo del Convento de San José). Hojas sueltas. Manuscritos cosidos en la obra del padre Juan Bautista Méndez: Historia de la fundación del Convento de San José de Carmelitas, Ms. ACSJ. 131 Como puede apreciarse, es el propio Artemio de Valle-Arizpe quien se encarga de exaltar las virtudes culinarias que poseían no sólo estas dos peculiares monjas. En conjunto, buena parte de los conventos novohispanos se caracterizaron por sus excelentes trabajos de la amplia cocina, cuyo disfrute era deleite de personajes como el propio Fray Pedro García Guerra. Muchas de estas delicias se siguen elaborando hasta hoy, gracias, entre otras cosas, a la gratísima tarea editorial que encontramos en la obra de Mónica Lavín y Ana Benítez Muro: Dulces hábitos. Golosinas del convento. (Véase bibliografía). 132 Por cuanto puede leerse, la fundación de dicho convento, que no es otro que el de San José de Carmelitas descalzas de México, ocurrió hasta 1616.

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Arco triunfal de recepción del virrey de las Amarillas en la catedral de Puebla. Fuente: Historia de la vida cotidiana en México. T. II. La ciudad barroca, lám. 17.

-¡Ay, madrecitas mías! Si Dios Nuestro Señor fuese servido de hacerme virrey les daría amplio gusto, fundándoles el convento que con tanta razón apetecen vuestras reverencias. ¡Y qué gran lujo pondría en él!... -¿Hasta entonces, Ilustrísimo Señor? -Hasta entonces. Cuando yo sea virrey. Ya se fue el señor Arzobispo a su palacio en su estufa forrada de blandos velludos carmesíes. Va la estufa rebotando muellemente por las calles. Sor Mariana de la Encarnación y Sor Inés de la Cruz se quedaron tristes, muy llenas de desconsuelo. A los pocos días vuelve el Arzobispo al Real Monasterio de Jesús María a gustar de los dulces y de la suave música de las monjas, y estas castas esposas del Señor tornan a hacer la ardiente súplica de la fundación del anhelado convento con la nueva observancia, y Su Ilustrísima da la misma respuesta: que cuando fuera virrey lo haría sin ninguna dilación y hasta muy suntuoso, y regresa el Arzobispo a su palacio, llevando aún detenidos en su paladar muy delicados sabores y en su imaginación se desenvuelve el fresco goce de una melodía. Pero una tarde Sor Inés de la Cruz, que escribía libros y, como las ardientes monjas de su tiempo, fundaba conventos; Sor Inés de la Cruz, que no ansiaba otra cosa, después de su salvación eterna, que verse hecha carmelita descalza, se sintió de pronto delegada de Dios y a nombre de Él ofreció formalmente a don Fray García Guerra el virreinato de la Nueva España si fundaba el convento. Pero don Fray García Guerra no hizo caso de la divina delegación que se subrogaba la monja y repitió la respuesta de siempre: “Hasta que yo sea virrey de la Nueva España no les fundaré esa casa de religión”. Y desde esa tarde empezaron las dos monjas a pedir ardientemente a Dios, y a pedirle a todas horas, que hiciese a don Fray García Guerra virrey de la Nueva España. Don Fray García Guerra recibió un buen día y cuando menos lo esperaba, una cédula real por la que Felipe III lo nombraba su visorrey en estas Indias Occidentales. Estalló Su Ilustrísima en explosivo contento. Daba grandes voces, palmoteaba y cantaba. Repartió como gala entre sus servidores unas colmadas fuentes de reales. La alegría le sacaba placer

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y risa del alma. Esa alegría le quitó por entero la modestia, su mansedumbre y humildad dominicana. Se subió don Fray García Guerra a las más altas cumbres de la vanidad. Él mismo pasó días y más días disponiendo, con todo detalle, el ostentoso fausto con que había de ser recibido por virrey de la Nueva España. Discutió los proyectos de los arcos triunfales133 y encomendó a maestros de la Universidad las octavas y los epigramas latinos que llevarían, ya descentrando las figuras alegóricas que los adornaban o ya exaltando los méritos del nuevo virrey; escogió la comedia y la loa; señaló la cantidad de fuegos de artificio que se habían de quemar; dispuso la iluminación que debía de haber en las fachadas de las iglesias, de los conventos y de las casas del Estado; ordenó que las de los particulares también tuvieran abundantes luminarias; oyó ensayar el Te Deum a la capilla de la Catedral; dijo dónde se habían de colocar las graderías para que fuese la multitud a contemplarlo. Don Fray García Guerra previno todas las fiestas religiosas y profanas que tendrían que celebrarse con ocasión de su toma de mando. Hizo su magnífica entrada en la ciudad don Fray García Guerra, no ya a pie y descalzo, ni con los ojos puestos humildemente en tierra, sino muy ufano, muy lleno de plácidas sonrisas, que le iluminaban de felicidad el rostro; cabalgó en un soberbio corcel encubertado con bordados paramentos, cuyas riendas de terciopelo conducía el corregidor de la ciudad; iba don Fray García Guerra bajo palio, y portaba las varas de plata los regidores más viejos y lo seguían los próceres de México, las personas más calificadas y de más viso, vestidas con la suntuosidad que él les ordenó. Competían todos en la riqueza, magnífica de los trajes y joyas, en la gallardía de los caballos, en lo lujoso de los jaeces, en el número de los criados y en el costo y magnificencia de las libreas que estos hacían.134 133

Joaquín Velázquez de León: Arcos de triunfo. Introducción por Roberto Moreno. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Bibliográficas, 1978. 175 p. Facs. (Suplemento al Boletín del Instituto de Investigaciones Bibliográficas, 3). En este documento, aparece una amplia descripción sobre estos arcos de triunfo alegóricos que se levantaron frecuentemente durante el período novohispano. Independientemente del texto citado, también es posible encontramos algunas evidencias durante el segundo imperio, e incluso en plenas fiestas del Centenario, en 1910. 134 Bernardo de Balbuena: Grandeza mexicana y fragmentos del siglo de oro y El Bernardo. Introducción: Francisco Monterde. 3ª. ed. México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1963. XLIV-121 p. Ils. (Biblioteca del estudiante universitario, 23)., p. X; 21-46. Es muy curiosa esta semejanza con los apuntes que están registrados en: José Francisco Coello Ugalde: “La poesía mexicana en los toros. Siglos XVI – XXI”. (Aportaciones Histórico Taurinas Nº 31). Prólogo: Lucía Rivadeneyra. Epílogo: Elia Domenzáin. Ilustraciones de: Rosa María Alfonseca Arredondo y Rossana Fautsch Fernández. Fotografías de: Fumiko Nobuoka Nawa y Miguel Ángel Llamas. México, 1986 – 2004. 930 p. Ils., fots. (Trabajo inédito). Por lo que respecta a Bernardo de Balbuena, este relataba a la señora doña Isabel de Tovar y Guzmán la descripción de la famosa ciudad de México y sus grandezas. En su capítulo III y V de su obra Grandeza mexicana, obra publicada en 1604 encontramos los argumentos que dan consistencia a nuestra contemplación. El título en sí mismo revela el propósito: lo grandioso de la ciudad, una ciudad poco a poco recuperada después de que pasaron años de permanentes construcciones que enfrentaron severas inundaciones, hundimientos y otras tragedias. Entre otras cosas que describe Balbuena, los caballos son también, por el brillo de sus jaeces y por los jinetes gallardos, ornato y decoro, que no sólo se manifiesta en fórmulas tradicionales de cortesía sino además, en el suave trato de las exquisitas maneras de la gente. 1604

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Caballos, calles, trato, cumplimiento Del monte Osa los centauros fieros, que en confuso escuadrón rompen sus llanos, de carrera veloz y pies ligeros; Su barroquismo no es complicación de conceptos, como en los castellanos, ni complicación de imágenes, como en los andaluces de Córdoba y Sevilla, sino profusión de adorno, con estructura clara del concepto y la imagen, como en los altares barrocos de las iglesias de México: (...) podrán contrahacer la gallardía, brío, ferocidad, coraje y gala de México y su gran caballería. Que así en estas grandezas se señala: casas, calles, caballos, caballeros, que el mundo junto en ellas no le iguala. Los caballos lozanos, bravos, fieros; soberbias casas, calles suntuosas; jinetes mil en mano y pies ligeros. Ricos jaeces de libreas costosas de aljófar, perlas, oro y pedrería, son en sus plazas ordinarias cosas. Obra trazada en epístolas poéticas y en tercetos endecasílabos como los aquí expuestos y éstos a su vez, molde procedente de la Italia renacentista que Balbuena admiraba a través de los poemas caballerescos: (...) en México al primer lugar subiera, aunque para alcanzarlo le ayudaran las espuelas del tiempo y su carrera: que los que dellos más gallardearan, al huello de su plaza en brío y arte el cuello altivo y la cerviz bajaran. (. . . . . . . . . . . . . . . . . . . .) La grandeza no tan sólo debe estimarse por lo que valga como poema, sino también como documento histórico, usándole con las precauciones debidas (Joaquín García Icazbalceta). Regalos, ocasiones de contento. (...) Recreaciones de gusto en que ocuparse, de fiestas y regalos mil maneras para engañar cuidados y engañarse; conversaciones, juegos, burlas, veras, convites, golosinas infinitas, huertas, jardines, cazas, bosques, fieras; aparatos, grandezas exquisitas, juntas, saraos, conciertos agradables,

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Sor Mariana de la Encarnación y Sor Inés de la Cruz también no cabían en sí de alegría. Lloraban de contento las buenas madres, pues veían ya logrados sus deseos y con ellos su flamante convento. Parecía que traían un paraíso portátil en sus pechos. Cuando pasaron las fiestas esperaban día tras día, con ansioso afán, la visita del señor Arzobispo-virrey don Fray García Guerra; pero el Ilustrísimo y Excelentísimo señor don Fray García Guerra no iba al Real Monasterio de Jesús María, donde lo aguardaban con anhelante afán Sor Mariana de la Encarnación y Sor Inés de la Cruz para darle el encanto de sus músicas, de sus confituras y de sus delicadas frutas de sartén y para pedirle, lo de la fundación del nuevo convento, ya que se había cumplido la condición que él mismo impuso. “Hoy viene –se decían-; no puede faltar.” Pero el Arzobispo-virrey no iba. “Hoy sí que vendrá –repetían con gozo-; ayer no vendría a nuestro convento porque se lo debió de haber estorbado alguna ocupación urgente.” Y tampoco iba el Arzobispo-virrey. “Mañana sí que estará con nosotras”, afirmaban; y no aparecía el Arzobispo-virrey. Ya no volvió jamás al Real Convento de Jesús María el Arzobispo-virrey don Fray García Guerra. Se olvidó de sus formales promesas; se olvidó por entero de las monjas, y de sus dulces y de su música, con la que antes tanto se deleitó. En un viernes llegó a sus manos la real cédula de Felipe III por la que tanto suspiró su ambición y, para solemnizarla dignamente y darse amplio gusto, ordenó que todos los viernes de ese año hubiera grandes corridas de toros en la plaza que mandó construir en Palacio.135 músicas, pasatiempos y visitas; regocijos, holguras saludables, carreras, rúas, bizarrías, paseos, amigos, en el gusto y trato afable; galas, libreas, broches, camafeos, jaeces, telas, sedas y brocados, pinte el antojo, pidan sus deseos. Erudita alabanza de los caballos bravos y ligeros, ricamente enjaezados (como veneración también a su apoyo al contexto de las fiestas o juegos de cañas o a las suertes de la lanzada, que entonces predominaban como típicas demostraciones) y de la destreza de los jinetes. (...) fiestas, regalos, pasatiempos, gustos, contento, recreación, gozo, alegría, sosiego, paz, quietud de ánimos justos, hermosura, altiveces, gallardía, nobleza, discreción, primor, aseo, virtud, lealtad, riquezas, hidalguía, y cuanto la codicia y el deseo añadir pueden y alcanzar el arte, aquí se hallará, y aquí lo veo, y aquí como en su esfera tiene parte. 135 Artemio de Valle-Arizpe: EL PALACIO NACIONAL DE MÉXICO. MONOGRAFÍA HISTÓRICA Y ANECDÓTICA. México, Imprenta de la Secretaría de Relaciones Exteriores, 1936. 538 p. Ils., fots., retrs.

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¡No hubo convento, pero hubo magníficas corridas de toros!136

[PASAJE Nº TAURÓFILO.

14]:

PRIMERA

SERIE.

CASTIGO

DEL

ARZOBISPO

Este otro recuento de caprichos, olvidos y desgracias, nos deja de nuevo la visión de un hombre al que, curiosamente una promesa hecha en su calidad, la que fuese; de fraile o de arzobispo, al no cumplirla, el destino lo orilló a saber cual podría ser el castigo y el tormento celestial, que se cumplió irremediablemente en la persona de Francisco García Guerra.

Hay una antigua crónica, llena, como todas las crónicas, de tiempo viejo, de suave encanto y de grata ingenuidad. Es una pluma candorosa la que trazó esas páginas plenas de sencillez, de gracia arcaica. Ese libro piadoso que echa un sutil olor de ranciedad y que está forrado en pergamino, era de los que andaban de mano en mano por las casas coloniales, derramando vagos anhelos en las almas, siempre ardorosas y extáticas, que vivían sin vivir en sí, constantemente abiertas al milagro y a las cosas sobrenaturales. En las vastas estancias cuyo noble reposo lo aumentaban el sosiego de la casa, el sosiego de la calle y el intenso sosiego de la ciudad; en el reposo de esas estancias en que se metía, depurando su paz, el son rítmico del chorrillo de la fuente que caía con perenne murmurio en el ancho patio con columnas y enredaderas; en esas vastas estancias olorosas a cedro, a sándalo, a alhucema, a flores, las manos trémulas volvían con ansiedad las sonantes páginas de esos libros, y en los ojos se prendía un ansia de misterio, un exaltado afán de más allá. Esa vieja crónica, llena, como todas las crónicas del tiempo viejo, de suave encanto y de grata ingenuidad, se rotula Reforma de los Descalzos de Nuestra Señora del Carmen de la Primitiva Observancia. En los promedios de ese libro antiguo, en el capítulo XXVI, dice así, y no quito ni palabras ni sílaba para no evaporar su añejo perfume, acendrado por los años, y solo modernizo la ortografía para que sea fácil de leer lo que copio: Fray García Guerra era religioso dominico, en quien se esperanzaron muchos para conseguir el logro. Era este caballero aficionado a música, a cuyo fin frecuentaba el convento de Jesús María, y como las madres Inés de la Cruz y Mariana de la Encarnación fuesen excelentísimas en este arte, le lisonjeaban el deseo para continuarlo todo hacia el que fundase el convento. El buen caballero que sobre la mitra apeteció el bastón de virrey, les dijo que lo conseguían de Dios les daría gusto en fundarles el deseado convento. La madre planos., Capítulo III: “La obra de don Fray García Guerra en Palacio” (p. 37-45). En su momento, me ocuparé de esta información. 136 Valle-Arizpe: Virreyes y virreinas de la Nueva España..., op. cit., p. 40-44.

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Inés de la Cruz, que se moría por verse carmelita descalza, le ofreció al Arzobispo, 137 en nombre de Dios, el virreinato si fundaba el convento; pero él, por indicios de algún amor propio, quiso primero la prenda que dispensar la gracia. Concediósela Dios para su daño y para escarmiento de los que desean a bulto, sin saber o discurrir si les dañará su apetito. De allí a cuatro años le llegó el virreinato, y se derramó tanto en el gozo como si no cupiera en su corazón otra cosa ni fuera criado para bien más alto. Llególe la cédula en viernes, y mandó que todos los viernes de aquel año, en celebración de la cédula, hubiese toros en la plaza de su palacio, y con esta diversión se olvidó de fundar el convento prometido. Estos son los votos que nacen de la humana codicia y esta es la devoción que produce el amor propio que por señas de tan liviano principio se desvanece con el logro, porque no era religión, sino vanidad el término del deseo. La madre Inés, que veía no solo malogrado su empeño, sino convertido en profano ejercicio, sentía aún más esto que lo primero, porque el viernes, en que se recuerda la Pasión de Cristo, no debiera un príncipe eclesiástico, cuyo estado es de perfectos, no debiera dedicarse a fomentar semejantes ejercicios. Como una cosa y otra le comiesen el corazón, le escribió un papel al señor Virrey-arzobispo, en que le pedía que mudase el decreto de los toros y no olvidase lo prometido en orden del nuevo convento, pues estaba en su poder el testamento de don Juan Luis de Rivera, y le estaba ejecutado el beneficio que le había hecho Dios cumpliéndole el deseo de entrar en el virreinato. Nada apreció el Arzobispovirrey porque el humano embeleso le cerraba los sentidos, y anegado como estaba en la buena fortuna, no daba lugar a luz del desengaño. Dios, que estaba a la vista de todo y miraba por el crédito de su esposa, entró su pesada mano en esta forma: Al viernes siguiente al recibo del papel estaban ya para correrse los toros cuando hubo un temblor de tierra que atemorizó mucho a la ciudad, y se dejó el juego por aquella tarde. Como en Indias son más frecuentes estos vaivenes que en España, se atribuyó a casualidad y se dispusieron toros para el viernes siguiente. Cuando ya estaban todos en los tablados y el primer toro para salir, volvió la tierra a temblar tan desusadamente, que derribó los tablados, muchas casas y azoteas, y sobre el balcón en que estaba el Virrey cayeron tantas piedras que se tuvo a milagro que no le quitaran la vida, aunque si la perdieron muchos de los de la plaza, ya oprimidos, ya ahogados. Todavía el Virrey no entendía el motivo de aquellas amenazas y así no revocaba el decreto, con lo que prosiguió Dios el suyo, que se revocara, dice San Agustín, si enmendaran los hombres sus extravíos. La semana siguiente, antes del viernes, salió el Virrey en su coche para ir a las Recogidas, y donde no pudo imaginarse se volcó el coche y recibió el Virrey tanto riesgo de su salud, que lo desesperanzaron los médicos de vivir. Este golpe lo despertó, no sé si tarde, y empezó 137

María Isabel Monroy Padilla: GUÍA DE LAS ACTAS DE CABILDO DE LA CIUDAD DE MÉXICO. SIGLO XVII. Años 1601-1610. México, Departamento del Distrito Federal, Talleres Gráficos de la Nación, 1987. 466 p., p. 314: 710 / XVII, 188, Abril 14 (1608). CARTAS DE CASTILLA. Se recibieron dos cartas de Mateo de Ayssa, una de Alonso de Valdés y una de Fray García Guerra; este último está nombrado arzobispo de México. Se guardaron en el archivo.

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a preguntar por la monja que le escribió el papel. Dijéronle que era santa y le pidió que le alcanzase de Dios vida para enmendar sus yerros y labrar el convento. A esto le respondió la sierva de Dios que se dispusiera a bien morir y diese gracias a la Majestad por la piedad con que lo había castigado, pues se podía quedar toda su pena en el temporal fuero. A esta respuesta acompañaron al Arzobispo-virrey nuevos accidentes por los que trató de disponerse para la última hora, y con muchas señas de arrepentimiento dejó, con la vida, la mitra y el virreinato, legándonos este inmortal escarmiento. Y como a mí no me queda nada más que decir, y como tampoco hay para qué glosar con vanos comentarios este ejemplo, doy aquí fin a este capítulo.138

Mateo Alemán y su obra dedicada a los Sucesos de Frai García Gera…

Lamentablemente, y después de intensificar la búsqueda de algunos datos más que permitieran corroborar los acontecimientos que hasta aquí hemos conocido, no se ha dado con gran cosa. Diversas fuentes presentan lagunas importantes en lo que se refiere a documentos de los años 1611 y 1612. Es un hecho que los apuntes logrados por

A de V-A

tengan su peso de credibilidad, partiendo del hecho de que nuestro autor contaba con rica biblioteca personal. Además, con el acceso a otras tantas, que pertenecieron a amigos cercanos, o que por el hecho de haber trabajado sus “leyendas y tradiciones” en épocas menos alteradas (por lo menos antes de la Revolución), lo estable de sus consultas en ese ambiente, nos permita conocer lo que hoy es punto más que imposible dar con ello. Lo más terrible, es que hay que reconocer la pérdida irremediable de muchos de los documentos en el curso de un siglo, bajo múltiples circunstancias, todas ellas dolorosas. Incluso, claro está, el que se registra con la destrucción parcial de la propia biblioteca de “Don Artemio”, ocurrido 138

Valle-Arizpe: Virreyes y virreinas de la Nueva España..., op. cit., p. 45-47.

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en un inesperado incendio en una biblioteca de Saltillo donde actualmente se encuentra dicho repositorio. Dos cosas más que sirven para complementar el paso y las circunstancias de nuestro personaje las encontramos en: Mateo Alemán,139 un acompañante de García Guerra, que antes de su salida de España, redacta una muy poco conocida “Información secreta”, donde cuenta el trato inhumano que recibían los mineros en las minas de azogue de Almadén en la segunda mitad del siglo XVI. En nuevas tierras, parece tener una vida más sosegada el también autor de la muy conocida novela picaresca Guzmán de Alfarache. También, otro asunto que no puede escapar para enriquecer este pasaje, lo encontramos en las actas de cabildo que, afortunadamente están registradas en la Guía de las actas de cabildo, acopio de datos realizado por diversos grupos de trabajo, tomando como modelo aquella otra obra ejemplar iniciada por Edmundo O´Gorman años atrás. Pero vayamos con cada uno de ellos. Se sabe que desde 1540 se estableció en el Puerto de Santa María (Cádiz) la base naval para las galeras reales de España. A ese sitio eran enviados todos aquellos que tenían que pagar condena. En 1559 los Fúcares –concesionarios de las minas de Almadén-, se

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Escritor español, n. en Sevilla y m. en la ciudad de Méjico (1547-1614 o 1615). Estudió Medicina en las universidades de Sevilla, Salamanca y Alcalá de Henares, aunque no llegó a licenciarse; fue contador en Sevilla y Madrid, y sus irregularidades y deudas le llevaron a la cárcel por dos veces; debió vivir en Italia, a juzgar por el conocimiento que de ella revela. Su obra principal es el Guzmán de Alfarache (1599) que le dio más prestigio literario que provecho. En ella se intercalan algunas novelitas, cuentos y anécdotas que cortan el hilo de la narración, y abundan las digresiones de pretensión moralizadora, que forman rudo contraste con la descarnada exposición de las hazañas del pícaro Guzmán, sujeto sin escrúpulos, autor y, a veces, víctima de numerosos engaños y fraudes. La segunda parte “(...) atalaya de la vida humana, por Mateo Alemán su verdadero autor”, la publicaría el pseudo Mateo Luján (Juan Martí) a lo que contestaría el propio Alemán publicando la verdadera en Lisboa (1604) al tiempo que aparecía en Sevilla la "Vida y milagros de San Antonio de Padua". El ingenio de Alemán, su claro lenguaje y su rica y vívida experiencia, produjeron una obra maestra de la literatura picaresca española, digna descendencia del Lazarillo de Tormes. El Pícaro, así, por antonomasia, denominación popular de la obra, se hizo famoso en la Europa Occidental, se tradujo a varios idiomas e influyó poderosamente en la novela posterior, sobre todo en Quevedo, con El Buscón, en el alemán Grimmelhausen y en el francés Lesage, con su Gil Blas. De origen judío converso, Mateo Alemán alcanzó el título de bachiller en artes y filosofía. Posteriormente estudia medicina entre 1564-1568 pero no consiguió obtener grado. Al acabar los estudios inicia una próspera carrera de mercader, recibiendo el nombramiento de cobrador de las rentas del almojarifazgo de Sevilla. Las deudas contraídas le llevaron a prisión en 1582 durante un breve período de tiempo ya que al año siguiente era juez de comisión en la administración real. En 1591 será nombrado visitador de Almadén. Su carrera literaria tuvo que iniciarse por estas fechas ya en 1597 traduce las "Odas" de Horacio y escribe un prólogo a los "Proverbios morales" de Alonso de Barros.

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dirigieron a Felipe II para solicitarle, a falta de mano de obra el permiso para trasladar galeotes a las minas durante todo el tiempo que durase la condena a que tales galeotes hubieran sido castigados. Con el paso de los años se supo de los abusos cometidos por los capataces sobre aquella mano de obra, lo que originó el que se enviase a un juez visitador para informar sobre lo allí ocurrido. El visitador oficial fue precisamente Mateo Alemán, quien luego de exhaustivo interrogatorio a los condenados, escribiría una llamada “información secreta”. De ella proceden los párrafos siguientes, redactados entre 1593 ó 1594: “Habrá dos años que salió de la dicha fábrica un veedor que había en ella que se llama Miguel Rodríguez, que era muy riguroso con los forzados y les daba trabajo demasiado y más de lo ordinario, de manera que casi no los dejaba dormir ni reposar de noche ni de día, porque siendo obligados conforme a la costumbre que se tiene a trabajar dichos forzados de sol a sol, el dicho Miguel Rodríguez, cuando de noche salían los dichos forzados del trabajo, los hacían volver luego, sin darles lugar a que descansasen ni reposasen, a entrar en el dicho pozo y mina, y que anduviesen en el torno y sacasen agua, que es el mayor trabajo que hay en la mina, donde los hacía trabajar toda la noche y castigaba con mucho rigor a los forzados atándoles a ley de Bayona y, desatacados, con un manojo de mimbres los azotaba cruelmente dándoles muchos azotes hasta que se quebraban los mimbres y solía remudar dos o tres manojos de ellos hasta que se quebrasen todos”. “Y asimismo, otro capataz que se llama Luis Sánchez, el cual trataba a los dichos forzados con mucho rigor y los metía en los tornos del agua. Y el forzado que se cansaba antes de cumplir su tarea y acabar de sacar trescientos zaques de agua, lo sacaba el dicho Luis Sánchez fuera de la mina y lo hacía desatacar y con un manojo de mimbres lo azotaba cruelmente hasta que se quebraba, y remudaba dos o tres manojos y les hacía saltar la sangre, que iba chorreando por el suelo”. “Otro forzado dice sobre Miguel Brete, un capataz: en el tiempo que fue veedor andaba con un bastón en la mano que por fuerza y dándole palos con el dicho bastón hacía entrar a los forzados en el horno, estando abrasando, a sacar las ollas, y que del dicho horno salían quemados y se les pegaban los pellejos de las manos a las ollas y las suelas de los zapatos se quedaban en el dicho horno y las orejas se les arrugaban hacia arriba del dicho fuego y que de la dicha ocasión habían muerto veinticuatro o veinticinco forzados”.140

La conclusión a todo esto es que, tanto Juan Peña como Félix Grande sostienen la tesis de que junto al descubrimiento de una tonada o romance que se conocía desde finales del XVI o comienzos del XVII, deriva, en buena medida el cante gitano, manifestado ya en martinete, tarantas mineras o tangos gitanos. Pero ya en la Nueva España, a donde llegó en 1608, además de escribir los Sucesos de Fray García Guerra, en 1609 apareció publicada la Ortografía Castellana así como el prólogo de la "Vida del padre maestro Ignacio de Loyola" de Luis Belmonte. Los últimos datos que de él se tienen es que muere entre 1614 y 1615 en Chalco. Respecto a lo que nos dice la amplia información que proporcionan las actas de cabildo en torno al recibimiento y fiestas del arzobispo-virrey, incluyo datos sobre gastos; así como de algunos personajes que participaron en dichas jornadas. El dispositivo que se integró Esta información procede del libro adjunto al disco compacto PERSECUCIÓN, de Juan Peña “El Lebrijano”, con un relato de Félix Grande. s.l.e., Fonogram, S.A., 1976-1996. 140

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alrededor de tales demostraciones, nos indica el grado de ostentación y boato con que se esmeraban las autoridades en celebrar acontecimiento tan significativo. 1611 [22] abril 11.141 RECIBIMIENTO DEL ARZOBISPO VIRREY. Comisión a Francisco de Bribiesca y al correo mayor (Alonso Díaz de la Barrera): consulten al virrey, marqués de Salinas, sobre el modo en que la Ciudad ha de hacer este recibimiento, por cuanto no tiene ejemplo de otro caso semejante y no quisiera quedar corta en acudir a su obligación. [23] abril 15. RECIBIMIENTO DEL ARZOBISPO VIRREY. Francisco de Bribiesca, informó que el virrey estimaba mucho el cuidado y anticipación de la Ciudad en las cosas del servicio de su majestad y sus virreyes, y para ordenar lo que convenga procurará entender en la primera ocasión la voluntad del arzobispo, de la cual y de su parecer dará aviso a la Ciudad para que con tiempo se prevenga lo que hubiese de hacer. [25] abril 19. RECIBIMIENTO DEL ARZOBISPO VIRREY. Comisión a Francisco Bribiesca y Alonso Díaz de la Barrera, correo mayor, vayan a ver a su señoría de parte de esta Ciudad y le supliquen avise cuando será su entrada, desde donde y por qué calzada y calle, para que esta Ciudad se prevenga para hacer la demostración que se acostumbra. [27] abril 21. RECIBIMIENTO DEL ARZOBISPO VIRREY. Comisión a Francisco de Torres Santarén y al capitán Cristóbal de Zuleta para que se encarguen del homenaje de su señoría en Nuestra Señora de Guadalupe. Comisión a Baltasar de Herrera Guillén y Alonso Díaz de la Barrera, correo mayor: se hagan ropones y vestuarios para el corregidor, alcaldes ordinarios, regidores y escribano mayor del Cabildo según y de la manera que se hizo para el recibimiento del marqués de Montesclaros, que costarán menos, por estar hoy las cosas más baratas. Asimismo manden hacer un palio de tela fina de colores, guarnecido lo mejor que se pueda de franjones, flecos y alamares con sus garras doradas como esté más lucido. Don Francisco de Trejo Carvajal se encargue de buscar un caballo que convenga para que entre el señor arzobispo a esta ciudad, y dé cuenta del que hallare y su precio para que se ordene lo que convenga. Mande hacer una silla de la brida gualdrapa, guarniciones y terliz, todo a su disposición, que sea cual convenga. También mande hacer dos vestidos de terciopelo de china para dos lacayos que lleven el caballo a su señoría ilustrísima; mande hacer cuatro bandas de tafetán de la tierra para que con ellos metan de rienda a su señoría el señor corregidor, alcaldes ordinarios y el regidor más antiguo. Comisión a don Francisco de Solís y Barraza: haga oficio de general de la infantería. Mande hacer luminarias y fuegos de artificio para el día que llegue la nueva del inicio del gobierno del señor arzobispo, en las casas del Cabildo y generales en toda la ciudad; también mande hacer las salvas de artillería para Guadalupe y esta ciudad el día de la entrada de su señoría ilustrísima. Comisión a Juan de Torres Loranza para que mande hacer un arco triunfal en la boca de la calle de Santo Domingo con sus jeroglíficos, como se acostumbra, y para el coloquio que se ha de hacer en Nuestra Señora de Guadalupe; se valga de la madera del arco pasado en esta en la alhóndiga y otras partes. Mande hacer una llave grande dorada que entregue el corregidor a su señoría cuando entr. Diego de Cabrera, mayordomo, tenga el palio en la puerta del arco para darlo a la Ciudad. Baltasar de Herrera y Alonso Díaz de la Barrera llevan al marqués de Salinas un tanto de lo acordado en este cabildo y le supliquen preste a la Ciudad veinte mil pesos del dinero de la sisa o de la parte que su excelencia fuere servido para este gasto, atento a no tener al presente la Ciudad de donde sacar dinero para este gasto tan preciso.

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María Isabel Monroy Padilla: GUÍA DE LAS ACTAS DE CABILDO DE LA CIUDAD DE MÉXICO. SIGLO XVII. Años 1611-1620. México, Departamento del Distrito Federal, Universidad Iberoamericana, Talleres Gráficos de la Nación, 1988. 439 p., p. 18. Menciona la autora que, para simplificar la consulta, cada una de las actas aparecen en secuencia cronológica, numeradas con guarismos progresivos. Además, para hacer referencia a la fuente impresa, por cada una de las actas se indica la fecha de la sesión correspondiente.

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[31] mayo 7. RECIBIMIENTO DEL ARZOBISPO VIRREY. Baltasar de Herrera Guillén y Alonso Díaz de la Barrera, correo mayor, comisarios para pedir al virrey que preste 20,000 del dinero de la sisa para el recibimiento. Se vio el mandamiento del virrey en que autoriza a la Ciudad para que gaste lo necesario, con tal de que no exceda de 14,000 pesos de oro común. Se de billete para el próximo cabildo. [32] mayo 9. RECIBIMIENTO DEL ARZOBISPO VIRREY. El procurador mayor pida al virrey en nombre de la Ciudad, preste el dinero de la sisa para este recibimiento, pues en su decreto no lo especifica. [33] mayo 11. RECIBIMIENTO DEL ARZOBISPO VIRREY. Se vio la petición que presentó Francisco de Bribiesca al virrey a fin de que preste dinero de la sisa para dicho recibimiento. El virrey mandó que la Ciudad se aproveche de sus propios en la mejor forma posible para cumplir con la obligación que tiene al servicio de su majestad, pues no hay dinero en la sisa y la ciudad le debe más de 50,000 pesos. La Ciudad acordó que los comisarios nombrados para esto acudan a su obligación y hagan el gasto del dicho recibimiento en conformidad de la respuesta de su señoría y sea por su cuenta y gasto de los propios y rentas de esta Ciudad. Se limiten los vestidos de los regidores, sin que lleven oro, ni otra cosa a costa de esta Ciudad, sino que sea todo de seda como otras veces se han hecho. [35] mayo 14. RECIBIMIENTO DEL ARZOBISPO VIRREY. La Ciudad resolvió que para la entrada de su señoría ilustrísima se guarde la orden siguiente por cuanto pide brevedad. Baltasar de Herrera mande un palio de la mejor tela, con fleco de oro y los alamares necesarios de oro y barras doradas que tengan varas y media de alto. No se han de gastar más de 700 pesos en todo el palio. El correo mayor mande hacer los vestuarios y ropones con doce varas de terciopelo carmesí de Castilla y ocho varas de raso de Castilla del color más apropiado y del que haya cantidad suficiente; para calzas y coleto, siete varas de azabachado negro de Castilla y tres varas de tela para las calzas y un corte de tela para jubón, conformando labor y color con las telas de las calzas, unas medias de seda, unos zapatos de terciopelo negro de Castilla, una gorra de terciopelo negro de Castilla con su toquilla y plumas de cuatro puntas blancas y los recados necesarios para todo el dicho vestuario y hechura; se han de dar al corregidor, alcaldes ordinarios, regidores y escribanos mayor del Cabildo, de manera que todo vaya cumplidamente. Se advierta a todos que no han de llevar aquel día más gala ni otro vestido que el que la Ciudad diere. Francisco de Trejo compre un caballo para la entrada de su ilustrísima y mande hacer el aderezo correspondiente y con tal de que todo este gasto no exceda de 800 pesos. Juan Torres Loranza mande hacer un arco en la parte y lugar donde se acostumbra para la dicha entrada; se pinten los virreyes que han sido y el arzobispo en el lugar que compete y el gasto no exceda de 800 pesos. Francisco de Solís y Baranza, alférez, acuda a la obligación de su oficio de general de infantería mandando a los oficiales de los oficios que tienen obligación salgan y guarden la costumbre que en esto tienen. La noche de la víspera de la entrada de su ilustrísima, mande poner luminarias y fuegos en las casas del Cabildo y pipas con la mayor grandeza que se pudiere, acompañándolas con música de trompetas y chirimías; la salva que había de hacerse en la ermita de Nuestra Señora de Guadalupe, se haga en la plaza mayor de esta ciudad cando su señoría ilustrísima salga de la iglesia mayor. Asimismo haya cohetes y ruedas de fuego y en las dos noches de fuegos, luminarias y salvas no se gasten más de 300 pesos. Se pida al corregidor mande pregonar mascarada general para dos días y dos noches a fin de que la ciudad se alegre y los vecinos de ella con nueva de tanto regocijo. Francisco de Trejo mande hacer dos vestidos de terciopelo de China y capotes de paño negro de la tierra y sombrero para vestir a dos lacayos españoles que lleven el caballo a su señoría ilustrísima el día del recibimiento. No se gaste más de 800 pesos. Asimismo mande hacer cuatro bandas de tafetán de color de Castilla con rapacejos de oro para que metan de rienda el caballo de su señoría, el corregidor, los alcaldes ordinarios y el regidor más antiguo. Diego de Cabrera, mayordomo, tenga el palio junto al arco para darlo a la Ciudad cuando llegue su señoría y estén allí pendientes los criados de la Ciudad. Diego de Cabrera, mayordomo de propios, haga todo este gasto, pagando todas las libranzas de los comisarios con el dinero de los propios y rentas de la Ciudad que están a su cargo, y para que esto se haga a la brevedad ponga cantidad de diez mil pesos en la tienda de Pedro Toledo, pues en lo que le ha parecido suficiente a la Ciudad para satisfacción del gasto ordenado. La Ciudad dio poder y traspaso a Diego de Cabrera, mayordomo de propios, para que cobre 4,849 pesos, 7 tomines y 9 granos de remate

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que tiene hecho esta Ciudad en sus casas y tiendas de la calle de San Agustín, la Celada y los Roperos para el año que viene de 1612. tome los 3,000 pesos que faltan a daño de quien los hallare de oro y por cuenta de esta Ciudad y la obligue en ello para la renta de las Mesillas y primer tercio de corredores de lonja, para no poderlo gastar en otra cosa y para ello desde luego hipoteca esta renta. Se insertan los poderes (es particularmente interesante el primero, pues se detalla el nombre de los inquilinos y la cantidad que se les ha de tomar). [36] mayo 16. RECIBIMIENTO DEL ARZOBISPO VIRREY. Se den al correo mayor, Alonso Díaz de la Barrera, los mil doscientos pesos que pide para poder terminar los vestidos del recibimiento. Poder a Diego de Cabrera, mayordomo de los propios, para que reciba del regidor Álvaro de Castillo mil doscientos pesos de oro común que tiene en su poder, pertenecientes al pósito de los maíces de esta ciudad que ha cobrado de algunos de los fiadores de Pedro de Motas, mayordomo de que fue del dicho pósito y por ellos obligue a los propios de esta Ciudad y rentas de ella a pagarlos dentro de un año. Ponga el dinero en la tienda de Pedro Toledo. [38] mayo 20. RECIBIMIENTO DEL ARZOBISPO VIRREY. Jerónimo de Villegas, alcalde de la alhóndiga, de y entregue luego a Diego de Cabrera, mayordomo de propios, 600 pesos de oro común en reales de lo procedido de los derechos de la alhóndiga, a fin de que el correo mayor pueda terminar los vestidos. [40] mayo 26. RECIBIMIENTO DEL ARZOBISPO VIRREY. Don Francisco de Trejo Carvajal compre el caballo blanco del marqués de Salinas, que aparece ser el más adecuado para la entrada de su ilustrísima a esta ciudad, y de por él la cantidad en que su excelencia lo compró y menos lo que se concertase. [41] mayo 27. RECIBIMIENTO DEL ARZOBISPO VIRREY. Se de a los porteros que han de ir acompañando a la Ciudad con sus mazas el día que entrare su señoría ilustrísima, calzones de terciopelado de China, botas blancas de Córdoba y mangas de raso de China. Comisión a Diego de Cabrera, mayordomo, para que cobre a los corredores de lonja lo corrido del arrendamiento por el primer tercio del año y para cobrar todo el arrendamiento de este año de las Mesillas, a fin de suplir los 3,000 pesos de oro común para el gasto del recibimiento del arzobispo. [42] mayo 30. RECIBIMIENTO DEL ARZOBISPO VIRREY. El mayordomo cumpla las libranzas hasta 800 pesos, en lugar de los 700 pesos que se habían acordado, a fin de que Baltasar de Herrera Guillén pueda terminar el palio para el recibimiento del arzobispo virrey. Francisco de Trejo gaste lo que sea necesario en el caballo y aderezo para la entrada de su ilustrísima a esta ciudad, sin la limitación de los 800 pesos acordados. [43] junio 6. RECIBIMIENTO DEL ARZOBISPO VIRREY. El correo mayor mande hacer vestuario a Leonel de Cervantes, regidor de esta Ciudad que está ausente, pues escribió que vendría para hallarse presente en dicho recibimiento. Diego de Cabrera compre dos arrobas de pólvora y las entregue al comisario Francisco de Solís y Barraza para las salvas que se han de hacer a la entrada de su ilustrísima. [44] junio 10. RECIBIMIENTO DEL ARZOBISPO VIRREY. Baltasar de Herrera Guillén dijo que el palio estará terminado para el domingo 12 de este mes. Francisco de Trejo informó que el caballo está comprado y el aderezo estará acabado para el domingo 12. Francisco de Solís y Barraza, comisario para las salvas y fuegos, dijo que para el domingo 12 estará acabado y prevenido todo lo de su cargo y comisión. Juan de Torres Loranza, que para el domingo 12 estará acabado el arco de todo punto. [45] junio 14.

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RECIBIMIENTO DEL ARZOBISPO VIRREY. Francisco de Trejo Carvajal compre el caballo que tiene Bernaldino de Paredes y que llaman el bizarro y dé por él los mil pesos que pide. El dinero se tome de la paga que debe del portal al pósito y se obliguen los propios al pósito del maíz para pagar en cuatro meses. [46] junio 17. RECIBIMIENTO DEL ARZOBISPO VIRREY. Los obreros mayores Luis Maldonado y Álvaro de Castillo manden aderezar todo el distrito que hay desde Santiago a las casas reales y particularmente el paso donde la Ciudad se apea en Santa Ana y desde el arco a las casas reales. Acudan a Pedro de Otalora para que de indios para este menester. [57] agosto 5.142 RECIBIMIENTO DEL ARZOBISPO VIRREY. Diego de Cabrera, mayordomo de propios, traiga dentro de ocho días las cuentas del gasto que se hizo en este recibimiento para poder proveer en la petición de Juan de Torres Loranza sobre el gasto que hizo en el arco.

Como hemos podido observar, la infraestructura para el “recibimiento del arzobispo virrey” fue de suyo impresionante, como impresionantes fueron otras tantas, con mayor o menor ostentación; al fin y al cabo, muchas de ellas tuvieron esa marca tan peculiar, hasta que poco a poco fueron perdiendo dimensión.

Portada de la obra de Mateo Alemán.

Sobre Fray García Guerra falta un estudio más completo, donde podamos encontrar diversos documentos que vengan a consolidar sus muy particulares comportamientos que expliquen por sí mismos las actitudes caprichosas que manifestó abierta y retadoramente contra los principios de religión que conocía a la perfección. Sin embargo, todo parece indicar que la soberbia lo llevó a cometer esos desacatos, que no quedaron impunes. Una serie de avisos provenientes del infortunio siempre estuvieron cumpliéndose como pesada sentencia, hasta que llegó el último de ellos. Esto ocurre al fallecer el 22 de febrero de 1612, a causa de un golpe que recibió al caer de su coche algún tiempo antes.

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Op. Cit. Por todas las actas aquí registradas, en las páginas 19-29 y 34.

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[PASAJE Nº 15]: PRIMERA SERIE. LAS FIESTAS DEL MARQUÉS DE CERRALVO.

El marqués de Cerralvo, don Rodrigo Pacheco Osorio,143 era muy amigo de fiestas; se bañaba en ellas de todo regocijo y alegría. Quebraba lanzas, tiraba bohordos, derribaba estafermos y pandorgas, corría la sortija y aun alanceaba y capeaba toros bravos. Tenía el marqués de Cerralvo su mayor contento en preparar festejos y en aderezar solaces: mascaradas, regatas, comedias, loas, tocotines y mitotes de los indios, con palos voladores, cabalgatas y fiestas de toros. En el Real Palacio había saraos deslumbrantes; era allí una constante agitación de esplendores. Los virreyes vivían entre una refinada magnificencia. El roce suave de la seda estaba en consonancia con los fulgores de las joyas. En las fiestas más sencillas, en los refrescos, en los íntimos saragüetes, en los paseos a las huertas, en sus estadas en las casas de placer y en los días de campo al delicioso sitio de la Orilla, o sea, la Viga, había un fino encanto, una gracia refinada porque la señora virreina doña Francisca de la Cueva, en todo sabía poner deliciosamente su elegancia y su brillante suntuosidad.144 Así, sin más, comienza la narración de este nuevo pasaje incluido en la obra que aquí reseño. Lamentablemente, hasta ahora, y en los registros que he elaborado ex profeso, no se ha localizado relación o noticia concreta sobre fiestas celebradas durante su gobierno. Creo que la solución al respecto, está, de nueva cuenta en la Guía de las actas de cabildo, consultada en el segmento anterior.

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Juana Vázquez-Gómez: Diccionario de gobernantes de México (1325-1997). México, Grupo Patria cultural, 1998. 285 p. (Colección Raíces del Hombre), p. 54-55. Rodrigo Pacheco y Osorio, Marqués de Cerralvo, fue el decimoquinto virrey, quien gobernó del 3 de octubre de 1624 al 16 de noviembre de 1635. Pacheco llegó a la ciudad de México cuando los motines suscitados durante la administración anterior se encontraban en su apogeo. El nuevo virrey traía instrucciones precisas del rey para investigar los motivos de la revuelta y castigar a los culpables. Pero este era un encargo imposible de cumplir dado que, desde su llegada, Pacheco tuvo que ocuparse en combatir a piratas franceses y holandeses dedicados a asaltar barcos españoles en el Golfo de México. Una de las flotas en que Pacheco enviaba a España entre 8 y 12 millones de pesos cayó en poder del pirata holandés, Piet Hayn. Mientras tanto, con las obras del desagüe abandonadas, la ciudad y el Valle sufrieron una de las peores inundaciones de su historia. Muchas personas murieron en la ciudad de México y los habitantes de las orillas del lago perecieron ahogados. Las aguas alcanzaron una altura de dos metros en ciertas áreas de la ciudad y no bajaron completamente hasta cuatro años después. No fue sino al final de su gobierno que las obras del desagüe se terminaron. Para detener las incursiones que hacían las tribus de las regiones del norte de la Nueva España, Pacheco ordenó la construcción del Fuerte de Cerralvo, en Nuevo León. Para entonces la honestidad del Marqués de Cerralvo estaba siendo seriamente cuestionada. Se dice que recibía un porcentaje de cada obra que ordenó construir. Eso podría explicar por qué regresó a España inmensamente rico. 144 Valle-Arizpe: Virreyes y virreinas de la Nueva España..., op. cit., p. 57.

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Marqués de Cerralvo.

Pacheco Osorio, a lo que se ve, resultó ser otro de esos personajes cuya presencia peculiar en el virreinato, tuvo que ser equilibrada entre notorias inclinaciones por fiestas, frente a un tenso mandato al que se sumó el terrible período en el que la ciudad de México quedó anegada, luego de las intensas lluvias que se abatieron a partir del 21 de septiembre de 1629 y que continuaron por varios días más. 145 Sin embargo, la normalidad y una serie de recuperaciones urbanas se dieron hasta 1634. Su papel conciliador tuvo que atenuar el célebre motín que ocurrió en 1624, luego de que el Palacio Virreinal fuera incendiado por un exaltado pueblo que veía también por esos días la destitución de un virrey excomulgado por el Arzobispo Fray Juan Pérez de la Serna y un Arzobispo al que debieron obligar los miembros de la Audiencia a regresar a sus actividades estrictamente religiosas en la propia ciudad de México.

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Heriberto Lanfranchi: La fiesta brava en México y en España 1519-1969, 2 tomos, prólogo de Eleuterio Martínez. México, Editorial Siqueo, 1971-1978. Ils., fots., T. I., p. 72. La ciudad de México sufrió la peor inundación en toda su historia. La noche del 21 (de septiembre) cayó tremendo aguacero sobre ella, el cual hizo que las lagunas que la rodeaban se desbordaran, causando con ello que todas las calles se inundaran y que el nivel del agua llegara a más de dos metros de altura en muchas de ellas. Como siguió lloviendo constantemente en los días siguientes, la situación empeoró, y fue tal la magnitud de la inundación que muchísimas calles permanecieron anegadas hasta 1632 y otras hasta 1634. los habitantes de la capital se vieron obligados a circular en canoas por las calles convertidas en canales; y asimismo el comercio habitual, los servicios religiosos y todas las actividades cotidianas de la ciudad, tuvieron que hacerse durante mucho tiempo en las azoteas de las casas. A fines del año, el Arzobispo de México calculó que habían perecido ahogados o sepultados por los derrumbes, cerca de cuarenta mil indígenas, y que de las veinte mil familias españolas que había en la ciudad de México, sólo unas cuatrocientas seguían viviendo en sus casas, habiéndose marchado las demás a otros lugares más o menos cercanos, como por ejemplo la ciudad de Puebla.

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Curiosamente, durante el período de gobierno del marqués de Cerralvo, la ciudad de México se vio privada de festejos taurinos, por lo menos de 1629 y que se reanudaron hasta noviembre de 1635. Mucha fue la insistencia del decimoquinto virrey porque se celebraran las acostumbradas fiestas, pero inútiles sus esfuerzos ante el fenómeno natural ya referido, así que las fiestas a las que pudo haber asistido para justificar su afición, probablemente se celebraban en la ciudad de la Puebla de los Ángeles, sitio al que se desplazó una buena cantidad de la población afectada. Sólo que no existe hasta ahora rastro alguno de esas conmemoraciones. Pero veamos qué otros acontecimientos se desarrollaron en torno a la figura del Marqués de Cerralvo y su esposa.

(…) doña Francisca de la Cueva, la virreina, era mujer muy piadosa y limosnera. Sabía acudir a las necesidades ajenas (…) Pero mientras que la Virreina se daba a estos piadosos ejercicios y a estas caritativas prácticas, el Virrey solo se entretenía en preparar festejos. Ponía todo su mayor empeño en que salieran lucidos, cuidaba con nimia escrupulosidad de los detalles más insignificantes. Pero ¿qué hado funesto, qué dioses malos había en su contra que impedían siempre con mil estorbos que se realizara cualquier fiesta que organizaba? No gozó más que de las magníficas que le hicieron cuando su toma de mando.146 El anhelaba por las cabalgatas, las mascaradas, las luchas de moros y cristianos,147 las danzas de mecos,148 los fuegos 146

José Ignacio Rubio Mañé: El Virreinato. I. Orígenes y jurisdicciones, y dinámica social de los virreyes. 2ª ed., México, IIE-UNAM-FCE, 1983. 310 p. Ils., retrs., maps. (Sección de Obras de Historia)., p. 143. En septiembre de 1624 se supo en México que ya venía este nuevo Virrey. En la sesión del Cabildo celebrada el miércoles 18 de ese mes se dio a conocer la noticia y comenzaron los capitulares, a pesar de todo, a ver en qué forma podían solemnizar el recibimiento, más aún con el informe de “que por cuanto es forzoso que S.E. llegue a hacer noche en la Ermita de Nuestra Señora de Guadalupe, donde es costumbre, y aquel puesto está tan indecente que conviene disponerle y recibir y hospedar a S.E. aquella noche por ser inexcusable…” Quejábanse los concejales de que “de algunos años a esta parte por causas que ha habido y no se han fecho” las grandes fiestas a San Hipólito. Se quiso revivirlas y en la sesión del sábado 28 de septiembre de ese año el Ayuntamiento lo acordó así y que se hiciesen en ocasión de la llegada del Marqués de Cerralvo, aunque ya había pasado la fecha de esa festividad, el 13 de agosto. De todos modos, parece que la intención estaba en que con ese pretexto se les permitiese agasajar al nuevo Virrey. Así “acordaron se hagan fiestas y regocijos este presente año de cuatro días de toros, juegos de cañas y escaramuza, y las cuadrillas se vistan de tela de colores plata y oro…” Y que esos cuatro días de algazara se hiciesen “en la Plaza Mayor de esta ciudad, enfrente de estas Casas de Ayuntamiento…” 147 Arturo Warman: La danza de moros y cristianos. 2ª ed. México, INAH, 1985. 143 p. (Colección Divulgación, serie ensayo)., p. 116. Moros y cristianos propiamente dichos. Esta variedad tiene por tema el enfrentamiento del bando cristiano contra otro que se reconoce como moro. Son representaciones de tipo teatral, en las que el texto, una relación en prosa o verso, tiene preeminencia sobre la danza y la música, que sólo sirven para acompañar los combates y pasar de una escena a otra. Intervienen entre tres y treinta actores con papel hablado. El tono general es didáctico y gran parte de la

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artificiales y nunca logró nada de esto por más empeñados esfuerzos que ponía. Siempre le salieron fallidas sus esperanzas. No faltaban jamás motivos graves que impidieran la realización de sus fiestas. Él desesperábase por hacerlas, pero la mala suerte se las estorbaba, lo perseguía implacable, tenaz. El magnificente Paseo del Pendón,149 que se hacía el día de San Hipólito para conmemorar la toma de México por los conquistadores, siempre quedaba deslucido por la lluvia torrencial que se abatía sobre la ciudad. El día de Santiago estaba instituido como fiesta principal y se debían de correr, por orden del rey, doce toros, pero cuando gobernó el marqués de Cerralvo no faltó nunca impedimento para que no se verificaran los festejos preparados con tanto esmero para esa fecha. La ciudad en ese tiempo estaba llena de dolorosa aflicción porque el almirante holandés, el feroz Pedro Hein, atacó y tomó la flota que volvía a España con más de nueve millones de pesos, pero el virrey, marqués de Cerralvo, en su constante afán por las fiestas, viendo que el Ayuntamiento no daba trazas de organizar las que tenía por obligación por ser mandadas por Su Majestad, le envió un papel recordándole ese su deber, y la Nobilísima Ciudad contestó con este otro: Excelentísimo señor: Habiendo atendido esta Ciudad la orden que Vuesa Excelencia se sirvió librar en 15 de junio de 1628 para que se hagan fiestas y aunque es justo que México ejecute y obedezca los mandatos de Vuesa Excelencia, como siempre lo ha hecho, así por la obligación como por el conocimiento de la atención con que Vuesa Excelencia los da, juzga que es justo representar el universal desconsuelo en que se halla el reino, con la importante pérdida de la flota pasada,150 con cuya ocasión se suspendieron las fiestas que estaban prevenidas; y agora con la nueva de los enemigos que infestan las costas de Campeche y no haber aviso de la llegada de los galeones de la flota a España, están los ánimos de todos con el desasosiego y cuidado que Vuesa Excelencia habrá entendido y hallarse los propios y rentas de esta Ciudad tan representación se dedica al intercambio de embajadores que sustentan dogmáticas discusiones teológicas sobre la superioridad de su respectivo dios, aunque finalmente éstas se resuelven por el poder de las armas cristianas y gracias a la aparición oportuna de un ángel u otro ser sobrenatural. Completa el tono moralista la vergonzante claudicación de los moros, que aceptan el bautizo. En todo esto ver (Robert) Ricard la mano de los evangelizadores, sobre todo de la orden franciscana. 148 Variación para identificar al diablo. En la Nueva España y el México independiente, esta fue una representación de uso común en diversas fiestas, como parte de los desfiles y procesiones. Por ejemplo, en 1843, y en la plaza de toros de San Pablo, se llevó a cabo un festejo la tarde del domingo 19 de marzo para conmemorar la restitución del Ayuntamiento en esta forma: Destinada esta función á obsequiar á los Señores Capitulares, por su feliz reunión, ha procurado la Empresa, para dar lleno á su deseo, arreglarla con el mayor lucimiento, eligiendo al efecto Seis toros de la acreditada raza de Atenco, y cuya corrida se adornará con las diversiones siguientes: Gran paseo de Mecos, conduciendo a la América en triunfo, la que llevara una bandera blanca con las armas nacionales y un viva al Exmo. Ayuntamiento. 149 Véase anexo. 150 El asalto a las flotas que viajaban con rumbo de la Nueva a la vieja España, con cargamentos de importante valor, se convirtió en un episodio amargo para la economía de ambos territorios. Diversos “piratas” fueron el azote de embarcaciones que ya habían superado el largo recorrido, sorteando las tormentas o calores extremosos.

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ceñidos con sus gastos; y a este paso, la dificultad de hallar dinero a daño, como lo hizo en la ocasión pasada, que todo obliga a suplicar a Vuesa Excelencia se sirva permitir que por agora se suspenda el tratar de estas fiestas, reservándolas para otra ocasión, la que a Vuesa Excelencia pareciere; aunque las causas referidas persuaden a que se procure el consuelo de la república con semejantes regocijos y otros medios, como hoy está en el mayor rigor del sentimiento, no juzga México que se podrán abrazar tan gustosamente como se debe, a la honra que Vuesa Excelencia le hace en esto, cuya excelentísima persona guarde Dios por muchos años con mayores acrecentamientos, como México desea. En nuestro Cabildo, a seis de julio de mil y seiscientos y veintinueve años. El marqués de Cerralvo a estas tan atinadas, justas y convincentes palabras contestó de esta manera: Todas las razones que Vuesamerced me representa en esta consulta me obligan a no dar lugar por ningún caso a que se dejen hacer las fiestas que el año pasado se excusaron por la reciente pérdida de la flota; y no ha de durar toda la vida el desconsuelo, ni conviene a la república conservarle, sino antes divertirse en cuanto se pueda.151 Y esto es lo que debiera representarme la Ciudad y considerar que cuando los enemigos visitan tanto las costas de este reino, no están bien los caballeros de él sin un caballo, como se ven, pues en las ocasiones que se ofrezcan no irán bien en mulas de alquiler. Y considerando estas razones como debo, hice la ordenanza que a esto toca, para que se viese a entablar lo que sin aguardarla solía hacer siempre esta Ciudad, cuidadosa de sus obligaciones; la cual se ejecuten sin réplica ni excusa, que así conviene al servicio de Su Majestad y bien de la república. En cuanto al aprieto de los propios de la Ciudad, ya tengo este inconveniente tan prevenido en el mandamiento que despaché, que puede hacer poco peso a esa dificultad. Y porque no haya otras nuevas, advierto que, pues estaban resueltas las fiestas del año pasado, se hagan estas en la misma forma que entonces se asentó.-En Palacio, a diez de julio de mil y seiscientos y veintinueve años. Rubricado de su Excelencia. Ya con esta orden tan perentoria y terminante, el Ayuntamiento no tuvo más remedio que darse con toda actividad a preparar los festejos, ayudado de modo eficaz por el marqués de Cerralvo, que en ello encontraba el mayor gusto. Se pidieron al Obligado al Abasto cien toros muy buenos, se armó un amplio coso en la Plaza Mayor, se pusieron en él las indispensables celosías verdes en los palcos que ocuparía el Santo Tribunal de la Inquisición, se mandó dorar la llave del toril, se nombró al correo mayor para que preparara “…y no ha depurar toda la vida el desconsuelo, ni conviene a la república conservarle, sino antes divertirse en cuanto se pueda”. La afirmación del marqués de Cerralvo parece estar aconsejada por un relajamiento bastante alejado de los principios que toda autoridad supone al comprometerse con la sociedad en cuanto al modo de atender diversas prioridades de carácter social, político, económico e incluso urbano atañen a su alta investidura como “alter ego” del propio rey de España. Se puede percibir en la idea de su misiva, un trasfondo de mínimo emplazamiento a cumplir con responsabilidades concretas. 151

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la exquisita colación con que se debía de obsequiar a los señores virreyes, al arzobispo don Francisco Manso y Zúñiga, a la Real Audiencia, a las señoras esposas de los regidores y de los concejales, a los tribunales y a ambos Cabildos, el de la ciudad y el catedral. Se preparó deliciosamente en los conventos de toda la ciudad el variado agasajo de dulces, refrescos, helados y olores. Se llenó la plaza de banderas y gallardetes; se colgó toda de tapices y cortinas; en los palcos y en las lumbreras se pusieron doseles, pantallas, arañas y cornucopias de plata; sus paredes se forraron con sargas que tenían figuras o paisajes, ya pintados, ya bordados; se tendieron alfombras; se abrieron dorados biombos filipinos; se pusieron sillas jamugas, silletas de caderas, camillas bajas para reposar, de las llamadas carriolas, cojines y taburetes para los pies; se llevaron allí bufetillos de estrado, mesas para servir el refresco, encubertadas de franjeado terciopelo, con velerillos de latón adaray y con jarrones rebosantes de flores. Se labró en madera el grotesco don Peroleño o don Peropalo y se mandó vestir con un traje rico; se adornó el mongibelo y su canastilla; se contrataron los músicos que debían de ocuparla, los rabeles, los pífanos, los abogues, los tamborines, las chirimías, los atabales, las churumbelas, sacabuches, ministriles y trompetas. Para la iluminación de toda la ciudad se prepararon fuegos de librillos, llamados también cazuelejas; infinidad de luminarias, veneros de ocote para las azoteas de las Casas Consistoriales; pipas de alquitrán para todas las plazas y plazuelas; hachas de cera de China y de Campeche para las ventanas del Real Palacio y las del Cabildo; se tendieron por todas las calles, de azotea a azotea, cuerdas con profusión de farolillos de vejiga pintados de colores. Habría una escaramuza en la que tomarían parte los más ilustres caballeros de la Nueva España; habría arcos triunfales de dos rostros; habría cohetes y ruedas, girándulas; una gran máscara popular; toros atados en las calles y toros libres en todas las corridas; espléndidas cucañas, montes parnasos cargados de cosas ricas; habría comedias, loas, entremeses y bailes, y se armó un espacioso trinquete para juegos de pelota de viento y el vasto palenque para quebrar cañas y correr la sortija. Se dijo en la Catedral la solemne misa cantada que era de rigor se dijera para que tuvieran éxito las corridas de toros. Los ensayos en la plaza de Jamaica estuvieron llenos de regocijo y a ellos no faltó, ¡cómo!, el Virrey ni su corte. Se señaló a qué monasterios y hospitales se darían las reses muertas. Todo el mundo se preparaba alegre para las fiestas. Otras como esas, se aseguraba que no había habido ni que habría jamás en la ciudad de México. El marqués de Cerralvo no cabía en sí de contento; gozaba de toda la alegría mayor. Se vestiría de rúa con aquel su traje de color coral con guarniciones de plata, que tanto le ponderó una tarde Felipe IV en el Corral de la Pacheca. En todas las casas salían del fondo de los arcones y de los grandes baúles de cuero los trajes preciosos, los de tafetanes, los de pequines, los de terciopelos y brocateles, los de alamares, los de galones y de bordados con puntas y encajes de Flandes o de Milán, y salían de las cajuelas de laca y de sándalo y de los cajoncillos secretos de los bargueños las ricas joyas las profusas y esplendorosas alhajas de familia. Pero se recibió la terrible nueva

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de que la maldita escuadra holandesa estaba ya para llegar a Veracruz y que tras ella venía la de Su Majestad. Se enfureció el Virrey porque esto le estropeaba las fiestas preparadas con tanta ostentación; pero, al fin, ni él ni nadie pensó más en ellas, sino en armarse y en salir cuanto antes al socorro del desventurado puerto. Pasó el peligro y entró la ciudad a su confiado sosiego, y Su Excelencia volvió con más empeñado ahínco a preparar otros grandes y suntuosos festejos. Habría iluminaciones; habría coloquios y comedias; se correrían toros a mañana, tarde y noche; habría fuegos artificiales y salvadas de pedreros; habría una gran cabalgata; toda la nobleza tomaría parte en ella; todos los caballos serían blancos, y los trajes, todos amarillos con galones de plata; se atacaría un castillo defendido por caballeros de Malta y asaltado por señores vestidos a la usanza turca. Se ordenó al obrero mayor que hiciera el diseño de la fortaleza. Habría riña de gallos, palos voladores, danzas, volatineros y otras muchas cosas vistosas. Ya con todo listo y un día antes de que dieran principio los magníficos festejos, se echó encima una enorme, espantosa inundación, una de las mayores que ha habido en México, y en la que pereció infinidad de gente, ya ahogada, ya aplastada por los innumerables derrumbes. Cada calle era un caudaloso canal. Solo se transitaba en canoas, y en canoas se hacía el comercio. Las misas se decían en las azoteas de las iglesias y en las de los conventos, en los balcones de numerosas casas y en los altos tablados que se ponían en las plazas, y los acongojados fieles estaban a su alrededor llorando sus desgracias en una apiñada confusión de barcas. La Plaza Mayor era una enorme laguna; allí fue donde subieron más las aguas. En los muros de las catedrales, la que se estaba labrando y la primitiva, quedaron adheridos peces y hierbas a bastante altura del suelo, y allí se conservaron mucho tiempo para señalar hasta dónde llegó la inundación. El alegre marqués de Cerralvo se llenó de pena; una honda aflicción le dobló la cabeza. Se convenció, al fin, lleno de tristeza, de que una deidad desconocida había tomado con terrible empeño impedirle que celebrara fiestas en la ciudad y se abstuvo de hacerlas para evitar un mal mayor. Ya sólo se contentó con las magnificentes que hacía en el Real Palacio.152 Luego de esta soberbia descripción hecha por

A de V-A nos lleva a creer que pudo haber

tenido acceso a la que algún cronista de la época pudo haber redactado, puesto que luego de exhaustivo levantamiento de información que he procurado para complementar la presente obra, no se han encontrado las correspondientes a dicho período. Por otro lado, es posible que nuestro autor también se haya servido de algunas otras tan inmediatas, pertenecientes a su propia colección, que pudieron servir para dicha reconstrucción. Por fortuna, y gracias a la literatura existente, podemos imaginar la forma en que se 152

Valle-Arizpe: Virreyes y virreinas..., ibidem., p. 58-63.

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desarrollaban fiestas de esta naturaleza. El grado de ostentación que tuvo la fiesta pública en aquellos años sólo quedaba restringido o limitado a las inclemencias del tiempo, al aviso de la muerte de algún personaje de notoria importancia; a las restricciones económicas, e incluso al capricho de la autoridad que no congeniaba con los gastos excesivos o la elevada dimensión de todos los componentes articulados bajo un esquema protocolario, tal y como estaba establecido por aquellas épocas. “…se pidieron al Obligado al Abasto cien toros muy buenos…”, dicho cargo estaba muy cercano al Alcalde del rastro y veedor de la Piedad, y que correspondía en esencia al alférez real. Tenía que cuidar de que se cumplieran las ordenanzas relativas al matadero y observar que al ganado destinado al abasto no le faltara el pasto necesario, determinando lo más adecuado para la conservación del ejido de la Piedad, que pertenecía a la Ciudad y era arrendado para algún particular. Las extensiones territoriales que apenas empiezan a considerarse como haciendas,153 y sobre todo aquellas que contaban con un ganado mayor en condiciones, se fueron adecuando al ritmo de las fiestas que fueron desarrollándose durante aquel siglo XVII. Si bien fue hasta 1652 cuando se corrieron públicamente toros de los condes de Santiago,154 entre 1528 y 1651 deben haber existido otros motivos de fiesta en

José Francisco Coello Ugalde: “Atenco: La ganadería de toros bravos más importante del siglo XIX. Esplendor y permanencia”. Tesis de doctorado. México, Universidad Nacional Autónoma de México, Facultad de Filosofía y Letras. Capítulo Nº 1 La palabra hacienda en su acepción más general significa bienes, posesiones y riqueza material [...] es en este sentido general en el que se aplicó el término, en un principio, a las propiedades rurales cuando éstas lograban acumular cierta riqueza material. El vocablo “hacienda” aparece en la Nueva España desde la segunda mitad del siglo XVI, consignado en los planos de algunas propiedades de este tipo, ubicadas, principalmente en las zonas agrícolas del territorio central del virreinato, correspondientes a los actuales estados de Guerrero, México, Puebla, Tlaxcala y Michoacán. A partir del siglo XVII y hasta el Porfiriato, la hacienda constituyó una unidad productiva con una organización compleja, cuyas “características estructurales primarias eran: a)el dominio sobre los recursos naturales de una zona (tierra y agua), b)el dominio sobre la fuerza de trabajo y c)el dominio sobre los mercados regionales y locales”. Se diferencia del rancho (por tamaño) al ser éste una “unidad agrícola establecida en tierras propias o arrendadas, con fines de autosuficiencia y/o comerciales. Por otro lado, la hacienda en México entendida como unidad económica representativa de la producción agrícola y ganadera, adquiere esa personalidad desde el siglo XVII y madura con ese carácter hasta 1910. 154 La primer aparición pública de ganado atenqueño se remonta al 3 de septiembre de 1652, por motivo del cumpleaños del virrey Luis Enríquez Guzmán, noveno conde de Alba de Liste, y con toros, que “se lidiaron en el parque, con tablados que se armaron, y dieron los toros los condes de Santiago de Calimaya y Orizaba y fr. Jerónimo de Andrada”, provincial de la orden de la Merced. En Gregorio Martín de Guijo: DIARIO. 1648-1664. Edición y prólogo de Manuel Romero de Terreros. México, Editorial Porrúa, S.A., 1953. 2 V. (Colección de escritores mexicanos, 64-65)., T. I., p. 199-200. Además: Heriberto Lanfranchi: La fiesta brava en México y en España…, op. Cit., T. I., p. 79-80. 153

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los que el ganado de los condes o el de otros propietarios, se empleara en el desarrollo de diversiones y fastos propios de la época. Aunque las fuentes no nos dan información para ese período específico. Quedan como ejemplo de haciendas que lidiaron toros en forma regular, pero hasta el siglo XVIII155 las siguientes: HACIENDA El Jaral La Goleta

Yeregé

DUEÑO Marqués de la Villa del Villar Del Águila (Administra Gabriel Joaquín del Yermo). Juan Fco. Retana Antonio José Serratos Conde de Regla Viuda de Lecumberri Pedro Antonio de Acevedo y Calderón Antonio María del Hierro Antonio Rotonda

San Nicolás San Pablo El Salitre Enyegé Astillero Atenco Tenería Tlahuelilpan Xaripeo Bocas Gogorrón y Zavala Pila Bledos

José González Rojo Conde de la Torre Cossío

UBICACIÓN Cerca de San Miguel Cerca de Querétaro

Real de Minas de Temascaltepec (hoy Estado de México) Nueva Galicia, jurisdicción de Guadalajara

Querétaro

Sierra de Pinos, (Zacatecas) Real de Minas de Temascaltepec (Hoy Estado de México)

Pedro de Macotela Conde de Santiago (administra Felipe Pasalles) Ignacio García Usabiaga Conde de la Cortina Miguel Hidalgo y Costilla Juan N. Nieto Juan Antonio Fernández de Jáuregui María Antonia Arduengo Manuel de Gándara José Florencio Barragán

Valle de Toluca (Hoy estado de México)

Cerca de Tula, (Hoy estado de Hidalgo) Distrito de Irimbo (Michoacán) Cerca de San Luis Potosí Cerca de San Luis Potosí Cerca de San Luis Potosí Cerca de San Luis Potosí Ríoverde (San Luis Potosí) Guanajuato Valladolid Tenango (Hoy estado de México)

Rincón Bellas Fuentes Tenango

Que más de alguna de estas haciendas comenzara durante el siglo XVIII o el XIX un proceso de modificación en su concepto de reproducción, selección y crianza de toros destinados con fines concretos a las fiestas, no ha sido posible encontrar el testimonio directo que así lo compruebe. Benjamín Flores Hernández: “Con la fiesta nacional. Por el siglo de las luces. Un acercamiento a lo que fueron y significaron las corridas de toros en la Nueva España del siglo XVIII", México, 1976 (tesis de licenciatura, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional Autónoma de México). 339 p., p. 225-7. 155

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De todo lo anterior, se alcanza a percibir la dimensión que podían alcanzar las fiestas, cuya duración podía ser de varios días, espacio en el que se corrían o alanceaban aquellos toros. Para entonces, todavía no se tenía contemplada la construcción de un coso permanente, por lo que la Plaza Mayor fue el espacio adecuado para celebrar diversos acontecimientos. Ejemplo de las primeras fiestas cívicas organizadas a expensas del Ayuntamiento de México fueron las efectuadas a raíz de la victoria de Pavía, en que Francisco I de Francia fue hecho prisionero por Carlos V el año de 1525. En aquella memorable ocasión, además de premiar al portador de la nueva y hacer una cena de concurrencia selecta, se hizo pública manifestación de alegría corriendo sortija.156

Como ya pudo verse, están presentes el uso de banderas y gallardetes, tapices y cortinas, doseles, pantallas, arañas y cornucopias. Se utilizaron mongibelos, 157 se contrataron músicos. También se utilizó, al puro estilo de los torneos caballerescos el “grotesco don Peroleño o don Peropalo”, mandándosele vestir con un traje rico. Sabemos de la forma en que fue iluminada “toda la ciudad”, partiendo de los veneros de ocote, sobre todo para “las azoteas de las Casas Consistoriales”. De la escaramuza o alardes a caballo que ejecutaban los más ilustres caballeros novohispanos. Y entre esta amena y amplia descripción,

A de V-

A menciona los “toros atados en las calles y toros libres en todas las corridas”, indicativo de que al modo en como se estilaban las fiestas en España, se continuó aquí la muy parecida a la de los toros ensogados. Del mismo modo, los toros libres, deben haber sido una versión de lo que con el tiempo se traduciría en el famoso “toro de once”, que es otro de esos excepcionales capítulos narrados con soberbio estilo por el propio

A de V-A y que revisaré

en su debido momento. La costumbre indicaba que en Catedral se celebrara una misa cantada “para que tuvieran éxito las corridas de toros”, cuyos preparativos se desarrollaban en la plaza de Jamaica, de la que se sabía de su existencia, y sólo con ese fin, como plaza de ensayos en dos etapas totalmente distintas a la mencionada aquí. Se trata de los años 1783 y 1787. En todo caso, habría que encontrar si el argumento que recoge o recrea

A de V-A

corresponde a la

realidad, por lo que se concluye que aquí, se tomó la libertad de alterar los hechos. 156

María del Carmen León Cazares: La Plaza Mayor de la ciudad de México en la vida cotidiana de sus habitantes. Siglos XVI y XVII. México, Instituto de Estudios y documentos históricos, A.C., 1982. 181 p. Ils. (Serie estudios, Nº 5)., p. 116. 157 Mongibelos o Etnas: los caballos fogosos.

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Viene a continuación un completo panorama de la forma en que vestían ciertos personajes de la época, a la manera de algunas de las descripciones como la paradigmática de José Mariano de Abarca y Valda, El Sol en León (…)158 de 1747, que tiene al detalle como una de sus principales herramientas y que también Valle-Arizpe se ocupa de la misma en otra parte de su basta obra. Lo lamentable en toda esta riquísima y abundante descripción es que, a causa de las inclemencias del tiempo, estas impiden que no podamos conocer más allá del sólo escenario que se quedó no únicamente sin utilizar. También tuvo que diluirse entre las aguas mismas de aquella ciudad anegada hasta por seis años, tiempo en que la ciudad recuperó de nuevo su ritmo cotidiano, siendo hasta 1635 en que se desarrollan entre otras cosas, los acostumbrados festejos taurinos.

[PASAJE Nº 16]: PRIMERA SERIE. TRES CARTAS (1). EL VIAJE DEL DUQUE DE ESCALONA. 159

Antes de hacer el análisis a las copiosas notas que

A de V-A

dedica a la muy notable

recepción y gobierno de Diego López Pacheco Cabrera y Bobadilla,160 décimo séptimo virrey de la Nueva España, que ostentó los títulos nobiliarios de Marqués de Villena y duque de

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José Mariano de Abarca y Valda: El Sol en León. Solemnes aplausos con quien el rey nuestro señor D. Fernando VI, Sol de las Españas, fue celebrado el día 22 de febrero del año de 1747 en que se proclamó su Magestad...por la Muy Noble y Muy Leal, Imperial Ciudad de México... México, María de Ribera, 1748, 36, 306, 20 p. 159 Valle-Arizpe: Virreyes y virreinas de la Nueva España..., op. cit., p. 73-82. 160 Vázquez Gómez: Diccionario de gobernantes…, op. Cit., p. 56. López Pacheco era miembro de una familia de la aristocracia española. Estudió en la Universidad de Salamanca y más tarde fue coronel de infantería de la Real Armada. Era un hombre que disfrutaba de fiestas y celebraciones. Llegó a la Nueva España junto con el obispo de Puebla, Juan de Palafox, con quien más tarde tuvo muchas dificultades. Su primera preocupación como virrey fue la de reforzar la Flota Barlovento. Ordenó la construcción de barcos de guerra, cañones, y otros armamentos. Las intrigas palaciegas en la ciudad de México se acusaban de intentar la separación de la Nueva España y la Corona española. Sin embargo, no había tal; el hecho de que un familiar suyo hubiera organizado una revuelta en Portugal para separar de España ese país, hizo creíbles las injustificadas sospechas contra López. El 9 de junio de 1642, el obispo Palafox cercó el palacio virreinal con tropas, quitó al virrey de su puesto y se autonombró virrey. Asimismo, mandó confiscar las propiedades de Pacheco en la Nueva España. A su regreso a España, Pacheco explicó toda la situación al rey y éste ofreció regresarlo a su vieja posición en la Nueva España. El marqués de Villena declinó la invitación pero aceptó la compensación por sus bienes confiscados. Fue gobernador de Sicilia y murió en España siendo virrey de Navarra.

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Escalona, el cual gobernó del 28 de agosto de 1640 al 10 de junio de 1642, quisiera incluir a continuación las notas que preparé por mi cuenta, en un libro que, sobre la poesía mexicana en los toros, siglos XVI-XXI tengo listo para su edición.161 RECEPCIÓN DEL VIRREY MARQUÉS DE VILLENA EN 1640 Desconocidas y no, porque ya en otro lugar y en otro momento me he ocupado de esto. 162 Precisamente en mi libro Novísima Grandeza de la Tauromaquia Mexicana163 en su quinta parte denominada: “Relaciones de fiestas o la fascinación del desbordamiento”, apunto lo siguiente: Las relaciones o descripciones recrean las “grandes alegorías” como por ejemplo: proclamaciones reales, entradas, esponsales, bodas, nacimientos, bautizos, canonizaciones de santos, etc. En todo esto, el autor procuraba no sólo deleitar sino hacer revivir las jornadas festivas de manera que el lector de la Relación lograba tener la sensación de ver “las fiestas por segunda vez”. Es difícil escoger alguna porque todas poseen un encanto particular, debido al manejo detallado con que reseñan la plaza, el público y el ambiente. También, y esto llama poderosamente la atención, describen los trajes de nobles caballeros, jaeces y adornos de las cabalgaduras; pero sobre todo la forma en que se jugaron los toros. Estas relaciones de fiestas provocan a la imaginación y con ella entramos a la plaza, para convertirnos en uno más de sus asistentes, saludando al virrey en turno, a los canónigos y capitulares, sin que falten los estudiantes de la Universidad y el pueblo llano, saboreando al calor de la tarde, una deliciosa “fuente de barquillos” con nieves traídas desde las faldas del Popocatépetl. Por allí pudimos ver a María de Estrada Medinilla con su Descripción en Octavas Reales de las Fiestas de Toros, Cañas y Alcancías, con que obsequió México a su Virrey el Marqués de Villena de 1640 bajo el brazo. Doña María es autora de estos apareados u ovillejos que hubieran puesto a temblar al mismísimo Luis de Góngora en su momento:

Lamentablemente, dicha obra se encuentra perdida hasta el momento, por lo que, para no dejar en el vacío la colaboración de esta importante autora, me permito incluir una pequeña parte de otra de sus obras (en ovillejos castellanos), también escrita en la misma ocasión, denominada Relación escrita por DOÑA MARÍA DE ESTRADA MEDINILLA, A una Religiosa monja prima suya. De la feliz entrada en México día de San Agustín, a 28 de Agosto De mil y seiscientos y cuarenta años. José Francisco Coello Ugalde: “La poesía mexicana en los toros. Siglos XVI – XXI”. (Aportaciones Histórico Taurinas Nº 31). Prólogo: Lucía Rivadeneyra. Epílogo: Elia Domenzáin. Ilustraciones de: Rosa María Alfonseca Arredondo y Rossana Fautsch Fernández. Fotografías de: Fumiko Nobuoka Nawa y Miguel Ángel Llamas. México, 1986 – 2004. 950 p. Ils., fots. (Trabajo inédito). Siglo XVII. 162 José Francisco Coello Ugalde: Antología Nº 2: “Lo que fue y Lo que es del toreo en México. Ensayo histórico sobre el pulso de una fiesta con casi cinco siglos de vida entre nosotros”. 194 p. “En búsqueda de lo que no está perdido. Relaciones taurinas novohispanas de la sorpresa a los nuevos hallazgos”, p. 59-69. 163 José Francisco Coello Ugalde: Novísima grandeza de la tauromaquia mexicana (Desde el siglo XVI hasta nuestros días). Madrid, Anex, S.A., España-México, Editorial “Campo Bravo”, 1999. 204 p. Ils, retrs., facs., p. 31-33. 161

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Del Excelentísimo Señor Don Diego López Pacheco, Cabrera, y Bobadilla, Marqués de Villena, Virrey Gobernador y Capitán General Desta Nueva España. Quise salir, amiga164 (Mas que por dar alivio a mi fatiga) temprano ayer de casa, por darte relación de lo que pasa,165 a prevenir hice el coche, aunque mi pensamiento se hizo noche, pues tan mal lo miraron, que para daño nuestro pregonaron. que carrozas no hubiera; o mas civil, que criminal cantera; lamentélo infinito, puesto que por cumplir con lo exquisito; aunque tan poco valgo, menos que a entrada de un virrey166 no salgo: (. . . . . . . . . .)

Aquí me detengo para dedicar un estudio breve, pero a fondo de la poetisa María de Estrada Medinilla. El propósito es dar a conocer su obra depositada en relaciones que tienen que ver con los toros. No se conoce ningún dato de su vida. Se cree que es nieta de Pedro de Medinilla (¿Pedro de Medina Medinilla?) –segunda mitad del siglo XVI- que escribe las octavas a la

Aquí, María de Estrada Medinilla puede contarle a “Una religiosa monja prima suya”, del mundo, del siglo y todo su carácter profano, del que no goza aquella otra, quien únicamente pudo enterarse de los acontecimientos gracias al texto con que le describió el boato maravilloso que tuvo ante sus ojos. 165 Francisco de la Maza: LA MITOLOGÍA CLÁSICA EN EL ARTE COLONIAL DE MÉXICO. México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Estéticas, 1968. 251 p. Ils., facs. (Estudios y fuentes del arte en México, XXIV)., p. 172. Nos dice el autor que en ciertas ocasiones se permitía a las monjas ver la procesión (de las fiestas), y como apunta con gracia Juan José de Zúñiga en su Cristalino, argentado mar de Gracia, que es un apartado del gran volumen: El segundo quince de enero de la Corte Mexicana que a la canonización de San Juan de la Cruz celebró la Provincia de San Alberto de México, impreso por Bernardo de Hogal en 1730: Las azoteas –de ambos conventos: Santa Catalina y la Encarnación- no sólo estaban galanamente enriquecidas de vistosas banderas, también de vivientes racionales preseas, porque, in honorem tanti festi, el P. Provincial, con los garbos de su genio, les concedió licencia a todas las señoras religiosas, niñas y criadas, para que pudiesen subir a las azoteas, y aunque los hábitos, uniformes y religiosos, no admiten otro adorno y aliño para su gala, era muy de notar los quitasoles o sombrillas con que las señoras se defendían del sol, por la elevada proceridad de sus conventos... las de la Encarnación subieron muy gustosas y regocijadas y desde allí arrojaron una primavera de flores naturales con muchos panes de plata, que subían brillando por los aires y aún otras piezas de mejor gusto, por ser de varios dulces... 166 Ocasiones como las de la entrada de un virrey se convirtieron en verdaderas ceremonias no solo oficiales. También la iglesia tenía su parte, y desde luego, la participación del pueblo se integraba perfectamente a semejantes conmemoraciones. 164

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desgraciada y lastimosa muerte de don Diego de Toledo, hermano del duque de Alba, que fue regidor y diputado en el ayuntamiento de la ciudad de 1546 a 1558.

Portada del Viage de Tierra y mar… de Cristóbal Gutiérrez de Medina.

Sólo le antecede como mujer intelectual una Catalina de Eslava y precede a Sor Juana Inés de la Cruz. Su obra mejor conocida hasta hoy es la Relación escrita por doña María de Estrada Medinilla a una religiosa monja, prima suya (dedicada a doña Antonia Niño de Castro), de la feliz entrada en México, día de San Agustín, a 28 de agosto de 1640 años, del excelentísimo señor Diego López Pacheco Cabrera y Bobadilla, marqués de Villena, virrey gobernador y capitán general de esta Nueva España. Fue impreso en México por Juan Ruyz, en 1640 y formó parte de una obra dedicada al citado virrey, que se tituló Viaje de Tierra y más feliz por mar y tierra que hizo el excelentísimo marqués de Villena, mi señor, yendo por virrey y capitán general de la Nueva España.167 José Mariano Beristain de Souza dice que Doña María Estrada Medinilla, natural de México, matrona que supo hacer lugar en esta biblioteca por los opúsculos siguientes: -Relación en ovillejos castellanos de la feliz entrada del virrey Marqués de Villena en México, día 28 de agosto de 1640, Impresa dicho año, en 4º.-Descripción en octavas reales de las fiestas de toros, cañas y alcancías, con que obsequió México a su virrey el marqués de Villena, impresa en 1641 en 4º.168 167

Josefina Muriel: Cultura femenina novohispana. México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas, 1982.545 p. Ils., retrs., cuadros. (Serie de Historia Novohispana, 30), p. 124-125. 168 Op. Cit., p. 512. Cfr. José Mariano Beristáin de Souza: Biblioteca hispano americana septentrional; o catálogo y noticias de los literatos que o nacidos o educados, o florecientes en la América Septentrional Española, han dado a luz algún escrito, o lo han dejado preparado para la prensa, 1521-1850, 3 vols. 2ª. Ed., publicada por el presbítero bachiller Fortino Hipólito Vera, Amecameca, Tip. Del Colegio Católico, 1833., T. I., p. 482.

116


Beristain de Souza dice haber visto esta obra durante mediados del siglo XIX, pero es muy probable que bibliotecas tan importantes hayan desaparecido durante la expedición de las Leyes de Reforma, por el gobierno constitucional el 12 de julio de 1859. Y no se cuenta tampoco con que ha habido una destrucción sistemática de estas joyas histórico-religiosas. Ello se puede confirmar en Planchet.169 Al leer la poesía barroca hay que tener en la mente la arquitectura de Santa Prisca de Taxco, Santa Rosa de Querétaro, el Altar de los Reyes de la Catedral de México, para impregnarse de ese espíritu y así, poder sentir y vibrar con el espíritu de la poesía. Ya lo apuntaba Estrada Medinilla: En tan célebre día fuera civilidad o cobardía que quedara figura de la más vestal ninfa la clausura170 y si tal entendieras presumo que aun tú misma la rompieras el hipérbole171 más ponderativo. y aunque el verlas te inquiete mayores fiestas México promete: Máscaras, toros, cañas que puedan celebrarse en las Españas.172 LAVS DEO173

Nicolás Rangel dice que la métrica de la obra aquí reseñada estaba escrita en octavas reales174 cosa que es incorrecta. Por su parte Josefina Muriel dice que se trata de apareados u ovillejos.175

169

Planchet, Regis (seud.): El robo de los bienes de la iglesia, ruina de los pueblos. 2ª edición, México, Editorial Polis, 1939. Véase: “Robo y destrucción por Juárez, Carranza, Obregón y Calles, de las bibliotecas de los conventos, sus archivos, manuscritos, pinturas, esculturas y demás tesoros artísticos. Mutilación de las joyas arquitectónicas de la nación. E.E.U.U. elogiando la obra civilizadora de los misioneros españoles”, p. 599605. 170 Clausura: encerramiento de las mujeres consagradas a los dioses paganos y enclaustrados. 171 Figura que consiste en aumentar o disminuir excesivamente aquello de que se habla. Se ha usado también como masculino. Exageración de una circunstancia, relato o noticia. 172 Conforme a las especificaciones de catalogación de la Biblioteca “The University of Texas al Austin”: Gz / 972.02 / V65 Viage de Tierra y Mar... México: Imp. Bernard Calderón. 1640. Apud Muriel: op. Cit., p. 124-125. 173 José Francisco Coello Ugalde: Relaciones taurinas en la Nueva España, provincias y extramuros. Las más curiosas e inéditas 1519-1835. México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Bibliográficas, 1988. 293 p. facs. (Separata del boletín, segunda época, 2)., p. 31-42. 174 Nicolás Rangel: Historia del toreo en México. Época colonial (1529-1821). México, Imp. Manuel León Sánchez, 1924. 374 p. Ils., facs., fots., p. 75. 175 Muriel: Cultura femenina..., op. Cit., p. 135.

117


José Mariano Beristain de Souza, aunque cita, no anota en donde ni en qué circunstancia declara haber visto la edición de 1641 de la Descripción en octavas reales de las fiestas de toros, cañas y alcancías, con que obsequió México a su Virrey el Marqués de Villena. El ayuntamiento de la ciudad publicó el trabajo, “dando de gala a la autora 500 pesos”. 176 La recepción del duque de Escalona y Marqués de Villena fue excepcional. Los gastos ascendieron a $40,000, incluyendo “comedias, mitotes, saraos, máscara, castillo, arco triunfal y ocho toros...” Sigue diciendo nuestra autora ...Júzguele tan airoso y de tan lindo gusto en lo aliñoso, haciendo con desgarro desprecio general de lo bizarro que alguno habrá pensado que aquel descuido todo fue cuidado... 177

Vaga reminiscencia, quizá, de Góngora en su soneto Sea bien matizada la librea, donde un Caballero prevenido para unas fiestas / se prepara a entrar cuidadosamente descuidado. Tal parece que la dicha recepción obligó a los más notables autores de aquella época o a los de escasa calidad literaria a retratar en descripciones o arcos triunfales el desarrollo de las suntuosas fiestas de recepción de quien fue el décimo séptimo virrey de la Nueva España. Entre la gran cantidad de trabajos está la Comedia de San Francisco de Borja de Matías de Bocanegra (1612-1668), donde encontramos señales de aquella gran ostentación, gasto y lujo que se desarrollaron en las mencionadas fiestas. Comedia de San Francisco de Borja (1640)178 Entre tan justas, pues, aclamaciones, entre aplausos, que calle mi Talía, por no hacer escarmientos sus borrones, sacrifica, señor, la Compañía, juntando en uno muchos corazones, ofrenda sacra en aras de alegría a Vueceselencia. Allí la musa explica 176

Ibidem., p. 141. Cfr. Beristain de Souza, Biblioteca hispano..., op. Cit., T. I., p. 428. Méndez Plancarte: Poetas..., (1621-1721) Parte primera, op. Cit., p. 44. 178 José Rojas Garcidueñas y José Juan Arrom: Tres piezas teatrales del virreinato. Tragedia del triunfo de los Santos, Coloquio de los cuatro Reyes de Tlaxcala y Comedia de San Francisco de Borja. Edición y prólogos de (...). México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Estéticas, 1976. VIII-379 p. (Estudios de literatura, 3)., p. 242. 177

118


lo que ofrece, y a quién lo sacrifica.

Matías de Bocanegra nació en la Puebla de los Ángeles, y fue uno de los jesuitas de la provincia de México de más vivo ingenio, y de más instrucción en las letras humanas y en las ciencias sagradas, muy estimado de los virreyes y obispos de la Nueva España, según apunta Beristain de Souza. Si el toro belicoso Si el toro belicoso ensangrienta sus puntas en el coso para lograr las eras, le pone el labrador en sus manseras (. . . . . . . . . .) Si le detienen (al caballo), vuela, reacio pára, si le dan espuela, y en fin es más difícil gobernallo que al ave, al pez, al toro y al caballo. ...no hay quien pretenda ser rey de animales; y regirlos se tiene en más decoro, que no al caballo, al ave, al pez y al toro.179

El diálogo anterior se realiza imaginariamente entre el Emperador Carlos V que sale de casa con su acompañamiento. Borja (. . . . . . . . . .) Y estando solemnizando la presencia de su dueño con fiestas y regocijos, donde a máscara y torneos dieron teatro los días. (. . . . . . . . . .) Acto segundo, interviene Rocafort, bandolero Ni es esto sólo en los brazos que una vez que con orgullo quiso un soberbio alazán hacerme a mí de su curso faetón estrellado a un risco, tal le apreté entre los muslos, que le reventé la vida pareciendo en aquel punto que llegó al despeñadero, atrevido y disoluto, sólo a despeñar el alma, porque el cuerpo quedó surto en el brocal de la peña; yo tan en mí, que no dudo decir que ni aun me turbé y me importó, pues no hubo 179

Op. Cit., p. 248 y 250.

119


sucedido aqueste lance cuando la ocasión me puso en otro más apretado: Salióme un toro sañudo al encuentro, alto de cuerpo, bajo de hombros, confuso el lomo de negro y pardo, el pecho de pardo y rubio, corto cuello, ancho de testa, frente rizada, ojos turbios, cerviz gruesa, hosca la barba, de la luna tan agudos los dos buidos estoques que eran sus puntas dos puntos. Paróse soberbio y bravo; paréme serio; desnudo la espada; con él me afirmo; conmigo se encara el bruto; peina con el callo el puesto; de polvo levanta nublos; da un bramido, parte ciego, tan ligero, que discurro que formó nubes de polvo por salir de sus disturbios; como el rayo cuando rompe la nube con trueno y humo, acometió, y al bajar la testa, con tiento y pulso le embebí por la cerviz el estoque hasta el puño, cosiéndole con el pecho la barba, y pasando en uno cerviz, pecho, piel, garganta, tan presto, que con el zuño iba a bramar, y el bramido yo tan veloz le interrumpo, que abriendo en la dura caña fiera cicatriz, le cupo a la herida rematar el bramido, que no pudo más que empezar con la boca, y de esta suerte concluyo de aquel ruidoso cometa las presunciones y orgullos, perdonad si os he cansado, y vamos a ver si algunos robos ha hecho mi gente.180

La comedia es del tipo hagiográfico181 que representaron los alumnos del Colegio de San Pedro y San Pablo, en ocasión de la visita del referido Virrey Marqués de Villena al plantel de la Compañía. Sabido, además, que San Francisco de Borja (1510-1572), tercer general de la 180 181

Ibidem., p. 298-299. Hagiográfico: perteneciente a la hagiografía. Hagiografía: Historia de las vidas de los santos.

120


orden ignaciana, fue, antes de abrazar el estado religioso, Duque de Gandía, grande de España y Virrey de Cataluña. En su parte última, se resume y dedica el festejo: Compañía A un duque le dedico de un duque los extraños prodigios, que en España viven tan admirados. Con un grande he querido, hoy, grande, celebraros, y que un virrey a otro ofrezca mis aplausos...182

Cumplimentar al Virrey es, pues, el propósito inmediato de la Comedia. Y evocar los nobles desengaños de Borja, ante la inexorable visita de la muerte, su tema central. Es el mismo tema, por tanto, el que ocasiona las meditaciones del religioso en la Canción a la vista de un desengaño, que veremos en tanto Bocanegra nos obsequia con el final de la Comedia...: Y viniendo a lo adquirido, con ser tanto lo heredado, no ha de estar loco este reino de regocijo, gozando un virrey tan apacible, tan tratable, tan humano, tan advertido, tan cuerdo, tan erudito, tan sabio, tan sosegado en la paz, en la milicia tan bravo, tan gentilhombre de a pie tan buen jinete a caballo (. . . . . . . . . .)183

La recepción del Virrey Duque de Escalona se convirtió, en su momento, en una de las de mayor atención por parte de diversos autores que se encargaron de escribir buen número de descripciones donde la calidad tiene varios niveles. Esto lo corrobora Manuel Romero de Terreros.184 Pero es hora de regresar a las “Tres cartas”, recreadas por Artemio de ValleArizpe. 182

Ibid., p. 376. Ib. 184 Cristóbal Gutiérrez de Medina: Viaje del virrey Marqués de Villena. Introducción y notas de don Manuel Romero de Terreros, C. de las Reales Academias Española, de la Historia, y de Bellas Artes de San Fernando. México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Historia, Imprenta Universitaria, 1947. XI – 88 p. Ils., fots., facs., p. VII y VIII. 183

121


En buena medida, nuestro autor, se soporta de otra obra de Cristóbal Gutiérrez de Medina relativa al viaje y diversas recepciones que se hicieron con motivo de la llegada del XVII virrey de la Nueva España. En lo relativo al tema taurino que aquí interesa, cita que, todavía estando en territorio español

Hubo torneos y hubo fiestas de toros, y en una de ellas el Duque alanceó una res con bizarra destreza y lo llenaron las damas de bandas, de cintas, de favores que se quitaban de sus trajes para ofrecerlos entre sonrisas.185 Aparece una riquísima descripción de los sitios que fue recorriendo para llegar finalmente al Puerto de Santa María, de donde embarcaron el 8 de abril de 1640. El 20 de abril,

En que hizo conjunción la luna, salimos al mar. El viaje duró casi tres meses. Durante la travesía tuvimos muchas diversiones para entretener a su Excelencia –nos cuenta Salvador Segura-. Casi no había día sin una hermosa fiesta. Hicimos tres graciosas mascaradas a lo ridículo, representamos ocho comedias de las que se daban en los corrales de Madrid, y a menudo teníamos danzas, toros de manta y caballeros con rejones a lo burlesco.186 [PASAJE Nº 17]: PRIMERA SERIE. TRES CARTAS (2). ENTRADA FASTUOSA DEL DUQUE DE ESCALONA.187

El Duque de Escalona y todo su séquito arribaron a la Nueva España, justo el 24 de junio. La modestia de tan significativo personaje fue uno de los primeros síntomas de dejaron entrever la sencillez con que estaba dispuesto a ser recibido, sin que esto fuera motivo para minimizar lo extraordinario de las fiestas, cuyo primer capítulo en el largo viaje por tierra, comenzó en la propia Villarrica de la Veracruz.

Durante los días que estuvimos en Villarrica hubo continuos festejos, luminarias, cohetes, corridas de toros, montes parnasos.188

185

Valle-Arizpe: Virreyes y virreinas de la Nueva España..., op. cit., p. 75-76. Ibidem., p. 78-79. 187 Ibid., p. 83-94. 188 Ib., p. 84. 186

122


Días más tarde, cruzando diversos pueblos, ventas, paradores fueron atravesando Tlaxcala, Puebla, Cholula, Huexotcingo (sic), San Cristóbal Ecatepec, hasta arribar a Chapultepec. Pero antes, en Puebla

Toda la ciudad estaba en las calles; se amontonaba inquieta, rumorosa, alegre, en balcones, en ventanas, en azoteas, en tablados, para admirar el magnífico desfile, oír las pulidas loas que le decían al Virrey y ver a aquellos ángeles de pomposo plumaje blanco o rosado o azul, que bajaban cantando de las azoteas arrojándole flores o poniéndole en las manos fuentes con dulces de monjas o bordadas bandas de colores. Las fiestas que nos hicieron en Puebla sobrepasaban las de un día a las de otro. Hubo mascaradas, carros alegóricos, carreras de caballos, lidias de toros, encamisadas de estudiantes, riñas de gallos, comedias, autos sacramentales, danzas, saraos en las Casas de la Ciudad, y sobre todo este regocijo, se tendía la amplia munificencia del Duque repartiendo mercedes innumerables.189 Como vemos, el protocolo, la ruta establecida y el estrecho seguimiento que la población iba dando al recorrido del alter ego del rey en turno, nos permiten entender que aquello estaba convertido en un auténtico acontecimiento capaz de causar una peculiar conmoción que no podía quedar al margen de la descripción, sobre todo si había encargados de ir haciendo un relato que luego se traducía en la ya esperada relación de fiestas, como ocurrió con un cronista como Cristóbal Gutiérrez Medina, que no tuvo, según Romero de Terreros una pluma privilegiada. Sí, en todo caso, el detalle como principal consejero.

Casa con telas colgadas, detalle del cuadro Traslado de las monjas de Valladolid, 1738. Fuente: Historia de la vida cotidiana en México. T. II. La ciudad barroca, lám. 16.

189

Ib., p. 86.

123


Ya en la capital del virreinato, y específicamente en Chapultepec, lugar previo al de la magnificente recepción por parte de las autoridades en su conjunto y del pueblo en general, se instaló el duque de Escalona y Marqués de Villena para, en medio de un descanso, disfrutar, entre los tiempos libres que se le permitían de otros tantos divertimentos. Nuevamente Salvador Segura nos invita a fascinarnos con esta descripción del emblemático bosque de Chapultepec, metido en esta gran ciudad:

Llegamos a Chapultepec, hospedaje real y recreación de los señores virreyes. Gran palacio es este de Chapultepec.190 Es lo más magnífico y soberbio que hasta hoy hemos visto en Nueva España. A la entrada hay un patio grande, enorme, con servicio de caballerizas y cocheras, atendido por numerosos criados, todos con libreas pardas de buen paño veintidoseno; luego, otro patio, de tales proporciones que sirve cómodamente para correr toros, los que se ven desde el numeroso ventanaje que da sobre él (…)191 Y no fueron unos cuantos días.

Durante los dieciséis días que permanecimos en Chapultepec hubo variadas fiestas en honor del Duque: mitotes bailados por cuatrocientos indios con tilmas y plumeros de gala y al son grave y monótono de ayacachtles y teponaztles y huéhuetles; luminarias generales que hacía recordar el incendio de Roma; fuegos artificiales con bombas, buscapiés, castillos y torreones de los que salían guerreros a pelear contra sierpes enormes; toros de cuero cubiertos de cohetes y toros de verdad, muy bravos; músicas, comedias, saraos, encamisadas, y también muchas colaciones que el Duque costeaba para que fuesen repartidas entre todos.192 Mientras todo esto ocurre,

A de V-A continúa haciendo una abundante descripción de los

diversos acontecimientos que ocurrieron en torno a la majestuosa recepción ocurrida en aquel verano de 1640, sin dejar escapar hasta las minucias que quizás en pluma de otros, pasarían pasándose por alto. Recuperada la apreciación en el figurado Salvador Segura,

A de V-A

recoge ahora el

siguiente relato: 190

José Francisco Coello Ugalde: El Bosque de Chapultepec: Un taurino de abolengo. Con la colaboración especial de la Lic. Rosa María Alfonseca Arredondo. México, Instituto Nacional de Antropología e Historia, 2001. 69 p. Ils. (Serie Diversa). En dicha obra, refiero que ya desde el siglo XVII existía un primitivo palacio, mismo que nada tiene que ver con el actual “Castillo”, obra iniciada hacia finales del siglo XVIII. En dicho espacio, entonces alejado de la capital del virreinato, se instalaban los virreyes antes de ser recibidos oficialmente en la ciudad de México. 191 Valle-Arizpe: Virreyes y virreinas de la Nueva España..., op. cit., p. 87. 192 Ibidem., p. 90.

124


A pesar de que los festejos habían durado dos meses largos desde que pisamos tierra en la Villarrica, se prolongaron fastuosamente por otros dos meses más.193 Empezaron en México desde antes que entrásemos en la ciudad, se quemaron en la Plaza Mayor castillos, muchas ruedas y toros de cohetes, hubo iluminaciones generales y músicas y danzas. Después de la toma de posesión, el Ayuntamiento organizó una gran mascarada a la que invitó a todos los estudiantes costeándoles los trajes y los adornos de las mulas en que salieron. Organizó también el Ayuntamiento un precioso desfile de carros alegóricos, todos llenos de músicos y cantores; hubo comedias, alcancías, sortijas, cañas y combates simulados, luchas con fieras, bailes y saraos que hicieron los indios del propio modo que en su gentilidad, adornados de muchas galas y plumas preciosas, colocadas en sus cabezas en forma de alas o diademas, cantando en su idioma y bailando el día entero sin cansarse; hubo estafermos y torneos en los que contendieron los caballeros más nobles de la ciudad; hubo un gran festín que dieron los padres jesuitas en el patio del Colegio Máximo de San Pedro y San Pablo; hubo cucañas y grandes corridas de toros a mañana, tarde y noche, estas con deslumbrantes iluminaciones, y en todas ellas el Ayuntamiento obsequió a lo principal de la concurrencia con refrescos, dulces, pasteles y nevados, y a los lidiadores les dio buenas galas; también se las dio espléndidas en fuentes de plata el virrey, que dondequiera se mostraba magnánimo y generoso.194 193

Queda comprobada una vez más, la multitudinaria condición de fiesta que organizaron autoridades políticas, civiles y religiosas, a las que se sumaba la presencia popular, con lo que se cumplió una vez más con aquel proceso de dimensiones impresionantes, en cuyo espacio se daba cabida a diversas manifestaciones de producción efímera, suficientemente justificadas para cubrir no sólo con una ruta geográfica que los conducía a hacerse cargo del mando. También con todo un recorrido emblemático que culminaba con la propia toma de poder, con lo cual el boato era uno de los argumentos indispensables. Los acontecimientos de la misma naturaleza celebrados más adelante durante el gobierno del Duque de Escalona, seguían simplemente el calendario litúrgico o religioso, aunado a las celebraciones que la autoridad política o civil iban disponiendo, junto a los diversos motivos emanados desde la propia corte. 194 José Pascual Buxó (Editor): La producción simbólica en la América colonial. Interrelación de la literatura y las artes. Con la colaboración de Dalia Hernández Reyes y Dalmacio Rodríguez Hernández. México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Bibliográficas, Seminario de Cultura Literaria Novohispana: CONACYT, 2001. 600 p. (Serie estudios de cultura literaria novohispana, 15). Beatriz Mariscal: “El programa de representación simbólica de los jesuitas en Nueva España” (p. 51-65), p. 51. Si bien el siglo XVII constituyó el período de mayor auge de las festividades públicas en España, ya desde la segunda mitad del siglo XVI el número de éstas era notable. El propósito explícito de las fiestas públicas era la celebración del nacimiento, boda o fallecimiento de un príncipe, o la conmemoración de alguna festividad religiosa, pero dado su potencial propagandístico, sus organizadores podían esperar beneficios políticos y sociales adicionales. Las festividades públicas adquirieron gran importancia en Nueva España, donde además de los acontecimientos políticos del reino se celebraban otros de carácter local, tales como las llegadas de los virreyes, las dedicaciones de centros de culto y el traslado o colocación de imágenes. En estas celebraciones se daba una notable confluencia de las artes: se elaboraban arcos triunfales, piezas efímeras de arquitectura que incluían los mismos lienzos y tableros con imágenes que textos literarios (algunos sacados de diversos textos religiosos y en especial de la Biblia y otros de invención propia); se componían textos poéticos que a menudo se representaban acompañados de música y danzas; se organizaban concursos literarios y se representaban piezas dramáticas. El carácter efímero de la mayor parte de estas manifestaciones artísticas nos ha privado de su cabal conocimiento: la madera con la que se hacían los arcos triunfales y las tablas en que se pintaban imágenes o lemas y poesías diversas eran utilizadas después de las fiestas para fines más duraderos como podía ser la

125


A todas estas suntuosas fiestas fue invitado, como no podía ser menos, el Ilustrísimo Señor don Juan de Palafox y Mendoza, visitador de Nueva España; pero Su Señoría contestó que “la severidad con que las reglas eclesiásticas prohíben a los sacerdotes la asistencia a los espectáculos públicos, aunque sean estos tan benignos e inocentes como las cañas y corridas de toros, lo ponían en grave escrúpulo de asistir a las preparadas al Excelentísimo Señor Virrey, de quien recabó permiso para no concurrir a ellas”.195 Después de todo esto, y pasado algún tiempo, vendría el suceso que narra

A de V-A como

el de la salida lamentable del Duque de Escalona, que no se incluye aquí, por tratarse de la triste descripción en que terminaron los días de aquel efímero gobierno de Diego López Pacheco Cabrera y Bobadilla, y cuyos detalles aparecen mencionados párrafos atrás. Por último, vale la pena recordar que en estas cartas, jugó un papel muy importante el imaginado Salvador Segura, quien hizo sendos envíos a su primo Diego Hoces. Una vez más, queda demostrada la capacidad creativa con que resolvió el difícil entuerto nuestro

A de

V-A. [PASAJE Nº 18]: PRIMERA SERIE. UNA VIRREINA EDIFICANTE Y UN VIRREY NEGOCIANTE.196

¿Quiénes son los misteriosos personajes que, en actitud “edificante” por un lado; y “negociante” por otro, nos provocan intensa curiosidad? construcción o reparación de edificios religiosos y públicos sin dejar rastro de su primer uso, mientras la poesía que obtenía el juicio favorable de los jurados era premiada con bonetes de fieltro y saleros de plata, pero rara vez publicada; menos numerosos aún son los registros textuales de las representaciones dramáticas que se conservan. Afortunadamente no todo se ha perdido. Aunque lo que suele conservarse es la noticia más o menos breve de esas celebraciones en crónicas de carácter histórico, como las Actas de los Cabildos o los informes a la Corona, también se elaboraron y publicaron en su día diversas relaciones de estas festividades por cuenta de sus organizadores (en general los Cabildos o las diversas cofradías de las ciudades donde se llevaba a cabo la celebración). El número de relaciones que están siendo rescatadas de archivos y bibliotecas y publicadas en ediciones críticas se ha incrementado en estas últimas décadas para beneplácito de los interesados en esos dos siglos de singular fermento creativo, no siempre apreciado por poco conocido. 195 Ibid., p. 93-94. Bien hizo en no acudir el visitador, aunque durante la estancia de su mandato como décimo octavo virrey, ocurrieron las celebradas y bien organizadas fiestas que la costumbre y un sólido calendario mundano-profano, así como el de carácter eminentemente religioso seguían dictando, según consta en la obra que Genaro García dedica a este personaje, quien concretó la destitución de su antecesor en un movimiento de dudosa legitimidad. La obra a que me refiero es: Don Juan de Palafox y Mendoza, Obispo de Puebla y Osma, Visitador y Virrey de la Nueva España. México, 1918. En ella, y según apuntes de Manuel Romero de Terreros quien nos recuerda que el capítulo IV de la obra de don Genaro aparecen “numerosas descripciones que proporciona de festejos, ideas, usos y costumbres de tiempos ya lejanos”. 196 Valle-Arizpe: Virreyes y virreinas de la Nueva España..., op. cit., p. 120-125.

126


Pues bien, se trata de doña Juana Francisca de Armendáriz, marquesa de Cadereyta y condesa de la Torre, esposa del duque de Alburquerque.197 Ella era una “dama espiritual, fina, atildada y de recatado donaire”. Según este sucedido del México virreinal, puso todo su empeño en mejorar las condiciones palaciegas en cuanto a lujo y detalle se refiere. Pero no sólo eso. También ocupaba parte de su tiempo en acudir a los conventos, hospitales, concediendo limosnas que curaban, en parte, el dolor de los enfermos.

Duque de Alburquerque.

Por su parte, Francisco Fernández de la Cueva, “empujó con empeño constante las obras de la Catedral”. Allí estaba él atendiendo personalmente los avances de la magna obra, llegando al extremo de dejar entre muestras de humildad sus deseos e intereses, al tomar él, su esposa y su hija sendas escobas con que limpiaron, ante la admiración de todos los sucios espacios de la iglesia mayor. En cierta ocasión Vázquez Gómez: Diccionario de gobernantes…, op. Cit., p. 59. Francisco Fernández de la Cueva, Duque de Alburquerque, que fue vigésimo segundo virrey en el período del 15 de agosto de 1653 al 16 de septiembre de 1660. Fernández de la Cueva fue un militar distinguido, de familia aristocrática. Impulsó las artes y ayudó económicamente a pintores, poetas, escultores y artistas. Colonizó el norte del país, enviando a 100 familias a fundar la ciudad de Alburquerque, Nuevo México, y afianzó el gobierno de España en los nuevos territorios. También envió ayuda a Jamaica, que había caído en manos de los ingleses. Preocupado con la seguridad, reforzó la Flota Barlovento, que había sido creada precisamente para proteger de los piratas a las naves españolas. Fue muy activo en cuestiones de comercio, ordenó la amalgamación de monedas de oro y siguió los pasos de su antecesor (Luis Enríquez de Guzmán, Conde Alba de Liste, Marqués de Villaflor) en la recolección de impuestos. Sufrió un atentado en la catedral mientras oraba. Su atacante, un orate, fue enjuiciado, sentenciado y enviado a la horca al día siguiente del atentado. Al término de su período en la Nueva España, fue nombrado embajador en Viena para luego regresar a Madrid, España, donde murió. 197

127


Las campanas de todas las iglesias se alborozaban una tarde con un largo repique a vuelo. En el galeón llegaron pliegos en que se noticiaba que a los reyes les había nacido un infante, el infante deseado. Hubo al día siguiente gran besamanos en Palacio. Fueron los dos Cabildos, los inquisidores, los tribunales, los superiores de los conventos, los principales caballeros de la ciudad, a presentar sus respetuosos homenajes al señor Virrey. Los poetas compusieron acrósticos, sonetos, laberintos e inescrutables logogrifos. El Virrey, con ese espíritu de grandeza que tenía, dispuso fiestas y regocijos públicos; en la ciudad hubo esplendorosas iluminaciones; se jugaron cañas, se corrieron sortijas, se tiraron pandorgas y bohordos; hubo numerosas corridas de toros, hubo mascaradas, hubo maroma y bellas danzas de los indios con muchas flores y plumería. Todo se hizo con gran boato y con gran júbilo.198 Esto ocurría en el año del señor de 1658, según consta en algunos de los documentos que, como relación de fiestas aparecieron en aquel momento.199 No se crea el lector que hoy día resultan abundantes este tipo de fuentes. Son pocas en realidad las que han llegado a sobrevivir ese azaroso tránsito de siglos, en medio de infinidad de circunstancias que suponen el paso del tiempo, los usos y abusos del documento en cuanto tal, e incluso el maltrato o indiferencia a que son expuestos. A pesar de ello, y con un agradable tratamiento como el que venimos conociendo gracias a la virtuosa labor de

V-A,

A de

entendemos muchos de los significados que tienen origen en la notable cantidad de

fiestas celebradas en el período virreinal, del cual se ocupa con mayor pasión el saltillense, como es el caso de las ocurridas en aquel año de 1658,200 que no dejaron escapar el pretexto real, con el nacimiento de Felipe Próspero. Y, ¿en qué terminó la parte del negociante?

Pues al organizar los festejos por el nacimiento del príncipe, no podía quedar exenta la ciudad de una gran cabalgata. Ordenó que todos los funcionarios y empleados del Gobierno tendrían que ir en su cortejo, y todos aquellos que tuviesen caballos deberían integrar la comitiva. Viejos nobles, oidores achacosos, inquisidores con gota, se excusaron que por sus enfermedades no podrían 198

Valle-Arizpe: Virreyes y virreinas de..., ibidem., p. 123. José Pascual Buxó: Impresos novohispanos en las bibliotecas públicas de los Estados Unidos de América (1543-1800). México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Bibliográficas, 1994. 285 p. Ils., facs. (Serie Guías)., p. 49. FERNÁNDEZ DE CASTRO, Gaspar. Relación ajustada, diseño breve... de los festivos aplausos... (al) nacimiento de... don Phelipe próspero... México: Juan Ruiz, 1658. 200 Véase en ANEXOS, lo relativo a datos de 1658 que se recogen de la obra de Gregorio Martín de Guijo. 199

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cabalgar. ¿Qué no podían cabalgar? Bueno –les decía el Virrey-, si no podían cabalgar que entonces pagaran multa de 300 o 400 ducados, y la pagaba, ¡qué remedio!, y hasta contentos, para no acelerar la triste hora de su muerte con una inminente caída del caballo. Indicó cómo habían de ir vestidos, todos iguales, sin distinción de clases ni de empleos. Los caballos con grandes gualdrapas de bayeta carmesí, con sobrepuestos amarillos; los trajes, de raso azul con galones de plata; los sombreros grises, con luengas plumas blancas. ¿Pero dónde se podían proveer de esa gran cantidad de telas para ir todos iguales? ¿En dónde tanto galón y tanta pluma blanca? Entonces el Virrey -¡sabía lo suyo el bueno señor!, ¡vaya si lo sabía!-, con gesto noble, displicente, indicaba en qué tiendas y en qué almacenes había las bayetas y en cuáles otras los rasos, los galones y las plumas. Esas tiendas en que precisamente se habían de comprar todos los avíos, eran de los amigos y favorecidos de Alburquerque, quienes le daban un buen tanto sobre las ganancias, que no eran pocas, o en esas tiendas y almacenes estaban las abundantes telas, la bayeta carmesí y el raso azul, que el Virrey trajo de España para vender aquí a los incautos criollos, y así saldría de una buena vez de todos sus géneros, ya que se estaban pasando o entrándoles la polilla. Esa cabalgata deslumbró a toda la ciudad, la puso llena de admiración. El Virrey, después de los clarines y timbaleros, iba solo, con fastuoso brío, y después, sin prelación ninguna, esplendoreaban cientos y cientos de caballeros lujosos, con el más ostentoso y magnífico lucimiento. La ciudad tenía grandes iluminaciones, parpadeaban en ella toda clase de luces de colores y los cohetes rayaban la noche con su oro ascendente. Todos los frailes, desde los atrios de sus iglesias vieron el paso de la cabalgata; las monjas estaban en las azoteas de sus conventos y echaban flores y listones cuando pasaba el Virrey o cuando descubrían a alguno de los piadosos benefactores de sus institutos. Hubo por tres noches seguidas esas vistosas cabalgatas que recorrieron toda la ciudad, que no se cansó de admirarlas. El virrey Alburquerque engrandecía con ellas el respeto al rey; pero también con ellas engrandeció su hacienda. ¡Vaya si la engrandeció el muy ladino!201 Ya vemos, que así se las gastaba, y muy bien, el Duque de Alburquerque…

[PASAJE Nº 19]: PRIMERA SERIE. DON PEDRO Y DON FERNANDO.202

Este es un sucedido en tiempos del virrey Juan de Leyva y de la Cerda, conde de Baños, vigésimo tercer virrey de la Nueva España, y que gobernó del 16 de septiembre de 1660 al 29 de junio de 1664. Diversos autores se han ocupado de un desagradable incidente ocurrido 201 202

Valle-Arizpe: Virreyes y virreinas de..., Ibid., p. 124-125. Ibid., p. 136-140.

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apenas entró a ocupar el cargo.203 Sin embargo, don Juan de Leyva y de la Cerda, conde de Baños

Cuando iba a los toros aquello era formidable: su presencia metía en el acto grande algazara. Se recibía siempre a Sus Excelencias con una rechifla prepotente que hacía trepidar toda la plaza y luego esos silbidos los cambiaba de pronto el gentío por ruidosas risotadas de mofa que brotaban al unísono de todas las bocas, con flauteadas ondulaciones, para tornar en seguida a los silbidos y de estos volver de sabido a las estruendosas carcajadas de risa, y la muchedumbre, para variar un poco, se calentaba después la boca gritándoles a los odiados virreyes horrendos vilipendios que se cernían lentos en el aire, como cuervos.204 No había alabarderos, ni belleguines, ni corchetes, ni alguaciles que pudiesen sosegar aquel extraordinario alboroto, ni acallar aquel estruendo de vituperios que llenaban la fiesta de toros. Se celebraba en Chapultepec la llegada del conde de Baños con fiestas de cañas, alcancías y maroma, con una gran encamisada205 y abigarrados areitos de los indios. Los caballeros de mejor linaje capearon y alancearon reses bravas con mucha agilidad y destreza, y hubo, para regocijo del pueblo, toros enmantados de cohetes y fuegos artificiales. En esos brillantes festejos, con los que se le hacían al conde la salva a su grandeza, su hijo mayor, don Pedro, mozo atrabiliario y malo, se puso a decir con desenfado grandes escarnios y públicos desprecios de los criollos. Los infamó con ruin procacidad de lengua; se burlaba siniestramente de toda la gente de esta tierra y con diabólica malicia les deshacía las honras.206 Después vino el desagradable encuentro que el tal Pedro tuvo con el tercer conde de Santiago-Calimaya, Fernando Altamirano Legaspi, que estuvo al frente de dicho condado de 1661 a 1684. El dicho don Fernando, fue como su abuelo, don Fernando de Altamirano y Velasco, primer conde de Santiago-Calimaya, personaje muy taurino. Este último, propietario de la estancia de Atenco, proporcionó algunos toros, mismos que se corrieron públicamente Vázquez Gómez: Diccionario de gobernantes…, op. Cit., p. 60. Leyva fue un hombre muy religioso pero al mismo tiempo arrogante y ambicioso. Tuvo muy serios problemas en su gobierno a causa de su familia. Al inicio de su cargo, su hijo don Pedro sostuvo una agitada discusión con el conde de Santiago y mató a uno de los criados del conde que salió en su defensa. El conde le reprochó su conducta y Pedro, disgustado, contrató unos asesinos para que mataran al conde. Estos hechos disgustaron mucho a la ciudadanía y le crearon serios problemas al virrey. 204 Como vemos, esta era ya una práctica común de parte del pueblo, y un lugar público como la plaza de toros, se ha convertido en el termómetro social que determina agrado o desagrado de las acciones emprendidas por sus gobernantes. 205 Encamisada: En la milicia antigua, sorpresa que se ejecutaba de noche, cubriéndose los soldados con una camisa blanca para no confundirse con los enemigos. Especie de mojiganga, que se ejecutaba de noche con hachas, para diversión o muestra de regocijo. 206 Valle-Arizpe: Virreyes y virreinas de la Nueva España..., op. cit., p. 136-137. por otro lado, es de lamentar que en la obra de Gregorio Martín de Guijo no se reporten datos relacionados con dicho acontecimiento. 203

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en 1652.207 Y respecto a Fernando Altamirano Legaspi, podemos decir que tuvo un papel protagónico bastante afortunado al participar el año de 1666 en LA JURA DE CARLOS II ...Los Caballeros galantes pudieron de su tesoro, a la Arabia prestar oro y dar al Ceilán diamantes; y aun por eso los brillantes rayos el Sol ocultaba, y si en nubes se embozaba es porque llegó a advertir que era imposible lucir donde tanto Sol estaba... ...Galante el Corregidor con su generoso pecho, llevaba al lado derecho al noble Correo Mayor. ¡Oh, quién tuviera primor para decir lo costoso, lo amante, lo generoso con que echó el reto a lucir! Mas algo habré de decir, aunque se muestre quejoso. El vestido –amusco y platabordó el arte con primor, por ser el mejor color que de aclamaciones trata; el sombrero era pirata que, en plumas volando al Cielo, no sólo al Sol sin recelo le usurpó las luces bellas, pero a todas las Estrellas en diamantes trujo al suelo. El penacho parecía nieve escarchada, que en tropa se recogía en la copa que el sombrero le ofrecía: Cándida nube escondía a Don Francisco, y dudaba México lo que miraba, 207

La primera aparición pública de ganado atenqueño se remonta al 3 de septiembre de 1652, por motivo del cumpleaños del virrey Luis Enríquez Guzmán, noveno conde de Alba de Liste, y con toros, que “se lidiaron en el parque, con tablados que se armaron, y dieron los toros los condes de Santiago de Calimaya y Orizaba y fr. Jerónimo de Andrada”, provincial de la orden de la Merced. En Gregorio Martín de Guijo: DIARIO. 1648-1664. Edición y prólogo de Manuel Romero de Terreros. México, Editorial Porrúa, S.A., 1953. 2 V. (Colección de escritores mexicanos, 64-65)., T. I., p. 199-200. Además: Heriberto Lanfranchi: La fiesta brava en México y en España 1519-1969, 2 tomos, prólogo de Eleuterio Martínez. México, Editorial Siqueo, 1971-1978. Ils., fots., T. I., p. 79-80.

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apostando, sin que asombre, que era imposible ser hombre quien por las nubes andaba. Al bruto, sólo un pincel pudiera bien retratalle, y Naturaleza dalle de terciopelo la piel; y según lo negro de él, lo airoso, lo bien trazado, lo dócil y lo alindado, puedo decir sin recelo que era –siendo terciopeloun terciopelo labrado. Tocado de blancas plumas sustenta sobre la crín, que iba a tener su fin al suelo en nevadas sumas; las cristalinas espumas esparcía el Bruto ufano, porque quiso, cortesano, repartir la plata al viento, y para el repartimiento se valía de pie y mano. Y aunque el curioso me tache, he de asegurar por cierto que de ojo le hubiera muerto si él no fuera un azabache; y así, es razón se despache sentencia para emplumallo, y el rigor de sentenciallo le disculpará cualquiera, porque a todas luces era un hechicero el Caballo... Apeóse el Correo Mayor, y al ir la grada a subir le fue amante a recibir de México aquella flor que, de la sangre mejor de Velasco y de Castilla con tantos créditos billa en el Conde de Santiago, que no podrá el tiempo estrago hacer a su maravilla. La real Insignia arboló Mancera, con pecho ufano, y por todo el aire vano airoso la tremoló, y en razones promulgó que a la augusta y Regia Silla todo México se humilla, y alza con amor profundo

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pendón por Carlos Segundo, Rey de León y Castilla...208 Además: ...y si a domellar un Bruto se ponía en la carrera, ninguno como Filipo le supo tener la rienda; (. . . . . . . . . .)209

Juan de Leyva y de la Cerda, conde de Baños, vigésimo tercer virrey de la Nueva España, que gobernó…

Durante el gobierno del Conde de Baños, fue constante su comportamiento arbitrario y deshonesto. Las propiedades y el dinero que confiscaba a los súbditos los transfería a sus familiares y amigos. Pero lo que es aún peor, del abuso y la intransigencia demostrados durante los cuatro años de mandato, se sucedieron varios levantamientos indígenas que luego eran reprimidos en forma por demás violenta. Ante tal número de anomalías, la corona decide destituirlo, nombrando sucesor al obispo Diego Osorio de Escobar, pero Leyva moviendo sus influencias interceptó el comunicado real, prolongando así el tiempo de su permanencia en el poder. El que fue también obispo de Puebla, el señor Osorio de Escobar y Llamas, enterado por fin de su nombramiento –pero por otros medios-, apresura la toma del mando, pero también la salida de Juan de Leyva y de la Cerda, quien con esto último, tuvo que poner “pies en polvorosa”. Para este mal hombre no terminaron las cosas ahí. A su 208

José Francisco Coello Ugalde: Relaciones taurinas en la Nueva España, provincias y extramuros. Las más curiosas e inéditas 1519-1835. México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Bibliográficas, 1988. 293 p. facs. (Separata del boletín, segunda época, 2)., p. 54-56. 209 Alfonso Méndez Plancarte: Poetas novohispanos. Segundo siglo (1621-1721). Parte primera. Estudio, selección y notas de (...). Universidad Nacional Autónoma de México, 1944. LXXVII-191 p. (Biblioteca del Estudiante Universitario, 43)., p. 143. Proviene de la Descripción Poética de las Funerales Pompas... y de la Plausible Aclamación..., México, Rodríguez Lupercio, 1666.

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regreso a la península española, es reprendido por el rey con el castigo de desempeñar cargos públicos. Cómo sería de grande su pena, que con los años ingresó a la orden religiosa de los Carmelitas…, en donde cantó su primera misa el 17 de octubre de 1676. Dos años después, entregó su alma al señor.

[PASAJE Nº 20]: PRIMERA SERIE. ¿QUÉ FUE SINO VERDURA DE LAS ERAS?210

Corre el mes de noviembre de 1673. La ciudad parece estremecerse con el nuevo acontecimiento del arribo y recepción del nuevo virrey, don Pedro Nuño Colón de Portugal y Castro, Duque de la Veragua,211 nombrado por su Majestad, el Rey Carlos II. Su período de gobierno fue, en realidad bastante corto, puesto que duró del 20 de noviembre al 13 de diciembre de aquel año del señor. El también marqués de Jamaica, desde su arribo a Veracruz fue motivo de diversas demostraciones públicas que cumplían con el protocolo de bienvenida destinado a celebrar al nuevo alter ego del rey. Al sustituir al marqués de Mancera,212 Pedro Nuño Colón de Portugal causó una gran desilusión entre el pueblo pues creyó encontrar una figura apuesta, de digno respeto, y lo que halló es lo que nos cuenta A de V-A. Y es que mientras el marqués de Mancera se preparaba para abandonar la Nueva España

Los caballeros discutían festejos; se correrían sortijas en carrillos con listones, se correrían parejas; habría justas, encamisada, pirámide, maroma, comedia y lides de toros (…) Además

210

Valle-Arizpe: Virreyes y virreinas de la Nueva España..., op. cit., p. 159-164. Vázquez Gómez: Diccionario de gobernantes…, op. Cit., p. 63. El virrey Colón era descendiente del descubridor de América, Cristóbal Colón, y su reputación fue la de un hombre bueno y prudente. Gobernó por muy poco tiempo, a causa de su precaria salud. De entre sus pocos actos de gobierno, uno destacó por su compasión. Enterado de los sufrimientos y de las pobrezas en que los indios vivían, dio la orden de bajar los precios de las semillas para ayudarlos. 212 Mecenas, el más importante que tuvo, junto a su esposa, sor Juana Inés de la Cruz. 211

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Se decía que el duque de Veragua era hombre de a caballo, gustador apasionado de los nobles ejercicios a la jineta, y los señores, para atraérselo a su amistad, pensaban en torneos, en pasos de armas, en quebrar cañas, en cacerías, en alancear toros bravos; (…) Y cuando numerosos contingentes populares le fueron a recibir a Otumba o a Guadalupe

¡Oh decepción!, se hallaron con un anciano imposible, achacoso, temblequeante, de mirada vaga y habla tartajosa; su rostro, de color de limón, está poblado de pellejos y arrugas, y se adivinaba, sin mucho esfuerzo, un cuerpo cadavérico entre las holguras de su traje de seda. ¿Ese era don Pedro Nuño Colón de Portugal? ¿Ese era el mentado duque de Veragua y marqués de la Jamaica?213

Virrey, don Pedro Nuño Colón de Portugal y Castro, Duque de la Veragua.

Después pasó a Chapultepec, donde ocurrió la entrada el 16 de noviembre. Por desgracia no hay datos que confirmen su hubo o no los tradicionales festejos, donde se corrían toros. ¡Pues vaya impresión la que se llevaron! Tanto preparativo, tanta desmedida algazara para que don Pedro, apenas diera muestras de gusto, porque lo demás era el semblante de un desfallecido, a tal extremo que el besamanos tuvo que posponerse. Pero

La gente estaba desilusionada, triste. ¡Tanto y tanto preparativo para nada! ¿Cuándo luciría el coruscante esplendor de sus trajes de corte? No hubo corridas de toros, ni hubo mascaradas, ni justas, ni tocotines de los indios, ni nada. (…) a la gente del pueblo, embozada en sucias sábanas, le salió más a los ojos su tristeza ancestral, porque perdió los festejos, aquellos festejos que de cuando en vez miraba atónita, embelesada en una somera alegría.214 Y el Duque de la Veragua acabó muriéndose, sin que pueblos y ciudades celebraran como era debido su investidura virreinal, la más breve de aquel período histórico. 213 214

Valle-Arizpe: Virreyes y virreinas de..., Ibid., p. 161. Ib., p. 163.

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[PASAJE Nº 21]: PRIMERA SERIE. ORGULLO Y VANIDAD CONTRA SOBERBIA Y FATUIDAD.215

En este nuevo sucedido, los personajes centrales son, tanto el virrey don José Sarmiento y Valladares, conde de Moctezuma y de Tula216 y don Juan de Ortega Montañez. La fealdad de aquel no lo hizo menos. Al contrario, era soberbio. Sencillo, cordial, apacible, suave y bondadoso de corazón, era este, que fue nombrado virrey por segunda ocasión.217

Su Ilustrísima se apasionó por fiestas y paseos. No estaba Su Ilustrísima más que ocupado en el gozo. Las corridas de toros eran su entretenimiento y su delicia. Cuando se hallaba en la plaza tenía el corazón lleno de regocijo en el pecho. Causaba gran escándalo y aflicción entre las gentes buenas de la ciudad el modo que tenía su Ilustrísima de ir a las fiestas de toros. ¡Horror! ¡Ave María Purísima!218 La más elevada figura política y religiosa de aquel momento en la Nueva España, estaba causando revuelo, al grado de convertirse en motivo de burla popular, cuando empezaron a circular pasquines anónimos cuyos versos eran punzantes espinas que lastimaban la “honra” del arzobispo-virrey, mismo que ordenó retirarlos bajo edicto del Santo Oficio de la Inquisición. Dicha orden resultó ser poco efectiva. Aquellas composiciones 215

Ib., p. 177-183. Vázquez Gómez: Diccionario de gobernantes…, op. Cit., p. 67. Trigésimo segundo virrey de la Nueva España. 18 de diciembre de 1696 al 4 de noviembre de 1701. Valladares fue el primer mestizo que gobernó la Nueva España. Casado con María Andrea Moctezuma, tataranieta de Moctezuma II, se interesó vivamente en la reconstrucción de la ciudad, que se encontraba semidestruida a causa de los incendios y las inundaciones, y en el mejoramiento del virreinato en lo general. Iglesias, templos y edificios fueron remodelados al estilo barroco, lo cual dio un aire de renacimiento a la vieja ciudad de México. Ayudó al pueblo, surtiéndolo de cereales durante la escasez. 217 Ibidem., p. 66 y 69. Su primer nombramiento fue siendo Obispo de Michoacán (del 27 de febrero de 1696 al 18 de diciembre de 1696). El segundo de ellos, ya como arzobispo de México, transcurrió del 4 de noviembre de 1701 al 27 de noviembre de 1702. En tal etapa enfrentó con seriedad el abuso contra los esclavos negros traídos a la Nueva España como mano de obra barata. Además, conmovido ante la pobreza de negros, indios y mestizos, promulgó leyes para protegerlos. Al mismo tiempo, Ortega fue un hombre enérgico, como lo demostró al reprimir brutalmente a un grupo de jóvenes estudiantes que protestaba contra la monarquía y amenazaba con quemar la horca localizada en el zócalo de la ciudad. Era poco tolerante con los disidentes e impaciente con los ociosos, a quienes perseguía y encarcelaba. También fue un hombre muy religioso y a través de la orden de los Jesuitas prosiguió la evangelización de California. 218 Valle-Arizpe: Virreyes y virreinas de..., Ibid., p. 178. Como puede verse, no sólo fue Fr. García Guerra una muestra de afición desmedida por los toros. Este murciano y miembro de la Inquisición aportó su granito de arena asistiendo sin demasiados miramientos a cuanta celebración taurina ocurriera en la ciudad de México. Véase en los ANEXOS algunos datos de Antonio de Robles recogidos en su Diario de Sucesos Notables relativos a los años 1701 y 1702. 216

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Se repetían muy de boca a oreja, siempre entre risas y regocijados comentarios, y muchas de esas coplas a lo faceto y ridículo, las metió el pueblo entre los sones de una musiquilla loquesca, fácil y bullidora, que movía al cuerpo a zarandear en un meneo menudito. Y, ¿qué fue lo que pasó en la plazuela de San Diego, quizá entre el 13 y 15 de diciembre de 1701, o en los días 23, 24 y 25 de enero de 1702?

El Arzobispo-virrey mandó levantar un amplio coso en la plazuela de San Diego, sin hacer maldito el caso de las justas protestas del Definidor y Procurador General de los religiosos descalzos de la provincia de San Diego, quien le expuso los graves inconvenientes que resultaban de correr allí toros, por quedar la plaza junto a la misma iglesia y convento, pegada al muro del noviciado, lo que traería, indudablemente, grandes desasosiegos entre los frailes y, lo que era peor, entre los novicios, turbando la gritería de la fiesta la santa paz del claustro. El Arzobispo-virrey casi ni leyó los razonables memoriales que le mandaron los padres dieguinos, los despedazó y se reía alegre. El Prior y el Definidor, muy acongojados, lo fueron a ver y le rogaron con vehementes y encarecidas súplicas, y casi llorando, que tuviera a bien desistir de alzar plaza de toros junto a su convento e iglesia. Su Excelencia, así como distraído, tecleaba en un clavicordio mientras los frailes le hablaban, exponiéndole buenas razones que las voces del clave iban glosando con un regocijado motete. Los despidió al fin Su Excelencia con altivo desdén, diciéndoles entre sonrisas que los convidaba con toda la comunidad a las corridas y que si lo deseaban, hasta les mandaría poner celosías verdes en los cuartones que ocuparan, tal y como las que se acostumbraban poner en los palcos destinados a los señores inquisidores. La plaza se llenó de chapadas colgaduras, de tapices, de rameados alfamares, de gallardetes, de banderas, de flores, de cortinas, de pantallas, ya doradas, ya con cincelados marcos de plata. A las corridas llegó el ostentoso don Juan de Ortega Montañez acompañado de todas las autoridades, con bellos trajes de gala. Antes de ocupar su palco, muelle de terciopelos, de damascos, de alfombras y de almohadas de raso, con mesas para el refresco y bufetillos de estrado con búcaros rebosantes de rosas, con candelabros de plata y braserillos de lo mismo, en los que se quemaban olorosos pebetes o se hundían pomos estriados para que evaporaran su perfume de lináloe, de algalia, de anime blanco y de almizcle, antes de ocupar su palco el fastuoso Arzobispo-virrey paseaba por el ruedo; dos, tres y aún más vueltas daba por él, seguido de aquella brillante comitiva, y entre los aplausos unánimes de la multitud entusiasmada. En coches descubiertos iban los alcaldes ordinarios abriendo marcha; los seguían numerosos carruajes ocupados por los regidores del Ayuntamiento por el engolado señor corregidor y la Real Audiencia; luego seguía una carroza de respeto chapada de carey, llena de oros y fulgores, con larga asistencia de lacayos, y tras ella, lento, majestuoso, el crucero de Catedral, vestido con ropas talares y con la cruz alta que siempre va en las iglesias delante de los arzobispos en las procesiones y otras funciones sagradas, y, en seguida,

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magnífico, soberbio, esplendoroso, el Arzobispo-virrey don Juan de Ortega Montañez, envuelto en su amplia túnica morada que ponía en el aire reflejos de llama, en una elegantísima y muelle carroza dorada y bermellón que balanceábase dulcemente en sus sopandas y con forro de sedas de China, lleno de galones y de bordaduras de oro tirado y con seis caballos relucientes, con altos penachos de plumas encarnadas y blancas, y rodeábala, en un apretado esplendor, multitud de pajes y lacayos a los que el sol les iba irisando las sedas coruscantes de sus vestidos. Con parsimonioso continente subía el Arzobispo-virrey a ocupar su asiento, después de haber dado varias vueltas por el redondel, amarillo de sol, entre los aplausos y los gritos de la alegre multitud. El alguacil de guerra hacía con su clarín la señal al torilero y daba principio la bulliciosa fiesta de toros, la cual se interrumpía después de haberse lidiado tres reses, para que su Excelencia el Ilustrísimo Señor Arzobispo-virrey y sus acompañantes tomaran el refresco que les servían los ceremoniosos gentileshombres de Palacio, ayudados por criados de suntuosas libreas de terciopelo granate. La gente murmuraba de aquel lujo inusitado y, sobre todo, murmuraba, entre suspiros y entre los nombres de las santas personas Jesús, María y José, de que el Arzobispo-virrey hiciese todo aquello tan fuera de su carácter eclesiástico, sacando por el redondel de la plaza de toros la cruz alta en la que iba agonizando Cristo, nuestro Bien.219 Como queda escrito,

A de V-A da santo y seña de un personaje soberbio, comprado de sí

mismo, para quien no valían ni los inconvenientes, ni los memoriales ni nada. La vanidad fue en quien debía demostrar todo lo contrario, un factor de ensoberbecimiento que le permitió escalar lugares de privilegio entre la elite que gobernaba este virreinato. Su enfrentamiento con el conde consorte de Moctezuma y de Tula era público y notorio, por lo que cualquier asunto donde resultaran enfrentados, buscaban uno y otro la forma de ventilarlo.

Virrey don José Sarmiento y Valladares, conde de Moctezuma y de Tula.

219

Ib., p. 179-180.

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En la cita recién recogida, nos podemos enterar de que, entre la diversidad de plazas instaladas en aquella soberbia ciudad novohispana, la de San Diego se habilitó un coso taurino en lo que también era conocido como el “quemadero”, sitio que durante buen número de años sirvió como escenario para consumar las sentencias inquisitoriales por motivo de las diversas condenas a que fueron sometidos conversos, judaizantes, entre otros aparatosos autos del Santo Oficio, del que muchas ocasiones, se escuchaba aquella frase popular: “Con la inquisición, cañón” de la que el propio

A de V-A

hizo alarde descriptivo en otro de sus

libros. Además, podemos entender la manera en que la fiesta al comenzar el siglo XVIII se encuentra perfectamente articulada en una jerarquización de todo el contingente social que asistía con frecuencia a los toros así como las galas y adornos que con notable acento de la carga y exceso, se convirtieron también en un símbolo que marcaba los distintos órdenes o niveles de importancia establecidos según el tipo de celebración puesta en marcha.220

Juan de Ortega y Montañez. 220

Alejandro González Acosta: Crespones y campanas tlaxcaltecas en 1701. México, Universidad Nacional Autónoma de México, Seminario de Cultura Literaria Novohispana, Instituto de Investigaciones Bibliográficas, Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología, 2000. 241 p. Ils., facs. (Estudios de Cultura Literaria Novohispana, 14)., p. 7-8. La cultura del antiguo festejo, tal como la entendemos hoy, con nuestros relativamente austeros rituales republicanos, dista mucho de lo que fue en el mundo monárquico del pasado. Nuestra sociedad “civil”, según suele apostillarse como si hubiera otra, la cual vendría a ser caracterizada por su confesa incivilidad, reserva los festejos para diferentes ámbitos, como pueden ser los Juegos Olímpicos o los Campeonatos Mundiales de Futbol, donde rescatar y desplegar los restos de una antigua cultura simbólica, y p. 14: Como legado del festejo medieval, los renacentistas se apropiaron de tres tipos específicos: la entrada real, el torneo y la mascarada o entretenimiento. De hecho, la proclamación es una variante de la entrada real, pues para ambas el objetivo principal en común es acatar un poder y establecer un pacto. La entrada requería la presencia física del monarca, mientras la proclamación podía realizarse en su ausencia, como ocurría en los dominios coloniales. Las dos son formas eminentemente populares, y a partir de las representaciones medievales más sencillas, durante el Renacimiento adquirieron gran complejidad, pero sin perder de vista que eran sobre todo actos rituales con marcada proyección social.

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Aquella historia llena de conflictos se terminó con la entrega del mando al conde de Moctezuma y de Tula, pero Juan de Ortega Montañez siguió demostrando, mal signo entre los representantes de la iglesia católica, el regio y ostentoso aparato del que se sentía no sólo acreedor; también dueño, por lo que

Seguían tirando de su carroza los seis caballos bridones que únicamente el virrey podía usar en sus coches, según las disposiciones terminantes de reales pragmáticas. Era más bien su altanería y no una condición de austeridad y humildad lo que dominaba en aquel personaje, por lo que muy pronto

Al Arzobispo se le ajó su pundonor con los escarnios y públicos desprecios que decían de él los condes de Moctezuma, pues recibió Su Excelencia tres cédulas del rey (Carlos II) que eran tres explosivos, para que se las intimara en el acto al arzobispo don Juan de Ortega Montañez, lo cual hizo en volandas el Virrey, muy lleno de gozo. En una de ellas

Se le extrañaba con dureza por no haber obedecido la real cédula en que se dispuso que no se corrieran toros en la plazuela de frente al convento de los frailes dieguinos (…) Finalmente

Los condes de Moctezuma se rieron gozosamente porque le bajaron al Arzobispo la levantada cresta de la soberbia. Su regocijo no tenía límites. El Arzobispo don Juan de Ortega Montañez, humillado, vencido, mascaba rencor y se revolvía en la impotencia.221 Pero aquí no terminan los desencuentros entre virrey y arzobispo.

[PASAJE Nº 22]: PRIMERA SERIE. EL CONDE Y LOS PAJES. 222

En este nuevo pasaje,

A de V-A,

refiere el hecho desagradable ocurrido el 15 de

noviembre de 1700.223 Claro, don Artemio no tenía porqué empeñarse en hacer repaso de 221

Valle-Arizpe: Virreyes y virreinas de..., op. cit., p. 183. Ibidem., p. 188-191. 223 Antonio de Robles: DIARIO DE SUCESOS NOTABLES (1665-1703). Edición y prólogo de Antonio Castro Leal. México, Editorial Porrúa, S.A., 1946. 3 V. (Colección de escritores mexicanos, 30-32). T. III, p. 131-132. (Lunes 15 de noviembre) Controversia.-Acabados los toros, viniéndose ya todos, en la calle de San Francisco, como a las seis y media, reconociendo el conde de Santiago que venía detrás el virrey, hizo parar su coche, y pasando el virrey le hizo la debida cortesía, a que correspondió S.E., y el mismo respeto tuvo al coche de las 222

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tales acontecimientos con tonos de nota policíaca ni mucho menos. La sal y el condimento con que nos tiene acostumbrados, no se enfilan por ahí. Y ya verán sus mercedes que no me dejará mentir el respetable Valle-Arizpe.

Escena en la plaza del Volador. Aunque esta imagen no corresponde con lo apuntado en el pasaje, al menos nos permite, con los carruajes que aparecen encontrados en esa céntrica calle, tener una idea aproximada al acontecimiento narrado por ValleArizpe.

Previo a la cita que habré de recoger, hay recuento de los últimos años en que la pérdida de las cosechas del trigo, a causa del chahuiztle.224 Por tal motivo, el ya conocido arzobispo don Juan de Ortega Montañez, “reconoció a San Bernardo como patrón de la ciudad de México contra el chahuiztle, y además de otras muchas fiestas religiosas se solemnizó la declaración con una suntuosa procesión y con otros festejos profanos que llenaron de exaltado regocijo a la ciudad”.

damas, y habiendo éstas pasado, viniendo atrás el coche de los pajes mandó el conde a su cochero que anduviese, y queriendo ir delante del conde los pajes, mandaron al suyo que pasase aunque fuese por encima del otro, o que saldrían y cortarían las orejas a las mulas del conde y a quien lo impidiese, sobre lo cual se trabaron ellos y el conde, y saliendo de los coches sacaron las espadas, y también los Flores que venían con el conde, y muchos que iban de los toros y otros empezaron a tirar piedras, e hirieron con espada en un brazo a D. Diego Flores; y reconocido el ruido por el virrey que iba adelante, envió la guarda, y el conde se fue por otra calle en su coche y lo mismo hicieron otros ya noche a las siete; y llegados a sus casas, juntó el virrey los oidores y alcaldes de corte, y se determinó que el conde había cometido desacato al virrey, porque yendo sus pajes en su compañía, debían preceder, y que por castigo debía sacar al conde desterrado a San Agustín de las Cuevas, para lo cual envió a pedir a los panaderos sus caballos en que fuesen los soldados: fue a las once de la noche el alcalde D. Alonso de Avellafuertes a la casa del conde, y con buenas palabras le persuadió a que saliese para la parte referida, como lo hizo, habiéndole cercado la casa por orden del virrey, por si se resistiese; y en ínterin que fue el alcalde, mandó el virrey que los panaderos tuviesen sus caballos ensillados para lo que ordenase, y luego salió dicho alcalde con dicho conde llevándolo a la parte ya dicha, donde le han puesto a su costa veinticuatro guardas, a peso por día cada una. A D. Diego Flores, herido, se mandó salir a… Martes 16, a las diez del día fue el arzobispo a ver al virrey y rogarle suspendiese el destierrote D. Diego Flores, e inclinándose a ello el virrey, salió la virreina y lo estorbó; y así se volvió el arzobispo sin conseguir su ruego. 224 Plaga que cae sobre las milpas.

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Con el alma llena de luz fue casi todo México a llevar su alegría a una bulliciosa fiesta de toros.225 Las calles estaban vibrantes de gritos alegres y de risas que saltaban con el recuerdo de los lances graciosos. Iba en su carroza el conde de Santiago de Calimaya, 226 llena de límpido brillo de sus cristales, de los fulgores de las molduras doradas y de las numerosas aplicaciones de plata; iba el Conde en su pesada y bamboleante carroza en compañía de otros amigos de la nobleza cuando casi le dio alcance la resplandeciente carroza del virrey, conde de Moctezuma y de Tula; en el acto mandó el conde de Santiago que detuviesen los tiros mientras que pasaba Su Excelencia. Pasó el Virrey junto con su esposa y saludaron ambos con cariñosa afabilidad a conde de Santiago y a sus amigos, y todos los emplumados sombreros ondearon en el aire, con rendida cortesía. Pasaron los coches en que iban las damas de la Virreina, llenas de los vívidos colores de sus trajes; el sombrero del Conde y los de sus amigos volvieron con gallardía a poner su salido en el aire. Entonces ordenó el Conde que continuase la marcha, cuando aún no habían pasado los pajes de Su Excelencia.227 Después, después pasó todo lo que ya nos contó Antonio de Robles.

[PASAJE Nº 23]: PRIMERA SERIE. OTRAS TRES CARTAS.228

I

La entrada pública. Este sucedido se remonta al gobierno de Agustín Ahumada y Villalón, que gobernó, como

cuadragésimo segundo virrey, del 10 de noviembre de 1755 al 5 de febrero de 1760. A de V-

A se convierte en Guillermo de Tortosa y Orellana, que escribe a su hermana Doña Silveria en su casa de Madrid, los diversos sucedidos que presenció durante el gobierno del marqués de las Amarillas. De la entrada pública, cuya práctica seguía formando parte del aparato recepcional establecido por la costumbre, pero sobre todo por un protocolo que por entonces estaba adquiriendo lo más y mejor de su magnificencia, Guillermo de Tortosa y Orellana nos cuenta lo siguiente:

225

El lunes 15 de noviembre, se celebró el primer día de toros por las fiestas de San Juan de Dios, en la plaza de San Diego. 226 Se refiere a Nicolás Altamirano Villegas, 5º conde de Santiago quien detentó dicha representación entre los años de 1698 a 1721. 227 Valle-Arizpe: Virreyes y virreinas de..., op. cit., p. 188-189. 228 Ibidem., p.228-244.

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En el bosque (de Chapultepec) tuvimos lindas fiestas de toros; en una hubo un monte carnaval,229 y sobre él se arrojó el populacho con alegre griterío cuando el Marqués hizo con el pañuelo la señal respectiva, despojándolo en un santiamén de todo el enorme cúmulo de cosas que lo llenaron: buenas ropas de hombre y de mujer, sacos de dinero, gran cantidad de comestibles, animales, como ternerillas, cerdos, pavos, corderos, gallinas, palomas, y qué se yo cuántos otros más; en la siguiente corrida hubo cucaña,230 que nos dio mucho que reír, y el precioso y noble juego de la sortija,231 y en otra, unas carreras de moros y cristianos.232 En esta ocasión, será el Ceremonial de la N. C. de México por lo acaecido el año de 1755233 el documento que nos proporcione la pauta para entender, con mayor detalle las ocurrencias de aquella recepción. [1756] Entrada pública del Señor Virrey. 1756, 9 de febrero. Este día fue la entrada pública del Excelentísimo Señor Virrey Marqués de las Amarillas, estaba ya a todo punto las prevenciones todas, que fueron el arco que la Ciudad pone en la Calle de Santo Domingo, que es de dos caras, de elevación de veinte y siete varas, que cierto divierte la vista semejante coloso, el Regidor Comisario del arco tiene prevenido el palio en el mismo arco, la loa que se le ha de echar al Señor Virrey en este paraje, el tablado en la esquina de la Plazuela de Santa Catarina Mártir, que será poco más de ocho varas de largo, y seis de ancho, bien entapizado, con dosel, una silla, y cojín, para que allí espere el Señor Virrey a la comitiva, estaba también prevenido el ornato de toda la carrera, que es de Santa Catarina a la Catedral, que habrá poco menos de mil varas, entapizadas las paredes con cortinas, tapices, y adornadas de exquisitas alhajas, y primorosas pinturas, que cierto daba tal golpe a la vista que alegraba al más melancólico, para cuya prevención pública mandó el Corregidor de que todos adornen sus pertenencias, y juntamente prohíbe no anden forlones, ni caballos en la tarde de la función, y aunque todas las bocacalles están cerradas con tablados, era muy del caso se pusiera valla, para que saliera más ordenada la función, y se evitaran muchas de las desgracias que suceden, estaba prevenida la marcha de las Compañías que son ocho Compañías de Pardos (casta de la Nueva España, cruza entre español y Monte carnaval o monte parnaso. “Monte parnaso” o asta que servía para realizar algunos otros divertimentos extrataurinos. Salvador García Bolio y Julio Téllez García: Pasajes de la Diversión de la Corrida de toros por menor dedicada al Exmo. Sr. Dn. Bernardo de Gálvez, Virrey de toda la Nueva España, Capitán General. 1786. Por: Manuel Quiros y Campo Sagrado. México, s.p.i., 1988. 50 h. Edición facsimilar. El verso Nº 118, dice: 229

En veinte y dos dio pasmo la grandeza de un Monte carnaval que fue formado de Alajas q.e encerraron la riqueza y de Animales vivos adornados que al veerlo nada escaso el Bulgo le nombró Monte Parnaso. Cucaña: Suerte muy parecida al “monte carnaval” o “monte parnaso”. César Oliva: “La práctica escénica en fiestas teatrales previas al Barroco” (p. 97-114). En DÍEZ BORQUE, José María, et. al.: Teatro y fiesta en el barroco. España e Iberoamérica. España, Ediciones del Serbal, 1986. 190 p. Ils., grabs., grafcs., p. 108-109. Juego de la sortija. Los participantes lanzaban sus caballos sobre una serie de sortijas que penden a 2 ó 3 metros. Se trata de introducir la punta de su lanza por tales sortijas, que eran de hierro, de una pulgada de diámetro. 232 Valle-Arizpe: Virreyes y virreinas de..., op. cit., p. 229. 233 Ceremonial de la N[obilísima] C[iudad] de México por lo acaecido el año de 1755. Transcripción, prólogo y notas de Andrés Henestrosa. México, Organización Editorial Novaro, S.A., 1976. 124 p. Ils., retrs., p. 55-59. 230 231

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negra), con quinientos hombres poco más, o menos, que hacen alto en la Plazuela de Santa Catarina; siete Compañías de Gremios, con otra tanta cantidad de gente que se ordenaron en la Plazuela de Santo Domingo, la Compañía de Granaderos, compuesta de Plateros, y Sastres, los primeros de uniforme encarnado, y los segundos de azul, con doscientos hombres la Compañía de Caballería de Granaderos, y Curtidores con cien hombres, que con la Caballería de Palacio, estaban en la Calle de Santa Catarina: Estaba últimamente prevenido por la iglesia en la puerta de la entrada, que es frente del Empedradillo, un arco de veinte y dos varas de una cara también muy vistoso un cadalso alfombrado donde había de adorar la Cruz el Señor Virrey antes de entrar en la Iglesia; todo así prevenido, a las tres y media de la tarde salió la Ciudad de las Casas de Cabildo a caballo, por delante los Timbaleros, y Clarineros, que son veinte y cuatro, vestidos con sus ropas franceses, con mangas perdidas de paño fino de color carmesí, guarnecido de galón falso de oro, gorra de lo propio, con escudo de la Ciudad por delante, las bestias con sus gualdrapas de lo propio, luego los Ministros de Vara, después los Maceros, y luego los Capitulares, Alcaldes, y Corregidor, y se fueron a Palacio por junto a la Acequia por delante de Palacio, y entraron dentro de él, que estaba esperando la Real Audiencia, luego desde Palacio se ordenó la comitiva así Timbaleros, Ministros, el Tribunal del Consulado, Protomedicato, Universidad con mazas, y los Doctores con insignias, Ciudad, Real Audiencia, y Tribunales de Cuenta, y Caja; salió de Palacio cogiendo por el Cementerio, Empedradillo, Calle de Santo Domingo, hasta la esquina de la Calle de las Moras, que torcieron a coger la Calle del Relox, y luego torcieron a la Calle de Santa Catarina, a pasar por delante del tablado del Señor Virrey, y llegando la Real Audiencia montó el Señor Virrey a caballo, el cual sólo da la Ciudad enjaezado, y la manta del caballo de respecto, manga para el capote, quitasol, cuatro pajes, Guión que lleva un paje por delante del Señor Virrey, y tras del Señor Virrey vienen sus pajes, y secretario de gobierno, y su familia; así se anda hasta la puerta del Arco, en cuyo lugar se apea la Ciudad, y habiendo entrado toda la comitiva, hasta la Real Audiencia, se cierra la puerta del Arco, se le echa la loa, y luego hace el pleito homenaje en manos del Corregidor, y Decano, por ante el Escribano de Cabildo, quien le dice: Vue Excelencia hace pleito omenage de mantener esta Ciudad, y Reyno en paz, y quietud, a la sugeción del S. D. Fernando Sesto, Rey de las Españas, y entregarlo cada quando se lo pida, y de guardar los privilegios, y fueros de esta Ciudad; y respondiendo: sí lo hago, sí lo juro, se le entregan las llaves por el Decano, quien las ofrece en una fuente, se abren las puertas para que entre, y los Regidores cogen las varas de palio, y el Señor Virrey hace seña de que lo retiren, y luego el Corregidor, y Decano, cogen la banda del freno del caballo, y lo van conduciendo, yendo todos los Regidores a pie por delante, con sombreros puestos, como que la Ciudad tiene privilegio de Grande de España; así conducido llega al Cementerio de la Catedral (y como la Señora Virreyna está en el balcón de la Casa del Estado, le hace sus correspondientes cortesías), luego se apea, y los bonacillos le quitan las espuelas, y conducido del Clero llega a la puerta de la Iglesia, donde estaba el Arzobispo de capa, con Ministros revestidos, cruz, y ciriales, allí hincado adoró la Santa Cruz, y la besó, llevándosela el Prelado; luego la condujeron al altar mayor, cantando el Coro el Te Deum laudamus, y dicha la oración, y preces, se bajó al asiento regular, y le echaron la loa; acabada la función, se fue a Palacio en el modo regular que otras veces. Volvamos a la Función de la Calle, ésta estaba toda tan llena de gente haciendo oladas, y vi que los que llevaban criaturas las daban a los que estaban en las puertas calles por evitar que se los ahogaran. Después del Señor Virrey fueron sus estufas, luego la Compañía de Granaderos de Palacio, luego la Caballería de Palacio, después la Caballería de Panaderos, con sus estandartes, inmediatamente las Compañías de Granaderos de Plateros, y Sastres, después las Compañías de Gremios, y cerraban las de los Pardos, era tal el concurso que ni a fuerza de palos se daba lugar a la marcha de las Compañías, por lo que era muy preciso ponerse valla de cinco varas de ancho guarnecida de soldados para que no entraran en ella, con lo que se conseguiría alguna más orden, y quizá se evitarían algunas desgracias. Otra entrada pública del Señor Virrey. En 31 (¿de enero?) fue la entrada del Excelentísimo Señor Virrey, fueron sólo los que tenían uniforme, y fueron los Señores Corregidor, Alguacil Mayor, Aguirre Gorráez, Malo, Mendez, Lasaga, Castañeda, Terán, Zúñiga, Mendieta, y Leca, y sin uniforme de Ciudad los dos Alcaldes, y Luyando, fue la entrada como las demás que se han asentado, y hubo en ésta de nuevo lo siguiente: No fueron los Ministros de Vara, y Tenientes de Alguacil Mayor; vino el Señor Oidor Decano a la izquierda del Señor Virrey desde Santa Catarina a el Arco, que debía venir solo; asistió los Señores Decano, y Toro, fuera del Arco, debiendo haber pasado de él: Fue dicho Señor Decano aunque distante al lado del Señor Virrey desde el Arco a la Catedral, se debe asentar en ceremonial fijo.

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El asunto no para ahí. Un intenso catálogo de apuntes sobre lo que significó aquella entrada pública, nos refiere, bajo la pluma prodigiosa de

A de V-A

los diversos pasajes,

como el adorno de las calles, aderezadas con colgaduras, los soberbios y deslumbrantes arcos triunfales, la multitud de figuras alegóricas, ya en barro, ya en yeso policromado, donde salían relucir redondillas, sonetos, octavas escritos por los autores del momento, seleccionados rigurosamente por los “diputados de fiestas”.234 Por aquí y por allá damas y

234

José Francisco Coello Ugalde: Aportaciones Histórico-Taurinas Nº 75: Guía y registro documental del Archivo Histórico Del Distrito Federal (Documentos históricos sobre fiestas y corridas de toros en la Ciudad de México, Siglos XVI-XX). Revisión, catalogación, interpretación y reproducción. Parte Nº 17: Acervo: Colección de las ordenanzas de la muy Noble e Insigne y muy Leal e Imperial Ciudad de México. para gobierno de su república, gremios, comercio, tratos, efectos, & así de las que se hallan en el libro becerro como otras sacadas de los libros capitulares y profesos. hízolas el licenciado dn. Francisco del Barrio Lorenzot, abogado de la Real Audiencia y Contador de la Nobil. ma en 3 vols. Período: 1546-1757 Volumen: 3 vols.: 431ª-433ª. Instrumento de consulta: Lina Odena Güemes H.: Archivo Histórico del Distrito Federal. Guía general. México, ed. Verdehalago, 2000. 481 p. ils., retrs., grabs., maps., facs., fots. y planos., p. 112. En estos importantes personajes –los diputados de fiestas-, recaía la enorme responsabilidad de orquestar no una, varias fiestas que no solo tenían relación con el elemento taurino. También se ocupaban de atender otros motivos, en el que el religioso es evidente. A estos Comisarios o diputados de fiestas, se les destinaban fines específicos de organizar las suntuosas fiestas como las indicadas en las ocho cláusulas de esta Ordenanza. En la tesis de licenciatura de Benjamín Flores Hernández: "Con la fiesta nacional. Por el siglo de las luces. Un acercamiento a lo que fueron y significaron las corridas de toros en la Nueva España del siglo XVIII", (véase bibliografía), aparecen interesantes notas que nos dan idea de la manera en que se organizaban las temporadas de toros, formando parte de ellas los “diputados de fiestas”. ORGANIZACIÓN DE TEMPORADAS. El primer problema que se planteaba una vez que se había decidido realizar una temporada era el de su organización.

El Marqués de las Amarillas.

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Tradicionalmente, en los casos de fiestas reales y de recepción a los nuevos virreyes, correspondía a los ayuntamientos preocuparse de todo lo concerniente a la puesta de las corridas de toros. Lo primero que estos cuerpos hacían al planear una temporada era escoger, de entre sus regidores, a dos personas a las que nombraban comisarios de fiestas y a quienes encargaban de atender a todo lo relacionado con la temporada en cuestión. En toda ocasión en que el virrey pretendió inmiscuirse en el montaje de una serie de esa clase de lidias, el Cabildo capitalino reaccionó enérgicamente, haciendo valer los derechos de exclusividad en tales menesteres que el mismo monarca le había ratificado en varias ocasiones. (...) Casi siempre, los comisionados, ponían a subasta toda la administración de la temporada a realizar, de manera que quien quedara con ella debía costear absolutamente todos los gastos (...), lo único que se remataba era la construcción del coso en que se iban a soltar los bureles, quedando a los comisionados la tarea de atender a todos los demás aspectos del ciclo de festejos. Finalmente Quienes tomaban en arrendamiento el coso se convertían en auténticos empresarios en el moderno sentido de la palabra; se encargaban, entre otras cosas, de contratar toreros, comprar toros, anunciar las suertes extraordinarias y las diversiones intermedias que más llamaran la atención del público e, incluso, hasta de dar a los lidiadores los premios y galas a que se hubieran hecho acreedores por sus buenas actuaciones. (Flores Hernández, op. Cit., p. 56-58). Dichos personajes, tuvieron un papel determinante a lo que se ve, por lo que formaban parte esencial del diseño y organización de las fiestas, mismas que no terminaban con el último de los eventos planeados. Estas, ya transformadas en fríos números, entraban en un proceso de revisión y contraste propios de la contabilidad. El propio Lic. Francisco del Barrio Lorenzot llegó a apuntar en el Borrador de lo despachado en la Contaduría de la Ciudad por el Lic. (...), Abogado de la Real Audiencia de la N. C. DE MÉXICO. En los años de 1756, 1757, 1758 Y 1759. Período: 1756-1759. Archivo Histórico de la Ciudad de México (A.H.D.F.) Volumen: I vol.: 443ª, f. 26v-27: Cuenta de fiestas de toros del Sr. Amarillas // De orden del Sr. Juez Superintendente conservador de propios y rentas de esta N. C. se me entregó la cuenta que dan los Sres. D. Joseph Ángel de Cuevas y Aguirre y Dn. Miguel Francisco de Lugo y Terreros, de la corrida de toros que hubo en celebridad de la entrada y venida del Exmo. Sr. Dn. Agustín de Ahumada, Marqués de las Amarillas, Virrey de este reino para que la ajuste y liquide; y teniendo presente otras de la misma naturaleza para arreglar el cargo; y comprobar la data en el modo posible a tan confidencia esa corrida, que no se puede medir por las regularidades de otros gastos tomo en obedecimiento del orden la liquidación en la manera siguiente: Se le hace cargo a los dichos señores comisarios de la cantidad de 18,600 pesos que produjo la venta de cuartones que cercan la plaza (que así se llama la distancia de poco menos de cinco varas en el canto de la plaza) en las dos semanas o repartimiento que hubo, cuyo producto es el mayor respecto de las anteriores listas, a causa de haber sido compuesta de 94 cuartones, crecido número que no se ha visto en otras. DATA: Se le pasan en data a los expresados señores comisarios la cantidad de 13,789 pesos y 2 tomines y sus granos, que gastaron en los presidas (sic) y regulares, a la suntuosidad de la corrida de toros, cuyas partidas una a una las más justifican con recados de comprobación, cuales son recibos, de los que mostraron dulces, aguas, paga de toreadores, cuidadores, vestidos de ellos, propinas, &. ALCANCE: De la debida combinación del cargo con la data resulta de alcance en contra de los señores comisionados la cantidad de 4,810 pesos, 5 ½ reales, de la que se les hará cargo en la cuenta del recibimiento del Exmo. Sr. Virrey en el Real Palacio de México. México y febrero 12 de 1757. Demostrando con ello, finalmente, que aunque otras “cuentas” podían ser ejemplares en cuanto a su perfecto balance, otras tenían que ajustarse, “cuadrarlas”, para evitar entrar en un conflicto, en el que probablemente era necesaria que intervinieran “auditores”, tal y como hoy conocemos esa etapa dolorosa de rendir cuentas por excesos no previstos. Es evidente el ejemplo del ALCANCE sobre las fiestas recepcionales al virrey Marqués de las Amarillas, donde los señores comisionados, seguramente “diputados de fiestas” tuvieron en contra la

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también caballeros mutuamente se obsequiaban dulces y pasteles. Y no podían faltar los gremios –entre otros, los plateros-. Pero

A las tres de la tarde salieron de Palacio, en forma de paseo, los señores oidores, los tribunales, la nobleza, esta fastuosa nobleza de México, y se dirigieron a Santa Catarina, compitiendo entre sí en lo rico de los trajes, en la gallardía de los caballos, en lo vistoso de los jaeces y arneses, en el número de criados que los acompañaban y en el costo de las magníficas libreas. Ya en la plazuela, entregaron las cabalgaduras a sus respectivos pajes, y para esperar al Virrey fueron a ocupar los asientos de uno de los tablados. Llegó su Excelencia en coche descubierto y se organizó la procesión, que era lo que venía ser lo que se llama entrada pública.235 Guillermo de Tortosa y Orellana, al escribir a su hermana Doña Silveria las minucias de aquella impresionante fiesta, apenas un poco recuperado, tiene tiempo para decirle:

Hemos tomado unos días de reposo relativo, hermana, y lo aprovecho para escribirte esta carta antes de volver al bullicio y al alegre alboroto de las fiestas que se preparan: corridas de toros, comedias, peleas de gallos, regatas, juegos de sortijas y estafermos, mascaradas, danzas de indios y músicas también de unos indios que vinieron a festejar al Virrey desde su pueblo, llamado Zumpango. De esta ciudad de México, a 3 de diciembre de 1755 años.236

El paladín Sr. Sousa saludando a sus altezas. Imagen del festival Regio celebrado en Valladolid el 28 de septiembre de 1907. Fuente: LA FIESTA NACIONAL. SEMANARIO TAURINO ILUSTRADO. Año V. Barcelona 5 de marzo de 1908, Nº 196.

cantidad de 4,810 pesos 5 y ½ reales, dinero del que se les hizo cargo en la cuenta del recibimiento del Exmo Sr. Virrey en el Real Palacio de México. Faltaba más. 235 Valle-Arizpe: Virreyes y virreinas de..., op. cit., p. 230. 236 Ibidem., p. 232.

147


II

La toma de mando El figurado Guillermo de Tortosa y Orellana, que no es otro que don Artemio, se vuelca en

nuevas y más precisas anotaciones sobre lo que significó el recorrido por mar y tierra, como uno más de los del séquito del Marqués de las Amarillas. Nos da a conocer el espíritu festivo de la señora virreina, doña Luis María del Rosario, la grandiosa recepción que se les dio en Veracruz, sin que faltara la ya acostumbrada entrega de las llaves de la ciudad y el Te Deum. Con el paso de los días, y bajo el ritmo del protocolo, se desplazaron tierra adentro, sin faltar en cada sitio, en cada población, por mayor o menor que fuera las rumbosas fiestas, al estilo que cada villa y su comunidad tenían establecidas. En Tlaxcala, por ejemplo

Hizo el Marqués entrada pública a caballo, formándose esta media legua antes de llegar a esa vetusta ciudad. Delante iban los batidores con un paje de Su Excelencia que portaba un estandarte con las armas reales por un lado y por el otro las del marqués de las Amarillas, bordadas de realce; tras él marchaba un numeroso concurso de indios, llenos de adornos polícromos; iban tocando sus tambores, sus chirimías, sus atabales y sacabuches; llevaban en alto sus guiones, sus banderas y las lindas divisas de los pueblos a que pertenecían; continuaban los indios nobles que componen los ayuntamientos de esa jurisdicción, y sobre las lujosas galas de sus vestidas portaban finas mantas de algodón en las que estaban bordados los timbres de sus familias y los de sus villas; en una mano traían altos bastones dorados, de los que colgaba una brillante profusión de plumas, y en la otra, largas cintas de colores que pendían del freno del brioso caballo que montaba el Marqués, viéndose así una entrecruzada policromía que alegraba los ojos. Al Virrey, que iba acompañado de su caballerizo don Félix Corralón y rodeado de sus gentileshombres y pajes, le seguía una extensa comitiva de los principales señores de la ciudad y de sus contornos, la escolta, y luego una enorme y apretada muchedumbre llevando plumas y palos adornados con flores y con pájaros preciosos de plumaje multicolor. En la calle Real estaba un elevado arco lleno de adornos y con jeroglíficos que aludían, con elogio, a las proezas y buenos servicios del marqués de las Amarillas; debajo de ese arco se le dijo una loa que compuso un fraile músico. Pasamos a la parroquia, en donde se cantó un solemne Te Deum, y en seguida –ya lo necesitábamos- fuimos a las Casas Reales, en las que se nos tenía prevenido lujoso, cómodo alojamiento. En Tlaxcala permanecimos tres días en fiestas de toros, en bailes, mitotes de los indios, juegos de cañas y estafermos de los caballeros principales, de los de más pro y riqueza.237 237

Ibid., p. 234-235.

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Y en ese tenor, así ocurrió lo mismo en la Puebla de los Ángeles, Cholula, Huejotzingo, Otumba, San Cristóbal Ecatepec hasta que

Al entrar el Marqués en México hubo largas salvas de artillería y un nutrido repique en todos los templos, y mucho júbilo y vítores a su paso. La Real Audiencia lo acompañó al Palacio y e el acto se le dio posesión del gobierno.238 Curiosamente, Guillermo de Tortosa y Orellana fecha la segunda de sus tres cartas a 20 días andados del mes de enero y año de 1760, probablemente por la cercanía en que se celebraron las exequias del señor Agustín de Ahumada y Villalón, Marqués de las Amarillas ocurrido a los primeros días de aquel 1760, hecho que queda ampliamente descrito en la última de sus cartas, dirigidas a la ya conocida doña Silveria, bajo el título de Los funerales.

[PASAJE Nº 24]: SEGUNDA SERIE. LA POPULARIDAD DE GÁLVEZ.239

Este hecho, se acerca a la persona del célebre Bernardo de Gálvez, conde de Gálvez, quien era cariñoso y afable, tanto con la gente

del pueblo bajo como con las personas de cuenta.

Pero don Bernardo era afecto a exhibirse, lo mismo por la calle que en los actos públicos.

Junto con su mujer, doña Felícitas Saint-Maixent, se llevaba la admiración y las aclamaciones de todo el mundo. A la Alameda y al paseo de Bucareli iba por las tardes en su quitrín, llevando al lado suyo a su esposa; él guiaba los fogosos caballos, y por donde iba pasando se alzaban en el acto los aplausos y los vítores nada más de verlo tan apuesto y tan ágil e el manejo de los briosos frisones.240 Como veremos poco más adelante, un poeta de reconocida fama, nos permitirá conocer algunas de las gentilezas y desmedidos galanteos de Gálvez. Por la llegada al gobierno virreinal de don Bernardo de Gálvez, conde de Gálvez, hijo de don Matías Gálvez quien murió víctima de la peste el 3 de noviembre de 1784, se hicieron las imprescindibles funciones taurinas para celebrar la entrada de este nuevo representante del rey, que, a la postre era Carlos III. De entre las notas del Diario de José Gómez o de la

238

Ib., p. 237. Ib., p. 327-331. 240 Ib., p. 328. 239

149


Gaceta de México, entresacamos los siguientes curiosos datos: El 15 de noviembre de 1785 fue la segunda corrida de toros. En esta tarde toreó una mujer ahijada del señor Virrey. El 16 no hubo toros porque llovió todo el día. El 21 fue la tercera corrida, y en este día bajó el Virrey y su esposa en el birlocho a pasear la plaza por mañana y tarde. Estuvieron los toros muy malos y esta tarde salieron dos hombres en unos zancos a torear, y fue lunes. (Gómez).241

Al respecto de la ahijada del señor virrey, don Carlos María de Bustamante apunta sobre Gálvez, [quien] hacía los mayores esfuerzos por ganarse una popularidad hasta entonces desconocida, y que mancillaba, por no decir, prostituía, la alta dignidad de virrey. ¿Qué es esto de dar gusto al populacho en barullo para girar en un quitrín en derredor de la plaza de toros como pudiera Nerón en la de Roma para ganar aplausos? ¿Qué sentarse al lado de una mujerzuela banderillera, con agravio de la decencia pública, y aun de su misma esposa que lo presenciaba?242

Virrey Bernardo de Gálvez, conde de Gálvez.

De mujeres en los ruedos mexicanos contamos con antecedentes que se remontan a fines del siglo XVIII, precisamente en fiestas celebradas en la plaza de toros "El Volador" dedicadas en noviembre de 1785 al Exmo. Sor. Dn. Bernardo de Gálvez, virrey de toda la Nueva España y Capitán General. Y como don Bernardo se propuso condescender con el pueblo: En este mismo día en la Mañana En este mismo dia en la Mañana en un Virloche243 con presteza suma se vido la Persona mui Galana del Conde Galvez qe. como una pluma 241

Lanfranchi: La fiesta brava en México..., op. Cit., T. I., p. 104. Carlos María de Bustamante: Suplemento a la historia de los tres siglos de Méjico, p. 178. Apud. Los tres siglos de México durante el gobierno español: hasta la entrada del ejército trigarante. Obra escrita en Roma por el padre Andrés Cavo, de la Compañía de Jesús. Publicada con notas y suplementos por el licenciado (...). México, Imprenta de J. R. Navarro, Editor. Calle de Chiquis Nº 6, 1852. 243 Virloche: carro. 242

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volava de la Plaza el pavimento como las Aves cruzan pr. el viento.

Con Manuel Quiroz y Campo Sagrado autor de los Pasajes de la Diversión de la Corrida de toros por menor dedicada al Exmo. Sr. Dn. Bernardo de Gálvez... 1786, y gracias al trabajo de Salvador García Bolio244 es posible conocer en detalle los hechos de noviembre y diciembre de 1785, donde actuaron en 22, 23 y 24 de noviembre dos, cuatro y seis mujeres toreras respectivamente. Pasajes de la Diversión de la Corrida de toros por menor dedicada al Exmo. Sr. Dn. Bernardo de Gálvez, Virrey de toda la Nueva España, Capitán General. 1786. Por: Manuel Quiros y Campo Sagrado. El veinte y dos siguieron las corridas El veinte y dos siguieron las corridas de Toros dando al Publico contento se vieron dos Mujeres aplaudidas al mirarlas torear con tanto aliento pues fuertes Amazonas245 les entregaban al toro sus Personas.

De esta obra, se escogen ahora los versos relacionados con tema taurino. 13 Mostrose Augusto rubio y amoroso Mostrose Augusto rubio y amoroso y de Virgo miraba el rostro ameno gozando sus placeres deleitosa entre las Glorias de su Indiano ceno y entonces las Florestas a su Vi-rey disponen unas fiestas. 14 A Tauro por los suelos quieren veer demellándole la hasta venenosa haziendo de sus ruinas el placer en la del Bolador Plazuela ermosa y sin ser nada escasa en ella miden y reparten Plaza. 15

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Salvador García Bolio y Julio Téllez García: Pasajes de la Diversión de la Corrida de toros por menor dedicada al Exmo. Sr. Dn. Bernardo de Gálvez, Virrey de toda la Nueva España, Capitán General. 1786. Por: Manuel Quiros y Campo Sagrado. México, s.p.i., 1988. 50 h. Edición facsimilar. 245 Ángel Ma. Garibay K: Mitología griega. Dioses y héroes. México, 5ª edición, Editorial Porrúa, S.A., 1975. XV-260 p. (“Sepan cuantos...”, 31)., p. 35. Amazonas: el mito debe ser muy antiguo y por eso es confuso. Probablemente pertenece a una cultura prehelénica. En general es un pueblo de mujeres guerreras, que no tienen hombres consigo y que para tener descendencia hacen periódicamente venir varones. Lo cual tampoco es muy claro en su leyenda.

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A fabricar comienzan su grandeza los Artífices diestros con esmero formándola en tal arte y gentileza que excedieron al Arte y el Madero pues como cantería esta dórica Plaza persuadía. 16 En el recinto ponen vellas gradas guarnecidas de Bayas primorosas las que estaban al ayre resguardadas de todas intemperies rigurosas pues ni tauro ni fevo dañar pudieron a ningún Mancebo. 17 Siguieron las Lumbreras guarnecidas de preciosos matizes explayadas donde muchas Personas distinguidas procuraron tenerlas adornadas dando envidia el primor de sus colores al más vello Jardín de ermosas Flores. 18 Elevaron alo alto sus tendidos con grande simetría agigantados de uniformes columnas sostenidos y de rectas cornizas adornados formando sus Balaustres sin dar quexas de verdes esmeraldas muchas Rexas. 19 Adornados de Alfombras y Tapizes se vieron sus alturas mui cavales siendo una Primavera sus Matizes para ocupar los regios Tribunales los que bien distribuidos aqual mas se obstentan de lucidos. 20 En las sombras el Arte con primor puntualm.se te vido exejutado que opacándole a Febo su rigor dejaron el lugar acomodado donde muy librem.te sin incomodidad vido la jente. 21 Quatro Puertas se vieron en la Plaza formando los ochavos excelentes estas con sus columnas y su vaza con proporciones amplias y eminentes quedando desahogadas

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para entrar y salir por sus fachadas. 22 Una columna con estraña idea246 pusieron de figuras adornada la q.e de noche convertida en tea dejó toda la Plaza iluminada formando el artificio con esmeros en su iluminación diestros coheteros. 23 En esta se vio Flora de presente sosteniendo los cables mui galante a Vulcano247 también que fuertem.te sus Brazos declaraban lo pujante carg.do el luminar sin que nadie le viera descanzar. 24 Apolo y Marte puestos en palestra a Neptuno y a Júpiter miraron que opuestos p.r querer todos la diestra a competensia un sirculo formaron asiendo en sus ibleos al publico presentes sus trofeos. 25 Unas tarjas de octavas Peregrinas sirvieron a estos Dioses p.a Penas cuyos metros en letras cristalinas viva Gálvez dijeron mui ufanas cubriendo sus lugares de emblemas de las mas particulares. 26 Desde el Palacio R.l hasta el tablado se vido un pasadiso distinguido por ambos lados de tablas aforrado y de fuertes umbrales sostenido para que su Exa. a la Plaza pasase con su Audiencia. 27 Comenzó el tribun.l del Virreynato con Majestuosas sillas de Brocados las que formaron rejio el aparato dejando dos lugares separados que a las Personas Reales les formaron Fellizes y citiales. Probablemente se trate del “monte parnaso” o asta que servía para realizar algunos otros divertimentos extrataurinos. (Véanse versos 117 a 124 de esta descripción). 247 Vulcano: dios de la tierra. 246

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28 Siguió el de la ciudad al otro lado de ricas colgaduras guarnecido de bien bestidas Bancas adornado que formaron un teatro mui lucido con vista tan galana que sus Armas mostró la Corte Indiana. 29 La Minería con su fachada ermosa formó su Tribunal q.e fue el tercero haziendola ala vista deleitosa la variedad de adornos de su esmero que con ainco insaciable un Alcázar formaba respetable. 30 Siguió el del Consulado mui galante en el quarto lugar tan reluciente en Nacares tapizes rozagante que imbidia dio a Letona lo decente y el Dios Momo corrido quedó sin duda al verlo tan lucido. 31 El Cavildo Eclesiástico dio prueba de su quinto lugar p.r su grandeza esto con sus adornos lo subleva para enseñar al público una pieza tan regia y respectuosa que se miró entre seria Sor ermosa. 32 La Yttre.l Colegiata acompetensia preparó su cavildo en sexto grado francam.te explayando la decencia para no ser en nada señalado pues con roja prevista al comun todo deleitó su vista. 33 El Claustro Doctoral aq.n le toca el séptimo lugar con gentileza su estancia la compuso apide voca tendiendo colgadura con franqueza donde galan se vido de Capelos y Borlas asistido. 34 El Protom.to generoso al Público mostró sus Maravillas

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cuio octavo lugar se vio lustroso guarnecido de sedas amarillas que con lucido teatro al Público le dieron anfiteatro. 35 Dos lumbreras con Berdes Celosías formaron Tribun.l al S.to Oficio que destellando graves alegrías de suma autoridad dieron indicio que en el estar cerradas dieron muestras de ser las señaladas. 36 En este dieron fin los Tribun.s que ilustraron la Plaza y sus recintos declarando los gozos mui marciales encadenando vellos laberintos pues todas las Lumbreras festivas alegraron las Esferas. 37 Construida enteram.te en sus adornos fue la Plaza modelo de alegrías y entapizados todos sus contornos dieron ala tristeza bateria pues hizo p.r que save hazer caver amas de lo q.e cave. 38 En catorce los Toros comenzaron de Nov.e del año ochenta y cinco en este día los gozos se explayaron y todos pretendieron con grande ainco el dar aproporcion con sus avilidades diversión. 39 En este mismo día en la Mañana en un Virloche con presteza suma se vido la Persona mui Galana del Conde Gálvez q.e como una pluma volava de la Plaza el pavimento como las Aves cruzan p.r el viento. 40 Dos lijeros Bucéfalos tiraban la Maquina eminente rodadora en la que dos Personas se miraban que formando venían nueva Aurora porq.e sus exellensias quisieron dilatar sus preeminencias.

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41 Qual Rayo desatado de la esfera cruzó Nuestro Virrey gallardam.te dando ala Pleve gozo su Carrera como así mismo al pobre y al decente que al veerlo tan humano consuelo fue feliz del País Indiano. 42 El Mormollon de gentes ocupaba la estancia de la Plaza en espesura ni un pequeño resquicio se encontraba para poder salir de su apretura y en tanto lavirinto se extraviaba la mente y el distinto. 43 Entró la Tropa con medidos pasos dando a los parches vozes retumbantes y al punto despojó los embarazos por presentarse solo los Infantes los que mui arreglados en el partir mostraron ser Soldados. 44 Quedó por fin la plaza despejada o por otro bulgar quedó partida y estado el bullicio sosegada sus embarazos se miró expedida y con pasos violentos fueron tomando todos sus asientos. 45 Entregada la llave y echa señal salió una fiera con horrible saña q.e siega por la ravia se despeña y entre las corbas puntas se enmaraña queriendo su desvelo hazer profundos hoyos en el suelo. 46 Era de faz sañuda y enojada etiope por color ancho el pescuezo en la frente la crin mui enroscada fornida la anca en serviguillo grueso con dos puntas triunfantes que a su testa sirvieron por Turbantes. 47 Salió del Cozo sentellando fuego

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arrebatando del suelo las Arenas no vio la gente p.r q.e salió ciego y rompiendo de babas las cadenas corrió con valor pleno que pareció de Júpiter y el Trueno. 48 Tocó al Arma este Bruto vengativo en medio de la Plaza con fiereza con ímpetu tan fuerte y tan altivo q.e asombro dio de veer su fortaleza dejando obscurecidos los vientos al bapor de sus bufidos. 49 Salieron al instante valerosos unos Mancebos bien aderezados pretendiendo el herirlo tan ansiosos que de si mismos quedaron olvidados pegando Banderillas por entremedio de sus dos cuchillas. 50 Reboleando las Capas lo torean y con agudas Baras se defienden con diligentes bueltas lo mofean y con silvos y vozes mas lo encienden el que qual Can rabioso a todos les embiste muy furioso. 51 En fin echa la seña lo mataron pasándole el pescuezo con la espada el Pecho y corazón le atravesaron dejando su fiereza domellada por que el echo Sangriento a los demas sirviese de escarmiento. 52 Cerrose la mañana con seis Toros jugando p.r la tarde los restantes y quando aucento Fevo los Tesoros destelló Flora rayos tan flamantes que con su Economía se vio la Noche convertida en día. 53 Refulgente la Fragua de Vulcano yluminó la Plaza con presteza formó de ermosas luzes un verano

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p.r q.e México Viera la grandeza que gozos obstentando por la Plaza de Toros fue paseando. (. . . . . . . . . .) 59 El quinze se siguió la diversión en los términos mismos de aquel día hubo de fuegos la iluminación y todo lo demas con vizarria sin que nada faltase que tal vez la bugata lo anotase. (. . . . . . . . . .) 64 Prepararon los Toros al contento en el día con muchas diversiones no faltó nada del divertim.to festivas y amplias sus composiciones y con nuevos trofeos por la noche siguieron los paceos. 65 El veinte y dos siguieron las corridas de Toros dando al Publico contento se vieron dos Mujeres aplaudidas al mirarlas torear con tanto aliento pues fuertes Amazonas le entregaban al toro Sus Personas. (. . . . . . . . . .) 67 En el siguiente dia veinte y tres las fiestas y los toros prosiguieron el Loco pegó parches al travez p.r lo que muchas galas le valieron q.e con chiste bailando a todos los Sres. fue alegrando. (. . . . . . . . . .) 95 Siguiéronse los toros este dia que cerró la semana placentera con tanto aplauso gusto y alegría que de nuevo formó otra Primavera pues rompiendo Capuces viva Gálvez dijeron vellas luzes.

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96 Suspendiose tres dias esta corrida por ser costumbre yá determinada ley q.e siempre se ha visto establecida y rara vez o nunca derogada y así por este medio se vio la Plaza en confusión y tedio. 97 Amaneció el Farol p.r el Oriente de el luminoso Febo rutilante en el día 28 del presente repartiendo fulgores mui galante pues con luz nada escaza se vellos Rayos se vistió la Plaza. 98 Enserraron los toros mui temprano para dar diversión con entereza toreo gallardam.te el Samorano y D.n Tomas tambien con sutileza pues se vieron hazer dos mil primores a todos los que fueron toreadores. (. . . . . . . . . .) 101 Sesaron las corridas p.r entonces hasta el Jueves primero de Diz.e esculpirse se pudo en duros bronces el Juvilo tan grande del nov.e que todo festejoso se vido de el Invierno Victorioso. 102 Concluyó la Semana y las corridas p.r acavarse el plazo señalado y sin embargo de estar ya cumplidas quedó todo el comun esperanzado pidiendo a S. Exa. dé p.a otra Semana Su licencia. 103 Ambigua les quedó Su preten.on hasta que en el acuerdo fuese visto hizieron todos representa.on con ancioso deceo siempre listo declarando oprimidos estar p.r el presente mui perdidos.

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104 Con corazon benigno y placentero el Conde Galvez a piedad movido (atributos q.e son de Caballero) p.a amparo de el Pobre y desvalido que como padre amante ministra los consuelos al instante. 105 Lograron a medida del deceo la licencia impetrada francam.te aconocer se dio p.r el Perceo que reparte sus gracias igualm.te con ard.te Tan ard.te Zelo que socorrer sus ancias es suanelo. 106 Otra Semana pidieron los perdidos p.r veer si se miraban restaurados sus Memoriales fueron admitidos y a su contento todos despachados alcanzando la gracia que anciosos pretendian con eficacia. 107 Adornaron la Plaza nuevam.te aun q.e faltaron varios Tribun.es no por eso dejó de estar decentte ni quedaron los huecos desiguales pues formando tendidos gallardam.te quedaron mui lucidos. 108 Conttó el Diz.e diez y nuevo dias en los q.e las corridas comenzaron volvieron a nacer las alegrías que felism.te todos observaron con gozo tan prolijo que todo fue placer y regosijo. 109 Torearon este dia quatro Señores sin que de nadie fueran conocidos los Muchachos torearon con primores q.e en Granadas estaban escondidos pues improvisamente en la Plaza los vio toda la gente. 110

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Cerrose el dia con toda diversión satisfaciendo al Publico puntual huvo ala noche la iluminación siguiéndose el paceo mui marcial con eminente traza que se vio echa Pénsil toda la Plaza. 111 En el veinte lo mismo aconteció toreando los Muchachos y Sres. su Exa. las galas lestiró en Bandas y Mascadas superiores quedando victoriados los que a torear salieron de tapados. (. . . . . . . . . .) 113 La tarde del veinti uno fue un regalo al veer la diversión tambien trazada pues pusieron en medio un alto palo que se quedó la vista embelesada y aunq.e se opuso Febo no le pudo quitar nada del zevo. 114 De monedas de Plata guarnecido y de Sombrero y Capa fue adornado liveral para todos y aplaudido el capote que estava galoneado pues pretendió el anelo el Suvir asta lo alto con el buelo. 115 Con presurosas ancias fugitivo suvió con mil trabajos temeroso un pobre con deceo tan activo que a los pies les puso alas presuroso y estando ya en su altura mostró con el Sombrero su ventura. 116 En fin con infinitas diversion.s la tarde concluyó mui apacible el luminar dio fuego a sus Achones para quitar la obscuridad temible aclarando el Trofeo en el marcial concurso del paseo. 117

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En veinte y dos dio pasmo la grandeza de un Monte carnaval que fue formado de Alajas q.e encerraron la riqueza y de Animales vivos adornados que al veerlo nada escaso el Bulgo le nombró Monte Parnaso. 118 Se compuso de enaguas y Mascadas capas de ricos Paños de colores de Plata y Oro todas galoneadas con Camisas y Fuentes superiores terneras y Jamones pabos Pollos Gallinas y Lechones. 119 Un Almacen al Publico le dieron amplio p.r las Alajas q.e colgaron cabritos y Animales le pusieron que alos Ojos de todos deleitaron para q.e librem.te lo pudiera Coger toda la gente. 120 Entró nuestro virrey en su virloche mas q.e Alexandro magno en lo triunfante aventajando de Plutón el coche al que asombró su curso rutilante que en rapida Carrera luminar Convirtió toda la esfera. 121 Llegose al Monte con gallardo buelo y con lucida intupida arrogancia tomó de los que estaban un pañuelo midiendo vellam.te la distancia y con franquesa honrrosa en las manos lo puso de su Esposa. 122 Jugaronse tres toros y echa seña con imbension de fuego en el mom.to innumerable gente se despeña apretando el Concurso el pavim.to y muchos apresados de los Toros salieron rebolcados. 123 Velosm.te en el Monte se suvieron

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haciendo de sus Bienes el saqueo la Capa p.r en medio la partieron y los mas se quedaron sin empleo pues lo que uno tomaba otro venía y se lo arrebataba. 124 Finalizó el bullicio con mil penas p.a algunos q.e inútiles se hallaron dieron fin con el Monte a manos llenas todos los que coxer algo lograron por que hasta la madera cargaron como cosa mui lijera. 125 Los toros prosiguieron afugarse con q.e la tarde dio al placer el lleno regocijos y gustos fevo esparce al retirarse para su ancho seno y cerrando la noche luzes desbrocha de Letona el Coche. 126 Toda la Plaza se vido iluminada de Damas y Galanes asistido p.r todas partes mui engalanada que no se vio otra noche mas lucida por q.e quatro grandas con donaire viva Galvez dixeron p.r el Aire. 127 Aquí mi Musa se acaba pues las fiestas fenecieron siendo todo lo plausible lo mas eroico del echo los Ojos q.e dispertaron de las Sombras de Leteo forzosam.te el despojo haze la noche a su imperio estableciendo en la Plaza el mas famoso festejo dedicado a S. Exa. con Glorias y pasatiempos como a tan digno Señor de este Mexicano Ceno p.r lo q.e mi corto numen y mi balbuciente ingenio viéndose inepto interpreta el perdon de tantos yerros. Suplicando mui rendido a todo el noble congreso le concedan la dispensa

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a tan rudos pensam.tos adquiriendo solo un Victor p.a el enunciado objetto diciendo q.e el Conde viva de Galvez S.r Supremo p.a amparo de los pobres del septentrional terreno p.r lo que a las Musas pido sigan canoras diciendo Viva: Viva: Viva: Vivas. en los más Altos empleos.248

El esplendor de las fiestas, durante la última etapa del siglo XVIII, se transportaba a géneros no concebidos. Una de otra celebración, contaba con marcadas diferencias. Del intenso y grande aparato de la anterior se tornaba en el magnífico boato de la siguiente. Aquel espíritu cotidiano de celebrar los motivos de carácter monárquico, fiestas profanas y religiosas, tiene encendida la llama una vez más, en esta ocasión, por motivo de la llegada del virrey don Bernardo de Gálvez al cual, desde el 25 de septiembre de 1785 hasta el 22 de diciembre del mismo año, se efectuaron grandes ocasiones de celebración. Pero aquí no para la cosa. Al recuperar la lectura de

A de V-A, este recrea sabrosamente

las circunstancias en que don Bernardo aparece protagonizando uno más de esos posibles Pasajes de la diversión… ocurridos en plena plaza de toros.

Como sabían aquí a don Bernardo de Gálvez muy aficionado a ver agitar y lidiar toros bravos, se organizaron grandes corridas como solemne festejo a su toma de mando. La plaza se alzaba en la plazuela de la Universidad, dicha también del Volador o de las Escuelas. En su centro se levantó muy vistoso el llamado mongibelo, que era un elevado poste, en cuya parte superior se ponían las luces para iluminar el coso durante las corridas nocturnas, y a sus medios estaba la adornada canastilla, en la que se colocaban los músicos: trompetas, atabales, chirimías, sacabuches, chirumbelas, albogues, dulzainas, cítolas, bajoncillos, pitos, flautos, flavioletes. La plaza estaba engalanada como nunca se había visto, y rebosaba de bullicioso gentío, a pesar de su anchura y capacidad. Toda la ciudad estaba apiñada y gustosa en los tendidos graderíos; los palcos, ya con doseles o tapices o cortinas, deslumbraban de damas elegantes, que sobre la alegre agitación de la multitud ponían el encanto de sus trajes verdes, azules, amarillos, violetas, rojos. Estaba allí el arzobispo, estaban los oidores, el Cabildo metropolitano y el de la colegiata de Guadalupe; estaba el Ayuntamiento, los oficiales reales, los doctores de la Universidad, infinidad de frailes de todas las religiones y los 248

García Bolio, op. Cit., h. 7-42.

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foscos inquisidores. Esas corridas, en honor del conde de Gálvez, se celebraron con el más ostentoso y magnífico lucimiento. Los ojos de todo el gentío se metían indagadores y ávidos en el palco de honor para ver entrar a los señores virreyes, que llegaban a él por el pasadizo que lo comunicaba con uno de los balcones del Palacio. Se creía que la tropa de guarnición en la ciudad fuera la que hiciese el despejo de la plaza, como lo hacía siempre, o bien que entrara el Virrey en su carroza rodeada de la policromía de los alabarderos; pero de pronto, entre un profundo y largo ¡ah! de admiración, que corrió acelerado por todo el coso, entró sin ninguna guardia en el redondel el virrey don Bernardo de Gálvez en un ligero y reluciente quitrín, y él mismo manejaba los briosos caballos retintos, braceadores y elegantes en los que parecía que viva luz les chorreaba por las redondas ancas de seda. Al lado del Virrey iba la virreina, doña Felícitas Saint-Maixent, elegante y vistosa, entre espumas joyantes de brocado, y en sus manos aleteaba, blanco y leve, un abanico. Dio el conde de Gálvez una deslumbrante vuelta por el ruedo, dio dos, dio tres, dio muchas vueltas magníficas, entre férvidas aclamaciones de entusiasmo, entre recias tempestades de aplausos. No sólo en esa corrida, sino en todas las que siguieron, entraron en la plaza de ese modo brillante los ostentosos virreyes, y siempre los envolvieron ovaciones delirantes y un dilatado estruendo de vítores. Tanto en los ensayos, que siempre precedían a las corridas formales, así como en éstas, el fastuoso virrey Gálvez arrojaba galas a los lidiadores: doblones envueltos entre picados papeles de China o entre flores cartulinas, bandas de seda con largos flecos de plata, pañuelos de seda, medias de la marca, cajuelas con dulces; cosa ésta que ningún otro virrey había hecho hasta entonces. Hubo una corrida en la que, después de acosar los toros bravos, salieron tapados en magníficos caballos, en los que hicieron, con ágil destreza, muy difíciles suertes. Estos tapados eran caballeros de la mejor sociedad mexicana, aficionados a las lides de toros, y por gala y deporte iban al coso. Vestían trajes de soldados romanos y la visera del casco la traían echada siempre sobre el rostro, y de allí ese su nombre de tapados; también lucían a veces trajes vistosos, y llevaban careta de terciopelo negro. En esa corrida, después de los elegantes tapados, hubo monte parnaso o cucaña, en cuya cima se puso dinero, objetos de plata y ricas prendas de vestir. En esa corrida el Virrey, a más de las preciosas galas que solía echar a los ágiles toreadores “tuvo tanto gusto que tiró el pañuelo suyo, el de su señora y el de sus hijas, y por poco tira el uniforme, con que se hizo la tarde muy gustosa.249 Entre un intenso y muchas veces anacrónico lenguaje, don Artemio nos permite entender, no sin algunas dificultades el acentuado clima de fiestas que se celebraron bajo el virreinato de don José de Gálvez, personaje que durante su período de gobierno rompe con las exclusiones impuestas por antecesores ilustrados como el virrey Antonio María de Bucareli y 249

Valle-Arizpe: Virreyes y virreinas de..., op. cit., p. 329-331.

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Ursúa y Manuel Antonio Flores Maldonado, pero sobre todo del que, pocos años después, sería enemigo declarado de los toros: Félix Berenguer de Marquina, al que, aprovechándose de su tozudez más de dos de sus contrarios, pero afectos a las lides taurómacas no pudieron evitar, en el papel, la celebración de un festejo cuya peculiaridad estribó en que, habiéndose ya celebrado, fue el propio virrey quien declaró inexistente tal ocasión. Veremos en su momento ese increíble pasaje. Antes de terminar con el acontecimiento en que José de Gálvez fue protagonista de tan singular ocasión, me permito apuntar el hecho de que, gracias a la labor detallada y minuciosa de

A de V-A, el panorama histórico de la fiesta taurina en México se incrementa

notablemente, de ahí que nos podamos enterar, no sólo por lo que Carlos María de Bustamante, Nicolás Rangel, José de Jesús Núñez y Domínguez, Heriberto Lanfranchi o Benjamín Flores Hernández nos comenten en sus respectivas obras. En este caso, un frondoso telón de fondo nos aproxima hasta casi ver en plena acción a este y otros personajes, creados o inventados, los cuales recrean bajo la prodigiosa pluma vallearizpeniana el momento mismo de una realidad que parece, alentada por la intensa lectura, ocurrir ante nosotros, como testigos presenciales de la ocasión retratada.

[PASAJE Nº 25]: SEGUNDA SERIE. MAGNANIMIDAD REDENTORA.250

Este sigue siendo otro relato, o mejor dicho, una más de sus tradiciones, leyendas y sucedidos del México virreinal, que tienen que ver con el ya conocido José de Gálvez. Y es que Gálvez fue todo un caso que, a la luz de este sucedido lo comprobaremos una vez más, sin faltar el ineludible tema taurino. Escribe don Artemio

Más fácil sería para un tiburón vivir a sus anchas, arriba de un árbol, en calidad de pájaro canoro, que el buen virrey Gálvez prescindiera de su inextinguible afán de presentarse en todo. Siempre: “Aquí estoy”, “Mírenme aquí, y vengan los aplausos”. No digo una nutrida 250

Op. Cit., p. 336-340.

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ovación, sino sólo un palmoteo, lo sustentaba más, mucho más, que una libra de carne jugosa, con un buen vaso de vino tinto y una hogaza tierna y dorada.251 En su ir y venir por la ciudad, que siempre encontraba pretexto para ser el personaje público de intachable honestidad que se empeñó en cumplir, como parte de su obligación política, lograba seducir, y para eso, en medio de intensas conversaciones ofrecía

amena prodigalidad de festejos para que se solazara el pueblo: “alegrías de juegos de cañas y de toros”, con premios para los que dieran las mejores lanzadas, cornúpetas enmantados de cohetes y fuegos, representaciones de comedias, regatas en canoas, peleas de gallos, montes parnasos, justas, danzas, combates de moros y cristianos, encamisadas, cabalgatas, máscaras serias o a lo faceto, escaramuzas, mitotes y tocotines de los indios, con palos voladores y vistosa plumería; toda esta busca diaria y constante que hacía don Bernardo de Gálvez de popularidad; este querer adueñarse, con suave cordialidad, de las voluntades, no iba encaminado a otra cosa, según se aseguraba, con visos de buenos fundamentos, sino a alzarse con el mando de la Colonia y ser el soberano independiente de la Nueva España.252 Pues bien, aquí se revela una muy interesante razón de nuestro personaje, el que, en medio de tanta búsqueda de popularidad (hoy se le llama populismo) no era sino un fuerte signo de su humana debilidad: la ambición de poder. Y claro que no era poca cosa su deseo: ser el soberano independiente de la Nueva España. Tanta obra, tantas mejoras a la ciudad y a sus habitantes iban en aumento bajo su mandato, lo que era señal de que no podía ser un gobernante más en el panorama. Sin embargo

Por todo esto y otras muchas cosas buenas que hizo, con una sola voz que hubiese dado, habría arrastrado tras de sí a infinidad de gentes que, convencida, lo habría ayudado en la empresa con empeño y decisión, y tal vez lograra sacar a México del dominio de España, haciendo su independencia, según eran sus pensamientos y deseos; pero la muerte le salió al paso y se lo llevó de esta vida trabajosa a gozar de la bienaventuranza de la gloria.253 Por supuesto, que el sucedido refiere el indulto que concedió José de Gálvez a tres reos de la Acordada, que llevaban al último suplicio el sábado de Ramos. Este hábil gobernante, que ya todo lo tenía preparado, se presentó en el sitio de la ejecución y allí mismo evitó tal sentencia capital, lo que ocasionó la magnanimidad redentora a la que se refiere nuestro 251

Ibidem., p. 336. Ibid., p. 336-337. 253 Ib. 252

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autor. De la cita en que se recogen los aspectos lúdicos, hay algunos aspectos los cuales no pueden quedar sin una anotación pertinente. Alegrías y juegos de cañas, seguían siendo, todavía, un asunto con el suficiente poder de convocatoria que, a lo largo de los casi tres siglos virreinales, se convirtió en motivo indispensable, eso sí, cada vez con menos fuerza, como empezaban a ser ciertas diversiones que fueron perdiendo interés, ocasionado en buena medida por los cambios de dirección en asuntos políticos y sociales generados, sobre todo, por motivo de las reformas borbónicas y su cauda de ideas ilustradas. Puede decirse que la última de las representaciones de juegos de cañas, ocurrió hacia 1815, según consta en un documento hoy día custodiado por el Archivo General de la Nación.254 Otro de los hechos es que, una de las conmemoraciones que detentaba y mantenía los juegos de cañas fue la que celebraba el día de San Hipólito,255 pero que en los últimos años del virreinato, 1812 para ser exactos, dejó de verificarse. El caso excepcional de 1815 demuestra un intento de recuperación que, en esencia fue la última de estas demostraciones en la Nueva España.

Es esta una fiel representación del sabor barroco mexicano de fines del siglo XVIII, cuando el virrey Conde de Gálvez, uno de los más entusiastas taurinos de aquella época pudo admirar esta estampa, reproducida en un biombo. ”Corrida de toros”. Siglo XVIII. Col. Pedro Aspe Armella. Fuente: ARTES DE MÉXICO. La ciudad de México I. Enero 1964/49-50.

Y claro, quienes participaban en tales juegos, gozaban de premios como se acostumbraba, por ejemplo, en los certámenes literarios que aún seguían realizándose. 254

Archivo General de la Nación [en adelante AGN]: Ramo Historia, T. 483, exp. VIII.-Oficio del Ayto. de México al Virrey acerca de las fiestas en celebridad del advenimiento de Fernando VII y acompañándole dos listas: la marcada con el núm. 2, de las “Compañías que han de jugar cañas y alcancías en las próximas fiestas; y la núm. 3, la de los cuerpos y particulares que han de acompañar al virrey en el paseo de a caballo”.-1814.-6 f. 255 Véase en ANEXOS el material denominado: “Funciones del Pendón o memoria de la conquista. Celebración en la Nueva España del día de San Hipólito”.

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En cuanto a esos “cornúpetas enmantados de cohetes y fuegos”, el pasaje se refiere a la vieja práctica de jugar toros bajo el riesgo de que al ganado se le habilitaban, sobre todo en la cornamenta, cohetes y luminarias, siguiendo las costumbres de los “toros de fuego”. 256 Y claro, todas aquellas “representaciones de comedias, regatas en canoas, peleas de gallos, montes parnasos, justas, danzas, combates de moros y cristianos, encamisadas, cabalgatas, máscaras serias o a lo faceto, escaramuzas, mitotes y tocotines de los indios, con palos voladores y vistosa plumería”, convivieron con la tauromaquia ilustrada, cumpliéndose así con el síntoma de relajamiento en el que cayó el espectáculo, como resultado primero, de un reacomodo. Segundo, por dar con un discurso más apropiado y que se ajustara a los dictados del intento que los novohispanos tuvieron al tomar como posible modelo algún código de valores anterior a la “Tauromaquia” de José Delgado, publicada hasta 1796.257 Si bien, nuestros antepasados estuvieron sujetos a ciertas normas que se 256

Max Aub: Campo de sangre. Madrid, Alfaguara, 1986 (1ª ed. 1945), p. 278 y ss. Ésta arranca de una reflexión sobre las armas de la ciudad de Teruel en cuyo escudo aparece la figura de un toro que lleva encima de las astas una estrella. Símbolo ambivalente de fuerza creadora, asociado ora a la luna, ora al sol y a lo que significan ambos9, el toro era la representación de la divinidad en las civilizaciones mediterráneo-orientales desde las más antiguas, especialmente la de Ur en Mesopotamia, dos nombres mencionados en el texto. Por estar relacionado con la sangre, el toro, en boca de don Leandro, se convierte en el símbolo de la lucha entre moros y cristianos en una comarca como la de Bajo Aragón donde el predominio musulmán fue particularmente duradero tanto en la cultura (con el arte mudéjar) como en la economía (con los cultivos de regadío y oficios urbanos preindustriales). La referencia a una diversión practicada en algunos pueblos de Aragón, la del jubillo, del toro de fuego, remite a los orígenes míticos de Teruel y sirve de transición con la última parte del monólogo. Entonces, el tal don Leandro pasa revista a las incidencias de la herencia africana, «agarena» con más propiedad, sobre el carácter de los españoles entre cuyos rasgos sobresale el más cerril individualismo. De ahí derivan el rechazo de cualquier autoridad, el hábito de la violencia y el recurso a la guerra con el único fin de «sacar dinero», rasgos compartidos por los españoles en general y particularmente acusados entre los anarquistas autóctonos: Así son nuestros españoles claros descendientes bravos de árabes y bereberes. Nuestros anarquistas son verdaderos cabileños, beduinos de verdad, con sentido de la tribu. 257 Al efecto, cuento con un trabajo en el que desarrollo el análisis correspondiente a este tipo de condiciones y comportamientos, y lo cito con objeto de que pueda ser revisado en su momento. José Francisco Coello Ugalde: Aportaciones Histórico-Taurinas Nº AHT29: “Las Mojigangas: Aderezos imprescindibles y otros divertimentos...”, 210 p. Ils. Capítulo 1. Orden de la función: Dos toros para el coleadero. Mojiganga vestida de máscara. Banderillas a caballo. Toro embolado. Fuegos de artificio. Vertientes del carnaval que influyen en el relajamiento taurino durante los siglos XVIII y XIX. Capitulo 2. Extraordinaria función: El hombre fenómeno. Mojiganga en zancos. Mojiganga de los Hombres gordos de Europa. Ascensión Aerostática. Algunas nuevas consideraciones para El Toreo, a través de una lectura de Mariano Picón-Salas. Un cartel, curioso él; nos remonta como veo, a 1843 y su toreo. Interpretaciones diversas sobre un curioso cartel de febrero de 1860. En la confección de los carteles, Bernardo Gaviño define un estilo fascinante, propio de los mejores autores de ficción. Reseña a la mojiganga: “Una Fiesta En Ixtacalco”. El toro embolado. Corrida a plaza partida. El 17 de abril de 1887, la ciudad de México fue plagada de taurinas propuestas, en la plaza y en el teatro. Timoteo

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atenían a principios establecidos por la costumbre, también es cierto que en medio del nuevo estado de cosas que significaba la cada vez más clara insinuación de autonomía, el toreo devino poco a poco en una condición inestable, que para eso no podían ser más claros el tipo de incorporaciones, mezclas, híbridos y otros que se dieron como parte de una respuesta de afirmación independentista, síntoma que también registró intensamente la tauromaquia, incluso ya muy entrado el siglo XIX.

Toro de fuego o encohetado. Recreación hecha por Antonio Navarrete.

[PASAJE Nº 26]: SEGUNDA SERIE. COSAS DE MARQUINA. MAGNÍFICO DECRETO.258

Quien se ocupe de relatar alguno de los sucedidos en torno al gobierno y la persona de Félix Berenguer de Marquina, quincuagésimo quinto virrey, que gobernó la Nueva España, del 29 de abril de 1800 al 4 de enero de 1803, se topará con un personaje difícil, complicado. Por ende, obtuso y que se ganó, durante su mandato, varios epítetos, pasquines y uno que otro golpe durante sus salidas anónimas, donde personalmente verificaba el cumplimiento de su administración y justicia. Eran tan burdos sus ropajes y modos con los que pretendía

Rodríguez: Del circo a la plaza. ¡Novedad, Novedad!, Se dará a un toro a beber pulque. Gran corrida de toros en “El Principal”. Capítulo 3. El Circo en la plaza, o la plaza en el circo. Apéndice documental: Desmenuzamiento de la cartelería y muestrario comentado. Conclusiones. 258 Valle-Arizpe: Virreyes y virreinas de..., op. cit., p. 414-416.

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despistar a los ciudadanos que estos, persuadidos de su notable y evidente presencia, y aprovechándose de ingenuas y bien concertadas tretas, se le iban encima saliendo el pobre hombre a toda prisa con rumbo a palacio, no sin llevarse, desde luego, uno que otro recuerdo en el cuerpo. Don Félix, en sus afanes de mejoras urbanas, deja quizá su única herencia: una fastuosa fuente de la que el humor anónimo y popular respondió de inmediato a aquel desacierto con este pasquín:

Para perpetua memoria, Nos dejó el virrey Marquina Una fuente en que se orina, Y aquí se acabó su historia. Pero vayamos al asunto que nos convoca en esta ocasión.

No gustaba nada de las corridas de toros el virrey Marquina. No era aficionado a ellas, como lo fue don Luis de Velasco, “muy lindo hombre de a caballo”, y el evangélico fray García Guerra, y como lo fueron casi todos los señores virreyes de la Nueva España. Marquina les tenía repugnante aversión. ¿Corridas de toros? ¡No, nunca! Mejor, torneos, pasos de armas, correr la sortija, jugar estafermos o pandorgas, tirar bohordos, quebrar lanzas; mejor que hubiera mascaradas o fiestas de moros y cristianos. Pero ¿toros? ¡No, horror!, y no había corridas de toros. Pero una vez sí hubo una sin que lo supiera el bueno de Marquina, virrey, gobernador y capitán general de la Nueva España y presidente de su Real Audiencia y Chancillería se le habían extendido por el hígado los humores hipocondríacos porque se le escalentó la hez de la sangre y se le subieron al cerebro; eso afirmaron los sapientes doctores del real Protomedicato. Derribado por la enfermedad, cayó en cama. Marquina con una calentura licuante, derivada de los humores gruesos que le andaban por el cuerpo desmayándole la voluntad. Pero pasados días lo levantaron los constante julepes de guayacán y sasafrás, las copiosas sangrías que le dieron, las ventosas húmedas y fajadas, las cataplasmas de salvia, porque dice un dicho de viejas: “Salvia, salva”, y los fuertes opilativos que para refrescarle el hígado de la destemplanza caliente le suministraron a diario y con mucho tino los médicos, tino que les venía por sus vastos y constantes estudios de años y años. Y así, con todas estas cosas magníficas, se le fue a Marquina el mal y volvió a la salud. Y cuando iba bajando apaciblemente a la convalecencia, fue cuando tuvo lugar aquella corrida de toros que tanto entusiasmó a la ciudad y de la que el pobre señor no tuvo ningún conocimiento.

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En la sosegada tertulia que a diario se hacia a los atardeceres en su abrigada alcoba de enfermo, alrededor de su cama, se comentaron los pintorescos lances e incidentes de la bella fiesta de toros. -Pero ¿de cuál corrida de toros tratan, señores? -Pues de la corrida de toros de esta tarde, Excelentísimo Señor. Hasta entonces no se enteró el cacoquimio Marquina que había habido esa tarde una corrida de toros. Se salió entonces Marquina de la apacible calma de su carácter afectuoso, se encendió en repentina cólera y cayó en un frenesí mortal. Puso en movimiento a los gentileshombres de servicio, a los lacayos, a los pajes, a todo el personal de Palacio, para que en el acto buscaran a su señoría el secretario y lo llevaran sin pérdida de tiempo, ante su presencia, porque la cosa urgía, apuraba. Ya sabían bien que su señoría el secretario estaba o ya en la Catedral rezando devotamente el santo rosario en el altar del Perdón, o bien se hallaba en la mancebía de la Camarona, en la calle de Las Gallas. Mientras llegaba su señoría el secretario, el simplón virrey Marquina se metió en grandes pensamientos, mirando con ojos vagos el jardín a través de los cristales de su balcón. El ancho jardín a esa hora crepuscular se esfumaba con delicada imprecisión y era todo suavidad dulce y gozosa. La fuente musitaba su eterna canción y los árboles cabeceaban blandamente de sueño. Llegó su señoría el secretario muy atildado y ceremonioso ante el virrey Marquina, haciéndole muchas caravanas y mesuras con la cabeza, y Su Excelencia le dictó un acuerdo terminante, magistral, estupendo, para que lo publicara inmediatamente por decreto, sin ninguna dilación. En ese decreto se ordenaba -¡magnífico!- que esa corrida de toros se declaraba nula y sin ningún valor... Y así se hizo. ¡Era mucho hombre, caramba, ese Marquina!259 ¿De qué festejo se trata tan escandalosa respuesta de Marquina, y por qué reaccionó de esa forma? Bien sabemos que

este

virrey era antitaurino.

Sin

embargo, existen algunas

consideraciones que manifiestan, con su aprobación condicionada, a autorizar ciertos festejos de los que veremos a continuación algunos detalles. Del consabido asunto del decreto citado por

A de V-A podría afirmar que pudiera tratarse de un amplio expediente que

se localiza en el Archivo General de la Nación.260 Y es que a pesar del interés de la Corona en la reglamentación de los gastos por la llegada de los virreyes y las actividades taurinas, prevalecieron puntos de vista irreconciliables, como 259

Op. Cit. AGN. Ramo: Correspondencia de virreyes, primera serie, vol. 284, exp. 8. “Representación de la Noble Ciudad sobre que se verifiquen las corridas de toros con motivo del recibimiento del excelentísimo señor virrey don Félix Berenguer de Marquina”. 260

172


apunta Miguel Ángel Vásquez Meléndez.261 En 1800, en ocasión del arribo del virrey Félix Berenguer de Marquina, se replanteó el tema a partir de que éste consideró pertinente cancelar las fiestas en su honor, debido a la complicada situación financiera que vivía España a causa de las constantes guerras. Ante tal proposición los regidores le recordaron que sus antecesores Pedro Castro y Figueroa y Miguel José de Azanza habían sido homenajeados con corridas de toros en 1740 y 1798, respectivamente, cuando la Corona española enfrentaba contiendas con Gran Bretaña. Tampoco se habían suspendido los festejos en 1794, a la llegada del virrey Miguel de la Grúa y Branciforte, no obstante la guerra contra Francia. Según los regidores, las corridas podían celebrarse aun en tiempos de guerra. Tal aprobación, por supuesto, procuraba reservar el derecho de estos funcionarios a la asignación, manejo y custodia de los fondos para la recreación. La conveniencia de las corridas y los beneficios económicos que producían para la ciudad resultaban incuestionables desde la perspectiva de los regidores. A las ganancias monetarias había que agregar los beneficios producidos por tales celebraciones, en las que cobraba un especial significado el inicio de un nuevo período gubernativo. El reino español y su colonia novohispana ratificaban su grandeza, su poderío político y económico en cada arribo de un virrey; la ocasión era propicia para fortalecer la cohesión interna y el orden social. La oposición del virrey Marquina contradecía otras prácticas fomentadas por sus antecesores. Las corridas de toros, bajo la égida de los regidores, podían convertirse en medios para obtener recursos para la urbanización de la capital del virreinato. Así lo pensó en 1743 el virrey Pedro Cebrián y Agustín, conde de Fuenclara, cuando le propuso al Ayuntamiento la celebración de una lidia anual cuyo producto se aplicaría a las obras públicas. De proceder semejante, el virrey Carlos Francisco de Croix, marqués de Croix, determinó en 1768, con el concurso del Ayuntamiento, la realización de una serie de corridas con el fin de recaudar fondos para el presidio de San Carlos. Los alcances económicos para ambos gobernantes resultaron totalmente opuestos; mientras en la gestión del virrey marqués de Croix las corridas produjeron 24, 324 pesos, destinados a labores de limpieza, el conde de Fuenclara enfrentó la negativa del Ayuntamiento para la realización de las lidias y la obtención de recursos aplicables en mejoras urbanas. 262 Las ganancias obtenidas en 1768 durante el gobierno del marqués de Croix parecen la mejor refutación a los comentarios adversos que Hipólito Villarroel formularía años más tarde.263 Sin embargo, el éxito financiero taurino resultó impredecible: junto a las ganancias de 1768 se registraron ingresos menores, que fundamentaban las apreciaciones de Villarroel sobre el tiempo invertido y el escaso margen de beneficios. Ante evidencias tan contrastantes, la realización de corridas como parte de la presencia gubernativa en la administración de los espacios recreativos, ocupó la atención de cronistas, regidores, virreyes, consejeros y religiosos; se transitó desde las propuestas de cambio hasta las de fomento de un mayor número de corridas. La necesidad de una reforma era evidente; correspondía a la autoridad emprenderla buscando la conciliación de intereses y la preservación del orden social.264

261

Miguel Ángel Vásquez Meléndez: Fiesta y teatro en la ciudad de México (1750-1910). Dos ensayos. México, CONACULTA, Centro Nacional de Investigación, Documentación e Información Teatral “Rodolfo Usigli”, escenología, ac., 2003. 347 p., p. 67. 262 AHDF: Actas de Cabildo, vol. 68-A: Acta de Cabildo de 8 de enero de 1743, fs. 5-7; Acta de Cabildo de 14 de mayo de 1779, fs. 64. 263 Véase bibliografía. 264 Vásquez Meléndez, Op. Cit., p. 67-68.

173


Sin afán alguno de contradecir a

A de V-A, pero

tampoco de quedarnos con la incógnita

sobre la contundente afirmación al respecto del “decreto” que Marquina pudo haber firmado o no, están ese otro conjunto de razones ya planteadas por Vásquez Meléndez, a partir del expediente donde se le informó con acuciosidad al nuevo virrey de las otras circunstancias en que otros tantos virreyes pudieron aprobar sus recepciones estando España en momentos sociales, políticos y militares ciertamente difíciles. Félix Berenguer de Marquina, navegante reconocido, Jefe de Escuadra en la Marina Real para mayor abundamiento, es acusado de su poco sentido común no sólo en asuntos como el que se trata aquí. También en otros donde sus decisiones eran de vital importancia, pero donde solo salía a lucir un impertinente carácter obtuso y cerrado.

Félix Berenguer de Marquina.

Es cierto, cuatro meses tenía de gobernar la Nueva España el señor Berenguer de Marquina, y ninguna señal era clara, conforme a la costumbre inveterada ya, de celebrar, entre otras razones, con fiestas de toros, la recepción del nuevo virrey. Este se rehusaba dando razones de todo tipo, con lo que entre pretexto y pretexto, se iba pronunciando más su antitaurinismo. Y es que esas razones las fundaba a su preclara idea de pensar que se sacrificaban gruesas sumas de su peculio, antes que permitirlas, afán, insisto de unos propósitos que buscaban reafirmar la posición austera en que ubicaba su gobierno. Tras las razones ya expuestas por varios funcionarios del ayuntamiento, quienes todavía manifestaron el “que se verifiquen las Corridas de Toros, con motivo del Recibimiento del

174


Excelentísimo Señor Virrey Don Félix Berenguer de Marquina..., a razón de que para celebrarlas, se reintegrarían siete mil pesos “en que pudieron exceder los gastos de su recibimiento” mismo. Planteados, como ya se sabe los argumentos por parte de los funcionarios del Ayuntamiento sobre que en otras ocasiones, fueron recibidos entre fiestas algunos virreyes, no obstante las circunstancias bélicas enfrentadas por España, vinieron algunos más de esta índole: No siendo por lo mismo opuesta a las actuales circunstancias la Corrida de Toros que debe celebrarse, en obsequio de la venida de V.E., tampoco podrá pensarse ser contraria a la más buena moral. Ella es una diversión bien recibida, propia y adaptable al carácter de la Nación que la prefiere a otras muchas; se hace a la luz del día, en el Teatro más público, a la vista de la Superioridad y de todos los Magistrados, en el centro de la Ciudad, autorizada por la asistencia de todos los Tribunales Eclesiásticos y Seculares, y se toman cuantas precauciones y seguridades son necesarias y correspondientes al buen orden, a la mejor policía, a la quietud pública y a cuantos extremos puede y debe abrazar el más sano gobierno y las más acertadas providencias, sobre las que se vigila y cela con el mayor empeño, para combinar la diversión y el decoro. Ni menos puede temerse aumente las indigencias y necesidades del público, así porque los pobres, que son la parte que más las siente, son libres a dejar de disfrutarla por falta de proporción, o porque no les acomode; como porque, por el contrario, muchos de ellos logran la ventaja de tener en qué ocuparse, y en qué vencer los jornales que tal vez no ganarían no presentándoseles igual ocasión; causa principal porque es tan plausible y de aprecio el que cuando se padecen escaseces y necesidades, se proporcionen obras públicas en que la gente trabaje y gane algún sueldo con qué ocurrir a el socorro de sus miserias. La parte del vecindario que concurre a las funciones de Toros, es muy corta con respecto al todo de la población de esta Capital y lugares fuera de ella, de donde vienen muchas familias a lograr este desahogo, gastando gustosos el desembolso que puede inferirles, y disfrutándose con ello el que gire algún trozo de caudal que, a merced de igual diversión, se gasta y comercia, sin estarse estancado en los que sin ese motivo lo retendrían en su poder; de lo que es indudable, resulta beneficio al público, tan constante, que cuantos saben lo que es en México una Corrida de Toros, y aun la Superioridad ha conocido, que con ventajas del Común se halla un considerable comercio, sirviendo de arbitrio a muchos que con él buscan y utilizan en ese tiempo para la atención de sus obligaciones, resultando por lo mismo, que el gasto o desembolso que hacen los sujetos pudientes y de facultades, presenta a algunos la ocasión de logar las de que carecían. Por otra parte, es también muy digno de atención, el que estando mandado por S.M. y con particulares encargos el que se manifieste el regocijo en los recibimientos de los Excelentísimos Señores Virreyes, lo cual cede en honor y decoro del Soberano a quien representan, y sirve de que el pueblo, a quien por lo regular es necesario le entre por los ojos, con demostraciones públicas, el respeto y reconocimiento que es debido, forme concepto de la autoridad para que la venere; a que se agrega, que sobre que en la función de Toros se ostentan como en ninguna otra, el decoro y atención que se dedican al Jefe Superior del Reino, es también muy a propósito para que el público le conozca y sepa a quien debe respeta y obedecer (...) Sala Capitular de México, Septiembre 2 de 1800.265

Estas son, entre muchas otras razones, las que expuso el pleno del Ayuntamiento, encabezado para esa ocasión por los siguientes señores: Antonio Méndez Prieto y Fernández, Ildefonso José Prieto de Bonilla, Ignacio de Iglesias Pablo, Antonio Rodríguez de 265

Nicolás Rangel: Historia del toreo en México. Época colonial (1529-1821). México, Editorial Cosmos, 1980. 374 p. Ils., facs., fots. (Edición facsimilar)., p. 305-306.

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Velasco, Juan Manuel Velázquez de la Cadena, León Ignacio Pico, Antonio Reinoso de Borja, El Marqués de Salinas y Francisco Sáez de Escobosa. Dichos señores, en respuesta a petición hecha por el propio Berenguer de Marquina al respecto del oficio fechado en 2 de septiembre,266 les envía este otro, tres días después, donde Espero me avise a qué cantidad ascendieron los gastos de mi entrada en esta Capital, y que me remita V.S. copia de los Reales Cédulas que cita.267

Y la respuesta que encontró de los comisionados fue que de los tres días del recibimiento, ocurridos el 30 de abril, 1º y 2º de mayo en su Real Palacio, se gastó la cantidad de $13,142.00 pesos... Así que, para la pretendida fiesta de recepción, incluida la lidia de toros, el tozudo Marquina les contestó a los graves señores lo siguiente: Sin embargo de que examinado y premeditado todo, me ocurría no poco que decir, si tratara por junto la materia, estimo preferible limitarme a manifestar que todo lo que se entiende por adorno de Palacio, o más propiamente hablando, de la habitación de los Virreyes, me fue preciso comprarlo o tomarlo en traspaso a mi antecesor, por el crecido precio que en la actualidad tienen todas las cosas (...);

Además No creo que un Virrey deba procurar atraerse la voluntad y el conocimiento del público que ha de mandar, por fiestas, que, como la de Toros, originan efectivamente irreparables daños y perjuicios en lo moral y político, a pesar de cuantas reflexiones intenten minorarlos: y antes bien, me parece que producirá mayor veneración, amor y respeto a la alta dignidad que representa, el concepto que forman de sus desvelos, por el bien y felicidad común, y su conducta y proceder, integridad y pureza.268

Como vamos viendo hasta ahora, las intenciones para convencer al señor Berenguer se estrellaban día con día con argumentos a favor y en contra. Pero el “Magnífico decreto” no aparece por ningún lado, a menos que todos los pronunciamientos del que fuera el quincuagésimo quinto virrey de la Nueva España vayan construyendo en sí mismos el revelamiento convertido en graciosa ocurrencia de nuestro autor. A todo lo anterior se agrega otra nueva razón con la que 266

En: GUIDE TO THE MICROFILM COLLECTION. Latin American History and Culture: An Archival Record Series 1: The Yale University Collection of Latin American Manuscripts Filmed from the holdings of the The Yale University Collection of Latin American Manuscripts Primary Source Microfilm an imprint of Thomson Gale, p. 101 aparece el siguiente dato: “Copia de la carta con que dio respuesta en 11 de septiembre de 1800 el excelentísimo señor virrey a la solicitud de la ciudad de México sobre permiso para que hubiese corrida de toros por la entrada de Su Excelencia.” Es posible que la dicha carta sea un documento en el que se enuncie la postura del mencionado virrey acerca de autorizar o no él o los festejos que organizó el cabildo o la ciudad para su recepción, mismo que puede ser el tan traído y llevado asunto de la prohibición. 267 Op. Cit., p. 307. 268 Ibidem., p. 309.

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Me obligo a contestar a los diputados de esa N. Ciudad, cuando hicieron verbalmente en su nombre la expresada solicitud, que se difiere para cuando se hiciera la paz, y no encontrando motivos que justamente persuadan deberse variar esta determinación, me veo imposibilitado de poder complacer a V.S. accediendo a la instancia que repite en su mencionado oficio; pero, como al propio tiempo que deseo combinarlo todo, es mi ánimo y constante voluntad, no perjudicar en lo más mínimo a los vasallos del Rey Nuestro Señor ni a las rentas públicas del cargo de V.S., le remito 7,000 pesos para que con ellos se cubra el exceso de los gastos de mi entrada, sobre los 8,000 asignados, esperando que cuando V.S. haya liquidado la cuenta respectiva, me la pasará para completar lo que aun faltare, o para que se me devuelta el sobrante si hubiere. Cesando así la principal causa que precisaba a V.S. a reiterar y esforzar su instancia para el permiso de la Corrida de Toros, cesa por consecuencia el motivo de volver a tratar del asunto, que por ahora queda terminado con esta resolución. Dios, etc., 11 de septiembre de 1800.-A la Nobilísima Ciudad”.269

Y por supuesto, como apunta el propio Rangel, es ocioso todo comentario que se haga a estos documentos. Su sola lectura retrata fielmente al antitaurómaco Señor Marquina. En otro asunto semejante, se encuentra su mismo comportamiento para no permitir unas corridas de toros, ocurridas en Jalapa, claro, siempre bajo difíciles estiras y aflojas.270 Veamos el caso de Jalapa. Como primer punto, habrá que aclarar que fue el propio Cura párroco de Jalapa, Gregorio Fentanes quien pidió al virrey Marquina no permitiera las corridas en esa población, a pesar de la defensa que para tales festejos hiciera el abogado de aquel Ayuntamiento, Marcelo Álvarez. Como es de suponerse, el Virrey anti-taurómaco negó de plano que en lo sucesivo se verificaran tales fiestas sin permiso previo, no obstante que desde tiempo inmemorial se efectuaban sin ese requisito; pero se había propuesto suprimir la fiesta brava, y no importaba el pretexto que invocara a fin de lograrlo...271

En el debate originado entre las tres autoridades, todavía tuvo arrestos el Ayuntamiento para plantear lo siguiente: Y para que ningún requisito se heche de menos, patrocinan la costumbre los de la licencia Superior de este Gobierno. Este virtualmente la tiene concedida (la autorización para las corridas de toros) en la aprobación del abasto de carnes de aquella Villa. El Señor Intendente de la Provincia, instruido de lo que se ejecuta, se decide por la continuación de un uso que no lastima, y sí consulta a la remoción de otros daños. Por todo lo 269

Ibid., p. 309-310. Francisco López Izquierdo: LOS TOROS DEL NUEVO MUNDO. (1492-1992). Madrid, Espasa-Calpe, 1992. 372 p. ils., fots., facs. (La Tauromaquia, 47)., p. 63-64. Don Félix Berenguer de Marquina, nuevo virrey de la Nueva España, no consintió se le obsequiara con toros en la ciudad de México; sin embargo, hubo de conceder licencia para que los indios de San Miguel el Grande celebraran ese año de 1800 sus acostumbradas corridas, aunque sólo autorizó tres días en lugar de las dos semanas que desde hacía muchísimos años tenían concedidos por privilegio. Se hizo ver al virrey Marquina la necesidad de celebrarlas durante esas dos semanas, por ser las corridas buena fuente de ingresos; pero no cedió. Para mayor información al respecto, véase: Miguel Ángel Vásquez Meléndez: “Perjuicios y desórdenes en San Miguel el Grande con motivo de las corridas de toros no autorizadas”. En: Archivo General de la Nación. Boletín Nº 2. México, Secretaría de Gobernación, Archivo General de la Nación, 2003. 6ª época, noviembre-diciembre, 2003, Nº 2. 199 p. ils., fots., facs. (p. 2128). 271 Rangel: Historia del toreo en México..., op. Cit., p. 319. 270

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cual, suplico a la prudente bondad de V. Exa., se digne mandar suspender los efectos de la Orden de diez y siete de febrero de este año (1801), concediendo su superior permiso para que en la primera venidera Pascua se lidien Toros en el modo y forma que van referidos; librándose al intento el despacho correspondiente. A V. Exa. suplico así lo mande, que es justicia: juro etc.-Don Felipe de Castro Palomino, (Rúbrica).Marcelo Álvarez, (Rúbrica). Este ocurso tan bien razonado y un tanto irónico, pasó al Asesor General, quien dijo, que sin embargo de las reflexiones que contiene, la materia era de puro Gobierno y que la Licencia que solicitaba el Ayuntamiento de Jalapa, pendía únicamente del Virrey; que en atención al concepto que su Excelencia tenía formado de semejantes solicitudes y de los daños que por lo regular se originaban de ellas, resolviera lo que le pareciera. Y el decreto que siguió a esta consulta fue: “Habiendo respecto de Jalapa las mismas justas consideraciones que he tenido para denegar igual solicitud a esta Ciudad, no ha lugar a la instancia del Cabildo de dicha Villa.-México, Noviembre 25 de 1801. (Rúbrica del Virrey)”.272

Hasta ahora, y antes de terminar con este pasaje, no hay evidencia alguna sobre lo que

de V-A

A

afirma en una de sus tradiciones, leyendas y sucedidos del México virreinal. Sin

embargo, con el propósito de apelar a la última instancia, me parece oportuno incorporar aquí lo que resultó ser una más de las minuciosas revisiones a los documentos custodiados por el Archivo General de la Nación.

272

Ibidem., p. 323-324.

178


LIBRO DE ESTAMPAS273

Los 24 pasajes que incluye esta obra se inscriben en el muy claro propósito que

A de V-A

estableció a lo largo de su notable producción, dando a sus tradiciones, leyendas y sucedidos del México virreinal el enfoque que se convirtió en obsesión literaria lograda a plenitud, seguramente en medio del gozo que para él producía empuñar la pluma y darse a viajar en el tiempo, entre personajes reales unos; inventados los demás. Y es que no podía ser de otra forma. Ese inmenso paisaje sustentado en los poco más de 55 libros que escribió a lo largo de muchos años, nos permite, como ya lo he afirmado en alguna otra parte de este trabajo, convivir, compartir y hasta dialogar con actores de toda índole, bajo escenarios que recrean un México virreinal o decimonónico del que apenas quedan rastros.274 Ese prodigio también encontró la crítica. Pero Galín de Genaro Estrada275 es, en esencia una obra que, no se contrapone, aunque cuestiona a un Valle-Arizpe que sutilmente Estrada mismo traslada en la persona de Pedro Galindo, un individuo cuyos anacronismos se enfrentan al siglo XX, ese espacio temporal en el que se encuentra esta figura a la que Ni el estruendo de la política, ni el ruido de la capital, ni los más escandalosos sucesos, eran bastantes a alterar el orden de su vida y el curso de sus ideas, y mientras más se aplicaba a la busca, examen y deleite de sus antigüedades coloniales, más se alejaba de la realidad de la vida consueta. Vistiese fuera de la moda, con corbata de damasco, con zapatos de badana y con chalecos de pana; sustituyó el cronómetro por el reloj de llave y se prendió a la corbata una miniatura de azulejo de Puebla; usaba antiparras con grueso marco de carey y tenaza de plata para los cigarrillos, tomaba rapé en caja de madera y escribía con pluma de ave. Llegó a ser, en fin, un anacrónico caballero del Siglo XVII en una ciudad con automóviles, rotativas y estaciones de radio. Y como su nombre, que era un lugar común a pesar de las referencias del nobiliario de

273

Artemio de Valle-Arizpe: Libro de estampas. México, Editorial Patria, S.A., 1959. 231 p. (Tradiciones, leyendas y sucedidos del México Virreinal, XIII). 274 Fernando Benítez: La ciudad que perdimos (Escritos de juventud. 1934-1938). México, Era, 2000. 127 p. (Biblioteca Era, 40)., p. 43: La gloriosa Ciudad de los Palacios ha venido perdiendo en estos últimos años su peculiar fisonomía. Entre el polvo gris de las demoliciones y por encima de los andamios ya asoman nuevos edificios de concreto remplazando a las viejas casonas mexicanas y a los cimborrios espejeantes de las iglesias. La perspectiva de la ciudad ya casi no es la misma. La hornacina de la antigua casa, la alegre torre de la iglesia que identificaba el trazo espiritual de las calles se hallan disimuladas o perdidas entre los extraños edificios, tan apartados de nuestros gustos y de nuestras costumbres. Pronto aquellas iglesias y aquellas casas ungidas de recuerdos, que eran como la prolongación de nuestro pasado, sólo serán evocadas por un puñado de fieles amadores. 275 Genaro Estrada: Pero Galín. México, Editorial Cvltvra, 1926. 173 p.

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Ortega y Pérez Gallardo,276 sonaba a vulgo y modernidad, decidió usarlo de un modo más consonante con sus gustos y costumbres coloniales y sin pensarlo mucho, fuese derecho a la imprenta más antigua de la ciudad y ahí, en caracteres góticos, hizo estampar en tarjetas de visita una sola línea que decía: Pero Galín.277

No podía ser más evidente la burleta y chacota con que Estrada en forma por demás sesgada, nos da el perfil no de Pero Galín, sino de Artemio de Valle-Arizpe. Pero pasemos, por ahora al primero de los pasajes de Libro de Estampas.

Genaro Estrada, autor de Pero Galín.

[PASAJE Nº 27]: GUERRAS FINGIDAS POR PACES MENTIDAS.278

Corre el año de 1538.

Grandes, suntuosas y regocijadas fueron las fiestas con que celebró la ciudad de México las paces que pactaron en el puerto de Aguas-muertas el césar Carlos V y el rey de Francia, el magnífico Francisco I, haciéndose mutuos rendimientos, cortesanías, halagos numerosos y exquisitos, después de haber andado durante muchos años odiándose a muerte y revueltos en guerras inacabables.

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Ricardo Ortega y Pérez Gallardo. Historia genealógica de las familias más antiguas de México. Por don (...) Contador de primera clase en la Contaduría Mayor de Hacienda de la República Mexicana. Socio Honorario de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, de número de la Sociedad Científica "Antonio Alzate," Oficial de Instrucción Pública de Francia, Socio Honorario del Consejo Heráldico de París y activo del Colegio Heráldico de Italia, Alceo Tirio entre los Arcades de Roma. Tercera edición corregida y aumentada con profusión de datos y documentos históricos e ilustrada con hermosas cromolitografías. La segunda edición de esta obra fue premiada con medalla en la Exposición Universal de St. Louis Mo., Estados Unidos de América. México, Imprenta de A. Carranza y Comp. 1908. 3 v. (Primera parte [Concluye] Tomo II). 277 Estrada, op. Cit., p. 37-38. 278 Valle-Arizpe: Libro de..., Op. Cit., p. 17-25.

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También Hernán Cortés y el virrey don Antonio de Mendoza hicieron paces; se reconciliaron con estrecho y dulce afecto, o, al menos, así lo aparentaron, asentando treguas, sosegando de momento sus parcialidades; y, sin dejar salir sus pasiones, pusieron, de consuno, entre sonrisas, una grande avenencia. Comunicándose paz y quietud sosegaron todas sus alteraciones y disensiones, y unidos con la Real Audiencia, con el Ayuntamiento y los principales conquistadores y caballeros de la ciudad, tuvieron juntas amigables para arreglar los festejos con los que se iban a celebrar las dichas paces de Aguas-muertas, y a ellas asistían ambos señores, siempre gozosos, cambiándose palabras cordiales, muy llenas de dulzura y agrado, y se complacían en todo con finas muestras de amor y alegría. Solamente tenían en sus bocas peinadas cortesías. La hipocresía es el viento en que se sustenta el camaleón del poder. Cortés y el Virrey mostraban especial empeño en que las fiestas resultaran espléndidas, y así fueron, en efecto, magníficas, soberbias. Los días que duraron, todos los caballeros de México se pusieron otros tantos vestidos diferentes y de distintos cabos. El oro, la plata, las sedas, las piedras preciosas, abundaron, y realzó más todo esto la alegría, una alegría rebosante y fácil. La ciudad se espantó y quedó atónita al ver toda la Plaza Mayor convertida en un apretado bosque de altos árboles, recios y fuertes, enlazados entre sí por enredaderas tupidas, encima de los cuales volaban prisioneras una gran cantidad de aves de versicolores plumajes, de todas las numerosas especies que había en la Nueva España. Entre la compacta selva se encontraban conejos, liebres, tejones, adives, venados, zorros, osos, coyotes, leoncillos, tigres pequeños, y todos estos animales estaban sujetos de tal manera que parecía que andaban libres. Soltaron al fin cuadrúpedos y aves, y de entre la espesura de la maleza salió, dando largos y festivos alaridos, una multitud de indios que estaban ocultos entre el sombroso follaje, y empezaron con sus gruesas garrotas, sus lanzas, sus arcos, sus flechas y sus gorguces, una divertida cacería, fingiendo, además entre sí, una batalla que más bien parecía danza, y sus certeros tiros iban a buscar la vida a pájaros y fieras entre el alborozo de la muchedumbre que presenciaba aquella caza de montería y volatería y aquel lucido combate, lleno de hábiles y vistosas escaramuzas, en que todos se movían con acompasados y rítmicos pasos de baile. Cuando ya no quedó animal vivo, salieron a caballo, y a todo galope, por varias calles que iban a dar a la Plaza Mayor, muchos escuadrones de negros, siguiendo a su rey y a su reina, todos muy chapados de oro y plata, relucientes de pedrería fina, gorras con grueso mazo de martinetes y garzotas y envueltos en sedas de colores vivos, rojos violentos, furiosos azules, amarillos ardientes, arrebatadores morados, verdes estallantes, carmesíes imposibles. Llevaba la negrada una canción guerrera en los labios, en la que metían ondeantes gritos bélicos que estallaban con ardor entusiasta en la mañana. Los indios salieron a su encuentro y dieron en ellos con coraje. También los negros los embistieron con ímpetu; pero los aborígenes, apretando el ataque, a viva fuerza los hicieron retirar de la plaza y poniéndose luego mucha plumería multicolor en las cabezas, empezaron a danzar al son de

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cantinelas alegres que guiaba una música, oculta entre la arboleda, de chirimías, dulzainas y añafiles, y golpeada con adufes, que la distancia hacía más delicada y grácil. Al día siguiente de nuevo quedó la ciudad admirada y asombrada con gran espectáculo, de ver, en vez de aquel espeso bosque de altos árboles, una ciudad blanca, de apretado caserío, que se dijo era la ciudad de Rodas, sobresaliendo en medio de ella la enhiesta corpulencia de un castillo lleno de torres y de muros imponentes, con sus barbacanas, almenas, matacanes, adarves, saeteras, troneras y ferrado puente levadizo. Ceñía aquella ciudad el cinturón alto y gris de una muralla con parapetos y cañoneras entre los merlones y fosos. El gran maestre de rodas era Hernando Cortés, y tenía por sus capitanes a los más principales caballeros de México, todos con lujosos trajes de terciopelo, de brocado o tisú, llenos de bordaduras con sedas y perlas con sus gruesas cadenas de oro y de pedrería por el cuello, llenas de minúsculos fulgores, y al pecho, sus encomiendas brilladoras. Muchos señores, en caballos enjaezados con vistoso lujo, cabalgaban a la noble brida castellana, embrazando sus lanzas y adargas; otros iban a la jineta, también con sus armas y sus blasones, y gran número con arcabuces, ballestas y rodelas, marchaban a pie y muy erguidos y suntuosos entre sus sedas recamadas. Entraron todos en la ciudad de Rodas de la que brotaban músicas y cantos, y de cada extremo de sus murallas salieron rojos heraldos y dijeron largas loas en honor de Carlos V y de Francisco I, y en seguida, tocaron sones variados con sus trompetas, acompañándoselos los timbaleros con acelerados y festivos redobles con que parece que los estaban puliendo. De pronto, cuatro navíos de alto porte e historiadas proas, surcaron, muy gallardos, por la plaza; se bamboleaban con airosa majestad, como si anduviesen por sobre las aguas del mar, azotándolos las olas y empujados por la ágil fuerza de los remos. Tres vueltas dieron por la anchurosa plaza, entre gritos de entusiasmo, con sus velas tendidas llenas de viento y de sol, y una jubilosa marinería, armada de botavantes, de sables, de arcabuces, de hachas de abordaje, llenaba sus cubiertas, sus mesanas, sus trinquetes, sus mástiles, sus estanteroles, sus foques y escalas, y se asomaban muchos hombres, con caras alegres, por las escotillas. Todos los navíos tiraban grandes cargas de mosquetazos, y jugaban, sin cesar, treinta piezas de artillería a todas partes. El castillo también dio principio a su furor. Se infestó toda la mañana con horrible tempestad de balazos. En la cubierta andaban indios disfrazados de frailes dominicos, haciendo como que preparaban la comida, y otros echaban largas redes, fingiendo pescar para sustento de los combatientes. Terminó la fragorosa batalla naval entre las voces entusiastas y los aplausos de la apiñada muchedumbre, que volvió a tender su vasto silencio para admirar la nueva escena que se representaba en la anchurosa Plaza Mayor. Junto a la muralla aparecieron unos pastores con sus ganados de ovejas, tocando aires idílicos en zampoñas, rabeles y gaitas, y a su son bailaban otros con gallarda gentileza. En esto, salieron a caballo dos capitanes turcos, ataviados con lujo extraordinario de terciopelos y camocanes estofados, llevando encima sus alhajas con mucho oro y pedrería, y

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en sus altos turbantes de sedas listadas, gráciles penachos de plumas blancas, sostenidas por joyeles preciosos. Estos dos capitanes iban como acechando, en espera del momento oportuno, para asaltar y robar los ganados; pero uno de los pastores, al verlos, escaló la muralla, haciendo ágiles y elásticas gracias de acróbata, y corrió al interior de la ciudad a dar aviso al gran maestre de Rodas, Hernán Cortés, quien salió caracoleando en su brioso caballo, cuatralbo negro, con caparazón carmesí, seguido de todos sus elegantes capitanes y soldados que cabalgaban en potros con plumajes versicolores en la cabeza, con cintas se enjaezaban sus crines y lucían largas gualdrapas de damasco colorado bordadas en sedas vistosas, y dieron, con gran ímpetu, sobre los ladrones, que ya se llevaban los ganados entre los gritos de aflicción y los llantos de los pobres pastores. En oportuno auxilio de los turcos, salieron por todos lados de la plaza una infinidad de ellos con trofeos de la gentilidad, y ataviados también con ostentoso lujo de almalafas recamadas de oro y aljófares, ceñidas con cinturones orfresados, y trabaron con los españoles un gran combate, esgrimiendo sus lanzas y cimitarras. Chocaban unos contra otros con furia y ardimiento, y todos, por igual, metían en la batalla grandes prendas de valor. Salieron más escuadrones de abigarrados turcos para asaltar a Rodas, y con brigolas abrieron en las murallas anchas, enormes brechas, y por ellas se introdujeron en combates vehementes; pero salieron de la ciudad asaltada lombardas, falconetes, pasavolantes, culebrinas, sacres, berzos y cañones serpentines, y empezaron sus disparos entre redondas nubes de humo, y les hacían atronadora segunda los que brotaban constantes, de todas partes del castillo y de las casas, coronadas, además, de tropas que no cesaban un punto en las descargas. Uno y otro bando cargaba con resolución, diciéndose su valentía con las bocas de los mosquetes. Los españoles, desatando furiosos torbellinos de tajos y reveses, vencieron a los turcos, cortándoles los pasos en sus hazañas y proezas, y les tomaron muchos prisioneros para ponerlos bajo el suave yugo de nuestra santa fe. Al ver salir a los hispanos muy gallardos y pujantes con la victoria, todo el mundo estalló en formidables aplausos y en entusiastas gritos de alegría, creyendo que aquella farsa vistosa era cosa cierta y verdadera en la que se habían humillado para siempre los penachos y los bríos de los revoltosos infieles. Para celebrar el triunfo de su victoria se soltaron, entre el glorioso exceso solar de la plaza, ocho toros bravos, muy boyantes, uno tras otro, que lidiaron los vencidos y los vencedores, recibiendo del Virrey y de las damas, muchas galas en dulces, bandas y flores, por su valiente intrepidez y destreza en capearlos, cargarlos de hierros y varas, desjarretándolos y matándolos en seguida a lanzadas, sin que las fieras, en su ímpetu, les diesen alcance.

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La suerte de alancear toros fue escena común en la Nueva España, tan luego se dio paso a la colonización. Fuente: Antonio Navarrete. TAUROMAQUIA MEXICANA, Lám. Nº 5. “El alanceo de toros”.

Al día siguiente, fogueada también la Plaza Mayor por el sol, se alancearon y se capearon más reses bravas ante un apretado y bullicioso concurso de gente popular que llenaba las graderías, agitando pañuelos de colores y banderillas. Las mujeres de los conquistadores y las de los principales vecinos de México, estaban centelleando de contento en las ventanas de la gran plaza, luciendo tafetanes, brocateles, damascos, oro, plata y pedrería abundante, que era cosa riquísima de ver. En los corredores altos –en las abiertas galerías o loggias de los edificios-, había más damas, y no parecía, mirándolas, sino que se había soltado abril y mayo con tanta diversidad de hermosuras y galas con las que espléndidamente se ataviaban; estaban todas esas damas robando con su belleza los ojos a todo el mundo. Servían a las señoras galanes muy corteses y elegantes, obsequiándolas con rosquillas, hojuelas, gajorros, pestiños, melindres, puchas, bizcotelas y otros regalos de horno y sartén; con nevados y confites, diacitrones, piñonates, almendras en garapiña, peteretes, alcorzas, mostachones y mazapanes llenos de finas y delicadas labores de azúcar, con mucho oro por encima o bien muy áureos y plateados, lucían ya las armas del virrey Mendoza o ya las del marqués del Valle, y, además, de frutas de la tierra, frescas, rosadas, aguanosas, las agasajaban con variadas conservas, con vinos generosos de una gran gama de fragancias, con aloja nevadas, con rosoli, con chuca, con celia, con agraz, con mistelas aromáticas y refinadísimas, con cacao con su espuma y con sus respectivos canutillos de suplicaciones para entretenerlo deliciosamente. Todo esto se sirvió en numerosas vajillas de oro y plata. De todas las galerías bajaban a la plaza, sobre el bullicio y vocerío de la multitud, suaves músicas de pífanos, de cítaras, de albogues, de anafiles, de flautas, de dulzainas, ondeantes sones de arpa. Al otro día, el cuarto de las fiestas, se volvieron a correr toros bravos, se representaron nuevas y graciosas farsas y se jugaron, vistosamente, cañas y se tiraron bohordos; a

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Hernando Cortés, que fue uno de los caballeros que salieron a contender, en un corcel con luengas gualdrapas bordadas, le dieron un formidable cañazo en el empeine de un pie, y por mucho tiempo quedó cojo del golpe. Aquellos de los malos pies pisan muy firme –dice Gracián-, y, cojeando ellos, hacen asentar el pie a muchos. El quinto día hubo carreras de caballos que partían desde la distante plaza de Santiago Tlatelolco hasta la Mayor de México, y se daba de premio a los dueños de los más veloces unas varas de terciopelo y raso galoneado para gualdrapas, y fuentes con dinero en oro. También hubo muy graciosas carreras de mujeres, que fueron celebradas con mucho regocijo y aplausos. A todas las corredoras, de tan ligeras, parece que les nacieron alas en los pies; “siguieron del ciervo el curso arrebatado”, desde los portales de las casas del tesorero Alonso de Estrada, hasta las Casas Reales, y a las que llegaron primero al puesto se las premió con joyas, lienzos blancos de oloroso hilado y cortes de vestidos de tafetán, anafallas y chitas, mondadientes de oro, prenderos de nácar, conchas de plata y cajuelas de marfil llenas de dulces cubiertos. Por las noches, mientras duraron las fiestas, salían unas veces suntuosas cabalgatas, llenas de antorchas, y otras veces salían mascaradas alegres con trajes ridículos, cantando coplas y diciendo mil chistes que llenaban las bocas de risas. Aseguraban muchos conquistadores viejos y otras personas que habían andado mucho por el mundo, que jamás habían visto en su vida fiestas tan suntuosas, tan grandes y tan magníficas como aquellas fiestas con que México celebró las famosas paces de Aguasmuertas. Decidirme reproducir en su totalidad este pasaje, me lleva a hacer una serie de reflexiones que intentarán despejar algunas dudas. Desde luego, la fuente esencial de la que parte todo este relato, es el amplio apunte que proporciona Bernal Díaz del Castillo. 279 Por otro lado, es el propio

A de V-A

quien termina permeándolo de una diversa y rica gama de tonos

descriptivos, muchos de ellos verdaderas composiciones del despliegue intensamente colorido con el que adornaba los acontecimientos que, como el de las “paces de Aguasmuertas”, significaron un importante momento para la vida de España y Francia. Pero también uno de los primeros con que la Nueva España se una a la celebración de los que

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Bernal Díaz del Castillo: Historia verdadera de la conquista de la Nueva España. Introducción, catálogos, noticias bibliográficas e índices, elaborados por Federico Gómez de Orozco, de la Academia Mexicana de la Historia y catedrático de la Universidad Nacional Autónoma de México; Guadalupe Pérez San Vicente, profesora de Historia de la Universidad Nacional Autónoma de México y de la Universidad Iberoamericana de México y Carlos Sabav Bergamín, Secretario Fundador del Instituto Cultural Hispano mexicano, ciudad de México. Con estampas de José Bardasano. México, Fernández Editores, S.A., 1961. XXIV-719 p. Ils., maps., p. 621-623: Como en México se hicieron grandes fiestas y banquetes y alegría de las paces del cristianísimo emperador nuestro señor, de gloriosa memoria, con el rey don Francisco de Francia, cuando las vistas que tuvieron sobre Aguas muertas.

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serían todo ese conjunto de pretextos de semejante circunstancia a lo largo de los tres siglos de dominación. Este largo recuento nos permite entender también la forma en que nuestro autor era capaz de articular y poner en juego una serie de elementos de toda índole, con los cuales se construyeron escenarios que nos deslumbran por su fuerza y realidad, a veces con algún grado de exageración, necesario sí, pero suficiente para no empalagar la lectura, y tampoco la imaginación. En ese sentido estriba buena parte del quehacer descriptivo de

A de V-A a

quien imagino trabajando en su mesa, rodeado de cuanto libro fuese necesario para convocar todos los elementos posibles y así lograr un recuento como Guerras fingidas por paces mentidas, del que también terminamos entendiendo la gozosa situación anímica que despedían esos primeros novohispanos todavía influidos de belicosas circunstancias, a tan poca distancia, relativamente hablando, de sus últimos episodios guerreros y de conquista, con los que continuarían, por lo menos hasta el que sería el desenlace de uno de los procesos más prolongados: la guerra chichimeca, que concluyó al iniciar el siglo XVII gracias, no solo al empleo de las armas. También fue necesaria la diplomacia y la conversión religiosa. Derivado de ello comenzó a expanderse el sistema de misiones, que alcanzaría un conjunto de territorios hoy ubicados al sur de los Estados Unidos de Norteamérica. En efecto, esa Plaza Mayor que sigue siendo el impresionante escenario para la concentración pública de grandes proporciones, 280 quedó convertida en un enorme bosque, donde fueron a colocarse y concentrarse todo tipo de elementos, capaces de crear una imponente escena teatral como las que ocurrieron en aquellos días de celebración. El rico componente de elementos, aderezos, personajes, entre fingidas representaciones y más de alguna escena donde un lanzazo, como el que sufrió el propio Hernán Cortés o los

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La mañana del 7 de abril de 2005, el jefe de gobierno del Distrito Federal, Lic. Andrés Manuel López Obrador reunió, luego de un impresionante poder de convocatoria a 350,000 habitantes, para escucharlo en un discurso que se convertiría en su primera defensa ante el desafuero del que fue motivo horas más tarde en la Cámara de Diputados, al imputársele un delito que, en opinión de varios juristas y abogados es inexistente. Por tanto, ese conflicto jurídico sin más, se ha polarizado bajo una fuerte reacción política que pretende reducir a la nada a uno de los candidatos con mayor fuerza para contender en las elecciones presidenciales del período 20062012.

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interesantes momentos en que se corrieron toros (eso sí, que no bravos),281 aunque sí con el suficiente ímpetu para embestir, permitieron que la diversión entre el público asistente se desbordara en ocasión tan especial. Apenas unos años antes, los españoles pusieron en práctica el que sería inicio de un impresionante despliegue de fiestas, tal y como lo afirmo en la siguiente cita: DE COMO EL TOREO DE A CABALLO SE REPRESENTÓ POR PRIMERA VEZ EN LA NUEVA ESPAÑA Entre el 20 de abril de 1519 y el 13 de agosto de 1521 se desarrollaron los momentos más intensos de la conquista española sobre el poderoso Imperio Mexica, fundado en la ciudad de Tenochtitlan. Los mexicas aplicaron un control férreo sobre pueblos que terminaron siendo sometidos por la vía del tributo; no cumplirlo significaba la guerra. Los cempoaltecas, chalcas, totonacas y los tlaxcaltecas, entre otros, contribuyeron a su decadencia cuando hicieron alianza con los españoles. La capitulación de la gran ciudad de México-Tenochtitlan ocurrió el día de san Hipólito del año del señor de 1521, y a partir de ese momento comenzó el período colonial que abarcaría tres siglos de esplendor. Las fiestas y torneos caballerescos nos muestran uno de los múltiples aspectos que conforman la vida cotidiana de una sociedad, en este caso, la novohispana. “Correr toros” se decía comúnmente y es ahí donde las historias nos hablan de un primer festejo celebrado en lo que hoy día son los terrenos del convento de San Francisco, justo el 24 de junio de 1526, noticia que entre otros, registró el propio conquistador Hernán Cortés, en estos términos: “Otro día, que fue de San Juan, como despaché este mensajero, [para dar la bienvenida al visitador Luis Ponce de León] estando corriendo ciertos toros y en regocijo de cañas y otras fiestas...”; todo ello en su quinta Carta-Relación, que conoció al detalle el Rey Carlos V en España. Aunque nos asalta la duda sobre los “ciertos toros” que menciona el propio Cortés. ¿Acaso no serían los “extraños toros mexicanos con pelaje de león y joroba parecida a la de los camellos” que asimismo los describe Cortés y cuya similitud es igual al bisonte que tenía Moctezuma en su maravilloso zoológico? Poco a poco fueron llegando diferentes variedades de ganado no sólo de España, también de islas como La Española, las Antillas o de Cuba, al grado de que el mismo Cortés envió al valle de Toluca un buen número de ellas. Por cierto, era común en aquellos tiempos el juego de cañas. “Correr cañas” era una antigua forma de destreza hípica en la que los contendientes se arrojaban mutuamente lanzas, el fin de este simulacro de guerra era derribar a los adversarios o desarmarlos. Torneos y justas son las primeras demostraciones deportivas de los españoles en tierras nuevas. Para ello fue necesario el elemento material que era suprema condición: el caballo. La moda caballeresca de los

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La ganadería novohispana se orientó hacia el concepto del abasto y en parte, debido a la grande y rápida reproducción registrada, a una colateral de la vida cotidiana: las fiestas caballerescas. El mucho ganado existente permitió el desarrollo de infinidad de estas demostraciones no sólo en la capital, también en sus provincias y en poblaciones tan lejanas como Durango o Mérida. Lo que es un hecho es que la ganadería como concepto profesional y funcional se dispuso con ese carácter, y en España hacia fines del siglo XVIII. México lo alcanzará hasta un siglo después. Que el ganado embestía, era la reacción normal de su defensa; y obvio, entre tanta provocación existía un auténtico y furioso ataque de su parte. Ganado vacuno lo había en grandes cantidades. Su destino bien podía ser para el abasto que para ocuparlo en fiestas, donde solo puede imaginarse cierta bravuconería del toro que seguramente, nada debe haber tenido de hermoso, gallardo o apuesto como le conocemos en la actualidad. Quizás eran ganados con cierta presentación, eso sí, con muchos años y posiblemente exhibiendo una cornamenta extraña y espectacular.

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siglos XV y XVI estaba aquí. El español buscó defender la tradición medieval. Toros y cañas iban juntos, como espectáculos suntuosos y brillantes en la conmemoración de toda solemnidad.282

Todavía en A paces falsas comidas ciertas, Valle-Arizpe sigue relatando ágapes, comelitones, entremeses y otras fantasías culinarias, resultado de que para ese capítulo inmediato posterior al que aquí se reseña, sigue siendo consecuencia del insólito acontecimiento que acaban de disfrutar los habitantes de la capital de la Nueva España, en esos días finales de 1538.

[PASAJE Nº 28]: MOCTEZUMA Y ATAHUALPA EN LA CORTE DE LAS ESPAÑAS.283

El sucedido que viene a continuación es, a mi parecer, una auténtica joya. Y lo sustento luego de haber revisado diversas fuentes, sin encontrar siquiera alguna insinuación, por sesgada que esta fuera de un acontecimiento que se relaciona con la visita de importantes personajes americanos a la corte de Felipe II en 1572. Revisadas las obras de Nicolás Rangel, José de Jesús Núñez y Domínguez, José Álvarez del Villar, Heriberto Lanfranchi, Benjamín Flores Hernández, Ángel López Cantos, e incluso la del propio José María de Cossío entre otras más, 284 ninguna menciona lo que a continuación podrán leer.

Gran alfombra, de Bujara o de Flandes, cubre toda la anchurosa estancia. Entre los bufetillos, los contadores, los sillones, las silletas de caderas, hay mullidos almadraques de seda en los que se sientan las damas. Sus basquiñas y sus justillos, rojos, azules, amarillos, violetas, verdes, tienen un grato resalte en la penumbra, brillan sus guarniciones de oro, albean sus encajes. Los caballeros van y vienen por la estancia; están de pie ante las damas, sonríen y dicen cosas agradables. La conversación tiene un rumor cálido. La tarde unta sus tenues luces en los cristales de los balcones, y a través de ellos deja ver sus celajes, de un femenino tornasol de rosa. Entran en la cuerda doncellas y pajes; presentan ante las damas y los señores, poniendo la rodilla en tierra, anchas bandejas de plata cincelada, en las que hay frágil repostería conventual, confituras gloriosas o finas copas, en las que muestran sus colores la aloja, el rosoli y la clarea. Se ven las manos blancas y delicadas que, con leve ademán, alzan los sutiles cristales, en los que se posan con delicia las bocas, o levantan los 282

Coello Ugalde: Novísima grandeza de..., op. Cit., p. 19-20. (Época colonial. Siglos XVI-XVIII, primera parte). 283 Valle-Arizpe: Libro de..., Op. Cit., p. 45-51. 284 Véase bibliografía.

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quebradizos hojaldes, los encanelados, gaznates y los canutillos de suplicaciones con que se entretiene el refresco. Después de hablar de unos brocados, de unos tabíes, de unas capicholas, de unos jametes y de unos terciopelos de tres altos, que le llegaron en el último galeón al mercader Lesama, se pondera mucho el sermón que Fray Alonso de Alcalá oró en San Francisco, con gran despejo y elegancia, y se dice luego de una monja iluminada y extática, que cuando está en oración dizque se eleva ocho palmos sobre el suelo. Después pasa gentilmente la plática a comentar la lucida fiesta, en que los principales señores de la ciudad hicieron escaramuzas, jugaron alcancías, pandorgas y estafermos, arrojaron bohordos y corrieron la sortija en la Plaza Mayor, rigiendo sus corceles con gran destreza y donaire. -Ya que viene la conversación a este punto, dice el fastuoso minero don Gil Dorantes de Almanza, he de leeros en esta tarde la carta que me ha mandado desde Madrid mi primo el conde. Con esta carta yo me he puesto vano al saber lo bien que lo han hecho mis paisanos en la Corte de las Españas. Aquí está la carta. Después de la cruz y del cordial tratamiento que me da mi primo el conde, me dice que recibió el chocolate que le envié para los padres jerónimos, y que él se dejó, claro, unos olorosos tablillones; que su hija, doña Sol, ha entrado monja en las Descalzas Reales; y que con el padre jesuita Pedro Sánchez, que manda a estas Indias a fundar colegios el padre Francisco de Borja, que en el siglo se llamó el marqués de Bombay, que con ese padre me remite una arqueta con reliquias y un libro famoso que anda allá de mano en mano, y que se rotula Vida del Lazarillo de Tormes y de sus fortunas y adversidades, y a seguida me dice que en Madrid no se habla de otra cosa sino de lo muy jinetes que son los de México, con motivo de la brillante fiesta con que obsequiaron al rey nuestro señor don Felipe II el día de su santo, el 23 de enero de este año de gracia de 1572, varios caballeros mexicanos y peruanos, que se encuentran en la Corte 285 negociando varios asuntos, y que allí todo el mundo se hace lenguas ponderando su agilidad y maestría, porque son los de esta tierra los mejores hombres de a caballo que han visto. Oigan lo que a ese respecto dice la carta que me ha mandado mi primo el conde: “La plaza que está delante de Palacio se atajó con tablados, señalados a los Consejos y a los grandes y otras personas, dejando un gran cuadro para la fiesta, muy bien aderezado el suelo y tenía dos puertas, la una junto a San Gil y la otra arrimada al muro fronterizo de las caballerizas, y toda la gente, procuró ir muy temprano, porque se creía que había de haber gran apretura, por tenerse concedido gran opinión de que había de ser muy buena fiesta. “Sus Majestades el rey y la reina, nuestro señores, se pusieron en la reja grande que está sobre la segunda puerta de Palacio, donde estuvieron la serenísima princesa de Portugal y los príncipes de Bohemia y las damas en sus lugares, y todo lo demás de Palacio y de la plaza lleno de gente esperando los jugadores, los cuales, casi a las cuatro de la tarde, llegaron con gran música de trompetas y atabales y menestrales, y vinieron hechos dos alas, 285

Conviene apuntar que en 1561, Felipe II trasladó la Corte de la imperial Toledo a Madrid.

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cada una de veinte caballeros y cada ala dividida en cuatro cuadrillas. Entraron todos con sus lanzas y adargas. Los de la una ala eran veinte caballeros de la Nueva España, y los de la otra eran veinte caballeros del Perú. “Los del Perú venían vestidos a modo de indios de cierta provincia que hay en aquel reino, con camisetas de terciopelo amarillo y mantas de raso amarillo con ciertas bordaduras muy anchas de plata, que casi tomaban todos los campos, y en las cabezas los tocados que suelen traer aquellos indios, que son como albaneses, de terciopelo negro, y una media luna y una saeta de chapería de plata muy grandes, sobre los capeletes y muchas plumas en ellos. Delante de los pechos traían una plancha de plata bruñida y en los brazos brazaletes de la misma plata, y sus máscaras, hechas al natural, como de indios, con sus perlas o piedras en las barbas y gregüescos de terciopelo amarillo y borceguíes colorados con lazos grandes, todos de una misma hechura. “Los de Nueva España también venían vestidos al modo de aquella provincia, con camisetas de raso encarnado y mantas de terciopelo verde aforrado en raso blanco. Las camisetas venían guarnecidas con ciertos bastones y follajes romanos, hechos de chapería de plata, con sus largos de la mesma chapería, que los tomaban todos. Las mantas también estaban guarnecidas con otra chapería de plata, que tomaban desde los codos hasta los hombros, donde se ponían muy grandes plumajes y lo mesmo en las cabezas. Traían todos caballeras de una mesma manera y máscaras con sus esmeraldas en las barbas, y gregüescos de terciopelo verde y los borceguíes como los del otro puesto. “Ninguno de todos cuarenta obo que no llevase cuatro o cinco caballos, con muy buenos jaeces, y los más comprados de nuevo para la fiesta. En medio destas dos alas de los cuarenta caballeros venían unas andas, en que se traían dos hombres muy ricamente vestidos, a modo de indios, que representaban a Moctezuma, rey de México y Nueva España, y Atahualpa, rey del Perú. Traían las andas ciertos indios y alrededor dellas venían ciento y veinte indios a pie, la mitad vestidos al modo de México, con flechas y saetas en las manos y la otra mitad del Perú, con sus máscaras y plumas, tan al natural los unos y los otros, que quien conoce los que allá viven afirmara ser estos dellos. Todos venían gritando como suelen hacer los indios en sus regocijos. “Con esta orden parecieron estos dos reyes ante Su Majestad; diciéndose que habían sabido el próspero nacimiento del príncipe don Fernando, nuestro señor, y que venían de sus tierras con aquellos sus vasallos a regocijar tan buena nueva. Su Majestad los mandó subir a un tablado que estaba hecho para aquel efecto, donde estuvieron con sus sombras de plumaje y sus mascadores grandes, en la forma que solían andar los que representaban, y habiéndolos puesto en su tablado, los cuarenta caballeros, habiendo hecho su acatamiento, se volvieron a salir por la mesma puerta de hacia San Gil, por donde habían entrado. “Fuéronse los cuarenta caballeros por detrás de los tablados hasta la otra parte que esta junto al muro frontero de las caballerizas, y de allí, con toda su música delante, hicieron su entrada de juego de cañas, tan concertadamente y tan como hombres de a caballo, que pocas

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se han visto en este reino más dignas de ser vistas, porque todos los caballos que llevaban eran escogidos y ellos muy usados en aquel ejercicio. “Después corrieron de dos en dos por toda la plaza, hasta que se les cansaron los caballos y se tornaron a salir por la mesma puerta y tomaron otros, y con sus adargas y varas tornaron a entrar, también corriendo, hasta que vinieron a quedar en los puestos donde habían de jugar. “Comenzaron, desde luego, el juego, el cual duró tres cuartos de hora, con grandísimo concierto y orden, porque los cinco que salían cada vez no volvían a donde salieron, sino al lugar más bajo en aquella hilera, y en partiendo ellos se llegaban otros cinco a ocupar aquel puesto de donde habían de partir, y los contrarios nunca partían de su puesto hasta que los que venían habían desembarazado y tenían vueltos los rostros de los caballos para retirarse, y desta manera nunca obo desconcierto, ni caballos rezagados, y fue mucho no haber algún caballo desbocado que no parase hasta meterse por el puesto contrario, y aunque traían determinación y alientos para jugar una hora entera, como lo suelen hacer en las Indias, pareciéndole a Su Majestad que los caballeros andaban muy cansados, mandó que los menestrales los despartiesen, y ansí se salieron todos en buen orden, sin turbar los puestos, ni aun sin dejar los compañeros, y tomando otros caballos frescos, con sus lanzas y adargas, volvieron a entrar al galope por la puerta y comenzaron entre sí una escaramuza cuan bien ordenada se puede imaginar y tan semejante a la verdadera, que no faltaba sino alancearse. En la cual se mostraron todos hombres muy diestros a caballo, porque, con andar tan mezclados que apenas se conocían, en un punto se tornaban a dividir los puestos, saliendo unos de otros como si nunca se obieran juntado, y desta manera duró buen rato la escaramuza, que a todos pareció cosa muy nueva y muy señalada. “Sintiendo ya cansados los caballos, se volvieron a salir de la plaza, y tomando otros con varas en las manos, tornaron a entrar en ella y corrieron muchas carreras de dos en dos y de cinco en cinco, y después de veinte en veinte, lo cual duró hasta que les faltó la luz y entonces volvieron a tomar a sus reyes como los habían traído y haciendo acatamiento a Sus Majestades, se salieron de la plaza, y tomando hachas encendidas anduvieron de la mesma manera por las calles de Madrid, con gran regocijo y contento de los que no habían visto la fiesta. “A su Majestad don Felipe II le pareció tan bien la fiesta, que les envió agradecer cuán bien lo habían hecho y la obligación que se quedaba de hacelles por ello merced; y en un billete que sobre ello escribió al presidente del Consejo de Indias, decía tres veces que la fiesta había sido muy buena, y es cosa bien de considerar que de solos los negociantes de aquellas provincias que aquí se hallaron, se haya podido ordenar una tan lucida y señalada fiesta, que no hay quien haya visto en Castilla otra más concertada: que cuanto a la riqueza bien se entenderá que tal fue pues se cree que les ha costado más de diez mil ducados”. -Aquí da fin a la carta de mi primo el conde, con la data de 12 de febrero de 1572. ¿No es esto para alegrarse y para que esté complacido nuestro orgullo? Sabemos bien que todo lo

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que se diga de nuestros paisanos en lo tocante a vaquear y al manejo del caballo, ninguna hipérbole es encomio, ninguna exageración arrojo. Así es que a mí no me extraña que hayan tenido tantos panegiristas como lenguas hay en la Corte. Damas y caballeros van a decir ya con alborozo, comentando esa carta vivaz y colorida, encarecidos loores de los caballeros mexicanos que llevaron su destreza hípica y el esplendor de su lujo a la villa de Madrid; damas y caballeros van a decir esas cosas y otras más, cuando un criado, alzando la gran cortina de la puerta, anuncia solemne: ¿El señor inquisidor mayor! Lo cual abrió un vasto y anhelante silencio en la tertulia. La presente tradición, leyenda y sucedido del México Virreinal, posee una serie de matices, entre los que llaman la atención varios aspectos, a saber:

Fiesta en la Plaza Mayor de Madrid, durante el curso del siglo XVII.

1.-¿Quiénes eran los dichos “caballeros mexicanos y peruanos”, y que asuntos los llevaron a la Corte en una ocasión tan especial y que coincide al celebrarse el día de su santo del monarca? 2.-Es curioso el hecho de que, justo en aquel año se expidió una real cédula, determinando la agrupación de los caballeros en cofradía, 286 bajo la advocación de algún santo, para celebrar justas, torneos y otros ejercicios militares, siendo los caballeros de dicha localidad los primeros que, en junta de 3 de agosto de 1573 acordaron la creación de la maestranza rondeña. ¿Tales señores convinieron o participaron en dicha creación, con el nombre de Cofradía del Espíritu Santo? 286

Benjamín Flores Hernández: La Real Maestranza de Caballería de México: una institución frustrada. Universidad Autónoma de Aguascalientes/Departamento de Historia. XI Reunión de Historiadores Mexicanos, Estadounidenses y Canadienses. Mesa 2. Instituciones educativas y culturales. 2.5 Educación y cultura, siglos XVIII y XIX (no. 55). Monterrey, N. L., 3 de octubre de 2003. 13 p., p. 8. Véase ANEXOS.

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3.-¿Se trata de alguna posición específica de aquellos 40 caballeros para confirmarle al monarca su lealtad, pero también su desacuerdo en cuanto a no intervenir ni aceptar levantamientos como los ocurridos con los hermanos Ávila y Martín Cortés en 1566 o el muy desagradable de Lope de Aguirre, luego de sus iniciales declaraciones de rebeldía y/o de independencia, hecho ocurrido en los momentos de realizarse la búsqueda y conquista de el Dorado, que fue provincia y jurisdicción de la audiencia de Santo Domingo en 1542? 4.-¿Cómo se explica que esa presencia se justificara trayendo dos hombres muy ricamente vestidos, a modo de indios, que representaban a Moctezuma, rey de México y Nueva España, y Atahualpa, rey del Perú? 5.-¿Cómo entender esta fastuosa puesta en escena, donde además de los cuarenta nobles o miembros de la elite aquí citados, se sumaron al festejo otros 120 indios, lo que implica, en términos teatrales, una compañía de gran calado? 6.-No perdamos de vista que justo, en aquel año, arribó a la Nueva España la orden de los jesuitas. 7.-Algo que no puede escapar a todas estas observaciones, es el hecho de que para fecha tan temprana, esos caballeros deben haber tenido algún conocimiento de los primeros tratados de caballería, libros de ejercicios de la jineta, advertencias o preceptos para el uso del rejón, la lanza y la espada, entre otros. Esto nos permite suponer que conocieran la literatura que sobre los “libros de caballería” y todo su sentido de épica, misma que circulaba en diversas ediciones y que los estimulaba a seguir diversos modelos, como se estilaba en aquel siglo XVI. 8.-Y lo que puede ser el planteamiento más importante: este grupo compacto hace un viaje a España ocho años antes de la publicación del ya conocido Tratado de la Caballería, jineta y la brida... de Juan Suárez de Peralta,287 personaje que habiendo vivido largo tiempo en Nueva España, aparece en la península en 1580 con su obra bajo el brazo, como compendio de sus experiencias acumuladas en este lado del mar. Es decir, tanto los nobles 287

Juan Suárez de Peralta: Tractado de la Cavallería jineta y de la brida: en el qual se contiene muchos primores, así en las señales de los cavallos, como en las condiciones: colores y talles: y como se ha de hazer un hombre de á caballo (...) En Sevilla, año de 1580. México, La Afición, 1950. 149 p. Ils.

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novohispanos como los del virreinato del Perú, ya cuentan con una sólida experiencia en el dominio del caballo y las dos sillas: jineta y brida, que ponen en práctica nada menos que frente al monarca en turno. De lo anterior puede deducirse que los americanos, al margen de conocer o no las reglas o tratados de caballería, demostraron sus capacidades como fruto de la acumulación de experiencias por estas tierras. Por una parte, Miguel Luque Talaván,288 en “La nobleza indiana de origen prehispánico” plantea la condición establecida a partir del linaje procedente de dos culturas indígenas, de las que derivaron ramas de poder como el establecido por Moctezuma y Atahualpa. Por otro, encuentro en una obra de Juan de Torres los siguientes versos: Juego de Cañas nocturno en Madrid en 1572 Llegada que fue la noche ante el palacio venían numerosos caballeros con libreas y divisas y alumbre de muchas hachas lanzas rompen y corrían y después de haberlas roto juegan a las alcancías. Domingo treinta del mes grandes torneos se hacían y luego justa real en las cuales mantenían don Rodrigo de Mendoza caballero de valía, también don Diego de Acuña que en la cámara servían a su Real Majestad, los cuales muy bien lo hacían.289

Los dos hombres muy ricamente vestidos, a modo de indios, que representaban a Moctezuma, rey de México y Nueva España, y Atahualpa, rey del Perú, ¿no serán acaso, tanto Rodrigo de Mendoza como Diego de Acuña?

288

Véase en ANEXOS, Miguel Luque Talaván: ANÁLISIS HISTÓRICO-JURÍDICO DE LA NOBLEZA INDIANA DE ORIGEN PREHISPÁNICO. 289 El deporte en el siglo de oro. Antología (Realizada por José Hesse). Madrid, Taurus Ediciones, S.A., 1967. 180 p. (Temas de España, 58)., p. 135-136. El verso recogido proviene de la obra de Juan de Torres: Relación del nacimiento y cristianismo del serenísimo Príncipe don Fernando, Medina del Campo, 1572.

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Tómese en cuenta que el dicho Juego de Cañas ocurrió en otra fecha, pero sí en el mismo año, lo que indica la enorme posibilidad de que tal contingente de personajes referidos en este pasaje pudiesen haber protagonizado este otro festejo. Poco, muy poco se ha encontrado al respecto, que no sean insinuaciones sobre aquella extraña pero colectiva presencia de personajes perfectamente ubicados en un rango social preeminente de uno y otro virreinato. Los intensos movimientos con trasfondo político derivaban en circunstancias tan específicas como la reseñada aquí por

A de V-A, por lo que,

no es muy clara la fuente de donde toma estos datos y más aún, el motivo que orilló a los cuarenta personajes que, en acción conjunta se presentaron ante el monarca no sólo para realizar las muy armónicas escaramuzas. Sino para enterarnos a qué fueron en momento tan particular a Madrid, y realizar gestiones, además de “escaramuzas” muy en el estilo de lo que establecían los “Tratados de Caballería”, como el del Capitán Pedro de Aguilar que, casualmente circulaba ya en ese 1572, impreso salido de la casa de Hernando Díaz. 290 Formuladas en principio esas preguntas, por ahora sin respuesta concreta, me parece que es momento de continuar, a reserva de que en su momento se cuente con elementos precisos, aclarando así la tan notable y curiosa anotación de nuestro autor. En su momento, el PASAJE Nº 26: SEGUNDA SERIE. COSAS DE MARQUINA. MAGNÍFICO DECRETO generó un sinfín de dudas, porque no se ha tenido acceso directo al decreto en el que el virrey Marquina afirmara –en orden tajante-, de toros, imprecisa en fecha]

que [aquella precisa corrida

se declaraba nula y sin ningún valor... Y así se hizo.

El dato

sobre si fue por alguna de las pocas celebradas durante alguna tarde de su corto gobierno entre 1800 y 1803, fuera en la ciudad de México, Jalapa o San Miguel el Grande no queda claro.291 Del mismo modo, este asunto de 1572 mueve a enormes vacilaciones que, en la 290

José María de Cossío: Los toros. Tratado técnico e histórico. Madrid, Espasa-Calpe, S.A. 1974-1997. 12 v., T. I., p. 452. 291 Heriberto Lanfranchi: La fiesta brava en México..., op. Cit., T. I., p. 114 y 116. Recordaré lo que el presente autor menciona sobre el México taurino en 1800 y México taurino en 1802. 1800: el 30 de abril tomó posesión de su cargo el virrey don Félix Berenguer de Marquina, quien desde el primer día mostró ser enemigo de las corridas de toros. Se opuso terminantemente a que las hubiera en su recibimiento, no permitiendo que el Ayuntamiento capitalino las dispusiera, al como era su intención, y como ya se había empezado a construir un coso en la plazuela del Volador, prefirió pagar de su bolsillo lo que se había gastado, antes que dar el permiso correspondiente para que se efectuaran. Mientras duró su mandato, hasta 1802, no dejó que se celebrara un solo festejo taurino en la ciudad de México.

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medida de lo posible intentaré poner en claro, sea en este lugar, si cabe todavía alguna alternativa, en el resto de la presente obra. Con todo lo anterior no pongo en duda las fuentes de don Artemio. En todo caso, miremos su pluma y mente dejadas llevar por la fascinación, donde al fin y al cabo, es lícito matizar al hecho histórico sí registrado con algunas libertades literarias salpicadas de esa privilegiada imaginación que caracterizaron al inagotable autor saltillense. Por otro lado, y es momento de decirlo, habría que cuestionarle, en más de un caso, la fuente, la cita, ausentes de ese amplio bagaje literario trabajado en largos años de producción. Pues bien, fue luego de leer casualmente una obra de José Álvarez del Villar 292 como me enteré de la fuente, remitiendo al autor también de forma por demás vaga a las Crónicas de Amado Nervo. Localizado el volumen XXV de sus Obras Completas, apareció la mencionada Crónica, bajo el título: UNA FIESTA DE CABALLEROS MEXICANOS, 293 la cual me parece digna de ser reproducida en su totalidad para darnos una idea cabal del asunto, y así terminar con este ir y venir de inconsistencias. No, amigos míos, no vamos a hablar de una de esas fiestas de señorones americanos seudoeuropeizados que viven la mayor parte de su vida en los Parises, y en cuyos salones (le monde oú l´on s´ennuie), veinte o treinta snobs aburridos juegan al bridge... o hablan mal del dueño de la casa! Se trata de una espléndida, de una suntuosísima fiesta organizada en Madrid por caballeros mexicanos y caballeros peruanos, en honor de los reyes de España. De esta fiesta no ha hablado ningún diario de la Corte. Ningún Montecristo, ningún Madriz y, ningún Rubryck ha escrito melífluas crónicas, no obstante que lo visto ha superado en pompa y riqueza a cuanto suele hacerse. No culpemos, sin embargo, a los suaves cronistas de salones. Por lo que ustedes leerán después, no estaban ellos en aptitud de reseñar la diversión... Yo sí lo estoy, por dos razones: la primera, porque se efectuó al aire libre, en la calle de Bailén, donde se yergue, como ustedes saben, el Real Alcázar, y donde vive también este afable amigo de ustedes; la segunda, porque se me han dado todos los datos, los pormenores todos. Si los periódicos nada mencionan, débese a que esta fiesta se celebró... hace ya algún tiempo, el día de San Ildefonso, Patrón de España y Santo del nombre del Rey, el 23 de Enero... del año de mil y quinientos y setenta y dos!

1802: (No hay noticias taurinas). A principios de año, el virrey Marquina, alegando estar delicado de salud, renunció a su cargo. Fue la Audiencia la que gobernó en su lugar, mientras llegaba a la Nueva España su sucesor. 292 José Álvarez del Villar: HISTORIA DE LA CHARRERÍA. México, Imprenta Londres, 1941. 387 p. Ils., fots., p. 104. 293 Amado Nervo: CRÓNICAS. Obras completas de (...) Volumen XXV. Texto al cuidado de Alfonso Reyes. Ilustraciones de Marco. Madrid, imprenta de Juan Pueyo, 1921. Ils., p. 104-111.

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El rey de España se llamaba entonces Felipe II, y los caballeros mexicanos y peruanos que lo obsequiaron encontrábanse en la Corte negociando varios asuntos. La relación de la fiesta se halla entre los papeles del Conde-Duque de Olivares, maltratados por el fuego; mas no tanto que no haya podido leerse lo que dicen. Estos papeles se encuentran en el precioso archivo de mi distinguido amigo el duque de Alba. Están en las “Relaciones de Ultramar” y acaso no sea inoportuno reproducir siquiera parte de lo que cuentan, por lo curioso y porque acercándonos a la celebración del centenario, viene a pelo toda conmemoración de nuestra bella historia, tratándose sobre todo de desfiles y cabalgatas, que pueden sugerir nuevas ideas a los organizadores nuestros. Sólo, sí, con perdón del Conde-Duque, modernizaré la ortografía, para no hacer muy ardua la labor de las linotipias, máquinas ultramodernas, que no gustan de antiguallas tipográficas. He aquí, pues, la relación, con su sabrosísimo estilo peculiar: “La plaza que está delante de Palacio se atajó con tablados señalados a los consejos y grandes y otras personas, dejando un gran cuadro para las fiestas muy bien aderezado el suelo, y tenía dos puertas, la una junto a San Gil y la otra arrimada al muro fronterizo de las Caballerizas, y toda la gente procuró de ir muy temprano, porque se creía que había de haber gran apertura, por tenerse concedido gran opinión de que había de ser muy buena fiesta. “Sus majestades el rey y la reina, nuestros señores, se pusieron en la reja grande que está sobre la segunda puerta de palacio, donde estuvieron la serenísima princesa de Portugal y los príncipes de Bohemia y las damas en sus lugares, y todo lo demás de palacio y de la plaza lleno de gente esperando los jugadores, los cuales casi a las cuatro de la tarde llegaron con gran música de trompetas y atabales y menestrales, y vinieron hechos dos alas, cada uno de veinte caballeros y cada ala dividida en cuatro cuadrillas. Entraron todos con sus lanzas y adargas. Los de la una ala eran veinte caballeros de la Nueva España, y los de la otra eran veinte caballeros del Perú. “Los del Perú venían vestidos a modo de indios de cierta provincia que hay en aquel reino, con camisetas de terciopelo amarillo y mantas de raso amarillo, con ciertas bordaduras muy anchas de plata, que casi tomaban todos los campos, y en las cabezas los tocados que suelen traer aquellos indios, que son como albaneses, de terciopelo negro, y una medialuna y una saeta de chapería de plata muy grandes, sobre los capeletes, y muchas plumas en ellos. Delante de los pechos traían una plancha de plata bruñida, y en los brazos brazaletes de la misma plata, y sus máscaras, hechas al natural, como de indios, con sus perlas o piedras en las barbas y gregüescos de terciopelo amarillo y borceguíes colorados con lazos grandes, todos de una misma hechura. “Los de Nueva España también venían vestidos al modo de aquella provincia, con camisetas de raso encarnado y mantas de terciopelo verde aforrado en raso blanco.294 Las camisetas venían guarnecidas con ciertos bastones y follajes romanos, hechos de chapería de plata, con sus largos de la mesma chapería, que los tomaban todos. Las mantas también estaban guarnecidas con otra chapería de plata, que tomaban desde los codos hasta los hombros, y allí avi...,295 donde se ponían muy grandes plumajes y lo mesmo en las cabezas. Traían todos c(abe) lleras296 de una mesma manera y máscaras “con sus esmeraldas” en las barbas y gregüescos de terciopelo verde y los borceguíes como los de otro puesto. “Ninguno de todos cuarenta ovo que no llevase cuatro o cinco caballos con muy buenos jaeces, y los más comprados de nuevo para la fiesta. “En medio destas dos alas de los cuarenta caballeros venían unas andas, en que traían dos hombres muy ricamente vestidos a modo de indios, que representaban a Moctezuma, rey de México y Nueva España, y al Atabaliba, rey del Perú. Traían las andas ciertos indios, y alrededor dellas venían ciento y veinte indios a pie, la mitad vestidos al modo de México, con flechas y saetas en las manos, y la otra mitad del Perú, con sus máscaras y plumas, tan al natural los unos y los otros, que quien conocen los que allá viven, afirmara ser estos dellos. Todos venían gritando como suelen hacer los indios en sus regocijos. “Con esta orden parecieron estos dos reyes ante Su Majestad, diciéndose que habían sabido el próspero nacimiento del príncipe don Fernando, nuestro señor, y que venían de sus tierras con aquellos sus vasallos a regocijar tan buena nueva. Su Majestad los mandó subir a un tablado que estaba hecho para aquel efecto, donde estuvieron con sus sombras de plumaje y sus mascadores grandes, en la forma que solían andar los que representaban, y habiéndolos puesto en sus tablados, los cuarenta caballeros, habiendo

294

Los tres colores nacionales de después... Quemado el papel. 296 Idem. 295

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hecho su acatamiento, se volvieron a salir por la mesma puerta de hacia San Gil, por donde habían entrado. “Fuéronse los cuarenta caballeros por detrás de los tablados hasta la otra parte que estaba junto al muro frontero de las caballerizas, y de allí, con toda su música delante, hicieron su entrada de juegos de cañas, tan concertadamente y tan como hombres de a caballo, que pocas se han visto en este Reino más dignas de ser vistas, porque todos los caballos que llevaban eran escogidos y ellos muy usados en aquel ejercicio. “Después corrieron de dos en dos por toda la plaza, hasta que se les cansaron los caballos y se tornaron a salir por la mesma puerta y tomaron otros, y con sus adargas por la mesma puerta y tomaron otros, y con sus adargas y varas tornaron a entrar, también corriendo, hasta que vinieron a quedar en los puestos donde habían de jugar. “Comenzaron, desde luego, el juego, el cual duró tres cuartos de hora, con grandísimo concierto y orden, porque los cinco que salían cada vez no volvían adonde salieron, sino al lugar más bajo en aquella hileras, y en partiendo ellos se llegaban otros cinco a ocupar aquel puesto de donde habían de partir, y los contrarios nunca partían de su puesto hasta que los que venían habiendo desembarazado y tenían vueltos los rostros de los caballos para retirarse, y desta manera nunca obo desconcierto ni caballos rezagados, y fue mucho no haber algún caballo desbocado que no parase hasta meterse por el puesto contrario, y aunque traían determinación y alientos para jugar una hora entera, como lo suelen hacer en las Indias, pareciéndole a Su Majestad que los caballos andaban muy cansados, mandó que los menestrales los despartiesen, y ansí se salieron todos en buen orden, sin turbar los puestos ni aun sin dejar los compañeros, y tomando otros caballos frescos, con sus lanzas y adargas, volvieron a entrar al galope por la puerta y comenzaron entre sí una escaramuza cuan bien ordenada se puede imaginar, y tan semejante a la verdadera, se puede imaginar, que no faltaba sino alancearse. En la cual se mostraron todos hombres muy diestros a caballo, porque con andar tan mezclados que apenas se conocían, en un punto se tornaban a dividir los puestos, saliendo unos de otros como si nunca se hobieran juntado, y desta manera duró buen rato la escaramuza, que a todos pareció cosa muy nueva y muy señalada. “Sintiendo ya cansados los caballos, se volvieron a salir de la plaza, y tomando otros con varas en las manos, tornaron a entrar en ella y corrieron muchas carreras de dos en dos y de cinco en cinco, y después de veinte en veinte, lo cual duró hasta que les faltó la luz y entonces volvieron a tomar sus Reyes como los habían traído, y haciendo acatamiento a Sus Majestades, se salieron de la plaza, y tomando hachas, anduvieron de la mesma manera por las más calles de Madrid, con gran regocijo y contento de los que no habían visto la fiesta. “A Su Majestad le pareció tan bien la fiesta, que les envió a agradecer cuán bien lo habían hecho y la obligación que se quedaba de hacelles por ello merced, y en un billete que sobre ello escribió al Presidente del Consejo de Indias, decía tres veces que la fiesta había sido muy buena, y es cosa bien de considerar que de solos los negociantes de aquellas provincias que aquí se hallaron, se haya podido ordenar una tan lucida y señalada fiesta, que no hay quien haya visto en Castilla otra más concertada: que cuanto a la riqueza bien se entenderá que tal fue, pues se cree que les ha costado más de diez mil ducados”. ¿Verdad que la relación no puede ser más fresca, ágil y vivaz? ¿No veis, merced a ella, las lucidas cabalgatas, como yo las veo desde mis balcones de la calle de Bailén... cerrando, por supuesto, los ojos? Del relato se desprende que los mexicanos de hace trescientos treinta y ocho años eran ya de los mejores jinetes del mundo. Sirva esto para que se huelgue, como es debido, el natural orgullo hereditario de nuestros charros de ahora, tan entusiastas devotos de Santiago como los españoles rancios que hicieron ese enorme poema de la Reconquista.

Uno y otro documento, tanto el de Artemio de Valle-Arizpe como el de Amado Nervo se complementan, lo cual nos permite observar una rica demostración de aquellos señores de la Nueva España y del virreinato del Perú, quienes, en compañía de otros tantos naturales de una y otra región, se desplazaron hasta Madrid para celebrar el onomástico de Su Majestad, el Rey Felipe II, así como “diciéndose que habían sabido el próspero nacimiento del príncipe

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don Fernando, nuestro señor, y que venían de sus tierras con aquellos sus vasallos a regocijar tan buena nueva”. Puesta en claro aquella cara voluntad de acudir por el sólo pretexto de celebrar no uno, sino dos acontecimientos, pero sin dejar de apuntarse el hecho de que también lo hicieron por motivo de que, estando ya en la Corte, aprovecharon para negociar varios asuntos, el presente caso va tomando mejor claridad, al margen de las diversas circunstancias planteadas bajo los ocho apartados que quedaron expuestos párrafos atrás. Considero que con todo lo anterior, y en aras de cubrir las aristas más complicadas del presente caso, es pertinente entonces dar por terminado con el asunto, no sin antes referir que una vez más, la presencia americana en el desarrollo de los torneos y demás justas caballerescas, logró enriquecer aquella imponente puesta en escena que, como se descubre, ya no es privativa de los nobles hispanos. También los novohispanos, y del virreinato del Perú tuvieron aquí una participación y un protagonismo que, a los ojos del monarca en turno, Felipe II, termina por ser profundamente celebrado. Una noticia poco conocida descubre que ambas expresiones, se complementaron en perfecta armonía y equilibrio.

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EL PALACIO NACIONAL DE MÉXICO.297

Como el resto de sus obras monumentales, esta posee la característica de ser un trabajo con intenciones de abarcar la historia, en este caso, de un edificio que ha marcado para infinidad de generaciones, el centro de las principales configuraciones –políticas, para ser más precisos-, que han sido destino por y para nuestro país, en tanto diversas formas de gobierno, que se remontan al mismo espacio donde se asentó en su momento el palacio precortesiano, que además fue suntuosa residencia de Moctezuma, pasando por el que *luego se convirtió en palacio virreinal y más tarde en residencia de otros tantos gobernantes durante el siglo XIX y algunos años del XX, hasta tornarse en un auténtico monumento que, al lado de la Catedral, el edificio del viejo Ayuntamiento, hoy sede del gobierno del Distrito Federal; algunos de los viejos portales que todavía se rigen bajo el principio del comercio, sin faltar, desde luego el Monte de Piedad. El Palacio Nacional de México como vemos, es, ha sido y será teatro de las principales jornadas de la historia de una nación capaz de afrontarlo todo, luego de padecer diversas tribulaciones. Para 1936, el libro de

A de V-A se convierte en uno de los primeros estudios alrededor de

una construcción majestuosa como lo es el edificio de donde han surgido multitud de decisiones que han delineado a nuestra patria, no sin dejar de padecer la amarga experiencia o gozar del triunfo en diversas manifestaciones, militares, 298 sociales299 y otras.

[PASAJE Nº 29]: LA OBRA DE DON FRAY GARCÍA GUERRA EN PALACIO.300

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Artemio de Valle-Arizpe: EL PALACIO NACIONAL DE MÉXICO. MONOGRAFÍA HISTÓRICA Y ANECDÓTICA. México, Imprenta de la Secretaría de Relaciones Exteriores, 1936. 538 p. Ils., fots., retrs., planos. 298 Recordaría la amarga experiencia del 15 de septiembre de 1847, cuando fue izada la bandera norteamericana, en plena invasión, lo que representó para los mexicanos de aquel entonces uno de los más terribles episodios, como nos lo cuenta Guillermo Prieto en Mi guerra del 47. (Véase bibliografía). 299 El famoso tumulto de 1692, el pronunciamiento del 15 de julio de 1840 contra el Presidente Anastasio Bustamante, o la ocupación durante los días aciagos de la “Decena trágica” en 1913, nos dan una idea del atentado y agresión a que fue sometido este edificio emblemático en épocas distintas. 300 Valle-Arizpe: El palacio Nacional..., op. Cit., p. 39-45.

200


Fray García Guerra resulta ser un personaje conocido de sobra por nosotros. Si no, que lo recuerden pasajes como los Nº 5, 9, 13 y 14 de esta misma obra. Es cierto, que para no separarnos del contexto relativo a la historia del edificio a que nos venimos refiriendo, el propio A de V-A apunta:

Don Luis de Velasco, el primero de ese nombre y el primer virrey que vivió en Palacio, y los siete señores que le siguieron en el mando durante todo el reinado de Felipe II. El Marqués de Montesclaros y el segundo Velasco, ya en el Gobierno del Tercer Felipe, tuvieron siempre la gentil preocupación de poner más decoroso atuendo en la anchurosa casa. Todos procuraron su ornato, adorno y limpieza. Utilizaban su poder para acrecentarle hermosura y comodidad, y en ese uso tenían los mejores esmeros de su gala. Don Fray García Guerra, Arzobispo-virrey –junio de 1611 a febrero de 1612-, no abrió en sus muros ni una sola ventana pequeña, ni colgó un solo tapiz en sus paredes, ni una mesa, ni un vargueño, ni una pantalla, ni un partestrado llevó a sus salones, ni puso en su capilla un paramento nuevo, ni una imagen más. Pero hizo en Palacio don Fray García Guerra algo magnífico, algo estupendo, una cosa necesaria en la que nadie había reparado hasta entonces. ¡Lo que es tener perspicacia para notar lo que hace falta! Hizo una plaza de toros don Fray García Guerra, con la que alegró a toda la ciudad y con la que él le dio amplio gusto a su gusto. ¡Qué hombre era este fraile dominico tan eficaz!301 Lo demás, y esto lo recordamos muy bien, cuando surge ese pasaje donde de humilde Arzobispo de México, pasó a ser soberbio Arzobispo-virrey de México, ignorando las peticiones de las monjas profesas Sor Mariana de la Encarnación y Sor Inés de la Cruz, que solicitaban, cada vez que le recibían en el Real Monasterio de Jesús María la fundación de un convento de teresas, bajo la regla de la reforma carmelitana, dictada por la Santa Doctora de Ávila. Lamentablemente al llegar aviso, casualmente un viernes, de la Cédula de Felipe III con la que le nombraba convertirse en alter ego en la Nueva España, García Guerra fue otro, diferente. Se olvidó de muchas cosas, pues lo único en que deseaba estar metido era en arreglar personalmente su entrada a la ciudad de México, en medio de fastuosas y brillantes fiestas. Y entre otras, las corridas de toros no podían faltar. ¡Claro, si estas quedaban dispuestas para los siguientes viernes, mucho mejor!

301

Ibidem.

201


Aquí se representa la Plaza Mayor en el año de 1596, en que ya ha perdido su hosco aspecto de macicez feudal. Se ven ya fachadas con el risueño estilo renacentista. El Arzobispado, la casa del Mayorazgo de Guerrero, la Universidad, todo tiene una fisonomía amable. La Catedral vieja está con su techo de dos aguas y en el ábside el campanario, y se ven las obras de la nueva, de la actual. Ya está construido el Ayuntamiento con sus portales; la acequia tiene puentes de mejor ver, ya no de toscas vigas. El Palacio Virreinal tiene tres puertas, lo que está en oposición con las descripciones antiguas en que sólo se habla de dos. Este plano, procede de Sevilla, en donde lo vio don Artemio y lo mandó sacar.

El poder, particularmente el poder en la época barroca, se representa y se manifiesta a través de una serie de actos públicos sumamente visibles: procesiones, alegorías, arcos triunfales, ejecuciones..., tal y como lo afirma Miruna Achim; 302 junto a torneos, juegos de cañas, toros, mojigangas y otras demostraciones de suyo espectaculares. Como ya sabemos, esos dos viernes en que se pretendieron realizar los festejos taurinos, fueron en suma, aciagos. Para tener una idea más clara de aquel doble fracaso, mismo que fue visto como castigo celestial, me remito a los Sucesos de D. Frai García Guerra..., Arzobispo de México, a cuyo cargo estuvo el gobierno de la Nueva España. Por el Contador Mateo Alemán, criado del rey nuestro señor. Con licencia en México. En la imprenta de la Viuda de Pedro Balli. Por C. Adriano César. Año de 1613. Luego de la lectura a tan curioso documento, estaremos en posibilidad de entresacar algunos datos más no incluidos en los pasajes que evocan al García Guerra taurino hasta el extremo. 303 Pues bien, luego de la obligada lectura al largo recuento de acontecimientos hecho por Mateo Alemán, quedan por hacer algunas observaciones. En dos de las fojas de su obra, 7 v. y 8, aparece el testimonio que nos lleva a entender que el viernes 26 de agosto de 1611, muy de madrugada se sintió un temblor, “el mayor temblor de tierra de que se acordaron los más antiguos de ella...” Esto sucedió en los primeros días del gobierno de su Ilustrísima. Ese mismo día por la tarde, Miruna Achim (Universidad de Yale): “Las entrañas de poder: Una autopsia michoacana del siglo XVIII”, en: Relaciones. Saber, creencia y corporalidad. (...) (Relaciones 81, invierno del 2000, Vol. XXI)., p. 17-37. 303 Mateo Alemán: Sucesos de don fray García Guerra y Oración fúnebre. Preliminar y transcripción modernizada por José Rojas Garcidueñas. Prólogo de Antonio Castro Leal. México, Academia Mexicana de la Lengua, 1983. 146 p. (Edición facsimilar). 302

202


Tratábase de hacer fiestas por su recibimiento; las cuales, por estar tan de próximo las que acostumbra hacer esta ciudad por San Hipólito [aunque ya es notorio un retraso en los días, puesto que el día referido corresponde al 13 de agosto] era necesario haberse de gastar mucha suma de dineros en ambas; y en el ínterin, iban entreteniendo a Su Señoría Ilustrísima con algunos toros que se corrieron en un cortinal de palacio, lo cual se hizo dos veces; y pareciéndole a Su Señoría Ilustrísima que la Ciudad estaba un poco estrecha, con grandes gastos que se le habían ofrecido los días antes, y que las dos fiestas que se ofrecían de presente le serían de mucha consideración y costa; además que a su hábito no era tan decente salir en público, tomó por acuerdo que para este día se corriesen toros en el mismo lugar y se jugasen alcancías, con lo cual se cumpliese con ambas obligaciones. Hízose con mucho regocijo, aunque todo bien menester para los ánimos afligidos del temblor de aquella madrugada; y queriendo los caballeros hacer carrera, la comenzó don Andrés Guerra, sobrino de Su Señoría Ilustrísima y capitán de su guarda; y habiéndola paseado, cuando quiso revolver el caballo (fue cosa de grande admiración comenzó a temblar otra vez la tierra fuertemente, aunque no tanto como la pasada, y tardó hasta que hubo corrido y sosegó el caballo, habiéndolo parado justamente, con tanta igualdad ambos movimientos, como si fueran dos arterias de un mismo cuerpo. Quisiera Su Señoría Ilustrísima retirarse luego y dejar las fiestas, no lo hizo por no mostrar flaqueza de ánimo y porque ya cerraba el día; de allí a poco se levantó y fue a su aposento. Esa noche la pasó con muchas congojas y algún poco de calor demasiado.304

Y es que Su Señoría Ilustrísima ya se encontraba bastante indispuesta luego de varias de las tribulaciones que conocemos, como resultado de otros tantos infortunios, a saber: Para recibir a don fray García Guerra la ciudad se engalanó con la mayor suntuosidad. A la entrada de Santo Domingo se levantó, además de un arco enorme con leyendas en latín y en español, un tablado. Subieron a él el deán y el cabildo de la Iglesia, y al subir el arzobispo “se hundió y cayó en el suelo matando a un indio que cogió debajo” e hiriendo a algunas personas. Poco tiempo después, viniendo don fray García Guerra del convento de Santa Mónica se alborotaron las mulas de su carroza sin poderlas detener ni el cochero ni la mucha gente que se le ponía delante. Temeroso el arzobispo de lo que pudiera pasar saltó de la carroza y dio en el suelo con todo su cuerpo. En este accidente muchos quisieron ver el origen de todos los males de don fray García Guerra. El viernes 10 de junio de 1611, hubo un eclipse de sol. Mateo Alemán, con sus conocimientos de astrología dice que por ser en 18 grados y 35 minutos de Géminis (el eclipse de Sol ocurre de la 1:30 minutos a las 3 en punto) mostraba, por ser su significador Mercurio, la muerte de algún príncipe, y por ser en México y en casa de la religión, y salir eclipsándose de la décima casa, que es de oficios y dignidades, anunciaba la muerte de un príncipe de la Iglesia. Como ya se dijo, el viernes 26 de agosto hubo dos fuertes temblores 304

Op. Cit., p. 40-41.

203


de tierra, por lo que a partir de todo ese conjunto de malos augurios empezaron las indisposiciones del arzobispo-virrey, que fue sometido a diversos estudios por presentar fiebres agudas, úlceras en el brazo, dolores en el hígado y otros achaques que lo llevaron a la muerte, ocurrida el 22 de febrero de 1612. Independientemente de la valiosa información proporcionada por esta fuente, es preciso reafirmar otros elementos como los siguientes: -Que Mateo Alemán nació en Sevilla el 28 de septiembre de 1547, mismo año del nacimiento de Miguel de Cervantes Saavedra en Alcalá de Henares. -Mateo Alemán llega a la Nueva España como un autor reconocido –nada más y nada menos que de la obra El pícaro Guzmán de Alfarache-, en 1608, un 19 de agosto. Años más tarde, ya casi olvidado, muere al parecer en Chalco hacia 1620. Además de los Sucesos de don Fray García Guerra (1613), publica también su Ortografía Castellana (1609). -Junto a Mateo Alemán, parte en la flota fray García Guerra, dominico, filósofo, que durante 14 años había enseñado teología en las Universidades y conventos de Ávila, Burgos, Segovia y Valladolid, famosísimo orador sagrado, nombrado arzobispo de México. Cabe en su trayectoria el hecho de que en 1605 había tenido el honor de bautizar al que gobernaría España como Felipe IV. En ese mismo conjunto de 62 navíos de Conserva estaba el pasajero de nombre Juan Ruiz de Alarcón, quien se había bachillerado en Salamanca y volvía a licenciarse en México. -Como se sabe fray García Guerra entró a la ciudad de México el 29 de septiembre de 1608 en su calidad de arzobispo. Luego, en 1611, jueves santo y a la llegada de la flota se supo que el virrey don Luis de Velasco, marqués de Salinas, había sido nombrado presidente del Consejo de Indias y que quedaba por virrey de la Nueva España el arzobispo García Guerra, para lo cual dicho nombramiento se consumó en medio de las ceremonias acostumbradas, el 31 de marzo de 1611. Finalmente, en la Oración fúnebre, existe un testimonio tan inmediato al que por esas fechas escribiera Bernardo de Balbuena en su Grandeza mexicana de 1604.305 305

Véase, en este mismo trabajo el pasaje Nº 13: Primera serie. Un arzobispo taurófilo, n. 134.

204


Dice Mateo Alemán: Oh México, señora poderosa, princesa del Nuevo Mundo, pues tienes hecha experiencia que el tiempo que más brevemente se pasa es el del gusto, sin haber cosas libres de mudanzas ¿qué fue de tu hermosura?, ¿qué se hicieron tus fiestas, tus placeres y danzas?, ¿qué tus curiosas libreas?, ¿qué aquellos arcos triunfales, alegres instrumentos, repique de campanas, gallardos talles y bríos, lozana caballería y enjaezados caballos?, ¿qué las varias y costosas colgaduras, carmesíes, telas de oro, primaveras, costosos aderezos, levantada plumajería y rostros alegres? (...)306

Conviene terminar este pasaje recogiendo lo que dice A de V-A:

No sólo don Fray García Guerra fue un arzobispo taurófilo recalcitrante, sino que también lo fueron el agustino don Fray Payo Enríquez de Rivera, virrey en 1673, quien antes de la función paseaba muy pomposo el ruedo en carroza, recogiendo aplausos de la multitud; y el altivo y fastuoso arzobispo don Juan Ortega y Montañez, que por Felipe V, primer Borbón de la Monarquía española, gobernó la Colonia, y que antes de la corrida también daba varias vueltas por la arena en su resplandeciente carroza, dorada y carmesí, seguido de todos los dignatarios de la Corte y de las autoridades, en suntuosos carruajes, y, abriendo marcha, iba envuelto en su ropón el pertiguero de la Catedral, con la cruz alta que va en las procesiones delante de los señores arzobispos.307 Aquí van una serie de nuevos datos, sobre Fray Payo Enríquez de Rivera, así como del arzobispo Juan Ortega Montañez, convertidos en un espectáculo en sí mismo por el boato que deben haber echado a andar durante sus gestiones, y del que su sola actuación nos recuerda a Bernardo de Gálvez en 1786 (véase pasaje Nº 24). Lamentablemente no existe, para Enríquez de Rivera ni para Ortega Montañez la mínima de las informaciones que aquí nos proporciona Valle-Arizpe en apenas unas muy discretas pinceladas de su personalidad.

306 307

Mateo Alemán: Sucesos de don fray García Guerra y Oración fúnebre... op. Cit., p. 70. Valle-Arizpe: El palacio Nacional..., op. Cit., p. 44-45.

205


TRES NICHOS DE UN RETABLO. 308

[PASAJE Nº 30]: ...SOBRE DON GIL GÓMEZ ÁVALOS.

Deben ser los años postreros del siglo XVI en que ocurre la narración de este sucedido. Es su personaje principal don Gonzalo de Guzmán, quien ocupó su vida en gastar lo que tuvo y lo que no, también. De entre sus múltiples tropelías fue a parar un día hasta San Luis Potosí, y librado de verse en la cárcel, llega hasta la villa de Sagredo. También aparece en escena doña Luis Sánchez de Ocaña, mujer que poseía amplias y ricas colecciones, como amplia y rica era su cultura y su fortuna. Entre las piezas que más apreciaba con veneración era una antigua armadura de hierro acanalado que usó don Gil Gómez Ávalos, abuelo remoto de su padre, y conquistador que fue de México, al lado de Hernando Cortés. Mandó hacerla Gómez Ávalos al famoso Jusepe de la Hera.

Con esa misma armadura guerreó, sin descanso, Gómez Ávalos, contra los indios, hasta sojuzgar estas anchas tierras para la Corona de España, y con ella entró gallardo en justas y torneos en la gran Plaza Mayor de la ciudad de México, para celebrar natalicios de soberanos, bodas reales o nacimientos de príncipes y juras de reyes.309 Hasta aquí la breve cita en que se hace referencia a elementos donde un personaje y sus hechos, intervienen en lo que fueron aquellos memorables torneos celebrados en la Plaza Mayor de la ciudad de México, antes de que en 1585 fuera instalada, por primera vez, la plaza de toros del Volador, la que funcionaría desde aquel año y hasta 1815 en el mismo sitio. Mientras tanto, aquel enorme espacio, el de la Plaza Mayor sirvió para diversas ocasiones de regocijo, aunque algunas de las actas de cabildo, únicos documentos de los que se pueden extraer noticias sobre aquellos divertimentos, no dejan en claro cual fue el espacio utilizado para las constantes fiestas, sobre todo las que fueron haciéndose costumbre, como la del Pendón, el 13 de agosto o las recepciones de virreyes, como Antonio de Mendoza (1535) y celebraciones como las paces entre Castilla y Francia o las de “Aguas 308

Artemio de Valle-Arizpe: Tres nichos de un retablo Primera edición de Jus. México, editorial JUS, 1979. 256 p. 309 Op. Cit., p. 80-81.

206


muertas” (1530 y 1536, respectivamente). Una ciudad en plena construcción, superando las constantes y frecuentes inundaciones, no estaba preparada para contar con un sitio a propósito para celebrar fiestas de aquella dimensión, que no fuera la plaza mayor, aunque en 1546, se ordenó que el segundo día de Pascua de Navidad se hicieran las fiestas en la plaza menor de esta ciudad (plazuela del Marqués) toros y juegos de cañas, y mandaron que el mayordomo de esta ciudad comprara la ropa que fuere menester para libreas de cien caballeros con sus sayos y capuces, y compradas las haga teñir él, un puesto anaranjado y blanco, y el otro azul y blanco, y busque trompetas para que se hallen en dicho regocijo, a costa de la ciudad.310

Caballero en pos de una aventura militar… o quizá de carácter lúdico, en el juego de cañas que estaba por comenzar. Ilustración de Francisco Moreno Capdevila.

Años más tarde, en 1557, se juró en la ciudad de México a Felipe II y en dichas fiestas se incluyó el paseo del pendón, hubo iluminaciones por toda la ciudad, danzas indígenas o mitotes, misas, la ceremonia de la Jura misma y luego, el lunes 7 de junio, toros y juegos de cañas.311 En 1565, siendo 1º de agosto Los miembros del Ayuntamiento de la ciudad de México acordaron “Este día se platicó sobre que no hay razón que se deje de hacer de ordinario la fiesta que esta Ciudad suele hacer el día de San Hipólito (agosto 13) y se acordó que de aquí en adelante se haga la dicha fiesta en la Plaza Mayor (la actual Plaza de la Constitución) delante de las casas de este Ayuntamiento, y que se den cuatrocientos pesos de oro común para las libreas para ochenta caballeros, debiendo ser de toldillos damascados...”312 310

Heriberto Lanfranchi: La fiesta brava en México y en España 1519-1969, 2 tomos, prólogo de Eleuterio Martínez. México, Editorial Siqueo, 1971-1978. Ils., fots., T. I., p. 49. 311 Op. Cit., p. 52. 312 Ibidem., p. 53.

207


Y en ese tenor, continuaron de manera más formal en dicho espacio durante algunos años, hasta que en 1585 se ordenó hacerlas en la plazuela del Volador, con motivo del día de San Hipólito. Sin embargo, aquellas que se realizaron el mismo año, con motivo de la recepción del virrey don Alfonso Manrique de Zúñiga, marqués de Villa Manrique, 313 ocurrieron todavía en la plaza mayor. Con el tiempo, fue la del Volador el espacio más a propósito, aunque no el único. Hubo plazas de construcción efímera, como lo fueron todas durante el virreinato y el siglo XIX. Entre otras, pueden mencionarse las que se levantaron en los atrios de diversas iglesias y conventos que celebraban su dedicación o la conclusión de la obra. La de San Diego, a un costado de la iglesia de San Hipólito y la de la Alameda, junto a otras más alejadas de la ciudad, como la que se levantaba cada fecha en que eran celebradas las fiestas de recepción de los nuevos virreyes en Chapultepec. ¿Qué ocurrió luego con doña Luisa? En el apunte de contemplación

A de V-A,

alrededor

de

doña Luisa Sánchez de Ocaña siguió en su atenta tan

particular

objeto,

continuando

las

anotaciones

vallearizpenianas con otros hechos en los que se encontraron la interesante dama y el rufián, el altanero y alborotador Gonzalo de Guzmán. Y hasta aquí con uno de los Tres nichos de un retablo.

313

Ibid., p. 57.

208


POR LA VIEJA CALZADA DE TLACOPAN 314

Tal y como se apunta en su presentación, es un libro que trata sobre el México precolombino, el México colonial y el México precursor del moderno. De ahí que todos estos Méxicos reunidos en una sola calle, desfilan ante los ojos absortos del lector, con su gran variedad de cuadros y personajes.

[PASAJE Nº 31]: PLAZA DE TOROS.

Frente al Hospital de Terceros y en la esquina que hacían las calles de Santa Isabel y Puente de la Mariscala, se ve una plaza de toros en el plano que levantó de la ciudad en 1793 el teniente coronel don Diego García Conde y que fue “aumentado y corregido en lo más notable por el teniente coronel retirado Don Rafael María Calvo, en el de 1830”. Se le pone por nombre Plaza de toros de la Alameda. Esta, tal vez, era de esos cosos taurinos que se alzaban provisionalmente para celebrar las corridas que se hacían como parte muy principal de los festejos con los que se celebraban fastuosos acontecimientos: exaltación al trono de un nuevo rey, los días de los soberanos, sus bodas, nacimientos de infantes, firmas de paces, entradas de virreyes, canonizaciones de santos. Acaso no habían derribado la tal plaza y García Conde la puso en su plano, o bien pudiera ser que fuese esta de las cosas que aumentó en sus correcciones don Rafael María Calvo para poner todo lo que había e la ciudad cuando la delineó. Los lugares elegidos durante el virreinato para alzar estos circos, eran, principalmente, la enorme plaza del Volador –donde se encuentra ahora la Suprema Corte de Justicia-, o las muy amplias que quedaban frente al convento de monjas de Santa Isabel o al de frailes de San Diego. Dado su objeto no tenían duración permanente, sino transitoria. Más que ellas duraban en México las conversaciones con los largos comentarios, de los lances o incidentes habidos, de las personas y del lujo con que asistieron, de las galas que se repartieron a los toreadores, de los ricos refrescos que se sirvieron en los palcos o cuartones. De todas estas cosas y de otras más baladíes, se hablaba en los estrados de las casas o bien en las tertulias que se hacían a diario en las reboticas, en las tiendas del Parián, en las alacenas de los portales de Agustinos y del de Mercaderes, en las tercenas de tabacos, en los locutorios de

314

Artemio de Valle-Arizpe: Por la vieja calzada de Tlacopan. 2ª ed. México, editorial DIANA, S.A., 1980. 536 p. Ils., fots., retrs., maps.

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los conventos, en todos estos lugares en los que había junta de platicadores de las cosas menudas y sin importancia que acontecían en la ciudad pacífica.315

Tiempos de Pedro Romero (litografía), publicada en La Lidia, de noviembre de 1886.

En efecto, esta fue otra de las plazas que se construyeron durante el último tercio del siglo XVIII. Sin embargo, no queda muy clara la fecha en la que esta fue levantada por primera vez, aunque el plano de Diego García Conde de 1793 ya la incluye, así como el que elaborara en 1830 Rafael María Calvo, cuando esta plaza ya llevaba el nombre de “El Boliche”, donde por cierto, en 1808 o 1818, la fecha no es muy clara, salían a su ruedo los hermanos Ávila.316 Pocos, muy pocos son los datos de dicho coso que además, competía 315

Op. Cit., p. 148-149. Armando de María y Campos: Imagen del mexicano en los toros. México, "Al sonar el clarín", 1953. 268 p., ils., p. 167-169. La fecha que plantea María y Campos es aún más precisa: 1º de marzo de 1819. Además, apunta que el 13 de agosto de 1808, se presentaron a torear por primera vez en México, los hermanos Ávila, anunciados en un “convite” impreso en la tipografía de don Mariano de Zúñiga y Ontiveros como sigue: “Capitán de cuadrilla, que matará toros con espada, por primera vez en esta Muy Noble y Leal Ciudad de México, Sóstenes Ávila.-Segundo matador, José María Ávila.-Si se inutilizare alguno de estos dos toreros, por causa de los toros, entonces matará Luis Ávila, hermano de los anteriores y no menos entendido que ellos”. Tal hecho ocurrió en la plazuela de Necatitlán, sin embargo, se pregunta María y Campos: ¿Funcionaba esta plaza el año de 1819?... ¿A causa de que se hallaba retirada del centro algún asentista avispado la construyó en la calle de la Mariscala –llamada así porque en ella estuvo el enorme palacio de los Mariscales de Castilla-, y en una especie de tívoli o casa de recreo que allí existía, conocido con el nombre de “El Boliche”, que ocupaba las casas 10, 11 y 12?... No es fácil responder a esta pregunta, porque no existen más datos en los archivos del hoy Departamento Central. Hay uno, el de la corrida celebrada en fecha como hoy –por cierto, lunes aquel año-, en la que tomaron parte los hermanos Ávila, lidiando reses de la vacada de Puruagua. ¿En qué año dejó de funcionar?... ¿Qué otros lidiadores pisaron su redondel?... ¿Qué cupo tenía? Funcionando ya la de San Pablo el año 1821, no es aventurado presumir que la de “El Boliche” desapareció sin que lo notara nadie. 316

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con el del Volador o la de “Necatitlán”,317 a donde se seguían realizando corridas conforme lo establecían las ya bien estructuradas temporadas que, año con año, y con el favor del Ayuntamiento, organizaban en coordinada labor con los asentistas, esa especie de primeros empresarios encargados de preparar las corridas de toros.318 Otra plaza en funciones por aquel entonces, era la primitiva de San Pablo, cuya primer construcción se remonta al año de 1788. Así que la de la Alameda se sumaba, y ese sí que es un misterio, a servir como coso colateral en tanto la del Volador o la de San Pablo no estuvieran en funciones. Recordemos que aquellas plazas se ciñeron a la construcción a partir del armado con maderas, lo que las hacía temporales. Por desgracia, no existe ningún otro plano donde pudiera ser posible apreciar en su planta general el tipo de disposición que se le dio, pero eran costumbre todavía los diseños basados en formas ovalada, ochavada, rectangular. La que sigue, en su forma circular, se adopta definitivamente hasta el siglo XIX. Ahora bien, si

A de V-A asegura en su cita que la Plaza de toros de la Alameda (...) tal vez,

era de esos cosos taurinos que se alzaban provisionalmente para celebrar las corridas que se hacían como parte muy principal de los festejos con los que se celebraban fastuosos acontecimientos: exaltación al trono de un nuevo rey, los días de los soberanos, sus bodas, nacimientos de infantes, firmas de paces, entradas de virreyes, canonizaciones de santos. Por lo tanto, es de suponer que en ese

tal vez

solo estuviera presuponiendo su uso para los

grandes fastos, mismos que, en la mayoría de los casos se efectuaban en la del Volador. Pero también es cierto que otras plazas, como de seguro ocurrió con la de la Alameda, así como con la de Jamaica, la de “Los pelos” y otras de menor categoría, sirvieron para celebrar lo que conocía como “ensayos”. En varias ocasiones me he encontrado con ese concepto, lo que parece indicar que se trata de los espacios donde previo a la gran fiesta, los toreros de a pie y los de a caballo practicaban, -ensayaban- sus mejores suertes para luego consumarlas 317

Necatitlán significa en lengua mexicana junto a la carne. Los indios le pusieron ese nombre a esas calles por estar hacia el Oriente de ellas el Rastro y Matadero. 318 A propósito de la nota antepasada, es preciso aclarar que Armando de María y Campos debe haber caído en una confusión, puesto que la plaza de “Necatitlán” estaba ubicada en un sitio cercano a la plaza de toros de San Pablo, y ambas, bastante inmediatas al matadero. Por lo que cabe a la del “Boliche”, ésta sí debió corresponder al nuevo nombre que adquirió la antigua de la Alameda, y en donde sí, con toda seguridad deben haberse presentado los hermanos Ávila.

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en el Volador, a la vista de lo mejor de la ciudad. Si bien, hoy día existen lugares donde los practicantes de este arte depuran su técnica: los viveros de Coyoacán, algún punto del bosque de Chapultepec y hasta el ruedo de la plaza de toros “México”, en aquel entonces, las plazas ya citadas y alguna otra, como la de “Tarasquillo” o “La lagunilla” eran espacios más que apropiados para entrenar y/o ensayar, como lo indica el término empleado entonces. Pocos, escasos son los datos que sobre el coso de la “Alameda” vienen a reunirse aquí para contar con una apreciación, la más completa que fue posible articular al respecto de tan interesante como misteriosa plaza. Pocos autores la refieren en medio de inexactitudes, pero el resto la ignora. Sirva este pasaje para recuperarla.

[PASAJE Nº 32]: SAN HIPÓLITO.

Al ocuparse de la iglesia del mismo nombre, en donde a partir de 1585 se estableció la orden hospitalaria de los Hermanos de la Caridad de San Hipólito con ese mismo fin, luego de varios malos funcionarios y otras peores temporadas que afectaron su objetivo, siguió con esa noble función. Así, por ejemplo, en 1847 fue Hospital Militar; Hospital Municipal en 1850 y hasta sirvió como escuela de medicina entre 1850 y 1853. Allí se atendían a enfermos, ancianos y locos y

poco después, sólo para atender a estos desgraciados. Fue éste el primero

que se creó en América para dementes. Duró desde 1566 en que lo fundó el pío Bernardino Álvarez, hasta el año de 1904 en que lo derribaron en su mayor parte..., como apunta A de VA. En cuanto a la iglesia, ésta se dedicó al santo en cuestión, con motivo y recuerdo del día 13 de agosto, fecha en que se registra la capitulación de la ciudad México-Tenochtitlan. Fue desde el 22 de julio de 1547 que Carlos V mandó que “en aquella iglesia en cada año se hiciese conmemoración de las ánimas de los que allí y en la conquista de la tierra habían muerto”. Alrededor de dicho edificio, pero también de la emblemática fecha, se registraron durante un buen número de años las famosas fiestas del “Pendón”, entre 1528 y 1812. En el

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libro ahora revisado, existe una amplia reseña que conviene recoger, para luego entre líneas, realizar las anotaciones más convenientes al respecto.

Para recordar a la ciudad la toma del México gentílico se celebraba todos los años, el citado 13 de agosto, una solemne y lucida función que era, a la vez, religiosa y civil. Se mandó que se solemnizara mucho ese día, que hubiera luminarias, se corrieran toros, se jugaran cañas, y que cabalgasen todos los que tuvieran caballo, pena de crecida multa si no lo hacían. 319 Esta ceremonia se llamaba el Paseo del Pendón y la celebraban también en otras ciudades de las Indias, y señaladamente en Lima el día de la Epifanía. El orden que debía guardarse en el paseo fue materia de varias disposiciones reales, con las que se formó una de las Leyes de Indias, la 56, título XV, del libro III. En el Libro Primero del Próximo Evangélico exemplificado en la vida del V. Bernardino Álvarez... compuesto por D. Juan Díaz de Arce, se narra con toda minuciosidad cómo se llevaba a cabo en México. Dice así:

Iglesia de San Hipólito.

Tiene ya esta fiesta tan gran descaecimiento (1615) como otras muchas cosas insignes que había en México, y aunque uno u otro año, por la diligencia e industria del regidor que saca el estandarte real, se adelanta mucho, en ninguna manera puede llegar a lo que antiguamente, aunque se pudieran nombrar algunos regidores que en esta era han gastado más de ventidós mil pesos en adelantar y celebrar por su parte esta festividad. Mas para que se crea lo que fue cuando se vea lo que es al presente, será bien traer a la memoria algo de la descripción que a lo retórico hizo el P. Fray Diego de Valadés en la parte IV, capítulo 23, de su Retórica Cristiana, que vio en México lo que algunos años después escribió en Roma en Latín, año de 1578. Dice lo siguiente: En el año de nuestra redención humana de 1521, el mismo día de S. Hipólito, 13 de Agosto, fue rendida la ciudad de México, y en memoria de esta hazaña feliz y grande victoria, los ciudadanos celebran fiesta y rogativa aniversaria en la cual llevan el pendón con que se ganó la ciudad. Sale esta procesión de la Casa de Cabildo hasta un lucido templo 319

Para información complementaria, acudir a la sección ANEXOS. Véase el Nº 1: Funciones del Pendón o memoria de la conquista. Celebración en la Nueva España del día de San Hipólito.

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que está fuera de los muros de la ciudad de México, cerca de las huertas, edificado en honra del dicho santo, a donde se está agora edificando un hospital. En aquel día son tantos los espectáculos festivos y los juegos, que no hay cosa que allí llegue (ut nilil supra): juéganse toros, cañas, alcancías, en que hacen entradas y escaramuzas todos los nobles mexicanos: sacan sus libreas y vestidos, que en riqueza y gala son de todo el mundo preciosísimos, así en cuanto son adornos de hombres y mujeres, como en cuanto doseles y toda diferencia de colgaduras y alfombras con que se adornan las casas y calles. 320 Cuanto a lo primero, le tocaba a uno de los regidores cada año sacar el Pendón en nombre del regimiento y ciudad, a cuyo cargo está el disponer las cosas. Este alférez real va en medio del virrey, que lleva la diestra, y del presidente que va a la mano siniestra. Van por su orden los oidores, regidores y alguaciles, y casi todos los nobles y hombres buenos. Va el alférez armado de punta en blanco y su caballo a guisa de guerra, con armas resplandecientes. Todo este acompañamiento de caballería, ostentando a lo primoroso de sus riquezas y galas costosísimas, llega a S. Hipólito, donde el Arzobispo y su cabildo con preciosos ornamentos empieza las vísperas y las prosiguen los cantores en canto de órgano, con trompetas, chirimías, sacabuches y todo género de instrumentos de música.321 Acabadas, se vuelve, en la forma que vino, el acompañamiento de la ciudad, y dejando el virrey en su palacio, se deja el Pendón en la Casa de Cabildo. Van a dejar al alférez a su casa, en la cual los del acompañamiento son abundante y exquisitamente servidos de conservas, colaciones, y de los exquisitos regalos de la tierra, abundantísima de comidas y bebidas, cada uno a su voluntad. El día siguiente, con el orden de la víspera, vuelve el acompañamiento y caballería a la dicha iglesia, donde el arzobispo mexicano celebra de pontifical la misa. Allí se predica el sermón y oración laudatoria con que se exhorta al pueblo cristiano a dar gracias a Dios, pues en aquel lugar donde murieron mil españoles, ubi millia virorum decubuere, donde fue tanta sangre derramada, allí quiso dar la victoria. Vuelve el Pendón y caballería, como la víspera antecedente. Y en casa del alférez se quedan a comer los caballeros que quieren. Y todo el día se festeja con banquetes, toros y otros entretenimientos.” Hasta aquí Valadés. 320

En el pasaje que Fr. Diego de Valadés menciona sobre las fiestas, llama la atención el que participara sobremanera la nobleza mexicana, representada en jóvenes o señores formados bajo la égida de un rancio estilo en el que la caballería se incorporaba con toda su parafernalia para integrarse a lo que fue jugar toros, cañas, alcancías. Pero también para hacer las entradas y escaramuzas obligadas para tal ocasión, que no era para menos. Significaba todo un arreglo supeditado, de seguro, a las normas establecidas en tratados, ejercicios de la caballería de la jineta, para torear con el rejón, lanza y espada y otras cartillas que deben haber conocido de alguna manera. Ya en su lectura, ya de oídas. Ora por la práctica que vieron en otros protagonistas, ora por la simple razón de la moda impuesta. 321 Dicha fiesta adquirió, a lo que se ve, una resonancia como pocas en la capital de la Nueva España. La participación de virreyes, arzobispos, cabildo y otros funcionarios de diversa estatura marcaban perfectamente la estratificación que seguían ceremonias como la de la toma de mando del nuevo Virrey en turno, o por noticias de la casa real (con buenos o malos augurios); mismas que originaban movilizaciones sin precedentes y hasta más de alguna discusión; por el hecho de que los personajes aquí citados y otros muchos que se incorporaban a los desfiles y procesiones se sintieran desplazados o no ocuparan el lugar que ciertas normas o la costumbre fueron marcando.

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En la víspera y día de San Hipólito se adornaba las calles y plazas desde el palacio hasta San Hipólito, por la calle de Tacuba para la ida, y por las calles de San Francisco (ahora Avenida Madero), para la vuelta, de arcos triunfales de ramos y flores, muchos sencillos y muchos con tablados y capiteles con altares e imágenes, capillas de cantores y ministriles. Sacábanse a las ventanas las más vistosas, ricas y majestuosas colgaduras, asomándose a ellas las nobles matronas, rica y exquisitamente aderezadas. Para el paseo, la nobleza y caballería sacaba hermosísimos caballos, bien impuestos y costosísimamente enjaezados: entre los más lozanos (que entonces no por centenares, sí por millares de pesos se apreciaban) salían otros no menos vistosos, aunque por lo acecinado pudieran ser osamenta y desecho de las aves, aunque se sustentaban a fuerza de industria contra naturaleza, que comían de la real caja sueldos reales por conquistadores, cuyos dueños, por salir aquel día aventajados (por retener el uso del Pendón antiguo) sacaban también sus armas, tanto más reverendas por viejas y abolladas, que pudieran ser por nuevas, bien forjadas y resplandecientes. Ostentaban multitud de lacayos, galas y libreas. Clarines, chirimías y trompetas endulzaban el aire. El repique de todas las campanas de las iglesias, que seguían las de la Catedral, hacían regocijo y concertada armonía. Como esa solemnidad –dice García Icazbalceta en una de las notas que pone al Diálogo Tercero de Cervantes de Salazar-, se verificaba en lo más fuerte de la estación de lluvias, sucedía a veces que la comitiva, sorprendida por el agua, se refugiaba en los primeros zaguanes que encontraba abiertos, hasta que pasada la tormenta, continuaba su camino. Sabido por el rey, despachó una cédula en términos muy apremiantes, prohibiendo que tal cosa se hiciera, sino que a pesar de la lluvia continuase adelante la procesión, y así se cumplió. Por ser muy grandes los gastos que la fiesta ocasionaba al regidor encargado de llevar el pendón, el Ayuntamiento le ayudaba con tres mil pesos de sus propios. Así y todo, se negaban los regidores a sacar el pendón real. No se sabe por qué era esa formal resistencia al ejercicio de un acto honroso para la persona en quien recaía. 322 Andando el tiempo vino 322

Probablemente encontremos la respuesta en las mismas líneas trazadas por Valle-Arizpe cuando apunta: Para el paseo, la nobleza y caballería sacaba hermosísimos caballos, bien impuestos y costosísimamente enjaezados: entre los más lozanos (que entonces no por centenares, sí por millares de pesos se apreciaban) salían otros no menos vistosos, aunque por lo acecinado pudieran ser osamenta y desecho de las aves, aunque se sustentaban a fuerza de industria contra naturaleza, que comían de la real caja sueldos reales por conquistadores, cuyos dueños, por salir aquel día aventajados (por retener el uso del Pendón antiguo) sacaban también sus armas, tanto más reverendas por viejas y abolladas, que pudieran ser por nuevas, bien forjadas y resplandecientes. Esto quiere decir que, probablemente hayan entrado en conflicto aquellos caballeros que sintiéndose custodios del Pendón antiguo justo en el momento en que este fue sustituido por el Pendón Real, es decir por otra pieza de nueva manufactura, pero utilizada para el mismo fin. La reacción de rechazo debe haber estado, en todo caso en aquella actitud conservadora a ultranza de nobleza y caballería que, siguiendo los viejos procedimientos, y tratando de conservarlos en su más pura integridad, mandaban arreglar sus caballos enjaezándolos en medio de un lujo desmesurado. Y esa nobleza y caballería algo más tenía que ver con el hecho de que al comer “de la real caja sueldos reales por conquistadores...”, mantenían ya una especie de pensión vitalicia, cuando los hechos aquí narrados parten de fuentes del siglo XVII. Es decir, el Libro Primero del Próximo Evangélico exemplificado en la vida del V. Bernardino Álvarez... compuesto por D. Juan Díaz de Arce (1615). Habiendo pasado casi un siglo del hecho consumado y celebrado: la conquista en su día clave, 13

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muy a menos el brillo de esta conmemoración anual de la Conquista, tanto, que en 1745 el virrey, don Pedro Cebrián y Agustín, conde de Fuenclara, por orden de la Corte, hubo de imponer una multa de quinientos pesos a todo caballero que siendo convidado dejase de concurrir sin causa justa. La ceremonia, que en sus principios fue muy lucida, con esmerada suntuosidad, vino después a ser ridícula, cuando el paseo se hacía ya en coches y no a caballo, y el pendón iba asomado por una de las portezuelas del carruaje del virrey. Los indios asumieron siempre una actitud altiva y digna durante el desfile de la brillante comitiva; no se veía a ninguno en las calles por donde pasaba, pues era recordarles la conquista que los sojuzgó, con sus matanzas y demás horrores.323 El primer Paseo del Pendón se efectuó con inusitado boato en agosto de 1528; fue abolido por las Cortes españolas el 7 de enero de 1812 y de esa fecha en adelante siguieron asistiendo a San Hipólito el virrey, la Real Audiencia y las demás autoridades como a cualquiera otra de agosto, tendría que haber entre muchos de los habitantes de la capital de la Nueva España si no viejos conquistadores, sí los hijos o nietos de estos que deben haberse propuesto celebrar tal ocasión en medio de un fervoroso respeto. Y conservar el Pendón antiguo fue, o debe haber sido para ellos el último reducto de un episodio histórico con una fuerte carga de responsabilidad que no se reducía a la sola razón de fiesta. Se conservaba una especie de status quo que, para bien o para mal, y al paso de los años devino indiferencia. Por otro lado en: Carlos Rubén Ruiz Medrano: Fiestas y procesiones en el mundo colonial novohispano. Los conflictos de preeminencia y una sátira carnavalesca del siglo XVIII. San Luis Potosí, El Colegio de San Luis, 2001. 54 p., p. 11 nos dice: Durante las procesiones, la sociedad colonial era lo más parecido a un régimen de estamentos, y con una clara diferenciación corporativa. Aquí se encuentra la clave para comprender la naturaleza de las fiestas y grandes procesiones: constituían un resabio ideológico y una proclama que pretendía encuadrar la realidad social novohispana en una escala jerárquica inteligible. Y esto es todavía más profundo si vamos al hecho de comprender la entraña de esa separación de los estamentos en la infinidad de desfiles, procesiones, festejos y hasta corridas de toros donde la autoridad, fuese esta la que fuese, pretendía ser reconocida en función de su nivel de autoridad. Por eso, el propio Ruiz Medrano complementa la observación apuntando: Aún así, y paradójicamente, en estos actos no existía un orden rígido preestablecido. No existía un código escrito que prescribiera y sancionara el orden de las misas solemnes, las procesiones, o la asignación de asientos (en corridas de toros), como sí existía en la Península Ibérica. Aquí lo que se encuentra es un ordenamiento flexible y acomodaticio. Esta paradoja obedece a un elemento ya señalado por varios autores: la ausencia de una verdadera tradición nobiliaria, resultado del proceso de estructuración del mundo colonial y de la asimilación –desigual y ambivalente- de los diferentes sectores étnicos y de los flujos masivos de migrantes a Indias. Estos factores hicieron que los habitantes de la Nueva España, que se creían merecedores de prestigio y posición social, ajustaran los esquemas ideales de nobleza y jerarquia a través de otros sutiles definidores sociales, y fuera de un marco jurídico bien establecido; así proliferan mecanismos exteriorizadotes de la posición más ambiguos, como la exhibición ostentosa; y la procesión oficial era uno de los espacios más adecuados para ello (p. 12). 323 La sola cita sobre los indígenas mueve a una reflexión con una fuerte carga de resistencia por parte de quienes en esas ocasiones no eran exactamente convidados a la celebración, con todo y que para el contexto temporal en que giran estos apuntes (1615), algo de aquel dolor, el dolor y el horror de la derrota deben haberse atenuado. Por naturaleza, cualquier sociedad, sobre todo cuando tiene que convivir con el enemigo es rencorosa. Desconozco que tanta dimensión en tanto “visión de los vencidos” (-León Portilla, dixit-) se pudo registrar no sólo después de la conquista misma. ¿Qué pasó años más tarde, diez, cincuenta, cien o doscientos? ¿El resentimiento fue una herida abierta o cicatrizó? La independencia, con casi tres siglos de distancia y al recordatorio, año tras año del 13 de agosto ¿se convierte en devolución acumulada de rencores? Recordemos que naturales y extranjeros convivieron, y de esa convivencia surgieron infinidad de derivaciones sumadas con la presencia de otras tantas razas. Y en esa convivencia algún grado de conciliación debe haberse dado. No todo era odio. Mucho menos mutuo, pero tampoco perpetuo.

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función de tabla324 y así hasta la Independencia en que, como era natural, terminó del todo esa simbólica y aparatosa solemnidad.325 DIGRESIÓN HISTÓRICA DE ARTEMIO DE VALLE-ARIZPE

Preocupado, como estaba por su quehacer no tanto como historiador, pero desempeñando lo mejor que le era posible este oficio con un sentido autodidacta de las cosas, refiere el siguiente apunte:

El historiador no puede desasirse de sí mismo. El historiador, como el poeta, como el filósofo, como el político está siempre consigo mismo. No puede ser otro que él mismo. Y lo que constituye su desgracia constituye, al mismo tiempo, su grandeza. Porque la historia se hace, en último término, gracias a la individualidad del historiador. La historia es su carácter. Ese carácter es Michelet, o Carlyle, o Mariana, o el conde de Toreno. ¿Cómo podrá don Juan de Mariana desprenderse de su íntimo y clarividente sentido crítico? ¿De ese sentido crítico que llevaba a formular acres dictámenes aun contra sus propios conciudadanos? En su República literaria, Saavedra Fajardo acusa a Mariana de que “no perdona a su nación y la condena en lo dudoso”. No; lo que ocurre es que Mariana tiene una fuerte personalidad y la impone en las páginas de su Historia.326 La interrogante con que termino este pasaje es determinar si Artemio de Valle-Arizpe, se convierte en algunos casos en un autor de ficción, recordando a Marquina en cuanto a si expidió o no el traído y llevado decreto contra una corrida de toros ya celebrada; o a nuestro atribulado fray García Guerra, sobre sus tormentosos y provocativos pecados respecto a que por ocurrir dos festejos taurinos en viernes, estos fueron motivo para que se cerniera en su figura pública un velo de castigos de todos nosotros conocidos. Ese es un asunto que irá develándose al cabo de toda esta obra, y de lo cual tendrá que hacerse una seria consideración, sin que esto se convierta para él, en un juicio sumario.

324

Función de tabla: se les llamaba así por estar consideradas en aquel impresionante contexto de celebraciones novohispanas. Fueron aquellas que, incrustadas en el ámbito cotidiano y por costumbre, consideraron entre otras, a la fiesta barroca concepcionista como celebración política, religiosa y cultural en Nueva España que dogmatizaban su condición. 325 Valle-Arizpe: Por la vieja calzada de..., op. Cit., p. 185-189. 326 Ibidem., p. 394.

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Don Artemio, en sus últimos tiempos aprovechaba el reposo para seguir cultivándose. Pero más bien, parece decirnos: “Me tomo un respiro…”

Cercano al fin de sus días, demostraba fuerzas sacadas de no se sabe donde y continuar así, escribiendo Jardín Perdido o Sombras de un pasado.

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CUENTOS DEL MÉXICO ANTIGUO. 327

[PASAJE Nº 33]: CRIMEN Y CASTIGO.328 Crimen y castigo no es, en este caso F. Dostoieswki, pero sí la propuesta que hace A de V-

A en Fr. Laureano de Loria, un caso de bondad y sapiencia seráfica, víctima muy al principio de este sucedido quien apareció muerto, luego de haber sido asesinado. Pronto corrió la noticia entre los frailes del convento. Aquel cuerpo estaba todo lleno de sangre, resultado de los golpes y desagradables huellas del horror. La austera celda con sus libros y muebles se encontraba toda descompuesta, como si la acción no se hubiera concretado al terrible acontecimiento, del que no se tiene una fecha precisa por tratarse de un sucedido imaginado.

La artesana mano interpreta la forma de ser del toreo encabezado por los estamentos en el inicio del siglo XVIII mexicano. Fuente: Archivo General de la Nación [A.G.N.] Ramo: Tierras, vol. 1783, exp. 1, f. 21v. Códice “Chapa de Mota”.

Se detuvieron a tres sospechosos: Ramón Ávila, un tal Luis y también a Gregorio Estevez, asesino de lo peor. Se siguió la causa y comenzó el largo y tedioso juicio. De ellos, Luis, hijo del Alcaide, y en compañía de Sinforiano Aguilar y Pascual Trejo perpetraron la oscura acción en complicidad con Ramón Ávila, que se conocía muy bien todos los movimientos y rincones del convento franciscano. Dieron santo y seña de cada una de sus acciones hasta llegar al sitio y momento del crimen, llamados por la sed del dinero que custodiaba Fr. 327

Artemio de Valle-Arizpe: Cuentos del México antiguo. 9ª ed. México, Espasa-Calpe Mexicana, S.A., 1985. 146 p. (Colección Austral, 53). 328 Op. Cit., p. 62-68.

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Laureano, fruto de las limosnas. Dijeron además la forma en que usaron un machete suriano y la forma en que forcejearon aquellos gandules con un hombre agonizante que suplicaba inútilmente por su vida. Como era de esperarse, tomaron los dineros de un baúl y huyeron. Fruto de aquello, 45 onzas para cada uno, se dieron a gastarlo en ropas de elevado precio y a divertirse con tres barraganas, las cuales, luego de aclarado el asesinato, fueron enviadas al hospital de San Juan de Dios para pagar su complicidad. Y es que

Se contaba que por esos días hubo una corrida de toros por el barrio de Santiago, y que en ella salió de picador Sinforiano Aguilar, quien hirió con un rejón de tal manera a un toro remiso en acometer y tanta sangre le echó fuera de la brutal herida, que un espectador le gritó: ¡Bárbaro, puedo asegurar que tú mataste al fraile!329 El pago a su horrendo proceder fue con sus cabezas. Se les ahorcó y habiéndose concluido con aquella sentencia, luego fueron a cortarles uno a uno la mano derecha que más tarde clavaron en lugar visible de la fachada franciscana. Se dice, como cuenta la leyenda, que el alma de Fr. Laureano de Loria penaba entre angustiosos gritos que espantaba a los vivos que claramente escuchaban el suplicante ¡no me mates, por el amor de Dios! ¡no me mates, por el amor de Dios! Y es que justo en aquel terrible tránsito de la vida a la muerte...

estaba en pecado el buen padre Loria, tan afectuoso y

dulce que era! [PASAJE Nº 34]: LA SANTIAGUITA.330

Aquí tiene que ver un matrimonio de suyo particular. Por un lado Miguel Perea. Por el otro, su atribulada esposa, doña Adelita. Aquel era un hombre bonachón, de incontenible expansión de músculos y carnes. En cambio, doña Adelita cada vez estaba más leve, más pálida, más espiritual. Miguelito se dedicaba a conciencia a todas sus tareas ordinarias, pero Adelita solo desconfiaba de que aquel anduviera metido en riesgos o aún peor, en tentaciones de la carne. El celo creció tanto en Adelita que, sin que se diera cuenta su 329 330

Ibidem., p. 67. Ibíd., p. 138-146.

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marido, lo perseguía, le seguía los pasos sospechando hasta de su propia sombra. Pero no sólo era él su principal preocupación. También lo eran sus hijos, sobreprotegidos en forma excesiva por aquel manojo de nervios y angustias. Pero otro día

Le dio [a Adelita] por suponerlo [a Miguel Perea] tenazmente perseguido por un toro bravo, y hasta pagó a un diestro toreador, apodado el Fiebre, para que lo siguiese a todas partes con el capotillo al brazo, para que, si le salía el cornúpeta a don Miguelito, extinguiéndole aquella su sonrisa linda, se lo quitara al momento de encima y se lo llevase lejos envuelto entre los vuelillos de la tela; pero le advirtió bien claro que al decir ella cornúpeta no se trataba de modo alguno de don Pedro Azcárate, ni de don Feliciano Salinas, y menos aun del respetable doctor don Alonso Soto, que a esos señores sí los dejase acercarse a don Miguelito cuando quisieran, a pesar de sus macizos adornos frontales que portaban con tanta gallardía.331 Esa era la rutina, hasta en los toros, en donde queda demostrada la afición de Miguel Perea, del que junto a Pedro Azcárate, Feliciano Salinas y Alonso Soto no se tienen datos precisos sobre si son personajes figurados o los toma algún

perdido

catálogo,

de

algún

perdido

A de V-A en calidad de préstamo

conjunto

de

personajes

de

posiblemente

decimonónicos. Eso es un misterio. Claro, Adelita

con cosas de este tenor andaba buscando con ansia pasto para su aflicción, material inagotable para sus llantos. Lloraba porque estaba triste porque lloraba, o bien lloraba por el placer de estar triste. Misterio que nadie podía aclarar. (...) Estaba doña Adelita en plena posesión de la anhelada tragedia.332 Así siguieron sus extraños comportamientos hasta que Miguelito dio motivo para que la sufrida mujer desatara la ira. Le veía rezar con verdadera entrega, que se consumaba colocándose de hinojos al pie de la imagen de San Antonio venerada, pie cuya base, tallada era hueca que a su vez colmaba de papelitos. Pero la curiosidad de Adela no pudo más. Al extraer cada uno de estos billetes, del sofoco pasaba al desmayo. No podía explicarse el por qué de cada una de las leyendas:

Veintiocho pesos a la Santiaguita”, “Diez pesos a la Santiaguita”, “Cuarenta, ídem, ídem... ¡El colmo del descaro! 331 332

Ib., p. 140. Ib., p. 141 y 142.

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Pues si aquello era ya declarada persecución, esta vez lo hizo como auténtica inquisidora. Es más, pensando que se tratara de un amor oculto, ella misma un buen día tomó la determinación de mandarle un aviso para que Miguel dejara sus labores en la Real Casa de Moneda, atendiendo a curioso llamado escrito así:

Miguelito, mi amor, sal un momento; necesito hablarte, vida mía, de algo muy importante que me sucede. Urge. Ven. Te adora tu Santiaguita. Cual sería la sorpresa del angustiado Miguel que al llegar al sitio del encuentro halló a una furiosa Adelita quien no sólo le reprochó, sino le reprendió y hasta le

reventó a don Miguelito

una bofetada magnífica en pleno rostro, con la que le desniveló una quijada y cuyo sonido repercutió por toda la calle silenciosa. La respuesta del afectado fue inmediata:

-Mira, Chacha, Santiaguita no es persona, no es... -¡Ay, Dios! ¡Ave María Purísima! ¿Quereis decirme entonces que es un fantasma esa Santiaguita? ¡Embustero! ¡Obsenso!333 ¡Amores con un fantasma! Eres un bígamo disoluto. -Cállate, óyeme. Esa Santiaguita que mientas no es una persona, te lo repito, sino una mina.334 -¿Una mina? ¡Impúdico! -Sí, Chacha, una mina la que lleva ese nombre porque la descubrió don Santiago Aldaco, y en el papel que sacaste de entre el cuerpo de San Antonio bendito, iba yo apuntando las exhibiciones de la acción que compré y aquí la tienes; mírala, cerciórate, Chacha. Lo puse dentro de la santa imagen para que viniera pronto la bonanza anhelada y nos hagamos ricos, como tendrá que suceder. Te compraré tu casa y compraré otra casa a Paquita, que tanto te quiere.335 El semblante de Adelita cambió de la noche al día. Su aterradora mirada de furia fue todo sonrisa. Vino el sosiego y por fin entendió que no se trataba de lo que tanto había inventado o especulado la celosísima mujer, a quien de pronto le sobrevino otro ataque de desgracia en cuanto se acordó que, al salir como una furia de su casa, no tuvo el cuidado de cerrar la 333

Debe decir obsceno [N. del A.] Mina que, como refiere don Artemio está en Pachuca, estado de Hidalgo. 335 Valle-Arizpe: Cuentos del México..., op. Cit., p. 146. 334

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puerta, de tal forma que era su hija Nora la que, refrescada por el viento sería víctima, por lo menos, de una pulmonía... ¡Válgame el señor!

Ex-voto elaborado a principios del siglo XVIII. En él, aparece un toro, tal y como pudo haber sido el que se “corrió” o se “lidió” por aquellos años. Fuente: Fernando Benítez: La ciudad de México, Vol. 4, p. 92.

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ANDANZAS DE HERNÁN CORTÉS336

[PASAJE Nº 35]: LA APARICIÓN DEL APOSTOL.337

Cuenta esta episodio una de las muchas jornadas guerreras en las que el Capitán General Hernán Cortés se encontraba en los dominios del poderoso cacique Tabscoob 338 –lo que más tarde quedaría denominado en esas mutaciones caprichosas del lenguaje en Tabasco-. Dura era la ofensiva,339 pues ambas escuadras, la de aborígenes y de los soldados hispanos se enfrascaban en todo el descargo de sus fuerzas. Unos y otros establecieron diversas estrategias de carácter castrense, pero el hecho es que ante lo reducido del frente español, los indígenas estaban en condiciones muy superiores. Si aquellos empleaban escopetas, ballestas, cañones con el agregado de sus pocos caballos, también convertidos en elemento de batalla; estos lanzaban flechas y varas tostadas que parecían auténtica lluvia en un intenso y fragoroso momento en que la suerte estaba echada.

De pronto todos los sitiados vieron, con estupor, a un gallardo jinete en un caballo rucio picado, que salió de los palmares a carrera tendida, con toda la crin al viento. Entró en la batalla con gentil arrogancia, desatando torbellinos de tajos y reveses. Metía grandes prendas de valor en el brío con que acometía a los escuadrones atacantes. Arrojadamente cruzó el llano por tres veces seguidas, y siempre daba sobre los indios con braveza y coraje y a su paso dejaba un gran tendido de muertos.340 Pero, ¿y quién era ese inesperado personaje?, porque ante su afortunada aparición hubo de darse un vuelco en aquellos tremendos momentos. Por supuesto que quienes aprovecharon la coyuntura fueron los hispanos que muy pronto recuperaron lo que ya consideraban perdido. Y aquel personaje seguía causando estragos.

336

Artemio de Valle-Arizpe: Andanzas de Hernán Cortés. 3ª reimpr. México, editorial Diana, 1985. 450 p. Op. Cit., p. 87-96. 338 Poder de los tlaxcaltecas, según Bernal Díaz del Castillo. 339 Ocurrida el cinco de septiembre de 1519. 340 Valle-Arizpe: Ibidem., p. 91. 337

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Ese ágil y bizarro jinete tan lleno de fogosa acometividad, que, de repente, desapareció de manera misteriosa a la llegada de la caballería, y al que, principalmente, se le debió el triunfo, se dijo que no era otro sino Santiago Apóstol en su caballo caracoleante y braceador, como si anduviera luciéndose en una plaza, o hiciera el despejo para entrar en una justa.341 Con respecto a Santiago, sucede que pasando de ser por muchos siglos el pacífico pescador de Galilea y uno de los doce apóstoles de Jesucristo fue, según las leyendas construidas a su alrededor, el evangelizador de España.342 Durante las guerras de reconquista (711-1492), el santo patrono de los españoles se convierte en un feroz caballero Matamoros y la invocación “Santiago y a ellos” da inicio a cada una de las batallas. La creencia en las milagrosas apariciones del santo se traslada a América, en donde el señor Santiago se transformar en Mataindios. Por su parte planteaba Bernal Díaz del Castillo –a decir de A de V-A- no aceptaba el hecho en tanto circunstancia milagrosa sometida a la dualidad de que para unos soldados era San Pedro y para otros Santiago, pero tampoco era el bravo Francisco de Morla. 343 Lo que 341

Ibid., 92. José Francisco Coello Ugalde: “Atenco: la ganadería de toros bravos más importante del siglo XIX. Esplendor y permanencia”. México, 2006 (tesis de doctorado, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional Autónoma de México). 250 páginas + CXXXIII (Anexos). Capítulo I. Al adentrarse en la historia de una ganadería tan importante como Atenco, el misterio de los "doce pares de toros y de vacas" con procedencia de la provincia española de Navarra y que Nicolás Rangel lo asentó en su obra Historia del toreo en México, es imposible aceptarla como real. El mucho ganado que llegó a la Nueva España debe haber sido reunido en la propia península luego de diversas operaciones en que se concentraban cientos, quizás miles de cabezas de ganado llegados de más de alguna provincia donde el ciclo de reproducción permitió que se efectuara el proceso de movilización al continente recién descubierto. Claro que una buena cantidad de cabezas de ganado murieron en el trayecto, lo cual debe haber originado un constante tráfico marítimo que lograra satisfacer las necesidades de principio en la América recién conquistada y posteriormente colonizada. De siempre ha existido la creencia de que Atenco es la ganadería más antigua. Efectivamente lo es puesto que se fundó en 1528 pero no como hacienda de toros bravos. Relativo al empleo del número doce en aquella época de conquista y su posterior consolidación, agrego lo siguiente: Acaso habría que plantear si dentro de la intensa labor de evangelización, era necesario establecer una figura en el grupo no de “doce pares de toros y de vacas”, sino de los “doce apóstoles” que parecen ser recordados por aquellos doce misioneros franciscanos que llegaron a México el 13 de mayo de 1524, enviados por el Papa Clemente VII: fray Martín de Valencia en calidad de Custodio, nueve frailes sacerdotes: Francisco de Soto, Martín de la Coruña, Antonio de Ciudad Rodrigo, García de Cisneros, Juan de Rivas, Francisco Jiménez, Juan Juárez, Luis de Fuensálida y Toribio de Benavente (Motolinía), más dos legos fray Juan de Palos y fray Andrés de Córdoba. Un año antes se habían instalado Pedro de Gante, Juan de Tecto y Juan de Aora. En conjunto, se dedicaron a la conversión y defensa del indio. 343 Bernal Díaz del Castillo: Historia verdadera de la conquista de la Nueva España. Introducción, catálogos, noticias bibliográficas e índices, elaborados por Federico Gómez de Orozco, de la Academia Mexicana de la Historia y catedrático de la Universidad Nacional Autónoma de México; Guadalupe Pérez San Vicente, profesora de Historia de la Universidad Nacional Autónoma de México y de la Universidad 342

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reconoce Bernal es, en todo caso el “milagro” que les hizo Dios con haber salido con la vida de aquel encarnizado combate, al que acudió una terrible multitud de indios voceadores. Valle-Arizpe cuestiona al soldado y escritor prodigioso diciendo de él que

Destruía el encanto de la leyenda. Creía que era más hermosa la verdad desnuda, que con los velos de la fantasía, que con los velos de la fantasía. Bernal Díaz es el sentido común bien asentado a ras de la tierra para despertar al soñador de su sueño. Para el buen Bernal no existía la ilusión poética. Esto vi, esto oí, o me refirieron esto, o bien lo otro me contaron; no pongo esta cosa porque no me acuerdo Della, o no sé cómo se llamó, o porque ya se me ha olvidado, o esto no lo sé bien, dice el probo soldado a cada paso de su crónica, plena de calor de vida; nunca jamás llenó esas lagunas con su imaginación. Jamás se ve saltar en su libro el suave alborozo de un ensueño. Por demasiado humano, era muy de tejas abajo. En cambio, Hernán Cortés contó a su atildado capellán y confidente que aquellos santos apóstoles bajaron del cielo únicamente para ayudarlo, dándole señalado triunfo en el primer combate que sostuvo en tierras de México, y el retórico Gómara, inspirado tan sólo por don Hernando, escribió su libro, y aun él le dictó muchos pasajes, pues en toda esa historia está sonando la voz de Cortes.344 La actitud de

A de V-A no es defenestrar a Bernal, pero es notoria su parcialidad hacia el

Capitán General, lo que indica que aquella fuente imprescindible del vallisoletano deja de tener valor si no posee una serie de valores donde lo providencial se convierta en sólido argumento para corroborar, como en este caso, el triunfo de una batalla de suyo importante en momentos que eran del todo desesperados para un grupo reducido frente a uno que le superaba en número, aunque no en estrategias militares. El uso de las fuentes tampoco debe constreñirnos a dar ventaja a uno sobre otro, pero debe ser notorio el razonado equilibrio que se aplica para utilizar herramientas como los son, en este caso, las Cartas de Relación de Hernán Cortés y la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España de Bernal Díaz del Castillo. Es compromiso de todo buen historiador establecerse en la realidad de su oficio,

Iberoamericana de México y Carlos Sabav Bergamín, Secretario Fundador del Instituto Cultural Hispano mexicano, ciudad de México. Con estampas de José Bardasano. México, Fernández Editores, S.A., 1961. XXIV-719 p. Ils., maps., p. 125-127. en dicho capítulo, nuestro autor no refiere el pasaje tal y como lo anotó Cortés, lo cual indica aparentemente su negación ante hechos milagrosos que no fueran los prodigados “por Dios nuestro señor”. Bernal es un soldado llano, alejado de los intereses que por otro lado perseguía Hernando Cortes al tratar de congraciarse con S.M. Carlos V. 344 Valle-Arizpe: Op. Cit., p. 95-96.

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tal y como lo han establecido en diferentes momentos Edmundo O´Gorman 345 y Carlos Antonio Aguirre Rojas.346

La lanza utilizada en la guerra, se trocó instrumento para que los caballeros se sirvieran alanceando toros en los torneos de los primeros tiempos de la tauromaquia novohispana.

No puede pasarse por alto la sugerencia o insinuación al contexto más caballeresco que taurino presente en esta cita cuando podemos ver a

Santiago Apóstol en su caballo

caracoleante y braceador, como si anduviera luciéndose en una plaza, o hiciera el despejo para entrar en una justa. Recordemos

que por aquella época, los códigos de honor establecidos

en los libros de caballería pudieron adecuarse en un conjunto bastante compacto de conmemoraciones, sobre todo durante el siglo XVI, espacio temporal que permitió la puesta en escena de otros tantos despliegues a cual más de interesante e impresionante. Baste recordar lo que se menciona en el pasaje Nº 27 de esta obra.

345

Quiero una imprevisible historia como lo es el curso de nuestras mortales vidas; una historia susceptible de sorpresas y accidentes, de venturas y desventuras; una historia tejida de sucesos que así como acontecieron pudieron no acontecer; una historia sin la mortaja del esencialismo y liberada de la camisa de fuerza de una supuestamente necesaria causalidad; una historia sólo inteligible con el concurso de la luz de la imaginación; una historia-arte, cercana a su prima hermana la narrativa literaria; una historia de atrevidos vuelos y siempre en vilo como nuestros amores; una historia espejo de las mudanzas, en la manera de ser del hombre, reflejo, pues, de la impronta de su libre albedrío para que en el foco de la comprensión del pasado no se opere la degradante metamorfosis del hombre en mero juguete de un destino inexorable. 346 Carlos Antonio Aguirre Rojas: ANTIMANUAL DEL MAL HISTORIADOR. O ¿cómo hacer hoy una buena historia crítica? 7ª ed. México, Contrahistorias, la otra mirada de Clío y Talleres de Jiménez Editores e Impresores, S.A. de C.V., 2004. 141 p. Fots., p. 25: Historia diferente a la que hoy se cultiva mayoritariamente, que no es “la ciencia que estudia los hechos y situaciones del pasado”. Porque, más allá de que es totalmente imposible fijar con rigor y certidumbre la fecha, o momento, o etapa que hoy divide nuestro “presente” de nuestro “pasado”, es claro también que la historia no es esa aburrida y temerosa ciencia del pasado, sino más bien la ciencia que se consagra al estudio de “la obra de los hombres en el tiempo”, según la acertada definición de Marc Bloch, y por lo tanto, el examen crítico que abarca lo mismo el más pretérito periodo de la mal llamada “prehistoria” humana, que en el más actual e inmediato presente.

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[PASAJE Nº 36]: LA ERMITA DE LOS MÁRTIRES. 347 Aquí se recuerda la cruel matanza que encabezó Pedro de Alvarado el 10 de mayo de 1520, exactamente cuando los aztecas celebraban las fiestas del mes Toxcatl, dedicadas a Tescaltipoca. Aquella actitud de los españoles generó el repudio de los indígenas, sobre todo

por la muerte de la flor de su nobleza y de su sacerdocio.

Fue un grave error de estrategia

militar, una violenta y cruel decisión que de inmediato reclamó Hernán Cortés. Fueron días de intensa confusión, así como de saqueos. Tras el asesinato de Moctezuma en una situación por demás dolosa por parte de los conquistadores, estos salieron sigilosamente la noche del 30 de junio, tomando camino hacia el oriente de la ciudad, y por la calzada de Tlacopan. Creyendo que nadie se enteraría, fueron vistos por una vieja que salió

buscar agua a la acequia.

por ahí a

Ésta dio la señal de alarma, lo que de inmediato se convirtió en

furiosa embestida de los grupos de indígenas, que salieron por millares para entrar en la pelea. El inesperado vuelco se convirtió para los españoles en una de sus peores derrotas, la que hoy todos conocemos como la de la “Noche Triste” o “Noche tenebrosa”, como la calificó en su momento Bernal Díaz del Castillo. Al pasar de los días, los hispanos se encontraban en Tlaxcala. Allí se configuró una de las más sólidas alianzas, por lo que pronto ya estaban al servicio del capitán general 200 mil aliados dispuestos a contraatacar sobre la magnífica Tenochtitlán con objeto de hacerla suya. De ese modo, continuaron las diversas jornadas que fueron minando los últimos reductos de esta maravillosa ciudad, hasta que, llegado el 13 de agosto de 1521, resultaron vencidos los aztecas que se defendieron valientemente hasta el último momento.

Sitio de la ciudad de México por Cortés. 347

Valle-Arizpe: Andanzas de..., op. Cit., p. 107-119.

228


Como recordará el lector, este asunto ha sido tratado a detalle en los pasaje Nº 5, 9, 15, 25, 32348 así como en el anexo Nº 1, por lo que aquí concluyo estas notas, no sin antes mencionar que A de V-A, a lo que se ve, echó mano una y otra vez de un mismo argumento para trabajarlo con algún cambio de matiz en las obras de su propiedad ya revisadas anteriormente.

[PASAJE Nº 37]: SI EL ALMA UN CRISTAL TUVIERA. 349

Hace muchos años, el acucioso investigador Heriberto Lanfranchi me comentaba la dicha, pero también la desdicha de un asunto importante. Por un lado, el detalle de que ante su vista pasaron algunas líneas de una fuente que le fue imposible recordar, mismas que apuntaban el hecho de que entre el 31 de octubre y el 1º o 2 de noviembre de 1522, había ocurrido en Coyoacán, -además de lo que veremos en este pasaje-, lo que podría considerarse el primer capítulo taurino en estas tierras, que por supuesto todavía no habían sido consideradas como la Nueva España, pues dos fueron las cédulas reales que le conceden, por un lado, la incorporación de la Nueva España a la Corona Española, expedida en Pamplona a 22 de octubre de 1523 y por el otro la real cédula por la cual se le otorga a la

348

Valle-Arizpe, op. Cit., p. 117-119. Para recordar la toma de México se hacía recordar todos los años el dicho día 13 de agosto una solemne y lucida función que era a la vez religiosa y civil. Se mandó que se solemnizara “mucho” ese día, que hubiera luminarias, se corriesen toros, se jugaran cañas y que cabalgaran todos los que tuviesen caballos, pena de muy crecida multa. El Rey reglamentó el orden de la función, expresando quién debería llevar el estandarte y qué autoridad acompañarlo. (Recopilación de Indias. Ley LVI, Título XV, Libro III). Asistía el virrey, la Audiencia, el Ayuntamiento y toda la fastuosa nobleza; el Alférez Real conducía el pendón, que la víspera había estado expuesto durante todo el día en un balcón muy adornado de las Casas Consistoriales y con guardia de honor. Para la ida era el trayecto desde el Ayuntamiento, frente de Palacio y las calles de Tacuba, hasta llegar a San Hipólito, y para el regreso las señoriales calles de San Francisco y la de los Plateros. Todas estas rúas se engalanaban suntuosamente con arcos de ramas y flores, y en muchos de ellos se ponían tablados lujosos con altares e imágenes llenos de plata y capillas de cantores y ministriles; las fachadas de las casas se adornaban con ricas colgaduras, cornucopias, plata labrada, el retrato del rey en ostentoso marco, tibores, jaulas con pájaros, flámulas, cortinas. Pero los indios asumían una actitud altiva y digna durante el espléndido desfile de la abigarrada comitiva, pues no se veía a ninguno en la carrera por donde ésta pasaba. El primero Paseo del Pendón se verificó el 21 de agosto de 1528; las Cortes españolas abolieron esta festividad en 7 de enero de 1812, y de esa fecha en adelante siguieron asistiendo a San Hipólito, el virrey, la Audiencia y las otras autoridades, como a cualquier otra función, y así hasta la Independencia en que, como era natural, terminó del todo esa solemnidad que recordaba la toma de México. 349 Ibidem., p. 135-146.

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Ciudad el título de muy noble, insigne y muy leal Ciudad de México. Valladolid, a 24 de julio de 1548. Lo único que se sabe sobre aquellas fechas específicas, nos lo cuenta

A de V-A en Si el

alma un cristal tuviera... Veamos. Coyoacán se convirtió en el sitio escogido para habitarse de manera provisional mientras la ciudad de México-Tenochtitlan era sometida a una lenta transformación, pasando de ser el imponente espacio urbano construido por los aztecas que dejaba ver los estragos del último sitio y que acabó con la capitulación de sus últimos y valientes pobladores, el 13 de agosto de 1521. Por tanto, se puso en práctica su alteración a partir de nuevos estudios arquitectónicos que analizaban, entre otros aspectos, la situación lacustre. Por muchas razones, el asentamiento indicado habría sido Coyoacán mismo, pero Hernán Cortés decidió que la nueva ciudad debía estar sobre las ruinas del reino derrotado, aprovechando los materiales allí empleados para levantar las principales edificaciones con lo que quedaba patente no sólo la señal de la victoria. También todo el aparato gubernativo que allí se instalaría para testimoniar la puesta en práctica de la administración impuesta por la corona. Mientras esto ocurría, en Coyoacán ocurrieron diversos asuntos, uno de los cuales se desarrolló en tiempos demasiado cortos que, por su significado pasaron de la relevancia a la sospecha.

Recreación maravillosa de lo que fue una escena del alanceamiento. Los sabios del toreo, Nº 41, p. 57.

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El más destacado de ellos ocurre con la llegada de Catalina Xuárez Marcayda, primera esposa del Capitán General, tal y como lo asienta Francisco Fernández del Castillo, 350 aunque otros amores son los que acumuló el propio Cortés a lo largo de varios años. Entre otras mujeres relacionadas con su vida, se encuentra la propia Malinche o “doña Marina”, doña Francisca de Mendoza y más tarde con doña Juana de Zúñiga. Pues bien, para celebrar la presencia de doña Catalina por estas tierras, se organizaron los regocijos correspondientes y

Para agazajarla se le armaban bailes y merendolas constantes, con las buenas y simples cosas de la tierra. Gozaba doña Catalina de muchas amenidades. Encadenaba uno con otro los gustos. Se le hacían festejos a lo señor, en que demostraban los contendientes ser diestros en disciplinas de vigor y agilidad, corrían la sortija, ejecutaban juegos de lanzas y otros regocijos acostumbrados por los caballeros. Los indios le bailaban sus danzas, vistosos tocotines y mitotes coloridos de plumas y de flores, rutilantes de chaperías, al son monótono de atambores, mezclados con el dulce y doliente de los huehuetls y de las chirimías.351 Pues bien, esto ocurrió como lo dice Fernández del Castillo, “por la época de Todos Santos de 1522”.352 Pero lo malo comenzó esa misma noche. A lo que se ve, el principal sucedido fue la sospechosa muerte de la propia Catalina Xuárez Marcayda en circunstancias bastante extrañas. Juan Suárez de Peralta, el sobrino, nos refiere en su ya citada, entretenida e interesante Crónica,353 que Da. Catalina murió de “mal de madre”. Necesitaríamos saber a que se le llamaba así en aquellos tiempos; según parece daban ese nombre a la epilepsia complicada con desarreglos menstruales y éstos, sobre todo si la enferma ha tomado algún ácido, puede provocar la muerte con los síntomas que se describen en Da. Catalina y en sus hermanas, de las cuales como no tuvieron esposo Capitán conquistador al que tratan de atacar, no se dice que murieran ahorcadas, aunque tuvieran al morir los mismos síntomas.354

350

Francisco Fernández del Castillo: Doña Catalina Xuárez Marcayda, primera esposa de Hernán Cortés y su familia. México, Editorial Cosmos, 1980. 194 + XII. Ils., fots. 351 Valle-Arizpe: Andanzas de..., op. Cit., p. 135-136. 352 Fernández del Castillo, op. Cit., p. 12. Da. Catalina y Cortés fueron a unas honras a la iglesia; en la noche hubo fiesta en la casa del Capitán con varios caballeros y damas y se danzó (...). esto debe haber ocurrido la noche del 1º de noviembre de ese 1522. 353 Juan Suárez de Peralta: Tratado del descubrimiento de las Indias (Noticias históricas de Nueva España). Compuesto en 1580 por don (...) vecino y natural de México. Nota preliminar de Federico Gómez de Orozco. México, Secretaría de Educación Pública, 1949. 246 p., facs. (Testimonios mexicanos. Historiadores, 3). 354 Fernández del Castillo, Doña Catalina Xuárez..., op. Cit., p. 27.

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Y es que en todo momento, la sospecha recayó en el propio Hernán Cortés, su marido. 355 Y ello, debido a que el cadáver de la mujer presentaba huellas de estrangulamiento, por lo que el uxoricidio fue el primer cargo que las malas lenguas le aplicaron al conquistador. Cuando dijeron a Cortés los díceres de que había matado a su esposa se indignó y dijo: “¿Quién es el bellaco que tal dice? Y no quiso dar satisfacción ni dio importancia a la calumnia, hasta que algunos años después fue procesado por acusación de su suegra Da. María de Marcaida el 4 de enero de 1529.356

Tras pronunciar su indignación, se fue hacia su casa

(...) y ya iba a entrar en ella cuando oyó bajo unos árboles una risa clara y trinadora; echó la vista de soslayo, con rayos y centellas, para ver quién osaba reír así, y era ese reír de doña Marina, “la lengua”, que con gozo feliz estaba bajo la sombra leve y movediza de las ramas, cerca, muy cerca, de Juan Jaramillo, que la miraba blandamente. Entró Cortés de prisa en el patio masticando palabras de enojo, y vio que estaba sentado en un poyo de piedra un hombre envuelto en una manta; sus piernas se hallaban cubiertas de vendas, reclinada la cabeza en la pared y parecía meditativo, lleno de mansa melancolía, con los ojos negros, anchos, en los que se fundía ternura y dolor, perdidos en una lejanía sin fondo. Al pasar don Hernando trajo hacia él con lentitud su mirada, y Cortés, al sentirla encima, le envió una sonrisa penosa y pasó de largo; pero de súbito saltó en su recuerdo una hoguera de llamas retorcidas tostando aquellos pies vendados. Entró en una cámara contigua y dio con furia un gran portazo.357 ¿Qué intriga, qué complicidad velada nos deja leer entre líneas

A de V-A

cuando cita a

doña Marina y al extraño “hombre envuelto en una manta”, tan luego empezó a correr, como reguero de pólvora, la noticia del lamentable deceso de doña Catalina Xuárez Marcayda? En medio de aquel acontecimiento que devino escándalo, y por la poca información relativa a los regocijos, se torna difícil, por no decir que imposible creer o soportar la lectura de Heriberto Lanfranchi, sobre todo por el hecho de que siendo una fecha tan temprana esta de 1522, lo único posible es el despliegue de los participantes en aquella ocasión, despliegue en algunas escaramuzas y otras tantas evoluciones con los caballos, al modo de lo establecido en los torneos y justas, pero sin que se consumara exactamente un juego de cañas. Mucho 355

Christian Duverger: CORTÉS. México, editorial Taurus, 2005. 500 p. Ils., fots., maps., facs. (Memorias y biografías)., p. 236-238. Duverger plantea tres diferentes versiones sobre lo que significó esta muerte sospechosa: la versión oficial, la que proviene de las malas lenguas y una de nuevo cuño forjada a la luz de la creación o consolidación del mestizaje iniciado por el propio Hernán Cortés. 356 Ibidem., p. 13. 357 Valle-Arizpe: Andanzas de..., op. Cit., p. 145-146.

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menos, la lidia de algún toro, como lo dice mi entrañable amigo Lanfranchi. Por tal razón, me es preciso remitir al lector a un detenido análisis que hago en mi tesis doctoral, 358 sobre los GANADOS QUE SE ESTABLECIERON EN LA NUEVA ESPAÑA. Fue en el segundo viaje del almirante genovés, el de 1493 y en noviembre cuando llegó a la isla de la Dominica "todo género de ganado para casta" como lo apunta Enrico Martínez. 359 Y el término “para casta” fue manejado con el sentido de explicar que aquel género de ganado” serviría simple y llanamente para la reproducción. Establecidos aquí una serie de elementos básicos sobre el traslado de ganado de Europa a América, pasemos ahora a observar la manera en que se fomenta el desarrollo de diversas variedades de plantas y animales, obra realizada por quienes comenzaban a convertirse más en colonizadores que en conquistadores. Aunque ni una ni otra labor se olvidó. Se pregunta Sonia Corcuera: ¿Por qué no recordar en Cortés al pionero que introdujo desde las Antillas semillas, caña de azúcar, moreras, sarmientos y ganado para iniciar su labor ya no de conquista, sino de colonización?360

Hacia 1512, al fundarse en la isla de Cuba la ciudad de Baracoa, Hernán Cortés sigue, con mayor éxito que en la Española (Santo Domingo), sus pacíficas tareas de escribano y granjero. Emprende paralelamente el cultivo de la vid, cría vacas 361 y toros, ovejas y yeguas; explota minas de oro y se entrega al comercio. 362 Luego de la conquista, ha dicho Fernando Benítez: “Tenochtitlán no murió de muerte natural sino violentamente, por la espada, único final digno de una ciudad guerrera”, 363 por lo que para 1524 se encontraban establecidos algunos factores para llevar a cabo el proceso de la agricultura y el de la crianza de ganados, mayores y menores. Así se cuenta con Coello Ugalde: “Atenco: La ganadería…”, op. Cit. Enrico Martínez: Repertorio de los tiempos e historia de Nueva España (1606). México, SEP, 1948. (Testimonios mexicanos, 1), cap. XXVI, p. 141. 360 Sonia Corcuera: Entre gula y templanza. Un aspecto de la historia mexicana. UNAM, Facultad de Filosofía y Letras, 1981. 261 p. Ils. (COLEGIO DE HISTORIA, Colección: Opúsculos/Serie: Investigación), p. 51. 361 Antiguamente, referirse a las vacas era generalizar -en cierto sentido- al ganado vacuno, ya que sólo se hablaba de la posesión de los vientres. Por añadidura estaban los machos que, como elemento de reproducción no podía faltar en una ganadería. 362 “El Cronista A”, Hernán Cortés. En: “El Albatros” N° 4, 1971. Revista de la Universidad Autónoma de Sinaloa. Julio-Agosto, 1971. 363 Fernando Benítez: La ruta de Cortés. México, Cultura-SEP, 1983. 308 p. Ils. (Lecturas mexicanas, 7), p. 288. 358 359

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bestias de carga y de leche (bestias de carga y arrastre: caballo, mula y buey; de carne y de leche: vacas, cerdos, ovejas y cabras. Por otro lado de gallinas y pavos de castilla sin contar otras especies de menor importancia), cosas tan provechosas como necesarias a la vida. Sin embargo, el 24 de junio de 1526 que fue de San Juan..., estando corriendo ciertos toros y en regocijo de cañas y otras fiestas... 364

se corren toros en México por primera vez. Entonces ¿qué se lidió al citar el término "ciertos toros", si no había por entonces un concepto claro de la ganadería de toros bravos? ¿No serían cíbolos? Recordemos que Moctezuma contaba con un gran zoológico en Tenochtitlán y en él, además de poseer todo tipo de especies animales y otras razas exóticas, el mismo Cortés se encargó de describir a un cíbolo o bisonte en los términos de que era un "toro mexicano con pelaje de león y joroba parecida a la de los camellos". El bisonte en época de la conquista ascendía a unos cincuenta millones de cabezas repartidas entre el sur de Canadá, buena parte de la extensión de Estados Unidos de Norteamérica y el actual estado de Coahuila. Si bien los españoles debían alimentarse -entre otros- con carnes y sus derivados, solo pudieron en un principio contar con la de puerco traída desde las Antillas. Para 1523 fue prohibida bajo pena de muerte la venta de ganado a la Nueva España, de tal forma que el Rey intervino dos años después intercediendo a favor de ese inminente crecimiento comercial, permitiendo que pronto llegaran de la Habana o de Santo Domingo ganados que dieron pie a un crecimiento y a un auge sin precedentes. Precisamente, este fenómeno encuentra una serie de contrastes en el espacio temporal que el demógrafo Woodrow W. Borah calificó como “el siglo de la depresión”,365 aunque conviene matizar dicha afirmación, cuando Enrique Florescano y Margarita Menegus afirman que 364

Hernán Cortés: Cartas de Relación. Nota preliminar de Manuel Alcalá. Décimo tercera edición. México, Porrúa, 1983. 331 p. Ils., planos (“Sepan cuántos...”, 7), p. 275. 365 Woodrow, W. Borah: El siglo de la depresión en la Nueva España. México, ERA, 1982. 100 p. (Problemas de México). El autor apoya su tesis en las actividades de la economía durante la colonia para conocer los comportamientos demográficos que se dieron en forma agresiva a causa de nuevas enfermedades, la desintegración de la economía nativa y las malas condiciones de vida que siguieron a la conquista. Este

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Las nuevas investigaciones nos llevan a recordar la tesis de Woodrow Borah, quien calificó al siglo XVII como el de la gran depresión, aun cuando ahora advertimos que ese siglo se acorta considerablemente. Por otra parte, también se acepta hoy que tal depresión económica se resintió con mayor fuerza en la metrópoli, mientras que en la Nueva España se consolidó la economía interna. La hacienda rural surgió entonces y se afirmó en diversas partes del territorio. Lo mismo ocurrió con otros sectores de la economía abocados a satisfacer la demanda de insumos para la minería y el abastecimiento de las ciudades y villas. Esto quiere decir que el desarrollo de la economía interna en el siglo XVII sirvió de antesala al crecimiento del XVIII.366

El estudio de Borah publicado por primera vez en México en 1975, ha perdido vigencia, entre otras cosas, por la necesidad de dar una mejor visión de aquella “integración”, como lo apuntan Andrés Lira y Luis Muro, de la siguiente manera: Hacia 1576 se inició la gran epidemia, que se propagó con fuerza hasta 1579, y quizá hasta 1581. Se dice que produjo una mortandad de más de dos millones de indios. La fuerza de trabajo para minas y empresas de españoles escaseó entonces, y las autoridades se vieron obligadas a tomar medidas para racionar la mano de obra y evitar el abuso brutal de los indígenas sobrevivientes. Por otra parte, la población mestiza había aumentado a tal grado que iba imponiendo un trato político y social que no se había previsto. Mestizos, mulatos, negros libres y esclavos huidos, al lado de criollos y españoles sin lugar fijo en la sociedad concebida como una organización de pueblos de indios y ciudades y lugares de españoles, alteraron el orden ideado por las autoridades españolas, en cuyo pensamiento sólo cabía una sociedad compuesta por “dos repúblicas, la de indios y la de españoles”.367

Dicho lo anterior, no queda sino ser más que congruentes, cuidadosos con la tesis de W. Borah que tampoco puede descartarse tajantemente, pero que puede admirarse mejor con las oportunas apreciaciones incorporadas hasta aquí. fenómeno tuvo su momento más crítico desde 1540 y hasta mediados del siglo XVII, mostrando bajos índices de población, entre los indígenas y los españoles (hacia 1650 se estiman 125,000 blancos en Nueva España y unos 12,000 indígenas). La población indígena alcanzó una etapa de estabilidad, luego de los efectos señalados, a mediados del siglo XVIII “aunque siempre a un ritmo menor que el aumento de las mezclas de sangre y de los no indígenas”. Es interesante observar una de las gráficas (AHT24RF541, véase anexo número cinco) donde vemos valores de cabezas de ganado mayor y menor muy disparados contra un decremento sustancial de los indígenas y blancos, lo cual originó, por otro lado, un estado de cosas donde dichos ganados mostraron no solo sobrepoblación sino que el hábitat se vulneró y se desquició lo cual no permite un aumento de la producción, pues los costos se abatieron tremendamente. Esta tesis ha perdido fuerza frente a otros argumentos, como por ejemplo los que plantea la sola trashumancia habida en buena parte del territorio novohispano, o aquel otro que propone Pedro Romero de Solís en su trabajo denominado “Cultura bovina y consumo de carne en los orígenes de la América Latina” (véase bibliografía). Pero también se ha desdibujado por motivo de que el autor nunca consideró que habiendo una crisis demográfica de las dimensiones analizadas en su estudio, estas nunca iban a permitir que la economía creciera. Por supuesto que la economía colonial creció desde finales del siglo XVI, se desarrolló durante todo el siglo XVII y se consolidó, en consecuencia hasta que operaron abiertamente las reformas borbónicas. 366 Enrique Florescano y Margarita Menegus: “La época de las reformas borbónicas y el crecimiento económico (1750-1808)” (p. 363-430). En HISTORIA general de MÉXICO. Versión 2000. México, El Colegio de México, Centro de Estudios Históricos, 2000. 1104 p. Ils., maps., p. 365-6. 367 Andrés Lira y Luis Muro: “El siglo de la integración” (p. 307-362). En HISTORIA general de MÉXICO. Versión 2000. México, El Colegio de México, Centro de Estudios Históricos, 2000. 1104 p. Ils., maps., p. 311. Además, véanse las páginas 316 y 317 del mismo texto que abordan el tema de “La población”.

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En cuanto a la tesis de cíbolos o bisontes, ésta adquiere una dimensión especial cuando en 1551 el virrey don Luis de Velasco ordenó se dieran festejos taurinos. Nos cuenta Juan Suárez de Peralta que don Luis de Velasco, el segundo virrey de la Nueva España entre otras cosas se aficionó a la caza de volatería. Pero también, don Luis era “muy lindo hombre de a caballo”, jugaba a las cañas, con que honraba la ciudad, que yo conocí caballeros andar, cuando sabían que el virrey había de jugar las cañas, echando mil terceros para que los metiesen en el regocijo; y el que entraba, le parecía tener un hábito en los pechos según quedaba honrado (...) Hacían de estas fiestas [concretamente en el bosque de Chapultepec] de ochenta de a caballo, ya digo, de lo mejor de la tierra, diez en cada cuadrilla. Jaeces y bozales de plata no hay en el mundo como allí hay otro día.368

Estos entretenimientos caballerescos de la primera etapa del toreo en México, representan una viva expresión que pronto se aclimató entre los naturales de estas tierras e incluso, ellos mismos fueron dándole un sentido más americano al quehacer taurino que iba permeando en el gusto que no sólo fue privativo de los señores. También los mestizos, pero sobre todo los indígenas lo hicieron suyo como parte de un proceso de actividades campiranas a las que quedaron inscritos. El torneo y la fiesta caballeresca primero se los apropiaron conquistadores y después señores de rancio abolengo. Personajes de otra escala social, españoles nacidos en América, mestizos, criollos o indios, estaban limitados a participar en la fiesta taurina novohispana; pero ellos también deseaban intervenir. Esas primeras manifestaciones estuvieron abanderadas por la rebeldía. Dicha experiencia tomará forma durante buena parte del siglo XVI, pero alcanzará su dimensión profesional durante el XVIII. El padre Motolinía señala que “ya muchos indios usaran caballos y sugiere al rey que no se les diese licencia para tener animales de silla sino a los principales señores, porque si se hacen los indios a los caballos, muchos se van haciendo jinetes, y querranse igualar por tiempo a los españoles”. Lo anterior no fue impedimento para que naturales y criollos saciaran su curiosidad. Así enfrentaron la hostilidad básicamente en las ciudades, pero en el campo aprendieron a 368

Juan Suárez de Peralta: Tratado del descubrimiento de las Indias (Noticias históricas de Nueva España). Compuesto en 1589 por don (...) vecino y natural de México. Nota preliminar de Federico Gómez de Orozco. México, Secretaría de Educación Pública, 1949. 246 p., facs. (Testimonios mexicanos. Historiadores, 3), p. 100.

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esquivar por parte del ganado vacuno embestidas de todo tipo, obteniendo con tal experiencia, la posibilidad de una preparación que se depuró al cabo de los años. Esto debe haber ocurrido gracias a que comenzó a darse un inusual crecimiento del ganado vacuno en gran parte de nuestro territorio, el cual necesitaba del control no sólo del propietario, sino de sus empleados, entre los cuales había gente de a pie y de a caballo. Muchos de ellos eran indígenas. Ejemplo evidente de estas representaciones, son los relieves de la fuente de Acámbaro (Guanajuato), que nos presentan tres pasajes, uno de los cuales muestra el empeño de a pie,369 común en aquella época, forma típica que consistía en un enfrentamiento donde el caballero se apeaba de su caballo para, en el momento más adecuado, descargar su espada en el cuerpo del toro ayudándose de su capa, misma que arrojaba al toro con objeto de “engañarlo”. Dicha suerte se tornaba distinta a la que frecuentó la plebe que echaba mano de puñales. Sin embargo esto ya es señal de que el toreo de a pie comenzaba a tomar fuerza. Otra escena de la fuente de Acámbaro nos presenta el uso de la "desjarretadera", instrumento de corte dirigido a los tendones de los toros. En el “desjarrete” se lucían principalmente los toreros cimarrones, que habían aprendido tal ejercicio de los conquistadores españoles. Un relieve más nos representa el momento en que un infortunado diestro está siendo auxiliado por otro quien lleva una capa, dispuesto a hacer el "quite". En la continuación de la reseña de Suárez de Peralta se encuentra este pasaje: Toros no se encerraban [en Chapultepec] menos de setenta y ochenta toros, que los traían de los chichimecas, escogidos, bravísimos que lo son a causa de que debe haber toro que tiene veinte años y no ha visto hombre, que son de los cimarrones, pues costaban mucho estos toros y tenían cuidado de los volver a sus querencias, de donde los traían, si no eran muertos aquel día u otros; en el campo no había más, pues la carne a los perros. Hoy día se hace así, creo yo, porque es tanto el ganado que hay, que no se mira en pagarlo; y yo he visto, los días de fiesta, como son domingos y de guardar, tener muchos oficiales, alanos, que los hay en cantidad, por su pasatiempo salir a los ejidos a perrear toros, y no saber cuyos son ni procurarlo, sino el primero que ven a aquél le echan los perros hasta hacerle pedazos, y así le dejan sin pagarle ni aún saber cuyo es, ni se lo piden; y esto es muy ordinario en la ciudad de México y aún en toda la tierra.370

Volviendo al buen caballero don Luis de Velasco, él tenía la más principal casa que señor 369

Empeño de a pie. Obligación que, según el antiguo arte de rejonear, tenía el caballero rejoneador de echar pie a tierra y estoquear al toro frente a frente, siempre que perdía alguna prenda o que la fiera maltrataba al chulo. 370 Suárez de Peralta, Op. cit.

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la tuvo, y gastó mucho en honrar la tierra, como apunta Suárez de Peralta. Tenía de costumbre, todos los sábados ir al campo, a Chapultepec, y allí tenía de ordinario media docena de toros bravísimos; hizo donde se corriesen (un toril muy lindo); íbase allí acompañado de todos los principales de la ciudad, que irían con él cien hombres de a caballo, y a todos y a criados daba de comer, y el plato que hacían aquel día, era banquete; y esto hasta que murió. Al referirse Juan Suárez de Peralta a los “toros de los chichimecas”, nos está dando elementos para comprobar que en aquel tiempo era común traer esos animales desde aquellas regiones que hoy ocupan los estados de Coahuila y hasta el norte de Guanajuato. Dicho ganado no es sino el bisonte ó cíbolo, como se le conoce al mamífero, animal cuadrúpedo, del orden de los rumiantes, llamado en Europa toro de México o mexicano, por parecerse a un toro ordinario, con la diferencia de que sus astas están echadas hacia atrás, y el pelo largo y parecido a la lana de un perro de aguas ordinario: es montaraz, poco domesticable, y andan en manadas en las espesuras de los bosques, especialmente en la provincia de Texas. Por lo tanto, este tipo de ganado específico fue utilizado en alguna otra ocasión, como fue el caso ocurrido en 1734.371 En 1526 Hernán Cortés revela un quehacer que lo coloca como uno de los primeros ganaderos de México, actividad que se desarrolló en el valle de Toluca. En una carta del 16 de septiembre de aquel año Hernán se dirigió a su padre Martín Cortés haciendo mención de sus posesiones en Nueva España y muy en especial "Matlazingo, donde tengo mis ganados de vacas, ovejas y cerdos..." 372 De ese modo Las primeras especies de ganado mayor traídas de la península pertenecían a la “serrana, cacereña, canaria y retinta”, animales de gran rendimiento cárnico y laboral. Dichas especies se reprodujeron en Salvador García Bolio: “Plaza de Toros que se formó en la del Volador de esta Nobilísima Ciudad: 1734. [Cuenta de gastos para el repartimiento de los cuartones de la plaza de toros, en celebridad del ascenso al virreynato de esta Nueva España del el Exmo. Sor. Don Juan Antonio de Vizarrón y Eguiarreta]”. México, Bibliófilos Taurinos de México, 1986. XX + 67 p. Ils., facs., p. XIV: “Dies y Ocho pesos que tubo de Costo el armar Vn toril, para las Cibolas, que Se trajeron a lidiar…”, “...Síbolos, que se traxeron del R.l Alcazar de Chapultepeque, para lidiarse en la plaza, el último día dela Segunda Semana de la lidia de Toros (justo el jueves 10 de junio). 372 Isaac Velázquez Morales: “La ganadería del Valle de Toluca en el siglo XVI”. Ponencia presentada a la Academia Nacional de Historia y Geografía el 28 de agosto de 1997. 371

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grandes hatos en el territorio virreinal que tuvieron buena adaptación al clima y a los terrenos más difíciles. Las primeras vacas dieron origen a las distintas clases de “razas criollas”, resultado de las diferentes cruzas entre las razas puras de origen, de las cuales se obtuvo el tipo “mestizo”. Aquella gran población de ganados se estableció materialmente en todo el Valle de Toluca, por lo que las comunidades indígenas se quejaban del abuso cometido por los dueños de las vacadas, quienes dejaban libres sus animales para pastar, entrando estos a las sementeras destruyendo los sembradíos. Los naturales al verse rebasados por tal circunstancia no tuvieron más remedio que alejarse de sus asentamiento, desapareciendo en consecuencia los pueblos de indios. Y en ese sentido era tal el volumen y multiplicación del ganado, por lo que hubo algunos propietarios que llegaron a marcar anualmente hasta treinta mil becerros, quedando fuera un buen número de cabezas que por falta de control y cuidados se hacían cerreros. 373

Es entonces el valle de Toluca uno de los primeros sitios donde se aprovechan las excelentes condiciones de tierras para la siembra y mejor espacio para pastoreo de ganado mayor y menor. Cortés decide instalarse de forma provisional en Coyoacán mientras la ciudad de México-Tenochtitlán es modificada sustancialmente a un nuevo entorno, propio de concepciones renacentistas. Al poco tiempo, Cortés decide salir hacia el valle de Toluca en compañía del señor de Jalatlaco Quitziltzil, su aliado; y ello ocurre aproximadamente entre 1523 y 1524, antes de su viaje infructuoso a las Hibueras (1524-1526). En esa ocasión, Cortés introdujo desde muy temprana fecha ganado porcino (entre 1521 y 1522) y poco más tarde, hacia 1525 y 1528, en compañía de Juan Gutiérrez Altamirano establecieron ganado mayor, tan luego pudo levantarse la prohibición del tránsito de animales de las Antillas, apoyados por cédula real.374 Es en 1528 cuando se hace notoria la presencia de ganado vacuno en la región del valle de Toluca, por lo que para 1531, “el tributo que los indios de la

373

TOLUCA: SU HISTORIA, SUS MONUMENTOS, SU DESARROLLO URBANO. COMPILACIÓN: Programa de investigación cultural. Toluca, edo. de México, H. Ayuntamiento de Toluca. Universidad Autónoma del Estado de México, 1996. 331 p., ils. “La ganadería en el Valle de Toluca durante el siglo XVI y principios del XVIII” por Guadalupe Yolanda Zamudio Espinosa (p. 53-70), p. 59-61. 374 Cedulario de la Nobilísima Ciudad que puso en orden el licenciado José Barrio Lorenzot, abogado de la real audiencia y contador de propios y rentas de México, 1768. Real Cédula del 24 de noviembre de 1525. La crianza del ganado implicaba un intercambio comercial muy importante, por lo que, para medir su expansión y sus excesos, se hizo expedir el 30 de junio de 1526 una cédula rubricada por EL REY Nuestros gobernadores e oficiales y otras justicias de las islas españolas, san Juan de Cuba, e Santiago, por parte de los procuradores de la Nueva España fue (h)echa relación que algunas veses, quieren sacar ganados, cavallos e lleguas e vacas, puercos e ovejas e otros ganados para la dicha tierra. Como no se podía hacer tal cosa, El Rey dice que: "Me fue suplicado, y pedido, por merced que no les pusieren impedimento en el sacar de los dichos ganados e cavallos, e yeguas para la dicha Nueva España, o como la mi merced fuese: Por ende yo voi mando, que agora de aqui adelante debeis e concintais vacas de esas dichas a cualesquier personas, para la dicha Nueva España, los cavallos, e yeguas, e puercos, e vacas, e ovejas e otros ganados que quisieren e por bien tuvieren, libre y desembargada... Se firmó en Toledo a 24 de noviembre de 1525.

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localidad de Toluca y de sujeto Atenco daban al marqués del Valle de Oaxaca ya incluía el mantenimiento de sus “hatos de vacas”.375 Es importante destacar la apreciación que en su momento dejó marcada el padre jesuita José de Acosta, en el sentido de las diferencias encontradas en los tipos de ganados que se establecieron en la Nueva España: De tres maneras hallo animales en Indias: unos que han sido llevados por españoles; otros que aunque no han sido llevados por españoles, los hay en Indias de la misma especie que en Europa; otros que son animales propios de Indias y se hallan en España.376

El ganado caballar se reprodujo tanto, que dio origen a grandes manadas de caballos salvajes, que se tornaron por naturaleza cerreros, montaraces y mostrencos. Lo mismo ocurrió con los toros salvajes que los hubo en grandes cantidades en diversas regiones de la Nueva España. Por otro lado, es un hecho que Los primeros toros (no bravos entonces), llegaron a México en 1521 en un lote de becerros transportados a Veracruz, desde Santo Domingo. Cuatro años más tarde llegaron otras remesas de ganado de diversas especies y en 1540 la introducción se hizo en gran escala y así fueron poblados de ganado Texas, Arizona y Nuevo México, por el norte de la Nueva España, donde ya había ganado desde hacía 20 años. Los primeros toros bravos [si es que así se les puede calificar] llegaron a México entre 1540 y 1544, fray Marcos de Niza y fray Junípero Serra llevaron más tarde al noroeste de México la especie llamada cornilarga, formada por ejemplares fuertes, fieros y semisalvajes. Las reses bravas se establecieron primero en la región que es hoy de San Nicolás Parangueo (Guanajuato y Michoacán).377

En la permanente búsqueda por aclarar orígenes del toreo en México, durante los primeros años de la Nueva España, un tema que por sí mismo constituye un gran reto es el de la ganadería. Hasta hoy, veo que ha sido muy difícil conmover la idea generalizada en buena parte, ya no digo de historiadores, sino de los aficionados taurinos, en el sentido de que Atenco, como hacienda ganadera establecida en estas tierras contuvo desde su génesis misma una raza específica: la navarra. Cuando el historiador Nicolás Rangel tuvo a su cargo el Archivo General de la Nación allá por los años 20 del siglo pasado, lo que hoy son los Fondos y ramos que lo constituyen

375

Beatriz A. Albores Zárate: Tules y sirenas. El impacto ecológico y cultural de la industrialización en el alto Lerma. Toluca, Edo. De México, El Colegio Mexiquense, A.C.-Gobierno del Estado de México. Secretaría de Ecología, 1995. 478 p., ils., facs., maps., p. 154. 376 Diego López Rosado: Historia y pensamiento económico de México. Agricultura y ganadería. Propiedad de la tierra. México, Universidad Nacional Autónoma de México-Instituto de Investigaciones Históricas, 1968. (Textos Universitarios)., p. 49-52. 377 Op. Cit.

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formalmente aún no gozaban de catalogación precisa. En forma muy especial manejó documentos del hoy ramo "Historia" (Diversiones públicas) del cual formó su Historia del toreo en México. Época colonial (1521-1821). Esta, ha sido durante más de 70 años libro de consulta indispensable, aunque algunos de sus datos son de dudosa procedencia (la obra por falta del aparato erudito debe salvarse debido a la falta de catalogación). Sobre una apreciación del autor en torno a la forma en que se constituyó la mencionada hacienda, este dice que El conquistador, Lic. Juan Gutiérrez Altamirano, primo de Hernán Cortés, había obtenido de éste, como repartimiento, el pueblo de Calimaya con sus sujetos; y con otras estancias que había adquirido en el valle de Toluca, llegó a formar la hermosa Hacienda de Atenco, llamada así por ser el nombre del pueblo más inmediato. Para poblar sus estancias con ganado bovino, lanar y caballar, hizo traer de las Antillas y de España, los mejores ejemplares que entonces había, importando de Navarra doce pares de toros y vacas seleccionados que sirvieron de pie veterano a la magnífica ganadería que ha llegado a nuestros días. 378

Datos de esa magnitud merecen el descubrimiento mismo de la ganadería de bravo en México y por muchos años así se le ha considerado. ¡Grave error! Varios motivos que contradicen este asunto, forman un abigarrado expediente que sirve de evidencia y muestra certera de que la historia en cuanto tal tiene mucho por ofrecer en el plano de las precisiones. Precisamente, en su oportunidad agregaré algunos nuevos datos que se enfrentan a estos argumentos. Aconseja Jacob Burckhardt "No regañemos a los muertos. Entendámoslos". Si bien Nicolás Rangel se desempeñó mejor en la crítica literaria (véase la Antología del Centenario) que como historiador, su obra Historia del Toreo en México pasa a ser un texto muy interesante, aunque me parece -en lo personal-, una historia positivista, que solo registra pero sin navegar en profundidades del fundamento. Es decir no se compromete. Que es útil, lo ha sido, aunque en partes deja que desear por la ligereza de su construcción salvada por los conocimientos literarios y taurinos del leonés. Con el planteamiento anterior manifiesto mi desacuerdo, en virtud de que ese dato pone en entredicho no sólo el origen de esta hacienda (y no es que lo niegue, y por consecuencia 378

Nicolás Rangel: Historia del toreo en México, 1521-1821. México, Imp. Manuel León Sánchez, 1924. 374 p. fots., p. 10.

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pretenda liquidarlo de un plumazo), sino también la procedencia del pie de simiente, en unos momentos en los que, la cantidad de ganado mayor o menor establecido para entonces en la Nueva España, va incrementándose rápidamente, sobre todo entre las nuevas propiedades territoriales, donde los señores encomenderos van fijándose ese propósito. Haya o no llegado dicho “pie de simiente”; se encuentre o no el documento del que se valió Rangel para sustentar su hipótesis, hace que se cuente también con otros testimonios, con el suficiente peso para dar otro entorno a ese origen y desarrollo, ocurrido en la hacienda que ahora se propone para su estudio. Si Nicolás Rangel nos dice que los doce pares de toros y de vacas "raíz brava para Atenco", fueron traídos para un fin específico: crear un pie de simiente, su aseveración está lejos de toda realidad. La profesionalización de la ganadería llegó mucho tiempo después (últimos años del siglo XVIII en España; fines del XIX en México). En España, hacia 1732 se fue haciendo común la práctica impuesta por la Maestranza en dos vertientes: una, que sus empleados salían a buscar los toros asilvestrados o bien, encargaba a un varilarguero de su confianza la compra de reses en el circuito de abastos). En tanto el ganado que se empleaba para las fiestas poseía una cierta casta, era bravucón, y permitía en consecuencia el lucimiento de los caballeros y las habilidades de pajes y gentes de a pie. El abasto, disponiendo de la coyuntura del rastro, y la plaza son los únicos destinos del ganado, aunque al parecer no fue posible que mediara entre ambos aspectos alguna condición particular. Por lo tanto, durante buena parte del siglo XVI, no había evidencia clara en la crianza y búsqueda específica de bravura en el toro. Ahora bien, ¿qué hay sobre las reses navarras? Ni Carriquiri ni Zalduendo existían para entonces. Los toros navarros y su acreditada fiereza son bien reconocidos desde el siglo XIV pues no faltaban fiestas, por ejemplo en Pamplona, lugar donde se efectuaron con frecuencia. Posibles descendientes de don Juan Gris y ascendientes del marqués de Santacara (Joaquín Beaumuont de Navarra y Azcurra Mexía) pudieron haber tenido trato con alguno de los descendientes de Juan Gutiérrez

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Altamirano directamente en el negocio de compra-venta de los ganados aquí mencionados, y que pastaron por vez primera en tierras atenqueñas.379 Presuponen algunos que los toros navarros eran de origen celta. Gozaban de pastos salitrosos en lugares como Tudela, Arguedas, Corella y Caparroso dominados por el reino de Navarra. En el curso de la Edad Media, fiestas y torneos caballerescos abarcan el panorama y nada mejor para ello que toros bravos de indudable personalidad, cuyo prestigio y fama hoy son difíciles de reconocer en medio de escasas noticias que llegan a nuestros días. Es cierto también que, con anterioridad a los hechos de 1528, inicia todo un proceso de introducción de ganados en diversas modalidades para fomentar el abasto necesario para permitir una más de las variadas formas de vivir europeas, ahora depositadas en América. Se sabe que entre octubre y noviembre de 1522, época del escándalo de llegada y muerte de doña Catalina Xuárez "la Marcayda", efímera esposa de Hernán Cortés, cuyas nupcias ocurrieron en la isla de Cuba, había en el palacio de Texcoco caballos y vacas de las cuales se aprovechaba su leche como alimento. El mismo Bernal Díaz del Castillo nos dice que los indios se dedicaban a la agricultura; así, antes de 1524 son labradores, de su naturaleza lo son antes que viniésemos a la Nueva España, y agora (ca. 1535) crían ganados de todas suertes y doman bueyes y aran las tierras.380

Un tema que se asocia con estas circunstancias es el de los mayores propietarios que podían repartir ganado (mayor y menor) a las carnicerías. Ellos eran: -Indudablemente Hernán Cortés. -Alonso de Villaseca, minero y negociante, el hombre más rico en su tiempo de la Nueva España (hacia la década de 1560).381 379

Alejandro Villaseñor y Villaseñor: Los condes de Santiago. Monografía histórica y genealógica. México, “El Tiempo”, 1901. 392 p. 64-65. En 1711, el conde Don Nicolás salió electo alcalde ordinario de la Ciudad de México, noticia que encontramos en la obra del Padre Cavo. Fue casado dos veces, la primera con D.a María de Gorráez, Beaumont y Navarra hija de Don Teobaldo de Gorráez Beaumont y Navarra, descendiente del célebre condestable de Navarra, de ese apellido, y de Don Juan de Luna y Arellano, primer Mariscal de Castilla que ya vivía en México en 1578, pues en enero de ese año fue, en compañía de don Luis de Velasco, uno de los testigos en la escritura del mayorazgo fundado por don Diego de Ibarra y su esposa. La familia de Luna y Arellano, provenía del célebre don Álvaro, Condestable de Castilla. 380 Silvio Zavala: El servicio personal de los indios en la Nueva España - I (1521-1550). México, El Colegio de México/El Colegio Nacional, 1984. 668 p. (Centro de Estudios Históricos)., p. 51, nota Nº 58.

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-El doctor Santillan, oidor de México. -Antonio de Turcios, escribano de la audiencia. -Juan Alonso de Sosa, tesorero real. Se suma a esta lista un número importante de encomenderos, alcaldes de mesta, miembros del cabildo de la ciudad de México y grandes propietarios de ganado como: -Juan Gutiérrez de Altamirano. -Jerónimo López. -Juan Bello. -Jerónimo Ruiz de la Mota. -Luis Marín -Villegas (¿Pedro de?) -Juan Jaramillo. -Doña Beatriz de Andrada.382 -Juan de Salcedo.383 Como ya vimos, fue en 1551 y por orden del primer virrey don Luis de Velasco, se organizaron algunos festejos, para lo cual se dispuso de 70 toros de los chichimecas. Como dato curioso se dice que en ellas salieron toros bravísimos y, alguno, ¡hasta de veinte años...! Tales sucesos ocurrieron en el año de 1551, 25 años después de los hechos del día de San Juan de 1526, en que por primera vez se corren "ciertos toros" en la Nueva España, registro histórico plasmado en la quinta carta-relación de Hernán Cortés. Al adentrarse en la historia de una ganadería tan importante como Atenco, el misterio de los "doce pares de toros y de vacas"384 con procedencia de la provincia española de Navarra y que Nicolás Rangel lo asentó en su obra Historia del toreo en México, es imposible

381

Guillermo Porras Muñoz: El gobierno de la ciudad de México en el siglo XVI. UNAM-Instituto de Investigaciones Históricas, 1982. 515 p. (Historia novohispana, 31), p. 307. 382 Gregorio Martín de Guijo: DIARIO. 1648-1664. Edición y prólogo de Manuel Romero de Terreros. México, Editorial Porrúa, S.A., 1953. 2 V. (Colección de escritores mexicanos, 64-65)., T. I., p. 130. Es curioso que este diarista registre la muerte, no de Beatriz, pero sí de Leonor (quien fallece de 110 años), del mismo apellido, y madre del maestro Fr. Jerónimo de Andrada, provincial del orden de la merced quien, en 1652 proporcionaría ganado para unas fiestas celebradas el 3 de septiembre. 383 François Chevalier. La formación de los latifundios en México. Tierra y sociedad en los siglos XVI y XVII. 1ª. reimpr. México, Fondo de Cultura Económica, 1982. 510 p. ils., fots. (Sección de economía, 1348)., p. 127. 384 Acaso habría que plantear si dentro de la intensa labor de evangelización, era necesario establecer una figura en el grupo no de “doce pares de toros y de vacas”, sino de los “doce apóstoles” que parecen ser recordados por aquellos doce misioneros franciscanos que llegaron a México el 13 de mayo de 1524, enviados por el Papa Clemente VII: fray Martín de Valencia en calidad de Custodio, nueve frailes sacerdotes: Francisco de Soto, Martín de la Coruña, Antonio de Ciudad Rodrigo, García de Cisneros, Juan de Rivas, Francisco Jiménez, Juan Juárez, Luis de Fuensálida y Toribio de Benavente (Motolinía), más dos legos fray Juan de Palos y fray Andrés de Córdoba. Un año antes se habían instalado Pedro de Gante, Juan de Tecto y Juan de Aora. En conjunto, se dedicaron a la conversión y defensa del indio.

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aceptarla como real. El mucho ganado que llegó a la Nueva España debe haber sido reunido en la propia península luego de diversas operaciones en que se concentraban cientos, quizás miles de cabezas de ganado llegados de más de alguna provincia donde el ciclo de reproducción permitió que se efectuara el proceso de movilización al continente recién descubierto. Claro que una buena cantidad de cabezas de ganado murieron en el trayecto, lo cual debe haber originado un constante tráfico marítimo que lograra satisfacer las necesidades de principio en la América recién conquistada y posteriormente colonizada. De siempre ha existido la creencia de que Atenco es la ganadería más antigua. Efectivamente lo es puesto que se fundó en 1528 pero no como hacienda de toros bravos. Seguramente la crianza del toro per se tiene su origen en el crecimiento desmesurado de las ganaderías que hubo en la Nueva España al inicio de la colonia. Los primeros afectados fueron los indios y sus denuncias se basaban en la reiterativa invasión de ganados a sus tierras lo cual ocasionó varios fenómenos, a saber: 1)A partir de 1530 el cabildo de la ciudad de México concede derechos del uso de la tierra llamados "sitio" o "asiento", lo cual garantizaba la no ocupación de parte de otros ganaderos. 2)Tanto Antonio de Mendoza como Luis de Velasco en 1543 y 1551 respectivamente, ordenaron que se cercaran distintos terrenos con intención de proteger a los indígenas afectados, caso que ocurrió en Atenco el año de 1551. 3)Se aplicó en gran medida el "derecho de mesta".385 A causa de la gran expansión ocurrida en las haciendas, en las cuales ocurría un deslizamiento de ganados en sus distintas modalidades, los cuales ocupaban lo mismo cerros que bosques, motivando a un repliegue y al respectivo deslinde de las propiedades de unos con respecto a otros. Como se sabe la mesta herencia del proceso medieval, fue un organismo entregado al incremento de la ganadería en la Nueva España que favoreció por mucho tiempo a los propietarios, quienes manifestaron los severos daños a movimientos fraudulentos dirigidos a los agricultores y a la 385

HISTORIA general de MÉXICO. Versión 2000. México, El Colegio de México, Centro de Estudios Históricos, 2000. 1104 p. Ils., maps., p. 267-268. Dice Bernardo García Martínez: Los criadores llevaban consigo los principios de la tradición ganadera peninsular. No tardaron en reproducir aquí su organización gremial de allá, la mesta, encargada de formar ordenanzas que regularan la actividad y defendieran costumbres y privilegios. Esa organización no se mantuvo en Nueva España, pues sus funciones fueron absorbidas por los ayuntamientos, pero dejó vigentes varias ordenanzas y contribuyó a dar sustento legal a la actividad pecuaria.

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propiedad territorial, siendo los indígenas los principalmente afectados. 4)Bajo estas condiciones nace por lógica de los necesarios movimientos internos de orden y registro un quehacer campirano ligado con tareas charras. Esto es, lo que hoy se considera una actividad de carácter netamente de entretenimiento, ayer lo fue en su estricto sentido rural una labor cotidiana. Me refiero a quehaceres como el rodeo, el jaripeo e incluso las montas a caballo que derivaron en un espectáculo taurino del que tan luego se dio la oportunidad, se incorporaron al espectáculo urbano. De ahí que delimitada la ganadería se diera origen involuntariamente a un primer paso de lo profesional y que Atenco, por lo tanto deje una huella a lo largo de 300 años por la abundancia de toros criollos no criados específicamente (es decir, con los criterios puntuales que se ponen en aplicación, usando para ello registros en libros y cruzamientos bien razonados) como toros de lidia, concepto este que se va a dar en México hasta fines del siglo XIX. La ganadería novohispana se orientó hacia el concepto del abasto y en parte, debido a la grande y rápida reproducción registrada, a una colateral de la vida cotidiana: las fiestas caballerescas. El mucho ganado existente permitió el desarrollo de infinidad de estas demostraciones no sólo en la capital, también en sus provincias y en poblaciones tan lejanas como Durango386 o Mérida.387 386

Guillermo Tovar de Teresa: Bibliografía novohispana de arte (Segunda parte) Impresos mexicanos relativos al arte del XVIII. México, Fondo de Cultura Económica, 1988. 414 p. Ils., facs. (p. 47).Orozco (Juan Felipe de): RELACIÓN De la plaufible Real folemnidad con que efta Ilustre, y Leal Ciudad de Durango, Caveza del Reyno de efta Nueva Vifcaya, celebró la Jura de nueftro Principe de las Afturias (+) el Señor (+) D. LUIS FERNANDO, Como heredero de los Reynos de Efpaña por Primogenito de nueftro Monarcha, señor PHILIPO QVINTO Emperador de efte Nuevo-Mundo, á quien Dios profpere, y guarde dilatados años. Sacala a luz, Don Jvan Phelipe de Orozco, y Molina Fator, y Contador de la Real hazienda, y Caja de efte Reyno, Alferez Real de efta Proclamación, echa á 20 de Henero de 1711. Y la dedica al Exc. Sr. D. Fernando de Alencafter Noroña, y Silva Duque de Linares, Marques de Valde-fuentes y de Govea, Conde de Portoalegre, Comendador mayor de la Orden de Santiago en el Reyno de Portugal, Gentilhombre de la Camara de fu Mageftad, y de fu Confejo, fu Virrey lugar Theniente, Governador, y Capitan General defta Nueva-Efpaña, y Prefidente de su Real Audiencia. Con licencia de los Superiores, en México, en la Imprenta de Miguel de Ortega, y Bonilla. Año de 1711. José Pascual Buxó: Impresos novohispanos en las bibliotecas públicas de los Estados Unidos de América (1543-1800). México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Bibliográficas, 1994. 285 p. Ils., facs. (Serie Guías)., p. 147: Francisco del Valle y Guzmán. Relación de las fiestas... con que la... Ciudad de Durango... celebró la Regia Proclamación de... Luis Primero... México: José Bernardo de Hogal, 1725. 387 Manuel Romero de Terreros (C. De las Reales Academias Española, de la Historia y de Bellas Artes de San Fernando): APOSTILLAS HISTÓRICAS. México, Editorial Hispano Mexicana, 1945. 236 p. Ils., retrs., p. 120.

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Lo que es un hecho es que la ganadería como concepto profesional y funcional se dispuso con ese carácter, y en España hacia fines del siglo XVIII. México lo alcanzará hasta un siglo después. Que el ganado embestía, era la reacción normal de su defensa; y obvio, entre tanta provocación existía un auténtico y furioso ataque de su parte. Ganado vacuno lo había en grandes cantidades. Su destino bien podía ser para el abasto que para ocuparlo en fiestas, donde solo puede imaginarse cierta bravuconería del toro que seguramente, nada debe haber tenido de hermoso, gallardo o apuesto como le conocemos en la actualidad. Quizás eran ganados con cierta presentación, eso sí, con muchos años y posiblemente exhibiendo una cornamenta extraña y espectacular. Entre las primeras participaciones de ganado de Atenco, destinado a fiestas durante el siglo XVII, está la de 1652, 11 de noviembre de 1675 cuando se corrieron tres toros con motivo del cumpleaños del Rey, donde además se presentó el Conde de Santiago, auxiliado de 12 lacayos. También el 11 de mayo de 1689, fiestas en el Parque del Conde, terreno aledaño a la primitiva construcción de la casa principal de los condes en la capital (cuya casa señorial es el actual Museo de la Ciudad de México, la cual fue construida bajo dimensiones señoriales hasta el siglo XVIII, al cuidado del arquitecto Francisco de Guerrero y Torres). Otras tres corridas en junio de 1690 y en el mismo escenario. El 28 de mayo de 1691 el Conde de Santiago, don Juan Velasco, actuó junto a Francisco Goñe de Peralta, quienes se lucieron en esas fiestas. Y dejando estas historias, llegamos a 1824, año a partir del cual la hacienda de Atenco nutrió de ganado en forma por demás importante a las plazas de toros más cercanas a la capital del país (aunque existan informes desde 1815 donde está ocurriendo dicha situación). Es desde esa fecha en la que concretaré las principales observaciones con las que este trabajo de investigación adquirirá mayor trascendencia en los capítulos posteriores. El peso específico de la ganadería brava en México va a darse formalmente a partir de 1887 año en que la fiesta asume principios profesionales concretos. Mientras tanto lo Antonio Sebastián de Solís y Barbosa: Descripción expresiva de la plausible pompa y majestuoso aparato con que la Muy Noble y Leal Ciudad de Mérida de Yucatán dio muestras de su lealtad en las muy lucidas fiestas que hizo por la exaltación al throno del muy Católico y muy poderoso monarca el señor don Fernando VI..., 1748.

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ocurrido en los siglos virreinales y buena parte del XIX no puede ser visto sino como la suma de esfuerzos por quienes hicieron posible la presencia siempre viva de la diversión taurina. Mientras un toro embistiera estaba garantizado el espectáculo. Quizás, el hecho de que las fiestas en el virreinato se sustentaron con 100 toros promedio jugados durante varios días, o era por el lucimiento a alcanzar o porque un toro entre muchos corridos en un día permitiera aprovechársele. Tomemos en cuenta que se alanceaban,388 es decir su presencia en el coso era efímera. Ya en el siglo XIX la presencia de decenas de ganaderías refleja el giro que fue tomando la fiesta pero ningún personaje como ganadero es mencionado como criador en lo profesional. Es de tomarse en cuenta el hecho de que sus ganados estaban expuestos a degeneración si se les descuidaba por lo que, muy probablemente impusieron algún sistema de selección que los fue conduciendo por caminos correctos hasta lograr enviar a las plazas lo más adecuado al lucimiento en el espectáculo. Los concursos de ganaderías que se dieron con cierta frecuencia al mediar el siglo XIX, son el parámetro de los alcances que se propusieron y hasta hubo toro tan bravo "¡El Rey de los toros!" de la hacienda de Sajay (Xajay) que se ganó el indulto en tres ocasiones: el 1 y 11 de enero de 1852; y luego el 25 de julio siguiente, triple acontecimiento ocurrido en la Real plaza de toros de San Pablo.389 La bravura, lejos de ser una simple estimación de la casta que los hace embestir en natural defensa de sus vidas, fue el nuevo concepto a dominar con mayor frecuencia. En 1887 comenzó la etapa de la exportación de ganado español a México con lo que la madurez de la ganadería de bravo se consolidó en nuestro país. Ahora surge la pregunta: ¿cómo es posible que el ganado de Atenco en una determinada época comenzó a manifestar características afines con las ramas de Carriquiri y Zalduendo que es en donde cabe la reflexión más cercana a las relaciones con esta casta definida en

388

Alancear: Suerte del toreo a caballo consistente en matar los toros con lanza. Se usó por los caballeros españoles desde la Baja Edad Media hasta los siglos XVI-XVII, en que comenzó a ser substituido por el rejoneo. Además del valor demostrado servía a los caballeros como ejercicio físico de adiestramiento para la guerra. 389 Heriberto Lanfranchi: La fiesta brava en México y en España 1519-1969, 2 tomos, prólogo de Eleuterio Martínez. México, Editorial Siqueo, 1971-1978. Ils., fots., T. I, p. 146.

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España y por ende con una profesionalización que marcaron en algún momento los dueños de la ganadería? Quien tenga oportunidad de acceder a mi tesis doctoral encontrará dicho desenlace.

[PASAJE Nº 38]: LA JORNADA DESASTROSA (Compensar odio con odio).390

Corren los tiempos en que el Capital General Hernán Cortés está regresando de su viaje infructuoso por las Hibueras (Honduras), hecho que ocurre el 19 de junio de 1526. Por aquellos días, tres oscuros personajes están cometiendo una serie de tropelías que pronto serán castigados por la justicia. Se trata de Alonso de Estrada, Rodrigo de Albornoz y Perálmides Chirino. Se esperaba de ellos su acierto como autoridades y la población sólo encontró a un trío de bribones. Pero no desperdiciemos el tiempo con sus trapacerías. Hablemos del personaje que, en aquel verano estaba siendo confundido con un espectro, de tan flaco que estaba después de aquel retorno. Incluso,

hasta se le llegó a tener prevenido un

hábito de San Francisco para sepultarlo, porque estuvo en inminente trance de morir. Nadie lo conocía. Muy otro era de cuando partió tan galán y bien dispuesto; sólo por el magnífico entono de la voz deducían que era él.

Como ya lo habrán podido percibir, no es otro que

Hernán Cortés.

Este es uno de los varios retratos que se hicieron recreando la figura del conquistador Hernán Cortés. 390

Valle-Arizpe, Andanzas de..., op. Cit., p. 199-208.

249


Para entonces, el Capitán General se encuentra redactando la Quinta carta-relación, documento que, junto a otras de similar circunstancia enviaba puntualmente al rey Carlos V para enterarlo de los incidentes, mayores y menores sobre el estado de cosas que guardaba por aquel entonces el proceso de la conquista como significado de la nueva composición. Pasadas las difíciles jornadas, cada una de las acciones bélicas y todos sus acontecimientos fueron redactadas con perfecta memoria por Cortés, quien en ellas, supo cuidar muy bien las apariencias. Pues bien, A de V-A nos recuerda, volviendo a su lectura, que

Desde Veracruz hasta México (Cortés) fue en triunfo grande y creciente. En todas partes levantaba entusiasmo y se le hacían espectáculos y fiestas por su venida, con lo que ya sacudió la nube de tristeza que le cubría el corazón. Le ponían enramadas, ya de fragantes hierbas del campo, ya de pino y palma real, para que reposara bajo el deleite de su sombra olorosa y recibiera los presentes de oro, de aves y de sahumerios que le ofrecían con reverencia tanto indígenas como españoles, y para que debajo de ella viese, con toda comodidad y bienestar, los combates de moros y cristianos, los areitos vistosos de los indios, llenos de plumería multicolor y de flores y con banderas y estandartes lindamente pintados. (...) Todo el mundo acudía a besar las manos a Cortés, ofreciéndole con el debido acatamiento. (...) Derramóse el contento por toda la ciudad; juegos y regocijos eran muestra de la alegría que la llenaba.391 Una vez más, ciertos términos que ya resultan familiares para este trabajo nutren el catálogo de distintas demostraciones que fueron común denominador durante casi todo el periodo virreinal. Allí están los combates de

moros y cristianos,

pero también los

juegos y

regocijos en sus distintas modalidades. Así, el bagaje de manifestaciones creció en número y hasta en su forma particular y diversa de expresarse. Pero es el propio Hernán Cortés quien nos recuerda en su quinta carta-relación un acontecimiento que, para la tauromaquia es significativa. Y es que el 24 de junio de 1526 que fue de San Juan..., estando corriendo ciertos toros y en regocijo de cañas y otras fiestas... 392

como ya había sido apuntado en el pasaje anterior.

391

Ibidem., p. 206-207. Hernán Cortés: Cartas de Relación. Nota preliminar de Manuel Alcalá. Décimo tercera edición. México, Porrúa, 1983. 331 p. Ils., planos (“Sepan cuántos...”, 7), p. 275. 392

250


Solo cinco días separan la fecha de su retorno a la de este sucedido, día en el que además es recibido el Lic. Luis Ponce de León quien había llegado en calidad de visitador, dando fe con su presencia de ciertas anomalías acumuladas en la persona del propio Cortés. Curiosa y sospechosamente días después al considerado primer registro taurino en nuestras tierras, el dicho Ponce de León amanece muerto, al parecer víctima de envenenamiento. 393 Tiempos muy difíciles son los que corren por aquel entonces, y donde las intrigas, pero también la ley de Talión se aplicaban con tal rigor que por ahora, es mejor callar, no sea que esa “justicia”...

[PASAJE Nº 39]: NUNCA MUCHO COSTÓ POCO.394

El sucedido que nos presenta

A de V-A

se remonta al año 1530. Hernán Cortés tenía

acumuladas hasta entonces, una serie de conductas tortuosas para con Cristóbal de Tapia, con el adelantado Francisco de Garay, con los licenciados Luis Ponce de León y Marcos de Aguilar, jueces pesquisidores, a quienes eliminó de una u otra forma de su camino. Ese año del señor de 1530, tres fueron las conjuraciones que se integraron con objeto de formular toda una retahíla de argumentos para acusarlo debidamente de uso y abuso de poder, así como de la posesión ilícita de grandes extensiones, enmarcadas en su “Marquesado del Valle”. Incluso, al regresar a México, ya con el título de Marqués del Valle, y con la confirmación de capitán general. El 6 de julio de 1529 pierde una de sus grandes aspiraciones: el gobierno de la Nueva España. En esos momentos, Nuño de Guzmán, una vez nombrado presidente de la primera Audiencia, hace reinar el terror en México. Y como decíamos, al regresar a estos territorios después de una larga escala en Santo Domingo, desembarca en Veracruz el 15 de julio de 1530. Como le prohíben vivir en México, permanece en Texcoco en el exilio con las cuatrocientas personas de su séquito.395 393

Christian Duverger: CORTÉS. México, editorial Taurus, 2005. 500 p. Ils., fots., maps., facs. (Memorias y biografías)., p. 402. El enviado de Carlos V, Luis Ponce de León, despoja a Cortés de su cargo de gobernador e inicia su juicio de residencia (2 de julio). Ponce de León muere el 20 de julio. 394 Valle-Arizpe, Andanzas de..., op. Cit., p. 257-277. 395 Duverger: Op. Cit., p. 403.

251


Sin embargo, en el Sumario de la residencia tomada a Cortés declararon, bajo juramento, veintidós testigos, no sospechables de falsedad y dieron claro testimonio de las juntas habidas en la villa de Coyoacán. Entre otros

Juan Rodríguez de Villafuerte dijo ante muchos, como con empeño de que lo oyeran todos, que con una capa y una espada defendería la tierra al Rey de quien la quisiera quitar al Fernando Cortés. Antonio Serrano de Cardona, de opinión autorizada, dio conocimiento de la intriga en lo que expuso, pues dijo que le constaba que al regidor Juan Rodríguez de Villafuerte le preguntó un sujeto qué cosa era “lo que se había hecho en el dicho cabildo”, a lo que le respondió sin recatar la lengua: “Hoy hemos jurado de no dar la tierra al Rey”. Un tal Rodrigo de Castañeda aseguró que él y otros se dolían una tarde de lo muy mal que Cortés se comportaba k.o. ellos, oyó sus quejas el boquiflojo Villafuerte y les dijo a toda voz: “¡Qué diablos estáis diciendo, que agora venimos de concertar o de jurar de no dar la tierra al Rey, sino a Hernando de Cortés que la ganó!”396 A lo que parece, una de las únicas declaraciones sinceras que se desprenden de estos traídos y llevados debates, es la de

Francisco Verdugo, hombre muy de fiar, juró por Dios y en su ánima ser pegado a la verdad lo que iba a relatar a lo largo, y narró lo que sabía de tal conjura por los comentarios que muchos hacían sin cerrar las puertas. Citó los nombres de los que estaban metidos en la trama; las horas en que se reunían en la casa de Cortés para aquellas cosas malas contra el soberano; dijo que cuando armó caballeros a muchos de sus parciales, fue eso del mediodía, después de comida; que para solemnizar el acto sacó a la plaza la artillería, cabalgaron muchos de sus fieles, y que vio bien pues no era ciego, cuando don Hernando mandó disparar los cañones y culebrinas, porque siempre ponía la gala en las armas, y que en seguida jugaron “e ficieron muy grande regocijo”, tanto los armados caballeros como los que andaban a caballo en medio del estupor de los circundantes, quienes después los vieron hacer otros juegos de pasatiempo y destreza.397 Aquí, Verdugo refiere un hecho que se sale del terreno de la intriga. Nos relata un capítulo, entre belicoso y lúdico. No sabría bien a bien precisar la fecha en que ocurrieron aquellos hechos, pero es interesante apreciar que, para solemnizar aquellas acciones contrarias al soberano, se echó mano de maniobras harto orquestadas, al puro estilo de las disciplinas militares, sin faltar aquel toque de caballeros que, ya enrevesados, se dieron al gusto de 396 397

Valle-Arizpe: Andanzas..., op. Cit., p. 260-1. Ibidem., p. 261. Otro declarante honesto fue Francisco de Orduña, secretario de Cortés.

252


concertar juegos hípicos seguramente ligados a las rutinas de las cañas o estafermos, tal cual era costumbre desde otros tiempos, con lo que

ficieron muy grande regocijo.

Por lo demás, siguieron y siguieron los otros, sus enemigos en francas y abiertas declaraciones con las cuales iban cerrando el paso a las aspiraciones del extremeño hasta casi despojarlo. Y es que

Cortés estaba muy quebrantado, había perdido muchos arrestos. Ya no era el hombre de otora, el de las decisiones rápidas, atrevidas, que siempre lo llevaron al éxito seguro. Ya no pretendía cosas mayores.398

Portada del libro Andanzas de Hernán Cortés. Editorial Diana.

[PASAJE Nº 40]: MADRASTRA, EL NOMBRE LE BASTA.399

A de V-A comienza este apunte con una interesante afirmación:

398 399

Ibid., p. 268. Ib., p. 295-306.

253


Hernán Cortés andaba por tierras de España. En su gran casa solar de Cuernavaca vivía, rodeada de magnífico esplendor, su mujer doña Juana de Zúñiga, y estaba por gobernador de los Estados del Marquesado del Valle, el licenciado Juan Altamirano. Aparecen en escena dos importantes personajes, la dicha Juana de Zúñiga y el Lic. Juan (Gutiérrez) Altamirano. De aquella no diré mucho, más que fue la segunda esposa del capitán general. De este, como lo veremos más adelante, se tienen cosas muy interesantes que contar. Pero con el tiempo, ambos se encontrarían en medio de un pleito para deslindar las muchas posesiones de tierras e indios, pero sobre todo en una, la que corresponde a las extensiones del Valle de Toluca, cedidas, en primera instancia de parte del propio Hernán Cortés a su hija natural doña Catalina Pizarro en la siguiente forma:

Unos censos y una ancha estancia llamada Chapultepec, sita en el Valle de Matlalcingo, en términos de Calimaya, con bastantes llenos de ganado vacuno, porcino y caballar. Además, le impuso para ella una buena cantidad de dinero, y le había dado repetidas veces magníficas alhajas para su adorno. A Doña Juana no le agradaron estas donaciones; sentía celos y enojos por este cariño de su marido, que le recordaba otros amores de él; con encendido fuego se le abrasaba el alma, pero no le decía nada a don Hernando, sino que, con agradable sonrisa, le alababa la excelente determinación de dotar tan bien a doña Catalina para que hiciese un buen casamiento; pero, sin que él lo supiera, redoblaba sus castigos y rigores contra la doncella, y ésta, mansa, sumisa, apacible, pasaba por todo y sufría en silencio, sin decirle palabra a su padre, por el justo temor de que aumentase la mala madrastra sus crueldades. Pero se fue don Hernando a España y entonces doña Juana de Zúñiga hizo de las suyas. La obligó con fuerza y sin justicia a que por escritura le pasara todo lo que tenía; “fue persuadida, inducida, apremiada e atemorizada por la dicha señora marquesa y de otras personas por su mandado”. Cortés escribió que se fuese a España su hija doña María, por haber concertado su casamiento con el hijo del marqués de Astorga, y esto le vino a maravilla, muy de perlas, a doña Juana, y le dijo a la hijastra, “con palabras dobladas y de halago y dolo y engaño”, que su padre también la quería casar a ella y ponerla en estado en los Reinos de Castilla, y que para allá debería de partir pronto, pero que antes conveníale otorgar las escrituras que le pedía, y se lo dijo “con tanto, dolo, engaño y persuasión, que bastaron a inducir y engañar a la dicha Catalina Pizarro... y bastaran a inducir y engañar a otra mujer de más edad y entendimiento, para hacerle consentir y otorgar cualesquiera escritura que la dicha marquesa le pidiera estando en su casa”, y la doncella, “aterrada y demudada”, no tuvo más que ejecutar los deseos de su muy ladina madrastra.

254


La marquesa del Valle trató y concertó con el gobernador de sus Estados, licenciado Juan Altamirano, que ordenase esas escrituras ante el escribano Pedro de Valdivieso, para que, cuanto antes, las firmara doña Catalina. El escribano vio que era injusto, muy indebido, lo que se iba a hacer con la desdichada huérfana; pero como él fue del servicio de la altiva doña Juana y le estaba muy obligado, por los bienes que le hizo, y, además, ya escribano de la villa de Cuernavaca, seguía “sirviendo y obedeciendo como su criado a la marquesa y al licenciado don Juan Altamirano, gobernador del Estado del Valle”, y estaba bajo su obediencia porque él “¡mandaba sin contradicción de persona alguna, no sólo en la casa de la marquesa en donde se le obedecía, sino en toda la villa de Cuernavaca que pertenecía a los Estados que gobernaba.400 La intriga terminó conduciendo a la pobre Catalina Pizarro al monasterio de monjas dominicas de San Lúcar de Barrameda, a donde entre duras tribulaciones “quedó forzada y en contra de su voluntad y desesperada y diciendo públicamente que fue engañada”. El dicho engaño había sido consumado luego de que había dejado firmadas las escrituras de donación, traspaso y venta de la estancia de Chapultepec. Pero, ¿qué hay detrás de todo esto? Por lo que puede deducirse, existe el mencionado documento 401 en el cual, y como podemos observar en su portada, se encuentra el desenlace al que fue sometida la dicha doña Catalina Pizarro, la que, todavía tuvo ánimo de mandar

Poder cumplido, libre, llanero y bastante, a su hermano “el muy magnífico señor Pedro de Saucedo”, residente en la ciudad de México, para que declarara nulo “todo lo que le fue fecho hacer y otorgar por ante Pedro de Valdivieso”, “por haber estado opresa por doña Juana y haber intervenido temores, amenazas, e persuasiones” y, por lo mismo, “revocaba, anulaba y daba por ningunas” todas las escrituras que firmó, pues que ese dineral que se mentaba en esos papeles que se le entregó, era falso que lo hubiese recibido nunca, como se le obligó a que lo asegurase así para después “cobrarlo de todos o de cualesquiera de los bienes que hobiese e tubiese en Nueva España y en cualesquier personas, en deudas o en otra cualquiera manera o mandas que el Marqués del Valle, su padre, le hobiese hecho merced o mandado en su testamento e última voluntad”. Autorizaba también a su hermano para 400

Valle-Arizpe: Andanzas..., op. Cit., p. 297-299. Archivo General de la Nación, en adelante A.G.N.: Ramo: VÍNCULOS. Vol. 276, exp. Nº 4: "Autos fechos a Pedimento de D.a Catalina Pizarro hija natural de D.n Hernán Cortés Marqués del Valle contra D.a Juana de Zúñiga marquesa del Valle sobre ciertas escrituras y donación" (1557). Selección de diversas fojas, donde se realiza un interrogatorio a diversos habitantes de la zona del valle de Toluca, quienes afirman que, desde 1528, el Lic. Juan Gutiérrez Altamirano se había posesionado de tierras pertenecientes entonces al Marquesado del Valle de Oaxaca, y que luego fueron modificadas al entorno del que surge la encomienda –más tarde haciendade Atenco. 401

255


poner a nombre de ella cualquier clase de demanda en razón “de la lesión, colusión, fuerza, engaño e violencia para hacer las tales escripturas”. Este poder lo extendió el 13 de julio de 1549, por ante la fe pública de Alonso de Santisteban, “notario de Sus Majestades en la su corte, reinos y señoríos y receptor de la Audiencia y Chancillería Real que residía en Granada”.

Archivo General de la Nación: Ramo: VÍNCULOS. Vol. 276, exp. Nº 4: "Autos fechos a Pedimento de D.a Catalina Pizarro hija natural de D.n Hernán Cortés Marqués del Valle contra D.a Juana de Zúñiga marquesa del Valle sobre ciertas escrituras y donación" (1557). Selección de diversas fojas, donde se realiza un interrogatorio a diversos habitantes de la zona del valle de Toluca, quienes afirman que, desde 1528, el Lic. Juan Gutiérrez Altamirano se había posesionado de tierras pertenecientes entonces al Marquesado del Valle de Oaxaca, y que luego fueron modificadas al entorno del que surge la encomienda – más tarde hacienda- de Atenco.

Se entabló el pleito, pero pronto Pedro Saucedo sustituyó el poder de su hermana en la persona de Juan de Salazar, que era hábil leguleyo, ducho en mil finas sutilezas de la jurisprudencia, y con muy notable habilidad para pleitear, saliendo siempre ganancioso en lo que alegaba; pero como se las tenía que ver con la muy poderosa marquesa del Valle de Oaxaca y ante los señores justicias de sus estados, a quienes untaba ella bonitamente con buenas monedas de oro y con preciosas y frecuentes dádivas, y, además, tenía por contrario al temible licenciado Juan Altamirano, se alargó aquel pelito indefinidamente, pues todo se estrellaba en el acto contra las dineros de doña Juana, que eran una inconmovible barrera por la que no pasaba ni la razón ni la ley, y al fin la Marquesa, como tenía que ser, quedó dueña de todo y la hijastra siguió monja en Andalucía, porque el dinero es gran señor, ante el que todos se rinden. Cuando habla el dinero todos callan. Justicia no la hay en el suelo, pues ya subió al cielo.402 ¿Quién era el licenciado Juan Gutiérrez Altamirano? “(...) hijo legítimo de Hernán Gutiérrez Altamirano y de Da. Teresa Carrillo, vecino de la villa de Paradinas de la orden de San Juan en España, después de haber gobernado la isla de Cuba, vino a México recién conquistada esta ciudad y casó con Da. Juan Altamirano que acaso era su parienta y a la cual dotó al tiempo de su casamiento el Conquistador D. Fernando Cortés que era primo de ella. Previa la licencia que se concedió al Lic. En Aranda a 24 de julio de 1551 por el Emperador Carlos V y Da. Juana su madre, fundó en su testamento que otorgó en México a 30 de septiembre de 1558 ante el Escribano Francisco Diez un mayorazgo en favor de su hijo mayor Hernán Gutiérrez Altamirano, vinculando las casas de su morada y otras anexas, sitas todas en esta ciudad frente al portal llamado entonces de la Concepción de N. 402

Valle-Arizpe: Andanzas..., op. Cit., p. 305-306.

256


S. y hoy de Jesús Nazareno, y unas estancias en términos de los pueblos de Metepec y Calimaya, cuyas estancias forman hoy la hacienda de Atenco (...)”.403

Dichos otorgamientos y confirmaciones, como ya hemos visto, se concedieron desde 1528. En el fondo Condes Santiago de Calimaya, existe un documento de notable valor que respalda la concesión de la encomienda. Bienes (encomendados) de don Fernando Cortés contra el Lic. Altamirano, 1536. En febrero de 1531 pareció el dicho Licdo. Juan de Altamirano e presentó un escrito de demanda contra el dicho nuestro fiscal, en que dijo que Nuño de Guzmán, e los licenciados Matienzo e Delgadillo, nuestro Presidente, e oidores que fueron de la dicha nuestra Audiencia, le habían despojado de hecho, e contra derecho de la posesión e aprovechamiento de los dichos pueblos de Calimayan, e Metepeque e Tepemachalco que en el estaban encomendados, e depositados por Alonso de Estrada nuestro Gobernador que fue de esta la Nueva España. (...) Yo el lic. Alonso de Estrada, Gobernador de esta Nva. España por su Majestad: Por cuanto al tiempo que Don Fernando Cortés Gobernador que fue de esta N. España partió de ella, para ir a los reinos de Castilla, dejó a Vos el lic. Juan Altamirano el pueblo de Calimaya que es en la provincia de Matalsingo con sus sujetos para que os sirviesedes de ellos, según en la manera que el contenía, o servirá. Por ende, Yo en nombre de su Majestad deposito en vos el dicho Licdo. Altamirano el dicho pueblo de Calimaian con su sugeto, e las estancias de Metepeque e Tecamachalco (sic), que son junto a dicho pueblo de Calimaian, para que os sirváis de todo ello, en vuestras haziendas e granjerías conforme a las ordenanzas; e con cargo que tengais de los industrias en nuestra santa fe católica, fecha a diez e nueve de Noviembre de mill, e quinientos e veinte e ocho años. Alonso de Estrada.404

Y relativo a tierras se tiene la “Escritura de venta que otorgó D.a. Catalina Pizarro a la marquesa doña Juana de Zúñiga de la estancia nombrada Chapultepec”. 9 de febrero de 1548. Menciona contar con ganado vacuno "que en dicha estancia hay, que son hasta quinze cavezas de vacas chicas, é grandes la cual dicha estancia con el dicho ganado le vendo con todas sus entradas, salidas e pertenencias por libre de censo y tributo, por precio e cuantía cada caveza de el dicho ganado a dos pesos, y medio de oro de minas de ley".405 A.G.N.: Fondo José María Ágreda y Sánchez, caja 1, exp. 1, f. 80. Biblioteca Nacional. Fondo Reservado. Fondo: Condes Santiago de Calimaya, en adelante: [B.N./F.R./C.S.C.] Caja número 11, expediente 16, 9 f. Además: María Teresa Jarquín Ortega: Formación y desarrollo de un pueblo novohispano. H. Ayuntamiento de Metepec, El Colegio mexiquense, A.C., 1990. 367 p., fots., maps., p. 162-163: Posteriormente Cortés debió enfrentarse con la segunda Audiencia a raíz de la posesión de ciertas tierras. En tanto duraba este litigio, Altamirano no podía hacer uso de su encomienda en el valle de Toluca, en virtud de que los pobladores españoles de esa zona reclamaban para sí los pueblos que Cortés había otorgado. Estas disputas comenzaron en 1530 y no terminaron hasta 1534, cuando se resolvió cercenar de las posesiones del marqués del Valle algunos pueblos, entre ellos Metepec y Tepemajalco. El 17 de julio de 1536 se dio a Altamirano la posesión de su encomienda a través del alguacil mayor Ruy López Villalobos; el 30 de mayo de ese mismo año el conquistador declaró que la jurisdicción de Calimaya, Metepec y Tepemajalco era de su primo, en virtud de que él se lo había otorgado. 405 [B.N./F.R./C.S.C.] Caja número 33, expediente 1, 1 f. Además, y para comprender la acumulación de propiedades rústicas por parte de Gutiérrez Altamirano, véase: Alejandro Villaseñor Villaseñor: Los condes de Santiago. Monografía histórica y genealógica. México, “El Tiempo”, 1901. 392 p., p. 10-11, quien apunta: Ésta a su vez, la marquesa del Valle, le regaló al Lic. Gutiérrez Altamirano, por los servicios que le prestó, la estancia de Chapultepec con el ganado y vacas que en ella había y el virrey Antonio de Mendoza le hizo donación en nombre del rey de la de Tepemaxalco. 403 404

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Lo anterior permite entender que se estableció una propiedad con mercedes de tierras, basadas en la encomienda406 de Calimaya, Tepemajalco y Metepec. Juan Gutiérrez Altamirano, por razón de las conexiones familiares con el conquistador, pronto estableció su poder en la zona, mismo que continuó su hijo Hernando Gutiérrez Altamirano, quien se casó con Francisca Osorio de Castilla, hija de Juana Sosa y don Luis de Velasco y Castilla, noble caballero que había fundado el mayorazgo de Castilla que después pasó a manos de los Altamirano. Este matrimonio tuvo dos hijos, Juan y Pedro Altamirano; con estos mayorazgos quedó ajustada la familia a la ley de la Corona al establecer la sucesión en manos de un solo individuo, en quien se perpetuaban las gracias concedidas y las propiedades por tanto se volvían inalienables o indivisibles. Con la seguridad que la tierra les confería se estableció su poder en la región, misma que se consolidó poco a poco. Si bien la pretensión de Cortés fue establecer en su propiedad de Atenco la crianza de ovejas, el interés del Lic. Altamirano fue el siguiente:

Juan Gutiérrez Altamirano era dueño, además, de una estancia en Chapultepec, Valle de Toluca, de dos en Tepemaxalco, en el mismo valle, en la parte llamada Ecatepec (sic); la primera ocasionó a sus sucesores largos y numerosos pleitos con los vecinos del pueblo de San Miguel, situado en la falda del cerro de Chapultepec. Con todas esas posesiones se formó la hacienda de Atenco, que hasta hace poco más de veinte años salió del poder de los sucesores de Altamirano (exactamente, en 1879). p. 28. El primer conde de Santiago, temeroso de la suerte que su encomienda de Calimaya pudiere correr con el pleito que el Marqués del Valle le había puesto, procuró ponerse a cubierto de las contingencias que el resultado podía traerle, fomentando el desarrollo de los pueblos de San Lucas Evangelista, Tepemaxalco y Santiago Tianguistenco, que también le estaba encomendados. Esta dedicación hizo que cerca del último se formase otro pueblo que hoy lleva el nombre de Capulhuac, y que la hacienda de Atenco, cuya extensión era mucho mayor de la que hoy tiene, llegase a ser la primera de todas las del extenso y fértil valle de Toluca. Metepec, aunque también fue objeto de la solicitud de don Fernando, no pudo impedir que sobre ella empezase a predominar el pueblo de Toluca, mejor situado y en mejores condiciones para llegar a ser el centro del comercio del Valle. (N. del A.): Los documentos hasta aquí citados aún no mencionan la propiedad de Atenco con ese nombre. Más bien, se trata de la “estancia de Chapultepeque”. Atenco adquirió la connotación de hacienda en momentos posteriores a estos que ahora se revisan. Por su parte, Guillermo S. Fernández de Recas: Mayorazgos de la Nueva España. México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1965. L-509 p. ils. fots. (Biblioteca Nacional de México-Instituto Bibliográfico Mexicano, 10)., p. 19, apunta al respecto del testamento de Hernando Gutiérrez Altamirano: (...) En la cláusula # 12 se habla de que les pertenece por herencia, la Estancia de Chapultepec con el ganado de vacas de que les hizo merced la Sra. Marqueza del Valle...; y de que Tepemachalco les fue dado en nombre de su Majestad por el Virrey don Antonio de Mendoza. 406 La encomienda le sirve para obtener servicio de la mano de obra indígena y una renta en especie.

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“[la] estancia en término de Calimaya la hice desde el principio y cimientos para tener mis ganados mayores y menores y la poblé con ella teniéndolos en ella y un español y gente los guardase el año de mil quinientos veinte y ocho habite mío e poseído la tengo y poseo y siempre a la continua la he reparado...”.407

Con esta fuente podemos entender que ya existe el establecimiento de ganados procedentes, con toda seguridad de las Antillas o de la Española, lugares que concentran para su correspondiente reparto en el continente recién descubierto y conquistado, mil y un elementos de la vida cotidiana que llegaron de España siendo el puerto de Veracruz el punto final y receptor de toda esa travesía. En los "Autos fechos a pedimento de Da. Catalina Pizarro, hija natural de Dn. Hernán Cortés, Marqués del Valle, contra Da. Juana de Zúñiga, Marquesa del Valle sobre ciertas escrituras de donación" se registra una valiosa información sobre las relaciones que mantuvieron los indios de la región con Altamirano; sus propiedades así como la manera de usarlas y distribuirlas. Queda asentado de que para 1557 Gutiérrez Altamirano es poseedor de la estancia de Chapultepec. Pero es aún más concisa la declaración de Juan Nagualquen o Naguati, indio natural de Calimaya que sabe y proporciona datos sobre Chapultepeque: cabe en término del dicho pueblo de Calimaya la cual conoce desde el día que se asentó se pobló se ubicó estancia hasta cerca de hoy a más de treinta años (...) la segunda pregunta dice lo que sabe de esta pregunta es que puede haber treinta años poco más o menos a este habiendo bido (sic) que el dicho Licenciado Altamirano puso asiento la dicha estancia de Chapultepeque sitio este lugar donde al presente estamos hizo en ella las casas y corrales de que se han servido hasta el día de hoy y bido luego y las pobló de obejas y después de vacas y otros ganados y los tuvo allá que este y pacíficamente y viéndose de todo ello como cosa suya propia bido luego puso en ella un calpisque español que se decía Francisco (¿de Praves?) y es verdad y bido como dicho tienen que el dicho Licenciado Altamirano fue el primero edificador de la dicha estancia como muy cosa suya del dicho Licenciado(...).408

Lo anterior nos dice que Altamirano se fijó tareas concretas de un ganadero en potencia, sin que ello permita asegurar que dichas actividades hayan tenido principios específicos de un compromiso dirigido hacia la crianza de toros bravos, aspecto que tomará visos de lo profesional hasta finales del siglo XIX cuando los Barbabosa tienen bajo su control la hacienda de Atenco. Desde luego, Atenco ostenta el importante crédito de ser la primera y más primitiva ganadería que se relaciona con la fiesta de toros en México; reconocida como tal incluso en España. Si bien fue hasta 1652 cuando se corrieron públicamente toros de los 407 408

A.G.N. Ramo: Vínculos, Vol. 276, exp. 4, f. 347. A.G.N. Ramo: Vínculos, Vol. 276, f. 361 v.

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condes de Santiago, entre 1528 y 1651 deben haber existido otros motivos de fiesta en los que el ganado de los condes se empleara en el desarrollo de diversiones y fastos propios de la época. Aunque las fuentes no nos dan información para ese período específico. A su vez, todo esto tiene una relación directa con otro factor: el del inicio y desarrollo del toreo en México, un toreo que estableció sus diferencias técnicas y estéticas con el español, en el sentido de que aunque sigue las normas del dominante a caballo, no todos los mexicanos ligados al espectáculo podían ejercerlo, sobre todo tratándose de indios, a quienes se les tuvo prohibido el ser jinetes, por lo que solo la nobleza indígena disfrutaba de dicho privilegio. Así que con estos planteamientos no es nada difícil que hayan ocurrido cosas totalmente distintas a las desarrolladas en la península española, marcando una diferenciación en torno a estos dos sitios de explotación y desarrollo taurino. Independientemente de que muchas unidades de producción agrícola y ganadera tuvieron un origen parecido en la Nueva España, Atenco se caracterizó por ser la encargada de distribuir toros para las constantes fiestas virreinales, enviados por los condes de Calimaya, cosa que también hicieron otros señores, como Diego Suárez de Peredo, don Mateo de Molina, fr. Jerónimo de Andrada o los condes de Orizaba. Los Gutiérrez Altamirano y su correspondiente descendencia, siguieron pautas similares a otras familias que gozaban de una condición nobiliaria y de propiedades al establecerse y consolidarse durante el virreinato, según lo apuntan Juan Felipe Leal y Mario Huacuja Rountree.409 De ahí que El interés por retener indígenas en su zona radicaba en asegurar por una parte mano de obra barata para sus propias empresas y por otra contar con un tributo en especies que luego intercambia en la ciudad de México. Asimismo intentaba obtener más tierras mediante compra de propiedades privadas que los 409

Juan Felipe Leal y Mario Huacuja Rountree: Economía y sistema de haciendas en México. La hacienda pulquera en el cambio. Siglos XVIII, XIX y XX. México, Ed. Era, 1982. 200 p., p. 10. Ambos autores apuntan: (...) mientras que los títulos de los indios conservaron su naturaleza de concesiones públicas hasta bien entrado el siglo XIX, los títulos de los segundos (los españoles) se fueron transformando durante el siglo XVII hasta adquirir el carácter de propiedad privada, al menos en los hechos. Esto suscitó la formación de un incipiente mercado de títulos, que propició la concentración de la propiedad española y el nacimiento de las grandes haciendas. Con todo, las haciendas no se consolidaron como tales sino hasta el momento en el que lograron crear un sistema propio de atracción, fijación y reposición de trabajadores: el peonaje por deudas. Este sistema les permitió contar con trabajadores permanentes y redujo su dependencia de la mano de obra de los pueblos, que se conservó, pero ya sólo con un carácter eventual o estacional.

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naturales caciques y principales, lo que contribuiría a disminuir el poder de éstos y a engrandecer sus posesiones. Otra manera de obtener terrenos fue solicitar mercedes reales, como la que se obtuvo en 1590 al contraer matrimonio el primogénito de esta familia con doña María, hija del virrey Velasco II.410

Desde luego que la estancia de Atenco se convirtió en una empresa de grandes alcances, intensiva y dirigida al incremento del capital familiar. En 1594 las ventas de animales representaban un fuerte ingreso: Hernando Altamirano, vecino de San Miguel Chapultepeque y posteriormente vecino de Zinacantepec vendió a Sebastián Goya mil novillos a tres pesos siete tomines cada cabeza, como mil vacas a dos pesos cuatro tomines cada cabeza y dos mil vecerros mitad machos y mitad hembras a doce tomines y cuartillo cada cabeza los cuales se entregaron en la estancia de Atenco.411

Nótese que Atenco es conocida ya como estancia, capaz de proveer a compradores en el mercado de abasto, o mayordomos encargados de satisfacer las demandas en las fiestas de la capital o de las provincias de Nueva España. Considerando el hecho de saber cómo se constituyó al cabo de los años la familia Gutiérrez Altamirano, identificada en la nobleza novohispana, gracias a ciertos sustentos endogámicos, es oportuno incluir a continuación el cuadro número uno que explica perfectamente dicha integración.412 Y es que, finalmente Juan Gutiérrez Altamirano, quien correspondió con su fidelidad a Cortés vivo y hasta era capaz de echar mano a sus fierros como queriendo pelear para defenderlo, muy otra cosa fue con Cortés ya muerto; le entró la codicia y pronto afiló las uñas para sacar raja protagonizando, en complicidad con la viuda de éste, doña Juana de Zúñiga, un lance que parece arrancado de las páginas truculentas y llenas de sombras y traiciones de Vicente Riva Palacio, Manuel Payno o Niceto de Zamacois; pues obligaron, ambos [como ya quedó visto páginas atrás], a la primogénita y predilecta del conquistador, doña Catalina Pizarro, a firmar unos documentos renunciando a unas propiedades que por rumbos de Cuernavaca (y una cría de caballos en Tlaltizapán) le había heredado su padre. No contentos con eso los dos desalmados socios la embarcaron para España donde, en

410

Jarquín Ortega María Teresa, et. al.: Origen y evolución de la hacienda en México: Siglos XVI al XX. Memorias del simposio realizado del 27 al 30 de septiembre de 1989. México, El Colegio Mexiquense, A.C., Universidad Iberoamericana e Instituto Nacional de Antropología e Historia, 1990. 263 p. Gráfs., planos, facs., p 164-168. Este matrimonio tuvo dos hijos, don Fernando y don Lope Altamirano y Velasco. El primero aumentó el capital con la merced hecha por su abuela de una estancia para ganado menor y cuatro caballerías de tierra de Tepemajalco. En 1594 la extensión territorial de la encomienda se incrementó con cinco caballerías de tierra en el área de Xalatlaco, además de otras que su padre había comprado por terceras personas. 411 Archivo de Notarías de Toluca. Notaría No. 1, leg. No. 3, cuad. 1 exp. 79, ff. 156-157. 412 Todos los datos que refieren a Juan Gutiérrez Altamirano, proceden de mi proyecto de tesis doctoral, denominado: Universidad Nacional Autónoma de México. Facultad de Filosofía y Letras. División de Estudios de Posgrado. Colegio de Historia. Atenco: La ganadería de toros bravos más importante del siglo XIX. Esplendor y permanencia. Tesis que, para obtener el grado de Doctor en Historia presenta (…). México, 2006. 250 páginas + CXXXIII (Anexos). Asesora: Dra. Margarita Menegus Bornemann. Sínodo: Dra. Margarita Carbó Darnaculetta, Dr. Felipe Castro Gutiérrez, Dra. Esperanza Fujigaki Cruz, Dra. Margarita Loera Chávez, Dra. María Eugenia Ponce y Dr. Mario Ramírez Rancaño.

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complicidad con el duque de Medina Sidonia, fue internada en un convento dominico de Sanlúcar de Barrameda, donde finó después de 1565. ¡Así se las gastaba nuestro primero “ganadero”!413

Desagradable fin para una bondad femenina a la que doña Juana y don Juan acabaron por fastidiarle los mejores años de su vida a la indefensa Catalina.

[PASAJE Nº 41]: LA FORTUNA DE HERNÁN CORTÉS.

Luego de todas sus diversas correrías, el Capitán General Hernán Cortés, amasó una inmensa fortuna, que, a la vuelta de los últimos años de vida, se volvió nada en sus manos. Claro, esos bienes, quedaron desplegados como una de las más consistentes fortunas, sobre todo territoriales que su descendencia detentó hasta por lo menos, el siglo XVIII. Me refiero al Marquesado del Valle de Oaxaca, primera figura que tuvo aquella prodigiosa extensión, que sirvió también para que sus enemigos le reprocharan semejantes dimensiones.

Cuando [Hernán Cortés] dio su espíritu al Señor, trasladándose de esta vida mortal a la inmortal, su hijo don Martín, ya como cabeza de familia, le sucedió en su título y bienes, junto con sus hermanas y doña Juana de Zúñiga, la madre. Como el nuevo marqués del Valle de Oaxaca hacía largo tiempo que faltaba de su México y para principiar y arreglar el dilatado negocio del testamento quiso saber pormenorizadamente los bienes que dejó su padre y señor.414 Como se sabe, Hernán Cortés muere el 2 de diciembre de 1547 en Castilleja de la Cuesta. Sin embargo, comenzaron los lentos y farragosos trámites que pusieron en marcha una tremenda disputa del legado cortesiano. Su viuda ya establecida en la casa de Cuernavaca empezó a sufrir el hostigamiento oficial y oficioso de determinados personajes los que, unos con autoridad y otros que no la tenían, querían, los menos poner orden en aquella heredad. Los demás, rondaban como auténticos buitres sobre la víctima.

413

Daniel Medina de la Serna: ATENCO... ¿O EL MITO? México, Bibliófilos Taurinos de México, A.C., 1991. 14 p. (Colección Lecturas Taurinas, 12)., p. 12. 414 Valle-Arizpe: Andanzas..., op. Cit., p. 428.

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En un largo inventario que se realizó al respecto, fueron incluidas las más pertenencias que se encontraron en el paradisíaco sitio morelense. Se incluyeron diversas tapicerías, flecos, goteras, galones, borlas, doseles

Unos, de terciopelo pardo, otro de tela de plata y seda azul, el tercero, de terciopelo verde y pardo, el cuarto, de damasco leonado con orla carmesí. Se anotaron infinidad de sillones con forro de damasco unos, de terciopelo otros, sillas jamugas, de tijera y de otras hechuras. Pero entre la larga relación de pertenencias

Salieron algunas armas: bracamartes y una adarga en su funda, y también salieron jaeces espléndidos, uno de ellos encarnado, “con sus cementales, dorado, y con aljófar esmaltado, con su cuerda e pretal encarnado con cuatro borlas de seda y aljófares” con “sus espuelas e charnelas e freno e bocado, todo dorado y esmaltado, e una reata e una almártaga de terciopelo encarnado, con fluecos, e sus estriberas cinceladas y esmaltadas e doradas”. Del uso del marqués del Valle era esta silla y estos jaeces lujosos, con los que montaba no a la jineta moruna, sino a la noble rienda castellana, y que lucía en sus fogosos caballos que sabía regir con fuerza y gracia, y en los que iba gallardo, ufano, causando admiración por la su verde villa de Cuernavaca.415 En otro sitio se encontraron sillas jinetas y estradiotas y de amansar; frenos, riendas, pretales con cascabeles, espuelas, almohazas para el aseo y compostura de las bestias. Lo anterior deja ver a un Hernán Cortés lleno de ese espíritu conquistador del que no se separó nunca, impetuoso también que le caracterizaba hasta en los momentos en que por circunstancias muy especiales, y como cualquier otro de los de ese grupo compacto de hispanos que lo mismo vencen que degradan (o son vencidos y degradados), se ocupa en las virtudes de las que aprendió durante buena parte de su vida: la guerra. Siendo apenas un niño de siete años percibe el fin, tanto de la caída del reino moro de Granada como el fin de la reconquista y la expulsión de los judíos de España que representaron, en conjunto, ocho siglos de eterna lucha entre moros y cristianos. Ese concepto, ese significado marcó el orgullo español que luego se magnifica con la expansión de la corona tras el capítulo del encuentro, encontronazo, descubrimiento o invención de América, siendo el artífice de aquella aventura Cristóbal Colón.

415

Ibidem., p. 437.

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Curioso retrato de Hernán Cortés, quien, además de conquistador, emprendió aquellas labores en las que aparece como el primer ganadero de México, actividad que desarrolla en el valle de Toluca desde 1526. Fuente: Colección particular.

Pero a partir de ese momento, poner los ojos en América significaba conquistarla primero, colonizarla después, por lo que renace el espíritu aventurero, no siempre de los más indicados, aunque Cortés, a los ojos de Christian Duverger,416 gozara de ese privilegio del equilibrio como no lo tuvieron la mayoría de sus soldados más bien ambiciosos, desordenados y pendencieros que cometieron, incluso bajo la anuencia del extremeño más de algún abuso mayor. De la conquista se tienen balances, la mayoría de ellos bastante negativos en el sentido de la destrucción masiva que significó la mutilación cultural de un conjunto de pueblos indígenas perfectamente articulados, tal y como los encontraron a su llegada a estas tierras, concientes de que estaba al descubierto, sobre todo por parte del grupo más fuerte: los aztecas. Fue así como entre el 20 de abril de 1519 y el 13 de agosto de 1521 se desarrollaron los momentos más intensos de la conquista española sobre el poderoso Imperio Mexica, fundado en la ciudad de Tenochtitlan. Los mexicas aplicaron un control férreo sobre pueblos que terminaron siendo sometidos por la vía del tributo; no cumplirlo significaba la guerra. Los cempoaltecas, chalcas, totonacas y los tlaxcaltecas, entre otros, contribuyeron a su decadencia cuando hicieron alianza con los españoles. Pero al margen de toda esta experiencia bélica, Cortés también contaba con la formación militar combinada con la que regía en sus espíritus belicosos, la de los libros de caballería. Por eso no es nada extraño que en el bagaje de pertenencias se encontraran todos aquellos 416

Christian Duverger: CORTÉS. México, editorial Taurus, 2005. 500 p. Ils., fots., maps., facs. (Memorias y biografías). El historiador británico es uno de los que más fielmente ha logrado el retrato humano del antihéroe de la historia mexicana Hernán Cortés.

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artículos que dan idea de un caballero no sólo para las armas. También para los momentos de relajamiento que implicaban la integración de cuadrillas dispuestas para celebrar los juegos de cañas o para alancear toros, pasaje en el que si no aparece como protagonista principal, si lo estimula desde el papel de cronista o de observador permanente, cuando las condiciones lo permitían. El hecho más contundente al respecto es el que ocurre en la famosa fiesta celebrada en la plaza mayor, y de la que Bernal Díaz da cuenta en su “Historia verdadera…”, sobre todo cuando Cortés es herido por una lanza de la que resulta con una herida si no grave, sí lo suficientemente delicada de la que sale cojeando. Lo que importa es mencionar el hecho de que no se convierte en espectador. Protagoniza en cuanto puede, ocupando un papel activo, insignificante si se quiere pero que, al fin y al cabo sirve para comprobar su acuerdo en alardes que lo hacen ocupar un lugar entre los caballeros dispuestos a participar en uno de los principales factores a los que se debían esos agrestes personajes que aparecieron en escena durante intensos capítulos de la conquista, e incluso posteriores a ella.

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NOTAS DE PLATERÍA Y OTROS EXCESOS417

De libros, de documentos antiguos y polvorosos fui recogiendo con paciencia y sin ningunas prisas, apuntaciones para un trabajo de orfebrería mexicana que tentaba mi deseo, pero cada vez que pensé en esta labor me convencía al punto de que era imposible acaba con tema tan amplio. Hay muchos elementos dispersos que otros con más suerte que yo podrán reunir y coordinar. Yo he trabajado estas Notas con lo que he hallado en mis lecturas y en mis búsquedas. ¿Que es poco? ¡Pues qué vamos a hacer, Señor! Culpa no es más que de mi torpeza o de mi mala suerte de no encontrar cosas interesantes o de no poseer caudal de petrolero para pagar a peso de oro cada dato de los que encuentran celosos investigadores puestos a propósito para buscarlos… …son entre otras las formas en que don

A de V-A

da forma a otra de sus obras

monumentales, cuyo reproche lo atisba como queja dolorosa que posee todo aquel interesado en temas que, como el de la platería en México, 418 no encontraron a mejor y afortunado interesado que al pródigo autor saltillense.

[PASAJE Nº 42]: EL AUGE DE LA PLATERÍA. LA RIQUEZA Y EL LUJO EN MÉXICO.

En el capítulo XI de esta obra,

A de V-A

menciona la importancia capital que tuvo tal

actividad, sobre todo entre los siglos XVII y XVIII. Apunta que el rey don Felipe IV, allá por el año de 1625 expidió los Capítulos de reformación, que tenían por objeto modificar y controlar el escandaloso y desordenado lujo y suntuosidad que se había desarrollado en España y más aún en las Indias. De dichos Capítulos…, recogemos el siguiente apartado: Iten, que ningún bordador pueda bordar ningún género de las cosas dichas, ni otras, si no fuere para el culto divino, y para aderezar de Caballería, excepto gualdrapas, porque estas no las han de poder bordar, como ni tampoco libreas para juegos de cañas, torneos de a pie y a caballo, estafermo, sortija, ni otras fiestas; porque la disposición de esta ley facilite el uso de andar a caballo, y el ejercicio de las fiestas que tanto importara para ellas, y para el regocijo y consuelo del pueblo, y quite el embarazo y dificultad que puede causar para no haberlas, el gasto y excesiva costa con que estan introducidas. Y mandamos, que lo contenido en este capítulo obligue desde el primero día del mes de marzo de este año. 419

417

Artemio de Valle-Arizpe: Notas de platería. México, Editorial Polis, 1941. 645 p. ils. Lawrence Anderson: EL ARTE DE LA PLATERÍA EN MÉXICO. México, Editorial Porrúa, S.A., 1956. 373 p. Ils., fots. Este autor dedicó en otro momento su atención a tema de importantísima veta. 419 Op. Cit., p. 201. 418

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En el resto del capítulo, don Artemio apunta los excesos, pero también las enormes riquezas que generó el ámbito de la minería, no sólo en la Nueva España, también en los reales del Potosí y otros puntos que sirvieron de impulso económico a un imperio de pronto inestable que vivió sus mejores momentos no tanto con los Austrias, sino durante el reinado de los Borbones, a partir del desarrollo del siglo ilustrado. A lo que nos lleva la disposición de Felipe IV es a aquella otra situación que se vive entre los que protagonizan de manera constante los incontables festejos que se dieron en ocasión de diversos motivos, por lo menos durante el reinado de este monarca. 420

Estribo de plata anterior a 1700.

Según don Bernardo Vargas Machuca en su “Libro de ejercicios de la jineta…”, publicado en Madrid en 1610, en su cuarta parte, que ocupa en describir los juegos de cañas y escaramuzas dice que “para este ejercicio más que para otro, es necesario saberse elegir los caballos…” lo cual indica el alto grado de importancia que tenía para aquellos personajes saber presentarse con un equino de nota impecable. Por lo demás, jaeces, adornos y otras añadiduras a sus vestimentas resultaban hechos secundarios pero no por ello motivo de

420

Felipe IV reinó de 1621 a 1665. Véanse en ANEXOS las diversas fiestas que, a lo largo de la presencia del también conocido como “Rey galán” se registraron en la Nueva España.

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descuido. Entre mejor lucieran, los ojos de multitudes estaban puestos en ellos. De ese modo, también Luis de Trejo421 menciona en su “Advertencia séptima” la importancia de favorecer a los peones –de a pie- con el rejón-, si pudieran aprovecharse del con la brevedad que se requiere, y si no con la espada, porque el buen socorro consiste en llegar a tiempo, puesto que con el rejón se desuya al Toro mejor que con la espada (…) Heme detenido algo más en esta advertencia por la importancia de ella, y por ser sus aciertos más contingentes, y más fácil de errarlos el caballero, pues aunque muchas veces no lo haga con la intención (como esta no puede examinarse) queda su crédito al juicio de la plebe maliciosa.

Esto es, que entre los protagonistas existe un propósito que se concentra en su actuación. Tal circunstancia deben haberla conocido perfectamente los caballeros novohispanos. El hecho es que esa tauromaquia americana se colmó de otros aderezos, como los mencionados en Notas de platería. La mejor manera de comprobarlo la encontramos en el siguiente ejemplo. Juan Gutiérrez de Padilla (c. 1590-1664). Clérigo presbítero, maestro de capilla de la santa iglesia catedral desta Ciudad de los Ángeles donde soy vecino, hijo legítimo de Juan Gutiérrez de Padilla y de doña Catalina de los Ríos, vecinos de la ciudad de Málaga en los reinos de Castilla, de donde soy natural, escribió “Las estreyas se Ríen”. Juego de cañas a 3, y a 6, pieza a capella, que fue cantada por primera vez, hacia 1629 en la catedral de Puebla. LAS ESTRELLAS SE RÍEN Juego de cañas (a 3 y a 6). Las estrellas se ríen los luceros se alegran la luna más hermosa su resplandor ostenta. Arrásimos florecen los prados y las selvas los corderillos saltan los pájaros gorjean. Sobre Belen se escuchan dulcísimas cadencias de voces que sonoras dicen de esta manera: Estribillo Luis de Trejo: Advertencias y obligaciones para torear con el rejón. Por don (…), Caballero del Orden de Santiago, Señor de las Villas y Castillos de Grimaldo, Almofrague, y Corchuelas, y Señor de la casa de su apellido, y Capitán de Caballos con azas Españolas por su Majestad. Con Licencia. En Madrid, Por Pedro Tazo. Año 1639. Valencia, Servicio de reproducción de libros, 1996. edición facsimilar. 28 p. 421

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Afuera, afuera que biene caballeros a celebrar la fiesta. Aparta, aparta que el cielo se ha venido al aire a jugar cañas. Coplas Que galas tan lucidas, que vistosas libreas, que plumas tan bolantes, que garsotas422 tan bellas. Que graves se aperciben, que atentos se carean, que diestros se provocan, que corteses se encuentran. Que bien, que bien se alargan que bien, las cañas fechan; que bien, en fin se juntan que bien corren parejas. Que bien se juegan, que bien se tiran, que bien se emplean. Vivas exhalaciones, aladas primaveras. Esta sí, esta sí, que es toda la nochebuena. Coplas Al mejor mayorazgo423 del cielo y de la tierra, en su primera cuna, adoran y festejan. Al príncipe nacido424 y su madre la Reina les dan preciosas joyas de aljófares425 y perlas. 422

En el texto original dice garsota. Debe decir: garzota. Plumaje o penacho que se usa para adorno de los sombreros, morriones o turbantes, y en los jaeces de los caballos. 423 Bienes que se separaban del patrimonio familiar. Formaban una unidad que no se podía vender y lo heredaba el hijo mayor. Su origen está en la Edad Media castellana, se cree que para evitar la descomposición del patrimonio familiar, por el reparto de tierras entre varios hijos. La institución fue reglamentada en las Leyes de Toro, aprobadas en 1505. El mayorazgo se podía constituir por licencia real, por contrato y por testamento. A partir de Carlos III se dieron leyes que limitaban la libertad de fundar mayorazgos y permitían vender sus bienes y se les gravaba con impuestos. 424 El 13 de octubre de 1629 nació en España el malogrado Príncipe de Asturias, Baltasar Carlos, hijo de Felipe IV y de su primera esposa, Isabel de Borbón. El acontecimiento fue muy celebrado durante todo el mes de diciembre, tanto en España como en la Nueva España, a donde debe haber llegado noticia, que de inmediato dio motivo a las celebraciones de costumbre.

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Los de Belen los miran, y con alegres señas, airosos los aplauden bizarros los celebran. 426

Es el retrato más fiel de las formas en que no solamente lucían los caballeros su destreza en el juego de cañas. También en su cuidado ajuar. Ya, en el pasaje Nº 1 de este trabajo, hemos visto el asunto que tiene que ver con aquella magnificencia en la que se desbordó el lujo de los caballeros, aspecto que no pudo tener un control estricto tal y como lo establecían disposiciones como las de Felipe IV.

425

Aljófar: perla de figura irregular y, comúnmente, pequeña. Conjunto de perlas de esta clase. Robert Stevenson: Christmas Music from Baroque México. Berkeley, Los Angeles London, University of California Press, 1974. 194 p. Ils., facs., p. 80-81. 426

270


EL CANILLITAS.427

[PASAJE Nº 43]: EN EL QUE SE APUNTA LA NOBLE GENEALOGÍA DE FÉLIX VARGAS.428

Los corrillos formados en cualquier punto de la ciudad decimonónica podían terminar en muy malos términos…

He aquí el perfil, el más vivo retrato de un personaje, que parece ser el hermano menor del Periquillo sarniento de José Joaquín Fernández de Lizardi, obra que se pensaría como modélica de los comportamientos en un entorno de suyo popular. En El periquillo… se desata abiertamente un alegato contra la esclavitud de la gente de color, como reflejo del malestar que el ilustrado Fernández de Lizardi tiene contra la iglesia. El Canillitas, pero también Periquillo… podrían tener en La Quijotita y su prima, así como en Don Catrín de la Fachenda sus más dignos congéneres literarios con el corte preciso de una descarnada condición de la realidad humana del primer tercio del siglo XIX mexicano. Como dice Rafael Cardona, la novela de El periquillo… es básicamente autobiográfica. Se trata de un pícaro que cuenta las movidas y cambiantes peripecias de su vida. En un principio, ésta se desarrolla en la escuela, circunstancia que Lizardi aprovecha para mostrar su simpatía por las tesis de Rousseau. “No todos los que leen saben leer”, afirma. “Hay muchos modos de leer, según los estilos de los 427

Artemio de Valle-Arizpe: El Canillitas. Obra clásica de la picaresca mexicana. 5ª reimpr. México, Editorial Diana, 1985. 326 p. 428 Tomo como referencia este “Primer tranco” de la primera parte, sólo para justificar el “pasaje…” que le da forma a la revisión de la obra en turno. Sucede que las citas con tema taurino son aisladas y apenas se convierten en referente, o soporte para sustentar algunos diálogos desarrollados por Artemio de Valle-Arizpe.

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escritores. No se han de leer las oraciones de Cicerón como los Anales de Tácito, ni el panegírico de Plinio como las comedias de Moratín”.

Y sigue citando Cardona: Luego, cuando el Periquillo ingresa a la universidad, y se dedica al juego, que lo conduce al hospital y a la cárcel, Lizardi hace gala de un profundo realismo al retratar la multitud de personajes que aparecen en escena. Sus padres y maestros, los amos a los que sirve, todos son descritos con verdadera maestría. Junto a ello, el hecho de que sus aventuran se desarrollan principalmente en la capital de la Nueva España y sus alrededores, de que pase revista a calles, plazas, cárceles y mesones de la ciudad, le valen el justo mote de costumbrista. Del mismo modo, cuando sus andanzas hacen viajar al protagonista a las Filipinas y a una isla fantástica a donde llega como náufrago, su relato adquiere un tono propagandístico o moralista, porque el autor aprovecha la extrañeza geográfica para esbozar sentencias sobre la conducta humana que rozan un proyecto de utopía.429

Y a todo esto, ¿cómo es Félix Vargas?

Félix Vargas era un muchacho magro, nerviosillo y saltarín. A los ojos le salía alegre su viveza. Miraba siempre de frente y nunca al sesgo como miran los que no tienen limpio el corazón, que tampoco hablan claro, sino que sus frases son también laterales y de soslayo. Se movía Félix por dondequiera, con ágil destreza, y jamás sentíase sobrecogido por el espectáculo del mundo que a tantos cohíbe. Decían que se apellidaba Vargas, pero éste no era su apellido; el suyo propio nadie lo sabía; pudiera ser cualquiera. El Vargas le vino únicamente por aluvión, pues era éste el de un gandul ropirroto y temerón, cordelero a ratos perdidos, que andaba izado con la madre cuando esta pindonga lo soltó al mundo de retorno de una pillería por mesones y molinos…430 Este Félix compartía avatares callejeros con un tal Geripundio de Marras.

De ese guitón contábase que no tenía dientes, que lo que le blanqueaba en la boca no eran tales, sino un hueso todo él de una sola pieza que se le bajó, con rayitas de trecho en trecho, con las cuales se simulaba bien la dentadura. Tenía un ojo turbio, con una media nube que no dejaba de llover lágrimas en las mejillas, en las que había tantas arrugas como en una nuez de Castilla, y el otro le faltaba junto con el párpado entero, y en el redondo y colorado hueco que le quedó vacante, se le metía el aire y zumbaba, buhú, buhú, tal y como cuando se sopla en la boca de un botellón vacío. Se empeñaba este hombre, porque era tuerto, en pagar solamente media entrada en el Coliseo, en las peleas de gallos y en la plaza de toros.431 Así se las gastaban los tales por cuales, bellacos de mala cuna, etc. Con otros de sus ilustres colegas andaba por ahí. Y es que

“Historia de la literatura mexicana”. Ilustración e independencia. México, Cultura/SEP/Editorial SOMOS, 1982., fascículo Nº 5: José Joaquín Fernández de Lizardi, Fray Servando Teresa de Mier y otros, p. 12. 430 Valle-Arizpe: El Canillitas…, op. Cit., p. 11. 431 Ibidem., p. 19. 429

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Todo el santo día andaba Felisín entre el polvo o el lodo de la calle o de las plazuelas, con aquella bullanguera hueste de muchachos de su misma condición picaril. Jugaban siempre con gran griterío, al burro, o a la malacatonche, a la rayuela, a la divertida guzpatarra, a doña Blanca, a la matatena, a la cholla, a la momita, a la alocada víbora, a San Miguel y el diablo, a los listones, a la bebeleche, a la moruca, a la roña, a las cuatro esquinas, a la rueda del coyote, a la gallina ciega, a la coscojilla, a la cebollita, al higuí, al toro, e infeliz del muchacho a quien le tocaba hacerlo de cornúpeta, porque salía bien picado, bien banderillado, coleado y arrastrado por las mulillas que eran otros chavales que se lo llevaban por los pies alzando una gran polvareda.432 Más adelante, conforme tratamos de alejarnos lo menos posible de las andanzas y correrías de este Félix, quien junto a los de su condición, y ante la inesperada declaración amorosa de una tal Virginia Ajuria, por cierto

Sabrosona y jugosa como durazno prisco, muy grandota y bien dada, parecía iglesia bizantina; el templo que recordaba mejor de los de este tipo arquitectónico, era el Clásico de Santa Sofía, por tanta y tanta cúpula eminente como le sobresalía del cuerpo… Sin embargo, A de V-A dice que

En una de esas expediciones manuales, largas y peligrosas como el viaje de Hernán Cortés a la Hibueras, le propuso ella al oído no sé qué cosa; espantable debió ser, al menos para él, pues se levantó con rapidez, trémulos los brazos, poseído todo el cuerpo de temblor epileptiforme, y dio una alarmada negativa. -¡Ah, no, eso sí que no! ¡Cálmate, lirio de Alepo! Pero cálmate, no seas osada, caray, ¡qué mujer ésta! ¿Si esto proponen las Virginias, qué solicitarán aquellas que no lo son?... Posees una fogosidad imposible. (…) Entonces Virginia, después de mirarlo con una ternura espeluznante, le echó en una oreja unas palabras, casi plomo derretido, y al caerle se le retorció en el acto, se le encarrujó toda y se le desplegó en un instante, y otra vez se le volvió a fruncir, para al momento desenrollársele, quedando al fin quieta y erecta, pero muy colorada, y dio a la noche un grito espasmódico: -¡Oh indina! ¡Pero qué furia la tuya! Estás más brava que un toro del Cazadero…433 Estábamos con que el Canillitas, dejando por un momento a los locos borrachines de su carpanta, dio en los cajones del Parián, donde hacían plácida tertulia señores pacatos que pasaban la mañana en oír misa y la tarde en el rosario o la novena, por lo que pasaban largas horas de palique. 432 433

Ibid., p. 45. Ib., p. 195-196.

273


Sin embargo, lo que llama la atención en el texto que se reproduce a continuación, este parece mostrarnos la síntesis de lo que significó para vox populi toda aquella summa de condiciones que intensificaron el período virreinal en su parte relajada o dispersa. Estos señores

Hablaban del magnificente paseo del Pendón; de las brillantes procesiones del Corpus Christi y las de la Semana Santa; de las juras reales; de las celebraciones de las bodas de los monarcas y sus natalicios; de los nacimientos de príncipes y de los solemnes funerales de los soberanos; de las loas, comedias y autos sacramentales en el cementerio de la Catedral y ante el Santísimo Sacramento; de la llegada a Veracruz del navío de aviso o de la flota; de las funciones religiosas a los titulares de las iglesias y monasterios; de las canonizaciones o beatificaciones de santos; de las corridas de toros; de los festejos en que elegantes y ágiles caballeros bien lucidos y entrajados, rompían lanzas, corrían sortijas, jugaban estafermos o tiraba bohordos; de los besamanos y saraos en el Real Palacio y en las casas de los señores de calidad; de la toma de grado en la Real y Pontificia Universidad y de la de hábito y velo negros en los conventos. Todo esto que sacaba de su lenta y feliz monotonía a aquellas buenas gentes, dábales larga materia para tejer sus pláticas, como a diario se las daban muy amena, los sermones, los desembarcos de piratas, el ansiado arribo de la nao de la China, las sublevaciones de los indios, las frecuentes parcialidades entre el señor Virrey y Su Ilustrísima el señor Arzobispo, o entre ambos cabildos; los picantes chismorreos de los oidores y gentileshombres de Palacio y graves gentes del Protomedicato o de la Santa Inquisición; los ampulosos trajes de la virreina o de sus damas. De todo esto se conversaba con gracia fina y apacible donosura.434 Así se mataba el tiempo, pero en ese “literal asesinato” nos hemos dado cuenta que no sólo para

A de V-A sino para sus personajes de ficción, los personajes en la realidad, este

debe haber sido un comportamiento común que retrata los días del gobierno del virrey don Juan Ruiz de Apodaca. Finalmente, para entender alguna de las leyes de la vagancia, el miserable de Félix Vargas, a quien encontramos en un monólogo de los suyos, se confiesa –que también tenía su corazoncito- diciendo:

“Una hora duerme el gallo, dos el caballo, tres el santo, cuatro el que no es tanto, cinco el caminante, seis el estudiante, siete el peregrino, ocho el capuchino, nueve el pordiosero, diez 434

Ib., p. 215-216.

274


el caballero, once el muchacho y doce el borracho”, y como yo soy de esos, ergo… pues su merced me entiende y no digo más.435 Aquí termino con algunas de las cosas encontradas en tan sabroso y picaresco relato, que parece recordarnos lo sentenciado por el controvertible torero gitano Joaquín Rodríguez “Cagancho”: “Negocio que no da pa´levantarse a las once… no es negocio”.

435

Ib., p. 273.

275


CUADROS DE MÉXICO.436 [PASAJE Nº 44]: EL CABALLO EN AMÉRICA Y SU IMPORTANCIA EN LA CONQUISTA DE MÉXICO.

Antes de ocuparnos de este y otros asuntos, déjenme comentarles que

A de V-A pretendió

en 18 diversos estudios, cimentar su vocación de historiador. Desde el punto de vista académico no lo fue, pero en su fase lírica o diletante dejó escuela, por dedicarse con igual o mayor ahínco que cualquiera que lo fuera de oficio. Es probable un defecto: la falta de aparato erudito. Sin embargo, ¡eso qué importa! si estamos ante el hecho consumado no sólo del aficionado por la historia, sino del que emprendió utilizarla como instrumento para encontrar respuesta a sus múltiples dudas, construidas, además a partir de un solvente y muy bien dotado corpus de fuentes que tuvo a su alcance, como bibliófilo que también lo fue. Pero no el bibliófilo presumido, sino el que además lo comprobó con aquel adagio que a la letra dice “la mejor biblioteca es la biblioteca leída”. Conforme avanza el presente trabajo, certifico de manera cada vez más contundente, y así lo fue desde el primer momento en que tuve acceso, hace ya bastantes años, a las obras completas de A de V-A, sobre la enorme capacidad creadora, de ese perfecto hilo conductor con el que, proponiéndoselo deliberadamente, nos atrapa en cada una de sus múltiples lecturas, metiéndonos en el escenario, formando –a veces- parte de él, siendo testigos de cada uno de los pasajes, diálogos, escenas y sucedidos, como si nosotros, lectores hubiésemos estado en el lugar de los hechos. Tal era el encanto que sabía prodigar a sus obras el autor saltillense, vivo ejemplo de las letras mexicanas en el capítulo que comprendió ampliamente, y en lo fundamental los asuntos relacionados con el pasado virreinal. Así pues, como lo dio a conocer la propia editorial Jus, este libro corresponde a la serie “Historia”, por lo que bajo distinto tratamiento, el cronista de la ciudad de México se ocupa de varios temas, uno de los cuales es el de la presencia equina tan luego se dieron condiciones

436

Artemio de Valle-Arizpe: Cuadros de México. México, editorial Jus, 1943. 443 p.

276


desde 1492, en que pasaron los primeros, en el viaje inicial de Cristóbal Colón, quien, en octubre de ese año deja en la isla de La Española el primer asiento de dicho ganado mayor. El cuadro que ahora revisamos es el más amplio de la presente obra. Allí deja evidencia de un despliegue importantísimo sobre el significado que tuvo la inserción en el ámbito americano del caballo, a la que se uniría años más tarde otro concepto del ganado mayor: el bovino. Destaca la labor realizada desde los primeros viajes de navegación de Cristóbal Colón hasta las primeras circunstancias que ocurrieron durante el proceso de la conquista. Resalta, por ejemplo el papel que desempeñó Bernal Díaz del Castillo al dejar una muy completa nómina de los caballos que se trajeron a México, “sin que se olvidara ni uno solo, y aun refiere cómo y cuando murieron”. No faltan las incidencias ocurridas durante las más duras jornadas guerreras que tuvieron ocasión, sobre todo en los días que consolidaron, para bien o para mal el proceso de la conquista, misma que tuvo lugar el 13 de agosto de 1521. Superada esta, e iniciado el capítulo de consolidar diversas estructuras que integraron procesos de estabilidad económica o social, no faltó el factor que justifica las razones para este trabajo: el de la vida cotidiana, entre cuyas múltiples opciones se encuentra la diversión. Por ejemplo, al referir el acontecimiento con el que Hernán Cortés pretendió controlar a los indígenas alzados en el Pánuco, y en donde el uso con fines bélicos del caballo tuvo sus resultados, puesto que eran más de ciento treinta jinetes los que llevó consigo el conquistador, de todo esto, los oidores enviaron a la emperatriz Isabel una carta fechada en 1531 con las siguientes observaciones:

“que han acordado que los vecinos de este lugar que tengan dos caballos puedan sacar uno, no siendo hembra (es decir, sacarlos o venderlos fuera)”; e informándole acerca del desaforado facineroso Nuño Beltrán de Guzmán le dicen a Su Majestad que “lo que tiene en Pánuco son yeguas y esclavos”. Tocante a los aborígenes ponen: “No soliendo antes parar delante de un caballo en viéndolo correr, agora en juego de cañas se andan entre el tropel de los caballos y de las varas, más sin temor que los españoles y con harta más destreza para saber guardar de ellos”.437

437

Op. Cit., p. 106.

277


Sabemos ya que el padre Motolinía señala que “ya muchos indios usaran caballos y sugiere al rey que no se les diese licencia para tener animales de silla sino a los principales señores, porque si se hacen los indios a los caballos, muchos se van haciendo jinetes, y querranse igualar por tiempo a los españoles”.

Fiestas jesuitas en Puebla. Ilustraciones de Fernando Ramírez Osorio. Fuente: “Fiestas jesuitas en Puebla. 1623”. Anónimo. Gobierno del Estado de Puebla. Secretaría de Cultura, Puebla, 1989. 46 pp. Ils. (Lecturas Históricas de Puebla, 20).

Durante el siglo XVI, criollos, plebeyos y gente del campo enfrentaban o encaraban ciertas leyes que les impedían montar a caballo.438 Aunque impedidos, se dieron a ejecutar las suertes del toreo ecuestre de modo rebelde, sobre todo en las haciendas. En pleno siglo XVIII, los que llegaron a ejecutar el repertorio de suertes tuvieron que hacerlo ocultándose detrás de una máscara. Por eso, a muchos de los festejos que todavía se daban durante la época del virrey Bernardo de Gálvez, uno de ellos descrito por Manuel Quiroz y Campo Sagrado, autor de la obra: Pasajes de la Diversión de la Corrida de Toros por menor dedicada al Exmo. Sor. Dn. Bernardo de Gálvez, Virrey de toda la Nueva España, 1786,439 a la sazón, un muy buen aficionado, comenta que se les llegó a conocer como “tapados y preparados”. A propósito de todo lo anterior, apunta A de V-A

438

Fue así como el Rey instruyó a la Primera Audiencia, el 24 de diciembre de 1528, para que no vendieran o entregaran a los indios, caballos ni yeguas, por el inconveniente que de ello podría suceder en “hazerse los indios diestros de andar a caballo, so pena de muerte y perdimiento de bienes... así mesmo provereis, que no haya mulas, porque todos tengan caballos...”. Esta misma orden fue reiterada por la Reina doña Juana a la Segunda Audiencia, en Cédula del 12 de julio de 1530. De hecho, las disposiciones tuvieron excepción con los indígenas principales, indios caciques. 439 Salvador García Bolio y Julio Téllez García: Pasajes de la Diversión de la Corrida de toros por menor dedicada al Exmo. Sr. Dn. Bernardo de Gálvez, Virrey de toda la Nueva España, Capitán General. 1786. Por: Manuel Quiros y Campo Sagrado. México, s.p.i., 1988. 50 h. Edición facsimilar.

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Y todavía para persuadirnos más de que la prohibición a los indios para que cabalgaran se tuvo como si no hubiera sido dictada, es que Fray Pedro Barrientos de la observancia de Santo Domingo, enseñó bien a los naturales “la equitación y sus diversos ejercicios” y compuso un libro en lengua mexicana que se rotula Instrucciones y lecciones. Sería el tal volumen por el mismo corte y estilo sabio de los que escribió Bernardo Vargas Machuca: Libro de Exercicios de la gineta, Compendio y doctrina nueva de la gineta, o como el Tractado de la cavallería de la gineta y de la brida, de don Joan Suárez de Peralta. Al hablar de la obra del evangélico varón Fray Pedro Barrientos, maestro esclarecido de teología y de jineta, dice el gran bibliófilo y veleidoso canónigo, don José Mariano Beristáin y Souza en su copiosa Biblioteca Hispano-Americana Septentrional, que “les instruyó (a los indios), en la cría y conservación de los caballos, y en el arte de domarlos, montarlos y correrlos, y tuvo la satisfacción de que llegasen a ejecutar en su presencia juegos de cañas y alcancías con la maestría y primor que se acostumbra en España”. Este fraile docto en sagradas letras y en equitación, sacó excelentes alumnos, muy llenos de competencia y agilidad para regir el caballo, y su fama de buenos jinetes corrió por todo el mundo, con mil merecidas alabanzas, y así, en el año de 1572, mes de febrero, varios mexicanos ricos que se hallaban tratando negocios en la capital de las Españas, hicieron en presencia de Su Majestad el rey don Felipe el II, de la reina su mujer, de la corte entera y de una gran muchedumbre, un lucido festejo a caballo representando las fastuosas cortes de Moctezuma y Atahualpa, el cual agradó sobremanera a los soberanos que favorecieron a sus lujosos y hábiles jinetes con singulares mercedes. Esta muy justa nombradía llegó al conocimiento de Miguel de Cervantes Saavedra, quien hace decir a Sancho este encarecido elogio en el capítulo X de la Segunda parte del Quijote: “… puede enseñar a subir a la jineta al más diestro cordobés o mejicano, El arzón trasero de la silla pasó de un salto y sin espuela hace correr a la hacanea lo mismo que zebra”.440 Ante el progresivo crecimiento y expansión de esta clase de ganado mayor, se unió la del bovino, del cual se percibe que

Los criadores de ganados se vieron en la dura necesidad por la falta de pastos, de pasar sus hatos al extenso valle de Toluca, en donde abundaban y eran muy ricos. Cuando trata Fray Juan de Torquemada de los caballos en su extensa Monarquía Indiana, Tomo I, libro V, capítulo XI, escribe al referirse a las primeras estancias de ganado: “Ya en estos tiempos (1539) habían crecido en mucho número los ganados, así como menor, mayor, que habían traído de Castilla e islas a estas tierras; y habiéndose descubierto estas larguísimas tierras los sitios que tenían, era cortos y damnificaban mucho a los indios), de tomar sitios más extendidos y acomodados; y con esto se despoblaron muchas estancias de los valles de Tepetulco, Tzompango y Toluca, (donde fueron las primeras Valle-Arizpe: Cuadros…, op. Cit., p. 109-111. Además, para recordar en detalle lo ocurrido no en febrero, sino en enero 23 de 1572, véase el pasaje Nº 28 de este trabajo. 440

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estancias de esta Nueva España de ganado mayor, así de vacas como de yeguas), y se fueron a poblar aquellos llanos, donde ahora (1610), están todas las estancias de vacas que hay en las tierras que corren más de doscientas leguas, comenzando desde el río de San Juan (¿del Río?) hasta pasar de los Zacatecas, y llegar más delante de los Valles que llaman de Guadiana, todas tierras de Chichimecas, y tan largas que parece que no tienen fin”.441 [PASAJE Nº 45]: OVINOS Y BOVINOS.

Otro importante apunte: “Ovinos y bovinos” refiere la lenta penetración que ocurrió con una de las condiciones prioritarias, cuyo significado contó con el amplio despliegue y crecimiento de unos y de otros, tanto en la Española primero; en el resto de diversos puntos del continente americano, después. Para entender la forma en que fue acometida dicha empresa, muchos de los datos son proporcionados por

A de V-A. Una primera contemplación tiene que ver con los preámbulos,

que se desarrollan en las Canarias.

Se sacaron crías abundantes de ganado con destino a las Islas Afortunadas, por otro nombre las Canarias, antes, mucho antes de salir de España el ganado vacuno para las tierras americanas. También Portugal puso buen pie de cría en la de Cabo Verde y en ambos planteles se prosificaron mucho las reses.442 De ese modo

La Corona ordenó que los barcos que emprendieran la ruta del Nuevo Mundo solamente se podían abastecer en ese lugar (Las Canarias) y ya no en la Metrópolis. Se dispuso, además, que las embarcaciones por cada mil toneladas que tuvieran pudiesen llegar hasta veinte vacas y terneros, pero se ignora si las tales vacas deberían de ir paridas o no y con sus respectivas crías. Fray Bartolomé de las Casas no dice nada de vacunos al zarpar la flota; don Antonio de Herrera –Historia General de los Hechos de los Castellanos, en las Islas y Tierra Firme del Mar Océano, Década I, libro I, capítulo 6 –habla sí de vacas, aunque no pone el número de ellas.443

441

Ibidem., p. 116-117. Véase, para mayor abundamiento el Pasaje Nº 37. Valle-Arizpe: Cuadros…, op. Cit., p. 123. 443 Ibidem., p. 125. 442

280


Lento, burocrático y pesado fue todo aquel proceso en el que las autoridades, valiéndose de argumentos baladíes se entonaban con el también muy circunstanciado desarrollo que iba adquiriendo la que sería después toda una aventura en el nuevo mundo. Así

(Cristóbal Colón) les decía y les volvía a decir a los Reyes Católicos con muy insistente pertinencia, en la primera carta que les escribió desde La Isabela, que se “enviasen algunos becerros y becerras pequeñas” en cada una de las naves que partían a las Indias, y tal vez así, en lo sucesivo, se efectuaron las remisiones de ganado, ya que animales pequeños de menos de año, o bien añojos, o algo así, ocupaban poco lugar en lo disponible de los barcos. Estas crían crecieron y se propagaron luego con asombrosa celeridad por todas las islas, ya que manifestó el mismo Colón en carta datada en 1493 “al escribano de ración de los señores católicos, etcétera”, que “eran tierras tan hermosas y gruesas para plantar y sembrar ganados de todas suertes”, y con estas palabras apartábase el gran navegante de la idea fatalista y vulgar dominante en la época y que aherrojaba muchas voluntades, de que si Dios “no había bendecido con la posesión de ganados a aquellas comarcas, negaba desde luego un éxito favorable a cualquier ensayo de su introducción”.444 El autor llega a un momento en que justifica la acción que ejerció Hernán Cortés al convertirlo en el primer introductor de vacas y obejas

Es decir, el primero en la ganadería cubana, lo que no es verdad. Don Antonio de Herrera, en la Década III, Libro IV y Capítulo VIII de los Hechos de los Conquistadores, copia todo el párrafo en que Bernal Díaz niega tal afirmación.445 En mi tesis doctoral446 apunto que el valle de Toluca, territorio generoso, fue espacio desde el siglo XVI para el asentamiento y desarrollo de actividades agrícolas y ganaderas, recién establecidas por los españoles, en los años inmediatamente posteriores a la conquista. En 1526 Hernán Cortés revela un quehacer que lo coloca como uno de los primeros ganaderos de la Nueva España, actividad que se desarrolló en el valle de Toluca. En una carta del 16 de septiembre de aquel año Hernán se dirigió a su padre Martín Cortés haciendo mención de sus posesiones en Nueva España y muy en especial "Matlazingo, donde tengo Ibid., p. 127. El propio Artemio de Valle-Arizpe aclara que “cuando los viejos cronistas hablan de ganado se refieren únicamente al bovino y lanar y de ninguna manera al caballar, al que tan sólo designan escribiendo “yeguas e caballos”. Aclarado este punto, repito, que me importaba, seguiré desenvolviendo la hebra descolorida de mi asunto. 445 Ib., p. 133. 446 José Francisco Coello Ugalde: “Atenco: la ganadería de toros bravos más importante del siglo XIX. Esplendor y permanencia”. México, 2006 (tesis de doctorado, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional Autónoma de México). 250 páginas + CXXXIII (Anexos). 444

281


mis ganados de vacas, ovejas y cerdos..."

El ganado vacuno complementó el sentido de vida cotidiana de españoles en América. Fuente: Archivo General de la Nación [A.G.N.] Fondo: C.B. WAITE., 1908.

Dos años más tarde, y por conducto del propio Cortés, le fueron cedidas en encomienda a su primo el licenciado Juan Gutiérrez Altamirano, los pueblos de Calimaya, Metepec y Tepemajalco, lugar donde luego se estableció la hacienda de Atenco. 447 Por eso

Lo que decía don Hernando con la boca lo ejecutaba pronto con las manos. Siempre llevó adelante con genial perseverancia, excelentes intenciones, en provecho de este México que él creó. Trajo todo lo que aquí no había que era muchísimo, y entre estas cosas, los animales domésticos. Es casi seguro que las vacas las sacó de La Española, ya que en esta isla feraz era entre todas las de las Antillas en la que más abundaban las cornúpetas. En el extenso memorial que envió con la minutísima enumeración de sus largos méritos al César Carlos V, quién ya le volvía las espaldas y le prodigaba injustos disfavores, le dice que él pobló de las cinco espacies de ganados toda la Nueva España, y luego va mencionando los que llevó a la provincia de Jalisco que después fue la Nueva Galicia, pero don Hernando no mienta entre éstos para nada a las reses.448 Al ir “desenvolviendo la hebra” del tema que ocupa la atención de

A de V-A,

llega a un

punto en que refiere la enorme multiplicación del ganado vacuno que ocurrió en los primeros tiempos de la Nueva España. Acude, por ejemplo a las siguientes fuentes:

Flora Elena Sánchez Arreola: “La hacienda de Atenco y sus anexas en el siglo XIX. Estructura y organización”. Tesis de licenciatura. México, Universidad Iberoamericana, Departamento de Historia. México, 1981. 167 p. Planos, grafcs., p. 15. El 6 de diciembre de 1616 don Fernando Altamirano y Velasco obtuvo del Rey Felipe III el título de Conde de Santiago Calimaya. Los Condes estuvieron emparentados con la oligarquía novohispana, heredaron varios Mayorazgos “y llegaron a ser probablemente los más poderosos hacendados del virreinato, con vastas propiedades diseminadas por todo el país”. 448 Valle-Arizpe: Cuadros…, op. Cit., p. 137-8. 447

282


Fray Toribio de Motolinía en el capítulo XVIII de su Historia de los Indios de la Nueva España, asegura que el año de 1540 había “tanto ganado que en todas partes vale de balde”. Y, a su vez, el padre Claudio Clemente en la página 188 de las Tablas cronológicas pone: “Han multiplicado tanto las vacas en las Indias a donde llevaron algunas de España (que antes no las había), que en la flota del año de 1587 trajeron de Santo Domingo 25,444 cueros, y en la Nueva España aquel mismo año 74,350 cueros vacunos, que todos son 99, 794”.449 Sin embargo, llega a un dato en el que fray Juan de Torquemada cita en su Monarquía Indiana, resultado de la cédula del 3 de junio de 1555 y del cual, se ocupó en su momento Joaquín García Icazbalceta. Del mismo modo, ese fue asunto que abordé con detalle en uno de los anexos de mi tesis que ahora, pongo a la consideración de ustedes. DATOS SOBRE LA “CERCA” O “EL “CERCADO” QUE SE LEVANTÓ EN ATENCO A MEDIADOS DEL SIGLO XVI. Cinco los sitios mencionados como los primeros que se designaron en encomienda al Lic. Gutiérrez Altamirano desde 1528 y que son: el pueblo de Calimaya, y las estancias de Metepec,

Tepemaxalco

(también

Tepemajalco

o

Tepemachalco),

Chapultepec

y

Chiconauatengo respectivamente. Es pues ese, el primer territorio que tuvo en propiedad el Lic. Juan Gutiérrez Altamirano, y más tarde su hijo, Hernando. En 1551, el virrey don Luis de Velasco, atendiendo la petición de los indígenas afectados por el desmesurado crecimiento de cabezas de ganado mayor y menor que tuvo lugar en ese sitio, así como por el peligro que esto significaba para sus vidas, ordenó que se hiciese una cerca que dividiese las tierras de los indios de las de esas estancias,450 formándose lo que sería “el cercado”, o “el cercado

449

Ibidem., p. 139-40. Vasco de Puga: Cedulario de la Nueva España, ed. facsimilar del impreso original de 1563, estudio, introd. de María del Refugio González. México, Condumex, 1985., LVIII, 118 fojas. (ff. 153v y 154). Como consecuencia de la visita que hiciera don Luis de Velasco al valle de Toluca en 1551, y del informe que rindiera al Rey, la Princesa signó en Valladolid, el 3 de junio de 1555, una importante disposición, que en orden al tema expuesto, es conveniente transcribir, en sus partes más expresivas: “El valle de Matlazingo que está doce leguas de la ciudad de México, cerca de un lugar que se llama Toluca, que es la cabecera del valle... y que hay en él más de sesenta estancias de ganados, en que dizque hay más de ciento cincuenta mil cabezas de vacas y yeguas, y que los indios le pidieron, que hicieze sacar el dicho ganado del valle porque recibieron grandes daños en sus tierras y sementeras y haciendas, y que no las osaban labrar -es decir eran salvajes- ni salir de sus casas, porque los toros los corrían y mataban, y que los Españoles dueños de las estancias y el cabildo de la iglesia mayor desa ciudad, por otra le pidieron que no se sacase el ganado de la iglesia...” 450

283


del conde”,451 conocido así por la delimitación ya mencionada. Es probable que dicha “cerca” haya sido un improvisado límite, que ni siquiera se levantó con el apoyo de “mojoneras” 452, puesto que el ganado lo rebasó e incluso destruyó, dispersándose más allá del territorio que indicaba la pertenencia de cada nuevo propietario.453 Respecto a la cerca que permite delimitar a Atenco contamos con información que proviene de Joaquín García Icazbalceta y de Gustavo G. Velázquez. Joaquín García Icazbalceta, respetable bibliófilo congregó una de las bibliotecas más importantes hacia fines del siglo XIX, y en la cual se encontraban documentos valiosísimos. En sus OBRAS, el pasaje "El ganado vacuno en México" presenta datos como el que sigue: La asombrosa multiplicación del ganado vacuno en América sería increíble, si no estuviera perfectamente comprobada con el testimonio de muchos autores y documentos irrecusables. Desde los primeros tiempos siguientes a la conquista, los indios poco acostumbrados a la vista y vecindad del ganado, padecían a causa de él, mucho daño en sus personas y sementeras, lo cual dio lugar a repetidas disposiciones de la corte, que vacilaba entre la conveniencia de que los ganados se aumentasen, y el deseo, que en ella era constante, de procurar el bien de los indios. Entre esas disposiciones es notable la relativa a la gran cerca que se labró en el valle de Toluca para encerrar el ganado de los españoles. Consta en la cédula real de 3 de Junio de 1555, que por su interés histórico y por hallarse únicamente un libro rarísimo (la Monarquía Indiana, Libro I, cap. 4), me resuelvo a copiar, a pesar de su mucha extensión. Dice así: QUE SE EJECUTE LO QUE EL VIRREY PROYECTÓ SOBRE LA CERCA DEL VALLE DE TOLUCA.

Enrique Florescano: “Formación y articulación económica de la hacienda en Nueva España”, pp. 19 (mecanografiado): “En Toluca y Tepeapulco, donde se oponían densamente indígenas y ganados, se levantaron cercas para impedir la entrada de los animales en las sementeras”. 452 MOJONERA o MONERA.-(Se dice por mojón). Pilastra de mampostería, generalmente bruñida y de forma cilindrojival; de unos dos y medio metros de altura por uno de espesor. Sirve para señalar los linderos de los predios rústicos. Fueron comunes ya, en el siglo XVIII. 453 Charles Gibson: Los aztecas bajo el dominio español (1519-1810). Traducción de Julieta Campos. México, Siglo XXI, 1967. 531 pp., fots., maps., grafs., p. 287-8: Las comunidades indígenas construían corrales y cercas y zanjas para controlar el ganado español que vagaba de un lado a otro y para enmarcar y proteger las tierras agrícolas. Los indios contraatacaban con redes, trampas y pozos, con perro y con fuego. Pero en general el ganado tenía más éxito en el encuentro de forraje que los indios en la protección de sus cosechas. Algunos españoles interesados acusaban a los indios de relocalizar sus parcelas agrícolas de modo que el ganado pudiera destruirlas, ocasionando así un motivo de queja o estableciendo un perjuicio que pudiera ser discutido contra una merced. Manuel Miño Grijalva (Compilador): Haciendas, pueblos y comunidades. Los valles de México y Toluca entre 1530 y 1916. México, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 1991. 343 pp. (Regiones), p. 46-48: Margarita Menegus al referirse a la “cerca de Toluca” apunta que Cortés introdujo la ganadería en el valle de Toluca desde la década de 1520, fundando la primera estancia de ovejas en el pueblo de San Mateo Atenco. Ya para 1550 había 60 estancias de ganado mayor y menor mismo que se incrementó notablemente al grado de que tuvo que levantarse una cerca por los indios de las comunidades circunvecinas, la que se terminó en 1555, aunque tan errática “que fue poco efecto”, ya que “cada día se cae”. Desde mediados del siglo XVI las estancias ganaderas de los españoles comenzaron a extenderse a la región otomí de Xilotepec, abandonando parcialmente el centro del valle de Toluca. Por ello, la cerca se construyó más bien al norte de la villa de Toluca. Uno de los puntos que abarcó dicha obra fue la hacienda de Atenco. 451

284


El Rey-Nuestro Presidente é oidores de la Audiencia Real de la Nueva España. A Nos se ha hecho relación que D. Luis de Velasco, nuestro visorrey de esa tierra, salió a visitar el valle de Matalcingo, que está doce leguas desa ciudad de México, cerca de un lugar que se llama Toluca, que es en la cabecera del valle, é que tiene el dicho valle quince leguas de largo, é tres y cuatro y cinco de ancho en partes, y por medio una ribera, y que hay en él mas de sesenta estancias de ganados, en que dizque hay mas de ciento cincuenta mil cabezas de vacas é yeguas, y que los indios le pidieron que hiciese sacar el dicho ganado del valle, porque recibían grandes daños en sus tierras y sementeras, y haciendas, y que no las osaban labrar, ni salir de sus casas, porque los toros los corrían y mataban, y que los españoles dueños de las estancias, y el cabildo de la Iglesia mayor desa ciudad, por otra, le pidieron que no se sacase el ganado de la Iglesia, que perdía lo más sustancial de sus diezmos, y a los oidores y a la ciudad que se les quitaba de su provisión y entretenimiento lo más o lo mejor que tenían. E que visto lo que los unos y los otros decían, y mirada y tanteada toda la dicha tierra, y comunicado con ciertos religiosos y con los dichos indios principales naturales del dicho valle y todas sus comarcas, irató [¿mandó?] que se hiciese una cerca que dividiese las tierras de los indios de las de esas estancias, cada una conforme a la cantidad de ganado que tuviese; que la cerca se tasase por buenos hombres, y que la dicha cerca se hizo, la cual tiene más de diez leguas, medidas por cordel, y que los indios tienen por bien que del precio della se compre censo para tenerla reparada siempre, por estar seguros de los daños de los ganados, y que se trasó la cerca en diez y siete mil y tantos pesos de oro común, y que al tiempo del pedir la paga a los dueños de las estancias, apelaron para esa Audiencia de mandarles el dicho visorrey pagar, y que han hecho el negocio pleito, con fin de dilatarlo todo lo más que pudieren, por que los indios no sean pagados, ni la cerca no se conserve, que es lo que pretenden, y que convenía mandásemos que los que tienen ganado en el valle pagasen la cerca ó sacasen los ganados, por que con ello se contentarían los indios, aunque lo más conveniente para el sustento y conservación de la una república y de la otra era que la cerca se pague, porque el ganado se conservase sin daño de los naturales. E visto todo lo susodicho y entendido que es conveniente que la dicha cerca se conserve, envío a mandar al dicho visorrey, que en lo del pagar la dicha cerca los españoles, ejecute luego lo que en ello tiene ordenado. Por ende, yo vos mando que vosotros ayudéis é favorezcáis a la ejecución dello, sin que pongáis estorbo alguno: é si los dichos españoles ó alguno de ellos se agraviare, mandamos que se ejecute el dicho repartimiento sin embargo dello, é vosotros veréis los agravios, y haréis sobre ello, llamadas é oídas las partes a quien tocare, brevemente justicia, y avisarnos heis de lo que en ello se hiciere. Fecha en la Villa de Valladolid, a tres del mes de Junio de mil é quinientos é cincuenta é cinco años. -La Princesa. -Por mandado de su Majestad, su Alteza en su nombre, Francisco de Ledesma.454

Hacia 1540 tuvo efecto un proceso de transformación muy importante. Al utilizar una infraestructura mínima para el cuidado del ganado, hubo por tanto crecidos descuidos, que dieron origen a conflictos entre los poseedores de tierras y ganados. Desgraciadamente hubo afectados, que fueron los indios "sujetos de aquellas estancias", quienes también protestaban ante las autoridades virreinales por las invasiones reiterativas del ganado (Real Cédula del 3 de junio de 1555) sobre todo cuando este causaba estragos entre los pobladores que vivían alrededor de las estancias. Por eso en 1530 el cabildo ordenó y autorizó a los criadores de ganado un derecho de uso sobre los pastos llamado "sitio" o "asiento", que no implicaba la posesión de la tierra. Como requisito se pedía el que se cercaran aquellas posesiones.

454

Joaquín García Icazbalceta: OBRAS, Tomo 1, opúsculos varios 1. México, Imp. de V. Agüeros, Editor, 1896. 460 pp., p. 454-456. "El ganado vacuno en México".

285


“...que hubo en el Valle de Toluca, después de la Conquista, en tiempos de la Cristiandad, aquella famosa cerca con dos puertas y un puente, para pastar ganado, como se ve en dos mapas grandes que están en mi Archivo (dice Lorenzo Boturini), el uno en papel indiano y el otro en lienzo de algodón, donde está marcada toda la Provincia y Valle”. Este mapa quizá sea uno de los dos mencionados por el historiador y que se remonta al año 1552. Fuente: Cortesía, Luis Barbabosa y Olascoaga.

Con la repartición de tierras -y esto es muy importante recalcarlo-, puede decirse que la ganadería en cuanto tal (no es un término que entonces fuera de uso común) se formalizara a partir de 1550. Aunque con anterioridad hayan existido concesiones que se llevaron a la práctica. También, al iniciarse la mitad del siglo XVI la multiplicación excesiva y asombrosa del ganado en sus diversas variedades nos conduce a pensar en que haya ocurrido una especie de agotamiento biológico o "degeneración" en el ganado, debido al hecho de que ninguna "sangre nueva" venía a injertarse en el circuito o proceso reproductivo. Gustavo G. Velázquez dice sobre la CERCA455 que (...) después de la destrucción de Tenochtitlán, la extensión y propagación en el extenso Valle de Toluca en donde los indios tuvieron que construir una cerca,456 que fue muy famosa para defender sus sementeras del daño del ganado, el acrecentamiento del ganado de corda (sic) y la cría de las gallinas de Castilla en torno a las haciendas y jacales de peones y pequeños arrendatarios, labradores de aquel extenso valle, modificaron profundamente la vida de los habitantes y mejoraron la economía indígena.

455

Gustavo G. Velázquez, y Ramón Pérez C.: LA GAVIA. Biografía de una hacienda mexicana. México, Editores Asociados, 1953, 97 pp. Fots. (CAPÍTULO V. Perspectivas económicas, p., 39). 456 Op. cit., p. 43: Boturini dice “que hubo en el Valle de Toluca, después de la Conquista, en tiempos de la Cristiandad, aquella famosa cerca con dos puertas y un puente, para pastar ganado, como se ve en dos mapas grandes que están en mi Archivo, el uno en papel indiano y el otro en lienzo de algodón, donde está marcada toda la Provincia y Valle”. Zurita agrega que “el Valle de Matlacingo y el de Ixtlahuaca y Toluca, que es todo junto, es toda tierra riquísima, por su mucha fertilidad”. Se coge mucho maíz y dice que más se cogería si no fuera por el mucho ganado mayor que hay entre ellos, de donde viene grandísimo daño. Agrega que Cortés y los otros dueños del ganado hicieron trabajar a los indios en una grandísima “cerca” que se hizo para que el ganado no hiciese tanto daño. Otras penas de los indios refiere el mismo Zurita que escribió en 1595 su Relación.

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Gracias a un plano, que parece ser es el que cita Boturini como de su propiedad, y del que poseemos una copia gracias al Arquitecto Luis Barbabosa Olascoaga, heredero de esta tradición ganadera, pueden apreciarse los puntos específicos que fueron marcados para establecer la cerca con la que se buscaba limitar un proceso reproductivo que no fue posible frenar. El crecimiento se extendió –e incluso en todo él se perdió el control- a lugares tan alejados como la Nueva Galicia (Zacatecas). De ello, la gráfica que ofrece W. Borah en su obra el siglo de la depresión en la Nueva España permite comprobar dicho crecimiento, desmesurado y sin control que contrasta con el decremento de la población indígena, mestiza y blanca. Asimismo también es interesante mencionar que en el Archivo General de la Nación, existe un documento,457 evidencia clarísima de los malestares ocasionados por aquella reproducción en potencia, misma que alteró la vida de muchos pobladores inmediatos al famoso “cercado” que se levantó desde 1552 y no en 1555 como lo menciona Icazbalceta, quien contó con la fuente de fray Juan de Torquemada. Gracias a una albúmina de C. B. Waite obtenida en 1908 es posible, gracias un poco a la recreación y otro tanto a la imaginación, remontarnos a un momento tan semejante al desembarco de los ganados en cualquier playa del golfo de México. Gracias también a Antonio Navarrete, pintor que en su obra supo recrear perfectamente escenas del pasado 457

A.G.N. Ramo: Mercedes, vol. 2, exp. 306. Yo don Antonio de Mendoza, Viso Rey e governador, etcétera, por quanto yo soy ymformado e me es hecha Relación que los harrieros que van e pasan por los pueblos de Toluca e Teutenango, ansi para las minas de plata como para otras partes quando llegan a los dichos pueblos sueltan las bestias de la harria y las echan por las labranzas e simenteras de los naturales del dicho pueblo, las quales se las comen e destruyen de que an recebido e reciben mucho agravio e daño e me fue pedido le mandase remediar porque de otra manera sería dar causa que los naturales de los dichos pueblos padesciesen muchas necesidades, e por mi visto, para el remedio de ello mandé dar este mandamiento en la dicha razón, por el qual mando que de aquí adelante ninguno ni algunos de los harrieros que fueren e vinieren por los dichos pueblos de Toluca e Teutenango no sean osados de soltar ni suelten ninguna bestia de la harria que llevaren o truxeren por sí ni por ynterpósitas personas ni lo permitan so pena que qualquier bestia que se tomare o hallare en algunas labranzas o simenteras de los naturales de los dichos pueblos demás e allende que luego paguen el daño que hizieren las tales bestias yncurran cada cabeza de medio peso de oro común aplicado la tercia parte para la cámara e fisco de sus magestades e las otras doss tercias partes para el denunciador e juez que lo sentenciare, e mando a las justicias que estoviere en los dichos pueblos de Toluca e Teutenango que tengan cuidado de la execución de lo en este mandamiento contenido e lo hagan apregonar en el dicho pueblo e asienten a las espaldas de él el dicho pregón e porque soy ynformado que los dichos harrieros sueltan las bestias a causa que los naturales de los dichos pueblos no les quieren vender ni dar el mayz e yerva que an menester para sus harrias, por la presente mando a los gobernadores e principales de los dichos pueblos, que luego den y hagan dar a los dichos harrieros el mayz e yerva para que oviere menester pagando ante todas cosas a los indios y que lo dieren o truxeren su justo prescio e valor e no de otra manera. Fecho en México a XIII de julio de IDXLIII años. Don Antonio de Mendoza. Por su mandato, Antonio de Turcios.

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con el inigualable sabor de su pincel, recogiendo lo ocurrido apenas varios años después de concluida la etapa de conquista, momento a partir del cual comenzaron a darse nuevas condiciones para la vida cotidiana de los habitantes plenamente novohispanos, mismos que tuvieron que compartir el mosaico o abanico de posibilidades impuesto por los españoles. De esa forma, el apunte que ahora termina, presenta enriquecido y complementado con gráficas, documentos e imágenes hasta hoy poco difundidas. Así como el virrey Antonio de Mendoza con fecha 3 de junio de 1555, recibió orden de cercar las tierras y caballerías, en 1560 el virrey de Velasco prohibió en el mismo sitio fueran efectuadas dichas maniobras en aquellas extensiones, tan luego se levantara la cosecha, con el fin de que el ganado mayor pudiera pastar en ellas sin limitación alguna, insistiendo que si alguna tierra estuviera cercada esta debía retirarse. Con el tiempo, la hacienda de Atenco también se le llamó “La Principal”, por ser la que ejerció el control administrativo durante el siglo XIX. Tenía como anexas las haciendas de San Antonio, Zazacuala, Tepemajalco, San Agustín, Santiaguito, Cuautenango, San Joaquín, así como la vaquería de Santa María, y los ranchos de San José, Los Molinos y Santa María”.458 La hacienda de Atenco pertenece a los actuales municipios de Tenango del Valle y Santiago Tianguistenco. En cuanto a la zona geográfica que originalmente comprendió la encomienda, con los pueblos de Calimaya, Metepec y Temepaxalco, situados en el valle de Matalzingo, junto a la estancia de Chapultepec, la propia estancia de Tepemaxalco, donación de Antonio de Mendoza y la estancia de Chiconauatengo, es posible ubicarla bajo los criterios que establece la División territorial del Estado de México (1810-1995), la cual señala a su vez la “Situación actual de los municipios”, con lo que Almoloya del Río, Atizapán, Calimaya, Chapultepec, Lerma, Mexicaltzingo, Metepec, Ocoyoacac, San Mateo Atenco, Tenango del Valle, Tianguistenco entran en la delimitación que tuvo en sus orígenes la encomienda. Flora Elena Sánchez Arreola: “La hacienda de Atenco y sus anexas en el siglo XIX. Estructura y organización”. Tesis de licenciatura. México, Universidad Iberoamericana, Departamento de Historia. México, 1981. 167 h. Planos, grafcs., p. 10. 458

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De esta cerca enorme y famosa no queda nada, ni señales, más que su recuerdo en las páginas que trazó con fácil elegancia Fray Juan de Torquemada. Allí está toda entera para admiración y claro ejemplo de diligente actividad y esfuerzo continuo, sin decaimiento. “Entre las circunstancias que la hacen notable –dice el insigne Icazbalceta- es una la rapidez con que ejecutada; pues habiendo entrado don Luis de Velasco al gobierno en 1550, bastaron cinco años para hacer la visita, practicar las averiguaciones necesarias, determinar la obra, ejecutarla, dar aviso a la Corte y recibir la resolución de ésta”. Antes así se hacían las cosas que ahora van muy pesadas y lentas con pies de plomo, paso a paso, y no obstante de esta medida lentitud, las más de las veces salen mal.459 Termina diciendo Artemio de Valle-Arizpe. Pero no termina con ese apunte. Concluye su revisión con aquel aspecto que enuncia de manera contundente, aunque cuestionable, a los ojos de la propia revisión que, a lo largo de 20 años realicé con motivo de esclarecer orígenes y desarrollo de la hacienda de Atenco, centro de atención con el que “Ovinos y bovinos” llega a su fin. Veamos:

Los primeros toros bravos que se trajeron a la Nueva España eran navarros y con ellos se fundó la célebre ganadería de Atenco; los importó en 1554 un primo de Hernán Cortés, el licenciado Juan Altamirano. Diz que los que nacieron en este país procedentes de esos sementales, eran de mayor bravura que sus padres, pero que iban perdiendo pujanza y no sé que otras importantes condiciones para la lidia. De esa ganadería se sacaron, principalmente, los cornúpetas que se corrían en los suntuosos festejos que hubo durante el coloniaje, con los que los diestros lucían mejor sus habilidades en los cosos que se armaron frente a San Diego y San Juan de Dios y en la extensa plazuela del Volador.460 Tales notas, ameritan la siguiente reflexión. Ya se ha mencionado en algún lugar anterior el nombre de Juan Gutiérrez Altamirano –

Juan Altamirano- lo llama A de V-A. De dicho personaje logré reunir la siguiente información en mi tesis doctoral. ¿Quién era el licenciado Juan Gutiérrez Altamirano? “(...) hijo legítimo de Hernán Gutiérrez Altamirano y de Da. Teresa Carrillo, vecino de la villa de Paradinas de la orden de San Juan en España, después de haber gobernado la isla de Cuba, vino a México recién conquistada esta ciudad y casó con Da. Juan Altamirano que acaso era su parienta y a la cual dotó al tiempo de su casamiento el Conquistador D. Fernando Cortés que era primo de ella. Previa la licencia que se concedió al Lic. En Aranda a 24 de julio de 1551 por el Emperador Carlos V y Da. Juana su madre, fundó en su testamento que otorgó en México a 30 de septiembre de 1558 ante el Escribano Francisco Diez un mayorazgo en favor de su hijo mayor Hernán Gutiérrez Altamirano, vinculando las casas de su 459 460

Valle-Arizpe: Cuadros…, op. Cit., p. 154-54. Ibidem., p. 162.

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morada y otras anexas, sitas todas en esta ciudad frente al portal llamado entonces de la Concepción de N. S. y hoy de Jesús Nazareno, y unas estancias en términos de los pueblos de Metepec y Calimaya, cuyas estancias forman hoy la hacienda de Atenco (...)”.461

El Lic. Altamirano, hacia 1536 demandó ante la audiencia sus posesiones en el Valle de Toluca. En febrero de 1531 pareció el dicho Licdo. Juan de Altamirano e presentó un escrito de demanda contra el dicho nuestro fiscal, en que dijo que Nuño de Guzmán, e los licenciados Matienzo e Delgadillo, nuestro Presidente, e oidores que fueron de la dicha nuestra Audiencia, le habían despojado de hecho, e contra derecho de la posesión e aprovechamiento de los dichos pueblos de Calimayan, e Metepeque e Tepemachalco que en el estaban encomendados, e depositados por Alonso de Estrada nuestro Gobernador que fue de esta la Nueva España. (...) Yo el lic. Alonso de Estrada, Gobernador de esta Nva. España por su Majestad: Por cuanto al tiempo que Don Fernando Cortés Gobernador que fue de esta N. España partió de ella, para ir a los reinos de Castilla, dejó a Vos el lic. Juan Altamirano el pueblo de Calimaya que es en la provincia de Matalsingo con sus sujetos para que os sirviesedes de ellos, según en la manera que el contenía, o servirá. Por ende, Yo en nombre de su Majestad deposito en vos el dicho Licdo. Altamirano el dicho pueblo de Calimaian con su sugeto, e las estancias de Metepeque e Tecamachalco (sic), que son junto a dicho pueblo de Calimaian, para que os sirváis de todo ello, en vuestras haziendas e granjerías conforme a las ordenanzas; e con cargo que tengais de los industrias en nuestra santa fe católica, fecha a diez e nueve de Noviembre de mill, e quinientos e veinte e ocho años. Alonso de Estrada.462

Juan Gutiérrez Altamirano, por razón de las conexiones familiares con el conquistador, pronto estableció su poder en la zona, mismo que continuó su hijo Hernando Gutiérrez Altamirano, quien se casó con Francisca Osorio de Castilla, hija de Juana Sosa y don Luis de Velasco y Castilla, noble caballero que había fundado el mayorazgo de Castilla que después pasó a manos de los Altamirano. De este matrimonio nacieron dos hijos, Juan y Pedro Altamirano. Si bien la pretensión de Cortés fue establecer en su propiedad de Atenco la crianza de ovejas, el interés del Lic. Altamirano fue el siguiente:

A.G.N.: Fondo José María Ágreda y Sánchez, caja 1, exp. 1, f. 80. [B.N./F.R./C.S.C.] Caja número 11, expediente 16, 9 f. Además: María Teresa Jarquín Ortega: Formación y desarrollo de un pueblo novohispano. H. Ayuntamiento de Metepec, El Colegio mexiquense, A.C., 1990. 367 p., fots., maps., p. 162-163: Posteriormente Cortés debió enfrentarse con la segunda Audiencia a raíz de la posesión de ciertas tierras. En tanto duraba este litigio, Altamirano no podía hacer uso de su encomienda en el valle de Toluca, en virtud de que los pobladores españoles de esa zona reclamaban para sí los pueblos que Cortés había otorgado. Estas disputas comenzaron en 1530 y no terminaron hasta 1534, cuando se resolvió cercenar de las posesiones del marqués del Valle algunos pueblos, entre ellos Metepec y Tepemajalco. El 17 de julio de 1536 se dio a Altamirano la posesión de su encomienda a través del alguacil mayor Ruy López Villalobos; el 30 de mayo de ese mismo año el conquistador declaró que la jurisdicción de Calimaya, Metepec y Tepemajalco era de su primo, en virtud de que él se lo había otorgado. 461 462

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“[la] estancia en término de Calimaya la hice desde el principio y cimientos para tener mis ganados mayores y menores y la poblé con ella teniéndolos en ella y un español y gente los guardase el año de mil quinientos veinte y ocho habite mío e poseído la tengo y poseo y siempre a la continua la he reparado...”.463

Este documento nos refiere con precisión las intenciones del licenciado Altamirano de establecer desde fechas muy tempranas una estancia para la cría de ganados. Y con toda seguridad, dichos ganados procedían tanto de las Antillas como de la Española. En los "Autos fechos a pedimento de Da. Catalina Pizarro, hija natural de Dn. Hernán Cortés, Marqués del Valle, contra Da. Juana de Zúñiga, Marquesa del Valle sobre ciertas escrituras de donación" se registra una valiosa información sobre las relaciones que mantuvieron los indios de la región con Altamirano; sus propiedades así como la manera de usarlas y distribuirlas. En tal documento queda asentado que para 1557 Gutiérrez Altamirano es poseedor de la estancia de Chapultepec. Pero es aún más concisa la declaración de Juan Nagualquen o Naguati, indio natural de Calimaya que sabe y proporciona datos sobre Chapultepeque: cabe en término del dicho pueblo de Calimaya la cual conoce desde el día que se asentó se pobló se ubicó estancia hasta cerca de hoy a más de treinta años (...) la segunda pregunta dice lo que sabe de esta pregunta es que puede haber treinta años poco más o menos a este habiendo bido (sic) que el dicho Licenciado Altamirano puso asiento la dicha estancia de Chapultepeque sitio este lugar donde al presente estamos hizo en ella las casas y corrales de que se han servido hasta el día de hoy y bido luego y las pobló de obejas y después de vacas y otros ganados y los tuvo allá que este y pacíficamente y viéndose de todo ello como cosa suya propia bido luego puso en ella un calpisque español que se decía Francisco (¿de Praves?) y es verdad y bido como dicho tienen que el dicho Licenciado Altamirano fue el primero edificador de la dicha estancia como muy cosa suya del dicho Licenciado(...).464

Lo anterior nos dice que Altamirano se fijó tareas concretas de un ganadero en potencia, sin que ello permita asegurar que dichas actividades hayan tenido principios específicos de un compromiso dirigido hacia la crianza de toros bravos, aspecto que tomará visos de lo profesional hasta finales del siglo XIX cuando los Barbabosa tuvieron bajo su control la hacienda de Atenco. De ahí que El interés por retener indígenas en su zona radicaba en asegurar por una parte mano de obra barata para sus propias empresas y por otra contar con un tributo en especies que luego intercambia en la ciudad de México. Asimismo intentaba obtener más tierras mediante compra de propiedades privadas que los naturales caciques y principales, lo que contribuiría a disminuir el poder de éstos y a engrandecer sus

463 464

A.G.N. Ramo: Vínculos, Vol. 276, exp. 4, f. 347. A.G.N. Ramo: Vínculos, Vol. 276, f. 361 v.

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posesiones. Otra manera de obtener terrenos fue solicitar mercedes reales, como la que se obtuvo en 1590 al contraer matrimonio el primogénito de esta familia con doña María, hija del virrey Velasco II.465

Desde luego que la estancia de Atenco se convirtió en una empresa de grandes alcances, intensiva y dirigida al incremento del capital familiar. En 1594 las ventas de animales representaban un fuerte ingreso: Hernando Altamirano, vecino de San Miguel Chapultepeque y posteriormente vecino de Zinacantepec vendió a Sebastián Goya mil novillos a tres pesos siete tomines cada cabeza, como mil vacas a dos pesos cuatro tomines cada cabeza y dos mil vecerros mitad machos y mitad hembras a doce tomines y cuartillo cada cabeza los cuales se entregaron en la estancia de Atenco.466

Nótese que Atenco es conocida ya como estancia, capaz de proveer a compradores en el mercado de abasto, o mayordomos encargados de satisfacer las demandas en las fiestas de la capital o de las provincias de Nueva España. Considerando el hecho de saber cómo se constituyó al cabo de los años la familia Gutiérrez Altamirano, identificada en la nobleza novohispana, gracias a ciertos sustentos endogámicos, es oportuno incluir a continuación el cuadro número uno que explica perfectamente dicha integración. CUADRO Nº 1 Claves y abreviaturas n m c = + // Cursivas Versalitas

: : : : : : : :

Nació Murió Casado (casó con) Hijos Nietos hijos ilegítimos Consortes Nobles

SANTIAGO DE CALIMAYA, CONDE DE, 1616. Otorgado a Fernando y a su madre, María de Velasco, por los servicios de su padre, Marqués de Salinas. 1.-FERNANDO DE ALTAMIRANO Y VELASCO (criollo) n. Ciudad de México 1589, m. 1657 c. su prima María de Velasco (criolla) 2.-JUAN ALTAMIRANO Y VELASCO (criollo) n. Ciudad de México 1616 c. Luisa de Legaspi, Adelantada de Filipinas = Fernando, 3er. Conde 3.-FERNANDO ALTAMIRANO Y LEGASPI Jarquín Ortega: Formación y desarrollo…, op. cit., p 164-168. Este matrimonio tuvo dos hijos, don Fernando y don Lope Altamirano y Velasco. El primero aumentó el capital con la merced hecha por su abuela de una estancia para ganado menor y cuatro caballerías de tierra de Tepemajalco. En 1594 la extensión territorial de la encomienda se incrementó con cinco caballerías de tierra en el área de Xalatlaco, además de otras que su padre había comprado por terceras personas. 466 Archivo de Notarías de Toluca. Notaría No. 1, leg. No. 3, cuad. 1 exp. 79, ff. 156-157. 465

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c. Isabel de Villegas = Juan, 4º Conde = Nicolás, 6º Conde 4.-JUAN ALTAMIRANO Y VILLEGAS (criollo) n. Puebla 1669, m. 1698 c. Teresa Hurtado de Mendoza. Su hermano José c. Graciana, Condesa del Valle de Orizaba V = Fernando, murió a los cinco años. 5.-FERNANDO JOSÉ ALTAMIRANO Y HURTADO DE MENDOZA (criollo) n. 1697. Adelantado de Filipinas. 6.-NICOLÁS ALTAMIRANO Y VILLEGAS (criollo) 1677-1721. Marqués de Salinas VI, Adelantado de Filipinas c. (1) María Gorráez Luna y Arellano (criolla) m. 1712, hija de la Mariscala de Castilla VIII = Ana = Juan, 6º Conde c. (2) Micaela de Padilla y Estrada (criolla), hija del Marqués de Guardiola II = José, m. 1768 = Inés 7.-JUAN JAVIER JOAQUÍN ALTAMIRANO Y GORRÁEZ LUNA, Marqués de Salinas VII; Adelantado de Filipinas c. (1) 1732 Ana Urrutia de Vergara (criolla) 1715-1739 = Juan Lorenzo, 8º Conde = José Mariano (1735-1789) = Ana Rita c. (2) Jacinta Núñez de Villavicencio y Dávalos (criolla) = Josefa = Mariano José n. 1742 = gemelas: María Gertrudis, María Ignacia 8.-CORONEL JUAN LORENZO ALTAMIRANO Y URRUTIA (criollo) n. Ciudad de México 1733. m. 1793. Marqués de Salvatierra III; Marqués de Salinas VII c. (1) Bárbara Ovando = María Isabel, 10ª Condesa = Ana María, 11ª Condesa c. (2) 1773 Ignacia Calvo de la Puerta 9.-CORONEL JOSÉ MANUEL GUTIÉRREZ ALTAMIRANO Y CASTAÑEDA (criollo) n. Ciudad de México, m. Jalapa 1797 = Joaquina Velasco, m. 1796 10.-MARÍA ISABEL ALTAMIRANO Y OVANDO (criolla) 1763-1802. Marquesa de Salvatierra IV 11.-ANA MARÍA ALTAMIRANO Y OVANDO (criolla) n. Ciudad de México 1766, m. 1809. Marquesa de Salinas IX c. 1784 Ignacio Gómez de Cervantes y Padilla (criollo) 1762-1812; Caballero de Ronda = Rita c. Mariano Primo de Rivera = José María, 11º Conde de Salinas = Miguel, Marqués de Salvatierra V = Ignacia c. José María Obando = Pascuala c. (1) Joaquín Obando c. (2) Manuel Gómez de las Casas = Francisco de Paula = Rafael c. Manuela de Ozta y de la Cotera, hija de la Marquesa de Rivas Cacho III; hermana de la 12ª Condesa-consorte = Josefa = Ana c. José María Cacho. 12.-(1810) GENERAL JOSÉ MARÍA GÓMEZ DE CERVANTES Y ALTAMIRANO (criollo) Marqués de Salinas X, Maestrante de Ronda; Caballero de Carlos III, Isabel la Católica;

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Caballero de la alcoba; Coronel, Regimiento de Infantería Provincial, Ciudad de México; Comandante, Patriotas de Caballería; Familiar, Inquisidor; Regidor, Alcalde de México; Ministro, Suprema Corte Militar; Junta Soberana c. (1) 1809 Mariana de Michaus (criolla) 1787-1811 = José Juan, 12º Conde = Guadalupe c. Conde del Peñasco IV c. (2) 1812 Ana María Ozta y de la Cotera (criolla) hija de la Marquesa de Rivas Cacho III = Ignacio m. 1838 = José c. Magdalena Ayestarán = Ana María c. Ignacio Algara Gómez 13.-(1817) JOSÉ JUAN GÓMEZ DE CERVANTES Y Michaus (criollo) n. Ciudad de México 1810, m. 1874 Conde de Santiago XII. Fuente: Doris M. Ladd: La nobleza mexicana en la época de la independencia. 17801826. Traducción de Martha Martínez del Río de Redo. México, Fondo de Cultura Económica, 1984. 353 p., p. 305-307.

Luego, en el pasaje Nº 37 abordo el papel que Hernán Cortés jugó como introductor de los primeros ganados, sobre todo en el valle de Toluca. Sin embargo, donde nace la confusión a este dicho, puede decirse que proviene de la obra escrita por Nicolás Rangel: Historia del toreo en México. Otro apunte que también crea un interesante territorio de dudas, ya en plena consolidación de la hacienda ganadera, es el que nos proporciona datos sobre una actuación de Bernardo Gaviño en Puebla, allá por 1858. Dice la nota recogida de la obra de Heriberto Lanfranchi: La fiesta brava en México y España. 1519-1969: PLAZA DEL PASEO NUEVO, PUEBLA, PUE. En 1858 fue nuevamente reedificada dicha plaza, estrenándola -así fue anunciado- Bernardo Gaviño, llevando de segundo espada a Pablo Mendoza, con toros de Atenco, “entonces ganadería recientemente fundada”. Fueron los festejos, para celebrar los Días de Todos Santos, la primera semana del mes de noviembre.467

Todo esto, nos presenta un amplio panorama de exploración, mismo que queda sujeto a los avances considerados en esta tesis doctoral. El dato que contrasta con lo dicho por Rangel468 apareció en El Arte de la Lidia, año III, Nº 32 del 12 de junio de 1887: LAS GANADERÍAS ATENCO

467

Ibidem., T. I, p. 163. Esta afirmación periodística podría no ser la más confiable, pero sí una de las pocas con las cuales se puede conseguir un contraste, pero también más luces al respecto del andamiaje que se fue construyendo en torno a la ganadería de Atenco, por lo menos durante la segunda mitad del siglo XIX. 468

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La muy acreditada ganadería de Atenco, existente en el estado de México, se debe al conde de Santiago, desde el siglo pasado, que por su cuenta se trajeron de España, procedentes de la provincia de Navarra, los primeros doce pares de machos y hembras, siendo la segunda remesa de cincuenta pares. Estas reses tienen las condiciones de la ganadería de Pérez Laborda, distinguiéndose y principalmente por su color, que es colorado, josco y en general por su figura aleonada, sobre todo en los cuartos delanteros y musculación de las piernas. Aunque chicos de cuerpo, son bravos, de mucho poder, ligeros codiciosos y francos, distinguiéndose en particular de las demás ganaderías, en el primero y tercer tercio de la lidia, pues como se ha visto siempre el toro de Atenco, aunque se sienta bastante herido, se engarrota para no caer, viéndose muchas veces que por coger a su adversario se le ve llorar por no poder vengarse, y algunos toros exhalan el último suspiro casi en pie. Todas estas condiciones las tienen, como se ha dicho, la ganadería de Pérez Laborda, en España, por lo que se cree, son hermanos. La época buena en México, de los toros de Atenco, fue en los años de 1830 a 1866, en que la ganadería estaba en todo su apogeo, existiendo de 4 a 6000 reses bravas, pudiéndose sacar entonces para lidiarlos de 400 a 600 toros, el menor de 6 años. Razón por qué en aquella época fueron tan notables los toros de Atenco en varias plazas de la república, principalmente en los circos taurinos de San Pablo y Paseo Nuevo de esta capital. En varias épocas, los toros de Atenco han jugado en competencia con algunas ganaderías de bastante nombre, como la del “Cazadero”, pero hasta ahora no se ha dado el caso de que se les haya superado en ley y bravura. Es muy raro el toro de Atenco que no recibe seis varas con voluntad y muchas veces se ha visto caer a los toros en medio del ruedo, acalambrados por su condición y ley. En varios apuntes que hemos visto en la hacienda, aparece que en una corrida que se verificó en la plaza del Paseo, a beneficio de la misma hacienda, se lidió un toro llamado “El León” de magnífica estampa y de una bravura a toda prueba. Este toro dejó tres veces la plaza limpia de picadores y toreros, ocasionó 20 caídas, y mató 18 caballos, llegando después con muchísimas facultades al último tercio en que fue muerto por el renombrado espada, Bernardo Gaviño. Sería muy largo dar a conocer otros muchos hechos semejantes, que con razón le han dado tanta fama a la ganadería de Atenco. SERVOLINI

La sorpresa invadió mi quehacer, y en el afán de confirmar el dicho, fui a consultar diversos documentos que ahora pongo a la disposición, pero que también someto a discusión. Entre esas fuentes se encuentran las obras de F. G. de Bedoya,469 la de Vicente Pérez de Laborda Villanueva470 y finalmente la de Alejandro Villaseñor y Villaseñor.471 ¿A cuál de los condes que manejaron o administraron la hacienda de Atenco durante el siglo XVIII se refiere Servolini? Recordando las notas incluidas en la “Introducción”, una primera respuesta la encontramos en lo que menciona Antonio Briones Díaz acerca de Francisco Javier Altamirano, que no es sino el sexto conde de Santiago, Juan Javier Joaquín Altamirano Y Gorráez Luna, Marqués de Salinas VII; Adelantado de Filipinas.

469

F. G. de Bedoya: Historia del Toreo, y de las principales ganaderías de España. Madrid, 1850. (Véase bibliografía). 470 Vicente Pérez de Laborda: Historia de una Ganadería Navarra de Toros bravos en el siglo XIX de Tudela (Navarra). Véase bibliografía. (p. 158 y 192). 471 Villaseñor y Villaseñor: Los condes de Santiago..., op. cit.

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Ahora bien, aunque la ganadería de Pérez Laborda surge hasta finales del siglo XVIII, y comienza a tener una intensa actividad al comenzar el XIX, sí en cambio existía la de don Antonio Ibarnavarro, mismo que en 1768 declaró poseer 120 vacas y 50 toros (con la que después seleccionó Felipe Pérez Laborda el pie de simiente para su propia ganadería). Casualmente, Antonio Ibarnavarro ya está vendiendo toros para las fiestas que se efectuaron en Pamplona hacia el año 1789, pagándosele 50 duros por toro y 30 por novillo. Ya en 1818, al formarse la sociedad Juan Antonio Lizaso-Felipe Pérez de Laborda, declara este último “que las Bacas [seleccionadas para formar aquella ganadería] son de las más antiguas y mejor casta que se encuentran en el país”. También debe apuntarse que Juan Antonio Lizaso formó sociedad con don Francisco Guendulain en los últimos años del décimo octavo siglo, que terminó disolviéndose al comenzar el siglo XIX. En las postrimerías del XVIII, Guendulain compra a su vez un lote de ganado a don Antonio Lecumberri que formó con bastante buena suerte una ganadería con toros de la región, trayéndole muy buenos resultados, tal y como lo hizo también Zalduendo de Caparroso y Arnedo, toros que se corrían en todas las fiestas de Pamplona y Zaragoza. Así que tanto Antonio Ibarnavarro, como Antonio Lecumberri, antes que Lizaso-Pérez Laborda, Guendulain y Zalduendo, son los dueños que tienen establecida una ganadería en la región vasca, y con aquellos toros y vacas las formaron entre los últimos años del siglo XVIII y los primeros del XIX, como también pudo ocurrir con el sexto conde de Santiago de Calimaya, que, probablemente entró en negociaciones no tanto con Sánchez Laborda, sino con Ibarnavarro o con Lecumberri. No se sabe si cuando Felipe Pérez Laborda, al finalizar la guerra de independencia en España, al evitar cierto inconveniente en la afinidad de sangre, fue eliminando hasta 38 vacas y entre 7 y 8 sementales de la ganadería de Ibarnavarro, hasta dar con lo que después fue su pie de simiente fundacional. La guerra de independencia concluyó en 1814. No perdamos de vista ese “desecho”, si lo podemos considerar también como parte de la “segunda remesa”, formada por otros cincuenta pares, pero que no se menciona si llegaron a la hacienda atenqueña. Desde luego, todo desecho es condenado al matadero.

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Otro asunto que destaca aquí, es que en cuanto Servolini refiere las características del ganado de Atenco, tan afín al de Pérez Laborda, no lo hace tomando en cuenta la propia experiencia de dicho ganado en las plazas mexicanas de mediados del siglo XIX. Se apoya en lo anotado por Bedoya, libro que ya circulaba en México hacia 1882, según afirma el periodista Carlos Cuesta Baquero.472 TOROS DE LA SEÑORA VIUDA DE PÉREZ LABORDA (TUDELA NAVARRA) A propósito hemos dejado esta ganadería para semblazarla después que a las demás de Navarra [refiriéndose, desde luego a los toros de Guindulain y de Zalduendo], porque los toros que de ella proceden, tienen además de las cualidades comunes a los toros bravos, otra tan especial, que merece se haga de ella particular mención. Parece excusado analizar la condición de estas reses cuando desde luego confesamos que son las mejores de todas las castas conocidas hoy en aquel país: bravura, dureza, juego, ligereza y todas las demás dotes que constituyen el verdadero mérito de un ganado, todas las poseen estos toros, y además la particular de vérseles llorar cuando se consienten muertos de la estocada, y no pueden coger al lidiador. Ciertamente que esto acredita su bravura, pero no es esta la última prueba que dan de sus bríos; en los momentos de expirar no buscan terreno para echarse, al contrario, se engarrotan, digámoslo así, y en pie exhalen el último aliento. Es todo cuanto en honor de la verdad podemos decir en obsequio de la primer ganadería de España, cuyo título no creemos se lo dispute nadie, tratándose de toros puramente bravos.473

Si el colaborador de El Arte de la Lidia al describir a los toros atenqueños lo hace con conocimiento de causa, y si encuentra semejanzas entre estos y los de Pérez Laborda, no se trata más que de una mera coincidencia que reúne condiciones de juego que entre unos y otros terminan siendo iguales. Destaca por otro lado características de pelaje y juego, así como el apunte anecdótico que da a la nota un interés particular. Sin embargo, ¿se gana algo al pretender desviar la afirmación rangeliana? Podría decir que cambia el espacio temporal y se agrega un nuevo valor con relación a la segunda remesa. También de que su semejanza con los toros de Pérez Laborda es tan cercana, que de alguna manera termina haciéndolos “hermanos” de raza y casta. Ante todo lo anterior se puede concluir que se trata de un novedoso argumento, débil en su solidez, si no olvidamos que en 1884 y 1898, Un corresponsal del propio semanario El Arte

472

Carlos Cuesta Baquero (Roque Solares Tacubac): Historia de la Tauromaquia en el Distrito Federal desde 1885 hasta 1905. México, Tipografía José del Rivero, sucesor y Andrés Botas editor, respectivamente. Dicha circunstancia, aparece citada en varias ocasiones en los volúmenes I y II. 473 Bedoya: Historia del toreo..., op. cit., p. 339-340.

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de la Lidia y José Julio Barbabosa, ganadero de Santín decían de Atenco respectivamente lo que sigue: Cierta tarde, allá por noviembre de 1884, los espadas José María Hernández El Toluqueño y Juan Jiménez Rebujina andaban haciendo ruido por Toluca, quien reseña la corrida lo hace en estos términos: Las reses que se lidiaron en la plaza de Toluca fueron de la acreditada hacienda de Atenco, y al mentar esta ganadería, no se puede decir nada de elogios, porque la verdad, la cosa está probada con hechos muy grandes. Son toros de origen de raza navarra, de buena ley, listos, valientes y de mucha gracia y renombre en la República (...) “Los toros que se jugaron en esta corrida, fueron como vulgarmente se dice, de rompe y rasga, es decir, que se prestaron con brío, ligereza y empuje a todas las suertes de los diestros. 474

Como se ve, este párrafo es una réplica casi exacta de la apreciación hecha por F. G. de Bedoya, lo que indica primero, que era una lectura recién conocida por algunos periodistas de aquella época, cuyo quehacer comenzaba a cimentarse a partir de la llegada de diversos libros provenientes de España, justo en momentos en los que la tauromaquia comienza a tomar rumbos más definidos. Por otro lado, existía la necesidad de mostrar panoramas diferentes que enfrentaran y cuestionaran el predominio de un espectáculo detentado por diestros “aborígenes” que hicieron de su quehacer una auténtica demostración de control regional, misma que no evolucionaba. Antes al contrario. Se reducía a un círculo vicioso que, aunque seguía siendo del gusto de muchos espectadores, pronto hubo necesidad de modificar esa condición consiguiendo la escala de aficionados mismos que se separan de los públicos asistentes a las plazas de toros. Con la consolidación e integración de este espectáculo público –sobre todo en la ciudad de México, y a partir de 1887-, maduraron plenamente aquellos propósitos establecidos por la prensa que también se profesionalizó acudiendo a lecturas como la de Bedoya y otras más, las cuales se constituyeron en obras fundamentales.475 Por su parte José Julio Barbabosa, anota en sus memorias:

474

El Arte de la Lidia, año I, Nº 4, del 7 de diciembre de 1884. Véase el Anexo número siete de esta tesis: Las primeras lecturas llegadas a México desde España. La irrupción de la prensa taurina. Otras tauromaquias reeditadas en México. Domingo Ibarra. El centro taurino "espada Pedro Romero", las obras de Rafael Medina. 475

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(era la (Antigua de Atenco, mezclada con S. Diego de los padres, (y (Atenco con Navarro (ví jugar este toro, p.a mi cualquier cosa) con Miura, Saltillo, Benjumea, Concha y Sierra y con toro de Ybarra, (feo pero buen torito), además, las cruzas de estos toros con vacas de S. Diego, por tanto no bajan de tener 12 clases diferentes de toros en el repetido Atenco, ¿cuál de tantas razas será la buena? (incluyendo, evidentemente lo “navarro”. Notas escritas en noviembre de 1886).476

Aunque surge un nuevo dilema que más adelante desarrollaré en amplitud. Se trata de explicar hasta donde me sea posible la hipótesis de que Bernardo Gaviño haya sido el encargado de sugerir y hasta de traer el ganado español con el fenotipo del navarro. 477 O lo que es lo mismo, los toros de Zalduendo o Carriquiri como un pie de simiente moderno a la hacienda de Atenco, propiedad por entonces de José Juan Cervantes y Michaus, último conde de Santiago de Calimaya y con el que Bernardo guardó profunda amistad. Asimismo no debemos descuidar otro aspecto probable, el que se relaciona con el hecho de que en 1894 la “Sociedad Barbabosa Sucesores” adquieren un semental de Zalduendo, típico de la línea navarra, poniéndolo a padrear en terrenos atenqueños. Ganado criollo en su mayoría fue el que pobló las riberas donde nace el Lerma, al sur del Valle de Toluca. Y Rafael Barbabosa Arzate que la adquiere en 1879, al ser el dueño total de tierras y ganados atenqueños, debe haber seguido como los Cervantes, descendientes del condado de Santiago de Calimaya, con las costumbres de seleccionar toros cerreros, cruzándolos a su vez con vacas de esas regiones. Si bien, reanudadas las corridas de toros en 1887, algunos toros navarros ahora sí, fueron establecidos por aquí, fue a principios del siglo XX cuando en Atenco se selló una mezcla con simiente de la ganadería española de Pablo Romero, consistente en cuatro vacas y dos sementales. Y, finalmente, en las conclusiones al capítulo Nº 1 de mi trabajo doctoral dejo el siguiente considerando: Debe quedar claro que Juan Gutiérrez Altamirano, como todos los estancieros de la Nueva España, trajo sus animales de las Antillas. A los pocos años se reproducían desorbitadamente haciendo imposible todo control y selección, requisito indispensable para José Julio Barbabosa: “Nº 1 Orijen de la raza brava de Santín, y algunas cosas notables q.e ocurran en ella J(...) J(...) B(...). Santín Nbre 1º/(18)86”. 178 p. Ms., p. 7. 477 Lamentablemente no se ha encontrado una sola referencia al respecto, lo que me hace pensar que, en todo caso, debió ponerse especial atención a la crianza o selección, tal y como estas dos circunstancias se planteaban en aquella época. Es decir, bajo un principio eminentemente intuitivo que, como veremos en el Capítulo tres de esta tesis, parece confirmarse este aspecto. 476

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la crianza del toro bravo, fenómeno que no se dio inmediatamente como se ha dicho de manera equivocada. Para ello fue necesaria la presencia de ganado criollo y mostrenco que fue el que se lidió a lo largo del virreinato. Como ya se especificó, no es sino hasta el siglo XVIII cuando surge el concepto de ganadería de toros bravos en España, y en México hasta finales del siglo XIX. Bastaba con que los astados tuvieran cierta disposición para embestir, para organizar con éstos interminables festejos taurinos.

300


EN MEXICO Y EN OTROS SIGLOS478

[PASAJE Nº 46]: DON JUAN MANUEL DE SOLÓRZANO.

Breve, muy breve es la anotación de tema taurino que aquí nos detiene. Pero lo sustancioso del sucedido y sus circunstancias, obligan al desarrollo amplio de lo que a continuación se referirá. En primera instancia deberá recordarse que nuestro personaje se convirtió en cierto momento en influyente y poderoso consejero del virrey López Díaz de Armendáriz, marqués de Cadereita que gobernó como alter ego de Felipe II, monarca que tuvo a su vera al condeduque de Olivares, brillante y oscuro al mismo tiempo, espejo de las mismas circunstancias que en su momento jugó don Juan Manuel de Solórzano. Como apunta don Artemio, “don Juan Manuel Solórzano era privado del Virrey…”, lo que le significó buenos dividendos y posiciones privilegiadas en el tablero político de aquel momento. De la brevedad de la anotación ya advertida, pasaré a redondear el que luego fue escandaloso y trágico fin de Solórzano. Don Juan Manuel de Solórzano y el virrey, don Lope Díaz de Armendáriz

Eran en uno los dos entre sí. Comían en una misma mesa; estaban en el mismo palco en la comedia; en el mismo cuartón de la plaza de toros; juntos salían en las cabalgatas con trajes iguales y con las mismas divisas…479 Sin embargo en esa vida efímera que tuvieron algunos virreyes, fuera porque morían, fuera porque recibían la instrucción de regresar a España u ocupar algún otro virreinato, o simplemente por el hecho de que había caído sobre ellos la sospecha de severas acusaciones, el hecho es que

Con una gran tristeza tendida por toda el alma se fue de México el marqués de Cadereita por dejar abandonado a don Juan Manuel de Solórzano entre las manos enconadas de sus implacables enemigos que sonreían satisfechos y torvos por haber logrado sus deseos.480 478

Artemio de Valle-Arizpe: En México y en otros siglos. 2ª edición, México, Espasa Calpe, 1950. 143 p. (Colección Austral, 881). 479 Op. Cit., p. 45.

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Allí está pues, el principio del fin del “favorito”, del “privado” del virrey que se iba. Don Juan Manuel tuvo que encerrarse en su

entonado caserón de la

calle Nueva, primero

para encontrar el refugio de todos aquellos acusadores que, al verle indefenso podían vengarse ya sin ningún obstáculo que la influencia ejerce. Era muy otro el tal don Juan Manuel, y tan lo fue que en el encierro forzoso empezó a elucubrar, comenzó a delirar en el absurdo hecho de que su esposa, doña Ana Porcel,

linda mujer de ojos verdes, líquidos,

submarinos; mujer gallarda y elegante con ademanes lánguidos de fina donosura, le engañaba. Así que los celos de don Juan Manuel se dispararon sin control hasta el grado de buscarse consejos de un fulano a quien se tenía por

brujo para que le descubriera con claridad la prueba

que él se afanaba por hallar y encontraba nunca…

mismo que lo condujo a la peor de las

patrañas.

Mi compadre el Diablo acepta tu alma, don Juan Manuel de Solórzano. El y yo sabemos quién es el amante de tu esposa; si también tú quieres saberlo para que tomes justa venganza, sal de tu casa a las once de la noche y al que pase a esa hora por la acera, mátalo porque él es quien te roba la honra y la dicha; yo, o mi compadre el Diablo, nos apareceremos a tu lado para confirmarte, dándote la prueba, de que al que le diste muerte era el amante de tu mujer doña Ana. Márchate a tu casa, las potencias infernales te guían.481 Y como lo sigue contando el resto de este “sucedido” no fue uno, sino varios los muertos que cayeron al pie de la casa del propio Solórzano bajo pregunta contundente:

-Perdone que lo interrumpa en su camino, señor, pero ¿podría decirme usarcé qué horas son; -Las once. -¿Las once? Pues dichoso usarcé que sabe la hora en que muere.482 Todo le iba bien hasta que, con sus propios ojos descubrió que uno de los que cayeron bajo el abrazante ardor de sus celos era su tío, don Francisco Díaz Medrano. Un día después ocurría lo mismo con su primo, Fernando de Aguilar. Hasta entonces, el tal homicida se dio cuenta de que ni el sabio consejo de aquel fulano tuvo razón y de que no fue uno sino varios, 480

Ibidem., p. 46. Ibid., p. 49. 482 Ib., p. 50. 481

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quizá muchos los que murieron como sospechosos de su oscuro delirio celoso. Buscó el auxilio espiritual en el convento franciscano, adonde uno de los frailes le aconsejó resarcirse de aquel daño acudiendo tres noches a la plaza mayor, “junto a la horca” para quedar liberado de dicha pena. En medio de la oscuridad el temor lo encaminó por senderos en donde fue alucinando en medio de las desgarradoras escenas y ruidos que vio y escuchó, al grado de confesarle al

fraile francisco todo lo que había

soportado con horror. Le pidió que

volviera a rezar el tercer rosario para evitar que crecieran más y más los ardides del demonio… Tal fue su confusión que lo único que alcanzó a ver, antes de morir fue su propio cortejo fúnebre… A la mañana siguiente

Todo México vio, con asombro grande, pendiente de la horca, el cadáver del rico caballero don Juan Manuel de Solórzano, privado del marqués de Cadareita. La gente decía, santiguándose, que los ángeles lo habían ahorcado y rezaban por él una oración. Los oidores se miraban unos a otros de soslayo y sonreían, y algunos, con las manos pegadas al pecho, se las frotaban, con ese aceleramiento que da el gusto.

Portada del rarísimo Libro nuevo de escaramuza, de gala, a la jineta, por Don Bruno José de Moria Melgarejo (Puerto de Santa María, 1737), demuestra la posición y el traje usual del caballero, la silla y arreos del caballo, y la manera de sacar el brazo con la rienda, a que tanta importancia se da en todas las obras de jineta. Fuente: Manuel Romero de Terreros, Marqués de San Francisco: Torneos, mascarada y fiestas reales en la Nueva España. Selección prólogo de Don (...). México, “Cultura”, tomo IX, N° 4, 1928. 82 pp.

303


CALLE VIEJA Y CALLE NUEVA. 483

¿Qué es Calle vieja y calle nueva? Es una obra que tiene la peculiaridad de estar dedicada a varias de las calles y sitios más emblemáticos de la ciudad de México. Entre otras, Tacuba misma que, a lo largo de varios siglos, ostentó diversos nombres hasta el que en la actualidad la ejemplifica y le sigue dando nombre. En un principio era la calle de las Canoas, por ser una más de las que la traza urbana de los aztecas dejó como importante sitio, no de tránsito; sí de navegación. Pero en noviembre de 1521, Alonso García Bravo, por encargo de Hernán Cortés puso manos a la obra para transformarla, como muchas otras de ese primer espacio urbano en forma radical, conciente de que poner en aquel espacio lacustre los elementos necesarios de cualquier ciudad europea, significaba un riesgo mayor, como así sucedió en diversas épocas. Hasta que llegamos a

[PASAJE Nº 47]: EL PORTAL DE LOS AGUSTINOS O DE LA PRECIOSA SANGRE.

Hoy, lo encontramos orgullosamente altivo en el remate de 16 de septiembre, justo cuando se desemboca en el costado oriental de la majestuosa “plaza mayor” o “plaza de la constitución”, sitio que todos conocen como el “zócalo”. Pero además de que fue un espacio construido por la orden de los agustinos allá por 1673, con el paso de los años se convirtió ese y otros espacios aledaños en la reunión de varios cajones, tiendas o lencerías en que se vendían géneros al menudeo o en otros tantos lugares en donde se podían adquirir libros. Pero ya no eran los cajones. Más bien los “portales”. Y tras la detallada descripción que

V-A

A de

hace de varios de los personajes más característicos que rondaban tanto por librerías

483

Artemio de Valle-Arizpe: Calle vieja y calle nueva. 2a. ed. México, Editorial Diana, 1980. 583 p. Ils., fots., retrs. maps.

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como por alguna cafetería, como Félix Merino o Pepe Miñón, viene lo que para el tema de este trabajo resulta sustancioso.

Cuando se hablaba de toros se asistía a una revista concienzuda en que figuraba en primer término, como picador, el atlético Vicente Ávila, del chusco compadrito, no obstante faltarle tres dedos de una mano; de Mariano (la Monja), largo y angosto como riel moderno; de Caparatas, alborotador y valiente, y sobre todo, de don Javier Heras, gachipincillo rico, aficionado a los bichos, que disponía toros de once y jamaicas, montes parnasos y palos ensebados, y que acabó por hacerse el creador y el empresario de la Plaza de Necatitlán. Allí, por supuesto, que se agota a ese frasisismo delicioso de volapié y trascuernos, de capa larga y muletilla corta, y de todo ese riquísimo vocabulario del arte de Pepe Hillo, de Blanco y de Cúchares.484 La sola cita es en sí misma, un amasijo de diversos asuntos, interesantes unos y otros que me permito comentar. Todo parece indicar que Vicente Ávila, picador de toros, nada tiene que ver con los famosos hermanos Ávila. De ellos, apunto en uno de mis trabajos lo siguiente: Sóstenes, Luis, José María y Joaquín Ávila (al parecer, oriundos de Texcoco) constituyeron una sólida fortaleza desde la cual impusieron su mando y control, por lo menos de 1808 a 1858 en que dejamos de saber de ellos. Medio siglo de influencia, básicamente concentrada en la capital del país, nos deja verlos como señores feudales de la tauromaquia, aunque por los escasos datos, su paso por el toreo se hunde en el misterio, no se sabe si las numerosas guerras que vivió nuestro país por aquellos años nublaron su presencia o si la prensa no prestó toda la atención a sus actuaciones. Sóstenes, Luis y José María (Joaquín, mencionado por Carlos María de Bustamante en su Diario Histórico de México, cometió un homicidio que lo llevó a la cárcel y más tarde al patíbulo) establecieron un imperio, y lo hicieron a base de una interpretación, la más pura del nacionalismo que fermentó en esa búsqueda permanente de la razón de ser de los mexicanos.

484

Op. Cit., P. 56-7.

305


Un periodo irregular es el que se vive a raíz del incendio en la Real Plaza de Toros de San Pablo en 1821 (reinaugurada en 1833) por lo que, un conjunto de plazas alternas, pero efímeras al fin y al cabo, permitieron garantías de continuidad. Aún así, Necatitlán, El Boliche, la Plaza Nacional de Toros, La Lagunilla, Jamaica, don Toribio, sirvieron a los propósitos de la mencionada continuidad taurina, la que al distanciarse de la influencia española, demostró cuán autónoma podía ser la propia expresión. ¿Y cómo se dio a conocer? Fue en medio de una variada escenografía, no aventurada, y mucho menos improvisada al manipular el toreo hasta el extremo de la fascinación, matizándolo de invenciones, de los fuegos de artificio que admiran y hechizan a públicos cuyo deleite es semejante al de aquella turbulencia de lo diverso. De seguro, algún viajero extranjero, al escribir sus experiencias de su paso por la Ciudad de México, lo hizo luego de presenciar esta o aquella corrida donde los Ávila hicieron las delicias de los asistentes en plazas como las mencionadas. De ese modo, Gabriel Ferry, seudónimo de Luis de Bellamare, quien visitó nuestro país allá por 1825, dejó impreso en La vida civil en México un sello heroico que retrata la vida intensa de nuestra sociedad, lo que produjo entre los franceses un concepto fabuloso, casi legendario de México con la intensidad fresca del sentido costumbrista. Tal es el caso del "monte parnaso" y la "jamaica", de las cuales hizo un retrato muy interesante. En el capítulo "Escenas de la vida mejicana" hay una descripción que tituló “Perico el Zaragata”, el autor abre dándonos un retrato fiel en cuanto al carácter del pueblo; pueblo bajo que vemos palpitar en uno de esos barrios con el peso de la delincuencia, que define muy bien su perfil y su raigambre. Con sus apuntes nos lleva de la mano por las calles y todos sus sabores, olores, ruidos y razones que podemos admirar, para llegar finalmente a la plaza. Nunca había sabido resistirme al atractivo de una corrida de toros -dice Ferry-; y además, bajo la tutela de fray Serapio tenía la ventaja de cruzar con seguridad los arrabales que forman en torno de Méjico una barrera formidable. De todos estos arrabales, el que está contiguo a la plaza de Necatitlán es sin disputa el más peligroso para el que viste traje europeo; así es que experimentaba cierta intranquilidad siempre lo atravesaba solo. El capuchón del religioso iba, pues, a servir de escudo al frac parisiense: acepté sin vacilar el ofrecimiento de fray Serapio y salimos sin perder momento. Por primera vez contemplaba con mirada tranquila aquellas calles sucias sin acercas y sin empedrar, aquellas moradas negruzcas y agrietas, cuna y guarida de los bandidos que infestan los caminos y que roban con tanta frecuencia las casas de la ciudad

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Y tras la descripción de la plaza de Necatitlán, el "monte parnaso" y la "jamaica", donde (...)El populacho de los palcos de sol se contentaba con aspirar el olor nauseabundo de la manteca en tanto que otros más felices, sentados en este improvisado Elíseo, saboreaban la carne de pato silvestre de las lagunas. -He ahí- me dijo el franciscano señalándome con el dedo los numerosos convidados sentados en torno de las mesas de la plaza, lo que llamamos aquí una "jamaica".

La verdad que poco es el comentario por hacer. Ferry se encargó de proporcionarnos un excelente retrato, aunque es de destacar la actitud tomada por el pueblo quien de hecho pierde los estribos y se compenetra en una colectividad incontrolable bajo un ambiente único. De todos modos, lo poco que sabemos de ellos es gracias a los escasos carteles que se conservan hoy en día. Son apenas un manojo de “avisos”, suficientes para saber de su paso por la tauromaquia decimonónica.485 De Mariano González o Rodríguez “La Monja” diré que fue contemporáneo al diestro gaditano Bernardo Gaviño y Rueda. Es más, fue su discípulo y le acompañó diversas tardes alternando en las dos plazas principales que tuvo la ciudad de México al mediar el siglo XIX: la Real plaza de toros de San Pablo y el Paseo Nuevo. Lo recuerdan estos versos escritos en 1875: COPLAS DE DON SIMÓN Don Simón, los ochenta he cumplido, buena y sana por gracia de Dios, y del mundo fatal, corrompido ¡Contemplando el escándalo atroz! En mi tiempo no había despertado por los toros tan grande furor, y toreaban Gaviño y La Monja como un gato torea a un ratón. Hoy se ponen las plazas repletas El Paseo, Ponciano (sic) y Colón, para ver mal torear gachupines ¡Qué apretones!, señor don Simón. Don Simón, don Simón recordando, en los años que el Señor me dio, nunca he visto lo que estoy mirando con el cuento de la ilustración. En mi tiempo un torero la espada 485

José Francisco Coello Ugalde: Novísima grandeza de la tauromaquia mexicana (Desde el siglo XVI hasta nuestros días). Madrid, Anex, S.A., España-México, Editorial “Campo Bravo”, 1999. 204 p. Ils, retrs., facs., p. 91-3.

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manejaba con gran precisión y mataba a los toros de Atenco, sin puntilla y con grande valor. Hoy los vemos que tiemblan de miedo, y hasta pierden también el color, porque van a matar toros sonsos, ¡Españoles!, Señor don Simón. Si mis coplas a alguno ofendieron no cantelas con tal intención, si aludidos también se creyeron no les pido por esto perdón, que estos versos tan sólo se hicieron para en algo variar la función. Mas si a alguno les van o les fueren, ¡Que aprovechen!, señor don Simón.486

A Corchado El compadrito y Caparratas, los recrea Guillermo Prieto en sus “Charlas domingueras”, texto que apareció el 30 de mayo de 1875. Prieto, infatigable retratista de la vida cotidiana en nuestro país durante cerca de 70 años que van de 1828, cuando comenzó a hacer recuento de las Memorias de mis tiempos y hasta casi el mismo año de su muerte, no sólo se concretó en obsequiarnos con su personal percepción sobre un ritmo y un pulso de vida como este. La política y la historia también fueron sus pasiones. Sin embargo la “Musa Callejera” parece ser su obra más acabada, donde utiliza a la poesía traducida en pincel, paleta y lienzo como un perfecto maestro. Para concebir la “Musa Callejera”, recorrió en su compañía plazas y mercados; se metió en vecindades y accesorias; estuvo en “luces” populares y fiestas de gente de rompe y rasga. Se divirtió con el pueblo -antes que “Facundo” tomara instantáneas de la clase media-, en bodorrios y sacamisas, convites y bailes,

como dice Francisco Monterde. De Fernández de Lizardi, pasando por José T. de Cuellar; del propio Guillermo Prieto y hasta Artemio de Valle-Arizpe o Salvador Novo, la creación de este conjunto de grandes cronistas y narradores, nos proporcionan en medio de la exhuberancia de sus escritos, un importante panorama de las costumbres y las tradiciones que sus plumas y estilos característicos supieron retratar cabal y fielmente, no importando si el apunte se hiciera fuera de época. Porque hasta el mismo Guillermo Prieto justificaba esta apreciación panorámica. Y

486

Armando de María y Campos: Ponciano, el torero con bigotes. México, ediciones Xóchitl, 1943. 218 p. fots., facs. (Vidas mexicanas, 7)., p. 166-7.

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así se percibe en una de sus “Charlas Domingueras”, donde se permite acotar en estos términos: Cuando se reconstruye una época pasada, se suele especificar el tipo, se reproduce la constitución material, se individualizan los objetos; pero falta el espíritu que anima el conjunto, falta el sentir del autor conforme a la época que describe, sucede como cuando nosotros mismos nos vemos retratados niños, no nos sentimos en el niño, nos parece que se trata de otra persona que nos interesa mucho, o de nosotros cuando estuvimos en el mundo bajo otras condiciones.

Con las “Charlas Domingueras” de Prieto,487 tenemos el mejor ejemplo de esa descripción pormenorizada, metiéndose en rincones del barrio que explora hasta desmenuzarlo todo, incluyendo personajes, actitudes, escenarios. Y Guillermo, como “Fidel” se alimentan en la feria o en improvisados garitos. Las corridas de toros mueven su pluma y su pensamiento en un manejo selecto de páginas y citas inolvidables, que describen con amplio lujo de detalles no solo el acontecimiento en cuanto tal. Viste sus descripciones en medio de un ambiente entre geniales toques mágicos que, al solo recorrido de la palabra escrita ocurre un fascinante traslado al mismísimo escenario. La “Charla...” publicada en Revista Universal, del 30 de mayo de 1875, evoca un festejo ocurrido el año 1820 en la Plaza de Toros Principal de San Pablo, que “cuando se acabó el año pasado (1819) que se quiso estrenar en las fiestas del matrimonio de nuestro amado monarca Fernando VII, se perdía la gente”, nos dice Mauleón, uno de los principales protagonistas en estos apuntes y quien Guillermo Prieto lo hace su interlocutor adulto, pues habiendo nace en 1818, aunque eso sí, presenciando años más tarde corridas y festejos de los que es conciente, por lo que sólo debemos entender un ajuste cronológico para no caer en conflictos temporales. Don Santos y familia, son parte de la multitud de personajes incluidos aquí. En su convivencia con otros, es posible enterarnos de sus peripecias en un ambiente que es nuevo para él, en virtud de todo aquello que lo deslumbra, y de paso a nosotros, gracias a una completa descripción de hechos.

487

José Francisco Coello Ugalde: Aportaciones Histórico Taurinas Nº 5, 8: Guillermo Prieto Pradillo, y una de sus “Charlas domingueras”, a propósito de toros. 43 p.

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Prieto que confesaba tener una obsesiva necesidad de creación, no descuida ocuparse de la fiesta taurina, no sin antes hacer el riguroso y amplio cuadro de una fauna sumida en barrio tan popular como San Pablo, con sus mesones y sastrerías, de donde por cierto, don Santos mandó hacerse varios prendas, salidas de la mano de Cienfuegos, el sastre “que era de lo principal en México”. Don Santos, acompañado de Apolonia su esposa, y de Chucha y Pepito sus hijos aprovecharon, como se ve, su paso por el rumbo para proveerse de lo mejor en menesteres y ropajes. Al aparecer Mauleón con el boleto de una lumbrera para asistir a una de las corridas efectuadas en la plaza de San Pablo, todo fue emocionarse para iniciar un interesante coloquio que mejor reservamos para su lectura completa más adelante, en el entendido de que se trata de una rica, riquísima descripción de la plaza, los toreros y el ganado. Eran corridas que se caracterizaban por ser estupendas, “en que había por lo bajo tres o cuatro heridos de muerte y hasta media docena de caballos despanzurrados”. Todos se frotaban las manos ante la inminente presencia en la plaza: lidia de toros de “Atengo de los señores condes de Santiago (...), y las hazañas de Rea, Corchado, el “Compadrito”, “Caparratas”, el “Cantarito”, Clemente, Palomo, Legorreta, Manjares, Dionisio y el Morado, cuadrillas de toreros o gladiadores, la mejor en su momento”, sin olvidar que los hermanos Sostenes, Luis, José María y Joaquín Ávila justo en aquel momento, están convertidos en los más importantes, en una época que abarca los años de 1808 a 1858. He aquí lo que apunta sobre los ya citados personajes en Calle vieja y calle nueva: La trompeta de Simón sonó por fin, abriéronse de par en par las hojas de una de las puertas de la plaza y se dejó ver en todo su esplendente, su deslumbrante lujo la cuadrilla. -Ponga usted cuidado señora doña Apolonia –decía el compadre Mauleón cargado de obra-, esos que marchan en primera línea con los locos a los lados son los primeras espadas. -El vestido de raso verde con medias de seda y esa chaquetilla con alamares y bordados de oro es Rea,488 mata a la primera; pero se pica, por eso le gritan: “bien, Rea, que te lo hacen”; el que viene a su lado es Corchado, segundo espada; ese moreno ancho de espaldas, estevado ¿cómo se llama?... 488

Benjamín Flores Hernández: "La vida en México a través de la fiesta de los toros, 1770. Historia de dos temporadas organizadas por el virrey marqués de Croix con el objeto de obtener fondos para obras públicas", México, 1982 (tesis de maestro, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional Autónoma de México). 262 pp., p. 317. José Antonio Rea: Torero profesional de a pie. Fue segundo espada en la temporada ofrecida en el Volador a principios de 1815, cuando la boda de Fernando VII, y capitán de una de las cuadrillas que tomaron parte en los festejos con los que en 1817 se celebró en la Real Plaza de Toros la boda del mismo rey de España. A

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Mauleón: Ése es el Compadrito, va como rebozado en la capa para ocultar dos dedos de la mano que le faltan, y le arrancó una mula de una mordida. -¿Y ese, señor Mauleón, tan desparpajado y alegre que viene tras de Rea? -Ése es Caparratas, audaz y chistoso por lo mismo, con gran partido entre la gente baja. Tras de los primeras espadas489 marchaban como los otros con sus capitas encarnadas, sus zapatos bajos y sus vestidos a la usanza de toreros españoles, los banderilleros, distinguiéndose, en primera línea, Clemente, inimitable para el capeo, el Cantarito para el trascuerno, y el Palomo que despuntaba como pocos para la vara y el volapié. En pos de los picadores con sus sendos sombreros tendidos, sus cueras y calzoneras, sus botas de campana y sus grandes espuelas venían los picadores siguientes: Legorreta, 490 Manjares, Dionisio y el Morado. Cerrando la procesión en grupos lazadores y coleadores, y al fin escoltadas por los muleros y el cachetero, las mulitas con sus gualdrapas encarnadas y sus penachos ruidosos de cascabeles y campanitas.

Javier Heras, a la sazón empresario o asentista, lo fue de la de Necatitlán, y más tarde de la Real plaza de toros de San Pablo. “gachupincillo” como ya lo dijo

A de V-A, jugó un papel

que, a lo que se ve, sirvió como preámbulo a la puesta en escena de todo aquel significativo período que cubrió Bernardo Gaviño, desde que llegó a nuestro país, al parecer en 1829 y que se extendió hasta 1886, año de su desgraciada muerte. Pero Heras491 fue un empresario que entendió las condiciones de aquella tauromaquia nacional y le agregó elementos que elevaron su interés. Parte del discurso que nos lleva a entender esas pretensiones lo vamos principios de 1819 era uno de los matadores mejor pagados de los que trabajaban en el referido coso de San Pablo. 489 Heriberto Lanfranchi: La fiesta brava en México y en España 1519-1969, 2 tomos, prólogo de Eleuterio Martínez. México, Editorial Siqueo, 1971-1978. Ils., fots., p. 120. La cuadrilla más completa que actuó en 1815, estaba formada por: Capitán: Felipe Estrada. Segundo espada: José Antonio Rea. Banderilleros: José María Ríos, José María Montesino, Guadalupe Granados y Vicente Soria (Supernumerarios: José Manuel Girón, José Pichardo y Basilio Quijano). Picadores: Javier Tenorio, Francisco Álvarez, Ramón Gandazo y José María Castillo. 490 Flores Hernández..., op. cit., p. 310. Legorreta: Nicolás Rangel cita este apellido como el de uno de quienes –no sabemos si a pie o a caballoentraron a torear al ruedo de la plaza de San Pablo cuando las fiestas de la boda de Fernando VII, en el curso de 1817. No viene en la lista de pago a los lidiadores de dicha temporada que he consultado en el Archivo Histórico del Distrito Federal. 491 José Francisco Coello Ugalde: “Atenco: la ganadería de toros bravos más importante del siglo XIX. Esplendor y permanencia”. México, 2006 (tesis de doctorado, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional Autónoma de México). 250 páginas + CXXXIII (Anexos), p. 94. Durante el siglo XIX, y en las plazas de San Pablo o el Paseo Nuevo hubo festejos taurinos que se complementaban con representaciones de corte teatral y efímero al mismo tiempo que ya conocemos como “mojigangas”. También puede decirse: en ambas plazas hubo toda una representación teatral que se redondeaba con la corrida de toros, sin faltar “el toro embolado”, expresión de menores rangos, pero desenlace de todo el entramado que se orquestaba durante la multitud de tardes en que se mostraron estos panoramas. Ambos escenarios permitían que las mencionadas representaciones se complementaran felizmente, logrando así un conjunto total que demandaba su repetición, cosa que los empresarios Mariano Tagle, Manuel de la Barrera, Javier de las Heras, Vicente del Pozo, Manuel Gaviño y Jorge Arellano garantizaron permanentemente, con la salvedad de que entre un espectáculo y otro se representaran cosas distintas. Y aunque pudiera parecer que lo único que no cambiaba notablemente era el quehacer taurino, esto no fue así.

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a encontrar en el siguiente cartel que he localizado recientemente, pieza única si cabe, pues se trata de uno que corresponde a la también mencionada plaza de Necatitlán: TOROS / PLAZA DE NECATITLÁN / DOMINGO 4 DE DICIEMBRE DE 1831 / Cumpliendo en este día el primer bienio del salvador PLAN DE JALAPA, por el que recobró la sagrada carta constitucional el debi- / do imperio que tenía enervado el memorable periodo de nuestro fatalismo. Y restableciéndose por tan laudable trámite el crédito nacional que pudie- / ra haberse empañado para con las naciones extranjeras, la empresa, que no puede recordar sin la más satisfactoria emoción tan BENÉFICO GRI- / TO, ha dispuesto solemnizarla en su citado aniversario de la manera siguiente: Se lidiarán OCHO TOROS de los más sobresalientes: en tercer lugar saldrá un embolado al tiempo que se presenten DOS PTROS EN- / COHETADOS; y en el quinto se verán los FIGURONES EN BURROS á picar y banderillar otro embolado, a quien dará muerte con arrogan- / cia el primer loco. Estas travesuras desempeñadas por el ánimo bien dispuesto de los gladiadores para esta clase de fiestas, no dudo que causarán el gusto de los dignos espectadores. La plaza se estrenará con la moderna pintura que se le ha puesto a este fin, y se adornará con nuevas banderillas y gallardetes, que todo ma- / nifestará nuestro cordial regocijo por tan preciosa memoria. La misma empresa, en obsequio de tan feliz acontecimiento, hará la voluntaria oblación / de la mejor víctima del combate al menesteroso Hospicio de pobres. Mexicanos: si la función propuesta mereciera vuestra benigna aprobación, la repetida empresa en este fausto día, inundada del júbilo mas pu- / ro, entonará himnos encomiásticos sin fin al denodado CAUDILLO DE JALAPA y a los impávidos campeones que le acompañaron en tan meritoria jornada. PRECIOS DE ENTRADA CON BOLETOS SOMBRA Lumbrera entera GRADAS Y TENDIDO

SOL 5 ps. 4 reales

Grada y tendido, asiento

DOS REALES

Los individuos que gusten tomar alguna lumbrera por entero, ocurrirán a la calle de Jesús número 7 6 de diez a doce, y desde esta hora en adelante al despacho de la citada plaza, en donde se les dará el / número de la que tomen con sus correspondientes boletos.492 IMPRENTA DE RIVERA, DIRIGIDA POR TOMÁS GUIOL.

Indudablemente que la manera en que se encuentra configurado el discurso de esta tira de publicidad taurina, tiene mucho que ver primero con la diferencia habida entre la elaboración de los más cercanos, uno de la plaza de toros de Jamaica de 1815, otro de la de la Real plaza de toros de San Pablo en 1815 y uno más de la Plaza Nacional de toros de 1824. Aquí estos y otros ejemplos: TOROS EN JAMAICA / En las tardes de los días 1, 2 y 6 del pró- / ximo Enero, se harán otras tres corridas / en el número y forma que las anteriores. / Concluida la del día 1, habrá fuegos art- / tificiales, cuyo Maestro promete desempe- / ñarnos a satisfacción del Público. Y en el in- / termedio de la corrida del día 6, habrá un / Monte Parnaso. Precio de una Lumbrera en sombra 20 / pesos: dicha en sol 12, cada asiento de gra- / da en sombra 12 reales, dicho en sol 6. Se / empezará a las tres y media. 493 492

Biblioteca Nacional-Fondo Reservado (BN-FR): RIS791.82 TOR.d. Toros: Plaza de Necatitlán: domingo 4 de diciembre de 1831, Imprenta de Rivera, dirigida por Tomás Guiol.

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AVISO AL PÚBLICO / Con permiso del Superior Gobierno se continuarán las corridas de To- / ros en la plazuela del Volador, el Lunes y Martes de Carnestolendas por / mañana y tarde, y el Domingo por la tarde, por la prohibición que hay / de lidiar Toros puntales, se proporcionará el divertido espectáculo de / unos Becerros toreados por determinado número de muchachos, Equili- / brios en el alambre floxo, Monte Parnaso con dos Novillos embola- / dos, y un Globo aerostático iluminado, al ponerse el sol, con el objeto de que su producto resarza los excesivos gastos que se han erogado en / armar la Plaza, salarios y vestuarios de Toreros, acopio de Toros, Ca- / ballos y utensilios en tiempo que todo cuesta doble. La persona que quiera arrendar toda la Plaza para las expresadas / corridas, comparecerá hoy a la Diputación a tratar con los Señores Co- / misionados, en el concepto de que solamente se excluirán los trece Tendi- / dos del Exmo. Sr. Virey y N. C., y ocho Lumbreras en los baxos de ellos, y / de que se hará toda la equidad posible, franqueándose al Contratista quan- / tos auxilios necesite. Si falta quien lo sea, se vendrán los Quartones a los compradores / que ocurran entre hoy y mañana, prefiriéndose a los que los tomaron para / las actuales corridas; siendo el precio del Quarton entero en sombra / 300 pesos, en media sombra 200, y en sol 170. Los Toros que se lidiarán son de Atengo y de Tlahuelilpa, escogidos / por los Caporales más inteligentes: y para mayor diversión del Público / habrá diversas invenciones, repitiéndose la de los Globos Lunes y Martes, / y en este día Monte Parnaso. México 2 de Febrero de 1815 Ramón Gutiérrez del Mazo León Ignacio Pico Tomás Gutiérrez de Terán. (Rúbrica) (Rúbrica) (Rúbrica)494 AVISO AL PÚBLICO. No habiendo habido tiempo para forrar las Lumbreras y Tendidos a causa de los días de fiesta, se reservarán las primeras corridas de Toros para los días Jueves y Viernes de la presente Semana. En ellos y en todos los subsecuentes, se partirá la Plaza por la tropa con evoluciones diversas. Se correrán en cada día diez y seis Toros, los diez de Atengo (Atenco) escogidos y descansados, con la divisa de una roseta encarnada, y seis de Tenango que son de muy buena raza, también escogidos, y se señalarán con roseta blanca. Los Toreros se han elegido entre los que trabajaron en las corridas pasadas con aplauso, desechando los malos y reemplazándose con otros de habilidad. Todos los días por la mañana y tarde, será el último Toro embolado, por lo que agradan al Público los lances de los aficionados, procurándose en todo la diversión más completa sin perdonar gasto. El Jueves por la tarde al quinto Toro, figurarán los Toreros un convite ó merienda para plantar banderillas sentados, y concluida la corrida habrá fuegos artificiales de gusto e invención. El Viernes al quinto Toro, se echarán Cerdos para que los enlazen varios Ciegos, y á las seis se inflará un Globo para que todos lo vean elevar. La víspera de las demás corridas, se anunciará al Público la diversión extraordinaria que ha de haber en cada uno. -Comenzarán los Toros por la mañana á las once, y por la tarde a las cuatro, advirtiéndose al Público, que la Superioridad ha prohibido a los Toreros que echen saludos y pidan galas, para que no haya emulación ni gravamen en los concurrentes, a menos que alguno quiera voluntariamente darlas, con cuyo objeto se les han aumentado los salarios. México 4 de Abril de 1815. Ramón Gutiérrez del Mazo (Rúbrica).495 En las tardes del Lunes, Martes, Miércoles y Jueves de la presente Semana, se han de continuar las corridas de Toros que el Exmo. Sr. Virey ha tenido a bien conceder a los Contratistas de la Plaza, para que resarzan las pérdidas que han sufrido, satisfaciendo al fondo de vestuario la contribución que se sirvió aceptar, como se anunció en aviso de 14 del corriente. Comenzarán los Toros a las cuatro y media de la tarde, y en cada una se lidiarán diez, cinco de Atengo 493

Archivo Histórico del Distrito Federal. (en lo posterior A.H.C.M.). Ramo: Diversiones públicas, Vol. 855, exp. 51: Sobre las órdenes que han de observarse para el arreglo de las corridas de toros en la plaza de Xamaica.Fojas 7. (Cartel expedido para fiestas que se celebraron en enero de 1814. 24 x 16 cm). 494 Fuente: Colección de Julio Téllez García. 495 Fuente: Colección de Julio Téllez García.

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(Atenco) con divisa encarnada, y cinco del Astillero y Golondrinas con la de color de Caña, repitiéndose al Público la Superior Orden, relativa a que al primer toque del clarín, todas las personas sin distinción de clases, salgan de la Plaza y entre barreras, para cuya observancia está destinada la tropa que haga efectivo el cumplimiento de esta providencia, a fin de que la que maniobre pueda con libertad y lucimiento hacer sus evoluciones, sin objetos que embarazen la extensión de dicha Plaza, no verificándose esto hasta tanto no esté libre y cerradas sus cuatro puertas. Las diversiones que ofrecen los Contratistas son las siguientes: LUNES: Al quinto Toro se pondrán dos mesas de merienda al medio de la Plaza, para que sentados á ellas los Toreros banderillen á un Toro embolado. Al mismo Toro embolado pondrá el loco Ríos una bandera parado sobre un barril y engrillado. Dominguejos de particular idea. MARTES: Por ser día de nuestro Católico Monarca, se pondrá el mayor esmero en las diversiones y función que se ha de dar, que se anunciará por otros carteles el día anterior. MIÉRCOLES: Liebres y Galgos. Se pondrán dos Monos al medio de la Plaza para diversión del Público. JUEVES: Se echarán Venados para que los cojan Perros sagüezos, diversión muy retirada en esta Capital. Se lidiarán dos Toros á un mismo tiempo, dividendo la Plaza por mitad con una baya portátil. México 28 de mayo de 1815. Ramón Gutiérrez del Mazo (Rúbrica)496 AVISO AL PÚBLICO / Habiendo cesado los motivos que habían suspen- / dido las corridas de toros (anunciadas en el / impreso de 3 de octubre último) en justa celebridad / de la Jura de Ntro. Augusto Emperador el Sr. D. / Agustín 1º (Q.D.G.) ha acordado el Exmo. Ayun- / tamiento Constitucional que las referidas corridas / sean por quince días, en la Plaza principal que se / distribuirá por sitios de siete varas, consignán- / dole a los de sombra 400 pesos y a los de sol 280 / debiendo ocurrir los solicitantes a los Sres. Tesoreros / Municipales para que les den todas las instruccio- / nes necesarias a cuyo efecto se presentarán en la / oficina desde el lunes 2 de Diciembre próximo de / las once a la una. Puebla y Noviembre 28 / de 1822. Herrera (Rúbrica)497 Observación: se trata de un documento manuscrito. PLAZA NACIONAL DE TOROS.498 Domingo 15 de agosto de 1824 (SI EL TIEMPO LO PERMITE) La empresa, deseando tomar parte en los justos regocijos por los felices acontecimientos de Guadalajara, no menos que en la debida celebridad del EXMO. Sr. D. NICOLÁS BRAVO, a cuya política y acierto se han debido, determina en la tarde de este día una sobresaliente corrida, en la que se lidiarán ocho escogidos toros de la acreditada raza de Atenco, incluso el embolado, con que dará fin. Con tan plausible objeto las cuadrillas de a pie y a caballo ofrecen llenar el gusto de los espectadores en cuanto les sea posible, esforzando sus habilidades. ENTRADAS SOMBRA: Con boletines que se expenderán a 4 reales en la primera casilla. SOL: Con boletines que se expenderán a 2 reales en las casillas 7ª y 8ª y se entregarán en la puerta. Las lumbreras por entero se arrendarán a cuatro pesos cada una con boletines de ocho personas en la alacena de D. Anacleto González en el portal de Mercaderes, desde el día anterior hasta la una de este, y de esta hora en adelante en la puerta principal de la misma plaza.

496

Fuente: Colección de Julio Téllez García. Fuente: Colección de Julio Téllez García. 498 [A.H.D.F.] Ramo: Diversiones Públicas, Vol. 856, exp. 71: Se convocan postores para la formación de la plaza en que han de hacerse las corridas en celebridad de la Jura del Emperador Agustín 1º. Año de 1823. Sobre reconocimiento de la plaza para las corridas por la coronación de Agustín 1º.-Fojas 10. 497

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Y claro, todo ese despliegue de

toros de once y jamaicas, montes parnasos y palos ensebados,

significó la parte esencial de una fiesta que durante la primera mitad del siglo XIX mexicano, se comportó intensa, lúdica, hasta adquirir una muy peculiar característica que la acabó definiendo perfectamente, como la describo en mi tesis doctoral.499 El toreo a partir de “su” independencia. Al despertar el siglo XIX, la fiesta taurina está convertida en un caldo de cultivo, en el que caben todas las posibilidades de invención, mismas que acompañaron durante un buen número de años al espectáculo hasta que este adquiere una personalidad propia, más profesional y venturosa frente a las nuevas generaciones que van haciendo suyo un divertimento al que matizan de un carácter propio gracias a todas esas formas de expresión que se vivieron en épocas del esplendor goyesco, pasando a manos de Bernardo Gaviño quien desde Montevideo y Cuba las transporta a México, sitio en el que compartirán la tauromaquia -con todo su dejo de relajamiento e invención- luego de su llegada, en 1835, hasta su muerte misma, en 1886. Un dato que debe quedar sentado, es que de 1829 a 1886, Bernardo Gaviño estuvo activo en América 57 años, 31 de los cuales al menos, los consagró a México. Un espectáculo taurino durante el siglo XIX, recoge los elementos del siglo XVIII, y concentraba los siguientes valores: -Lidia de toros "a muerte", como estructura básica, convencional o tradicional que pervivió a pesar del rompimiento con el esquema netamente español, luego de la independencia. -Montes parnasos,500 cucañas, coleadero, jaripeos, mojigangas, toros embolados, globos aerostáticos, fuegos artificiales, representaciones teatrales,501 hombres montados en zancos, Coello Ugalde: “Atenco…”, op. Cit., p. 90-94. Flores Hernández: “Con la fiesta nacional...”, op. cit., p. 101. El llamado monte carnaval, monte parnaso o pirámide, consistente en un armatoste de vigas, a veces ensebadas, en el cual se ponían buen número de objetos de todas clases que habrían de llevarse en premio las personas del público que lograban apoderarse de ellas una vez que la autoridad que presidía el festejo diera la orden de iniciar el asalto. 501 Armando de María y Campos: Los toros en México en el siglo XIX (1810 a 1863). Reportazgo retrospectivo de exploración y aventura. México, Acción moderna mercantil, S.A., 1938. 112 p., ils., facs. En la mayoría del texto encontramos diversas referencias y podemos ver ejemplos como los siguientes: -Los hombres gordos de Europa; -Los polvos de la madre Celestina; -La Tarasca; 499 500

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mujeres toreras. Agregado de animales como: liebres, cerdos, perros, burros y hasta la pelea de toros con osos y tigres.502 Forma esto un básico. Ese gran contexto se entremezclaba bajo cierto orden, esquemáticamente hablando. La reunión popular se encargaba de deformar ese proceso en un feliz discurrir de la fiesta como tal.

-El laberinto mexicano; -El macetón variado; -Los juegos de Sansón; -Las Carreras de Grecia (sic); -Sargento Marcos Bomba, todas ellas mojigangas. 502 Benjamín Flores Hernández: "Con la fiesta nacional. Por el siglo de las luces. Un acercamiento a lo que fueron y significaron las corridas de toros en la Nueva España del siglo XVIII", México, 1976 (tesis de licenciatura, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional Autónoma de México). 339 p., p. 47 y ss. Basto es el catálogo de "invenciones" que se instalaron en torno al toreo. -Lidia de toros en el Coliseo de México, desde 1762 -lidias en el matadero; -toros que se jugaron en el palenque de gallos; -correr astados en algunos teatros; -junto a las comedias de Santos, peleas de gallos y corridas de novillos; -ningún elenco se consideraba completo mientras no contara con un "loco"; -otros personajes de la brega -estos sí, a los que parece, exclusivos de la Nueva España o cuando menos de América- eran los lazadores; -cuadrillas de mujeres toreras; -picar montado en un burro; -picar a un toro montado en otro toro; -toros embolados; -banderillas sui géneris. Por ejemplo, hacia 1815 y con motivo de la restauración del Deseado Fernando VII al trono español anunciaba el cartel que "...al quinto toro se pondrán dos mesas de merienda al medio de la plaza, para que sentados a ellas los toreros, banderilleen a un toro embolado"; -locos y maromeros; -asaetamiento de las reses, acoso y muerte por parte de una jauría de perros de presa; -dominguejos (figuras de tamaño natural que puestas ex profeso en la plaza eran embestidas por el toro. Las dichas figuras recuperaban su posición original gracias al plomo o algún otro material pesado fijo en la base y que permitía el continuo balanceo); -en los intermedios de las lidias de los toros se ofrecían regatas o, cuando menos, paseos de embarcaciones; -diversión, no muy frecuente aunque sí muy regocijante, era la de soltar al ruedo varios cerdos que debían ser lazados por ciegos; -la continua relación de lidia de toros en plazas de gallos; -galgos perseguidores que podrían dar caza a algunas veloces liebres que previamente se habían soltado por el ruedo; -persecuciones de venados acosados por perros sabuesos; -globos aerostáticos; -luces de artificio; -monte carnaval, monte parnaso o pirámide; -la cucaña, largo palo ensebado en cuyo extremo se ponía un importante premio que se llevaba quien pudiese llegar a él. Además encontramos hombres montados en zancos, enanos, figuras que representan sentidos extraños.

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A continuación, uno de los múltiples versos que la musa popular prodigó en su honor, y que aparecieron en un cartel que registra una más de sus actuaciones, que tuvo verificativo el domingo 2 de mayo de 1858, en la plaza de toros del Paseo Nuevo. Veamos: La cuadrilla de Bernardo Gaviño Para concluir temporada va pues la última corrida que será en verdad cumplida y no habrá que desear nada; con tiempo está preparada, toros de Atenco muy fieros, Picadores y toreros, todo es escogido, todo: será la función de modo, que agrade al público entero. Bernardo, de gozo lleno, está resuelto este día a mostrar su bizarría como en el día del estreno Caralampio [Acosta] y compañeros, dicen que a cada piquete se doblegará al torete por más que tenga bravura; y todo, en fin, todo augura una función de chupete. Nadie en asistir se duerma, vengan los de Tacubaya, también los de Santa Anita, los barrios todos asistan, no haya en el dinero merma; apronten todos dos reales, que así serán más cabales, el contento y la boruca, y que vengan con peluca todas y todos puntuales.

La relación directa con Bernardo Gaviño en Cuba hace ver que sus influencias en México son muy amplias. Bernardo debe haber sido para entonces una figura importante en Cuba y el nombre de México no fue ajeno a sus aspiraciones. Quizá vio en todo esto la posibilidad de incorporarse a un esquema de actividades estrictamente taurinas, a las que el pueblo mexicano no mostraba demasiada aversión, a pesar de su origen hispano. Recordemos las razones de la expulsión de los españoles de México a finales de la segunda década del siglo XIX. Según Reyes Heroles acepta que dicha expulsión fue antieconómica y repugnante para el modo de pensar de la presente generación. México se encontraba desgarrado entre los dos polos de su realidad: el orden colonial, del cual los españoles eran un recuerdo vivo, y el

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nuevo orden republicano. La expulsión de los españoles, según Reyes Heroles, tuvo entonces el objetivo de impedir la consolidación de una oligarquía económica, política y hasta social. Pero Bernardo Gaviño no afectaba estas condiciones. España reconoce la independencia de México hasta 1836. Gaviño es, en todo caso un continuador de la escuela técnica española que comenzaba a dispersarse en México como consecuencia del movimiento independiente, pero no un elemento más de la reconquista, asunto que sí se daría en 1887, con la llegada de José Machío, Luis Mazzantini o Diego Prieto "Cuatro dedos". Y no lo fue porque su propósito fundamental fue el de alentar –y aprovechar en consecuencia- el nacionalismo taurino que alcanzó un importante nivel de desarrollo, durante los años en que se mantuvo como eje de aquella acción. Otras manifestaciones del espectáculo. Como una constante, el conjunto de manifestaciones festivas, producto del imaginario popular, o de la incorporación del teatro a la plaza, comúnmente llamadas “mojigangas” (que en un principio fueron una forma de protesta social), despertaron intensas con el movimiento de emancipación de 1810. Si bien, desde los últimos años del siglo XVIII y los primeros del XIX ya constituían en sí mismas un reflejo de la sociedad y búsqueda por algo que no fuera necesariamente lo cotidiano, se consolidan en el desarrollo del nuevo país, aumentando paulatinamente hasta llegar a formar un abigarrado conjunto de invenciones o recreaciones, que no alcanzaba una tarde para conocerlos. Eran necesarias muchas, como fue el caso durante el siglo antepasado, y cada ocasión representaba la oportunidad de ver un programa diferente, variado, enriquecido por “sorprendentes novedades” que de tan extraordinarias, se acercaban a la expresión del circo lo cual desequilibraba en cierta forma el desarrollo de la corrida de toros misma; pues los carteles nos indican, a veces, una balanceada presencia taurina junto al entretenimiento que la empresa, o la compañía en cuestión se comprometían ofrecer. Aunque la plaza de toros se destinara para el espectáculo taurino, este de pronto, pasaba a un segundo término por la razón de que era tan amplio el catálogo de mojigangas y de manifestaciones complementarias al toreo, -lo cual ocurrió durante muchas tardes-, lo que para la propia tauromaquia no significaba peligro alguno de verse en cierta media relegada.

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O para mejor entenderlo, los toros lidiados bajo circunstancias normales se reducían a veces a dos o tres como mínimo, en tanto que el resto de la función corría a cargo de quienes se proponían divertir al respetable. Desde el siglo XVIII este síntoma se deja ver, producto del relajamiento social, pero producto también de un estado de cosas que avizoró el destino de libertad que comenzaron pretendiendo los novohispanos y consolidaron los nuevos mexicanos con la cuota de un cúmulo de muertes que terminaron, de alguna manera, al consumarse aquel propósito de independencia.

AVISO EN LA LIBRERIA Mexicana, esquina de los Portales de Mercaderes y Agustinos acaban de llegar las obras siguientes. - Armonia de la razon y la religion, ó respuestas filosóficas á los argumentos de los incrédulos por Almeida, 2 ts. 12 vo.... -- Mexico, Imp. por Ignacio Cumplido. [1840]

Portada de Calle vieja y calle nueva. Editorial Diana.

[PASAJE Nº 48]: BARBEROS Y BARBERÍAS.

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De tal oficio, había varias, una de ellas en el número 13 de la calle del Coliseo Viejo, propiedad de don Mariano Eguiluz. En la calle de los Plateros se ubicaba la de José Micoló, situada en la acera de enfrente de La Esmeralda. En 1859 y en la misma rúa se estableció la de Pedro Montauriol. En ellas,

Los entendidos en el oficio sabían bien perfilar cejas; levantar bigotes, dejándolos buídos a lo cuerno; quitar a navaja el cabello y la barba; erguir copetes; emparejar guedejas; peinar o rizar tufos, papos o bufos; pelar a tijera de varios estilos, según el uso que por entonces anduviera de moda. Cuando la costumbre de las pelucas, ya de las lisas y muy ajustadas al cráneo, llamadas de ala de pichón, o de las pomposas a la francesa, que encumbraban una magistral balumba de rizos, sabían empolvarlas, tejerles con mucha destreza la coleta y atarle luego su repulido lazo negro; así como también sabían hacerlas con mucho arte, unas con pelo humano, otras de la más fina pita, de tersura de seda, idénticas a las preciosas que venían de ultramar y que costaban caro. (…) Bastantes del gremio sabían hacer las banderillas para las corridas de toros, aquellas blancas canastas de papel rizado con flores, aquellas primorosas liras y coronas, aquellos como faroles todos encarrujados y llenos de sonante oropel, aquellas áureas esferas de las que brotaba al clavarlas en el morrillo del cornúpeta una confusa multitud de largas tiras multicolores que envolvían totalmente a la fiera hostigada. De esas esferas de cartón a veces salían palomas llevando en las patas cintas versicolores, con cuyo artificio se extasiaba el gentío, llenando el aire de aplausos y de vítores.503 Mucho era el desempeño que podían poner en práctica aquellos “expertos” no sólo en cortes de diversa índole, para satisfacer al más exigente de sus clientes. También estaba, como hemos visto, el hecho de que en aquellos tiempos libres se dedicaran a realizar auténticos trabajos artesanales que luego iban a parar a las plazas de toros en ordenados y multicolores zarzos de banderillas con que se servían “capitanes de gladiadores” o banderilleros para lucirse durante la desordenada lidia que entonces (y si ese entonces lo comprendemos antes de 1887) consistía en una mezcla rara de picar y banderillar sin orden ni concierto. ¿Por qué 1887 y no otro año? El siglo XIX es una veta riquísima donde ocurrieron a poco de sus comienzos las jornadas

503

Valle-Arizpe: Calle vieja y…, op. Cit., p. 297-8.

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bélicas de independencia. Tras ese hecho histórico se generan los normales deseos de cambio en todas las estructuras de la sociedad. Y no podía faltar la taurina. Sin ser notorio un lineamiento para dar continuidad a la tauromaquia peninsular -como resultado de esa liberación-, se ponen de moda géneros de diversión sui géneris, como las "jamaicas", "montes parnasos", "toros embolados", y un "toreo campirano", conceptos todos ellos practicados en los escenarios dispuestos para su puesta en escena: la plaza de toros. Allí mismo se dieron a la tarea de recuperar la noción del toreo algunos de los espadas mexicanos como Luis, Sóstenes y José María Ávila, Pablo Mendoza, y otra pléyade, los cuales compartían las palmas con Bernardo Gaviño y Rueda quien trajo de España el contexto más vigente del arte de torear para entonces.

Gran Teatro Nacional. Grabado de la época.

Esta mezcolanza fue de la mano hasta el arribo del año 1867, momento en que bajo el régimen de Benito Juárez -de gesto proliberal y administrativo para con el asunto en tratamiento-, ponen en entredicho la "anarquía" entonces prevaleciente en las corridas de toros; por lo que no se concede licencia para la lidia de toros en el Distrito Federal. Tal prohibición se prolongó largos 19 años y meses. En tanto, plazas provincianas permitieron la extensión de aquellos festivos deleites y Cuautitlán, Tlalnepantla, El Huisachal, Toluca, Pachuca, Puebla y otras eran escenario perfecto para tan significativos goces populares.

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Fue a finales de 1886 en que se derogó el decreto antedicho, lo cual permitió que se produjera un auge sin precedentes en la historia taurina de México. Se construyeron plazas de toros, se inició un reencuentro del periodismo con el aficionado, haciéndose notorio el lado didáctico de ese empeño. La llegada de los toreros españoles marca un punto de partida para lograr, además de una competencia con nuestros toreros, el enraizamiento de por vida del toreo de a pie, a la usanza española y en versión moderna. De ese modo vinieron a erradicarse viejos vicios y comenzó una nueva etapa donde se hizo notoria una asimilación y un deseo por encauzar la fiesta brava en el derrotero definitivo. Para ello, sirvió la labor constante, activa y combatiente de los periodistas, verdaderos conocedores del arte de "Cúchares" y que para mayor beneficio de la afición, abrevaron de obras fundamentales venidas de la península ibérica. La creación de grupos como el "Centro Taurino espada Pedro Romero" marcó otro triunfo más poniendo de manifiesto el ideal de una tauromaquia largamente esperada en México. En oposición a ello, hay tribunas y existen públicos que son afectos a los valores mexicanos, cuya situación perderá terreno conforme vaya dominando la nueva arquitectura en el panorama nacional. No solo eso. También se debe hacer notar un sentido de independencia radical manifestado por Filomeno Mata, Eduardo Noriega "Trespicos", Wenceslao Negrete o por Manuel Gutiérrez Nájera,504 principales representantes del entorno de una actividad periodístico-político-taurina, donde se encuentran dos vertientes opuestas cuya labor se cimenta en ideologías de un nacionalismo exacerbado con ejemplos como El Monosabio, El Arte de la lidia, El arte de Ponciano, La verdad del toreo, contra la visión del prohispanismo donde La Muleta, y El Toreo Ilustrado fueron los exponentes más claros y en donde se encuentra un empeño en consolidar sus propósitos. Tales corrientes del pensamiento periodístico constituyen a la larga, un baluarte para definir estructuras pedagógicas inapreciables. Y si en un principio no fueron estables, al final ganaron en calidad con una prensa reforzada total e ideológicamente, pero que luego fue perdiendo valores por la

504

Manuel Gutiérrez Nájera. Espectáculos, p. 147-51: Una corrida de Ponciano Díaz (M. Can-Can, "Memorias de Madame Paola Marié", en El Cronista de México, año IV, T. IV, núm. 13 (3 de septiembre de 1882), p. 237.

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incapacidad moral de muchos llamados "periodistas", cuyo descaro provoca deformación en las ideas colectivas pues no utilizan su fuerza sino para todo, menos para sancionar con justicia las cosas habidas en el toreo. José Machío y Luis Mazzantini, españoles ambos, son la motivación adecuada para definir eternamente una expresión de torear tal y como hoy la conocemos. Desde luego, hace un siglo vinieron a sembrarse esas raíces que, junto a las de Ponciano Díaz, máximo representante de la torería mexicana, fueron adquiriendo forma, expresión y belleza, al paso de los años. El arte y la técnica concurren a poner el toque distintivo y permanente de la razón con que se inicia y desemboca todo este gran movimiento del toreo moderno en México. Y sin saberlo, Benito Juárez o las autoridades administrativas responsables del momento, en vez de perjudicar a la fiesta propició en gran medida -o al menos, influyó- en los cambios radicales de la fiesta de los toros al final del siglo XIX. Aunque de hecho, la derogación fue motivada por la urgencia de costear las obras del desagüe del Valle de México. Esto seguía siendo una cuestión normal, luego de que en el siglo XVIII, las fiestas taurinas fueron utilizadas como apoyo económico, y servir de esa manera a mejorar muchas obras públicas, razón que una vez más, vuelve a presentarse en los momentos de la recuperación del espectáculo en la capital del país. Con la reanudación casi 20 años después al decreto autorizado por Juárez, sucede lo que puede considerarse como un "acto de conciencia histórica", intuido por aquellos que lejos de la política intervinieron en la nueva circulación taurina en la capital del país. Se preocuparon por rehabilitar lo más pronto posible aquel cuadro lleno de desorden, un desorden si se quiere, legítimo, válido bajo épocas donde las modificaciones fueron mínimas. Uno de esos participantes fue el entonces popularísimo diestro Ponciano Díaz que si bien, pronto se alejó de esos principios y los traicionó, dejó sentadas las bases que luego gentes como Eduardo Noriega -dentro del periodismo-; los miembros del centro "Espada Pedro Romero" y el Dr. Carlos Cuesta Baquero, serán los representantes natos de aquella reforma que superó felizmente el crepúsculo del siglo XIX. Y Ramón López se suma a este movimiento.

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Por otro lado, el aprendizaje de las tareas charras adquirido por Ponciano es el producto de una herencia y una vivencia profundamente ligadas a la actividad cotidiana ejercida en el campo bravo de Atenco. Allí se formó con profundo apego a las normas y cuando "rompe" al mundo exterior no se divorcia de todo un aparato formativo; al contrario, sigue practicándolo pero combina las formas de torear entonces en boga, con su auténtica expresión de charrería. Logra gustar en buena parte de su trayectoria, aunque más tarde cae en vicios que no puede dominar, siendo víctima de su propia ceguera, trampa de la que ya no podrá salir. Estos "vicios" fueron en Ponciano formas de aceptar lo impuesto por España y después negarlas; o en su defecto, insinuar que ya era posible verle torear como los hispanos, cuando no se trataba más que de un consumado charro metido a torero. Un charro de fuerte arraigo social al que le toca enfrentar el más radical de los cambios para el toreo en México durante el siglo XIX. Y claro, volviendo de nuevo a las peluquerías, en ellas no podía faltar el

gran quinqué de aceite, humoso siempre, (que) colgaba en medio del techo; en los muros encalados y con su guardapolvo oscuro, o a veces, muy raras por cierto, cubiertos de rameado papel tapiz, cuadros de mala estampa, carteles que anunciaba la maroma y carteles de toros…505 [PASAJE Nº 49]: LA CALLE DEL COLISEO NUEVO, SU TEATRO Y EL PALACIO DE LA BORDA.

Estamos a las afueras del famoso Coliseo Nuevo, escenario que comenzó a brillar con luz propia desde el siglo XVII. Conforme se tuerce a la izquierda del Banco de Londres y México se

entra en la calle que hoy es de Bolívar, la 3ª, que antes se llamó del Colegio de las Doncellas y luego de Niñas, por el establecimiento benéfico que estaba en la siguiente rúa y abarcó a las dos con su nombre…

ahí, ahí se encontraba, o por lo menos se encuentra hasta hoy lo que

podemos decir que era el sitio en que alguna vez funcionó como el Coliseo Nuevo. La calle ya era conocida así desde aquel siglo en que operaba normalmente dicho espacio teatral. 505

Valle-Arizpe: Calle vieja…, op. Cit., p. 301.

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Aunque fue, y aquí un interesante relato de nuestro autor del que no me detendré hasta llegar a la parte que refiere el acontecimiento taurino que es motivo del presente pasaje. Veamos.

El 25 de diciembre de 1753 [cuando] terminóse por entero la construcción que fundada sobre cimientos muy firmes, resultó ser muy maciza, pues sus muros “eran de extraordinario e impropio espesor”. La sala, en forma de herradura, era altísima, con cuatro pisos, el último la cazuela, galería que le decimos hoy, y en los demás estaban los “cuartos” o palcos, dieciocho en cada piso, que hacían en conjunto cincuenta y cuatro. Antes se les llamó aposentillos o desvanes. Todos ellos eran de arquería, techo de vigas y balcones volados con barandillas de fierro de Vizcaya. En el patio había cuatro bancas de lunetas, capaz para dieciocho personas la de primera fila, la de segunda y tercera para contener dieciséis y en la última se acomodaban holgadamente veinticinco. No había en el resto del patio ningún asiento, estaba dividido de la parte que tenía bancas por una gran viga que quedaba a la altura del cuello, por lo cual lo llamaban el Degolladero, también se le denominaba el Mosquete. Los asistentes a este lugar veían de pie la comedia, resistiendo así las tres horas mortales, o más tiempo aún, que duraba el espectáculo, por esto les costaba menos la entrada que a los que estaban repantigados cómodamente en los anchos asientos del lunetario. La cazuela era bien grande, con dos divisiones independientes, una para sólo hombres y otra para sólo mujeres. Estas se sentaban todas juntas, pues excepto en los aposentos o palcos, se prohibió que estuviese mezclada gente de distinto sexo. No fue permitido hasta 1798 que se reunieran, virreinato del bribonazo don Juan de la Grúa Salamanca y Branciforte, al que, tal vez, se le dio buena paga para que diera esa licencia, el famoso “ungüento mexicano”, que todo lo ablanda. Entre las dos dichas divisiones de hombres y mujeres, había un aposentillo que se llamaba el “cuarto de los vuelos”, en el cual estaba empotrada una gruesa argolla de hierro por la que pasaba una cuerda resistente que iba a parar al tablado y por la que corría una chirriante polea a la que se agarraban los ángeles o demonios de las comedias y cruzaban por el aire haciendo mil ágiles y graciosas cabriolas para mejor representar su papel, no sin riesgo de sus vidas y también de la de los que asistían a las lunetas o al bullicioso mosquete. Además, debajo de los palcos marcados con los números, 1, 2 y 3 estaban sobre una alfombra seis asientos forrados de damasco granatense y con el escudo real en gran realce sobre el respaldo, que eran los cómodos lugares que ocupaban los señores virreyes, cuando Sus Excelencias se dignaban asistir a la representación, lo que era muy a menudo, para estimular así con su presencia el mayor concurso en bien del espectáculo y la cultura. El Coliseo

Se inauguró en la tarde del 23 de diciembre de 1753. La obra que subió a escena fue la intitulada Mejor está que estaba, que no sé yo de qué pluma saldría. Parece que su título

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era alusión –y así lo entendió la gente- a lo magnífico de este teatro y a lo malo y feo de los anteriores [que también estuvieron ubicados en el mismo espacio]. Asistió el virrey, don Francisco de Güemes y horcaditas, conde de Revilla Gigedo, junto con su elegantísima mujer, doña Antonia Ceferina Pacheco de Padilla, acompañados ambos señores de muchos dignatarios palatinos, aparte de sus gentileshombres de casa y boca, de sus pomposas damas de honor, y de buen golpe de flexibles pajes. En ocasiones se daba

Comedia y folla. La folla fue la alegre precursora del popular “género chico”, pues estaba compuesta de varios pasos de comedia, conexos entre sí y mezclados con otros de música. Pero

Cuando la comedia o alguno de los que representaban no era del gusto de los de las cazuelas, se les silbaba de lo lindo, sin compasión; los hombres echaban sus estridentes chiflidos a lo arriero, con los dedos metidos en la boca, y las mujeres con llaves y silbatos que para el caso llevaban prevenidos. En otras ocasiones demostraban airadamente su descontento arrojando al tablado frutas y hortalizas. En cambio, si la comedia o los farsantes eran de su agrado, no cabían de contento. (…)

La temporada teatral daba siempre principio en el alegre domingo de Pascua de Resurrección y terminaba el año siguiente, en el miércoles de Ceniza, en que ya todo se enluta para conmemorar la muerte de Nuestro Señor. Únicamente los sábados no había representación, pero en el resto de la semana no faltaba un solo día y siempre llenaba el Coliseo una nutrida concurrencia que ponía suma atención a las palabras que iban diciendo los actores. Pero, hete aquí que llegamos a la sustancia de nuestro interés:

Hubo asentista o empresario, que no venía siendo en aquella época sino la misma cosa con distinto nombre, que para llevar más público del que de ordinario acudía a la comedia, dio una corrida de toros en el intermedio del primer acto y el segundo, de la pieza que se puso en escena y se llamaba El Mariscal Briones, en el patio de lunetas, que se convirtió para eso en un apropiado coso al que no le faltaba circunstancia. Duró más la alegre corrida llena de mucha bullanga, que la dicha comedia. Como el público puso en esto sus delicias y su mayor entretenimiento, el agudo empresario le dio gusto, ya que lo pagaba, y otro día se volvieron a correr reses bravas con gran contento de la gente que reía y gritaba de puro placer durante la lidia, llena de mil graciosos incidentes. Se dio a poco otra corrida con dos gallardos cornúpetas, en la que apareció una diestrísima torera que cara a cara mató a uno de los

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bravos bichos con un largo garrochón, por lo que salió de la fiesta con mil parabienes y antes había recogido en el ruedo mucha gala en premio de sus ardientes valentías.506 Tras haber recogido esta amplia cita, su contenido merece un detenido análisis que nos lleva por diversos senderos que espero se encaminen todos hacia un mismo punto de desembarque.

Interior del Gran Teatro Nacional. Grabado de la época.

Al finalizar el siglo XVIII funcionaba de manera más o menos estable la plaza de toros de “El Volador”, ese espacio que se modificaba en el sitio ideal para celebrar fiestas originadas por diversos pretextos civiles, religiosos, monárquicos o hasta los de índole universitaria. Pero no sólo era el céntrico coso que se levantaba a un costado del palacio virreinal. También daban funciones la de Jamaica, una que ya se conocía como del Paseo Nuevo, San Pablo, y hasta el Coliseo Nuevo. Sí, efectivamente la noche del 8 de febrero de 1796 se representó la comedia bufa titulada “El Marqués de Birón”, también conocida como “El Mariscal de Viron”, escrita por don Juan Pérez Montalbán, y representada, por lo menos así lo dicen los registros, el viernes 20 de abril de 1792.507 Valle-Arizpe: Calle vieja…, ibidem., p. 397-8; 400, 401 y 404. Iriving A. Leonard: “La temporada teatral de 1792”. En “Nueva revista de filología hispánica”. Año V, Nº 4, octubre-diciembre de 1951. México, El Colegio de México, Harvard University, pp. 394-410. (p. 402). Los datos 506 507

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Nos cuenta Armando de María y Campos que Durante el primero y segundo entreactos se corrieron o lidiaron en el amplio patio del Coliseo dos novillos, lo que provocó el entusiasmo delirante por parte de los espectadores que llenaban el teatro virreinal no diré que hasta los topes, pero sí hasta la cazuela de hombres y mujeres, porque así consta en papeles impresos de la época.508

El hecho volvió a repetirse el 9 de febrero siguiente, en el marco de la comedia “Amo y Criado” bajo el mismo procedimiento de la representación de la víspera. Pero el día 10, la escena se repite con el interesante agregado de que en la cuadrilla figuraba una torera. Además, esa noche se jugaron también dos tapadas de gallos, entrando los asistentes en fuertes apuestas. El día 12, los hechos ocurrieron de manera semejante a los días anteriores. Y quien sabe hasta cuándo hubiera seguido la lidia de toros bravos en el patio del Teatro si el virrey [Manuel de la Grúa Salamanca y Branciforte, Marqués de Branciforte] austero no corta por lo sano, prohibiendo, por Decreto, la lidia de toros en el Coliseo. La función del día 13 de febrero ya no se llegó a celebrar, y fue una lástima para el pueblo, porque esa noche hubiera podido gozar de una de sus diversiones favoritas, el Monte Parnaso.509

Así que “Pompa Adelante” que iba a ser la obra puesta en escena, anunciada y todo, con el público presente como estaba en las diversas localidades del Coliseo ya no se dio, junto con los gallos y una cucaña. La orden del virrey fue acatada sin excusa ni pretexto, los espectadores desalojados y cerrado el teatro. Cuatro años más tarde, el asentista que llevaba los destinos del Coliseo Nuevo solicitó celebrar una temporada con Comedias de Santos, intercalando en los entreactos las regocijadas Corridas de Novillos y las emocionantes peleas de gallos. Sin embargo, su petición fue hecha bajo el mandato del virrey Félix Berenguer de Marquina, cuyo antitaurinismo era declarado. No conforme con dicha situación, el señor Juan Medina, a la postre empresario o asentista, además de bailarín argumentaba: Y por lo que respecta a que en el tiempo que le falta al año Cómico se le permita correr en los entreactos de las piezas teatrales hasta diez o doce Fiestas de novillos, se debe reflexionar en que estas son unas terneras, cuya lid se facilita en el foro, cercándolo de cuerdas, que se evita por una parte todo riesgo, no evitando la vista al público, quien ha solicitado hallar diversión en tal espectáculo. Como el que suscribe lo advirtió al ir a Guadalajara en el año pasado de 1787, en cuyos meses de julio y agosto, vio varias de las corridas referidas, con el permiso, sin duda, del Exmo. E Ilmo. señor Arzobispo que entonces gobernaba”. reunidos por Leonard, provienen de los Papeles del Colegio de San Gregorio, vol. 151, conservados en el archivo del Museo Nacional de México. 508 Armando de María y Campos: Imagen del mexicano en los toros. México, "Al sonar el clarín", 1953. 268 p., ils., p. 9. 509 Op. Cit., p. 10.

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La respuesta oficial fue contundente. Con la permisión de novillos, concurre mayor multitud de gentes del pueblo, que con sus voces y silbidos alborotan al pueblo, sin que se les pueda contener… fuera de que no se pueden representar buenas piezas ni hacer bailes, con motivo de hallarse embarazado el teatro con la especie de tablado que necesita ponerse para figurar la plaza”.510

Lo anterior devino pronunciamiento de un decreto firmado por Marquina en donde manifestaba a todos los intendentes de Nueva España para que no se permitieran las representaciones de Comedias de Santos, ni se diera licencia de lidiar novillos en los Coliseos. La sustancia de elementos que hasta aquí se reúne, nos permite encontrar varios factores cada uno dueño de un valor por demás interesante. Es muy probable que las Comedias de Santos fueran, al finalizar el siglo XVIII derivado y consecuencia decadente de las de los triunfos de los santos que, desde 1578 ya fueron representadas en la Nueva España, mismas que tenían que ver con la consolidación de la fe que había estimulado el Vaticano y sus diversos representantes papales. Sin embargo, en el crepúsculo del siglo ilustrado, esas representaciones habían caído en una deformación o fueron incorporadas al ya conocido “año Cómico” que tantas y buenas retribuciones les estaba dando a ciertos asentistas, por lo que pensaron prudente incorporar, como ya se estilaba en Guadalajara, y tal como había ocurrido en 1796. Pero el escenario, en algunos casos, no contaba con las disposiciones apropiadas de un tablado tal y como se levantaba en los cosos taurinos, por lo que se sustituía por cuerdas, debido a que los animales lidiados eran, en opinión “unas terneras”, lo cual indica su ínfimo tamaño y lo apropiado que resultaban para que, incluso alguna mujer torera se enfrentara a tales “fieras” sin riesgos de por medio. A su vez, la lidia se enriquecía con “tapadas de gallos”, montes parnasos 511 y hasta una cucaña.512 510

Ibidem., p. 12. Flores Hernández: “Con la fiesta nacional. Por el siglo de las luces. Un acercamiento a lo que fueron y significaron las corridas de toros en la Nueva España del siglo XVIII", México, 1976 (tesis de licenciatura, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional Autónoma de México). 339 p., p. 101. El llamado monte carnaval, monte parnaso o pirámide, consistente en un armatoste de vigas, a veces ensebadas, en el cual se ponían buen número de objetos de todas clases que habrían de llevarse en premio las personas del público que lograban apoderarse de ellas una vez que la autoridad que presidía el festejo diera la orden de iniciar el asalto. 512 Largo palo ensebado en cuyo extremo se ponía un importante premio que se llevaba quien pudiese llegar a él. 511

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De la tapada de gallos, tenemos los siguientes datos: A las peleas de gallos o “tapadas” por lo regular, acuden galleros y aventureros de toda la República, habiendo gentes que emprenden verdaderas peregrinaciones. Los empresarios de la feria celebran contratos con los dueños de galleras quienes les dan local para gallera y hospital y una cantidad de dinero para el sostenimiento de la gallera. Concertada la tapada entre los que van a hacer la fiesta, se estipula si hay o no retapo, monto de las apuestas y demás pormenores. Los empresarios forman lo que se llama el “asiento”. Llegado el día designado para el primer encuentro de gallos, se presentan al asiento todos los que van a fungir de corredores y hacen entrega de la fianza correspondiente. Esta fianza la exige el “asiento” porque es el responsable ante el público que mande casar su dinero, que entregan a los corredores. Llegada la hora se sientan en lugar prominente los representantes de la empresa que forman el “asiento” teniendo delante, sobre la valla que forma el anillo, una caja con navajas, botanas, hilos para amarrar éstas, un reloj de arena que dura un minuto en vaciarse, nota de las peleas de compromiso que se van a llevar a cabo, un ejemplar del reglamento por el que se van a regir las peleas, etc. Cuando ya están todos en su sitio, el “gritón” impone silencio al público por medio de un grito prolongado con voz estentórea diciendo: “¡Silencio, señores!” Forman a los corredores en fila, llevando cada uno prendido al saco un número grande con la cifra de orden que le corresponde. Una vez callado el público, sigue el gritón: “¡Va a comenzar el primer día de función! Estos son los corredores por quien responde “el asiento”. ¡Regirá el reglamento de… (el que se hubiera convenido)! De común acuerdo se ha nombrado juez sentenciador al señor… (grita el nombre del designado) aquí presente. Su fallo es irrevocable. ¡Vengan los gallos…! 513

Diversos estudios sobre esta materia, complementan una interesante aportación a otra diversión pública en la que los toros se convirtieron en invitados. 514 Como hemos visto, de la plaza pasaron al teatro y hasta hubo, con el tiempo una respuesta contraria que se desarrollaría en el Teatro Nacional en 1859, función, esa sí, anunciada con bombo y platillo, y cuya parte relacionada con ese aspecto traigo hasta aquí: GRAN TEATRO / NACIONAL / Magnífica, sorprendente y variada función / extraordinaria / PARA EL / VIERNES 4 de febrero de 1859, / A BENEFICIO DE / JUAN ZAFRANE / Primer actor y director de la Compañía. (...) IV.-En esta parte variará el espectáculo completamente, y por final se pondrá en escena una graciosa pieza en un acto, titulada EL APRENDÍZ DE TORERO. / En esta pieza aparecerá una vistosa PLAZA DE TOROS, en la que se lidiará / UN VALIENTE TORO DE ATENCO, / por el simpático actor D. JOSÉ MIGUEL, acompañado del acreditado torero D. BERNARDO GAVIÑO y su cuadrilla, los que han tenido la amabilidad de prestarse generosamente en mi obsequio para amenizar esta función. De la misma Plaza se elevará hasta el público / UN BONITO GLOBO, / el que ha su tiempo se transformará en / UN VISTOSO TEMPLETE, / del que saldrán DOCE PALOMAS, llevando en el cuello cada una de ellas UN BILLETE DE LA LOTERÍA, para obsequiar a los que tengan la suerte de cogerlas. / RIFA DE UN TORO. / Se efectuará de uno expresamente escogido para esta rifa, el que estará adornado, y no será el que se lidie. Con cada boleto de entrada se dará un número de la rifa, siendo el agraciado el que se extraiga delante del público. TIP. DE N. CHÁVEZ, CALLE DE LA CANOA Nº 5.515 513

Armando de María y Campos: Las peleas de gallos en México. México, Diana, 1994. 96 p. Ils., facs., p. 73-4. Juan Pedro Viqueira Albán: ¿Relajados o reprimidos? Diversiones públicas y vida social en la ciudad de México durante el siglo de las luces. México, Fondo de Cultura Económica, 1987. 302 p. ils., maps. 515 José María de Cossío: Los toros. Tratado técnico e histórico. Madrid, Espasa-Calpe, S.A. 1974-1997. 12 v., V. 4, p. 153. 514

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Por cierto, será Bernardo Gaviño el siguiente protagonista tratado por

Don Artemio de

Valle-Arizpe. [PASAJE Nº 50]: BERNARDO GAVIÑO.

Apreciamos en la fotografía a un Bernardo Gaviño maduro, vistiendo como auténtico “Capitán de gladiadores”. Retrato tomado en el estudio de Valleto hacia 1880. Fuente: “LA LIDIA. REVISTA GRÁFICA TAURINA”. México, D.F., 18 de diciembre de 1942. Año I, N° 4.

En la casa número 5 ½, fría, penumbrosa, estrecha, del callejón de Tarasquillo, tan angosto y oscuro como esta misma casa, vivió y murió cuando vino a extremada pobreza el gran Bernardo Gaviño, quien entre la muchedumbre innumerable de arriesgados toreros que hubo en otros tiempos, ocupa lugar preeminente y campea lleno de prestigio en la historia de la tauromaquia mexicana. Muy mozo y muy apuesto llegó de España y su singular valentía y arte en la lidia de los más bravos toros, unido a lo gallardo de su porte, a su natural dicharachero, fantasista y embromador, así como a sus largas manirroturas de pródigo, pronto le abrieron todas las voluntades. Amigo fue de las personas de más enhiesta alcurnia, como también amicísimo de menestrales y de sucia gente popular, de la de cochambroso calzón de manta, sombrero chilapeño, pulque hebrudo y chinguirito trepador. Era muy de la amistad del prócer conde de la Cortina, don José Justo Gómez de la Cortina y de Castro, cuyos salones frecuentaba al igual que su mesa, siempre a manteles largos y muy del gusto de los empingorotados comensales que a diario se sentaban a ella, llenándola de charlas alegres y picantes y de innumerables risas. La señora Calderón de la Barca, en su Vida en México dice de Bernardo Gaviño encarecidas alabanzas por su hábil destreza ante los terribles y rebufantes toros así como por su señoril comportamiento en paseos y saraos en los que lucía su garbo y fina gracia tanto en danzas españolas, la zarabanda, el vito, la farruca, el polo, las seguidillas, las peteneras, las soleares, y en la bulliciosa jota que le pidiesen, ya fuera la aragonesa, la valenciana, la Navarra, o la de Murcia, así como en los bailes de esta tierra en los que siempre se lucía, pues sabíamos a perfección y aún les añadía más gracia, tales como el

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huapango, el zapateado, la jarana, el palomo, la sandunga, el jarabe. En los elegantes saraos del ministro español Calderón de la Barca tenía Bernardo Gaviño especial acogida. Se llevaba tras de sí todas las miradas. Para que tuvieran más alegre realce las fiestas de celebraciones o las brillantes ferias, era de todo punto indispensable que toreara Bernardo Gaviño, despachando bonitamente a no sé cuántos cornúpetas con sus fulgurantes e incomparables metisacas con los que enloquecía de entusiasmo al numeroso concurso que henchía el coso. Su nombre llenaba todos los ámbitos de la República. Chicos y grandes lo repetían con inacabable admiración; Bernardo Gaviño por aquí, Bernardo Gaviño por allá y siempre Bernardo Gaviño en los cuernos de la luna. Más, mucho más, aumentó su esclarecida popularidad y fama cuando fue contratado para torear en la mañana y por la tarde una serie de corridas en la lejana Chihuahua. Partió alegre, sin pensar en peligros, en su profesión siempre contaba con ellos, llevando sus brillantes trajes azules, pues amaba sobre todo este suave tono, bordados y rebordados de oro o de plata o ya de seda negra con chaquiras y abalorios brilladores del mismo color. Más allá de Durango fue asaltado el largo convoy de carros en que viajaba alegremente con los de su cuadrilla, por apretada turba de bárbaros comanches muy pintarrajeados. Con sus certeros flechazos mataron e hirieron a más se sesenta personas, entre conductores y pasajeros, que iban a distintos lugares. Bernardo Gaviño con Ignacio Cruz, su picador, y Fernando Hernández, su banderillero, sostuvieron con los tiros de sus carabinas un desigual combate con la feroz indiada, indomable y aguerrida, pero al ver ésta que en auxilio se acercaba numerosa gente, emprendió rápida fuga dando largos alaridos, a lomos de sus caballos brutos que montaban en pelo con toda gallardía, y envuelta en una gran polvareda que el sol volvía toda de oro. El asalto fue en Palo Chino; principió a las nueve de la mañana y no terminó sino hasta las cuatro de la tarde bien corridas, cuando ya se acercaban a mata caballo los generosos hombres de la hacienda de la Zarca que venían a dar ayuda a los asaltados. A este lugar llevaron a Bernardo Gaviño chorreando sangre por muchas partes de su cuerpo. También sus dos compañeros iban muy mal heridos de flecha. Al poco tiempo sanó el apuesto Gaviño, así como Hernández y su forzudo varilarguero, y entre un gran clamor de entusiasmo toreó con el arrojo de siempre en la bulliciosa feria para la que fue contratado. Más creció su popularidad por todo el país con esta brava hazaña que se amplificaba con mil rasgos de valor y de heroicidad temeraria al ir pasando la narración de boca en boca. Corrían los años y el bullanguero Bernardo Gaviño continuaba con sus alegres devaneos, en sus locos y dispendiosos derroches de pródigo. Ganaba y gastaba largo. Quebró la casa de comercio en la que tenía depositados sus ahorros, cosa de ochenta mil pesos, y pronto como había hecho demasiados gastos quedó perdido y miserable para toda la vida. Pero no vino sola la pobreza, sino que se presentó acompañada de su corte de enfermedades y achaques que lo redujeron a muy triste estado. Del gran fausto fue bajando a suma estrechez. Pasaba muchas necesidades y menguas. Se le metió la desventura en los huesos.

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De las casas en que estaba acostumbrado a vivir con gran servicio de criados, fue a dar a otras que cada vez eran más y más modestas, hasta no venir a parar al húmedo tabuco, especie de entenebrecido sótano, de la casilla estrecha y fría del angostísimo callejón de Tarasquillo a la que fue a buscarlo la muerte. Estaba el pobre toreador ya muy viejo, tan en lo último y sin tener en qué echar mano, que aceptaba como paga hasta treinta pesos por corrida y gracias a Dios que las había y se acordaban de él para que las lidiara. Por este precio fue a Texcoco y en su plaza un toro marrajo, de la ganadería de Ayala, le dio tremebunda cornada en la entrepierna el domingo 31 de enero del año de 1886. Era un bicho zaino, cornalón, de patas muy duras y mal castigado. Trasladaron a México con grandes penalidades a Gaviño y el día 11 del mes de febrero, a las nueve y media de la noche, entregó la vida el infeliz lidiador. Tenía ochenta y tres años (sic) de edad y cincuenta y uno de torero. Recordó todo el mundo su fama ruidosa, por lo que su entierro fue muy concurrido. Una espesa multitud acompañó el cadáver, encerrado en un féretro más que humilde, pobrísimo, cuatro tablas mal cepilladas y embadurnadas de negro. La multitud fue hasta el cementerio de Dolores, en donde se le dio tierra en una fosa de última clase, que como no se compró a perpetuidad, apenas pasados los años reglamentarios la abrieron y los restos fueron aventados al osario común de donde los recogió por pura curiosidad un sepulturero que respondía al nombre de Juan Cortés, y sólo Dios sabe ahora qué les hizo a los huesos ese individuo.516 La presencia de Bernardo Gaviño y Rueda (1812-1886) se abre como un gran abanico de posibilidades que nos permite entender a uno de los personajes más fascinantes que brillaron durante buena parte del siglo XIX en el México taurino, mismo que se vio iluminado por una poderosa influencia técnica y estética planteada sin mayores propósitos que los de aportar conocimientos aprendidos y aprehendidos también en la España que abandona entre 1828 y 1829, momento en que comenzó su largo peregrinar como torero en América. Llega a Montevideo, Uruguay en 1829, lugar en el que sus incursiones taurinas y más aún, los datos, son escasos. Pero el 30 de mayo de 1831 se presenta ante el público de la Habana, lugar en el que, durante tres años toreó alternando con el esforzado espada Rebollo, natural de Huelva, con Bartolo Megigosa, de Cádiz, con José Díaz (a) Mosquita y con el mexicano Manuel Bravo, matadores todos que disfrutaban de merecido prestigio en la capital de la gran Antilla. Bernardo Gaviño es un torero cercano a figuras de la talla de Francisco Arjona Cúchares o de Francisco Montes Paquiro, quienes fueron los dos alumnos más adelantados 516

Valle-Arizpe: Calle vieja…, op. Cit., p. 563-6.

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de la Escuela de Tauromaquia en Sevilla, impulsada por el rey Fernando VII y dirigida por el ilustre Pedro Romero. Antes de su salida definitiva de España, también se encuentra muy cerca de Juan León Leoncillo con quien asimila lecciones básicas del toreo que luego, en América, pero específicamente en México, pondrá en práctica. En búsqueda incesante de información al respecto de su incorporación o no a la mencionada Escuela de Tauromaquia en Sevilla no se ha encontrado información que permita deducir si efectivamente formó parte de dicha institución. Todo esto viene a cuento por la sencilla razón de que a modo particular pudo dejar huellas trascendentes que prendieron en el ánimo americano recién estrenado en independencias, las cuales mostraron el rechazo natural a aquello que resultara de origen español, y que ya veremos no lo fue en su totalidad, dadas las diferentes formas de sistema (que más bien fue de intento) político que fueron dándose en nuestro país. Sin embargo una herencia tres veces centenaria como la española en América deja factores de arraigo muy marcados que difícilmente pueden desaparecer de un panorama que ha vivido y compartido durante todo ese tiempo en nuestra nación. Así, el religioso y el taurino sobreviven en algunos nuevos países dada la circunstancia de su independencia. México vivió bajo el impacto permanente de sinfín de condiciones políticas y sociales, las cuales dejaron continuar con estas dos muy importantes razones de ser, bajo características que eran a su vez, un modelo de lo español, pero bajo circunstancia americana. Esta nueva particularidad dio como resultado un conjunto de personajes que desearon el poder y lo hicieron suyo algunos de ellos, dándole giros de extravagancia; como el caso de “su alteza serenísima”, trato que se le dio a “don” Antonio López de Santa Anna. En medio de ciertas contradicciones y con rechazos emanados en esta nueva forma de vivir independiente, la fiesta de los toros se hizo cada vez más mexicana, pero sin renunciar a un pasado y a una influencia de puro sentido hispano que seguía siendo importante para el devenir de dicho espectáculo que se quedó entre nosotros. Bernardo, quien se presenta en las plazas de México a partir de 1835 (aunque hay datos que señalan el año de 1829 como el de su aparición en nuestro país) es aceptado a tal punto que lo hizo suyo la afición que aprendió a

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ver toros como se estilaba por entonces en España. Gaviño entendió muy pronto que apropiarse del control, no significaba ser el estereotipo de un español repudiado por la reciente estela de condiciones establecidas por un país que ha expulsado a un grupo importante de hispanos a quienes se les aplicó cargo de culpa sobre todo aquello que significó la presencia de factores de coloniaje. El toreo durante los primeros 50 años del siglo XIX va a mostrar una sucesión en la que los protagonistas principales, que fueron los toreros de a pie, mismos que desplazaron a los caballeros, serán a partir de esos momentos personajes secundarios; por lo que la fiesta adquirió y asumió valores desordenados sí, pero legítimos. Es más, En una corrida de toros de la época, pues, tenía indiscutible cabida cualquier manera de enfrentarse el hombre con el bovino, a pie o a caballo, con tal de que significara empeño gracioso o gala de valentía. A nadie se le ocurría, entonces, pretender restar méritos a la labor del diestro si éste no se ceñía muy estrictamente a formas preestablecidas. Benjamín Flores Hernández.

A su vez, las fiestas en medio de ese desorden, lograban cautivar, trascender y permanecer en el gusto no sólo de un pueblo que se divertía; no sólo de los gobernantes y caudillos que hasta llegó a haber más de uno que se enfrentó a los toros. También el espíritu emancipador empujaba a lograr una autenticidad taurómaca nacional. Y se ha escrito "desorden", resultado de un feliz comportamiento social, que resquebrajaba el viejo orden. Desorden, que es sinónimo de anarquía fruto de comportamientos muy significativos entre fines del siglo XVIII y buena parte del XIX. Vale la pena detenernos un momento para entender que el hecho de mencionar la expresión de "desorden", es porque no se da y ni se va a dar bajo calificación peyorativa. Es, más bien una manera de explicar la condición del toreo cuando este asume características más propias, alejándose en consecuencia de los lineamientos españoles, aunque su traza arquitectónica haya quedado plasmada de manera permanente en las distintas etapas del toreo mexicano; que también supo andar sólo. Así rebasaron la frontera del XIX y continuaron su marcha bajo sintomáticos cambios y variantes que, para la historia taurómaca se enriquece sobremanera, pues participan activamente algunos de los más representativos personajes del momento: Hidalgo, Allende, Morelos o el

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jefe interino de la provincia de México Luis Quintanar. Años más tarde, las corridas de toros decayeron (un incendio en la plaza San Pablo causó larga espera, desde 1821 y hasta 1833 en que se reinauguró). Prevalecía también aquel ambiente antihispano, que tomó la cruel decisión (cruel y no, ya que no fueron en realidad tantos) de la expulsión de españoles -justo en el régimen de Gómez Pedraza, y que Vicente Guerrero, la decidió y enfrentó-. De ese grupo de numerosos hispanos avecindados en México, había comerciantes, mismos que no se podía ni debía lanzar, pues ellos constituían un soporte, un sustento de la economía cabizbaja de un México en reciente despertar libertario. En medio de ese turbio ambiente, pocas son las referencias que se reúnen para dar una idea del trasfondo taurino en el cambio que operó en plena mexicanidad. Con la de nuestros antepasados era posible sostener un fiesta-espectáculo que caía en la improvisación más absoluta y válida para aquel momento; alimentada por aquellos residuos de las postrimerías dieciochescas, mezclados con nuevos factores de autonomía e idiosincrasia propias de la independencia durante buena parte del siglo pasado. Y aunque diversos cosos de vida muy corta continuaron funcionando, lentamente su ritmo se consumió hasta serle entregada la batuta del orden a la Real Plaza de toros de San Pablo, y para 1851 a la del Paseo Nuevo. Fueron escenarios de cambio, de nuevas opciones, pero de tan poco peso en su valor no de la búsqueda del lucimiento, que ya estaba implícito, sino en la defensa o sostenimiento de las bases auténticas de la tauromaquia. Así, con la presencia de toreros en zancos, de representaciones teatrales combinadas con la bravura del astado en el ruedo; de montes parnasos y cucañas; de toros embolados, globos aerostáticos, fuegos artificiales y liebres que corrían en todas direcciones de la plaza, la fiesta se descubría con variaciones del más intenso colorido. Los años pasaban hasta que en 1835 llegó procedente de Cuba, Bernardo Gaviño y Rueda a quien puede considerársele como la directriz que puso un orden y un sentido más racional, aunque no permanente a la tauromaquia mexicana. Y es que don Bernardo acabó mexicanizándose; acabó siendo una pieza del ser mestizo, pero fundamentalmente tutor espiritual del toreo en nuestro país durante el siglo que nos congrega.

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Bernardo Gaviño no era un torero más en el espacio mexicano Con él va a darse la correspondencia y la comunicación también de dos estilos, el mexicano y el español de torear que, unidos, dieron en consecuencia con el panorama universal que, sin saberlo se estaba trazando. Más tarde, Ponciano Díaz, pero fundamentalmente Rodolfo Gaona remontan este nivel de calidad a su verdadero sentido que nutre -por igual- a España que a México. Bernardo, seguramente no se imaginó que su influencia marcaría hitos en el avance de una fiesta que, con todo y su bagaje cargado de nacionalismos, a veces eran llevados al extremo del chauvinismo o del jingoísmo por parte del pueblo (el concepto “afición”, con toda su carga de significados, despertará plenamente hasta 1887). Goza el gaditano de haber sido protagonista de epístolas y novelas (como las de Madame Calderón de la Barca o Luis G. Inclán). Su nombre adquiere fama en importante número de versos escritos por la lira popular y en más de alguna cita periodística de su época, lograda por plumas de altos vuelos literarios. Luego de su infortunada muerte se le recuerda con cariño, devoción y respeto por personajes que, o le vieron torear en sus mejores tiempos (Brantz Mayer), o en su decadencia (José Juan Tablada) o por aquellos a quienes se les contó parte de su vida relatada cual páginas noveladas, pero llevadas al campo de hechos más tangibles (Carlos Cuesta Baquero, Roque Solares Tacubac). Este último autor cuenta con una basta información de primera mano, no por tratarse de aquella escrita en la época de esplendor del gaditano. Recrea y describe ciertos pasajes con amplitud luego de que los escuchó de boca de muchos viejos aficionados, o escritos por plumas de las primeras publicaciones taurinas que circularon en México, desde 1884 (El arte de la lidia, de Julio Bonilla). Gracias a dichos apuntes he logrado el mejor de los perfiles que actualmente deben tenerse ya sobre este personaje, quien decide el devenir de la fiesta en nuestro país.517 ¿Por qué devenir y no porvenir? Probablemente porque el porvenir

José Francisco Coello Ugalde: “Bernardo Gaviño y Rueda: Español que en México hizo del toreo una expresión mestiza durante el siglo XIX”. (Biografía). México, 1998. 267 h. Ils., retrs., grabs. (Inédito). 517

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propiamente dicho se dio a partir de 1887, año en que un grupo de diestros españoles comandados por Luis Mazzantini, José Machío, Diego Prieto, Ramón López, Saturnino Frutos y otros desplegarán toda la influencia que decidirá un cambio de suma importancia en el gusto de la afición en cuanto tal, apoyada en publicaciones y en direcciones técnicas establecidas por una prensa aleccionada gracias al apoyo de lecturas hechas a diferentes tratados, escritos por autores españoles que reconocían en el toreo un progreso, una evolución plenamente establecidos. Un devenir como sobrevenir, o suceder porque Gaviño se va a convertir en el encargado de dominar la situación taurina en el transcurso de 50 años, en los cuales impuso su poder, e incluso, hasta su tiranía. Ello, probablemente no permitió grandes avances a una tauromaquia, como la mexicana, misma que en medio de ese devenir, no pudo contemplar abiertamente el porvenir. Antes, permítaseme explicar que, al echar mano del término “mestizo” es porque lo considero como resultado de la mezcla de culturas distintas, que da origen a una nueva. El mestizaje como fenómeno histórico se consolida en el siglo antepasado y con la independencia, buscando “ser” “nosotros”. Esta doble afirmación del “ser” como entidad y “nosotros” como el conjunto todo de nuevos ciudadanos, es un permanente desentrañar sobre lo que fue; sobre lo que es, y sobre lo que será la voluntad del mexicano en cuanto tal. Históricamente es un proceso que, además de complicado por los múltiples factores incluidos para su constitución, transitó en momentos en que la nueva nación se debatía en las luchas por el poder. Sin embargo, el mestizaje se yergue orgulloso, como extensión del criollismo novohispano, pero también como integración concreta, fruto de la unión del padre español y la madre indígena. DESPEDIDA La envidia que se revela doquiera que el genio brilla, ha dicho en son de rencilla: “Ponciano no tiene escuela”. ¿Más con quién se te nivela

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que pueda ser superior, cuando fuiste lidiador, desde joven, desde niño, y del inmortal Gaviño el discípulo mejor? Por tu carácter sencillo, franco, sin ostentación, conquistas admiración y fama, renombre y brillo. No serás un Pepe-Hillo, Lagartijo ni Frascuelo, ni portarás el capelo de “taurómaco” modelo, porque no eres sevillano; no te preocupes, Ponciano: que ni valor ni osadía anhela de Andalucía nuestro pueblo mexicano, El lidiador solo fin en su pericia privada, y cuando da una estocada, buena o mala, la revela. ¿No tiene Ponciano escuela? Pues menos fama usurpada, Algunos explotadores pretendiéndote humillar han traído de ultramar crema del arte taurino, sin pensar que es tu destino solo triunfos alcanzar. Eres valiente, Ponciano, por más que ruja la envidia, genio audaz para la lidia y modesto mexicano

¿Por qué despedirnos a la manera poética, como cantó a su estilo, el pueblo mexicano al gran ídolo Ponciano? Porque Ponciano fue heredero de grandes influencias que ejerció Bernardo Gaviño y Rueda en sus muchos años de trayectoria taurina en nuestro país. Porque Ponciano, en medio de su incomprendida trayectoria aprendió y aprehendió también lo bueno y lo malo de un diestro que español de origen, se mexicanizó y al hacerlo, su expresión adquirió la fascinación del ser mestizo. Ponciano: ¿Más con quién se te nivela que pueda ser superior, cuando fuiste lidiador, desde joven, desde niño, y del inmortal Gaviño

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el discípulo mejor?

En todo esto, me parecen oportunas las palabras con que José Alameda se refiere al papel de uno y de otro, reuniéndolos en un breve texto que va así:

APUNTES SOBRE LA TRADICIÓN MEXICANA DEL TOREO.

“El padre del toreo mexicano se dice que es el español Bernardo Gaviño. Sí y no Sí, porque da a las corridas cierto cauce y orden, llevándolas a un terreno “profesional”. Pero Gaviño no era un torero mexicano, sin que con esto me refiera al lugar de su nacimiento, pues aun siendo de Cádiz, España, podía haber asumido alguna vivencia mexicana, como acontece con escritores y con artistas populares, de antes y de hoy, que sin haber nacido en México, han tenido una personalidad mexicana, desde Bernardo de Balbuena hasta Juan S. Garrido, chileno, pero autor de Pelea de gallos, la canción popular que se identifica con Aguascalientes. Gaviño era un torero español secundario y nada más, aunque sea simpática su figura por el papel que cumplió al encauzar las corridas de toros en México hacia los caminos prácticos del “oficio”. “El sabor mexicano, de raíz, aparece con Ponciano Díaz. Dentro del marco del oficio importado por Gaviño (tampoco específicamente español, sino simplemente técnico), mete Ponciano esencias mexicanas, de campo y de ciudad, de hacienda y de ruedo. Mexicanas, es decir de fermento indo-español, ni españolas sin más, ni simplemente indias; mexicanas. Llegan por el camino natural de la charrería. Toreo a pie que se hace a veces como a caballo; y a caballo que se hace a veces como a pie, por las mismas leyes y con olor, color y sabor a floreo de reata, a gracia banderillera y a barroco fino y campirano”. 518 Algo que no puede dejar de mencionarse, es el hecho rotundo de que su trayectoria en los toros alcanza los 57 años en América puesto que, habiendo llegado en 1829 a Montevideo, y tras su cornada mortal en Texcoco a principios de 1886, demuestran que es una de las más largas carreras en la Tauromaquia universal. El poco tiempo que le debe haber tomado 518

José Alameda (seud. Carlos Fernández Valdemoro): La pantorrilla de Florinda y el origen bélico del toreo. México, Grijalbo, 1980. 109 pp. Ils., retrs., fots., maps. Pág. 71.

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alguna práctica, ya en el matadero, ya en alguna plaza de la región andaluza –que no sabemos con precisión cuando pudo ser-, debido más bien a su corta edad; también se suman a ese largo recorrido que acumuló, infinidad de anécdotas, hazañas, desilusiones, actitudes, gestas..., recuerdos como el que ahora proponemos, el de un perfil biográfico donde pudimos entender no solo al personaje de leyenda. También al hombre de carne, hueso y espíritu. Hasta donde ha sido posible, nos hemos acercado entre tanta distancia temporal con Bernardo Gaviño y Rueda, a quien puede considerársele como un diestro de enorme peso e influencia en el toreo decimonónico mexicano, cuyo paso no fue casual. Su actividad encierra importantes, muy importantes situaciones que le dieron a la tauromaquia nacional el valor, la riqueza, elementos con los cuales hoy comprendemos tan importante dimensión, esperando haya quedado perfectamente entendida a lo largo de esta, su biografía, a la que todavía le agregamos un verso más, que vagamente lo recuerda. Es de la autoría de José Juan Tablada, escrito en 1890: ANTOÑICA ¡Antoñica, si hubieras sido Como yo te imaginaba! Yo había puesto en tu alma Todo lo bello de mi alma De colegial intacto Donde aún perduraban Bajo las arideces aritméticas Fulgores de Cuentos de Hadas. Antoñica, rubia ramera Desde el parque frente a tu casa Te veía en el crepúsculo Palidecer y luego iluminarte Para el vivir nocturno... En tus cabellos brillaban Las onzas de oro De la “partida” de Tacubaya Y en tus ojos violeta un alcohol De veloces y azules flámulas. Hoy, ya muerta te identifico Con las princesas De las miniaturas persas, Por sensual y por fina y rubia Con la Madona del Gran Duca. De tus amantes nadie te amó como ese niño. ¡Ni el general, ni el banquero,

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Ni el banderillero De Bernardo Gaviño! Como aquel niño ya poeta Que divinizó tus pupilas Como estrellas lejanas, Suaves como violetas, Y en su deliquio, cuando tú pasabas, Extraño al sortileño de tu sexo cruel Temblaba sin saber por qué. Y te veía alejarte, poniente en tus espaldas Las alas de su Ángel de la Guarda...

Finalmente, deseo agregar esta otra apreciación que sintetiza la biografía que me dispuse realizar en torno del torero gaditano, cuyo papel protagónico en nuestro país fue importantísima, pero lamentablemente poco tomada en cuenta en nuestros días. BERNARDO GAVIÑO Y RUEDA: ESPAÑOL QUE EN MÉXICO HIZO DEL TOREO UNA EXPRESIÓN MESTIZA DURANTE EL SIGLO XIX. El mestizaje como fenómeno histórico se consolida en el siglo antepasado y con la independencia, buscando “ser” “nosotros”. Esta doble afirmación del “ser” como entidad y “nosotros” como el conjunto todo de nuevos ciudadanos, es un permanente desentrañar sobre lo que fue; sobre lo que es, y sobre lo que será la voluntad del mexicano en cuanto tal. Históricamente es un proceso que, además de complicado por los múltiples factores incluidos para su constitución, transitó en momentos en que la nueva nación se debatía en las luchas por el poder. Sin embargo, el mestizaje se yergue orgulloso, como extensión del criollismo novohispano, pero también como integración concreta, fruto de la unión del padre español y la madre indígena. Conforme avanza el siglo XIX, el proyecto de patria provoca que el mexicano vaya buscando y encontrándose así mismo, con todas sus utopías, pero también con todas sus realidades que limitadas o no, viables o no en ese nuevo estado en el que conviven y ahora convivimos, hacen de ese siglo una de las aventuras más fascinantes, por complicadas, bajo tiempos difíciles entre la inercia del intento por vivir en el progreso; porque lo único que encuentran es un regreso o estancamiento que parece no identificarse con una meta que, entre otras cosas, busca símbolos de lo nacional, sin soslayar herencias de tres siglos coloniales.

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Los mexicanos pintados por sí mismos de Hesiquio Iriarte (1854) que reúne autores como Hilarión Frías y Soto y Niceto de Zamacois, entre otros, es un tesoro iconográfico del costumbrismo decimonónico, vivo reflejo de la sociedad, retrato que se identifica con la forma de ser del mexicano Me atrevo a decir que a dicha obra faltó el capítulo distintivo de las corridas de toros, diversión popular que arraigó poderosamente al consumarse la conquista. De alguna manera el mexicano en cuanto tal la enriqueció, inyectándole un carácter que se iba identificando pero también diferenciando del español, aunque sin perder sus raíces, por lo que sólo la forma, pero no el fondo se modificó luego del paso de aquellos trescientos años de dominio colonial. Como ya vimos, al independizarnos: el “ser” por y para “nosotros” le da una nueva apariencia al toreo que en consecuencia lo torna cada vez más “nacionalista”. Bajo esta premisa, el arribo del torero español Bernardo Gaviño y Rueda a México en 1835 produce un giro radical en la expresión hasta entonces vigente. La tauromaquia se reactiva gracias a la participación de varias generaciones de diestros que nutren constantemente un quehacer que parece estancarse en medio de cierto enrarecido ambiente. Bernardo entendió que al hacerse valer como español y como torero corría el peligro de ser rechazado por mexicanos que se están definiendo como parte del nuevo estilo de vida que han adquirido apenas unos años atrás a la aparición de Gaviño en el panorama. Por eso fue que asumió un carácter que hizo suyo, y como he dicho en muchas ocasiones: Bernardo acabó mexicanizándose; acabó siendo una pieza del ser mestizo. Su biografía -hasta antes de este intento- era un pasaje apenas subrayado por dos pequeños trabajos publicados en el siglo XIX. Me refiero a las obras de Juan Corrales Mateos519 y la que escribió Tío Puntilla en 1888.520

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Juan Corrales Mateos (El Bachiller Tauromaquia): El por qué de los toros y arte de torear de a pie y a caballo por el (...) Habana, imprenta de Barcina, 1853, 178 pp. 520 LECTURAS TAURINAS DEL SIGLO XIX (Antología). México, Socicultur-Instituto Nacional de Bellas Artes, Plaza & Valdés, Bibliófilos Taurinos de México, 1987. 222 pp. facs., ils. (TIO PUNTILLA: “RECUERDOS DE BERNARDO GAVIÑO. Rasgos biográficos de su vida y trágica muerte por el toro CHICHARRÓN, en la plaza de Texcoco el 31 de enero de 1888//Versos de su testamento y canción popular á PONCIANO DÍAZ”. Orizaba, Tip. Popular, Juan C. Aguilar, 1888. 16 pp. (pp. 97-124).

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En la centuria pasada, además de algunos artículos de José de Jesús Núñez y Domínguez y Armando de María y Campos, se encuentra el escrito de Jorge Gaviño Ambríz, prologuista de esta biografía.521 Con alrededor de 55 años de vida profesional entre España, Uruguay, Cuba, Perú, Venezuela y México este importante torero decimonónico no podía ser olvidado de un plumazo. Es por eso que el presente esfuerzo busca reafirmarlo, otorgándole y reconociéndole los méritos que acumuló en tiempo de ejercicio tan prolongado, siendo uno de los pocos casos que, por excepcionales en cuanto a longevidad, se registran en los anales del toreo. Pedro Romero mataba toros a los 80 años de edad. Bernardo lo hizo hasta los 73. En nuestros días, el caso recae en la figura mítica de “Curro” Romero quien a sus 65 años sigue –a pesar de su retiro- siendo el consentido, sobre todo en Sevilla, donde sus partidarios le prodigan afectos, con todo y sus contrastes. Asimismo, no podemos olvidar el caso “extraordinario” que escenificó Antonio Chenel “Antoñete” el 24 de junio de 1998 en la plaza de toros de LAS VENTAS, al celebrar sus 66 años de vida ocasión que aprovechó para vestirse de lila y oro y lidiar dos toros de “Las Ramblas” como homenaje a la afición de Madrid. Esa tarde, dijeron las crónicas, estuvo sencillamente magistral, al demostrar la summa de sus facultades todas, recordando que summa es la reunión de experiencias que recogen el saber de una gran época. Como vemos, no son muchos los casos de longevidad que guarden esa dimensión maravillosa de la permanencia. Por otro lado, y como dice Artemio de Valle Arizpe: lamentablemente “(...)

quebró la casa de

comercio en la que [Bernardo Gaviño] tenía depositados sus ahorros, cosa de ochenta mil pesos, y pronto como había hecho demasiados gastos quedó perdido y miserable para toda la vida. Pero no vino sola la pobreza, sino que se presentó acompañada de su corte de enfermedades y achaques que lo redujeron a muy triste estado. Del gran fausto fue bajando a suma estrechez. Pasaba muchas necesidades y menguas. Se le metió la desventura en los huesos. Jorge Gaviño Ambríz: “Semblanza de un torero en el siglo XIX” (Trabajo Académico Recepcional en la Academia Mexicana de Geografía e Historia), México, 1996. (pp.353-375). 521

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Pobre, muy pobre acepta firmar un contrato para torear en Texcoco. El desenlace sobrevino luego de varios días de agonía tras recibir tremenda cornada, muriendo a consecuencia de ella, el 11 de febrero de 1886. El mestizaje en el que se envuelve Bernardo Gaviño permitió que actuara incontables tardes en ruedos de nuestro país, lo mismo en la ciudad de México que en Toluca o Puebla. También en Morelia o en sitios tan alejados como Durango y Chihuahua. Más allá de nuestras fronteras, Perú y Cuba fueron lugares donde fundamentalmente su nombre y sus triunfos coquetearon con la fama. Pero lo más destacable en todo esto es la escuela y la enseñanza que heredó entre toreros de diversas generaciones, siendo uno de ellos, Ponciano Díaz, el alumno que descolló y sobresalió con mayor fuerza hasta convertirse en el diestro de la resonancia que hoy entendemos, a poco más de un siglo de su muerte, ocurrida el 15 de abril de 1899. Bernardo Gaviño no es una casualidad para la historia taurina en el México del XIX. Su presencia perfila el destino de aquel espectáculo matizado por la invención permanente y efímera al mismo tiempo, en la que una corrida era diferente a la otra, presentando diversidad de cuadros que hoy pudieran resultarnos increíbles por su riqueza de contenido. En medio de aquel ambiente, Gaviño protagonizaba como actor, el papel principal, permitiendo que la fiesta discurriera deliberadamente tal y como lo anunciaban los carteles. Y aquí una muestra: el 2 de diciembre de 1866 se efectuó en la plaza de toros del PASEO NUEVO la gran función extraordinaria a Beneficio de Bernardo Gaviño, acompañado de su cuadrilla, lidiando toros de muerte de la muy acreditada hacienda de Atenco. Además: un torete para la mojiganga denominada: UN CASAMIENTO DE INDIOS EN TEHUANTEPEC. Banderillas a pie por el beneficiado, alternando con los picadores. Banderillas a caballo. Magníficos FUEGOS ARTIFICIALES, por el hábil pirotécnico D. Severino Jiménez. Todo esto acompañado de la siguiente justificación del gaditano: “Siempre que llega un día como el de hoy, quiero decir, el día de mi beneficio, acudo a mi imaginación para poder confeccionar un anuncio que merezca el ser, ya que no de alguna capacidad para expresarme como hombre instruido, al menos para manifestar al respetable

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público de esta Capital, lo agradecido que le estoy en los largos años que me ha favorecido con su presencia, cada vez que me he presentado a trabajar en mi difícil y arriesgado arte de Tauromaquia; pero por más esfuerzos que hago para ello, no encuentro las palabras, y es tanto lo que me confundo, que me quedo sin decir nada. “Por la misma razón, y creyendo, de que tanto mis amigos como el público en general, a quien dedico este beneficio, habrán comprendido lo que yo no puedo explicarlo, (por lo que) pongo punto final...” Algo que no puede dejar de mencionarse, es el hecho rotundo de que su trayectoria en los toros alcanza los 57 años en América puesto que, habiendo llegado en 1829 a Montevideo, y tras su cornada mortal en Texcoco a principios de 1886, demuestran que es una de las más largas carreras en la Tauromaquia universal. El poco tiempo que le debe haber tomado alguna práctica, ya en el matadero, ya en alguna plaza de la región andaluza –que no sabemos con precisión cuando pudo ser-, debido más bien a su corta edad, también se suma a ese largo recorrido que acumuló infinidad de anécdotas, hazañas, desilusiones, actitudes, gestas..., recuerdos como el que ahora propongo, el de un perfil biográfico donde pude entender no solo al personaje de leyenda. También al hombre de carne, hueso y espíritu. Hasta donde ha sido posible, nos hemos acercado entre tanta distancia temporal con Bernardo Gaviño y Rueda, a quien puede considerársele como un diestro de enorme peso e influencia en el toreo decimonónico mexicano, cuyo paso no fue casual. Su actividad encierra importantes, muy importantes situaciones que le dieron a la tauromaquia nacional el valor, la riqueza, elementos con los cuales hoy comprendemos tan notable dimensión, esperando quede perfectamente entendida a lo largo de esta, su biografía. Antes de terminar, no me queda más que apuntar que la influencia de Gaviño durante buena parte del siglo XIX fue determinante, y si el toreo como expresión gana más en riqueza de ornamento que en la propia del avance, como se va a dar en España, esto es lo que aporta el gaditano al compartir con muchos mexicanos el quehacer taurino, que transcurre deliberadamente en medio de una independencia que se prolongó hasta los años en que un nuevo grupo de españoles comenzará el proceso de reconquista. Solo Francisco

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Jiménez “Rebujina” conocerá y alternará con Gaviño en su etapa final. José Machío, Luis Mazzantini, Diego Prieto, Manuel Mejías o Saturnino Frutos ya solo escucharán hablar de él, como otro coterráneo suyo que dejó testimonio brillante en cientos de tardes que transcurrieron de 1835 a 1886 como evidencia de su influjo en la tauromaquia mexicana de la que ha dicho Carlos Cuesta Baquero, autor imprescindible en el análisis de un trabajo que concluye con esta sentencia: NUNCA HA EXISTIDO UNA TAUROMAQUIA POSITIVAMENTE MEXICANA, SINO QUE SIEMPRE

HA

SIDO

LA

ESPAÑOLA

PRACTICADA

POR

MEXICANOS

influida

poderosamente por el torero de Puerto Real, España, Bernardo Gaviño y Rueda a quien hemos descubierto a lo largo de todo este recuento. Y como afirmó Bernardo Gaviño en aquel cartel de diciembre de 1866, también pongo punto final a esta presentación de un libro biográfico que pretende explicarlo, a la luz del mestizaje que se dio durante el siglo XIX en nuestro país, esperando alcanzar el buen juicio de los que, a partir de hoy, se acerquen a este trabajo de aportación histórico taurina en México.

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Don Artemio de Valle-Arizpe. Fotografía de Rubén Salazar.

FIN DE LA PRIMERA PARTE

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ÍNDICE PRIMERA PARTE

Pág.

PRÓLOGO

7

INTRODUCCIÓN.

13

LA GRAN CIBDAD DE MÉXICO TENUSTITLÁN, PERLA DE LA NUEVA ESPAÑA, SEGÚN RELATOS DE ANTAÑO Y OGAÑO. [PASAJE Nº 1]: INTRODUCCIÓN. [PASAJE Nº 2]: CONQUISTADOR ANÓNIMO. [PASAJE Nº 3]: LA CIUDAD COLONIAL. [PASAJE Nº 4]: LEONEL WAFFER. [PASAJE Nº 5]: ANÓNIMO.

31 39 40 45 46

DOÑA LEONOR DE CÁCERES Y ACEVEDO... Y COSAS TENEDES. [PASAJE Nº 6]: DOÑA LEONOR DE CÁCERES Y ACEVEDO... [PASAJE Nº 7]: COSAS TENEDES.

59 62

DEL TIEMPO PASADO. [PASAJE Nº 8]: DE LO MÁS ALTO A LO MÁS BAJO. [PASAJE Nº 9]: LA NEGRA DEL SEÑOR ARZOBISPO. [PASAJE Nº 10]: LOS DESEOS DE FERNANDO VII.

65 69 74

VIRREYES Y VIRREINAS DE LA NUEVA ESPAÑA. [PASAJE Nº 11]: PRIMERA SERIE. LINDO HOMBRE DE A CABALLO. [PASAJE Nº 12]: PRIMERA SERIE. LA DISOLUTA CORTE DEL MARQUÉS DE VILLA MANRIQUE. [PASAJE Nº 13]: PRIMERA SERIE. UN ARZOBISPO TAURÓFILO. [PASAJE Nº 14]: PRIMERA SERIE. CASTIGO DEL ARZOBISPO TAURÓFILO. [PASAJE Nº 15]: PRIMERA SERIE. LAS FIESTAS DEL MARQUÉS DE CERRALVO. [PASAJE Nº 16]: PRIMERA SERIE. TRES CARTAS (1). EL VIAJE DEL DUQUE DE ESCALONA. [PASAJE Nº 17]: PRIMERA SERIE. TRES CARTAS (2). ENTRADA FASTUOSA DEL DUQUE DE ESCALONA. [PASAJE Nº 18]: PRIMERA SERIE. UNA VIRREINA EDIFICANTE Y UN VIRREY NEGOCIANTE. [PASAJE Nº 19]: PRIMERA SERIE. DON PEDRO Y DON FERNANDO. [PASAJE Nº 20]: PRIMERA SERIE. ¿QUÉ FUE SINO VERDURA DE LAS ERAS? [PASAJE Nº 21]: PRIMERA SERIE. ORGULLO Y VANIDAD CONTRA SOBERBIA Y FATUIDAD. [PASAJE Nº 22]: PRIMERA SERIE. EL CONDE Y LOS PAJES. [PASAJE Nº 23]: PRIMERA SERIE. OTRAS TRES CARTAS. [PASAJE Nº 24]: SEGUNDA SERIE. LA POPULARIDAD DE GÁLVEZ. [PASAJE Nº 25]: SEGUNDA SERIE. MAGNANIMIDAD REDENTORA. [PASAJE Nº 26]: SEGUNDA SERIE. COSAS DE MARQUINA. MAGNÍFICO DECRETO.

349

79 84 86 94 103 113 122 126 129 134 136 140 142 149 166 170


LIBRO DE ESTAMPAS [PASAJE Nº 27]: GUERRAS FINGIDAS POR PACES MENTIDAS. [PASAJE Nº 28]: MOCTEZUMA Y ATAHUALPA EN LA CORTE DE LAS ESPAÑAS.

180 188

EL PALACIO NACIONAL DE MÉXICO. [PASAJE Nº 29]: LA OBRA DE DON FRAY GARCÍA GUERRA EN PALACIO.

200

TRES NICHOS DE UN RETABLO. [PASAJE Nº 30]: ...SOBRE DON GIL GÓMEZ ÁVALOS.

206

POR LA VIEJA CALZADA DE TLACOPAN [PASAJE Nº 31]: PLAZA DE TOROS. [PASAJE Nº 32]: SAN HIPÓLITO. DIGRESIÓN HISTÓRICA DE ARTEMIO DE VALLE-ARIZPE.

209 212 217

CUENTOS DEL MÉXICO ANTIGUO. [PASAJE Nº 33]: CRIMEN Y CASTIGO. [PASAJE Nº 34]: LA SANTIAGUITA.

219 220

ANDANZAS DE HERNÁN CORTÉS. [PASAJE Nº 35]: LA APARICIÓN DEL APOSTOL. [PASAJE Nº 36]: LA ERMITA DE LOS MÁRTIRES. [PASAJE Nº 37]: SI EL ALMA UN CRISTAL TUVIERA. [PASAJE Nº 38]: LA JORNADA DESASTROSA (Compensar odio con odio). [PASAJE Nº 39]: NUNCA MUCHO COSTÓ POCO. [PASAJE Nº 40]: MADRASTRA, EL NOMBRE LE BASTA [PASAJE Nº 41]: LA FORTUNA DE HERNÁN CORTÉS

224 228 229 249 251 253 262

NOTAS DE PLATERÍA Y OTROS EXCESOS [PASAJE Nº 42]: EL AUGE DE LA PLATERÍA. LA RIQUEZA Y EL LUJO EN MÉXICO.

266

EL CANILLITAS. [PASAJE Nº 43]: EN EL QUE SE APUNTA LA NOBLE GENEALOGÍA DE FÉLIX VARGAS.

271

CUADROS DE MÉXICO. [PASAJE Nº 44]: EL CABALLO EN AMÉRICA Y SU IMPORTANCIA EN LA CONQUISTA DE MÉXICO. [PASAJE Nº 45]: OVINOS Y BOVINOS. EN MEXICO Y EN OTROS SIGLOS. [PASAJE Nº 46]: DON JUAN MANUEL DE SOLÓRZANO. CALLE VIEJA Y CALLE NUEVA. [PASAJE Nº 47]: EL PORTAL DE LOS AGUSTINOS O DE LA PRECIOSA SANGRE. [PASAJE Nº 48]: BARBEROS Y BARBERÍAS. [PASAJE Nº 49]: LA CALLE DEL COLISEO NUEVO, SU TEATRO Y EL PALACIO DE LA BORDA. [PASAJE Nº 50]: BERNARDO GAVIÑO.

350

276 280

301 304 319 324 331


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